Obras de Winnicott: La familia y la madurez emocional

La familia y la madurez emocional

(1960) La corriente psicológica a la que pertenezco considera que la madurez es sinónimo de salud. El niño de diez años al que se considera sano es maduro para esta edad; una criatura sana de tres años es madura para un niño de tres años; el adolescente es un adolescente maduro y no prematuramente adulto. Un adulto que es sano es maduro como adulto, y por esto entendemos que ha pasado por todas las etapas inmaduras, y por todas las etapas de madurez a edades previas. El adulto sano puede, por motivos de necesidad o de diversión, recurrir a todas las inmadureces previas, sea en la experiencia autoerótica secreta o en los sueños. Para hacer justicia a este concepto de «madurez propia de la edad» sería necesario reformular toda la teoría del desarrollo emocional, pero supongo que mis lectores conocen algo de psicología dinámica y de teoría psicoanalítica. Así, y partiendo de este concepto de madurez, el tema que trataré aquí es el papel de la familia en lo que se refiere a cimentar la salud del individuo. Y surge aquí el siguiente interrogante: ¿puede el individuo alcanzar madurez emocional fuera del marco de la familia? Hay dos maneras de enfocar el tema del desarrollo individual si dividimos la psicología dinámica en dos partes. Primero, el desarrollo de la vida instintiva, las funciones y fantasías instintivas pregenitales que gradualmente van construyendo y formando la sexualidad plena, la cual, como es bien sabido, se alcanza antes de entrar en el período de latencia. Llegamos así a la idea de la adolescencia como un período en que los cambios de la pubertad dominan la escena, y las defensas contra la ansiedad que se organizaron en los primeros años reaparecen o tienden a hacerlo en el individuo en crecimiento. Todo esto es terreno muy conocido, por el contrario, yo me propongo enfocar aquí el tema desde el otro punto de vista, según el cual el individuo comienza con una dependencia casi absoluta, alcanza grados menores de dependencia y comienza así a tener autonomía. Tal vez resulte provechoso adoptar este segundo enfoque en lugar del primero, pues así no tendremos que preocuparnos tanto por la edad de un niño, un adolescente o un adulto. Lo que nos interesa realmente es la actitud ambiental que responde y se adapta a las necesidades del individuo en cualquier momento dado. En otras palabras, es un tema bastante similar al del cuidado materno, que se modifica según la edad del niño y que satisface la temprana dependencia de aquél, así como sus esfuerzos por alcanzar la independencia. Esta segunda manera de considerar la vida puede resultar particularmente adecuada para el estudio del desarrollo sano y, precisamente, en este momento nos proponemos estudiar la salud. El cuidado materno se convierte en el cuidado de los progenitores, en el que ambos asumen la responsabilidad con respecto al niño y a la relación entre éste y sus hermanos mayores. Además, los padres están allí para recibir la «contribución» que los niños sanos hacen a la familia. El cuidado de los padres evoluciona dentro del marco familiar, y la palabra familia comienza a ampliarse y a incluir a los abuelos y los primos y a otras personas que están relacionadas con ellas por motivos de vecindad, o porque tienen alguna significación especial, como ocurre con los padrinos. Cuando examinamos este fenómeno en desarrollo, que comienza con el cuidado materno y llega hasta el interés persistente que la familia experimenta por el adolescente, nos sentimos impresionados por la necesidad humana de un círculo cada vez más amplio para el cuidado del individuo, y también por la necesidad que el individuo tiene de encontrar un lugar en el que pueda aportar algo cada tanto, cuando experimenta el impulso creativo o generoso. Estos círculos cada vez más amplios son el regazo, los brazos y la preocupación de la madre. En mi trabajo he dado gran importancia a la delicadeza extrema con que las madres se adaptan a las necesidades de sus hijos, necesidades que varían de un instante a otro. ¿Quién, sino la madre, se preocupa por conocer y sentir las necesidades del niño? Quisiera desarrollar este tema aquí y decir que sólo la familia del niño puede continuar la tarea iniciada por la madre y desarrollada luego por la madre y el padre, la tarea de satisfacer las necesidades del individuo. Dichas necesidades incluyen la dependencia y los esfuerzos por alcanzar la independencia. La tarea incluye satisfacer las necesidades cambiantes del individuo en crecimiento, no sólo en el sentido de satisfacer los instintos, sino también en el de estar presente para recibir esa contribución que constituye un rasgo vital de la vida humana. Y, además, significa también aceptar el estallido de desafío que implica el desligarse, y el regreso a la dependencia que alterna con la actitud desafiante. Resulta evidente que, al referirme al desafío v la dependencia, señalo algo que aparece típicamente en la adolescencia y que puede observarse muy bien en ese período de la vida; de hecho, que constituye un problema básico de manejo: ¿cómo hacer para estar allí, aguardando, cuando el adolescente se vuelve infantil y dependiente, y da todo por sentado, y al mismo tiempo satisfacer la necesidad del adolescente de lanzarse con actitud de desafío a fin de establecer una independencia personal? Probablemente la familia del individuo es la que está en mejores condiciones y más dispuesta para enfrentar ese reclamo, el reclamo simultáneo de tolerancia por parte de los padres frente al desafío, incluso si es violento y, la exigencia con respecto a su tiempo, su dinero y su preocupación. El adolescente que huye del hogar no ha perdido de ninguna manera su necesidad de un hogar y una familia, como todos sabemos. A esta altura considero conveniente hacer una breve recapitulación: en el curso del desarrollo emocional, el individuo pasa de la dependencia a la independencia y, en los casos de salud, conserva la capacidad para pasar de una a otra. No se trata de un proceso que se logre en forma tranquila y fácil, pues está complicado por las alternativas de desafío y regreso a la dependencia. En la actitud desafiante, el individuo se abre paso violentamente a través de todo lo que lo rodea y le da seguridad. Para que esta irrupción le sea provechosa, deben cumplirse dos condiciones. Primero, el individuo necesita encontrar un círculo más amplio dispuesto a ocupar el lugar del que abandona, y esto equivale prácticamente a decir que lo que se necesita es la capacidad para regresar a la situación que se ha abandonado. En un sentido práctico, el niño pequeño necesita desprenderse del regazo y de los brazos de la madre, pero no para lanzarse al espacio; esa ruptura debe llevarlo a un área más amplia de control, algo que simbolice el regazo que acaba de abandonar. Un niño algo mayor se escapa de la casa, pero su huida termina en el fondo del jardín; ahora la cerca que rodea ese terreno simboliza el aspecto más estrecho de la posesión que acaba de superar, digamos, la casa. Más tarde, el niño elabora todo esto cuando va a la escuela y en relación con otros grupos fuera del hogar. En cada caso, estos grupos externos representan una manera de salir del hogar y, al mismo tiempo, son símbolos de ese hogar que ha abandonado y que, en la fantasía, ha destruido. Cuando todo va bien, el niño puede regresar al hogar a pesar del desafío inherente a la huida. Podríamos describir esta situación en términos de la economía interna del niño, de la organización de la realidad psíquica personal. Pero, en gran medida, la posibilidad de descubrir una solución personal depende de la existencia de la familia y del manejo de los padres. O, a la inversa, a un niño le resulta muy difícil elaborar los conflictos de lealtades implícitos en el abandono y el regreso sin un manejo familiar satisfactorio. Generalmente existe un manejo comprensivo porque por lo común existe una familia, existen padres que se sienten responsables y que asumen gustosos esa responsabilidad. En la gran mayoría de los casos, el hogar y la familia existen, permanecen intactos y proporcionan al individuo la oportunidad de alcanzar un desarrollo personal en este importante aspecto. Una cantidad sorprendente de personas pueden mirar retrospectivamente y afirmar que, a pesar de los errores que su familia pudo haber cometido, nunca les fallaron, tal como no lo hicieron sus madres en lo relativo al cuidado que les proporcionaron durante los primeros días, semanas y meses de vida. Dentro del hogar mismo, cuando hay otros hijos, el niño obtiene un inmenso alivio en la posibilidad de compartir los problemas. Nos encontramos aquí con otro vasto tema, pero lo que quiero señalar es que cuando la familia está intacta y los hermanos lo son de verdad, el individuo cuenta con la mejor oportunidad para iniciarse en la vida social. Ello se debe sobre todo a que en el centro de toda esa situación encontramos la relación con el padre y la madre reales, y que aunque ello separe a los niños porque los hace odiarse unos a otros el principal efecto es el de ligarlos, y el de crear una situación en la que odiar no entraña peligro. En realidad se da por sentado con excesiva facilidad que todo esto sucede cuando la familia está intacta, y vemos crecer a los niños y presentar síntomas que a menudo son signos de un desarrollo sano aun cuando resulten molestos y perturbadores. Sólo nos damos cuenta de cuán importante es la familia cuando no está intacta o existe el peligro de que se desintegre. Es verdad que la amenaza de una inminente desintegración de la estructura familiar no lleva necesariamente a la enfermedad clínica de los hijos, porque en algunos casos provoca un crecimiento emocional prematuro y una independencia y un sentimiento de responsabilidad igualmente prematuro, pero esto no es lo que llamamos madurez de acuerdo con la edad, y tampoco es salud, aun cuando exhiba rasgos sanos. Permítaseme enunciar un principio general. Me parece útil comprender que en tanto la familia se mantenga intacta todo se relaciona, en última instancia con los progenitores reales del individuo. En la vida consciente y en la fantasía, el niño puede haberse alejado del padre y de la madre y haber obtenido un gran alivio por ello; no obstante lo cual, la posibilidad de volver junto a los padres está siempre presente en el inconsciente. En la fantasía inconsciente del niño el reclamo se dirige fundamentalmente al padre o a la madre. Gradualmente, ese reclamo directo a sus progenitores reales va desapareciendo considerablemente o casi por completo de la mente del niño, pero aquí hablamos de fantasía consciente. Lo que ha ocurrido es que el niño poco a poco lo ha ido desplazando, de los padres reales hacia afuera. La familia existe como algo consolidado por el hecho de que para cada miembro individual el padre y la madre reales están vivos en la realidad psíquica interna. Observamos así dos tendencias: una, es la tendencia del individuo a alejarse de la madre, y luego del padre y de la madre y, más tarde de la familia, pasos que le van dando cada vez mayor libertad de ideas y de acción; la otra tendencia obra en sentido contrario y es la necesidad de conservar o de ser capaz de recuperar la relación con los padres reales. Es esta segunda tendencia la que convierte a la primera en una parte del crecimiento en lugar de un factor de desorganización de la personalidad. No se trata de percibir intelectualmente que el área cada vez más amplia de relaciones conserva simbólicamente la idea del padre y de la madre. Aquí me refiero a la capacidad del individuo para regresar realmente junto a los progenitores y a la madre, al centro o al comienzo, en algún momento favorable, quizás en un sueño o bajo la forma de un poema o de una broma. El origen de todos los desplazamientos son los progenitores y la madre, y es necesario conservarlo. Todo esto tiene un amplio campo de aplicación: por ejemplo, podemos aplicarlo al emigrante, que crea una nueva forma de vida en las antípodas y, eventualmente, regresa para asegurarse de que Piccadilly Circus no ha cambiado. Confío en haber demostrado así que si se toma en cuenta la fantasía inconsciente, como es menester hacerlo, la necesidad del niño de conservar la relación primaria con los padres se manifiesta a través de su constante exploración de áreas más amplias, de su permanente búsqueda de grupos fuera de la familia y de su desafiante destrucción de todas las formas rígidas. En el desarrollo sano de un individuo, cualquiera que sea la etapa que se atraviesa, lo que se requiere es una progresión sostenida, es decir, una serie bien graduada de acciones desafiantes iconoclastas, cada una de las cuales es compatible con la conservación de un vínculo inconsciente con la figura o figuras centrales, la madre o los progenitores. Si se observa a las familias, se verá que, en el curso natural de los acontecimientos, los padres realizan ingentes esfuerzos por conservar esta serie y organizar su gradación a fin de que no se produzca una ruptura en el encadenamiento del desarrollo individual. El desarrollo sexual constituye un caso especial, tanto en lo que se refiere a establecer una vida sexual personal, como en la búsqueda de una pareja. En el matrimonio se supone que los dos integrantes de la pareja coinciden en desprenderse y alejarse de sus respectivos padres y familias reales y, al mismo tiempo, consuman la idea de formar una familia. En la práctica, estos episodios violentos quedan ocultos por el proceso de identificación, sobre todo la del hijo con el padre y la de la niña con la madre. Con todo, las soluciones definitivas en términos de identificación no resultan satisfactorias, excepto en la medida en que el niño ha realizado el sueño de la derrocación violenta. En relación con este tema, el de la repetida rebelión que caracteriza la vida de los individuos en crecimiento, el complejo de Edipo constituye un alivio, pues en la situación triangular el varón puede conservar su amor por la madre merced a la imagen del padre como obstáculo, y del mismo modo, la niña, merced a la imagen de la madre como obstáculo, puede conservar su intenso deseo con respecto al padre. En lo que atañe exclusivamente a la relación madre-hijo, sólo existen dos posibilidades: ser engullido o liberarse. Cuanto más examinamos estos problemas, tanto mejor comprendemos lo difícil que resulta para cualquier grupo realizar los esfuerzos necesarios para que todo salga bien, a menos que ese grupo sea la familia a que pertenece el niño. Es casi innecesario agregar que no podemos partir del supuesto contrario, esto es, el hecho de que la familia haga todo lo posible por un niño en estos aspectos no significa que el niño alcanzará la plena madurez. Hay muchos peligros inesperados en la economía interna de cada individuo, y la psicoterapia personal tiene como meta principal elucidar estas tensiones y conflictos internos. Continuar desarrollando este tema implicaría adoptar el otro enfoque para el estudio del crecimiento individual al que me referí al comenzar esta sección. Cuando se examina cuidadosamente el papel de la familia, conviene tomar en cuenta los aportes de la psicología social y la antropología a este tema. En lo que se refiere a la psicología social, el reciente estudio de Willmott y Young Family and Kinship in East London (1), puede ser de gran utilidad. Con respecto a la antropología, ya conocemos la forma en que diversos aspectos de la vida familiar varían según el lugar y de acuerdo con la época; que a veces son los tíos y tías quienes crían a los niños, y que la paternidad real puede desaparecer en lo que se refiere al nivel consciente, aunque siempre aparecen indicios que revelan la existencia de un conocimiento inconsciente con respecto a la verdadera paternidad. Volvamos ahora al concepto de madurez como salud. A los individuos les resulta muy cómodo suprimir de un salto una o dos etapas, madurar antes de contar con la edad necesaria para ello, establecerse como individuos cuando en realidad deberían seguir siendo algo más dependientes. Es necesario tener presente todo esto cuando estudiamos la madurez o inmadurez emocional de los individuos que han sido criados lejos de sus propias familias. Pueden desarrollarse de tal modo que al principio nos inclinamos a pensar que han logrado establecerse como seres independientes, y que sin duda debe resultar provechoso tener que arreglárselas solo, sin contar con ninguna ayuda, al comienzo de la vida. Sin embargo, no puedo aceptar esto como una formulación final, pues pienso que, en bien de la madurez, es necesario que los individuos no maduren precozmente, no se establezcan como individuos cuando, de acuerdo con su edad, tendrían que ser relativamente dependientes. Cuando vuelvo a considerar ahora la pregunta que planteé al comienzo, llego a la conclusión de que, si se acepta la idea de que la salud significa madurez de acuerdo con la edad, es imposible alcanzar madurez emocional si no es dentro de un marco en el que la familia se ha convertido en el puente que permite dejar atrás el cuidado de los padres y pasar a la esfera de la provisión social. Y no hay que olvidar que la provisión social constituye en gran medida una prolongación de la familia. Si estudiamos la forma en que las personas cuidan de sus hijos, grandes y pequeños, y si observamos las instituciones políticas de la vida adulta, advertimos desplazamientos que parten del marco hogareño y de la familia. Por ejemplo, comprobamos que se ofrece a los niños que huyen de su propio hogar la oportunidad de encontrar otro del que podrán escapar nuevamente si ello resulta necesario. El hogar y la familia siguen siendo los modelos en que se basa cualquier tipo de provisión social que promete ser eficaz. Así, existen dos rasgos principales que, en el lenguaje que he decidido utilizar aquí, constituyen la contribución de la familia a la madurez emocional del individuo: uno es la existencia sostenida de oportunidad para un alto grado de dependencia; el otro es el hecho de ofrecer la oportunidad para que el individuo se separe violentamente de los padres e ingrese a la familia, que pase de ésta a la unidad social que está inmediatamente fuera de ella, y de esa unidad social pase a otra, y luego a otra y a otra. Estos círculos cada vez más amplios, que llegan a convertirse en agrupamientos políticos, religiosos o culturales en la sociedad, y quizás en el nacionalismo mismo, constituyen el producto final de algo que se inicia con el cuidado materno, o con el cuidado de ambos progenitores, y es continuado luego por la familia. La familia parece haber sido especialmente creada para hacerse cargo de la dependencia inconsciente con respecto a los padres, y esta dependencia incluye la necesidad del niño en crecimiento de desafiarlos y rebelarse contra ellos. Este tipo de razonamiento parte del concepto de que la madurez adulta coincide con la salud psiquiátrica. Cabría decir que el adulto maduro puede identificarse con grupos o instituciones ambientales, sin que ello entrañe la pérdida del sentido de existencia personal, ni un perjuicio excesivo para el impulso espontáneo, el cual constituye el origen de la creatividad. Si examináramos el área abarcada por el término «grupos ambientales», la calificación más alta correspondería al significado más amplio del término, y al área más amplia de la sociedad con la que el individuo se siente identificado. Un rasgo importante es la capacidad del individuo, después de cada rebelión iconoclasta, de redescubrir en las formas dispersas el cuidado materno original, la provisión parental y la estabilidad familiar, todo aquello de que el individuo dependió en las primeras etapas. La función de la familia consiste en ofrecerse como campo de entrenamiento para este rasgo esencial del crecimiento personal. Aquí, dos refranes populares coinciden notablemente: Las cosas ya no son como antes… Plus ça change, plus c’est la méme chose. Los adultos maduros confieren vitalidad a lo que es antiguo, viejo y ortodoxo por el hecho de recrearlo después de haberlo destruido. Así, los padres ascienden un peldaño, y descienden otro, y se convierten en abuelos. . NOTAS: (1) Young, M. y Willmatt, P. (1957). Londres: Rontledge y Kegan.