Seminario 8: Clase 23, Décomposition structurale, 24 de Mayo de 1961 (descomposición estructural)

Nuestro propósito en ciertos aspectos puede darles esta sensación: qué vamos a hacer por el lado de Claudel en un año en que ya no nos queda demasiado tiempo para formular lo que tenemos que decir sobre la transferencia.

Por lo menos para alguien poco advertido. Sin embargo, todo lo que hemos dicho tiene un eje en común que, pienso, he articulado suficientemente como para que se hayan dado cuenta que esto es lo esencial de mi mira de este año. Y para designar este punto, trataré de precisárselos así.

Se ha hablado mucho de la transferencia desde que el análisis existe. Siempre se sigue hablando. Es claro que no es simplemente una esperanza teórica, sino que debemos saber qué es eso, eso en lo cual nos desplazamos sin cesar, a través del cual sostenemos este movimiento.

Les diré que el eje de lo que les designo este año es algo que puede decirse así: ¿en qué debemos considerarnos interesados por la transferencia?. Este tipo de desplazamiento de la cuestión no significa que por eso tengamos resuelta la cuestión de que es la transferencia en sí misma. Pero es justamente en razón de las diferencias profundas de los puntos de vista que se manifiestan en la comunidad analítica, no sólo actualmente, sino en las etapas de lo que se pensó sobre la transferencia —aparecen divergencias que son sensibles— que creo que este desplazamiento es necesario para que lleguemos a darnos cuenta de lo que, de la causa de estas divergencias, permite en, de como se produjeron, y puede también permitir concebir lo que consideramos siempre como cierto, que cada uno de estos puntos de vista sobre la transferencia tiene su verdad, es utilizable.

La pregunta que planteo no es la de una contratransferencia. Lo que se ubicó bajo la rúbrica de contratransferencia es una especie de jarrón, de guardatrastos, de experiencia que comporta o parecería comportar más o menos todo lo que somos capaces de sentir en nuestro oficio. Es, en verdad,  tornar la noción completamente inutilizable,  el considerar las cosas así, pues está claro que es hacer entrar todo tipo de impurezas en la situación.

Es claro que somos hombres, y como tales, afectados de mil maneras por la presencia del enfermo. El problema mismo de lo que se trata de hacer en un caso definido por estas coordenadas particulares, colocar todo esto bajo el registro de la contratransferencia, agregarlo a lo que debe ser considerado esencialmente como nuestra participación en la transferencia, es tornar verdaderamente imposible la continuación de las cosas.

Esta participación, que es la nuestra, en la transferencia, ¿cómo podemos concebirla? ¿Y no es acaso eso lo que va a permitirnos situar muy precisamente lo que es el corazón del fenómeno de la transferencia en el sujeto, el analista?

Hay algo que puede ser sugerido, como un quizás, al menos por qué no, si quieren, es que podría ser que la sola necesidad de responder a la transferencia fuese algo que interesase a nuestro ser; que no fuese simplemente la definición de una conducta a cumplir, de un handling de algo exterior a nosotros, de un how-do, ¿cómo hacer?. Podría ser, y si me escuchan desde hace años, es seguro que todo lo que implica eso hacia lo que os llevo, es que aquélla de lo que se trata en nuestra implicación en la transferencia, es algo del orden de lo que acabo de designar diciendo que esto interesa a nuestro ser.

Y después de todo, también es tan evidente que aún lo que puede serme de más opuesto en el análisis, quiero decir lo que está menos articulado, lo que se revela en las maneras de abordar la situación analítica, tanto en su inicio como en su llegada, en la manera por la cual puedo tener la mayor aversión, es sin embargo de ese lado que se habrá escuchado decir un día como una especie de observación masiva —no se trataba de la transferencia, sino de la acción del analista—, que el análisis actúa menos por lo que dice, y por lo que hace, que por lo que es.

No se engañen, la manera de expresarse me parece de los más chocante en la medida justamente en que dice algo justo, y que lo dice de una manera que cierra enseguida la puerta; está hecha justamente para ponerme nervioso .

De hecho está desde el inicio toda la cuestión. Lo que está dado cuando se define la situación objetivamente, es esto: que para el enfermo, el analista juega su rol transferencial precisamente en la medida en que, para el enfermo, él es lo que no es, justamente, en el plano de lo que se puede llamar la realidad. Lo que me permite juzgar el grado, el ángulo de desviación de la transferencia, justamente en la medida en que el fenómeno de la transferencia va a ayudarnos a que el enfermo se de cuenta, en este ángulo de desviación, hasta qué punto está lejos de lo real, a causa de lo que produce finalmente de ficticio, con la ayuda de la transferencia.

Y sin embargo hay verdad en esto. Es cierto que hay verdad en esto: que el analista interviene a través de algo que es del orden de su ser. En principio es un hecho de experiencia: ya que si bien es algo de lo más probable, por qué habría necesidad de esta puesta a punto, de esta corrección de la posición subjetiva, de esta búsqueda en la formación del analista, en esta experiencia en que intentamos hacerlo subir o bajar, si no fuera porque algo en su posición fuese llamado a funcionar de una forma eficaz, en una relación que de ninguna manera es descripta por nosotros como pudiendo agotarse enteramente en una manipulación, aunque fuese recíproca.

De igual forma todo lo que se desarrolló a partir de Freud, después de Freud, concerniente al alcance de la transferencia, pone en juego al analista como una existencia. Y se pueden también dividir estas articulaciones de la transferencia de una forma bastante clara, que no agota la cuestión, que recubre bastante bien las tendencias. Si quieren, estas dos tendencias, como se dice, del psicoanálisis moderno, del cual he dado los epónimos. Pero de una manera que no es exhaustiva. Es simplemente para prenderlos con alfileres, con Melanie Klein de un lado y Anna Freud del otro.

Quiero decir que la tendencia Melanie Klein tendió a colocar el acento sobre la función de objeto del analista en la relación transferencial. Seguramente no esta allí el inicio de la posición, pero es en la medida en que esta tendencia permanecía —aún si se quiere hacer decir que es Melanie Klein la más fiel al pensamiento freudiano, a la tradición freudiana— la más fiel, que fue llevada a articular la relación transferencial en términos de función de objeto para el analista.

Me explico. En la medida en que a partir del inicio del análisis, a partir de los primeros pasos, a partir de las primeras palabras, la relación analítica es pensada por Melanie Klein como dominada por los fantasmas inconscientes, que son allí aquello a lo que tenemos que apuntar, aquélla con lo que tenemos que tratar, lo que desde el inicio no digo que debemos, sino que podemos interpretar; es en esta medida que Melanie Klein fue llevada a hacer funcionar al analista, a la presencia analítica en el analista, a la intención del analista para con el sujeto como buen o mal objeto.

No digo que sea ésa una consecuencia necesaria.

También creo que es una consecuencia que sólo es necesaria en función de los defectos del pensamiento kleiniano. Es justamente en la medida en que la función del fantasma, aunque percibida de manera muy pregnante, fue insuficientemente articulada por ella. Es el gran defecto de la articulación kleiniana, es que aún en sus mejores acólitos o discípulos, que ciertamente más de una vez se han esforzado, la teoría del fantasma nunca llegó verdaderamente a su fin.

Y sin embargo hay muchos elementos extremadamente utilizables. Por ejemplo, la función primordial de la simbolización fue allí articulada, acentuada de una forma que por algunos lados llega a ser satisfactoria. De hecho, toda la clave de la corrección necesitada por la teoría del fantasma en Melanie Klein está enteramente en el símbolo que les doy del fantasma  $(a que puede leerse: S barrado deseo de a).    

El $, se trata de saber lo que es. No es simplemente el correlativo noético del objeto. Está en el fantasma. Evidentemente esto no es fácil, a menos que se den las vueltas que les hago rehacer por mil maneras de aproximación, por mil formas de ejercer esta experiencia, que entenderán mejor si ya han creído entrever algo, o simplemente si hasta aquí esto les ha parecido oscuro, que entiendan lo que intento promover con esta formalización.

Pero sigamos. La otra vertiente de la teoría de la transferencia es aquélla que coloca el acento sobre esto que no es menos irreductible, y es también más evidentemente verdadero, que el analista esta interesado en la transferencia como sujeto. Es evidentemente a esta vertiente que se refiere esta acentuación que está colocada en la otra forma de pensamiento de la transferencia sobre la alianza terapéutica.

Hay una verdadera coherencia interna entre esto y lo que lo acompaña, este correlato del análisis, esta forma de concebir la transferencia que es la segunda, aquella para la cual señalé a Anna Freud, que lo designa en efecto bastante bien pero no es la única que coloca el acento sobre los poderes del ego.

No se trata simplemente de reconocerlos objetivamente. Se trata del lugar que se les da en la terapéutica. Y allí ¿que les dirán? Que hay toda una primera parte del tratamiento en que no esta ni en cuestión el hablar, el pensar en poner en juego lo que es, hablando con propiedad, el plano del inconsciente.

Primero, lo único que tienen es defensa. Es lo menos que les podrán decir. Esto durante bastante tiempo. Esto se matiza más en la practica que en lo que se adoctrina. Es adivinar a través de la teoría que esta hecha.

No es exactamente lo mismo colocar en primer plano lo que es tan legítimo, la importancia de las defensas, y llegar a teorizar las cosas hasta llegar a hacer del ego en si una especie de masa de inercia que puede incluso  ser concebida —y es lo propio de la escuela de Alex Gaerman y de otros— como incluyendo después de todo, a fin de cuentas, elementos para nosotros irreductibles, ininterpretables.

Es a esto a lo que llegan, y las cosas son claras, no les hago decir lo que no dicen, ellos lo dicen.

Y el paso siguiente, es que después de todo esta muy bien así, y que a ese ego deberían tornarlo aún más irreductible. Después de todo, es una forma concebible de conducir el análisis.

No estoy en este momento poniendo en absoluto una connotación de juicio de rechazo. Es así. Lo que en todo caso se puede decir, es que comparada la otra vertiente, filo, fórmula, no parece ser que sea ese lado el más freudiano. Es lo menos que se puede decir. Pero tenemos otra cosa que hacer —no es así?— en nuestro propósito de hoy, de este año, que volver sobre esta connotación de la excentricidad a la cual hemos dado, en los primeros años de nuestra enseñanza, tanta importancia. Se pudo ver en ello alguna intención polémica, pero les aseguro que esta muy lejos de mi pensamiento. Pero de lo que se trata, es de cambiar el nivel de acomodación del pensamiento.

Las cosas no son completamente iguales ahora. Pero estas desviaciones tomaban en la comunidad analítica un valor verdaderamente fascinante, que llegaba hasta a quitar la sensación de que había preguntas.

Restaurada una cierta perspectiva —puesta al día una cierta inspiración gracias a algo que sólo es restauración de la lengua analítica, quiero decir de su estructura, lo que sirvió para hacerla surgir en el inicio en Freud—, la situación es diferente. Y el simple hecho, para aquellos que aquí se pueden sentir un poco perdidos por el hecho de que vayamos como bólidos, en un lugar de mi seminario sobre Claudel, que tienen la sensación de que sin embargo eso tiene la relación más estrecha con la cuestión de la transferencia, prueba bien por sí mismo que hay algo suficientemente cambiado, que ya no hay más necesidad de insistir sobre el lado negativo de tal o cual tendencia. No son los lados negativos los que nos interesan, sino los la dos positivos. Aquellos que nos pueden también servir, y en el punto donde estamos, como elemento de construcción.

Entonces, ¿por qué puede servirnos lo que llamaré, por ejemplo, con una palabra breve, esta mitología claudeliana? Es divertido, debo decirles que yo mismo me sorprendí; releyendo estos días una cosa que nunca había re leído porque se publico sin corregir —es Jean Wahl quien lo hizo en la época en que yo ya hacia pequeños discursos abiertos a todos en el Colegio filosófico. Era algo sobre la neurosis obsesiva, no recuerdo más como se titula: el mito del neurótico, creo. Ven que ya estamos en el corazón de la cuestión. El mito del neurótico, donde a propósito del Hombre de las Ratas mostré la función de las estructuras míticas en el determinismo de los síntomas. Como tenía que corregirlo, consideré la cosa como imposible. Con el tiempo, bizarramente, lo volví a leer sin demasiado fastidio, y tuve la sorpresa de ver me hubieran cortado la cabeza, no lo hubiera dicho—, que yo hablaba allí del Padre Humillado. Debían existir motivos para estas cosas.

No es sin embargo porque encontré la u con acento circunflejo que os hablo de esto.

Bien, retomemos. ¿Qué viene a buscar el analizado? Viene a buscar lo que hay que encontrar, o más exactamente, si busca, es porque hay algo para encontrar.

Y la única cosa que hay para encontrar, hablando con propiedad, es el tropo por excelencia, el tropo de los tropos, lo que se llama su destino. Si olvidamos que hay una cierta relación entre el análisis y esta especie de cosa que es del orden de la figura, en el sentido en que la palabra figura puede utilizarse para decir figura del destino, que también se llama figura de retórica, y que es por eso que el análisis no pudo hacer ni un paso sin ese esto quiere decir que uno simplemente olvida sus orígenes.

Hay una posibilidad, es que paralelamente, en la evolución del análisis mismo, hay una suerte de deslizamiento, que es el hecho de una práctica siempre más insistente, siempre más pregnante, exigente en los resultados a ser suministrados. Así pues, la evolución del análisis trajo consigo el riesgo de hacernos olvidar la importancia, el peso de esta formulación de los mitos, del mito. Felizmente, en otro lugar se continuó interesándose mucho en eso. De manera que es un rodeo, algo que nos vuelve quizás más legitimamente de lo que creemos; nosotros estamos quizás por algún motivo interesados en la función del mito.

Hice alusión a esto, más que alusión, lo articulé desde hace mucho tiempo, desde el primer trabajo antes del seminario —el seminario que ya había empezado, había gente que lo venia a hacer conmigo en mi casa— sobre el Hombre de las Ratas. Es ya el funcionamiento, la puesta en juego de la articulación estructural del mito tal como es aplicada desde entonces, y de una manera continua, sistemática, desarrollada por ejemplo por Levi Strauss en su seminario. Ya intente mostrarles su valor, su funcionamiento, para explicar lo que ocurre en la historia del Hombre de las Ratas.

Para aquellos que dejaron pasar las cosas, o que no lo saben, la articulación estructuralista del mito, es ese algo que toma un mito en su conjunto, quiero decir el epos, la historia, la manera cómo se cuenta de punta a punta, para construir un tipo de modelo que está únicamente constituido por una serie de connotaciones oposicionales en el interior del mito, en las funciones interesadas en el mito. Por ejemplo, el mito de Edipo, la relación padre-hijo, el incesto.

Evidentemente esquematizo, quiero decir que resumo para decirles de qué se trata. Uno percibe que el mito no se detiene allí. A saber, en las generaciones siguientes. Si es un mito, este término generación no puede ser concebido simplemente como la continuación de la entrada de los actores. Siempre tiene que haberlos. Cuando los viejos han caído, hay pequeños que retornan para que esto vuelva a comenzar. Hay una coherencia significante en lo que se produce en la constelación que sigue a la primera constelación, y es esta coherencia la que nos interesa. Ocurre algo que connotarán como quieran: los hermanos enemigos, y por otro lado la función de una amor trascendente que va en contra de la ley, como el incesto, pero manifiestamente colocado en lo opuesto de su función, en todo caso, teniendo relaciones que podemos definir por un cierto número de términos oposicionales con la figura del incesto. En una palabra, paso al nivel de Antígona.

Es un juego en el cual se trata justamente de detectar las reglas que le dan su rigor. Y fíjense que no hay otro rigor concebible más que aquél que se instaura justamente en el juego. Para resumir, lo que nos permite, en la función del mito, en este juego en el cual las transformaciones se operan según ciertas reglas, y que tienen por eso valor revelador, creador de configuraciones superiores, de casos particulares iluminantes por ejemplo, en pocas palabras, demostrar esta misma especie de fecundidad que es la de las matéticas.

De eso se trata. La elucidación de los mitos. Y esto nos interesa de la forma más directa, puesto que no es posible que abordemos al sujeto con el que tenemos que vérnoslas en el análisis, sin encontrar estas funciones del mito.

Es un hecho comprobado a través de la experiencia. En todo caso es desde el primer paso del análisis que hay que ayudarse, sostenido por esta referencia al mito, la Traumdeutung, el mito de Edipo. No puede hacerse de otra manera —el hecho de que lo elidamos, que lo ubiquemos entre paréntesis que intentemos explicar todo, la función, por ejemplo, del conflicto entre tendencias primordiales, aún las más radicales, las defensas contra toda articulación connotada típicamente en el acento del ego, en la tesis sobre el narcisismo, en la función del ego ideal, de un cierto ello como permitiendo articular toda nuestra experiencia bajo el modo económico, como se dice, no pare de hacerse, yendo en ese sentido, sin perder el otro borde de referencia: esto representa, hablando con propiedad, lo que en nuestra experiencia debe cotizarse en el sentido positivo que eso tiene para nosotros como un olvido.

Esto no impide que la experiencia que se prosigue pueda ser una experiencia analítica. Es una experiencia analítica que olvida sus propios términos. Ven que vuelvo —como lo hago frecuentemente, y como hago casi siempre después de todo— a articular cosas alfabéticas. No es únicamente por el placer de deletrear, aunque exista, sino lo que permite plantear en su carácter completamente denso las verdaderas preguntas que se plantea. La verdadera pregunta que se plantea allí donde comienza, no es sólo esto. ¿Es que es esto el análisis, a fin de cuentas, una introducción del sujeto a su destino?.

Evidentemente no. Sería colocarnos en un posición demiúrgica que nunca fue ocupada por el análisis. Pero entonces, para permanecer en este nivel completamente de comienzo, y masivo, hay un tipo de fórmula que toma su valor del hecho de librarse muy naturalmente de esas formas de plantear la cuestión que valen por muchas otras. Es antes de que nos creamos muy listos y suficientemente fuertes para hablar de ese no sé qué que sería una normal. De hecho nunca nos creímos tan fuertes ni tan listos como para no sentir temblar nuestra pluma cada vez que nos hemos dedicado a este tema de lo que es una normal escribió sobre esto un artículo. Hay que decir que tenía agallas. Hay que decir también que sale bastante bien del paso. Pero también se ve la dificultad. Sea lo que fuere, hay que colocar el acento sobre esto. Que sólo es a través de un escamoteo que podemos incluso hacer entrar en juego una noción cualquiera en el análisis, de normalización. Es a través de una parcialización teórica. Es cuando consideramos las cosas bajo un cierto ángulo, cuando nos ponemos, por ejemplo, a hablar de maduración instintiva, como si allí estuviera todo aquello de lo cual se trata. Nos entregamos entonces estos extraordinarios vaticinios que confinan con una predicación moralizante, que es de naturaleza tal como para inspirar la desconfianza y el retroceso. Hacer entrar sin más una noción normal de cualquier cosa que tenga una relación cualquiera con nuestra praxis, cuando justamente lo que descubrimos allí, es hasta que punto el pretendido sujeto, llamado normal, justamente, está hecho para inspirarnos, en cuanto a lo que permite estas a paciencias, la sospecha más radical y más segura en cuanto a sus resultados.

Hay que saber, a pesar de todo, si somos capaces de utilizar la noción de normal para cualquier cosa que esté en el horizonte de nuestra práctica. Entonces limitémosnos por el momento a la pregunta.

El esfuerzo del desciframiento ¿es algo que localiza la figura del destino, lo que es el destino? ¿Podemos decir qué nos permite obtener el dominio que tenemos sobre eso? Digamos, el menor drama posible. Inversión del signo. Si la configuración humana a la cual nos enfrentamos es el drama, trágico o no, y si podemos contentarnos con esta mira del menor drama posible, un sujeto sagaz —un buen sagaz vale por dos— se arreglará para sacar su pequeño alfiler del juego. Después de todo ¿por qué no?

Pretensión modesta. Tampoco nunca correspondió en nada, lo saben bien, a nuestra experiencia. No es eso. Pero pretendo que la puerta por la cual podemos entrar para decir cosas que sólo tengan un buen sentido, quiero decir que sólo tengamos la impresión de estar en el hilo de lo que tenemos que decir, es esto, que como siempre es un punto más cercano a nosotros que ese punto en que tontamente se captura la pretendida evidencia, lo que se llama el sentido común, donde tontamente se inicia la encrucijada, a saber, en el caso presente, del destino, de lo normal.

Hay sin embargo, si hemos descubierto, si nos enseñaron a ver en la figura de los síntomas algo que tiene relación con esta figura del destino, hay algo sin embargo que no sabíamos antes, y ahora lo sabemos.

Por lo tanto no es del exterior, y de algún modo en que podamos a través de este saber permitirnos, ni permitir al sujeto colocarse de lado, y que eso siga para los que continúan andando en el mismo sentido.

Esto es un esquema completamente absurdo y grosero, por el motivo de que el hecho de saber o no saber es esencial a esta figura del destino.

Esta simplificación en el lenguaje de las figuras desarrolladas que son los mitos, no se refiere al lenguaje sino a la implicación, que está atrapada en el lenguaje… que descendido el juego de la palabra para complicar el asunto, sus relaciones con un cualquiera.

Se desarrollan figuras en que hay puntos necesarios, puntos irreductibles, puntos mayores, puntos de cruce, que son aquellos que intenté figurar en el grafo, por ejemplo. Tentativa, de la cual no se trata de saber si es coja, si es incompleta, si no podría quizás ser mucho más armoniosa, suficientemente construida o reconstruida por algún otro, de quien quiero simplemente evocar aquí el alcance, porque este alcance de estructura mínima de estos cuatro, de estos ocho puntos de cruce, parece necesitada por la sola confrontación del sujeto y del significante. Y ya es mucho el poder sostener allí la necesidad de este sólo hecho de una Spaltung del sujeto.

Esta figura, este grafo, estos puntos señalados, también los ojos, la atención, lo que nos permite reconciliar con nuestra experiencia del desarrollo la función verdadera de lo que es trauma. No es trauma simplemente lo que en un momento hace irrupción, lo que ha rajado en algún lugar un tipo de estructura que sería imaginada como total, ya que es para eso que les sirvió a algunos la nación de narcisismo. Es que ciertos acontecimientos vienen a colocarse en un cierto lugar en esta estructura. Lo ocupan, toman el valor significante, manteniendo este lugar en un sujeto determinado. Es esto lo que hace al valor traumático de un acontecimiento. De allí el interés en volver sobre la experiencia del mito. Díganse bien, para los mitos griegos no estamos tan bien colocados, porque tenemos numerosas variantes, incluso tenemos unas cuantas, pero si puedo decirlo, no son siempre buenas variantes. Quiero decir que no podemos garantizar el origen de esas variantes. Para decirlo todo, no son variantes contemporáneas, ni incluso coloquiales. Son arreglos rehechos, más o menos alegóricos, novelados, y evidentemente esto no es utilizable de la misma manera como quizás pudo serlo tal o cual variante recogida al mismo tiempo, que ofrece la colecta de un mito en una población de América del Norte o del Sud, como por ejemplo lo que nos permite hacer el material aportado por un boas o por algún otro.

Y también ir a buscar el modelo de lo que adviene del conflicto edípico, allí cuando entra justamente en tal o cual punto el saber como tal en el interior del mito, también ir a otro lugar completamente diferente en la fabricación shakespeariana de Hamlet, como lo hice para ustedes hace dos años, y como por otro lado me era permitido hacerlo, puesto que desde el origen Freud había tomado las cosas así; han visto lo que hemos creído poder connotar allí, es algo que se modifica en otro punto de la estructura, y de una forma particularmente apasionante, ya que es un punto completamente particular, apórico del tema de la relación al deseo que Hamlet promovió a la reflexión, a la meditación, a la interpretación, a la búsqueda, al rompecabezas estructurado que representa, que hemos logrado bastante bien hacer sentir la especificidad de este caso, a través de esta diferencia: contrariamente al padre del asesinato edípico, él, el padre asesinado en Hamlet, no es «él no sabía» que hay que decir; él sabía. No sólo sabía, sino que esto interviene en la incidencia subjetiva que nos interesa, la del personaje central, el único personaje, Hamlet.

Es un drama enteramente incluido en el sujeto Hamlet. Se le hizo saber que el padre había sido asesinado, y se le hizo saber suficientemente, para que supiera mucho sobre lo que es saber, por quién. Diciendo esto, lo único que hago es repetir lo que Freud dijo desde el principio.

Aquí está la indicación de un método por el cual se nos demanda medir lo que introduce nuestro saber sobre la función de la estructura misma. Para decir las cosas masivamente y de una manera que me permite localizar en su raíz aquello de lo que se trata aquí: en el origen de toda neurosis, como Freud lo dice desde sus primeros escritos, hay no lo que se interpretó desde entonces como una frustración, algo así como algo detenido, dejado abierto en lo informe, sino una Versagung, es decir algo que está mucho más cerca del rehusamiento que de la frustración, que es tanto interno como externo, que es colocado verdaderamente por Freud en una posición, connotemos allí este término que por lo menos tiene resonancias vulgarizadas por nuestro lenguaje contemporáneo, en una posición existencial. Posición que no supone la normal, la posibilidad de la Versagung, luego la neurosis; sino una Versagung original más allá de la cual estará la vía, sea la de la neurosis, sea la normal, una no valiendo ni más ni menos que la otra en relación a este inicio de la posibilidad de la Versagung. Y lo que el término sagen implicaba en esta Versagung intraducible salta a los ojos.

Esto sólo es posible en el registro del sagen. Quiero decir, en tanto que el sagen no es simplemente la operación de la comunicación, sino el dicho, sino la emergencia como tal del significante en tanto que permite al sujeto rehusarse.

Lo que puedo decirles, es que este rehusamiento original, primordial, este poder, en lo que tiene de perjudicial en relación a toda nuestra experiencia, pues bien, no es posible salir de esto. Dicho de otra manera, nosotros, analistas, operamos, y quién no lo sabe, sólo en el registro de la Versagung. Y todo el tiempo. Y es en tanto que nos escamoteamos, quién no lo sabe, que toda nuestra experiencia, nuestra técnica está estructurada alrededor de algo que sólo está expresado de una manera totalmente balbuceante en esta idea de no gratificación, que no estuvo en ningún lugar en Freud.

Se trata de profundizar lo que es esta Versagung especificada. Esta Versagung implica una dirección progresiva, que es la que ponemos en juego en la experiencia analítica.

Voy a comenzar a retomar los términos que creo aprovechables en el mito claudeliano, para permitirles ver cómo, en todo caso, es una manera figurada, manera espectacular de figurar los vehículos de esta Versagung especificada. Creo que ahora no dudarán más de que sea el mito de Edipo el que ocurre en el Pan Duro. Que encuentren allí, casi todos mis juegos de palabras, que sea precisamente donde Louis de Coufontaine y Turelure —es en el momento en que se formula esta especie de demanda de ternura. Es la primera vez que ocurre. Es verdad que es diez minutos antes de que lo destroce— están frente a frente, donde Louis le dice: a pesar de todo eres (tu es) el padre, verdaderamente doblado por ese matar (tuer) el padre que el deseo de la mujer, de Lumir, le sugirió, y superponiendo literalmente de una manera que les aseguro no es simplemente el hecho de un buen azar del francés.

Entonces, ¿qué quiere decir lo que nos es allí representado en la escena? Lo que quiere decir de una manera enunciada, es que es en ese momento, y a través de eso, que de pequeño a deviene un hombre. Louis de Coûfonteine, se le dice, no será suficiente toda su vida para cargar con ese parricidio, sino que también a partir de ese momento no es más un Juan cualquiera, que fracasó en todo y que se hace robar su tierra por un montón de malvados y de pequeños pillos. Se convertirá en un bello embajador, capaz de todas las canalladas. Esto no va sin correlación. El deviene el padre. No sólo deviene, sino que cuando hable más adelante, en el Padre Humillado, en Roma, dirá: lo conocí mucho (nunca quiso escuchar hablar de él) «No era el hombre que uno cree», dando a entender sin duda los tesoros de sensibilidad y de experiencia que se habían acumulado bajo la cabezota de este viejo golfo. Pero devino el padre. Mucho más, era su única posibilidad de devenir padre, y por motivos que están ligados al nivel anterior de la dramaturgia. El asunto estaba muy mal encaminado.

Pero lo que se tornó posible por la construcción, la intriga, pues bien, es que al mismo tiempo, y por esto, está castrado. A saber, que el deseo del pequeño varón, este deseo sostenido de una manera tan ambigüa, se lo dice a la llamada Lumir, pues bien, él no tendrá su salida no obstante fácil, muy simple, la tiene al alcance de su mano, solamente tiene que traerla de vuelta con él a la Mitidja, y todo andará bien, tendrán incluso muchos hijos; pero algo ocurre. Primero no se sabe muy bien si es que tiene ganas o no tiene ganas, pero hay algo seguro, es que esta buena señora no quiere eso. Ella le hizo: tú desciendes papa. Ella se va hacia su propio destino, que es el destino de un deseo, de un verdadero deseo de un personaje claudeliano   —pues, digámoslo, el interés que hay en introducirlos en este teatro, aún si tiene para tal o cual, según sus tendencias, un olor a sacristía que puede gustar o disgustar, la cuestión no está allí; es que a pesar de todo es una tragedia. Y es muy divertido que haya llevado a este señor a posiciones que no son posiciones hechas para gustarnos, sino que hay que acomodarse a ellas, y si es necesario, tratar de comprenderlo. Es sin embargo de punta a punta, de Cabeza de Oro al Zapato de Raso la tragedia del deseo.

Entonces el personaje que en esta generación es el soporte, la llamada Lumir, abandona a su anterior cónyuge, el llamado Louis de Coûfontaine, y se va hacia su deseo, el cual nos es dicho de una manera muy clara, es un deseo de muerte.

Pero por allí, es ella —es aquí que les ruego se detengan sobre la variante del mito— quien le da justamente, ¿qué? Evidentemente no es la madre, ya que el padre, os lo mostraba, está siempre en el horizonte de esta historia de manera muy marcada, es Sygne de Coûfontaine. Ella está en un lugar que evidentemente no es el de la madre cuando se llama Yocasta. No, hay otra que es la mujer del padre. Y esta incidencia del deseo, que es rehabilitada, nuestro hijo excluido, nuestro niño no deseado, nuestro objeto parcial a la deriva, que rehabilita, que reinstaura, que recrea con él, al padre deshecho. Pues bien, el resultado, es darle la mujer del padre.

Ven bien lo que les muestro. Hay allí una descomposición ejemplar de la función de lo que en el mito freudiano, edípico, está conjugado bajo la forma de esta especie de hueco, de centro de aspiración, de punto vertiginoso de la libido que representa a la madre. Hay una descomposición estructural.

Es tarde, sin embargo no quisiera dejarlos sin indicarles —es el tiempo el que nos obliga a cortar allí donde nos encontramos— hacia qué voy a dejarlos. Después de todo, no es una historia hecha para asombrarnos tanto —a nosotros que ya estamos un poco endurecidos por la experiencia—, que finalmente la castración sea algo fabricado así: sustraer a alguien su deseo, y a cambio es él el que se da a otra persona. En la ocasión, al orden social.

Es Sichel quien tiene la fortuna, es natural que finalmente sea ella a quien se despose. Además, la llamada Lumir vio muy bien el golpe. Pues si leen el texto, ella se lo explicó muy bien: ahora tienes una sola cosa para hacer, es desposar a la amante de tu papá.

Pero lo importante es esta estructura. Y si les digo que parece que no fuera nada importante, es porqué de alguna manera conocemos esto, pero de una manera habitual, raramente se lo expresa así.

Creo que han escuchado bien lo que dije: se retira al sujeto su deseo, y a cambio se lo envía al mercado, donde pasa a la subasta general.

¿Pero justamente no es eso, e ilustrado entonces de otra forma diferente, y hecho esta vez para despertar nuestra sensibilidad adormecida, que al inicio, en el piso superior, aquél quizás que pueda aclararnos más radicalmente sobre el inicio, no es eso lo que ocurre al nivel de Sygne, y allí de una forma hecha efectivamente para emocionarnos un poco más? A ella le quitan todo, sin decir que sea para algo (dejamos eso), pues es también muy claro, que es para darla a ella, a cambio de lo que se le quita, a lo que ella más puede odiar. Lo verán. Estoy impelido a terminar casi de una manera espectacular haciendo juego y enigma; es mucho más rico que lo que estoy colocando ante ustedes como un punto de interrogación. Lo verán la próxima vez articulado de una manera mucho más profunda: quiero dejarlos soñar. Verán que en la tercera generación, es el mismo golpe que se le hace asestar a Pensée, pero he aquí que esto no tiene el mismo inicio, no tiene el mismo origen, y es eso lo que nos instruirá, e incluso nos permitirá hacer preguntas concernientes al analista. Es el mismo golpe el que se le quiere asestar; naturalmente, allí los personajes son más gentiles; son todos de oro, también aquél que quiere asestarle el mismo golpe, a saber, el llamado Orian. No es ciertamente para su mal; no es tampoco para su bien. Y también la quiere dar a otro, del cual ella no tiene ganas, pero esta vez la pequeña no se deja hacer, engancha a su Orian al pasar, precipitadamente sin duda, justo a tiempo para que sólo sea un soldado del papa, pero tieso. Y luego el otro, Dios mío, es un hombre muy galante, y entonces rescinde.

¿Qué quiere decir esto?. Ya les he dicho que si era un bello fantasma, con esto no está todo dicho. Pero en fin, es suficiente para que les deje una pregunta en suspenso, justamente sobre lo que vamos a poder hacer con ella en lo que concierne a ciertos efectos, que son aquellos por los cuales entramos para algo en el destino del sujeto.

Hay, sin embargo, también algo que tengo que enganchar antes de dejarlos. Es que de alguna manera no es completo resumir así los efectos sobre el hombre cuando de viene sujeto de la ley .No es solamente que lo que sea del corazón, de sí, le sea quitado, y que él le sea dado a cambio, a la marcha de esta trama que anuda entre sí las generaciones; es que para que sea justamente una trama que anude entre sí las generaciones, una vez realizada esta operación, ustedes ven la curiosa conjugación de un menos que no se redobla en un más; bien, él debe aún algo, una vez concluida esta operación. Es allí que retomaremos la cuestión la próxima vez.