Obras de Winnicott: La disociación revelada en una consulta terapéutica 1965

La disociación revelada en una consulta terapéutica 1965

Capítulo preparado en 1965 para el libro Crime, Law and Corrections
Me propongo tomar y discutir un detalle del cuadro clínico antisocial, cuya importancia deriva de la
regularidad con que se reitera en las historias clínicas. Para ejemplificar lo que quiero decir,
describiré una entrevista psicoterapéutica a una niña de 8 años que después de esa sesión puso fin
a sus robos reiterados, de lo que cabría inferir que fue significativa. El detalle que sirve de tema a
este estudio aparece hacia el final. El lector deberá tener presente esto, mientras asimile todo el
contenido de una prolongada entrevista en la que se trataron otras cuestiones.
Tema en discusión
En los casos que relatan los padres y maestros, reaparecen una y otra vez declaraciones como
ésta: «El muchacho negó haber robado objeto alguno. No parecía manifestar el menor sentimiento
de culpa, ni de responsabilidad. Sin embargo, al verse confrontado con sus huellas digitales y tras
un interrogatorio persistente, admitió haber robado las mercaderías». Por lo común, a esta altura de
las circunstancias el muchacho sospechoso empieza a cooperar con el investigador y da muestras
de que en todo momento supo lo que negaba saber. Lo mismo da que el menor bajo sospecha o
investigación sea varón o niña.
Ejemplo de disociación tomado de una historia clínica
Los padres de un muchacho de 14 años me relataron detalladamente su temprana infancia. Su
desarrollo había sido normal hasta los 3 años, edad en la que fue hospitalizado a raíz de una grave
enfermedad física. Pareció recuperarse de esta experiencia. Cuando tenía 5 años sus padres se
mudaron de la ciudad al campo, por lo que él debió cambiar de escuela. Su personalidad se alteró.
Por un tiempo se reunió con chicos rudos e indóciles, formó un grupo con ellos y se convirtió en un
niño muy difícil. Perdió todo poder de concentración y de hecho abandonó sus tareas escolares, que
había cumplido bien en los diversos colegios a los que había asistido hasta entonces. La directora
de la escuela le tenía simpatía, pero él no cesaba de importunarla. Por la misma época dejó de
relacionarse fácilmente con las mujeres, se volvió intolerante hacia todas ellas y estrechó su
comunicación con el padre. Luego de este período de dificultades, y a raíz de él, sus padres lo
enviaron a una escuela especializada, porque su retraso intelectual y sus malos modales lo habían
vuelto inaceptable para las escuelas comunes. En todo este lapso el niño siempre había
evidenciado poseer, por lo menos, un nivel medio de inteligencia.
Los padres sabían ahora que tenían ante sí un problema. Renunciaron a sus ambiciones con
respecto al hijo y le buscaron otra escuela muy especializada, con la esperanza de que allí lo
curarían. Me lo trajeron en consulta porque en esta escuela no había tenido ninguna mejoría.
Pregunté si robaba y me dijeron que no, aunque recientemente habían hallado en su poder unos
sobrantes del dinero para gastos de viaje, que debería haber devuelto. Ante los primeros regaños,
el niño negó todo conocimiento de lo que había hecho. Lo mismo sucedió cuando le pregunté si
destruía objetos. Cierta vez tomó una pistola de aire comprimido del armario en el que su padre
guardaba las armas y aterrorizó con ella a todos. Cuando lo reprendieron pasó un día entero
respondiendo con mentiras, hasta que se dio por vencido, confesó de plano y dijo que había sido un
estúpido.
Es indudable que esta familia no maneja al hijo con rigor excesivo. Los padres son muy capaces de
asumir responsabilidades sin exagerar su severidad. El problema radica en el niño, que se ve
compelido a actuar de manera impropia. Ahora tiene 14 años y lo encontraron fumando. El director
de la escuela conversó con él al respecto. El muchacho confesó, admitió que había infringido las
reglas y prometió no reincidir. A los pocos días volvieron a sorprenderlo fumando y esta vez no tuvo
nada que decir.
Este muchacho es un adolescente deprivado y un tanto paranoide que vive en su propio hogar, con
una buena familia. Le cuesta hacerse de amigos; dicen que desea con vehemencia la amistad de
otros, pero es incapaz de conquistarla. Cuando le dijeron que podía ver a un doctor, supo enseguida
a qué se referían y escribió a su familia: «Espero que el doctor pueda enderezar las cosas». Tenía
conciencia de algo que era incapaz de evitar mediante un esfuerzo deliberado; en otras palabras,
padecía de una compulsión que no podía explicar, y cuando descubría lo que había hecho impelido
por esa compulsión, no podía creerlo.
Me propongo fomentar el estudio de esta situación que, de hecho, atrae nuestra atención hacia
aspectos interesantes de la teoría de la conducta antisocial.
Formulación preliminar
Mi tesis es que este tipo de historia clínica ofrece un ejemplo de disociación. El progenitor o el
director de la escuela le habla al niño de una parte disociada y, al responderle, ese niño no miente.
Al negar conocimiento de lo sucedido, el niño está afirmando algo que es cierto para él como
totalidad; para el niño el aspecto del self que cometió el acto no forma parte de su personalidad
total. Algunos dirán quizá que estamos frente a una escisión de la personalidad. Empero, tal vez sea
mejor reservar el término «escisión» [splitting] para los mecanismos de defensa primitivos
subyacentes en la sintomatología de las personalidades esquizofrénicas o fronterizas, o de
individuos con esquizofrenia oculta, y retener el término «disociación» [dissociation] para describir los
casos en que es posible establecer una comunicación con el self principal sobre una parte de este
mismo self.
Este tipo de desintegración parcial es característico del niño antisocial de uno u otro sexo. Si se
lleva adelante la investigación, es posible que el sospechoso acabe por pasar de esta área de
verdadero «estar siendo» [trae being] a otra clase de integración, conforme a su capacidad de lograr
dicha integración en el área intelectual del funcionamiento del yo.
Adviértase que cuando ese muchacho o chica admite haber cometido el acto, el investigador ya le
está hablando al aparato intelectual. A esta altura la integración no resulta difícil. El individuo es
capaz de saber, comprender y recordar; las fuerzas que producen la disociación han dejado de
actuar. Ahora el individuo admite su culpa, pero no la siente.
Su respuesta, que antes era negativa, ahora es afirmativa. Este cambio ha ido acompañado de una
modificación de la relación entre el investigador y el sospechoso. El l segundo se ha vuelto
inaccesible, salvo en lo pertinente al aspecto intelectualizado de su personalidad, y de nada vale ya
que el investigador continúe indagándolo, si bien el cambio puede resultar conveniente desde el
punto de vista sociológico. Tal vez convenga llegar hasta los hechos, pero éstos no tienen valor
alguno si se intenta ayudar al sospechoso.
En suma, el psicoterapeuta tiene una posibilidad de ayudar al individuo en tanto éste dé una
respuesta negativa absolutamente sincera, porque es la parte principal de su personalidad la que
necesita ser ayudada. Esa persona, en su totalidad, actuó bajo una compulsión cuyas raíces eran
inaccesibles para su self consciente, por lo que podemos decir que ella padece de una actividad
compulsiva. Donde hay sufrimiento f puede prestarse ayuda.
Formulación adicional
Si desarrollamos aun más esta idea, tendremos que formular o reformular la teoría sobre la
conducta antisocial.
Vale la pena postular la existencia de una tendencia antisocial. El valor de esta expresión radica en
que abarca no sólo aquello que convierte a un niño en un individuo de temperamento antisocial,
sino también los actos delictuosos, leves y graves, propios de la vida hogareña corriente. En toda
familia siempre se cometen delitos leves; es casi normal que un niño de 2 años y medio robe una
moneda del monedero d de la madre, o que un niño de más edad hurte de la despensa algún
producto muy especial. Por lo demás, todos los niños competen daños contra pertenencias
domésticas. Estos actos sólo se tildarían de conducta antisocial si el niño viviera en un internado.
También debemos incluir en este rubro la e enuresis, la encopresis y la pseudología (una tendencia
muy cercana al robo). No existe una separación neta entre estos actos delictuosos y la tendencia
del niño a dar por sentado que lee permitirán hacer un poco de barullo, desgastar su ropa y su
calzado, lavar mal las cosas, descuidar su higiene personal y, en el caso de los bebés, ensuciar un
sinnúmero de pañales.
La expresión «tendencia antisocial» puede extenderse hasta abarcar cualquier reclamo de la
energía, el tiempo, la credulidad o la tolerancia maternos o parentales que exceda los límites
razonables. Claro está que un mismo reclamo puede parecerle razonable a un padre e irrazonable a
otro…
Puede aceptarse como un hecho que no hay una clara línea demarcatoria entre la conducta
antisocial compulsiva de un individuo que reincide en el delito, en un extremo, y, en el otro, las
exigencias exageradas casi normales que se les hacen a los padres en la vida diaria de cualquier
hogar. Por lo general puede demostrarse que los padres que tratan a un hijo con excesiva
indulgencia practican con él psicoterapia, habitualmente útil, de una tendencia antisocial del niño –
salvo que lo malcríen por razones propias y no por las derivadas de las necesidades de la criatura-.
Formulación teórica simplificada
En su definición más simple, la tendencia antisocial es un intento de plantear un reclamo.
Normalmente se otorga lo reclamado. En psicopatología, el reclamo es una negación de que se
perdió el derecho a plantear reclamos. En la conducta antisocial patológica, el niño antisocial se ve
impulsado a remediar la falla olvidada y a obligar a la familia y la sociedad a hacer otro tanto. La
conducta antisocial corresponde a un momento de esperanza en un niño que en otras
circunstancias se siente desesperanzado. La tendencia antisocial nace de una deprivación; la
finalidad del acto antisocial es remediar el efecto de la deprivación negándola. La dificultad que
surge en la situación real tiene dos aspectos:
1) El niño ignora cuál fue la deprivación original.
2) La sociedad no está dispuesta a tener en cuenta el elemento positivo de la actividad antisocial,
en parte porque le molesta verse agraviada o dañada (lo cual es muy natural), pero también porque
no es consciente de este punto importante de la teoría.
Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación y no en una
privación. Esta última produce otro resultado: si la ración básica de ambiente facilitador es
deficiente, se distorsiona el proceso de maduración y el resultado no es un defecto en el carácter,
sino en la personalidad.
La etiología de la tendencia antisocial comprende un período inicial de desarrollo personal
satisfactorio y una falla ulterior del ambiente facilitador, que el niño siente aunque no la aprecie
intelectualmente. El niño puede conocer esta secuencia de hechos: «Me iba bastante bien; después,
no pude seguir desarrollándome. Sucedió cuando vivía en… y tenía… años, y ocurrió un cambio».
En condiciones especiales (p.ej., en psicoterapia) puede hacerse actual ,en un niño este
entendimiento basado en la memoria. Mentiríamos si dijéramos que el niño suele sostener estas
ideas conscientemente, pero así sucede a veces y es común que un niño tenga un conocimiento
claro de la deprivación en una versión posterior de la misma: por ejemplo, un período de soledad
insoportable, experienciado a los 7 años de edad y asociado con la congoja ante una muerte o el
ingreso en una escuela de pupilos, con el consiguiente alejamiento del hogar.
Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del niño (psicosis), pero sí lo movió
a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación. A menos que se sienta
desesperanzado, el niño siempre debe tratar de saltar hacia atrás por sobre el área de zozobra
intolerable y llegar hasta el período anterior recordado, cuando él y sus padres daban por sentada
su dependencia y el niño hacía a sus padres una demanda apropiada a su edad ; , a la capacidad
de ellos para adaptarse a las necesidades de cada hijo.
Así pues, la tendencia antisocial puede ser una característica de los niños normales, así como de
los niños de cualquier tipo o diagnóstico psiquiátrico, salvo la esquizofrenia, por cuanto el
esquizofrénico vive en un estado de distorsión asociado con la privación y, por ende, no está lo
bastante maduro como para padecer una deprivación. La personalidad paranoide encuadra muy
fácilmente la tendencia antisocial dentro de la tendencia general a sentirse perseguido; de ahí la
posibilidad de que contenga una superposición de dos tipos de perturbación: de la personalidad y
del carácter.
La mejor forma de estudiar la tendencia antisocial es observando al niño menos enfermo, al que se
siente verdaderamente perplejo al descubrir que lleva a cuestas una compulsión a robar, mentir,
causar daño y provocar diversas reacciones sociales. Si esta investigación se combina con una
labor terapéutica -como se debería hacer siempre-, es indispensable tomar las medidas necesarias
para establecer un diagnóstico temprano y actuar con la mayor eficacia y rapidez posibles.
De hecho, es preciso que el investigador se mantenga en contacto con una escuela o un grupo
privado y que éstos le deriven los niños ante la primera manifestación de un defecto del carácter, o
de síntomas que provoquen una reacción social, antes de que entre en juego el castigo. No bien se
produce un forcejeo entre la tendencia antisocial y la reacción social, comienzan los beneficios
secundarios y el caso en cuestión se encamina hacia ese endurecimiento que relacionamos con la
delincuencia.
El detalle específico de la relación
La etapa temprana y el niño menos enfermo son especialmente adecuados para abordar esta
negación, por cuanto en ambos se la puede tratar como un síntoma indicador de cierta fortaleza y
organización yoicas, con la consiguiente carga positiva en la evaluación del pronóstico. El niño que
no reconoce su acto antisocial es un niño acongojado que necesita ayuda y puede recibirla. Su
zozobra obedece a que se siente compelido a actuar; esta compulsión de origen desconocido lo
enloquece y lo induce a recibir con agrado toda comprensión y ayuda en esta etapa temprana o
predelictiva.
El siguiente informe (resumido) sobre la entrevista a una adolescente esclarecerá esta idea.
El caso de una muchacha de 17 años
Le pregunté si robaba y ella me respondió: «Bueno… en una sola ocasión, cuando tenía 7 años,
pasé por un período en el que agarraba constantemente los peniques y cualquier otra cosa de ese
tipo que encontraba por ahí, en mi casa. Siempre me he sentido muy culpable por esto y nunca se
lo he contado a nadie. En realidad es muy tonto de mi parte [guardar el secreto]. ¡Fue una falta tan
pequeña!».
A esta altura de la entrevista hice una interpretación. Le dije que la dificultad radicaba en que ella no
sabía realmente por qué había robado esas monedas; en otras palabras, había actuado bajo una
compulsión. Le hablé del tema. Ella se mostró muy interesada y comento: «Sé que los niños roban
cuando han sido privados de algo, pero hasta ahora nunca se me había ocurrido que, por supuesto,
mi problema era que tenía que robar y no sabía por qué. Lo mismo sucede con las mentiras. Verá
usted, es patéticamente fácil engañar a la gente, y yo soy una estupenda actriz. No quiero decir con
esto que podría actuar sobre un escenario, pero en cuanto me meto en un engaño puedo llevarlo a
cabo tan bien, que nadie se da cuenta. El problema está en que a menudo son engaños
compulsivos y no tienen sentido».
La entrevista psicoterapéutica
A continuación ofreceré una descripción completa y detallada de una entrevista psicoterapéutica a
una niña de 8 años, traída a la consulta a causa de sus reiterados robos. (También tenía enuresis,
pero este problema no excedía los límites de comprensión y tolerancia de sus padres.) El lector
hallará al final de ella el ejemplo de la negación representando una disociación.
Derivación: La escuela había advertido claramente que los robos de Ada estaban causando
problemas; si el síntoma persistía, la niña tendría que dejar el colegio.
Ada vivía demasiado lejos como para que yo pudiera pensar en ponerla bajo tratamiento; podría
verla una sola vez, o a lo sumo algunas veces (no muchas). Por consiguiente, debería hacer todo lo
posible por resolver su caso en la primera consulta terapéutica.
Este no es el lugar apropiado para describir la técnica utilizada en este tipo de consultas; no
obstante, enunciaré algunos principios:
1. Para hacer este trabajo se requiere un conocimiento del psicoanálisis clásico.
2. Sin embargo, no se trata de un trabajo psicoanalítico, por cuanto se efectúa en la atmósfera
subjetiva original del primer contacto. El profesional aplica esta terapia no analítica aprovechando
un sueño referente al analista que el paciente puede haber tenido en la noche anterior a este primer
contacto, o sea, basándose en la capacidad del paciente de tener fe en una figura comprensiva y
dispuesta a ayudarlo.
3. Su intención es jugarse el todo por el todo en la primera entrevista o en las tres primeras. Si el
caso requiere un trabajo adicional empieza a alterarse su naturaleza, convirtiéndose en un
tratamiento psicoanalítico.
4. De hecho, la parte principal del tratamiento queda a cargo del propio hogar del niño y de sus
padres, quienes requieren información y apoyo constantes. Ellos están más que dispuestos a
cumplir esta tarea, si pueden hacerlo. Dicho de otro modo, los padres odian perder la
responsabilidad inmediata sobre su hijo… y eso es lo que sienten cuando el niño inicia un
tratamiento psicoanalítico, éste marcha bien y arrecia la neurosis de transferencia.
De esto se infiere que los niños carentes de un medio básico que los apoye, o cuyos progenitores
padezcan una enfermedad mental, no pueden recibir una ayuda concreta mediante este método
rápido.
El tratamiento tiene por objeto desenganchar algo que está impidiendo el manejo del niño por sus
propios padres. Debemos recordar que en la inmensa mayoría de los casos los progenitores no
necesitan recibir ayuda, ni consultan a un psiquiatra, porque tienen éxito en su tratamiento del chico
por medio del manejo. Ayudan a sus hijos a superar las fases de conducta difícil adoptando técnicas
complejas que forman parte del cuidado parental. Lo que no pueden ni deben hacer es emprender
con el niño un trabajo psicoterapéutico como éste, porque en él se llega hasta un estrato que el niño
nunca ha revelado a sus padres y que pone en contacto con su inconsciente.
Entrevista: Vi a la niña sin entrevistar antes a la madre, que me la había traído. Actué así porque a
esta altura del caso no me interesaba obtener un relato fiel de sus antecedentes, sino lograr que la
paciente me abriera su corazón, primero lentamente, a medida que adquiriera confianza en mí, y
luego en profundidad, si descubría que podía arriesgarse a hacerlo.
Nos sentamos ante una mesita sobre la que había dispuesto varias hojas de papel de tamaño
pequeño, un lápiz negro y una caja con algunos lápices de colores.
Estaban presentes dos asistentes sociales psiquiátricos y un visitante.
Ada respondió a mi primera pregunta diciéndome que tenía 8 años; tenía una hermana mayor de 16
años y un hermanito de 4 años y medio. Luego dijo que le gustaría dibujar, pues era «su pasatiempo
favorito». Dibujó varias flores en un florero,
una lámpara que colgaba del techo frente a ella
y la hamaca instalada en el patio de recreo, con el sol y algunas nubes.
Comentario: Estos tres dibujos tenían poco valor como tales y carecían de imaginación; eran
figurativos. No obstante, las nubes incluidas en el tercero poseían un significado, como se verá
hacia el final de la serie de figuras.
Ada dibujó luego un lápiz .
«¡Oh, Dios mío! -exclamó-. ¿No tiene una goma de borrar? Es cómico… algo anda mal en él». Le
contesté que no tenía ninguna goma de borrar y que si estaba mal hecho podría modificarlo; así lo
hizo y acotó: «Es demasiado gordo».
Comentario: Cualquier analista que lea esto ya habrá pensado en varios tipos de simbolismos y en
diversas interpretaciones posibles. En este trabajo las interpretaciones son escasas y, como se
verá, se reservan para los momentos significativos. Por supuesto, uno tenía en mente dos ideas: un
pene erecto o el vientre de una mujer embarazada. Hice algunos comentarios pero ninguna
interpretación.
A continuación dibujó una casa con sol, nubes y una planta florecida (fig. 5; obsérvense las nubes).
Le pregunté si podía dibujar una persona. Ada respondió que dibujaría a su prima (fig. 6) pero,
mientras lo hacía, dijo: «No puedo dibujar manos».
A esta altura de la sesión yo confiaba cada vez más en que saldría a relucir el tema de los robos,
por lo que pude apoyarme en el «proceso» de la propia paciente. De allí en adelante, lo importante
no era precisamente lo que yo dijera o no dijera, sino que me adaptara a las necesidades de la niña
y no le pidiera que ella se adaptara a las mías.
El ocultamiento de las manos podía relacionarse con el tema del robo o el de la masturbación;
ambos se relacionaban entre sí, por cuanto el robo sería una actuación compulsiva de fantasías de
masturbación reprimidas. (El dibujo de la prima contenía una nueva indicación de embarazo, pero
este tema no adquirió significación en esta sesión. Nos habría conducido al embarazo de la madre
de Ada, cuando la niña tenía 3 años.)
Ada le buscó una explicación lógica al ocultamiento de las manos, y dijo: «Está escondiendo un
regalo».
«¿Puedes dibujar el regalo?», le pregunté. El obsequio era una caja conteniendo pañuelos .
«La caja está torcida», comentó Ada. «¿Dónde compró el regalo?», inquirí. Ella dibujó el mostrador
de John Lewis, una de las principales tiendas de Londres
Le pregunté por qué no dibujaba ala señora que compraba el regalo, con la evidente intención de
poner a prueba su capacidad para dibujar manos. Ella volvió a dibujar una mujer con las manos
ocultas, vista desde atrás del mostrador .
El lector habrá advertido que los dibujos tienen trazos más fuertes desde que la imaginación entró a
participar en su concepción.
El tema de la compra y entrega de regalos formó parte de la presentación de sí misma que me
estaba haciendo Ada, pero ni ella ni yo sabíamos que adquiriría importancia más adelante. Yo
sabía, empero, que la idea de comprar se empleaba por lo común para encubrir la compulsión de
robar y que, a menudo, la entrega de regalos es una explicación racional destinada a encubrir esa
misma compulsión.
«Me gustaría mucho ver a la señora de espaldas», dije, y Ada. La niña quedó
sorprendida ante su dibujo, y exclamó: «¡Oh! Tiene brazos largos como los míos; está tanteando en
busca de algo. Lleva un vestido negro de mangas largas; es el que tengo puesto. En otro tiempo
perteneció a mamá».
Ahora, la persona que aparecía en las figuras representaba a la misma Ada. En la niña
había dibujado las manos de una manera especial: los dedos me recordaban el lápiz demasiado
gordo. No formulé ninguna interpretación.
Yo no sabía con certeza cómo evolucionaría la sesión; quizás, esto sería todo cuanto obtendría de
Ada. Durante una pausa, la interrogué acerca de las técnicas que utilizaba para dormirse -o sea,
para hacer frente al cambio del estado de vigilia al sueño-, y a las dificultades por las que pasan los
niños que tienen sentimientos conflictivos con respecto a la masturbación.
«Tengo un oso muy grande», dijo Ada. Mientras lo dibujaba con cariño me contó su historia.
También poseía un gatito de carne y hueso, que encontraba en su cama cuando despertaba por la
mañana. Me habló de su hermano, que se chupaba el pulgar, y dibujó la mano del niño con varios
pulgares para chupar .
Obsérvense los dos objetos, parecidos a los pechos maternos, que ocupan el mismo lugar donde
había nubes en dibujos anteriores. Tal vez esta figura incluía recuerdos del hermano cuando era
bebé, tendido sobre el cuerpo de la madre, cerca de sus pechos. No hice ninguna interpretación.
El ritmo de nuestro trabajo conjunto decayó, como si se mantuviera en suspenso. Se diría que Ada
se preguntaba inconscientemente si sería seguro (léase «ventajoso») ahondar más en el tema.
Mientras se interrogaba a sí misma sin saberlo, dibujó «un alpinista orgulloso»