Obras de Lev Semiónovich Vygotsky: La psique, la conciencia; el inconsciente

Obras de Lev Semiónovich Vygotsky

La psique, la conciencia; el inconsciente (1)

Las tres palabras que encabezan el título de nuestro ensayo: la psique, la conciencia y el inconsciente representan no sólo tres cuestiones psicológicas centrales y fundamentales, sino que son en mucho mayor grado cuestiones metodológicas, es decir, cuestiones relativas a los principios de estructuración de la propia ciencia psicológica. T. Lipps lo ha expresado muy certeramente en su conocida definición del problema de lo subconsciente, según .a cual, lo subconsciente no es tanto una dimensión psicológica como un problema que afecta a la propia psicología como ciencia.
Lo mismo sobreentendía también H. Höffding (1908) cuando afirmaba que la introducción en psicología del concepto de lo inconsciente tiene un significado análogo a la introducción del concepto de energía potencial en física. Es sólo a partir de la introducción de este concepto cuando se hace posible en todo su sentido la psicología como ciencia independiente, capaz de unir y coordinar los hechos de la experiencia en un determinado sistema subordinado a regularidades concretas. Cuando H. Münsterberg se ha ocupado de este mismo problema ha establecido una analogía entre el problema de lo inconsciente en psicología y el de la existencia de conciencia en los animales y afirma que es imposible decidir cuál de las diferentes explicaciones del problema es la correcta si nos basamos únicamente en observaciones. Para él es un problema que es preciso resolver antes de ponernos a estudiar los hechos.
En otras palabras, la cuestión de si poseen o no conciencia los animales no puede resolverse experimentalmente, se trata de una cuestión gnoseológica. Y lo mismo sucede en el caso del inconsciente: ninguna de las vivencias anormales puede servir por sí misma para demostrar que es necesaria una explicación psicológica y no fisiológica. Estamos ante una cuestión filosófica que es preciso resolver teóricamente antes de que podamos ocuparnos de explicar hechos concretos.
Vemos que tanto corrientes psicológicas como sistemas enteros se desarrollan de manera completamente distinta en función de las explicaciones que brindan sobre los tres términos que dan título a este capítulo. Basta recordar como ejemplo el psicoanálisis, construido sobre el concepto de lo inconsciente, y comparar con él la psicología empírica tradicional, que estudia exclusivamente fenómenos conscientes. 95
Basta además recordar la psicología objetiva de I. P. Pávlov y de los behavioristas norteamericanos, que excluyen por completo los fenómenos psíquicos del círculo de sus investigaciones y compararlos con los partidarios de la denominada psicología comprensiva o descriptiva, cuya única tarea consiste en analizar, clasificar y describir los fenómenos de la vida psíquica sin recurrir en absoluto a las cuestiones de la fisiología y el comportamiento. Basta recordar tan sólo todo esto para convencerse de que la cuestión de la psique, consciente e inconsciente, tiene un valor metodológico determinante para cualquier sistema psicológico. El propio destino de nuestra ciencia depende de cómo se resuelva esta cuestión, fundamental para ella.
Para unos dejará de existir por completo, siendo sustituida por la actual fisiología del cerebro o reflexología, para otros se transformará en psicología eidética o fenomenología pura del espíritu; los terceros buscan finalmente los caminos para la consecución de una psicología sintética. Por nuestra parte no enfocaremos esta cuestión desde una vertiente histórica o crítica, no nos dedicaremos a analizar en su totalidad los tipos más importantes de comprensión de todos estos problemas, sino que limitaremos desde el principio nuestra tarea a considerar la importancia de los tres términos en el sistema de la psicología científica objetiva.
Hasta hace muy poco, la posibilidad de la psicología como ciencia independiente se ha hecho depender a su vez del reconocimiento de la psique como esfera independiente de la existencia. Todavía está muy extendida la opinión de que el contenido y objeto de la ciencia psicológica están constituidos por los fenómenos o los procesos psíquicos y que, por consiguiente, la psicología como ciencia independiente tan sólo es posible si partimos del presupuesto filosófico-idealista de la independencia y la existencia inicial en el mismo plano de espíritu y materia.
Así es como actúan la mayoría de los sistemas idealistas respecto a la psicología, procurando emanciparla de su natural tendencia a unirse a las ciencias naturales, del «materialismo sutil» (según expresión de W. Dilthey) que penetra en ella desde la filosofía. E. Spranger, uno de los más importantes representantes actuales de la psicología comprensiva o de la psicología como ciencia del espíritu, ha planteado últimamente una exigencia que significa de hecho que la psicología debe elaborarse exclusivamente partiendo del método psicológico. Para Spranger resulta evidente que esto presupone, obligatoriamente, renunciar a cualquier género de explicación fisiológica en psicología y optar por explicar los fenómenos psíquicos partiendo de ellos mismos.
Esa misma idea es esgrimida a veces incluso por los fisiólogos. Así en los comienzos de sus investigaciones sobre la salivación psíquica Pávlov llegó a la conclusión de que el acto psíquico, el deseo ardiente de comer, es, sin duda, un excitante de los centros de los nervios salivales. Como es sabido, posteriormente renunció a este punto de vista y estableció que al estudiar el comportamiento de los animales y en particular la salivación psíquica hay 96 que evitar referirse a toda suerte de actos psíquicos; Expresiones tales como «el deseo ardiente de comer», «el perro recordó», «el perro adivinó», fueron eliminadas por completo de su laboratorio, estableciéndose una multa especial para quienes recurrieran durante el trabajo a este tipo de expresiones psicológicas para explicar tal o cual acto del animal.
En opinión de Pávlov, cuando recurrimos a actos psíquicos estamos escogiendo el camino del pensamiento indeterminista, inmotivado, y nos estamos apartando de la vía rigurosa de la ciencia natural. Por eso, la vía acertada tanto para resolver el problema del comportamiento como para dominar el comportamiento pasa, en su opinión, por una auténtica fisiología del cerebro, que pueda investigar las conexiones nerviosas y las correspondientes conexiones de reflejos, así como las unidades de comportamiento sin suponer que vayan acompañadas, en absoluto, por ningún fenómeno psíquico.
I. P. Pávlov ha demostrado, y en esto estriba su enorme mérito, que se puede interpretar el comportamiento desde un punto de vista fisiológico, sin tratar de entrar en absoluto en el mundo interno del animal, y que este comportamiento puede ser explicado con exactitud científica, e incluso podemos predecir este comportamiento bajo determinadas condiciones, y todo ello sin necesidad de formarnos una idea, siquiera sea vaga y lejana, de las vivencias del animal. Dicho de otro modo, Pávlov ha mostrado que es posible estudiar objetiva-fisiológicamente el comportamiento, al menos del animal, y en principio también posiblemente el de las personas. Es decir, estudiar el comportamiento ignorando la vida psíquica.
Al mismo tiempo, Pávlov, asiéndose a la misma lógica que E. Spranger, da a Dios lo que es de Dios y al César .o que es del César, dejando a la fisiología el enfoque objetivo del comportamiento y a la psicología el subjetivo. También para Pávlov lo psicológico y lo psíquico coinciden por completo. Como ha mostrado toda la historia de nuestra ciencia, esta cuestión es completamente insoluble si partimos desde el supuesto filosófico mantenido hasta ahora por la psicología. Se ha creado una situación que parece expresar y resumir sumariamente todo el largo desarrollo de nuestra ciencia.
Tenemos por un lado la completa negación de las posibilidades de estudiar la psique y la decisión de ignorarla, pues su estudio nos pone en el camino del pensamiento inmotivado. Lo que en realidad caracterizaría a la vida psíquica serían sus intervalos, la falta de una percepción permanente y constante de sus elementos, la desaparición y reaparición de estos elementos. De ahí que se vea imposible establecer relaciones causales entre elementos aislados, como resultado de lo cual surge la necesidad de renunciar a la psicología como disciplina científico-natural. «Desde el punto de vista de la psicología —dice Münsterberg—, no se dan conexiones reales ni siquiera entre fenómenos completamente conscientes de la vida psíquica, de modo que tales fenómenos no pueden ser las causas de algo, ni servirle de explicación. Por eso, en la vida interna, tal y como la considera la psicología, no existe una causalidad directa, porque la explicación causal sólo es 97 aplicable a los fenómenos psíquicos, que pueden ser considerados como un complemento de los procesos fisiológicos» (1914, pág. 631).
Por tanto, una de las vías nos conduce a la completa negación de la psique y, por consiguiente, de la psicología. Quedan los otros dos caminos, no menos interesantes, que atestiguan con no menos claridad el callejón sin salida al que el desarrollo histórico ha conducido a nuestra ciencia.
El primero de ellos es la psicología descriptiva, de la que ya hemos hablado. Considera que la psique es una esfera de la realidad totalmente aislada, en la que no actúa ninguna de las leyes de la materia, y constituye el verdadero reino del espíritu. En ese ámbito completamente espiritual son imposibles toda clase de relaciones causales; y dentro de él hay que buscar la comprensión, la aclaración de los significados, el establecimiento de los valores. Dentro de él se pueden describir y dividir las estructuras, clasificarlas y establecerlas. Esta psicología descriptiva se contrapone a la explicativa, eliminando por completo del campo de la ciencia las tareas de la explicación.
A la psicología descriptiva como ciencia del espíritu se le opone la psicología científico-natural. Así, de nuevo la psicología se escinde en dos partes que no guardan relación mutua. En la psicología descriptiva imperan otros procedimientos de conocimiento totalmente diferentes: no se puede recurrir a la inducción para establecer leyes empíricas, sino que predomina el método analítico o fenomenológico, el método de la apreciación sobre el sentido o la intuición, que permite analizar los datos obtenidos directamente de la conciencia.
«En el campo de la conciencia —dice E. Husserl— la diferencia entre el fenómeno y la realidad ha sido destruida» (1911, pág. 25). En él, toda apariencia que parece es realidad. Por eso, este tipo de psicología se parece mucho más a la geometría que cualquier otra ciencia natural, como, por ejemplo, la física: y por eso también esta psicología deberá transformarse en las matemáticas del espíritu con que soñaba Dilthey. Es evidente que en este caso lo psíquico se identifica íntegramente con lo consciente, ya que la intuición presupone la concienciación directa de las vivencias propias. Pero hay todavía un método en psicología, que, como señala E. Spranger, obedece también al principio que él mismo propone, aunque siguiendo el camino inverso: lo psicológico – psicológicamente. Para esta corriente lo psíquico y lo consciente no son sinónimos. El concepto central de la psicología es lo inconsciente, que permite rellenar las lagunas de la vida psíquica, establecer las conexiones causales que faltan, continuar la descripción de los fenómenos psíquicos más allá de la mente pero en los mismos términos, considerando que la causa debe ser homogénea con la consecuencia, o por lo menos estar en la misma línea que ella.
Por tanto, se mantiene la posibilidad de la existencia de la psicología como una ciencia específica. Pero este intento es en gran parte doble, ya que incluye dentro de él dos tendencias esencialmente heterogéneas. Spranger sostiene acertadamente que Freud, principal representante de esta teoría, parte tácitamente del mismo principio que la psicología comprensiva, es 98 decir, de que en el campo 164980 de la psicología el conocimiento debe construirse, siempre que se de forma puramente psicológica. Digresiones prematuras o casuales en el campo de lo anatómico y lo fisiológico, aunque puedan descubrir conexiones psicofísicas a nivel factual, no nos ayudaran en absoluto a comprender nada.
La alternativa de Freud consiste en un intento de continuar interpretando las conexiones y las dependencias de los fenómenos psíquicos en el ámbito de lo inconsciente, y en suponer que tras los fenómenos conscientes se hallan los inconscientes, que los condicionan y que pueden ser reconstruidos mediante el análisis de sus huellas y la interpretación de sus manifestaciones. Pero el propio Spranger hace a Freud un severo reproche: en esa teoría se observa un error teórico curioso. Dice que si bien con Freud se ha superado el materialismo fisiológico, continúa existiendo un materialismo psicológico, una premisa metafísica tácita, consistente en que la presencia de una atracción sexual se explica por sí misma y todas las demás deben interpretarse a partir de ella.
En efecto, la tentativa de crear una psicología con ayuda del concepto de inconsciente tiene en este caso dos vertientes: por un lado, es afín a la psicología idealista, ya que se cumple el precepto de explicar los fenómenos psíquicos a partir de sí mismos, y por otro, Freud se sitúa en el terreno del materialismo al introducir la idea de un fuerte determinismo en todas las manifestaciones psíquicas, cuya base queda reducida al nivel orgánico y biológico, en concreto, al instinto de conservación de la especie.
Tres son pues las vías que se nos ofrecen: renunciar al estudio de la psique (reflexología), «estudiarla» a través de lo psíquico (psicología descriptiva) y conocerla a través de lo inconsciente (Freud). Como veremos, se trata de tres sistemas psicológicos totalmente distintos, que son el resultado de las diferentes maneras de acceder a la comprensión de la psique en cada uno de ellos. Ya hemos dicho que el desarrollo histórico de nuestra ciencia ha conducido este problema a un callejón sin salida, del que no hay otra forma de sustraerse que renunciando al fundamento filosófico de la vieja psicología.
Sólo un enfoque dialéctico del problema nos desvela que en el propio planteamiento, sin excepción, de todos los problemas relacionados con la psique, la conciencia y lo inconsciente, se había cometido un error. En todos los casos estamos ante problemas planteados equivocadamente, de ahí que sean insolubles. La profunda diferencia entre los problemas psíquicos y fisiológicos resulta totalmente insuperable para el pensamiento metafísico, mientras que la irreductibilidad de unos a otros no constituye obstáculo alguno para el pensamiento dialéctico, acostumbrado a analizar los procesos de desarrollo por un lado como procesos continuos y, por otro, como procesos que van acompañados de saltos, de la aparición de nuevas cualidades.
La psicología dialéctica parte ante todo de la unidad de los procesos psíquicos y fisiológicos. Para la psicología dialéctica la psique no es, como expresara Spinoza, algo que yace más allá de la naturaleza, un Estado dentro de otro, sino una parte de la propia naturaleza, ligada directamente a las 99 funciones de la materia altamente organizada de nuestro cerebro. Al igual que el resto de la naturaleza, no ha sido creada, sino que ha surgido en un proceso de desarrollo. Sus formas embrionarias están presentes desde el principio: en la propia célula viva se mantienen las propiedades de cambiar bajo la influencia de acciones externas y de reaccionar a ellas.
En algún lugar, en un determinado nivel de desarrollo de los animales, se produjo un cambio cualitativo en el perfeccionamiento de los procesos cerebrales, que, por un lado, había sido preparado por toda la marcha precedente del desarrollo y, por otro, constituía un salto en su curso, ya que representaba la aparición de una nueva cualidad, que no podía ser reducida mecánicamente a fenómenos más simples. Si aceptamos esta historia natural de la psique comprenderemos también la segunda idea: la psique no debe ser considerada como una serie de procesos especiales que existen en algún sitio en calidad de complementos por encima y aparte de los cerebrales, sino como expresión subjetiva de esos mismos procesos, como una faceta especial, una característica cualitativa especial de las funciones superiores del cerebro.
Mediante la abstracción, el proceso psíquico se separa o sustrae del psicofisiológico, pero es en su seno donde únicamente adquiere significado y sentido. La impotencia de la vieja psicología para resolver el problema psíquico estribaba en gran medida en que debido a su enfoque idealista, lo psíquico se escapaba del proceso global del que es parte integrante, y era considerado como un proceso independiente que existe paralelamente a los procesos fisiológicos y sin relación alguna con ellos.
Por el contrario, el reconocimiento de la unidad de este proceso psicofisiológico nos conduce obligatoriamente a una exigencia metodológica completamente nueva: no debemos estudiar los procesos psíquicos y fisiológicos de forma separada, puesto que desgajados del conjunto se nos hacen totalmente incomprensibles; debemos abordar pues el proceso en su totalidad, lo que implica considerar a la vez los aspectos subjetivos y objetivos.
No obstante, asumir la unidad de lo psíquico y lo físico reconociendo, en primer lugar, que la psique ha surgido en un determinado nivel de desarrollo de la materia orgánica y, en segundo, que los procesos psíquicos constituyen una parte inseparable de conjuntos más complejos, fuera de los cuales no existen y por tanto no pueden ser estudiados, no debe llevarnos a identificar lo psíquico con lo físico.
Esta identificación se ha realizado por dos vías: una de ellas es característica de la corriente de la filosofía idealista reflejada en los trabajos de E. Mach; otra es propia del materialismo mecanicista y de los materialistas franceses del siglo XVIII. El último punto de vista consiste en identificar el proceso psíquico con el fisiológico nervioso reduciendo aquél a este último. Resultado de ello es que el problema de la psique se anula por completo y se borra la diferencia entre el comportamiento psíquico superior y las formas anteriores de adaptación de la psique. El indiscutible testimonio de la experiencia directa se destruye, llegando a una contradicción inevitable e irreconciliable con todos los datos, sin excepción, de la experiencia psíquica. 100
Otra identificación, propia del enfoque de Mach consiste en equiparar la vivencia psíquica —por ejemplo, la sensación—, con el correspondiente objeto real. Como es sabido, en la filosofía de Mach este tipo de identificación lleva al reconocimiento de la existencia de elementos en los que no se puede distinguir lo objetivo de lo subjetivo.
La psicología dialéctica renuncia a una y otra identificación no confunde los procesos psíquicos con los fisiológicos, reconoce lo irreductible de la singularidad cualitativa de la psique y afirma únicamente que los procesos psicológicos son únicos. Llegamos, por consiguiente, al reconocimiento de procesos psicofisiológicos singulares y únicos, que constituyen las formas superiores de comportamiento del hombre, a los cuales podemos denominar procesos psicológicos, a diferencia de los psíquicos por analogía con los llamados procesos fisiológicos.
Es fácil que se nos pregunte: ¿por qué no llama: con este doble nombre a procesos que son psicofisiológicos por su naturaleza, como ya hemos reconocido? Creemos que la razón principal consiste en que llamarlos psicológicos implica una opción metodológica con la que abordar aquellos procesos que estudia la psicología y con lo cual estamos subrayando la posibilidad y necesidad de un objetivo único e integral de la psicología como ciencia. Junto a esto y sin que coincida con ello puede existir también el estudio psicofisiológico: la fisiología psicológica o la psicología fisiológica, que considera como tarea específica establecer las conexiones y dependencias que existen entre uno y otro género de fenómenos.
De hecho, con frecuencia se comete en nuestra psicología un error importante en relación a este problema. Esa fórmula dialéctica de unidad, pero no de identidad, entre los procesos psíquico y fisiológico, se interpreta a menudo equivocadamente y lleva a contraponer lo psíquico y lo fisiológico, lo que a su vez suscita la idea de que la psicología dialéctica debe estar constituida por el estudio puramente fisiológico de los reflejos condicionados y por el análisis introspectivo, que se unen mecánicamente entre sí. No puede concebirse nada más antidialéctico.
La originalidad de la psicología dialéctica consiste justamente en que intenta determinar de un modo completamente nuevo su objeto de estudio, que no es otro que el proceso integral del comportamiento. Este se caracteriza por contar tanto con componentes psíquicos como fisiológicos, aunque la psicología deba estudiarlos como un proceso único e integral, tratando de ese modo de hallar una salida del callejón en que se había metido. Podríamos recordar aquí la advertencia que hace V. I. Lenin en el libro «Materialismo y empiricocriticismo» (Obr. comp., t. 18, pág. 150) sobre una interpretación errónea de esta fórmula. Afirma Lenin que la contraposición de lo psíquico y lo físico es completamente necesaria, pero dentro de los límites estrictos del planteamiento de las tareas gnoseológicas, y que llevar fuera de dichos límites tal contraposición sería una gran equivocación.
La dificultad metodológica de la psicología consiste precisamente en que su punto de vista es científico-real, ontológico, y por eso en ella sería un 101 error esta contraposición. Así como en el análisis gnoseológico debemos» contraponer rígidamente sensación y objeto, en el psicológico no debemos contraponer el proceso psíquico y el fisiológico.
Intentemos explorar ahora, desde esta perspectiva, si el aceptar esta tesis nos ofrece alguna salida del callejón. Como es sabido, la psicología tradicional no ha encontrado todavía solución a dos problemas: el de la importancia biológica de la psique y el del esclarecimiento de las condiciones en que la actividad cerebral comienza a ser acompañada por fenómenos psicológicos. Personas tan opuestas como el objetivista V. M. Béjterev y el subjetivista K. Bühler reconocen a la par que no sabemos nada de la función biológica de la psique, pero que no cabe admitir que la naturaleza crea dispositivos superfluos y que, como la psique ha surgido en el proceso de la evolución, ha de desempeñar alguna función, aunque hasta ahora ésta nos resulte completamente incomprensible.
Pensamos que la insolubilidad de estos problemas radica en un plantea-miento equivocado. Es absurdo arrancar primero una determinada cualidad de un proceso integral e interrogarse después sobre sus funciones como si existiera de por sí, totalmente independiente del proceso integral del cual es una propiedad. Es absurdo, por ejemplo, después de separar del sol su calor atribuirle un significado independiente y preguntar qué significado tiene y qué acción puede ejercer ese calor.
Y sin embargo, así es precisamente como la psicología ha actuado hasta ahora. Ha descubierto la vertiente psíquica de los fenómenos y después ha intentado demostrar que no sirve para nada, que esa vertiente psíquica es incapaz de producir por sí misma el menor cambio en la actividad cerebral. Ya el propio planteamiento de la cuestión encierra la falsa suposición de que los fenómenos psíquicos pueden influir en los cerebrales. Es absurdo preguntar si esta cualidad puede actuar sobre un objeto del que es cualidad.
La propia hipótesis de que entre los procesos psíquicos y cerebrales pueden existir interrelaciones admite de antemano la idea de la psique como una fuerza mecánica especial, que en opinión de unos es capaz de actuar en los procesos cerebrales y en opinión de otros puede hacerlo tan sólo paralelamente a ellos. Tanto la doctrina del paralelismo como la de la acción recíproca encierran esta falsa premisa. Sólo el concepto monista de la psique permite plantear de forma totalmente distinta la cuestión de su significado biológico.
Repetimos una vez más: si se separa la psique de los procesos de que es parte integrante, no cabe preguntarse para qué sirve, qué papel desempeña en el proceso general de la vida. De hecho, existe un proceso psíquico dentro de una configuración compleja, dentro de un proceso único de comportamiento, y si queremos comprender la función biológica de la psique hay que preguntarse sobre este proceso en su totalidad: ¿qué función cumplen en la adaptación estas formas de comportamiento? O dicho de otra manera, hay que preguntarse sobre el significado biológico no de los procesos psíquicos, sino de los psicológicos, y entonces el insoluble problema de la psique, que, 102 por un lado no puede ser un epifenómeno, un apéndice superfluo, y por otro no puede desplazar un ápice ni un solo átomo del cerebro, habrá sido resuelto.
Como dice Koffka, los procesos psíquicos señalan con antelación las complejas configuraciones psicofisiológicas de los que ellos mismos forman parte. Este punto de vista monista integral consiste precisamente en analizar un fenómeno en su totalidad como una configuración y sus partes como elementos orgánicos de la misma. Por consiguiente, la tarea fundamental de la psicología dialéctica consiste precisamente en descubrir la conexión significativa entre las partes y el todo, en saber considerar el proceso psíquico en conexión orgánica en el marco de un proceso integral más complejo.
En esta línea G. V. Plejánov (1956, t. 1, pág. 75) zanjó el importante debate sobre si los procesos psíquicos pueden influir en los corporales. En todos los casos en que se habla de la influencia de los procesos psíquicos (como el terror, una gran aflicción, impresiones penosas, etcétera) en los corporales, los hechos se transmiten en su mayor parte fielmente, pero la interpretación que se da de los mismos es falsa. Naturalmente, en todos estos casos no son la impresión ni el acto psíquico en sí (el ardiente deseo de comer, como decía Pávlov) los que influyen en los nervios, sino que el proceso fisiológico correspondiente a esa impresión, que constituye con ella un todo, es el que conduce al resultado de que he hemos hablado.
En el mismo sentido A. N. Siévertsov habla de la psique como de la forma superior de adaptación de los animales, refiriéndose en realidad no a los procesos psíquicos, sino a los psicológicos en el sentido que hemos explicado antes.
Es falsa por tanto la idea que presenta la perspectiva tradicional de la acción mecánica de la psique en el cerebro. Los viejos psicólogos la consideran como una segunda fuerza, que existe junto a los procesos cerebrales. Con ello estamos llegando al punto central de nuestro problema.
Como ya hemos indicado anteriormente, Husserl toma como punto de partida la tesis de que en la psique se elimina la diferencia entre fenómeno y existencia: basta con admitir esto para que lleguemos por lógica inevitable a la fenomenología, ya que entonces resulta que en la psique no existe diferencia entre lo que parece y lo que es. Lo que parece —el fenómeno— es precisamente la verdadera esencia. Nos queda tan sólo constatar esta esencia, analizarla, diferenciarla y sistematizarla, pero aquí no tiene nada que hacer la ciencia de carácter empírico.
K. Marx dice en relación a un problema análogo: «… si la esencia de las cosas y su forma de manifestarse coincidiesen directamente, toda ciencia sería superflua» (K. Marx y F. Engels. Obras, t. 25, p. II, p. 384). En efecto, si las cosas fueran directamente lo que parecen, no haría ninguna falta investigación científica. Esas cosas habría que registrarlas, contarlas, pero no investigadas. Análoga situación se crea en la psicología, cuando se niega desde ella la 103 diferencia entre el fenómeno y la realidad. Donde ésta coincide directamente con el fenómeno no hay lugar para la ciencia, sino para la fenomenología.
Desde la interpretación tradicional de la psique resultaba totalmente imposible salir de ese atolladero. Era absurdo plantear siquiera la cuestión de qué distinción hay que hacer en la psique entre fenómeno y existencia. Pero a la vez que hemos variado la perspectiva en el sentido de que los procesos psicológicos han sustituido a los psíquicos, podemos también aplicar en psicología este criterio de L. Feuerbach: ni siquiera en el pensamiento se ha destruido la diferencia entre fenómeno y realidad; también en el pensamiento hay que distinguir entre el pensamiento y el pensamiento del pensamiento.
Si tenemos en cuenta que el objeto de la psicología es el proceso psicofisiológico integral del comportamiento, parece por completo evidente, que no se puede definir éste como un componente exclusivamente psíquico, que además sea interpretado mediante una determinada autopercepción. De hecho, la introspección nos proporciona siempre datos de la autoconciencia que pueden deformar, o que inevitablemente lo hacen, los datos de la conciencia. Estos últimos, por su parte, nunca desvelan completa y directamente las propiedades y tendencias de todo el proceso integral del que forman parte. Las relaciones entre los datos de la autoconciencia y la, conciencia, entre los de ésta y el proceso son idénticos a las relaciones entre el fenómeno y la realidad.
La nueva psicología afirma rotundamente que tampoco en el mundo de la psique coinciden el fenómeno y la realidad. Puede parecernos que hacemos algo por una causa determinada, pero en realidad la causa es otra. Podemos suponer, con todo el convencimiento que nos da la vivencia directa, que gozamos de libertad de voluntad y equivocarnos cruelmente a este respecto. Llegamos con ello a otro problema central de la psicología.
La vieja psicología identifica psique y conciencia. Por consiguiente, todo lo psíquico era a la vez consciente. Por ejemplo, los psicólogos F. Brentano, A. Bain y otros afirmaban que la propia cuestión de la existencia de fenómenos psíquicos inconscientes es ya contradictoria en su definición. La primera y más directa propiedad de lo psíquico es que tenemos conciencia de ello, lo vivimos, y que nos es dado en la experiencia directa interior, y por eso la propia expresión de «psique inconsciente» les parecía a los viejos autores tan absurda como la de «cuadrado redondo» o «agua seca».
Otros autores, por el contrario, hacía tiempo que se habían fijado en tres hechos principales, que les habían obligado a introducir en psicología el concepto de inconsciente.
El primer hecho consistía en que la propia conciencia de los fenómenos tiene distintos grados: unos los vivimos más consciente y claramente, otros, menos. Hay cosas que se hallan casi en el propio límite de la conciencia y que tan pronto entran en su campo como salen de él, hay cosas de las que tenemos una vaga conciencia, hay impresiones vivas, ligadas más o menos estrechamente al sistema real de vivencias, por ejemplo, los sueños. Por consiguiente, afirmaban, el fenómeno no se convierte en menos psíquico por 104 el hecho de que se vuelva menos consciente. A partir de ahí llegaban a la conclusión de que cabe admitir también fenómenos psíquicos inconsistentes.
Otro hecho consiste en que dentro de la propia vida psíquica se manifiesta cierta confrontación de diferentes elementos, la lucha por entrar en el campo de la conciencia, el desplazamiento de unos elementos por otros, la tendencia a la renovación, a veces la repetición importuna, etc., J. Herbart, que reducía la vida psíquica a la complicada mecánica de las representaciones, distinguía también las representaciones enmascaradas o inconscientes, que aparecían como resultado de su desplazamiento del campo de la conciencia clara y continuaban existiendo bajo el umbral de la conciencia como una tendencia a la representación. Ahí se halla, por un lado, en forma embrionaria, la teoría de S. Freud, según la cual lo inconsciente surge del desplazamiento y, por otro lado, la teoría de H. Höffding, para quien lo inconsciente corresponde a la energía potencial en física.
El tercer hecho consiste en lo siguiente. La vida psíquica, como ya se ha dicho, supone una serie de fenómenos excesivamente fragmentarios, que exigen, naturalmente, admitir que continúan existiendo incluso cuando no tenemos ya conciencia de ellos. He visto algo, después, al cabo de algún tiempo lo recuerdo, y surge la pregunta: ¿qué sucedió con la representación de este objeto durante todo el tiempo que no lo recordaba? La psicología no ha puesto nunca en duda que en el cerebro se conserva cierta huella dinámica, pero ¿correspondía el fenómeno potencial a esta huella? Muchos pensaban que sí.
A partir de aquí se plantea una cuestión enormemente compleja, pues desconocemos hasta ahora las condiciones en que la conciencia comienza a acompañar a los procesos cerebrales. Lo mismo que respecto al significado biológico de la psique, en este caso la dificultad del problema radica en su falso planteamiento. No se puede preguntar en qué condiciones comienza el proceso psíquico a acompañar al nervioso, porque, en general, a los procesos nerviosos no les acompañan los psíquicos, sino que éstos forman parte de un proceso integral más complejo, del que también forma parte orgánica el nervioso.
Por ejemplo, V. M. Béjterev (1926) suponía que sólo cuando la primera corriente, al extenderse por el cerebro, tropieza con un obstáculo o encuentra una dificultad, sólo entonces, comienza a trabajar la conciencia. En realidad, la pregunta ha de hacerse de otra forma: ¿en qué condiciones surgen los complejos procesos caracterizados por estar presente en ellos la parte psíquica? Por tanto, hay que buscar determinadas condiciones conjuntas en el sistema nervioso y en el comportamiento en las que surgen los procesos psicológicos integrales, y no buscar finalmente el surgimiento de los procesos psíquicos en el seno de los procesos nerviosos.
Quien más se aproxima a eso es Pávlov, cuando compara la conciencia con una mancha luminosa que se mueve por la superficie de los hemisferios cerebrales, de acuerdo con la excitación nerviosa óptima (1951, pág. 248). 105
En la psicología tradicional, la cuestión principal en el problema del inconsciente estribaba en si se había de reconocer lo inconsciente como algo psíquico o como algo fisiológico. Autores como H. Münsterberg, T. Ribot y otros, que no veían otra posibilidad de explicar los fenómenos psíquicos que a través de la fisiología, se manifestaban abiertamente a favor del reconocimiento fisiológico de lo inconsciente.
Así, Münsterberg (1914) afirma que no existe ningún rasgo entre los que se atribuyen a los fenómenos inconscientes en que se pueda uno basar para poderlos incluir entre los psíquicos. En su opinión, ni siquiera en aquellos casos en que los procesos subconscientes muestran una manifiesta utilidad, existen fundamentos para atribuirles una naturaleza psíquica. La actividad cerebral fisiológica, dice, no sólo puede dar resultados francamente razonables, sino que es la única capaz de hacerlo. La actividad psíquica es totalmente incapaz de ello; por eso, Münsterberg llega a la conclusión general de que lo inconsciente es un proceso fisiológico y que esa explicación no deja lugar a teorías místicas, a las que es fácil llegar partiendo del concepto de la vida psíquica subconsciente. Según sus palabras, uno de los no menos importantes méritos de la explicación fisiológica científica consiste precisamente en que sirve de barrera a la penetración de esa pseudofilosofía. Sin embargo, Münsterberg admite que se deba utilizar la terminología psicológica en la investigación de lo inconsciente, con la condición de que los términos sirvan únicamente de etiqueta a procesos fisiológicos nerviosos extremadamente complejos. Münsterberg afirma en concreto que si tuviera que escribir la historia de una mujer en la que se observara un desdoblamiento de conciencia, consideraría todos los procesos subconscientes como fisiológicos, pero para mayor comodidad y claridad los describiría en el idioma de la psicología.
En una cosa tiene indudablemente razón Münsterberg. La explicación fisiológica del subconsciente cierra las puertas a las teorías místicas, mientras que por el contrario el reconocimiento de que lo subconsciente es psíquico lleva de hecho con frecuencia, como en el caso de E. Hartmann, a una teoría mística, que admite la existencia de la personalidad consciente junto a la del segundo «yo», construido según la misma imagen, y que, hablando con propiedad, es la reencarnación de la vieja idea del alma, sólo que en una nueva y más confusa redacción.
Para que nuestro resumen sea completo y se pueda valorar adecuadamente la nueva propuesta de solución, debemos recordar que la vieja psicología dispone aún de un tercer camino para explicar el problema de lo inconsciente, precisamente el elegido por Freud. Ya hemos hablado de la dualidad del mismo. Freud no resuelve la cuestión principal, irresoluble en realidad, de si lo inconsciente es o no psíquico. Dice que al investigar el comportamiento y las vivencias de los enfermos nerviosos tropieza con determinadas lagunas, con conexiones omitidas, olvidos, que lograba restablecer mediante el análisis. 106
Habla Freud de una paciente que realizaba actos obsesivos, cuyo significado era desconocido para ella. El análisis descubrió las premisas de donde se derivaban estos actos inconscientes. Según palabras de Freud, se comportaba exactamente igual que la persona hipnotizada a la que H. Bernheim había sugestionado para que cinco minutos después de haberse despertado abriera un paraguas en la habitación y que cumplimentaba esa sugestión estando despierta, sin ser capaz de explicar el motivo de su acción. Ante semejante estado de cosas, Freud habla de la existencia de procesos espirituales inconscientes. Freud afirma estar dispuesto a renunciar a la hipótesis de su existencia sólo si alguien es capaz de describir esos hechos con mayor rigor científico; hasta entonces continuará insistiendo en esta tesis y se encoge de hombros extrañado, renunciando a comprender, cuando le replican que en el presente caso lo inconsciente no ofrece una explicación realmente científica.
No se comprende cómo este algo irreal ejerce al mismo tiempo una influencia tan claramente real como es un acto obsesivo. El problema merece ser estudiado, puesto que, de entre todas las concepciones del inconsciente la teoría de Freud es una de las más complejas. Como veremos, para Freud lo inconsciente es, por un lado, algo real, que provoca de hecho un acto obsesivo, no es simplemente una etiqueta o una forma de expresión. Con ello parece estar decididamente en contra de la tesis de Münsterberg, pero, por otro lado, no explica cuál es la naturaleza de ese algo inconsciente.
Somos de la opinión de que en este caso Freud ha creado un concepto difícil de concebir visualmente, algo que también se da con frecuencia en las teorías físicas. La idea del inconsciente, afirma Freud, resulta de hecho tan imposible como lo es el éter ingrávido que no produce rozamiento. Es tan inconcebible como el concepto matemático «—1». En mi opinión podemos utilizar tales conceptos; sólo que es necesario comprender que nos referimos a conceptos abstractos, no a hechos.
Pero precisamente es ese el punto débil del psicoanálisis a que se refería E. Spranger. Para Freud lo inconsciente es, por un lado, un procedimiento para describir hechos conocidos, es decir, un sistema de conceptos convencionales; por otro lado, sin embargo, insiste en que lo inconsciente es un hecho que ejerce una influencia tan clara como un acto obsesivo. El propio Freud afirma en otro libro que de buena gana sustituiría todos estos términos psicológicos por otros fisiológicos, pero que la fisiología actual no le permite disponer de los conceptos necesarios.
A nuestro parecer es ese el mismo punto de vista que expresa consecuentemente E. Dale, cuando sostiene que las conexiones psíquicas y los actos o los fenómenos deben explicarse partiendo precisamente de conexiones y actos psíquicos, aunque para ello sea a veces necesario recurrir a hipótesis de una cierta amplitud. Por esta causa, las interpretaciones y analogías fisiológicas pueden tener tan sólo un valor auxiliar o provisionalmente heurístico para las tareas explicativas c hipótesis de la psicología; las teorías e hipótesis psicológicas representan únicamente la continuación mental de la descripción de fenómenos homogéneos en el mismo sistema independiente de la realidad. 107
Por tanto, las tareas de la psicología como ciencia independiente y las exigencias teórico-cognoscitivas le asignan la obligación de combatir los usurpadores intentos de la fisiología, de no desconcertarse por las lagunas e intervalos reales o imaginarios en el cuadro de nuestra vida espiritual consciente y tratar de rellenarlos en los eslabones o modificaciones de lo psíquico, que no son objeto de la conciencia total, directa y permanente, es decir, en los elementos de lo que denomina subconsciente, poco consciente o inconsciente.
Sin embargo en la psicología dialéctica el problema del inconsciente se plantea de una forma totalmente distinta: era natural que la cuestión: ¿es psíquico o fisiológico? se plantease allí donde lo psíquico era considerado como absolutamente desgajado de los procesos psicológicos y de cualquier fenómeno. En el segundo caso el problema de lo inconsciente se resolvía de acuerdo con la línea de Pávlov, en el primero, de acuerdo con la de la psicología comprensiva. Hartmann y Münsterberg son respecto al campo del inconsciente equiparables a Husserl y a Pávlov respecto a la psicología general.
Para nosotros es importante plantear así la pregunta: ¿es psicológico lo inconsciente y puede ser considerado dentro de otros fenómenos homogéneos con un aspecto más en los procesos de comportamiento junto con lo procesos psicológicos a que nos hemos referido anteriormente? También a esta pregunta respondíamos ya más arriba al analizar la psique y sosteníamos que es preciso considerar ésta (la psique) como parte integrante de un proceso complejo que no se limita en absoluto a su vertiente consciente; por eso consideramos que en psicología es completamente lícito hablar de lo psicológicamente consciente e inconsciente: lo inconsciente es potencialmente consciente.
Nos gustaría señalar la diferencia entre este punto de vista y el de Freud. Para éste el concepto de inconsciente es como ya hemos dicho, por un lado, un procedimiento de descripción de los actos y, por otro, algo real, que genera actos directamente. Aquí está justamente el problema. La última pregunta puede plantearse así: admitamos que lo inconsciente es psíquico y goza de todas sus propiedades, aunque no constituya una vivencia consciente. Pero, es que también el fenómeno psíquico consciente puede producir directamente acciones? Porque, como hemos dicho antes, en todos los casos en que a los fenómenos psíquicos se les atribuye una acción, nos referimos a que ésta ha sido realizada por el proceso psicofisiológico integral y no tan sólo por su parte psíquica. Por consiguiente, ya el propio carácter del inconsciente, que consiste en que influye en los procesos conscientes y en el comportamiento, exige que se le reconozca como un fenómeno psicofisiológico.
Otro problema que se nos plantea es que para describir determinados hechos hemos de emplear conceptos que correspondan a la naturaleza de éstos. Para resolverlo, el punto de vista dialéctico sostiene que lo inconsciente no es ni psíquico ni fisiológico, sino psicofisiológico o, dicho más exactamente, psicológico. Esta definición se ajusta a la auténtica naturaleza y a las 108 auténticas características del objeto, ya que consideramos todos los fenómenos de comportamiento como procesos integrales.
Nos gustaría señalar también que ya se había intentado en muchas otras ocasiones salir del atolladero de la psicología tradicional provocado por la incapacidad de ésta para resolver los principales problemas de la psique y la conciencia. Por ejemplo, W. Stern trató de encontrar una salida recurriendo al concepto de funciones psicofísicas y procesos neutrales, es decir, procesos que no eran ni físicos, ni psíquicos, sino que estaban más allá de esa separación.
Pero en la realidad sólo existe lo psíquico y lo físico, y lo neutral puede no quedar más que en una construcción de compromiso. Parece evidente que esta construcción nos aleja definitivamente del auténtico objeto de la psicología, pues éste existe realmente y sólo la psicología dialéctica es capaz de indicar la salida al afirmar que el objeto de la psicología no lo constituye el fenómeno psicológico neutral, sino el fenómeno psicofisiológico integral único, que convencionalmente denominamos fenómeno psicológico.
El intento de Stern y otros parecidos son importantes en el sentido de que desean acabar con el supuesto sustentado por la vieja psicología, de que entre lo psíquico y lo psicológico se puede poner el signo de igualdad, y en que muestran que el objeto de la psicología no lo constituyen los fenómenos psíquicos, sino algo más complejo e integral, en cuya composición lo psíquico sólo interviene como un miembro orgánico, y que podría ser denominado psicológico. Es por su descubrimiento de este hecho por lo que la aproximación de Stern difiere de forma decisiva de todos los demás intentos.
Como conclusión desearíamos señalar que todos los logros, tanto de la psicología subjetiva como de la objetiva, quedan de hecho incorporados en el nuevo planteamiento del problema que ofrece la psicología dialéctica.
Señalemos un primer aspecto: la psicología subjetiva ha descubierto ya toda una serie de propiedades de los fenómenos psíquicos, que sólo en este nuevo planteamiento puede realmente explicarse y valorarse adecuadamente. Así, la vieja psicología señalaba como propiedades diferenciadoras específicas de los fenómenos psíquicos su espontaneidad, el original procedimiento de conocerlos (la introspección) o la actitud, más o menos cercana a la personalidad, al «yo», etcétera. F. Brentano ha planteado como rasgo principal de los fenómenos psíquicos su relación intencional hacia el objeto o el hecho de que mantienen con éste una relación específica característica únicamente de los fenómenos psíquicos, es decir, que representan este objeto o están dirigidos hacia él de una manera singular.
Dejando a un lado como rasgo claramente negativo el rasgo de la espontaneidad, vemos que en el nuevo planteamiento de la cuestión todas las propiedades (como la singular representación del objeto en el fenómeno psíquico, la especial conexión de los fenómenos psíquicos con la personalidad, la accesibilidad, restringida al sujeto, de su observación o de sus vivencias, constituyen importantes características funcionales de estos procesos psicológicos, 109 consideradas especificas de lo psíquico. Todos estos aspectos, que para la vieja psicología eran tan sólo cuestión de dogma, reviven y se convierten en la nueva psicología en tema de investigación.
Tomemos otro aspecto del extremo opuesto de la psicología, pero que muestra con no menos claridad lo mismo. La psicología objetiva ha tratado, a través de la obra de J. Watson (1926), de abordar el problema de lo inconsciente. Este autor distingue el comportamiento verbalizado y el no verbalizado y señala que una parte de los procesos de comportamiento a los que acompañan desde el principio las palabras puede ser provocada o sustituida por procesos verbales. Esa parte esta controlada por nosotros, como decía Béjterev. La otra no es verbal, no guarda relación con las palabras y por lo tanto escapa a nuestro control. El hecho de la conexión del comportamiento con la palabra lo planteó ya en tiempos Freud, quien señalaba como inconscientes precisamente aquellas representaciones ajenas a la palabra.
La estrecha conexión entre la verbalización y la conciencia de tales o cuales procesos ha sido señalada también por algunos críticos de Freud, que se inclinaban a equiparar lo inconsciente con lo asocial y lo asocial con lo no verbal. Watson ve también en la verbalización la principal diferencia de lo consciente. Afirma categóricamente: todo lo que Freud denomina inconsciente es, en esencia, no verbal. De esta tesis extrae Watson dos conclusiones altamente curiosas. Según la primera, no podemos recordar los acontecimientos más tempranos de la infancia precisamente porque se produjeron cuando nuestro comportamiento no estaba aún verbalizado, y por eso la parte más temprana de nuestra vida será siempre inconsciente para nosotros. La segunda conclusión señala la parte débil del psicoanálisis, que consiste precisamente en que mediante la conversación, es decir, mediante las reacciones verbales, el médico trata de influir en procesos inconscientes, es decir, no verbales.
No queremos decir ahora que estas tesis de Watson sean absolutamente correctas o que deban de servir de punto de partida en el análisis del problema de lo inconsciente, únicamente deseamos señalar que el germen positivo encerrado en esta conexión entre lo inconsciente y lo no verbal (que señalan también otros autores) sólo puede verse culminado y desarrollado sobre la base de la psicología dialéctica.

Aclaraciones:
Siévertsov, Alexiéi Nikoláevich (1866-1936). Biólogo soviético. En su trabajo «Evolución v psique» (1922) analiza los procedimientos de adaptación del organismo al medio mediante cambios en el comportamiento de los animales sin que se altere su organización. Los mecanismos individuales del comportamiento, al alcanzar su grado máximo de desarrollo en el hombre, aseguran su adaptación a cualesquiera condiciones de existencia y dan lugar a la creación del llamado medio artificial —el medio de la cultura y la civilización. (N.R.R.)

Notas:
1 Se desconoce cuando fue escrito el trabajo. Fue publicado por primera vez en la compilación «Elementos de psicología general» (Moscú, 1930).