Seminario 10: Clase 5, del 12 de Diciembre de 1962

Seminario 10, clase 5
Se ha visto y se ha leído, se verá y se leerá todavía que cierta forma de un segmento del psicoanálisis, esencialmente el que aquí se persigue, tiene un carácter presuntamente más filosófico que otro que trataría de concordar con una experiencia más concreta, más científica, más experimental —poco importa la palabra que se emplee—.

No es culpa mía, como se dice, si en el plano teórico el psicoanálisis cuestiona el deseo de conocer y se coloca por sí mismo, en su discurso, en un más acá, en lo que precede al momento del conocimiento lo que por sí sólo justificaría esa especie de puesta en cuestión que da a nuestro discurso cierto tinte, digamos, filosófico.

Por otra parte, en esto me precedió el inventor mismo del análisis, quien, por lo que sé, era alguien efectivamente colocado en el nivel de una experiencia directa, la de los enfermos, los enfermos mentales, en especial aquellos a quienes se llamó, con un rigor mayor desde Freud, neuróticos.

Pero después de todo no sería ésta razón para permanecer más tiempo del que conviene en un enjuiciamiento epistemológico si el lugar del deseo
, la manera como éste se abre no fuera en todo instante —en nuestra posición terapéutica— presentificado por nosotros a través de un problema, el más concreto de todos: el de no embarcarnos por un falso camino, el de no responder equivocadamente y al menos considerar reconocida cierta meta que perseguimos y que no está tan clara. Recuerdo haber provocado indignación en esa clase de colegas que llegado el caso saben parapetarse tras no sé qué énfasis de buenos sentimientos destinado a tranquilizar no sé a quién, cuando dije que en el análisis la curación llegaba en cierto modo por añadidura.

En ello se, creyó advertir algún desdén hacia aquel a cuyo cargo estamos, hacia el que sufre. Pero yo hablaba desde un punto de vista metodológico. Es bien cierto que nuestra justificación y nuestro deber son el de mejorar la posición del sujeto. Sin embargo, entiendo que nada es más vacilante, en el campo en que nos hallamos, que el concepto de curación.

Acaso un análisis que termina con la entrada del paciente o de la paciente en el tercer orden es una curación, aunque su sujeto se encuentre mejor en cuanto a sus síntomas? Por algún lado, cierto orden que ha reconquistado enuncia las reservas más expresas sobre los caminos, desde ese momento perversos a sus ojos, por donde lo hemos hecho pasar para hacerlo ingresar al reino del cielo.

Esto ocurre. Por lo cual, no pienso ni por un sólo instante alejarme de nuestra experiencia. Mi discurso, muy lejos de distanciarse de ella, consiste justamente en recordar que en el interior de nuestra experiencia todas las preguntas pueden plantearse, y que precisamente es necesario que conservemos la posibilidad de cierto hilo entre ellas que, al menos a nosotros, nos garantice no hacer trampa con lo que constituye nuestro instrumento mismo, es decir, el plano de la verdad.

El problema requiere, desde luego, una exploración que no sólo ha de ser sería si no que yo diría que hasta cierto punto debe ser no solamente una (. . . ), —y podría serlo— sino hasta cierto grado enciclopédica.

En un tema como el de la angustia, no es fácil reunir en un discurso como el mío de este año lo que decimos que debe ser funcional para los analistas, lo que no deben olvidar en ningún instante en lo relativo a lo que nos importa. Hemos señalado en este pequeño esquema el lugar que ocupa actualmente el – φ [menos phi ] como el lugar de la angustia, como ese lugar que ya designé como constituyente de cierto vacío, pareciendo que en él la angustia de todo lo que puede manifestarse en ese lugar nos descamina, si puedo decir, en cuanto a la función estructurante de dicho vacío.

Los signos, por así decir, los indicios para ser más exacto, el alcance de esta tautología, sólo tendrán valor si pueden ser confirmados por el abordaje, cualquiera que fuese, que haya proporcionado todo estudio serio del fenómeno de la angustia, cualesquiera que sean sus presupuestos. Aún cuando tales presupuestos nos parezcan demasiado estrechos pues deben ser situados en el interior de esa experiencia radical que es la nuestra, resulta claro que algo fue bien comprendido en cierto nivel, y aunque el fenómeno de la angustia se nos presente limitado, dislocado, insuficiente con respecto a nuestra experiencia, al menos ha de saberse por qué es ello así. Sin embargo, no siempre lo es. Tenemos que recoger, en el nivel que fuere donde se la haya formulado hasta el presente, la Interrogación con respecto a la angustia.

 Mi propósito de hoy es indicarla, ya que por cierto no será posible efectuar la suma, que necesitaría todo un año de seminario, de lo que fue aportado por cierto número de tipos de Interrogación llamados —con razón o sin ella—, por ejemplo, el enfoque objetivo del problema de la angustia, el enfoque experimental del problema de la angustia.

Y es seguro que en tales respuestas no podríamos sino perdernos, si no hubiera presentado yo al comienzo las líneas de mira, los puntos de mantenimiento, que no podemos abandonar por un sólo instante, para garantizar y limitar nuestro objeto, percatarnos en fin de aquello que lo condiciona de la manera más radical y fundamental. Por eso la vez pasada mi discurso culminó en su cercamiento, si puedo decir, mediante tres puntos de reterencia que por cierto no hice más que anunciar, introduciendo tres puntos donde seguramente la dimensión del Otro resultaba dominante, a saber: la demanda del Otro, el goce del Otro y, bajo una forma enteramente modallmodalizadazada y que además quedó como punto de interrogación, el deseo del Otro, en la medida en que este deseo corresponde a nuestra interrogación, la del analista, la del analista en tanto que intervine como término.

No vamos a hacer lo que reprochamos a los demás, o sea, a elidirnos del texto de la experiencia a la que Interrogamos. La angustia a la que debemos aportar aquí una fórmula es una angustia que nos responde, una angustia que provocamos, una angustia con la cual tenemos, llegado el caso, una relación determinante.

Esa dimensión del Otro donde hallamos nuestro lugar, lugar eficaz justamente en la medida en que sabemos no limitarlo —motivo éste de la pregunta que formulo, a saber, en qué medida nuestro deseo no debe limitarlo— acerca de esa dimensión del Otro querría hacerles sentir que no está ausente de ninguno de los modos bajo los que hasta hoy se pudo intentar cercar, ceñir el fenómeno de la angustia. Y diré que en el punto de ejercicio mental en que los he formado y habituado, quizás no pueda sino parecerles inútil esa suerte de énfasis, de vano éxito, de falso triunfo que algunos ponen en el hecho de que, por ejemplo, supuestamente al contrario de la experiencia analítica, en el laboratorio, sobre la mesa de experiencias, se obtienen neurosis en el animal. Qué nos muestran esas neurosis que el laboratorio pavloviano, quiero decir el mismo Pavlov y quienes lo siguieron, pudieron llegado el caso destacar?. Se nos dice que en el texto y la serie de esas experiencias por las que se condiciona lo que llaman «determinado reflejo» del animal, a saber, determinada «reacción natural» de uno de esos aparatos que asociamos a un estímulo, a una excitación que forma parte de un registro al que se presume completamente diferente del que está interesado en la reacción, por cierto modo de hacer convergir tales reacciónes condicionadas vamos a poner de relieve el efecto de contrariedad. Desde el momento en que hemos obtenido, condicionado, erigido una de las respuestas del organismo, vamos a ponerlo en postura de responder de dos maneras opuestas a la vez, engendrando, si puede decirse, una especie de perplejidad orgánica.

Para ir más lejos, diremos incluso que en ciertos casos podemos llegar a pensar que lo que obtendremos es una suerte de agotamiento de las posibilidades de respuesta, una suerte de desorden más fundamental engendrado por su desvío, algo que interesa de manera más radical a lo que puede llamarse el campo ordinario de la reacción implicada, que es Ia traducción objetiva de lo que podrá interpretarse, en una perspectiva más general, como definido por ciertos modos de reacción a los que se llamará «Instintivos». En resumen, llegar al punto en que la demanda hecha a la función —algo que más recientemente y en otras áreas culturales se teorizó con el término de «stress»— puede culminar, desembocar en esa suerte de déficit que supera a la función misma, que interesa al aparato de manera que lo modifica, más allá del registro de la respuesta funcional, lo que en las huellas durables que engendra confina más o menos con el déficit lesionar.

Sin duda, será importante puntualizar en este abanico de la interrogación experimental dónde, hablando con propiedad, se manifiesta algo que nos recuerda bajo reacciónes neuróticas la forma «angustiada». Sin embargo, hay algo que en semejante manera de plantear el problema de la experiencia parece siempre eludido. Eludido de un modo que sin duda es imposible reprochar al relator de esas experiencias, ya que esa elisión es constitutiva de la experiencia misma. Pero para quienquiera que tenga que comparar esa experiencia con la nuestra, a saber, la que tiene lugar con un sujeto hablante —tal es la importancia de esa dimensión en la medida en que la recuerdo aquí— es imposible no tener en cuenta el hecho de que por primitivo que sea el organismo animal interrogado con relación al de un sujeto hablante —y ese organismo animal está lejos de ser primitivo, de hallarse alejando del nuestro en las experiencias pavlovianas, ya que se trata de perros— la dimensión del Otro está presente en la experiencia.

No es de ayer que interviniendo por ejemplo en el curso de una de nuestras sesiones científicas sobre algunos fenómenos que nos eran relatados —no puedo repetirlos hoy— concernientes a la creación de neurosis experimental, yo hacía observar al que comunicaba sus investigaciones que su propia presencia en la experiencia como personaje humano, manipulador de cierto número de cosas alrededor del animal, debía ser en tal y cual momento de la experiencia puesta sobre el tapete, computada. Cuando se sabe cómo se comporta un perro frente a aquel que se llama o no se llama su amo, se sabe que la dimensión del Otro cuenta, en todo caso para un perro. Pero si no fuera un perro, si fuera una langosta o una sanguijuela, por el hecho de que hay montaje de aparatos la dimensión del Otro estaría presente. Ustedes me dirán: una langosta o una sanguijuela, organismo paciente de la experiencia, nada sabe de la dimensión del Otro. Estoy absolutamente de acuerdo, y por eso todo mi esfuerzo durante cierto tiempo fue demostrarles la amplitud en el nivel donde entre nosotros, sujetos, tal como aprendemos a manejar, a do terminar a ese sujeto que somos, hay también todo un campo donde de lo que nos constituye como campo nada sabemos. Y que el Selbst-bewusstsein como les enseñé a nombrar al sujeto supuesto saber, es una ilusión engañosa. El Selbst-bewusstsein considerado como constitutivo del sujeto que conoce es una ilusión, una fuente de error. Pues la dimensión del sujeto supuestamente transparente en su propio acto de conocimiento sólo comienza a partir de la entrada en juego de un objeto especificado, aquel que intenta circunscribir el estadio del espejo, a saber, la imagen del cuerpo propio en la medida en que el sujeto de una manera jubilosa tiene, en efecto, el sentimiento de hallarse ante un objeto que lo vuelve, a él mismo, sujeto, transparente.

La extensión de esa ilusión —que en sí misma constituye radicalmente la ilusión de la conciencia— a toda especie de conocimiento, está motivada por el hecho de que el objeto del conocimiento será en lo sucesivo construido, modelado a imagen de esa relación con la imagen especular, y precisamente por eso el objeto del conocimiento es insuficiente.

Si no existiera el psicoanálisis, se lo sabría por esto: que existen momentos de aparición objeto que nos arroyan en una dimensión muy diferente , dimensión que merece —porque está dada en la experiencia— ser destacada como tal, como primitiva en la experiencia: justamente, la dimensión de lo extraño, de algo que de ninguna manera podría dejarse aprehender, como si dejara frente a él al sujeto transparente en se conocimiento.

Ante eso nuevo, el sujeto literalmente vacila y acerca de esa relación supuestamente primordial del sujeto con todo efecto de conocimiento, todo vuelve a cuestionarse.

Ese surgimiento de algo en el campo del objeto, que plantea su problema como el de una estructuración irreductible, como surgimiento de algo desconocido que sé experimenta no es una cuestión que se plantee a los analistas porque, tal como se da en la experiencia, también es preciso tratar de explicar por qué los niños tienen miedo a la oscuridad, y al mismo tiempo se advierte que no siempre tienen miedo a la oscuridad, y entonces se hace psicología; los susodichos experimentadores se embarcan justamente en teorías bajo el efecto de una reacción heredada, ancestral, primordial de un pensamiento —parecería que nunca podrá dejar de emplearse el término pensamiento— de un pensamiento estructurado de otro modo que el pensamiento lógico, racional. Y se construye e inventa: se hace filosofía. Aquí aguardamos a aquellos con quienes llegado el caso tenemos que proseguir el diálogo, en el terreno mismo donde este diálogo tiene que juzgarse, siempre que nosotros mismos podamos dar cuenta de él de una manera menos hipotética.

Esta forma que les entrego, y que es concebible, consiste en advertir que si en la constitución de un objeto que es el objeto correlativo de un primer modo de abordaje, el que parte del reconocimiento de nuestra propia forma, si tal conocimiento en sí mismo limitado deja escapar algo del investimiento primitivo a nuestro ser dado por el hecho de existir como cuerpo, acaso no es algo no sólo razonable sino además controlable decir que es ese resto, ese residuo no imaginado del cuerpo lo que por cierto rodeo —y aquí sabemos designar a ese rodeo— viene a manifestarse en el lugar previsto para la falta, a manifestarse de la manera que nos interesa y que por no ser especular deviene desde entonces ilocalizable: efectivamente, tal carencia de ciertos puntos de referencia es una dimensión de la angustia.

Al respecto, no estaremos en desacuerdo con la manera en que un Kurt Goldstein, por ejemplo, abordará el fenómeno. Cuando habla de la angustia, lo hace con mucha pertinencia. Cómo se articula la fenomenología de los fenómenos lesionares en los que Goldstein prosigue una experiencia que tanto nos interesa, sino en la previa observación de que el organismo funciona, en todos sus efectos de relación, como totalidad?. Ni uno sólo de nuestros músculos deja de estar Interesado en la inclinación de nuestra cabeza, toda reacción ante una situación Implica la totalidad de la respuesta del organismo; y si le seguimos, vemos surgir dos términos estrechamente trenzados uno con otro: el término reacción catastrófica y, en su fenómeno, en el interior del campo de dicha reacción catastrófica, la localización como tal de los fenómenos de angustia.

Les ruego se remitan a los textos —bien accesibles pues fueron traducidos al francés— de los análisis de Goldstein, para observar a la vez hasta qué punto sus formulaciones se aproximan a las nuestras y cuánta claridad obtendrían si se apoyaran en ellas más expresamente. Pues en todo instante, si siguen ustedes el texto con la clave que Ies ofrezco, verán la diferencia que existe entre la reacción de desorden por la cual el sujeto responde a su inoperancia y el hecho de estar ante una situación como tal Insuperable, sin duda en este caso a causa de su déficit. Después de todo, esta manera nada tiene de ajena a lo que puede producirse, incluso para un sujeto no deficitario, ante una situación de peligro insuperable. Para que la reacción de angustia como tal se produzca siempre Hilflesigkeit se hacen precisas dos condiciones, que podrán ver en los casos concretos evocados:

1°) Que el efecto deficitario sea bastante limitado para que el sujeto pueda circunscribirlo en la experiencia a que es sometido y que debido a ese límite aparezca como tal una laguna en el campo objetivo. La fuente de angustia es ese surgimiento de la falta bajo una forma positiva, excepto esto, la 2ª condición (que además es preciso no omitir): que es hado el efecto de una demanda, de una experiencia organizada por el hecho de que el sujeto tiene frente a sí a un Goldstein o a determinada persona de su laboratorio que lo somete a un test organizado que se produce ese campo de la falta; y la cuestión planteada en ese campo, en estos términos que es tan poco procedente emitir: que si saben ustedes dónde y cuándo buscarlos, los encontrarán infaltablemente.

Para saltar a un orden muy diferente evocaré la experiencia más masiva, no reconstituida, ancestral, arrojada en la oscuridad do las edades antiguas a las que presuntamente habríamos escapado, de una necesidad que nos une a talen edades y sigue siendo actual, y de la que curiosamente ya no hablamos sino rara vez: la de la pesadilla. Nos preguntamos por qué desde hace cierto tiempo los analistas se interesan tan poco por la pesadilla.

La introduzco porque también será preciso que este año permanezcamos en ella un tiempo, y los diré por qué. Les diré por qué y dónde encontrar su materia, pues al respecto hay una literatura ya constituida y de las más notables, a la cual conviene remitirse por olvidada que esté en ese punto, a saber, el libro de Jones sobre la pesadilla libro de una riqueza incomparable. Les recuerdo la fenomenología fundamental. Ni por un instante pienso eludir su principal dimensión: la angustia de la pesadilla es experimentada hablando con propiedad, como la del goce del Otro. El correlativo de la pesadilla es el íncube o el súcube, ese ser que hace sentir todo su opaco peso de extraño goce sobre nuestro pecho, que nos aplasta bajo su goce.

Y bien, para introducirnos por este sesgo capital en lo que la temática de la pesadilla habrá do entregarnos, en todo caso lo primero que aparece en el mito pero también en la fenomenología de la pesadilla de la pesadilla de lo vivido, es que ese ser que pesa por su goce es también un ser cuestionador y que inclusive, hablando con propiedad, se manifiesta, se despliega en esa dimensión completa, desarrollada, de la cuestión como tal llamada el enigma,

La esfinge, cuya entrada en juego —no lo olviden— precede a todo el drama de Edipo, es una figura de pesadilla y al mismo tiempo una figura cuestionadora. Tendremos que volver sobre esto.

Esa pregunta que ofrece la forma más primordial de lo que he llamado la dimensión de la demanda, la pregunta a la que habitualmente denominamos «demanda» en el sentido de exigencia pretendidamente instintiva, no es por lo tanto más que una forma reducirla de aquélla, Henos aquí a nosotros mismos devueltos a una pregunta que se articula en el sentido de interrogar una vez más, de volver sobre la relación de una experiencia que en el sentido corriente del término sujeto puede ser llamada «presubjetiva», con el término de la pregunta bajo su forma más formada, bajo la forma de un significante que se propone él mismo como opaco, lo que constituye la posición del enigma como tal.

Esto nos devuelve a términos que considero perfectamente articulados, quiero decir que a cada instante ponen a ustedes en condiciones de colocarme entre mi espada y mi pared, valiéndose de definiciones ya propuestas y sometiéndolas a la prueba de su empleo. Ese significante, como les dije en cierto momento decisivo, es una huella, pero una huella borrada. El significante, como les dije en otro momento decisivo, se distingue del signo por el hecho de que el signo es lo que representa algo para alguien. Y el significante les dije, es lo que representa a un sujeto para otro significante.

Pondremos esto nuevamente a prueba en el sentido de que en lo relativo a aquello de que se trata, es decir nuestra relación, nuestra relación angustiada con cierto objeto perdido —pero que sin embargo seguramente no está perdido para todo el mundo o sea, como verán, como habré de mostrarles, dónde se lo reencuentra?. Pues desde luego que no basta con olvidar algo para que no siga estando allí, sólo que está allí donde ya no sabemos reconocerlo. Para volver a hallarlo convendría retomar el tema de la huella. Ya que para proporcionarles términos destinados a animar vuestro interés por esta búsqueda, de inmediato les daré dos flahes sobre el sujeto de nuestra experiencia más común.

1) No les parece evidente la correlación entre lo que trato de delinear para ustedes y la  fenomenología del síntoma histérico, este último en el sentido más amplio? No olvidemos que no sólo hay pequeñas histerias, hay también histerias grandes: anestesias, parálisis, escotomas, estrechamientos del campo visual. La angustia sólo aparece en la histeria exactamente en la medida en que esas faltas son desconocidas.

2) Hay algo que no es advertido con frecuencia e incluso podría sostener que ustedes casi no lo ponen en juego, algo que explica toda una parte del comportamiento del obsesivo. Les doy esta clave quizás no suficientemente explicada ya que será preciso que los conduzca a ella mediante un largo rodeo, pero les ofrezco este término al final de nuestro camino, entre otros, aunque sólo sea para que se interesen por dicho camino: el obsesivo, en su tan particular manera de tratar al significante, es decir, de ponerlo en duda, de sacarle brillo, de borrarlo, de triturarlo, de reducirlo a migajas, o sea de comportarse con él como Lady Macbeth con esa maldita huella de sangre, el obsesivo, por una vía indudablemente sin salida pero cuya mira no es dudosa, opera justamente en el sentido de reencontrar, bajo el significante, al signo.

Ungeschchen machen: volver nula y sin valor la inscripción de la historia. Ocurrió, pero no es seguro. No es seguro porque no hay sino significante, porque la historia es pues cualquier cosa, en lo cual el obsesivo tiene razón. Ha captado algo, quiere ir hacia el origen, hacia la etapa anterior, la del signo que ahora trataré de hacerles recorrer en sentido contrario. No por narra partí hoy de los animales de laboratorio. Después de todo no hay más que animales en los laboratorios; podríamos abrirles las puertas y ver qué hacen ellos con las huellas.

No es sólo propiedad del hombre borrar las huellas, operar con las huellas Se ven animales que borran sus huellas. Hasta se ven comportamientos complejos que consisten en enterrar cierto número de huellas, por ejemplo de deyección. Esto es bien conocido entre gatos.

Una parte del comportamiento animal consiste en estructurar cierto campo de su Unwelt, de su entorno, por medio de huellas que lo marcan, que definen límites en él. Es lo que se llama constitución del territorio. Los hipopótamos lo hacen con sus deyecciónes y también con el producto de ciertas glándulas que si no recuerdo mal, son en ellos perianales. El ciervo frota sus astas contra la corteza de ciertos árboles, y esto también tiene el alcance de una marcación de huellas. No quiero extenderme en la infinita variedad de lo que una zoología desarrollada puede enseñarles al respecto.

Lo que me Importa es lo que tengo que decirles en lo relativo al borramiento de huellas, Digo que el animal borra sus huellas y hace huellas falsas. Hace por lo tanto significantes?. Hay una cosa que el animal no hace: no hace huellas falsas para hacernos creer que son falsas. No hace huellas falsamente falsas, lo cual es un comportamiento no diré esencialmente humano sino esencialmente significante. Aquí está el límite. Entiéndanme bien: huellas hechas para que se las crea falsas y que sin embargo, son las huellas de mi verdadero paso, y esto es lo que quiero decir al decir que aquí se presentifica un sujeto, Cuando una huella fue hecha para que se la tome por una falsa huella, aquí sabemos que hay, como tal, un sujeto hablante, y sabemos que hay un sujeto como causa. La noción misma de causa no tiene ningún otro soporte que esto.

Tratamos después de extenderlo al universo, pero la causa original es la causa como tal de una huella que se presenta como vacía, que quiero hacerse tomar por una falsa huella. Qué quiere decir esto? Quiere decir, indisolublemente, que el sujeto, allí donde nace, se dirige… a qué?. Se dirige a lo que sumariamente llamaré la forma más radical de la racionalidad del Otro. Pues este comportamiento no tiene ningún otro alcance posible que el de tomar rango en el lugar del Otro en una cadena de significantes, de significantes que tienen o no el mismo origen, pero que constituyen el único término posible de referencia a la huella convertida en significante.                                           

De suerte que aquí advierten ustedes que en el origen lo que alimenta la emergencia del significante es una intención de que el Otro, el Otro real no sepa. El «el no sabía» se enraíza en un «el no debe saber». El significante revela, sin duda, al sujeto, pero borrando su huella.

EI tiene pues, en primer lugar, un a, el objeto de la cacería, y un A, en el intervalo de los cuales el sujeto S aparece, con el nacimiento del significante, pero como tachado, como no-sabido como tal. Toda la marcación ulterior del sujeto reposa sobre la necesidad de una reconquista sobro ese no-sabido original,

Entiendan pues aquí eso algo que les pone de manifiesto la relación verdaderamente radical concerniente al ser a reconquistar de ese sujeto con el agrupamiento del a, del objeto de la caza, con ese primera aparición del sujeto como no-sabido, lo que quiere decir «Inconsciente», «unbewusste», justificado por la tradición filosófica que ha confundido el «bewusste» de la conciencia con el saber absoluto y que no puede bastarnos, en la medida en que sabemos que ese saber y la conciencia no se confunden, sino que Freud deja abierta la cuestión de saber de dónde puede provenir efectivamente la existencia del campo definido como campo de la conciencia. Y aquí después de todo puedo reivindicar que el estadio del espejo, articulado como lo está, trae al problema un comienzo de solución. Pues bien sé en qué insatisfacción puedo dejar a determinadas mentes formadas en la meditación cartesiana. Pienso que este año podremos dar un paso más que les hará comprender donde está el origen real, el objeto original de ese sistema llamado «de la conciencia».

Pues sólo estaremos satisfechos de ver refutadas las perspectivas de la conciencia cuando finalmente sepamos que ella misma se consagra a un objeto aislable, a un objeto especificado en la estructura.

Hace un momento les indiqué la posición de la neurosis en esta dialéctica. No tengo la intención de dejarlos con el suspenso, habrá que volver a ella de inmediato. Si han sabido captar  el nervio de lo que se trata en lo concerniente a la emergencia del significante como tal, esto nos permitirá comprender enseguida a qué resbaladiza pendiente somos ofrecidos en lo relativo a lo que sucedió en la neurosis.

Todas las trampas en que ha caído la dialéctica analítica se deben al hecho de que se ha desconocido la profunda parte de falsedad que hay en la demanda del neurótico.

La existencia de la angustia está ligada a la circunstancia de que toda demanda, aún la más arcaica y primitiva, siempre tiene algo de engañoso con relación a lo que preserva el lugar del deseo, y esto explica también el contexto angustiante de lo que da, a esa falsa demanda, una respuesta colmante. Es lo que hace la madre que no hace mucho tiempo yo veía surgir en el discurso de uno de mis pacientes: hasta determinada edad de su hijo no lo dejó ni a sol ni a sombra, o para decir mejor, no dio a esa demanda sino una falsa respuesta, una respuesta verdaderamente falida; ya que si la demanda es algo que está estructurado, como les he dicho, porque el slgnificante es lo que es, tal demanda no debe ser tomada al pie de la letra: lo que el niño demanda a su madre con su demanda es algo destinado para él a estructurar la relación presencia—ausencia que el juego original del » fort-da» estructura y que es un primer ejercicio de maestría.

Pero con el colmamiento total de cierto vacío a preservar que nada tiene que hacer con el contenido ni positivo ni negativo de la demanda, surge la perturbaclón donde se manifiesta la angustia.

Para entenderlo, para advertir sus consecuencias; me parece que nuestra álgebra nos aporta un instrumento muy simple. SI la demanda viene Indebidamente a ocupar el lugar de lo que es escamoteado, a, el objeto, esto les explica, a condición de que se sirvan de mi álgebra, y qué es un álgebra sino algo muy simple destinado a hacernos pasar al manejo :mecánico, sin que tengan ustedes que comprenderlo, de algo muy complicado, y la cosa vale mucho más así. Siempre me dijeron en matemáticas basta que el álgebra esté correctamente construida; si les enseñé a escribir la pulsión como S/ corte —volveremos sobre este corte, hace un rato comenzaron a obtener cierta idea de él, lo que se trata de cortar es el impulso del cazador— S/ corte de D, de la demanda, si así les enseñé a escribir la pulsión esto les explica en primer  lugar por qué fue en los neuróticos que se han descripto las pulsiones. En toda la medida en que el fantasma S/ ( a se presenta de una manera privilegiada —así en el neurótico— como S/ ( D, fue un señuelo de la estructura fantasmátlca en el neurótico lo que permitió dar ese primer paso que se llama pulsión y que Freud siempre y sin ninguna especie de vacilación designó como Trieb, es decir, como algo que tiene historia en el pensamiento filosófico alemán, absolutamente imposible de confundir con el término «instinto». (…) A través de lo cual, hasta en la Standard Edition, todavía recientemente y si no recuerdo mal en el texto de Inhibición síntoma y angustia, encuentro traducido por  instictual need algo que en el texto alemán se dice Bedürfnis. Por qué no traducir simplemente, si se quiere, Bedürfinis por need, que sería una buena traducción del alemán al inglés?. Por qué agregar ese instinctual que no figura absolutamente en el texto y que basta para falsear todo el sentido de la frase?

Todo lo cual permite comprender de inmediato que la pulsión nada tiene que ver con el instinto no tengo objeción que formular a la definición de algo que puede ser llamado instinto, e incluso como se hace habitualmente, por qué no llamar así a la necesidad que tienen los seres vivos de alimentarse, por ejemplo.

Y bien, ya que se trata de la pulsión oral, acaso no se les hace manifiesto que el término «erogeneidad» aplicado a lo que llaman pulsión oral es algo que de inmediato nos lleva a este problema: por qué no se trata más que de la boca?. Y por qué no también de la secreción gástrica, ya que recién hablábamos de los perros de Pavlov?. E incluso, por qué más especialmente, si examinamos la cosa de más cerca, hasta cierta edad solamente los labios y, pasado ese tiempo, lo que Homero denomina el recinto de los dientes?.

Acaso no encontramos desde el primer abordaje analítico para hablar con propiedad, del instinto esa línea de fractura que les menciono como esencial en la dialéctlca instaurada por esa referencia al Otro en espejo del que creí haberles aportado hace poco —no lo encontré entre mis papeles— la referencia que les daré la próxima vez en Hegel, en la Fenomenología del Espíritu donde se dice formalmente que el lenguaje es trabajo?: es allí que el sujeto hace pasar su interior al exterior. Y la frase misma es tal que resulta bien claro que ese inside-out, como se dice en inglés, es verdaderamente la metáfora del guante dado vuelta.

Pero si puse en dicha referencia la idea de una pérdida ello es en la medida en que algo no sufre allí esa inversión que en cada etapa queda un residuo que no es invertible ni tampoco significable en ese registro articulado. No nos sorprenderá que tales formas del objeto se nos aparezcan bajo la forma que recibe el nombre de parcial; esto nos impresionó bastante para que lo farfulláramos como tal con la forma secciónarla bajo la cual somos llevados a dar Intervención a un objeto, por ejemplo, correlativo de esa pulsión oral: el pezón materno, del que además no debe admitirse la primera fenomenología la de un seno cortado tamiz (?) (sic), quiero decir algo que se presenta con un carácter artificial. Esto permite además que se lo reemplace por cualquier biberón, que funcionará exactamente de la misma manera en la economía de la pulsión oral.

Si vamos a las referencias biológicas —las referencias a la necesidad son por cierto esenciales, no es cuestión de rehusarse a ellas— será para advertir que la más primitiva diferencia estructural introduce el hecho de las rupturas, de los cortes, introduce de inmediato la dialéctica significante. Hay algo allí impenetrable a una concepción que yo llamaría de todo lo que hay de más natural?. Qué es la dimensión del significante sino, si ustedes quieren, un animal que en seguimiento de su objeto es tomado en algo tal que dicho seguimiento de ese objeto deba conducirlo a otro campo de huella donde ese seguimiento mismo no tomará desde entonces sino valor introductorio?.

El fantasma el S/ con relación al a, adquiere aquí valor significante de la entrada del sujeto en ese algo que va a llevarlo a la cadena indefinida de  significaciónes que llama destino.

Puede escaparlo a ella Indefinidamente o sea que aquello que se trataría de encontrar es justamente el punto de partida: cómo entró el sujeto en el asunto del significante?.

Resulta igualmente claro que bien vale la pena reconocer de qué modo los primeros objetos, los que fueron localizados en la estructura de la pulsión, a saber: el que nombré hace poco, el seno cortado, y más tarde la demanda a la madre invirtiéndose en una demanda de la madre, por ese objeto del que de otro modo no se ve cuál podría ser su privilegio, ese objeto que se llama «escríbalo», o sea algo que también tiene relación con una zona llamada erógena, de la que es preciso advertir que también ella so encuentra separada por un límite de todo el sistema funcional al que alcanza y que es infinitamente más vasto entre las funciones excretorias; por qué el ano sino en su función determinada de esfínter, de algo que contribuye a cortar un objeto, y el objeto de que se trata el escríbalo con todo lo que puede llegar a representar, no simplemente, como se dice, de don, sino de identidad con ese objeto cuya naturaleza buscamos, y este es lo que le da su valor, su acento. Y qué digo aquí sino justamente que justificar la función eventual  que recibe bajo el título de relación de objeto en la evolución —no quiero decir de ayer, sino de  antes de ayer— de la teoría analítica, es falsearlo todo ver en ella una suerte de modelo del mundo del analizado en el cual cierto proceso de maduración permitiría la restitución  progresiva de una reacción presuntamente total, auténtica, cuando no se trata más que de un desecho que designa lo único importante, a saber el lugar, el lugar de un vacío  donde vendrán a situarse otros objetos, cuánto más interesantes que además ustedes ya conocen pero no saben ubicar.

Pero hoy solamente para reservar el lugar de ese vacío —ya que además algo en nuestro  proyecto no dejará de evocar la teoría existencial e incluso existencialista de la angustia— digan que no es por azar que alguien a quien puede considerarse como uno de los padres de la perspectiva existencial al menos en la época moderna, ese Pascal de quien no se entiende por qué nos fascina ya que, si ha de creerse a los teóricos de las ciencias, lo hizo todo mal —parece que estuvo a punto de descubrir el cálculo inifinitesimal creo que más bien le importaba un bledo—; no es por azar que Pascal nos toque todavía, incluso a aquellos de nosotros que son absolutamente incrédulos, y es que como buen jansenista que era, se interesaba por el deseo. Por eso, les digo confidencialmente hizo las experiencias de Puy de Dome sobre el vacío. Para él era capital que la naturaleza tuviera o no horror del vacío, pues esto significa el horror de todos los científicos de su tiempo por el deseo. Ese vacío ya no nos interesa teóricamente.

Casi perdió sentido para nosotros. Sabemos que en el vacío pueden producirse además nudos, llenos (pleins) paquetes de ondas y todo lo que quieran. Justamente Pascal ya que, si no la naturaleza toda, el pensamiento había tenido hasta entonces horror de que en alguna parte pudiese haber vacío, esto es lo que se propone a nuestra atención, así como saber si también nosotros no cedernos, de vez en cuando, a ese horror.