Seminario 2: Clase 11, La censura no es la resistencia, 16 de Febrero de 1955

El mensaje como discurso interrumpido, y que insiste. El Rey de Inglaterra es un imbecil. Freud y Fechner.

La Traumdeutung no presenta únicamente la teoría del sueño: en ella encontramos la segunda elaboración hecha por Freud del esquema del aparato psíquico. Con la primera, puso punto final a sus trabajos de neurólogo. La segunda corresponde a su avance por el terreno particular de las neurosis y por lo que llegará a ser el campo propio del análisis.

Se trata, pues, del sueño, pero también, como trasfondo, del síntoma neurótico, cuya estructuración resulta ser la misma: pone en juego la estructura del lenguaje en general y, en particular, la relación del hombre con el lenguaje. Mi comentario va a demostrarlo, atestiguando así que los términos que utilizamos para volver a entender la obra de Freud, están incluidos en ella.

Queremos aplicar a la elaboración del pensamiento de Freud el mismo modo de interpretación que Freud emplea para lo que acontece en el orden psíquico. Queremos ver qué se va revelando en la construcción, realizada ante nuestra vista, de la segunda etapa del aparato psíquico. Valabrega y yo mismo hemos señalado las carácterísticas de los sistemas (signo griego) w y, así como sus impases, muy bien percibidos por Freud. En relación a esos sistemas, en la segunda elaboración del aparato psíquico algo se desplaza, se corre.

Los invito a releer el sueño de Irma. Ya el año pasado, para ilustrar la transferencia, les hice leer y explicar alguna de sus etapas. Reléanlo a propósito de lo que estamos haciendo ahora, esto es, intentar comprender qué quiere decir automatismo de repetición, dar un sentido a esta expresión y, para ello, advertir a qué duplicidad de relaciones entre lo simbólico y lo imaginario nos vemos llevados.

El esquema de la vez pasada, de la lámpara tríoda, les presentó ya el sueño de Irma bajo una luz muy diferente. En su manuscrito, Freud reduce los temas a cuatro elementos, dos conscientes y dos inconscientes. Hemos indicado ya cómo debían entenderse los dos elementos inconscientes: uno es la revelación de la palabra creadora que se produce en el diálogo con Fliess, y el otro es el elemento transversal, iluminado por esa corriente en su paso. Lo que en este sueño se despliega de una manera casi inconsciente, es la cuestión de las relaciones de Freud con una serie de imagenes sexuales femeninas, todas ellas combinadas con ese aspecto tensional que tienen sus vínculos conyugales. Pero más llamativo todavía es el carácter esencialmente narcisista de todas esas imagenes femeninas. Son imagenes cautivantes, y todas ellas están en determinada relación narcisista con Freud. Cuando el médico la percute, Irma siente un dolor en el hombro, y Freud señala que él padece de reumatismo en el hombro.

Todo esto dicho siempre de un modo que nos maravilla y nos permite ver más allá de lo que en ese momento el propio Freud era capaz de distinguir. Porque Freud es un observador excepcional, verdaderamente genial. Lo que nos dejó siempre contiene, para orientarnos, más material-como apresuradamente decimos-del que él mismo conceptualizó, caso éste excepcional en la historia de la literatura científica.

El señor Valabrega inicia el comentario de «Psicología de los procesos oníricos», capítulo VII de La interpretación de los sueños.

Hay dos breves frases que, desde el punto de vista que estamos desarrollando, merecen ser destacadas. En el momento en que Freud vuelve a discutir todas las construcciónes realizadas en los capítulos precedentes en relación con la elaboración del sueño, y que constituyen la armazón de la Traumdeutung, dice repentinamente que a propósito de los sueños cualquier objeción puede ser elevada, incluso la de que a lo mejor el sueño no es más que sueño de un sueño.

Nuestro error consistiría entonces en tratar como un texto sagrado lo que apenas sería improvisación arbitraria, edificada de prisa y en un momento de confusión.

Detengámonos un poco en esta metáfora, porque en Freud las metáforas son preciosas: en efecto, él trató al sueño como un texto sagrado. Un texto sagrado se interpreta según leyes muy particulares, y todos sabemos que a veces esas interpretaciones sorprenden. También es preciso conceder a la palabra texto toda su importancia. Aquí nos acercamos realmente a lo que Valabrega trata de mostrarles: en el momento de hablar del proceso onírico, Freud encara la cuestión del olvido.

Pues bien, la degradación, incluso el olvido del texto del sueño importan tan poco, nos dice Freud, que aunque de él no quedara más que un sólo elemento, un elemento del cual se duda, la puntita de un fragmento, la sombra de una sombra, podemos seguir adjudicándole un sentido. Es un mensaje.

Su degradación no es obra del azar, no está ligada a una especie de amortiguación, de borradura, de ahogo del mensaje en el ruido de fondo. El mensaje no se olvida de un modo cualquiera. Devolvamos a esa famosa censura, excesivamente olvidada, toda su frescura y lozanía: una censura es una intención.

Es carácterístico de la argumentación de Freud el invertir la carga de la prueba: «En los elementos que se me objetan, los olvidos y las degradaciones del sueño, sigo viendo un sentido, y hasta veo un sentido más. Cuando interviene el fenómeno del olvido. mayor es mi interés. También en él encuentro una parte del mensaje. Agrego esos fenómenos negativos a la lectura del sentido, les reconozco también la función de mensaje». Freud no se limita a descubrir esta dimensión sino que incluso, tomando partido, la aisla y no quiere tener en cuenta nada más.

Se le objeta que habla de sueños de deseo pero que existen sueños de angustia, sueños de autocastigo. Una de las fases de su respuesta consiste en decir que, por supuesto, hay sueños de angustia, pero lo que funciona para que haya angustia no es nada diferente de lo que provocaría angustia durante la vigilia. A Freud no le interesa la totalidad de lo que hay en el sueño, sino únicamente el elemento semántico, la transmisión de un sentido, una palabra articulada, eso que él llama pensamientos, Gedanken, del sueño.

Lo que a Freud le interesa, y en ningún sitio es más evidente que en la primera parte de este séptimo capítulo, es el mensaje como tal, y podemos decir más: el mensaje como discurso interrumpido, y que insiste. Aquí está lo que nos mantiene tan cerca del problema que ahora nos ocupa: ¿Qué es el más allá del principio del placer? ¿Qué es el automatismo de repetición?

En este texto no se le puede dar a la palabra Gedanken un sentido psicológico. Freud lo repite en tres o cuatro pasajes: no nos imaginemos que todas nuestras explicaciones son lo ya conocido en lo psíquico; estos fenómenos pertenecen a un orden muy distinto del orden psicológico.

Veamos un ejemplo cuyo carácter extremado lo hace más significativo, el de la dama a quien de su sueño sólo le queda una palabra: canal. Freud nos demuestra, a propósito de este caso, cómo entiende él la interpretación de los sueños.

¿Qué puede ser el recuerdo de algo tan borrado, un recuerdo de un recuerdo? Y, en términos más generales, cuando recordamos un sueño, ¿recordamos en verdad algo a lo que podamos referirnos cual si fuese un pensamiento?; después de todo, no sabemos si no es éste el prototipo de la ilusión de la memoria. Esto no perturba a Freud, no le importa; lo que le ocupa no pertenece al campo de los fenómenos psicológicos. ¿Nos acordamos de un sueño como si fuera un acontecimiento que existió y que podemos situar en alguna parte? La cuestión es literalmente insoluble. Los filósofos siempre se interesaron en ella: ¿por qué la experiencia del dormir no es tan importante, auténtica, como la de la vigilia? Si alguien sueña todas las noches que es una mariposa, ¿es legítimo decir que sueña que es una mariposa? A Freud poco le importa.

Este realismo psicológico, esta búsqueda de una subjetividad esencial no lo retiene. Para él, lo importante no es soñar que uno es una mariposa, sino lo que el sueño quiere decir, lo que quiere decirle a alguien. ¿Quién es ese alguien? Todo el problema está ahí.

Con esta dama Freud ya sostuvo una plática, y el sueño no es sino su continuación. En apariencia ella ha admitido muchas de las elaboraciones de Freud, pero lo que quiere decirle en el sueno está demostrado por sus asociaciones. Busque, busque, señora. Y, finalmente, ella hace oír un cuentito humorístico antiinglés. Entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un pasoSí, el Paso de Calais. Ella quiere decir: Todas sus historias son sublimes, pero un tanto ridículas, basta una nada para que den risa.

No estamos diciendo que esto sea o no legítimo; comentamos a Freud, e intentamos aprehender la función del sueño en tanto inconsciente. Una de las dimensiones del deseo del sueño es hacer pasar una cierta palabra. A Freud siempre le basta con poner esto en evidencia para ratificar el hecho de que su teoría se confirma. No le hace falta llegar hasta el recuerdo infantil ni pensar en la regresión. ¿Por qué le es necesaria a Freud la teoría de la regresión? El paso siguiente lo demostrará. Por ahora concluimos que Freud sólo queda satisfecho, sólo reencuentra su camino y estima habernos demostrado lo que nos quería demostrar, cuando puede mostrarnos que el deseo principal de un sueño era hacer pasar un mensaje.

Sr. VALABREGA:-Por consiguiente, el olvido del sueño es el obstáculo.

No es el obstáculo, forma parte del texto. La duda, por ejemplo, en su perspectiva, es casi una emphasis; no hay palabra equivalente en francés, habría que decir subrayado. La duda no le interesa como fenómeno psicológico y, en relación al sueño, ¿es acaso un fenómeno psicológico?

Hay que interpretar el fenómeno de la duda, dice Freud, como una parte del mensaje. Si el sujeto duda, piensan ustedes, es que hay resistencia, pero no hablemos por ahora de resistencia. La duda forma parte del mensaje. Cuando el sujeto les dice que duda, deben considerar que está atrayendo la atención sobre el hecho de que es un elemento particularmente significativo del sueño. La duda es una connotación privilegiada en este famoso texto sagrado, ¿de acuerdo?

VALABREGA:-Sí… Pero sin embargo, Freud subraya la palabra resistencia cuando dice: Todo obstáculo a la interpretación proviene de la resistencia, Widerstand, psíquica.

No del todo. ¿Leyó usted también la notita? Si el padre del paciente muere mientras éste se halla en análisis-dice uno sin embargo no va a pensar que lo hizo morir únicamente para interrumpir su análisis, esto último es una resistencia. Clasificamos todo lo que se opone a la interpretación como una resistencia: es una cuestión de definición. También vamos a interpretar esto en relación al hecho de que favorezca o no el progreso del trabajo de interpretación, es decir, el paso del mensaje. Admitan ustedes que esta generalización del tema de la resistencia nos permite pensar que Freud no la incluye en un proceso psicológico. La resistencia sólo adquiere valor en relación al trabajo. De ningún modo se la enfoca desde el ángulo de las propiedades psíquicas del sujeto.

La resistencia existe, desde luego. Sabemos que hay frotamientos imaginarios o psicológicos, que obstaculizan lo que Freud denomina el fluir de los pensamientos inconscientes. La notita apoya lo que estoy diciendo, que la resistencia no es considerada como interna al sujeto, en un plano psicológico, sino únicamente en relación con el trabajo de interpretación.

Sr. VALABREGA:-La Widerstand es también la censura.
 
No, precisamente no es la censura.

Sr. VALABREGA:-Pero sí, señor.

No, no es la censura. La censura no se sitúa en el mismo nivel que la resistencia. Ella forma parte del carácter interrumpido del discurso.

Siento que hemos llegado a una discrepancia esencial y que por su parte hay cierta incomprensión. Tendré que proponer algo ilustrativo.

En sentido propio, la resistencia del sujeto está ligada al registro del yo, es un efecto del yo. En este capítulo aparece instituida como una x que designa todo aquello que detiene el trabajo analítico, sea psicológico o no, provenga de la realidad o del azar. La censura no tiene nada que ver con la resistencia, ni en el primer sentido ni-con mucha mayor razón-en el segundo.

Esto trae aparejado el problema de lo que denominamos el superyó. Les hablé de discurso interrumpido. Pues bien, una de las formas más llamativas del discurso interrumpido es la ley en tanto incomprendida. Por definición, se supone que nadie ignora la ley, pero ella siempre es incomprendida pues nadie la capta en su totalidad. El hombre primitivo, que está capturado en las leyes del parentesco, la alianza, el intercambio de mujeres, por más sabio que sea nunca tiene una visión total de aquello que lo captura en ese conjunto de la ley. Lo que es censura siempre está ligado a aquello que, en el discurso, se vincula con la ley en cuanto incomprendida.

Esto les parecerá un tanto complejo, trataré de ilustrarlo.

Hay un librito pornográfico escrito por un nombre eminente en la literatura, miembro ahora de la Academia Goncourt: Raymond Queneau. En este libro, uno de los más encantadores que podamos leer, una joven mecanógrafa que se verá envuelta en la revolución irlandesa y en muy escabrosas desventuras, estando encerrada en el excusado hace un descubrimiento semejante en todos sus puntos al del padre Karamazov.

Como ustedes saben, Iván, hijo de Karamazov, conduce a éste por las audaces avenidas en las que se interna el pensamiento de un hombre culto y, en particular, dice: Si Dios no existe…-Si Dios no existe, dice el padre, entonces todo está permitido. Noción a todas luces ingenua, porque bien sabemos los analistas que si Dios no existe, entonces ya nada está permitido. Los neuróticos nos lo demuestran todos los días.

La mecanógrafa, encerrada en el excusado, hace un descubrimiento que para un súbdito de Su Majestad es aún mucho más impresionante. Acaba de producirse un hecho que ha perturbado el mantenimiento del orden en Dublín, el cual le sugiere una duda que desemboca en la fórmula siguiente: Si el rey de Inglaterra es un imbécil, entonces todo está permitido. Desde ese momento su aventura entera-los acontecimientos la ayudan-muestra que ya no se negará nada. El libro debería titularse: Somos siempre demasiado buenos con las mujeres.

En efecto, para los súbditos de Su Majestad británica-esta es la hipótesis, no piensen que estoy calumniando a nuestros aliados ingleses-, es muy importante no se diga que el rey de Inglaterra es un imbécil. Lo cual puede expresarse, por ejemplo, en la siguiente ley: todo hombre que diga que el rey de Inglaterra es un imbécil será decapitado. Síganme con atención. ¿Qué resultará de todo esto?

A ustedes les parece muy gracioso, pero quiero que les parezca trágico. Y quiero mostrarles que toda ley semejante, toda ley primordial, que como tal implica la indicación de la pena de muerte, implica al mismo tiempo, por su carácter parcial, la posibilidad fundamental de ser incomprendida. El hombre está siempre en posición de no comprender nunca por completo la ley, porque ningún hombre puede dominar en su conjunto la ley del discurso.

Si está prohibido decir que el rey de Inglaterra es un imbécil, bajo pena de quedarse sin cabeza, no lo diremos, y por este sólo hecho terminaremos no pudiendo decir un montón de otras cosas; o sea todo aquello que revele la clamorosa realidad de que el rey de Inglaterra es un imbécil.

Está probado: el rey de Inglaterra es un imbecil. Hemos tenido ejemplos. Y un rey de Inglaterra que no era un imbécil fue conminado inmediatamente a abdicar. Se distinguía de los demás en que se caía del caballo y pretendía casarse con la mujer que amaba, lo cual mostraba obviamente que no era un imbécil; pues bien: fue inmediatamente obligado a llevar sus consideraciones íntimas a otra parte. ¿Qué quiere decir esto? ¿Basta con no ser un imbécil para salvarse? Es un error: tampoco basta con eso. No estoy afirmando que el rey de Inglaterra tuvo razón en someterse a la abdicación porque no era un imbécil. Pero es un paréntesis.

Vemos, pues, que todo lo que en el discurso es coherente con esa realidad de que el rey de Inglaterra es un imbécil, queda en suspenso. El sujeto se ve en la necesidad de tener que eliminar, que extraer del discurso todo aquello que está relaciónado con lo que la ley prohibe decir. Esa prohibición como tal, es empero totalmente incomprendida. A nivel de la realidad nadie puede comprender por qué, si esa verdad;  le cortarán la cabeza; nadie advierte dónde se sitúa el hecho mismo de la interdicción. Por consiguiente, ya no puede suponerse que alguien que dice lo que no se debe decir y que piensa que todo está permitido podrá anular pura y simplemente la ley en cuanto tal.

Espero lograr que sientan ustedes este último resorte inexplicado, inexplicable, del que se sostiene la existencia de la ley. La cosa dura que encontramos en la experiencia analítica es que hay una ley. Y esto es lo que nunca puede estar completamente logrado, en el discurso de la ley: ese último término explica que hay una.

¿Qué se produce en esta hipótesis? El súbdito del rey de Inglaterra tiene muchas razones para querer expresar cosas directamente conectadas al hecho de que el rey de Inglaterra es un imbécil. Digamos que esto ocurre en sus sueños. ¿Qué sueña este súbdito? Puesto que se trata de algo difícilmente expresable, no sólo debido a que el rey de Inglaterra es un imbécil sino por todo lo que esto implica, por todo lo que hace que no pueda ser otra cosa que un imbécil, la estructura toda del régimen y, más allá, la connivencia universal de la imbecilidad del reino de Inglaterra. Pues bien, el súbdito sueña que lo han decapitado.

Aquí no hay necesidad de hacerse preguntas sobre váyase a saber qué masoquismo primordial, la autopunición o el deseo de castigo. En este caso, el hecho de que lo hayan decapitado quiere decir que el rey de Inglaterra es un imbécil. La censura es eso. Es la ley en tanto incomprendida.

A nivel del sueño, no hay más que un problemita pueril: ¿por qué sueña uno que tiene cortada la cabeza? ¿Por qué esto los divierte tanto? Piensen que ninguno de los súbditos del reino donde reina la imbecilidad tiene nunca muy sólida la cabeza sobre los hombros. Esto se expresa mediante un síntoma.

Lo que les estoy contando parece una pequeña fábula, pero conocí a un sujeto cuyo calambre de escritor estaba ligado a algo que su análisis reveló: la ley islámica en la que había sido educado disponía que al ladrón le fuera cortada la mano. Y esto nunca lo pudo tragar. ¿Por qué? Porque a su padre lo habían acusado de ladrón. La niñez del sujeto transcurrió en una especie de profunda suspensión respecto de la ley coránica. Toda su relación con su medio original, el sostén, el orden, los cimientos, las coordenadas fundamentales del mundo quedaron obstruidos, porque había una cosa que él se negaba a comprender: por qué si alguien era ladrón le tenían que cortar la mano. Por esta razón además, y precisamente porque no la comprendía, este sujeto tenía cortada su propia mano.

La censura es eso, en tanto que para Freud, en el origen, se produce a nivel del sueño. El superyó es eso, en la medida en que aterroriza efectivamente al sujeto y construye en él síntomas eficaces, elaborados, vividos, continuados, síntomas que se encargan de representar el punto en que la ley no es comprendida por el sujeto, pero sí actuada por él. Los síntomas se ocupan de encarnarla como tal, le dan su aire de misterio.

No se trata de la relación narcisista con el semejante; se trata de la relación del sujeto con la ley en su conjunto, en tanto que nunca puede haber relación con la ley en su conjunto, ya que a la ley nunca se la asume por completo.

Censura y superyó deben ser situados en el mismo registro que la ley. Es el discurso concreto, no sólo en cuanto domina al hombre y hace surgir toda clase de fulguraciones, cualquier cosa, todo lo que sucede, todo lo que el discurso es, sino además en cuanto proporciona al hombre su mundo propio, ese que, con mayor o menor exactitud, llamamos cultural. La censura se sitúa en esta dimensión, y ven ustedes en qué se distingue de la resistencia. La censura no se halla ni a nivel del sujeto ni a nivel del individuo, sino a nivel del discurso, en la medida en que, como tal, éste forma por sí sólo un universo completo, y al mismo tiempo posee algo irreductiblemente discordante en todas sus partes. Basta una nada, una nimiedad, para que estén encerrados en el retrete, o haber tenido un padre erróneamente acusado de vaya a saber qué crimen, para que de pronto la ley se les presente bajo una forma desgarrante. Es eso, la censura, y Freud jamás confunde Widerstand y censura.

Sr. VALABREGA:- Alfinal de este párrafo, Freud establece que el olvido del sueño es intencional, y aquí encontramos la teoría psicoanalítica del olvido. Freud reemplaza la explicación de la formación del sueño por descarga de tensión, tal como aún se refería a ella en el texto del Entwurf, por la idea de que el dormir disminuye la censura y permite, además, eludir la resistencia. Tal vez subsista aún cierta confusión entre ambos conceptos, pero…

Pero aquí es verdad, pues se trata de introducir la psicología del dormir. Hasta entonces Freud no se ha ocupado del dormir, pero ahora le es preciso invocar su dimensión original. Hay una relación esencial entre el yo y el dormir. En el dormir, el yo no tiene la misma actitud que en el estado de vigilia. Cuando elabore la teoría de la libido, Freud supondrá que hay entonces retiro de la libido y reinvolución en el yo. Sólo en esta medida pueden ser eludidas, traspasadas o filtradas sus resistencias me refiero a la resistencia del yo, la resistencia ligada al yo, que es sólo una pequeña parte de la resistencia-, y se modifican las condiciones en las cuales se produce un fenómeno que suponemos permanente, a saber: la prosecución del discurso. ¿Qué significan estos dos capítulos sino que el discurso del sueño es coherente con el discurso de la vigilia? Freud siempre refiere el uno al otro: ¿Tomando en cuenta lo que dice el sujeto en la vigilia, qué dice en su sueño? Toda la dialéctica de este capítulo se sostiene en esta relación. Los vínculos, las diferencias, todos los procesos hasta allí no vistos, ignorados, que son el objeto propio de la Traumdeutung, se establecen en este nivel.

Sr. VALABREGA: Por consiguiente, Freud enlaza de una manera dinámica resistencia y disfraz. Escribe, por ejemplo, que bajo la presión de la censura…, emplea también la expresión resistencia de censura…

Prueba de que no son lo mismo. De lo contrario, no tendría que decir resistencia de censura. La censura está en el mismo nivel que la transferencia. Hay una resistencia de censura como hay una resistencia de transferencia. Aquí se trata de la censura y de la transferencia en tanto que se oponen al trabajo analítico. Cuando dos palabras son equivalentes, como la palabra color y la palabra color, nadie dice color de color.

Intervenciones durante la exposición del señor Valabrega.

La noción sentada por Fechner en su psicofísica produjo en Freud un verdadero impacto. La psicofísica de Fechner no pertenece en absoluto a la dimensión psicologizante elemental en que la inscribe su vulgarización. El rigor de su posición lo lleva a suponer que, puesto que existe paralelismo entre conciencia y dominio mensurable en física, al menos virtualmente, en lo abstracto, es preciso extender la posibilidad de fenómenos de conciencia mucho más allá de los seres animados Lo cual demuestra que las ideas, incluso cuando se introducen primero como hipótesis válidas, llevan a sus autores mucho más lejos, lejos de la rutina. Su evocación por parte de Freud no es una simple expresión de estilo, una feliz analogía. Freud nunca hace cales cosas. Freud no es Jung. No se entretiene buscando todas las resonancias. Cuando pone algo en su texto, siempre es de extremada importancia. Y si le manifiesta a Fliess, en una carta, qué revelación constituyó para él ese pasaje donde Fechner dice que no se puede concebir al sueño sino como situado en otro lugar psíquico, es preciso conceder a esta noción todo su sentido.

Esto es, precisamente, lo que les estoy diciendo: el lugar psíquico en cuestión noes psíquico; es, simplemente, la dimensión simbólica, que pertenece a otro orden; hay en Angelus Silesius un juego de palabras entre Ort y Wort, sobre el que volveremos. Decir que el sueño se coloca en otro lugar psíquico equivale a decir que no se inscribe simplemente en el paréntesis del dormir. Se sitúa y define en un lugar diferente, gobernado por otras leyes locales: el lugar del intercambio simbólico, que no se confunde, aunque se encarne en ella, con la dimensión espacio-temporal en la que podemos situar la totalidad de los comportamientos humanos. Las leyes estructurales del sueño, como las del lenguaje, se inscriben en otra parte, en otro lugar, lo llamemos o no psíquico.

Sr. VALABREGA: – Pasemos al esquema de las páginas 442-443, cuya particularidad esencial es la de estar orientado como el aparato reflejo. Freud explica que esa orientación proviene de la exigencia de explicar los procesos psíquicos según el modelo de los procesos reflejos.

Espere un poco. Como usted hace notar, Freud justifica la introducción de dicha orientación enganchándose, retroactivamente en su aparato reflejo. Después de todo, dice, es una propiedad del aparato reflejo el que las cosas sigan un sentido único. Pero lo notable es que sólo en este preciso momento ponga tal hecho de relieve. Hasta entonces, con respecto a estos tres aparatos, (signos griegos), había en juego fenómenos de equilibrio que debían considerarse reversibles: al equilibrio siempre se vuelve, desde adelante o desde atrás. Pero de pronto hay que saber reparar en ello Freud introduce la noción de que las cosas se producen en una sucesión determinada e irreversible. La palabra irreversible no aparece aquí, pero queda suficientemente indicada para mi gusto y espero que también el de ustedes por la expresión Zeitlichfolge, serie temporal, y Richtung. Esto no es todo; en el mismo momento en que introduce la sucesión temporal, Freud se ve llevado, por razones de coherencia interna, conceptual, a hablarnos exactamente de lo contrario, a saber, de esa cosa paradójica que se llamará regresión y que ejercerá una influencia tan dominante en el desarrollo del pensamiento psicoanalítico.

Observo de paso que anoche, en la conferencia de Schweich, se trataba de esto: nosotros que avanzamos por terrenos aún desconocidos, como el de las psicosis, ¿cómo debemos entender la noción de regresión? ¿Qué sentido darle al hecho de que un sujeto haya regresado al estadio oral?

Freud se interna en una serie de antinomias, y la siguiente no es la menor de ellas: cuanto más se vincula al deseo con su raíz biológica, con el impulso biológico, mayor es su tendencia a manifestarse en forma alucinatoria. Reconozcan que hay aquí una paradoja. Más adelante encontramos, por ejemplo, la fórmula de que el sueño nos revela una suerte de estado primitivo de la humanidad. Es decir que el hombre primitivo, si es cierto que sus medios de subsistencia fueron más escasos que los nuestros, se habría alimentado soñando. Por lo demás, tuvimos que tragarnos muchas otras cosas sobre los primitivos, que tenían un pensamiento prelógico, por ejemplo. No son cosas que debamos creer a pie juntillas.

En síntesis, la explicación del sueño por la regresión lleva a Freud a contradicciónes fundamentales en todos los planos, y debe enfrentar tantas objeciones como formas da a dicha regresión. Le es preciso encontrar una suerte de plano perceptivo primitivo, habla entonces de una regresión tópica; de donde surge la pretendida forma alucinatoria que adquiere, en determinadas condiciones, el deseo. Pero el circuito neuronal no puede seguir más que un sentido, la propagación de la excitación nerviosa nunca es retrógrada. La regresión tópica suscita, pues, muchas dificultades. La regresión temporal, formal, produce igualmente las mayores antinomias.

Esta lectura nos indica el sentido en que tuvo ulteriormente que progresar el pensamiento de Freud. La teoría del yo, por ejemplo, articulada en 1915 a partir de la libido narcisista, resuelve los problemas que las diferentes formas de la regresión plantean en este esquema.

Tal será el objeto de nuestro próximo seminario, dentro de quince días. Adviertan ustedes las limitadas condiciones en que podemos hacer un uso legítimo de los términos resistencia, censura y regresión.