ALFREDO L. PALACIOS: MAESTRO DE NUESTRA AMERICA
5. PARENTESIS Diplomático
En 1955 el gobierno de Aranburu,
lo nombra embajador en Uruguay; en
plenas funciones lo sorprende el ajusticiamiento
de Anastacio Somoza el 21
de septiembre de 1955. Palacios sabe
qué significado tiene el acto suicida de
Rigoberto López Pérez y se niega a izar
a media asta el pabellón argentino. Renuncia
y regresa a la Argentina.
Como veremos más adelante,
aquella actitud no tuvo nada de emocional:
conocía a fondo la tragedia nicaragüense
y entre Somoza y Sandino
supo alinearse tempranamente por
quien representaba la soberanía y la
dignidad del país centroamericano.
6. LATINOAMERICANISTAS y ANTI IMPERIALISTAS
En la cultura europeizante de los
socialistas argentinos, tal vez Palacios y Ugarte sean las expresiones más lúcidas
de la comprensión de la realidad latinoamericana
y del fenómeno imperialista.
Se ha visto cómo Palacios exhortaba
a la juventud a tomar en sus manos
las banderas de la unidad latinoamericana,
convencido que las tareas históricas
que nos preocupan no podrán ser exitosamente
asumidas por un solo pueblo.
«Nos hallamos ante una empresa
que reclama titánicos alientos, escribía
en 1925. Tenemos que realizar el acercamiento
efectivo de los pueblos de
lberoamérica: la nueva emancipación
americana…
«Vuelvan los ojos a nuestras tierras
para estudiar sus problemas y necesidades.
Empiecen a gobernar, en cuanto
les sea posible, para toda nuestra
América. Consideren a nuestras repúblicas
como secciones de un gran estado;
sólo así podrán salvarse del asedio con
que las persigue la voracidad imperialista».
Por de pronto, luchó con tenacidad
por la recuperación de la soberanía
argentina sobre el archipiélago de las
Malvinas, faena a la que corresponde un
libro que en los últimos años recobró
inusitada actualidad: Las islas Malvinas.
Archipiélago argentino, Claridad, Buenos
Aires, 1934, 170 pp., que constituye
un vibrante y documentado alegato
parlamentario contra el colonialismo
británico.
En 1922, con ocasión del arribo a Buenos Aires del Ministro de Educación
de Méjico, José Vasconcelos, José Ingenieros
pronunció su célebre discurso
Por la unión latinoamericana, que recogió
los seculares anhelos de hermandad
de nuestros pueblos entonces estimulados
por los vientos vivificantes de la Revolución
Mejicana.
Un desafío quedó planteado: trabajar
por esa unidad. El 21 de marzo de
1925, surgió en Buenos Aires La Unión
Latino Americana, a la que adhirieron
un elenco de brillantes hombres de las
letras y las artes de Argentina; entre
otros, José Ingenieros, Julio V. González,
Aníbal Ponce, Carlos Sánchez Viamonte
y Alfredo Palacios.
En el Acta de Fundación, se dice
que, «La Unión Latino Americana ha sido
establecida para mantener y realizar
estos propósitos fundamentales:
«Coordinar la acción de los escritores,
intelectuales y maestros de la
América Latina, como medio de alcanzar
una progresiva compenetración política, económica y moral, en armonía
con los ideales nuevos de la humanidad.
«Desenvolver en los pueblos latinoamericanos
una nueva conciencia de
los intereses nacionales y continentales,
auspiciando toda renovación ideológica
que conduzca al ejercicio efectivo de la
soberanía popular y combatiendo toda
dictadura que obste a las reformas inspiradas
por anhelos de justicia social.
Orientar las naciones de la América
Latina hacia una confederación que
garantice su independencia y libertad
contra el imperial ismo de los Estados
capitalistas extranjeros, uniformando
los principios fundamentales del Derecho,
público y privado, y promoviendo
la creación sucesiva de entidades jurídicas,
económicas e intelectuales de carácter
continental.
«La Unión Latino Americana declara
expresamente, que no tiene vinculación
alguna, oficial ni oficiosa, con los
gobiernos latinoamericanos. Desea, de
ese modo, conservar entera libertad de
opinión sobre la política de las potencias
extranjeras que constituyan un peligro
para la libertad de los pueblos de
la América Latina.
«La Unión Latino Americana afirma
su adhesión a las normas que a continuación
se expresan:
«Solidaridad política de los pueblos
latinoamericanos y acción conjunta
en todas las cuestiones de interés
mundial.
«Repudiación del panamericanismo
oficial y supresión de la diplomacia
secreta.
«Solución arbitral de cualquier litigio
que surja entre naciones de la
América Latina, por jurisdicciones exclusivamente
latinoamericanas, y reducción
de los armamentos nacionales al
mínimo compatible con el mantenimiento
del orden interno.
«Oposición a toda política financiera
que compromete la soberanía nacional,
y en particular a la contratación
de empréstitos que consientan o justifiquen
la intervención coercitiva de Estados
capitalistas extranjeros.
«Reafirmación de los postulados
democráticos, en consonancia con las
conclusiones más recientes de la ciencia
política.
«Nacionalización de las fuentes de
riqueza y abolición del privilegio económico.
«Lucha contra la influencia de la
Iglesia en la vida pública y educacional.
«Extensión de la educación gratuita,
laica y obligatoria y reforma universitaria
integral».
Alfredo L. Palacios fue elegido
presidente.
La Unión Latino Americana hacía
suyos los sueños malogrados del Congreso
de Panamá, convocado por Bolívaro
En esa ruta, Palacios trabajó con
toda su poderosa inteligencia y voluntad
y más allá de los avatares de una
institución sin recursos materiales ni
poderes de decisión, sostuvo con energía
aquellos ideales frente a cada desafío
del quehacer político regional: se
sol ida rizó con Sandino, con Panamá en
su histórica reivindicación canalera, con
Puerto Rico por su independencia, con
Cuba contra la Enmienda Platt, propuso
la condonación de la deuda y la devolución
de los llamados «trofeos de
guerra», conquistados por las armas argentinas
en la Guerra del Paraguay de
1865-1869; interpuso su palabra para
buscar un arreglo diplomático entre Perú
y Chile en torno a conflictos limítrofes
derivados de la Guerra del Pacifico
de 1879 Y frente a la conflagración del
Chaco que enfrentó a Bolivia y. Paraguay,
otra vez alzó su voz contra el gran
garrote descargado en 1954 contra Guatemala,
y finalmente, se solidarizó con
la Revolución Cubana en 1959.
Gregario Selser preparó un volumen
que contiene los mejores escritos
de Palacios sobre la política continental:
Nuestra América y el imperialismo,
Palestra, Buenos Aires, 1961,441 pp.:
obra que en estos tiempos en que la diplomacia
del dólar regresa dejando en el
desván a la llamada «buena vecindad»,
recobra una notable actualidad; absolutamente
agotada, reclama en Méjico
una nueva edición que a veinte años de
la muerte del maestro lo reencuentre
con lo mejor de la juventud de nuestros
días.