Seminario 12: Clase 8, del 3 de Febrero de 1965

Seminario 12, clase 8
Quisiera que continuáramos avanzando en lo que es el problema crucial; que busquemos proponer una forma, una topología esencial en la praxis psicoanalítica. Es a ese fin que reproduzco aquí esta forma de la botella de Klein. Forma, si ustedes quieren que no es única, en tanto aquélla misma es una forma que puede parecerles simplificada, y es la que ustedes encuentran en los libros más elementales. Toda representación de ella es inexacta, forzada.

La representación que puedo darles de ella en el pizarrón es una proyección en el espacio en tres dimensiones, a la cual la superficie de la botella de Klein, no pertenece.

Es, entonces, de una cierta inmersión en el espacio de lo que se trata. Hay una relación analógica entre lo que la superficie representa para nosotros y el espacio donde ella funciona; el espacio donde ella funciona siendo precisamente el espacio del Otro, en tanto que lugar de la palabra. No es hoy que trataré de proseguir esa analogía de un campo de tres dimensiones y lo que llamaré el espacio del Otro. El lugar del Otro no deja de tener cierta analogía con las dimensiones cartesianas que podrían ser introducidas, cosa que no haré hoy.

Hay cuatro esquemas, abajo a la derecha.

Para todos aquellos que han tenido el tiempo disponible para conocer ciertas distinciones que he hecho sobre el discurso de uno de mis antiguos colegas, distinciones que implican una recuperación, hasta una rectificación de ciertas analogías introducidas por él, de los términos que sirven para definir las instancias de la segunda tópica más especialmente, los términos yo ideal e Ideal del yo; donde él permanece en suspenso, Freud los ha distinguido. La cosa puede permanecer bajo forma de pregunta.

El caso había sido solucionado en tanto el Yo ideal y el Ideal del yo tienen un sentido en psicología y que el autor apuntaba a enlazar en la experiencia analítica. El lo apuntaba en los términos de persona, hasta de personalismo. Yo trataba, por esas distinciones, de no poner en cuestión una fenomenología que conserva su precio; trataba de mostrar lo que el análisis nos permite articular allí. Es entonces una simple alusión al esquema que ustedes verán en ese artículo, al cual, algunos trazos del dibujo se relaciónan. No es en vano que les recuerde de qué se trata. La virtud o la inspiración de esta construcción reposa enteramente sobre una experiencia de física divertida que se llama el ramo invertido. Gracias al uso de un espejo esférico, se puede hacer aparecer en el interior de una cara, supuesta real, un falso ramo; por poco que el ramo esté disimulado a la vista del espectador, da, por el efecto de retorno del espejo esférico, una imagen que, a diferencia de la imagen en el espejo plano, una imagen  que se llama real. Es decir que es algo que se sostiene en el espacio a modo de una ilusión.

Un ilusionista, en una atmósfera dividida por telones negros, llega a hacer surgir especies de fantasmas suficientes para, al menos, interesar al ojo. Es partiendo de modo ficticio, que me he complacido en hacer surgir una cara ilusoria. Esta ilusión no se prosigue más que para un ojo que está en alguna parte, ubicado en el campo de un modo tal que, para él, eso pueda hacer imagen. Es decir que un cierto reenvío de los rayos sobre el espejo esférico, que después de haberse recruzado para reconstituir la imagen real va a expandirse en un cono, en el fondo del espacio interesado. Es necesario que el ojo supuesto a recibir la imagen real, esté en un cono.

En otros términos, es necesario que el espectador esté en un cierto campo bastante limitado, para que él no escape a los efectos del espejo esférico. Es aquí que surge el resorte de la pequeña complicación suplementaria – que yo agrego – que la  ilusión de la imagen real es un sujeto. Ese sujeto es enteramente mítico. Es porque el S no está barrado. Es mítico. Es exigible del lado del espejo esférico, que representa los mecanismos internos del cuerpo, que ve en un espejo esférico que representa los mecanismos internos al cuerpo – que ve en un espejo – lo que se produce aquí de ilusión para quien estuviera allí. Esto no es  muy  difícil de  comprender, en efecto,  las posiciones  de S y de I están  en relación  al espejo, estrictamente simétricas. Es suficiente que S encuentre su propia imagen eventual más allá del espejo, en alguna parte de un cono, para que vea en el espejo lo que él vería si estuviera en el lugar marcado I.

Es la relación que hay en la identificación que se llama Ideal del Yo, a saber: ese punto de acomodación que el sujeto de siempre –  ese siempre no es quizá lo que cobre una historia, a saber la historia del niño en su relación de identificación con el adulto. Es, entonces, de un cierto punto de acuerdo en el campo del Otro en tanto que él ha tejido no sólo las relaciones simbólicas, sino que, de un punto imaginario, es fijado, acomodado en ese punto que él va a tener todo a lo largo del desarrollo, a lo cual se refiere en la génesis; que él va a tener, en el curso de su desarrollo que acomodar esta ilusión que está allí: la ilusión del florero invertido. Es decir, Hacer jugar alrededor de algo que es el ramo y que tenemos aquí reducido, para la claridad, a una sola flor o un sólo signo, a acomodar alrededor a ese algo – que no tiene aún dicho nombre – que está aquí, la imagen virtual de la flor, a acomodar, en suma, esta imagen real del florero invertido. Esta imagen real del florero invertido es el yo ideal, es la sucesión de formas que cristalizará en lo que se llama – que se llama de un modo demasiado monolítico por una suerte de extrapolarización que se introduce en toda una teoría – una perturbación.

El yo bajo la forma de historias sucesivas de yo ideales, incluyendo aquellas, toda la experiencia de lo que se podría decir de la toma entre manos de la imagen del cuerpo. Está allí desde siempre, lo que he acentuado bajo el título del estadio del espejo, del carácter nodal de la relación del yo a la imagen especular.

Si el espejo tiene aquí su razón de ser en tanto define una cierta relación entre el cuerpo y lo que se produce de dominio de su imagen en el sujeto, introduce allí de un modo visible lo que está claro: a saber que, anterior a esta experiencia, el soporte del otro, el otro que sostiene al niño ante el espejo está allí en una dimensión esencial. El primer gesto del niño en esta asunción jubilosa de su imagen en el espejo, ese giro de la cabeza hacia el otro real, percibido al mismo tiempo en el espejo y cuya referencia parece inscripta.

Es de lo que se trata en la vuelta que hago aquí a este pequeño esquema, es mostrar que la función y la relación que hay entre esta flor – aquí designada por a – esta flor no tiene, en esta experiencia y por relación al espejo, la misma función, no es homogénea a lo que viene a jugar alrededor de ella, a saber, la imagen del cuerpo y el yo. Puedo agregar para aquéllos que han seguido ya mi desarrollo fuera de mis seminarios sobre la identificación – que por esta sola condición de hacer intervenir  el registro de la topología, se puede decir – es una metáfora que no es más que una metáfora – no busquen hacer entrar allí la imagen física. De todos modos, pese a que Freud haya utilizado esquemas enteramente semejantes, se me puede acordar allí una realidad que hacemos aquí nosotros mismos. Por otra parte, no olviden que, con la ayuda de una referencia más cerca de lo real que es una referencia topológica, que si la imagen del cuerpo, I (a), se origina en el sujeto, en la experiencia especular, el a – saben qué instancia le doy en la economía del sujeto y su identificación –  el a, no tiene imagen especular,, no es especularizable. ¿ Debemos mantener, sostener, que él se encuentra centrando todo el esfuerzo de especularización?

Es de allí, lo recuerdo, que debe partir toda la cuestión  para nosotros, más exactamente la puesta en cuestión de lo que se trata en la identificación tal como se prosigue, se cumple, en la experiencia analítica. Ven allí que el juego de la identificación, al mismo tiempo que el fin del análisis, está suspendido en una alternativa entre dos términos que comandan, que determinan, las identificaciones que son distintas, sin que se las pueda llamar opuestas, pues no son del mismo orden: el Ideal  del yo, lugar de la función del trazo unario, de nuestra suspensión del sujeto en el campo del Otro, alrededor del cual, sin duda, se juega la suerte de las identificaciones del yo en su raíz imaginaria, pero también, por otra parte, el punto de regularización  invisible, si ustedes quieren, pero pongo este invisible entre comillas pues si él no es visto en el espejo, su relación a lo visible está a retomar enteramente – el año pasado he dado los fundamentos de ello.

Alrededor del a oculto en la referencia al Otro, alrededor del a, tanto y más que en el Ideal del yo, se jugarán las identificaciones del Sujeto.
La cuestión está en saber si debemos  considerar  que  el  fin  del  análisis  puede  contentarse  con  una sola de las dos dimensiones que determinan esos dos polos, a saber: culminar en la rectificación del Ideal del yo.

¿Es otra identificación del mismo orden y, especialmente, lo que se llama la identificación al analista? Si todas las aporías, las dificultades, los impasses, a los cuales, efectivamente, la experiencia del análisis, los decires de los analistas nos aportan el testimonio, no es eso alrededor de algunas cosas insuficientemente vistas, apuntadas, comprendidas y no localizadas al nivel de lo que juegan a la vez esos impasses y la posibilidad de su solución.

Es un retorno para proponerles una fórmula que reintroduce aquí nuestra aprehensión de la botella de Klein y de aquello de lo cual se trata en esta figura, yo diría la clase, que tratamos de dar con esta topología. Es eso de lo que se trata en lo concerniente al deseo.

Aquí, el deseo es algo que nos ocupa en el inconsciente freudiano, esto es en la medida en que él es otra cosa que lo que se ha llamado hasta ahora, tendencia desconocida, misterio animal; si el inconsciente es lo que es, esta abertura que habla, el deseo está, para nosotros, en formular en alguna parte en alguna parte en  el corte carácterístico de la escansión de ese lenguaje y esto es lo que trata de expresar nuestra referencia topológica.

Anticipo la fórmula siguiente antes de comentarla. Podríamos decir que el deseo es el corte por el cual se revela una superficie como acósmica. Allí está el orden en el cual ustedes deben sentirlo bien después de un momento, pues ya ese término de acósmico lo he sacado de más de un horizonte, el carácter no visto, profundamente anti-intuitivo – y como decía recientemente un matemático con el que trataba de poner en juego algún otro ejercicio – esas superficies horribles de ver, quiero decir que mi matemático para resolver esos problemas de los que se trataba, se negaba enérgicamente hasta a mirar efectivamente del lado   de la desembocadura de la botella, esta especie de curiosa boca aculada en ella misma pero por el interior, por el hecho que se llega a ese borde por los dos lados a la vez. Hay cosas que pueden representarse en la reflexión.

Yo, que no temo lo horrible, les he hablado de ello como de un círculo de retorno, de hecho, no hay en ninguna parte círculo de retorno, simplemente porque puede deslizarse por todos lados.

Hago alusión a la media de nylon, material vuelto hacia arriba sobre sí mismo de algún modo pudiendo atravesarse sobre sí mismo sin daño. Verán que todos los puntos de su recorrido, sus círculos de retorno brusco, son reemplazados. Es su ubicuidad lo que hace la esencia de la botella de Klein.

Es por eso que la cuestión que puedo plantear al matemático sobre lo que ocurre, sobre el círculo de retorno le produce horror. Lo que yo les represento allí, es tan horrible de ver, para que sea más aprehensible, desde que yo lo haya manipulado, esta botella, verán qué dificultad, esto es más hablante que si yo me contestara con algún símbolo, cálculo, en el cual ustedes no tendrían la sensación que eso hace sentido. Les pido localizar ciertas cosas.

Para ir de un punto A a un punto B representado sobre el círculo de retorno – pueden ser un punto A y un punto B cualquiera – si tomamos un cierto tipo  de camino, ir y volver, cortamos la botella de un  cierto modo, de un cierto modo que deja intactas sus carácterísticas. La cortamos en dos bandas de Moebius, es decir en dos superficies no orientables como la botella. Si procedemos de un modo ligeramente diferente, el primer trazo es el mismo, el otro pasa de otro modo. Cortamos también la botella, pero la transformamos en una  suerte de cilindro puro y simple, en algo  perfectamente orientable, en algo que tiene un derecho y un revés – estando el otro fuera de estado para pasar de un borde sobre el otro – podemos ver en qué se relacióna la divergencia de esas posibilidades. Si el tiempo nos dejara hacerlo, tendría la ocasión de mostrar lo que esto sirve para figurar. Hay, entonces, un buen corte: el que revela la superficie, una superficie orientable y un nuevo corte que la escamotea, que la reduce a una superficie más banal, más accesible a la intuición. En tanto que ustedes saben, cosa curiosa, que en ese campo, como los matemáticos – donde la  recreación ha servido de pilote a verdaderos problemas – es en la especulación matemática pura, que han aparecido esos extraños seres tolológicos, si ellos descienden,a  la  recreación  esto  es  secundario,  lo  que  es un proceso opuesto a lo que observamos en otros campos. ¿Qué quiere decir esto? Que nadie entra aquí si no es topólogo, como se lo decía en otro momento a la puerta de cierta escuela.

¿Será ésa, entonces, la función de ese famoso deseo del analista en esa superficie acósmica, el ser aquél que sabe cortar (tailler) algunas figuras? Pues nada es sin enunciarse en ese campo del pensamiento de la historia (conforme la obra de Carlyle) El cortador (tailleur ) recortado (retaillé) sería de alguna manera, el anuncio y la pre-figura de lo que con Marx y Freud el sujeto sublima. Seguramente hay algo de eso, hay algo en el análisis que hace eco a la filosofía de los hábitos, no es para nosotros el entrar en el análisis con el término de disfraz en francés (Verkleidung), hay que hacer otra cosa con algún hábito. La frase de una reina difunta hablando de su hijo: «Bien cortado, pero es necesario volverlo a coser».

Todo está en el campo, en el análisis,
en la eficacia del buen corte, pero también es considerar el modo en que es hecho ese corte. El permite a la vestimenta volverla de otro modo. El Sartor  Resartus del cual quiero hablar hoy, lo puntualizo, no es el paciente, no es el sujeto: es el analista. Lo que quiero tratar de hacerles vivir un instante, y de imaginar para ustedes, es una cierta dificultad que tiene el analista con su propia  teoría.

Tomaré esto en el texto no publicado, número de la «International of Psychoanalysis», dando cuenta del congreso de Estocolmo. Es la obra de una joven mujer, donde en el límite del momento, donde el término joven comienza a tomar un sentido más fluido. Ella no es una joven analista, está, cuanto menos, en una posición particular, en un medio de la comunidad analítica, digamos, que, en la sociedad inglesa, ella representa una suerte de bebé de todos. Es muy activa, muy aguda, muy inteligente, no sin alguna audacia, de la cual lleva la traza el título de su comunicación, en tanto pone en cuestión uno de los términos tejidos, integrados, del modo más corriente en la experiencia psicoanalítica. Se desarrolla en un campo educacional, brevemente, un estilo bien inglés del psicoanálisis. Hablar de ese estilo no es solucionar las orientaciones doctrinales que pueden plantearse en el interior de ese propósito general.

El título: «Explotación inconsciente del mal padre para mantener la creencia de la omnipotencia infantil». Se trata aquí de mostrarles por qué camino un práctico viene a poner en duda eso, alrededor de lo cual gira todo lo que se le enseña como siendo el resorte de la experiencia analítica,  en razón de los caminos de esta enseñanza, en esta dirección que lo ha conducido. Ella se da cuenta que todo lo que se dice ordinariamente de la transferencia, a saber, error sobre la persona, reproducción  de las experiencias hechas con los padres en la relación con el analista, ha conducido a poner el acento, de modo más prevalente, en los efectos que se prosiguen en el desarrollo del sujeto, que puede llamarse un condicionamiento emocional inadecuado. Se conduce más y más a los espíritus por una vertiente genérica en que el buen padre no se inquieta en aportar a cada  fase del desarrollo del niño ese algo que no producirá lo que se llama disturbio, perturbación emocional. Al centrar el asunto alrededor del ideal de la formación afectiva donde de lo que se trata es de algo de una relación  entre dos seres vivientes, el uno teniendo necesidades, el otro para satisfacerlas. De alguna manera la desembocadura, la buena formación está allí suspendida a concepciones de armonía, de etapas, senos, que un analista educado en ese baño – no hay lugar para sorprenderse pues esa vertiente, esa pendiente no es, cuando menos, más que el bajo de una pendiente – el análisis no es ninguna salida de allí y lo que tenemos que tratar no es eso, hacia lo cual su práctica, en un cierto campo, un  cierto medio, viene a puntuarse fascinada.

Es muy seguro que partimos de otra experiencia, a saber que si aparecía como el resorte perceptible de eso de lo cual se trata, a saber: la ectopía de una respuesta en el niño, a esos pretendidos malos (…) aturdimiento del análisis que se llama la transferencia.

Es necesario saber si se le acuerda importancia  a mis fórmulas, si ellas pueden ser aplicadas, reducidas, soy yo mismo quien ha aportado esta traducción: transferencia, esto es engaño en su esencia. Si ello es así, se debe poder dar figura a la equivalencia: neurosis de transferencia, neurosis de engaño. Tratemos: ¿quién se engaña?

Si la transferencia es precisamente ese algo por el cual el sujeto, en el alcance de sus medios, ha establecido su sitio en el lugar del Otro, no hay necesidad de muchas referencias para confirmárnoslo. Se trata de saber si la interpretación de la transferencia que se limita a constatar que lo que es allí  de él figurado, representado en el   comportamiento del paciente viene de otra parte, de lejos, hace tiempo, de las relaciones con sus padres. Si él lo interpreta así, puede quizá, favorecer ese engaño. Esta es,al menos, la cuestión que seguramente yo  destaco, pero que por hoy, lo anticipo como siendo justamente la cuestión promovida por nuestra esperanza del análisis, por esta persona preciosa, de la cual, por azar, su nombre es Perla.

Después de algunas salutaciones a las autoridades de su medio, ella plantea correctamente la cuestión: cómo discriminar, en el retorno de la experiencia traumática en la transferencia, en la situación analítica, la explotación dice ella – se expresa demasiado bien – de esas experiencias traumáticas, para el mantenimiento de la omnipotencia, o toda potencia, bien conocida en las referencias analíticas comunes, que son las que pertenecen al niño y por otra parte al inconsciente. En otros términos, alguien, un analista, plantea en la pendiente del tiempo presente, la vertiente seguida por la experiencia analítica plantea la cuestión de saber si, sin duda, esta interpretación de la transferencia, que tiene todo su alcance de experiencia rectificativa, de un juego que es importante, si al limitarse a ese campo, no es para el analista en tanto que aquí está el Otro, el Otro del sujeto cartesiano, ese Dios, del cual les he dicho que no se trata tanto de saber si es o no, engañador. Lo que Descartes no promueve es si él no es engañado. Si Descartes no lo promueve es por una razón: es que ese Dios no engañador, el cual él hace tan gEnerosamente remisión de lo arbitrario de las verdades eternas, ¿no ha sentido desde siempre que hay, por parte del gran jugador, enmascarado algún engaño? ¿Qué importa dejarle algún engaño si el del Cogito le sustrae su certeza por ser quien piensa res cogitans? Dios puede ser el amo de las verdades eternas, él mismo no está asegurado en esta remisión, que él mismo lo sepa.

Es precisamente de eso de lo que se trata para el analista, de saber hasta que punto eso de lo que se trata, es decir, la estructura del sujeto, es algo que se pueda, radical y puramente referir a ese doble registro de una cierta normatividad de las necesidades, en medio de lo cual intervienen de un modo más o menos oportuno, incidencias que en otro tiempo se llamaban traumáticas, pero que se tienden a llamar efectos del traumatismo acumulativo. Hay, precisamente algo que no ha ido en un cierto momento. Si no se sigue un camino peligroso para un cierto número de pacientes en permitirse instalarse ellos mismos en una historia, que configura el acomodarse a partir de la falta de ciertas exigencias ideales, seguramente toda suerte de insights, de puntos de vista, de aprehensiones, pueden instalarse en esta función y este registro y no es más falso decir que el yo puede unirse allí, hasta remanejarse allí. Es precisamente lo que la figura – sobre la cual me excuso de haber debido permanecer largo tiempo –  les ilustraba. Todo lo que se juega alrededor de la transferencia, de las identificaciones, a la vez provisorias  y sucesivas, refutadas, que toman lugar, vendrá a jugar sobre  la imagen I’ (a) y permitirán al sujeto reunir sus variantes. Pero ¿está allí todo? Si eso lleva a descuidar la función igualmente radical, la función en el otro polo de lo que es más secreto, de lo que el análisis nos ha enseñado a ubicar en el objeto a. Insisto. Si el objeto a es la función que todo el mundo sabe, está claro que él no viene en nuestra incidencia del mismo modo en los diferentes enfermos.

Quiero decir que es exigible que en lo que va a seguir, les diga lo que es un objeto a en la psicosis, la neurosis, la  perversión. Eso no es parecido.

Pero hoy, quiero decirles cómo, en un analista seguramente sensible a su experiencia, el objeto a se le aparece; poco importa aquí que el caso con el cual ella promueve sus reflexiones sea un caso border-line, con cosas que se han hasta etiquetado : pequeño mal, a menos que eso no sea crisis de despersonalización.

Un sujeto que ha vivido hasta la edad de 14 años en la atmósfera de una pareja entre la cual las tensiones permanentes, las detenciones repentinas se producen más que numerosas, hasta que, teniendo el niño la edad de 14 años, la pareja se disuelve. Tiene un hermano mayor tres años.

Que se lo llame esquizoide, por el momento que a ustedes importa, que él sufra en el modo de ese sujeto que ponemos sobre el borde del campo psicótico, de esta especie de falsedad resentida de su self, de su sí-mismo, de esta puesta en suspenso, hasta de esa vacilación de todas sus identificaciones, todo eso, para nosotros, por el momento, es secundario. Lo que importa es eso: que ese paciente es psicoanalizado por la analista en cuestión con una corta interrupción, durante diez años. Ella hace en 1954 una comunicación sobre él – eso parece ser a los 10 años -. Lo que nos es relatado, es anterior.

Acerca de ese paciente ella se ha destacado con lo que yo llamaría ese pequeño aparato de radicación inconsciente, ese pequeño geiger. Dos fases de experiencia posible con un tal sujeto, durante las cuales hay algo donde el sujeto se presta al juego, en todo caso hace sorprendentes progresos, y la analista es consciente. Quiero decir que ella conoce bien todo ese efecto de falla, detrás de la cual ocurren esos misteriosos cambios, eso por lo cual el analista sabe bien que se sitúa su experiencia, del día al día de la experiencia analítica, saben lo que el discurso del paciente les dirige a ustedes directamente. Si eso marcha o si no marcha, lo que surge de trampa que nos es presentado, que es, a la vez, apertura a la verdad, sabe bien eso cuando eso se produce.

«Pero hay períodos – nos dice ella – donde yo siento nuevamente algo que conozco bien : me encuentro, de algún modo, fijada por él». Como es necesario que ella ubique en algún lugar el geiger, – eso le molesta – el paciente hace un bloqueo. ¿Qué es lo que aprisiona en el interior? A ella, la analista.

Ella ha sostenido eso, de algún modo, durante diez años. No trato de ironizar sobre los análisis que duran diez años, hablo de los analistas que sostienen una situación que dura diez años. ¿Qué quiere decir eso? Que en los resultados obtenidos, se ha dado al paciente el campo y que después toda clase de cosas no han girado demasiado mal, ha cesado de ser un beatnik, se ha casado, ha hecho cosas consideradas generalmente normales. Es a continuación de una de sus pequeñas crisis que sobrevino en el momento en que él abatía un árbol, que eso le hace surgir, muy rápido, un estado de pánico.

La segunda vez el paciente está en el punto de no poder articular más una palabra, de tener sudores profusos. Es sorprendente que en esas condiciones el analista se introduzca demasiado bien en el campo de los medios oficiales, tomando la parte de hacer lo que se podría llamar una subversión del caso. Ella toma al paciente en cara a cara. Allí ocurren cosas enteramente curiosas. Si al nivel de su comunicación ella dice que uno se ha extraviado, quizá, durante diez años, en dejar ponerse el acento del lado de los estragos de los padres, del padre,  en la ocasión, la cosa es quizá imprevisible, en la teoría ordinaria. Digamos que la parte sana del yo del analista ha debido hacer lugar a una parte supersana. Quizá pone en cuestión que el padre esté en el origen de los estragos. Lo que es sorprendente es que, en sus distinciones más y más le ocurre  – que va a hacer la analista que, de algún modo, cosa bastante interesante en su propia relación – una palabra de ella misma de la cual ella recibirá el mensaje secundariamente. Le ocurre un día decirse que el paciente debe tener gran necesidad del padre no satisfaciente. Ella se lo dice.

Ante las declaraciones de esa paciente, que son declaraciones de las cuales no habría lugar a sorprenderse viniendo de un sujeto psicótico que tiene la sensación cuando eso va bien, que no es él, que él está en otra parte, se puede dejar pasar eso, se puede también preguntarse hasta dónde, en qué medida el análisis ha reforzado el lado falsificado de la identificación fundamental del paciente.

La analista percibe todo eso, percibe sin duda, con algún retraso que esta relación deteriorada con el padre todo lo que se puede aprehender de ella cuando se está al alcance de ver su signo, su resorte, es que el paciente  ha hecho todo para mantenerla – el rol del analista más bien -. El vuelco que se produce es el de preguntarse por qué el paciente, en suma, por una suerte de retroceso que le viene de una vuelta en que ella se ha dejado enviscar durante diez años, por qué el paciente, digamos, por lo menos ha sido también cómplice del mantenimiento de esta mala relación. Es aquí, que no es necesario decir que, percibiendo esta posibilidad, la disección que ha hecho de ello la analista sobre la vía de esta revisión desgarrante, es enteramente insuficiente para percibirla ustedes. Es necesario que yo mismo formule, quiero decir de un modo no decisivo, de algún modo radical, sino al nivel de eso de lo cual se trata, a saber, del deseo. Allí, aún, si se le da un sentido a las fórmulas que he anticipado, si se puede admitir que en un rodeo, digo que el deseo del hombre es el deseo del Otro, si de eso de lo que se trata en el análisis ¿dónde se presenta ese deseo del Otro?

El deseo del Otro se presenta en ese campo radical donde el deseo del sujeto le es irreductiblemente no anudado, sino precisamente en esa torsión que trato de representarles aquí con mi botella. Esto es insostenible y exige intérprete mayor, aquél con el cual no hay cuestión: esto es la ley.

La ley soportada por algo que se llama: el nombre del padre.

Es decir en un registro enteramente preciso y articulado de identificación, sobre lo cual fui impedido de puntuar los hitos mayores, con la consecuencia que no lo haré de inmediato.

Lo que veremos es que en la transferencia siempre se trata de suplir ese problema fundamental por alguna identificación: la ligazón del deseo, con el deseo del Otro. El otro no es deseado en tanto que es el deseo del Otro quien es determinante, esto es en tanto que el Otro es deseante.

En su momento lo he articulado alrededor de «El Banquete». Alcibíades se aproxima a Sócrates y quiere seducirlo para arrebatar  su deseo y toma la metáfora de la cajita en forma de sileno, en el centro de la cual hay un objeto precioso. Sócrates no posee otra cosa que su deseo. El deseo, como Platón mismo lo articula en Sócrates, no se atrapa así, ni por la cola, como dice Picasso, ni de otro modo, en tanto que el deseo es la falta.

Se habita el lenguaje. FuY llevado a decir que hay en Heidegger, en alguna parte una sugestión, que hay allí una salida a la crisis de la habitación; pero no se habita la falta, por el contrario puede habitar en cualquier parte. Ella habita en el interior del objeto a, no en el otro espacio en el cual se despliegan las vertientes del engaño, sino el deseo del Otro está allí oculto en el corazón del objeto. Aquel que sabe abrir con un par de tijeras el objeto a, de buena manera, aquél es el amo del deseo.

Esto es lo que Sócrates hace con Alcibíades en menos de dos (…) diciéndole: «Mira no, lo que yo deseo, sino lo que tú deseas, y mostrándotelo, yo lo deseo contigo»; es ese imbécil de Agatón.

Entonces el paciente, luego de una sesión, que analizada largamente por nuestra analista, aportará el síntoma siguiente:

Las cosas están en tal punto para él que no puede sostener un tenedor sin apercibirse que él, querría, a la vez, pinchar el pan y la manteca, que están hechos para juntarse, pero que están sobre platos separados. Lo que es instructivo es ver que, poniéndose a sus anchas, en la actitud de ese cara a cara, nuestra analista le responde: «La parte de usted incapaz de ir mejor, que ha hecho alianza conmigo y se tiene por encima de la cabeza del modo en que usted continúa siendo incapaz de hacer un paso hacia lo que le falta; éste es el statu quo y el modo en el cual usted no puede avanzar para aprehender un objeto que desea. Es como una confesión de placer, su boca hambrienta de bebé, en los dos. Como usted no puede hacer más que una cosa a la vez, el otro va a sucumbir en el hambre y va a morir por ello. Es por lo cual le he puesto a la espera de conservar el status-quo y de no sentir lo que usted puede hacer, pues eso significaría que uno de ustedes, self (yo) sería abandonada para siempre y muerta de hambre».

Interpretación de la cual puede decirse que es demasiado circunlocutiva, que ella busca reunir, en un tirón de ala, aquello de lo cual se trataba en la partida: la demanda.

No sólo la demanda, sino precisamente eso hacia lo cual converge todo análisis de la demanda; como la demanda en el análisis está hecha por la boca. Uno se sorprende que lo que salga al fin sea el orificio oral. No hay otra explicación al muro, pretendidamente regresivo, que se considera como necesariamente obligatorio de toda regresión en el campo analítico. Si cesan ustedes de tomar por guía demanda con identificación y transferencia, no hay ninguna razón de culminar en la demanda oral.

El círculo de deducción es circular y la única cuestión es saber en qué sentido se lo recorre. Se lo recorre obligatoriamente de un extremo al otro. En un análisis se tiene el tiempo de hacer varias veces el giro. Por una especie de sensación de palpar justo aquello de lo cual se trata, ella distingue algo que es otra estructura, esto es que la demanda oral se produce por el mismo orificio invocante. Hay dos bocas.

Todo eso es ingenioso pero farfulla lo esencial, a saber: que en un síntoma parecido, el síntoma largo tiempo ubicado que hace el enigma de los filósofos, el de Buridan, o sea el desdoblamiento del objeto y no el objeto de la libertad más que de la diferencia, la referencia esencial que es dada por el sujeto es que  se trata de otra cosa que de la demanda, pero que es el deseo y que ella no sabe dar allí el buen golpe de tijeras. Tendré que volver sobre ese caso.

Desearía que el tiempo no se alargara tanto en vuestra memoria  para que no perdieran el hilo. Lo que vamos a ver como esencial es que en ningún momento, después de haber tenido esta inspiración (…) que lo que el sujeto ha mantenido a través de toda su historia, es la necesidad de mantener su captura sobre el adulto.

Las tinieblas son tan espesas sobre las exigencias infantiles que la analista no entrevé hasta lo que, sin embargo, está articulado de todas maneras en su observación, esto es que, en ese caso, y por relación a su padre, un padre depresivo, es decir en cuya economía, el objeto parcial tiene una importancia prevalente. Esto es, que el paciente, como todo niño, pero más que otros justamente en razón de esa estructura del padre, el paciente, lo repito como todo niño  deja en grados diversos, el paciente es, él mismo, ese objeto a. La captura del niño sobre el adulto y todo lo que hay en el mito del niño – como lo expresaba la analista en lo concerniente a su toda-potencia – no tiene de ningún modo el resorte de una pretendida magia – todo el mundo es capaz de hablar ese lenguaje, no es un don -. Hay momentos en que la analista llegará a decir: «Esos pacientes tienen un modo de provocar en mí un matiz sentimental que hace que yo los crea». Es en el hecho de creerlos que yace el resorte fatal. Ella sabe que cuando uno los cree,  los pacientes se dan cuenta de ello, cuando los engañan se sienten recompensados. No hay otra fuente de la toda-potencia infantil, y no diré las ilusiones que ella engendra de su realidad, que el niño es el único objeto a, auténtico, real; inmediatamente a ese título, él contiene al deseante.

Hasta el cabo de esta reanudación de la observación, de esta colección que se termina en una suerte de satisfacción general, de happy end, tan ilusorio como el resto, ella no se da cuenta de lo que se trata verdaderamente. Cree que el arma del paciente, eso deviene el mal niño, estaba en reducir a su padre a nada, de reducirlo a ser un mal objeto, entonces, que él no tiene nada de semejante a eso. De lo que se trata, no es del efecto que el niño trata de producir, sino del efecto que resiente él de ello, a saber, de estar ubicado en ese punto ciego que es el objeto a  y si la analista hubiera sabido justamente ubicar la función de su deseo, ella se habría dado cuenta que el paciente hacía efecto en ella misma. Esto, a saber, que ella era transformada por él en objeto a  y la cuestión es saber por qué ella ha soportado diez años una tensión que el era a ella misma  tan intolerable, sin preguntarse qué goce encontraba allí, ella misma.

Allí se puntúa lo que se llama más o menos legítimamente contra-transferencia y cómo es siempre de eso de lo cual se dice, en la neurosis de transferencia, que es el resorte de los análisis interminables.

La neurosis de transferencia es una neurosis del analista. Se evade en la transferencia en la medida en que él no está en el punto en cuanto al deseo del analista.