Obras de S. Freud: Sobre la psicología de los procesos oníricos (parte VI)

Sobre la psicología de los procesos oníricos

Es evidente que las mociones de deseo inconcientes aspiran a regir también durante el día, y tanto el hecho de la trasferencia como las psicosis nos enseñan que querrían irrumpir por el camino que a través del sistema del preconciente lleva hasta la conciencia y hasta el gobierno de la motilidad, En la censura entre Icc y Prcc, que precisamente el sueño nos obligó a suponer, hemos reconocido y honrado entonces al guardián de nuestra salud mental. Pero, ¿no es un descuido del guardián el que reduzca su actividad durante la noche, dejando así que lleguen a expresarse las mociones sofocadas del Icc y haciendo de nuevo posible la regresión alucinatoria? Creo que no; en efecto, cuando el guardián crítico se entrega al reposo -y tenemos pruebas de que no se adormece muy profundamente-, cierra también la puerta a la motilidad. Pueden ser permitidas cuantas mociones de lo Icc (inhibido en todo otro caso) quieran pulular en el escenario; ellas resultan inofensivas porque no son capaces de poner en movimiento al aparato motor, el único que puede actuar sobre el mundo exterior trasformándolo. El estado del dormir garantiza la seguridad de la fortaleza en custodia. Menos inofensiva es la situación cuando el desplazamiento de fuerzas no es producido por la relajación nocturna del gasto de fuerzas de la censura crítica, sino por un debilitamiento patológico de esta o por un refuerzo patológico de las excitaciones inconcientes, mientras el preconciente está investido y las puertas a la motilidad están abiertas. En tales casos, el guardián es yugulado, las excitaciones 67 inconcientes someten al Prcc, y desde ahí gobiernan nuestra habla y nuestra acción o fuerzan la regresión alucinatoria y guían el aparato, que no les está destinado, en virtud de la atracción que las percepciones ejercen sobre la distribución de nuestra energía psíquica. A este estado lo llamamos psicosis. Ahora nos encontramos en el mejor camino para seguir construyendo los andamios psicológicos que habíamos abandonado con la inclusión de los dos sistemas Icc y Prcc . Pero aún tenemos bastantes motivos para detenernos en la apreciación del deseo como la única fuerza psíquica pulsionante del sueño. Aceptamos el esclarecimiento de que el sueño es en todos los casos un cumplimiento de deseo porque es una operación del sistema Icc, que no conoce en su trabajo ninguna otra meta que el cumplimiento de deseo ni dispone de otras fuerzas que no sean las mociones de deseo. Y si ahora queremos arrogarnos todavía por un momento el derecho a desarrollar, partiendo de la interpretación del sueño, especulaciones de tan vasto alcance, estamos obligados a mostrar que con ellas insertamos al sueño dentro de una concatenación que puede abarcar también otras formaciones psíquicas. Si existe un sistema del Icc -o algo análogo a él para nuestras elucidaciones-, entonces el sueño no puede ser su única exteriorización; todo sueño será un cumplimiento de deseo, pero tiene que haber, además de los sueños, otras formas anormales de cumplimiento de deseo. Y, en realidad, la teoría de todos los síntomas psiconeuróticos culmina en una sola tesis: También ellos tienen que ser concebidos como cumplimientos de deseos de lo inconciente. (1) En virtud del esclarecimiento que hemos dado, el sueño se convierte en el primer eslabón, no más, de una serie en extremo importante para el psiquiatra; comprenderla significa solucionar la parte puramente psicológica de la tarea psiquiátrica. (2) De otros miembros de esta serie de cumplimientos de deseo, por ejemplo de los síntomas histéricos, yo conozco empero un carácter esencial que todavía echo de menos en el sueño. Sé, en efecto, por las investigaciones que tantas veces he mencionado a lo largo de este tratado, que para la formación de un síntoma histérico tienen que coincidir dos corrientes de nuestra vida anímica. El síntoma no es la mera expresión de un deseo inconciente realizado; tiene que agregarse todavía un deseo del preconciente que se cumpla mediante el mismo síntoma, de suerte que este resulte determinado por lo menos doblemente, una vez por cada uno de los sistemas que intervienen en el conflicto. Lo mismo que en el sueño, no hay barrera alguna para una mayor sobredeterminación (3). La determinación que no proviene del Icc es, hasta donde yo veo, por regla general un itinerario de pensamiento de reacción frente al deseo inconciente, por ejemplo, un autocastigo. Así pues, en términos completamente generales, puedo decir que un síntoma histérico sólo se engendra donde dos cumplimientos de deseo opuestos, provenientes cada uno de un diverso sistema psíquico, pueden coincidir en una expresión. (Véanse sobre esto mis últimas formulaciones sobre la génesis de los síntomas histéricos en el ensayo «Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad (4)».) Mencionar aquí ejemplos sería poco fructífero, pues sólo puede resultar convincente la revelación completa de las complicaciones existentes. Lo dejo entonces como una aseveración, y aporto un ejemplo teniendo en cuenta únicamente su carácter ilustrativo, no su fuerza probatoria. Helo aquí: En el caso de una paciente, el vómito histérico resultó ser, por una parte, el cumplimiento de una fantasía inconciente del tiempo de su pubertad; era el deseo de estar continuamente grávida, de tener innumerables hijos, a lo cual se sumó después este agregado: y del mayor número posible de hombres. Contra este deseo desenfrenado se elevó una poderosa moción de defensa. Y como por los vómitos la paciente podía perder la lozanía de su cuerpo y su belleza, de suerte que ningún hombre la encontrase ya agradable, el síntoma se ajustaba también a la ilación de pensamientos punitorios y, admitido por ambos costados, podía hacerse realidad. Este mismo trato, el de admitir un cumplimiento de deseo, fue el que quiso dar la reina de los partos al triunviro Craso. Creyó que había emprendido la campaña guerrera por ansia de oro, y entonces hizo verter oro fundido en las fauces del muerto: «Aquí tienes lo que deseabas». Del sueño, hasta ahora no sabemos sino que expresa un cumplimiento de deseo de lo inconciente; parece que el sistema dominante, preconciente, se lo permite después de constreñirlo a ciertas desfiguraciones. En la realidad no podemos revelar en todos los casos un itinerario de pensamiento opuesto al deseo onírico, que se realizara en el :sueño como su contraparte. Sólo aquí y allí aparecen, en los análisis de sueños, indicios de productos reactivos; por ejemplo, la ternura hacia mi amigo R. en el sueño sobre mi tío. Pero a ese añadido del preconciente que aquí echamos de menos podemos descubrirlo en otro lugar. El sueño es autorizado a dar expresión a un deseo del Icc tras toda clase de desfiguraciones; en tanto, el sistema dominante se retira al deseo de dormir, lo realiza produciendo en el interior del aparato psíquico las alteraciones en la investidura que le son posibles y, en definitiva, retiene este deseo todo el tiempo en que se duerme. (5)

Ahora bien, este deseo de dormir a que se aferra el preconciente tiene el efecto general de facilitar la formación del sueño. Recordemos el sueño del padre a quien el fulgor que venía de la cámara mortuoria le sugirió la conclusión de que el cadáver de su hijo podría estar abrasándose . Como una de las fuerzas psíquicas que llevaron al padre a extraer en sueños esta conclusión (en vez de despertarse a causa del resplandor) indicamos el deseo de prolongar un momento la vida del hijo representado en el sueño . Otros de los deseos que vienen de lo reprimido se nos escapan, probablemente, porque no pudimos hacer el análisis de este sueño. Pero como segunda fuerza pulsionante cabe agregar el deseo que el padre tenía de dormir; así como prolongó la vida del niño, el sueño también dejó al padre dormir un momento más: «Dejemos que siga el sueño -tal era su motivación- o tendré que despertar». Y como en el caso de este sueño, en todos los otros el deseo de dormir presta su apoyo al deseo inconciente. En páginas siguientes informamos acerca de sueños que se presentan manifiestamente como sueños de comodidad. En verdad, todos los sueños merecen esa designación. Y es muy fácil reconocer la eficacia del deseo de seguir durmiendo en los sueños de despertar, que elaboran el estímulo sensorial exterior de suerte que lo hacen compatible con la prolongación del dormir, lo entretejen en un sueño a fin de privarlo de los derechos que podría reclamar como llamado hacia el mundo exterior. Pero este mismo deseo ha de contribuir por igual a la tolerancia de todos los otros sueños, que sólo desde adentro pueden sacudirnos del dormir en calidad de despertadores. Lo que en muchos casos el Prcc comunica a la conciencia cuando el sueño se pone demasiado peliagudo -«Quédate en paz y duérmete de nuevo, es sólo un sueño» describe de manera enteramente general, aunque no se pronuncie eso mismo, la conducta que la actividad dominante de nuestra alma manifiesta hacia el soñar. Debo extraer la conclusión de que todo el tiempo que dura el dormir sabemos que soñamos con la misma certeza con que sabemos que dormimos. Es imperioso restar importancia a la objeción según la cual la conciencia no es dirigida a la segunda de esas certezas, y a la primera lo es sólo en una determinada ocasión, cuando la censura se siente como sorprendida. En contra de ello (6) debe consignarse: hay personas que por la noche comprueban con entera claridad su saber de que duermen y sueñan, y que parecen poseer, pues, una capacidad conciente para guiar la vida onírica. A uno de tales soñantes, por ejemplo, no le satisface el giro que toma un sueño, lo interrumpe sin despertarse y lo empieza de nuevo para continuarlo de otro modo, tal como un escritor popular da un final más feliz a su pieza dramática si así se lo piden. O bien otra vez piensa entre sí, dormido, si el sueño lo ha trasladado a una situación sexualmente excitante: «A esto no quiero seguir soñándolo para no agotarme en una polución; mejor lo cancelo en beneficio de una situación real». El marqués d’Hervey (7) [ 1867, págs. 268 y sigs.] (citado por Vaschide, 1911, pág. 139) afirmaba haber adquirido tal poder sobre sus sueños que era capaz de apresurar a voluntad su discurrir y de imprimirles la dirección que él quería. Parece que el deseo de dormir había dejado sitio en él a otro deseo preconciente, el de observar sus sueños y deleitarse con ellos. El dormir es compatible con un deseo de este tipo, y es igualmente compatible con la reserva mental, hecha al acostarse, de que despertaremos si se cumple determinada condición (como en el caso de la nodriza . Es también sabido que quien se interesa por los sueños recuerda un número considerablemente mayor de ellos tras el despertar.

Acerca de otras (8) observaciones sobre esta capacidad para guiar los sueños, dice Ferenczi [1911a]: «El sueño elabora desde todos los costados los pensamientos que en el momento ocupan a la vida anímica, abandona una imagen onírica cuando amenaza hacerle fracasar el cumplimiento de deseo, ensaya con un tipo nuevo de solución, hasta que por último logra crear un cumplimiento de deseo que satisface a las dos instancias de la vida anímica como compromiso entre ellas».

El despertar por el sueño.

La función del sueño.

El sueño de angustia

Puesto que sabemos que el preconciente se acomoda toda la noche al deseo de dormir, podemos ahora avanzar un paso más en la comprensión del proceso onírico. Pero resumamos primero el conocimiento que hasta ahora hemos adquirido de él. Del trabajo de vigilia, entonces, quedan pendientes restos diurnos de los que no se sustrajo por entero la investidura energética, o bien por el trabajo de vigilia se despertó durante el día uno de los deseos inconcientes, o suceden ambas cosas; ya hemos dilucidado la diversidad de situaciones posibles. En el curso del día, o al producirse el estado del dormir, el deseo inconciente se facilitó el camino hacía los restos diurnos y ejecutó su trasferencia sobre ellos. Así se engendra un deseo trasferido al material reciente, o el deseo reciente sofocado cobra nueva vida por el refuerzo que le viene del inconciente. Ahora él querría penetrar en la conciencia siguiendo los caminos normales de los procesos de pensamiento, vale decir, a través del Prcc, al que pertenece por uno de sus componentes. Pero choca con la censura que todavía subsiste y a cuya influencia queda entonces sometido. Aquí adopta la desfiguración que ya se había iniciado por la trasferencia a lo reciente. Hasta ahora está en camino de convertirse en algo parecido a una representación obsesiva, a una idea delirante, etc., es decir, en un pensamiento reforzado por trasferencia y desfigurado en su expresión por la censura. Pero el estado del dormir en que se encuentra el preconciente no le permite seguir avanzando; probablemente este :sistema se protegió de su invasión rebajando sus propias excitaciones. El proceso onírico emprende entonces el camino de la regresión, expedito justamente por la peculiaridad del estado del dormir; así obedece a la atracción que :sobre él ejercen grupos mnémicos que en parte existen sólo como investiduras visuales, no como traducción a los signos de los sistemas que vienen después. Por el camino de la regresión cobra figurabilidad. De la compresión trataremos luego. Ya tiene recorrido el segundo tramo de su trayectoria zigzagueante. El primer tramo se extiende, en sentido progrediente, desde las escenas o fantasías inconcientes hasta lo preconciente; el segundo tramo vuelve, desde el límite de la censura, hasta las percepciones. Ahora bien, cuando el proceso onírico ha devenido un contenido perceptivo, ha sorteado por así decir el impedimento que dentro del Prcc le opusieron la censura y el estado del dormir. Logra llamar la atención sobre sí y ser notado por la conciencia. En efecto, la conciencia, que para nosotros tiene el significado de un órgano sensorial para la aprehensión de cualidades psíquicas, es excitable en la vigilia desde dos lugares. Primero, desde la periferia de todo el aparato, el sistema de la percepción; segundo, desde las excitaciones de placer y displacer que resultan, como casi la única cualidad psíquica, de las trasposiciones de energía ocurridas en el interior del aparato. Todos los otros procesos que sobrevienen en los sistemas Ѱ , incluidos los que tienen por teatro al Prcc, carecen de toda cualidad psíquica y por tanto no son objeto de la conciencia mientras no le ofrezcan un placer o un displacer para su percepción. Esto nos impone la siguiente hipótesis: Esos desprendimientos de placer y displacer regulan automáticamente el curso de los procesos de investidura. Más tarde, empero, a fin de posibilitar operaciones más finas surgió la necesidad de conformar el decurso de las representaciones de manera que fuese más autónomo de los signos de displacer. Con este propósito, el sistema Prcc hubo de requerir cualidades propias que pudieran atraer a la conciencia, y las consiguió, muy probablemente, por el enlace de los procesos preconcientes con el sistema mnémico (no desprovisto de cualidad) de los signos del lenguaje. Por medio de las cualidades de este sistema, la conciencia, que antes era sólo un órgano sensorial para las percepciones, pasa a ser también el órgano sensorial para una parte de nuestros procesos de pensamiento. Ahora existen, por así decir, dos superficies sensoriales: una volcada al percibir y la otra a los procesos de pensamiento preconcientes. Debo suponer que el estado del dormir vuelve más inexcitable la superficie sensorial de la conciencia volcada al Prcc que la dirigida a los sistemas P. Es que la resignación del interés por los procesos de pensamiento nocturnos es funcional. Dentro del pensar nada debe ocurrir; el Prcc exige dormir. Ahora bien, una vez que el sueño devino percepción, puede excitar a la conciencia por medio de las cualidades que adquirió. Esta excitación sensorial rinde aquello en lo cual consiste, en general, su función: dirige a lo excitante una parte de la energía de investidura disponible en el Prcc, en calidad de atención. Así, debe concederse que el sueño en 69 todos los casos despierta, pone en actividad una parte de la fuerza en reposo del Prcc. De esta fuerza experimenta el influjo que designamos «elaboración secundaria»: el miramiento por la coherencia y la inteligibilidad. Esto significa que ella trata al sueño como a cualquier otro contenido perceptivo; lo somete a las mismas representaciones-expectativa, hasta donde su material lo admita , Si en este tercer tramo del proceso onírico se considera la dirección de su marcha, ha de afirmarse que es de nuevo la progrediente. Para evitar malentendidos, será oportuno decir algo acerca de las propiedades temporales de estos procesos oníricos. Un argumento muy atractivo de Goblot , evidentemente suscitado por el enigma del sueño de Maury sobre la guillotina, procura demostrar que el sueño no puede reclamar para sí otro tiempo que el período de transición entre el dormir y el despertar. Este requiere tiempo; en ese lapso ocurre el sueño. Creemos que la última imagen del sueño fue tan fuerte que nos compelió a despertar. En realidad fue tan fuerte solamente porque ya estábamos próximos a despertar. «Un rêve c’est un réveil qui commence (9)». Ya Dugas [1897b] ha destacado que Goblot tiene que omitir muchos hechos para mantener su tesis en términos generales. Hay también sueños tras los cuales no despertamos; por ejemplo, muchos en los que soñamos que soñamos. Con el conocimiento que ya tenemos sobre el trabajo del sueño nos es imposible conceder que él se extienda por el solo período del despertar. Al contrario, tiene que parecernos verosímil que el primer tramo del trabajo del sueño empieza ya durante el día, aún bajo el imperio del preconciente. El segundo tramo, la alteración por la censura, la atracción ejercida por las escenas inconcientes, el irrumpir en la percepción, sin duda se recorre a lo largo de toda la noche, y, en consecuencia, quizás estemos siempre en lo cierto cuando expresarnos la sensación de que hemos soñado toda la noche, aunque no sabernos decir con qué. Pero yo no creo que sea necesario suponer que de hecho los procesos oníricos sigan, hasta llegar a la conciencia, la secuencia temporal que hemos descrito; no es que primero haya existido el deseo onírico trasferido, después ocurra la desfiguración por la censura, a eso siga el cambio de dirección (la regresión), etc. Nos vimos obligados a establecer una sucesión así con fines descriptivos; en la realidad se trata más bien del ensayo simultáneo de este o estotro camino, de un fluctuar la excitación de un lado al otro, hasta que al final permanece un determinado agrupamiento por ser la acumulación más adecuada de aquella. De acuerdo con ciertas experiencias personales, yo tendería a creer que al trabajo del sueño le hacen falta a menudo más de un día y una noche para brindar su resultado; y si esto es así, el arte extraordinario desplegado en la construcción del sueño perdería todo su carácter asombroso. Aun el miramiento por la inteligibilidad como evento perceptivo puede, a mi juicio, operar antes que el sueño atraiga sobre sí a la conciencia. Desde ahí el proceso experimenta en todo caso una aceleración, pues el sueño recibe ahora el mismo tratamiento que cualquier otra cosa percibida. Es como un fuego de artificio cuya preparación lleva muchas horas pero se enciende en un momento. Ahora bien, por el trabajo del sueño el proceso onírico puede ganar la intensidad suficiente para atraer sobre sí a la conciencia y despertar al preconciente, sin que interesen para nada el tiempo que dura el dormir ni su profundidad; o, en cambio, puede ocurrir que su intensidad no baste y tenga que mantenerse al acecho hasta que, inmediatamente antes del despertar, establezca una transacción con él la atención que ahora se ha vuelto más móvil. La mayoría de los sueños parecen trabajar con intensidades psíquicas comparativamente pequeñas, pues aguardan el despertar. Y ello explica también que por regla general percibimos algo soñado cuando repentinamente nos arrancan de un dormir profundo. La primera mirada, como en el caso del despertar espontáneo, cae sobre el contenido perceptivo creado por el trabajo del sueño; la siguiente, sobre lo dado desde afuera. Pero el mayor interés teórico recae sobre los sueños que tienen la capacidad de despertarnos en mitad del dormir. Estamos autorizados a tomar en consideración el carácter acorde a fines, registrable dondequiera, y a preguntarnos entonces por qué se le conf iere al sueño, y por tanto al deseo inconciente, el poder de perturbar el dormir, que es el cumplimiento del deseo preconciente. La respuesta debe de encontrarse en relaciones de energía cuya intelección nos falta. Si la tuviéramos, quizás hallaríamos que tolerar al sueño y gastar en él una cierta atención separada representa un ahorro de energía respecto del caso en que fuera menester poner al inconciente por la noche las mismas barreras que durante el día. Como muestra la experiencia, el soñar, aunque interrumpa varias veces el dormir en una misma noche, es compatible con este último. Nos despertamos un instante y volvemos a dormirnos enseguida. Es como cuando, dormidos, espantamos una mosca; nos despertamos ad hoc. Cuando nos dormimos de nuevo, hemos eliminado la perturbación. El cumplimiento del deseo de dormir es, según lo muestran conocidos ejemplos de sueños de nodrizas, etc., del todo compatible con el mantenimiento de cierto gasto de atención en un sentido determinado. Pero aquí pide ser oída una objeción que se basa en un mejor conocimiento de los procesos inconcientes. Es que hemos definido los deseos inconcientes como siempre alertas. Y a pesar de ello, durante el día no son lo bastante fuertes para hacerse sentir. Pero si el estado del dormir perdura y el deseo inconciente ha mostrado fuerza para formar un sueño y despertar con él al preconciente, ¿por qué se agota esta fuerza después que se tomó conocimiento del sueño? ¿No debería el sueño renovarse de continuo, precisamente como la mosca perturbadora gusta de regresar de nuevo cada vez que se la espanta? ¿Con qué derecho hemos aseverado que el sueño elimina lo que perturba al dormir? Es del todo correcto que los deseos inconcientes permanecen siempre alertas. Constituyen caminos siempre transitables tan pronto como una cantidad de excitación se sirve de ellos. Y aun es una particularidad destacada de los procesos inconcientes el permanecer indestructibles. En el inconciente, a nada puede ponerse fin, nada es pasado ni está olvidado. Es lo que nos impresiona sobremanera en el estudio de las neurosis, en especial de la histeria. Ese camino inconciente de pensamiento que en el ataque conduce al aligeramiento (de energía} vuelve a ser transitable no bien se ha reunido la energía suficiente. Una afrenta ocurrida treinta años antes produce sus efectos ahora como si fuera reciente, después que se procuró el acceso a las fuentes de afecto inconcientes. Tan pronto como su recuerdo es rozado, ella revive y se muestra investida con una excitación que se procura una descarga motriz en un ataque. Precisamente aquí tiene que hincar el diente la psicoterapia. Su tarea consiste en procurar a los procesos inconcientes una tramitación y un olvido. Es que eso mismo que nos inclinamos a juzgar trivial y que explicamos por una influencia primaria del tiempo sobre los restos mnémicos del alma, a saber, el empalidecimiento de los recuerdos y el debilitamiento afectivo de las impresiones que ya no son recientes, es en realidad producto de alteraciones secundarias que se consiguen tras arduo trabajo. El preconciente es el que consuma ese trabajo, y la psicoterapia no puede emprender otro camino que el de someter el Icc al imperio del Prcc. (10)

Para cada proceso de excitación inconciente hay, pues, dos salidas. O bien queda librado a sí mismo, y entonces termina irrumpiendo por alguna parte y se procura para su excitación una descarga en la motilidad, o se somete a la influencia del preconciente, y su excitación, en vez de descargarse, es ligada por este. Pues bien, esto segundo es lo que ocurre en el proceso onírico. La investidura que, desde el Prcc, establece una transacción con el sueño devenido percepción, porque fue guiada hasta él por la excitación de la conciencia, liga la excitación inconciente del sueño y lo vuelve inocuo como perturbación. Si por un momento despierta al soñante, es que por un momento este se ha espantado la mosca que amenazaba perturbarle su dormir. Ahora podemos vislumbrar que fue realmente más adecuado al fin y más económico tolerar al deseo inconciente, despejarle el camino de la regresión, a fin de que formase un sueño, y después, con un pequeño gasto de trabajo preconciente, ligar este sueño y darle trámite, que no mantener enfrenado al inconciente durante todo el tiempo que se dormía. Puede conjeturarse entonces que el sueño, aunque en su origen no fuese un proceso adecuado a un fin, dentro del juego de fuerzas de la vida anímica se adueñó de una función. Y vemos la función de que se trata. Ha tomado sobre sí la tarea de traer de nuevo bajo el imperio del preconciente la excitación del Icc que había quedado libre; así descarga la excitación del Icc, le sirve como válvula y al mismo tiempo preserva, a cambio de un mínimo gasto de actividad de vigilia, el dormir del preconciente. Así se perfila como un compromiso, lo mismo que las otras formaciones psíquicas de la serie a que pertenece: sirve simultáneamente a los dos sistemas cumpliendo ambos deseos en tanto sean compatibles entre sí. Un vistazo a la «teoría de la eliminación» de Robert [1886], nos mostrará que debemos darle la razón a este autor en lo principal, en cuanto a definir la función del sueño, mientras que nos apartamos de él en las premisas que establece y en su apreciación del proceso onírico. (11) La restricción «en tanto ambos deseos sean compatibles entre sí» alude a los casos posibles en que la función del sueño termina en un fracaso. El proceso onírico es permitido primero como cumplimiento de un deseo del inconciente; pero si. ese intentado cumplimiento de deseo se agita en el preconciente con tanta intensidad que este ya no puede mantener su reposo, el sueño ha roto el compromiso, ha dejado de cumplir la otra parte de su cometido. Al punto es interrumpido y sustituido por el despertar pleno. Pero tampoco aquí es culpa del sueño que él, de ordinario el guardián del dormir, tenga que aparecer como su perturbador; y no necesitamos impugnarle su carácter de adecuado a un fin. No es este el único caso en el organismo en que un dispositivo adecuado de ordinario pierde este carácter y se vuelve perturbador tan pronto como algo se altera en las condiciones de su producción, y entonces la perturbación sirve por lo menos al nuevo fin de indicar la alteración y convocar en contra de esta a los medios de regulación del organismo. Como es natural, tengo in mente el caso del sueño de angustia, y para que no parezca que rehuyo a este testigo contrario a la teoría del cumplimiento de deseo cada vez que tropiezo con él, quiero aproximarme a la explicación del sueño de angustia siquiera con algunas indicaciones. Que un proceso psíquico que desarrolla angustia pueda ser a pesar de ello un cumplimiento de deseo, ha mucho que no contiene ya contradicción alguna para nosotros. Ya sabemos explicarnos así lo que sucede: El deseo pertenece a un sistema, el Ice, mientras que el sistema del Prcc lo ha desestimado y sofocado. (12) Aun mediando la plena salud psíquica, el sometimiento del Icc por el Prcc no es total; la medida de esa sofocación indica el grado de nuestra normalidad psíquica. La existencia de unos síntomas neuróticos nos muestra que los dos sistemas se encuentran en conflicto recíproco; ellos son los productos de compromiso de ese conflicto, que le ponen término provisionalmente. Por una parte procuran al Icc una salida para la descarga de su excitación, le sirven como puerta de escape, y por otra parte dan al Prcc la posibilidad de gobernar al Icc de algún modo. Es instructivo, por ejemplo, considerar la intencionalidad de una fobia histérica o de la agorafobia. Pongamos que un neurótico sea incapaz de marchar solo por la calle, lo que con derecho rotularíamos de «síntoma». Ahora bien, suprimamos ese síntoma obligándolo a realizar esa acción para la cual se cree incapaz. Subseguirá entonces un ataque de angustia, tal como a menudo un ataque de angustia sobrevenido en la calle es la ocasión para que se produzca la agorafobia. Averiguamos así que el síntoma se constituyó para prevenir el estallido de la angustia; la fobia se antepuso a la angustia como si fuera un fortín. No podemos proseguir nuestra elucidación si no entrarnos a considerar el papel de los afectos en estos procesos, lo cual, empero, sólo es posible aquí de manera incompleta. Formulemos entonces este enunciado: La sofocación de lo Icc se vuelve necesaria, sobre todo, porque el decurso de las representaciones en el interior del Icc, librado a :sí mismo, desarrollaría un afecto que en su origen tuvo el carácter del placer, pero desde que se produjo el proceso de la represión lleva el carácter del displacer. La sofocación tiene el fin, pero también el resultado, de prevenir ese desarrollo de displacer. La sofocación se extiende al contenido de representación de lo Icc porque desde ese contenido, podría producirse el desprendimiento del displacer. En la base de lo dicho hay un supuesto muy determinado sobre la naturaleza del desarrollo de afecto. Este es visto como una operación motriz o secretoria, la clave de cuya inervación se sitúa en las representaciones del Icc. En virtud del gobierno que ejerce el Prcc, estas representaciones son por así decir ocluidas, inhibidas en cuanto al envío de los impulsos que desarrollarían afecto. El peligro, si cesa la investidura de parte del Prcc, consiste entonces en que las excitaciones inconcientes desprendan ese afecto, el cual -a consecuencia de la represión ocurrida antes- sólo puede ser sentido como displacer, como angustia. Este peligro se desencadena cuando el proceso onírico es tolerado. Las condiciones para que se efectivice son: que hayan sobrevenido represiones y que las mociones de deseo sofocadas puedan cobrar fuerza suficiente, Tales condiciones, en consecuencia, desbordan enteramente el marco psicológico de la formación del sueño. Si no fuera porque nuestro tema entró en conexión por uno solo de sus aspectos a saber, la liberación del Icc mientras se duerme con el tema del desarrollo de angustia, yo podría. renunciar a la mención del sueño de angustia y ahorrarme aquí todas las oscuridades que de ahí se siguen. La doctrina del sueño de angustia pertenece, como ya lo he dicho repetidas veces, a la psicología de las neurosis. (13)

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Notas:

1- [Nota agregada en 1914:] Dicho más correctamente: una parte del síntoma corresponde al cumplimiento de deseo inconciente, y otra, a la formación reactiva contra este.

2- [Nota agregada en 1914:] Hughlings Jackson había expresado: «Si lo descubrís todo acerca del sueño, habréis descubierto todo lo relativo a la insanía» («Find out all about dreams and you will have found out all about insanity»). [Citado por Ernest Jones (1911c), quien lo había oído directamente de labios de Hughlings Jackson.]

3- [Cf. Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), AE, 2, pág. 270.]

4- Freud, 1908a.  Esta última oración se agregó en 1909.

5- He tomado estas ideas de la teoría sobre el dormir desarrollada por Liébeault (1889), a quien debemos el resurgimiento de la investigación del hipnotismo en nuestros días.

6- Lo que resta de este párrafo se agregó en 1909.

7- Este párrafo se agregó en 1914

8- Este párrafo se agregó como nota al pie en 1914 y se incluyó en el texto en 1930.

9- {«Un sueño es un despertar que comienza».}

10- La última cláusula de esta oración sólo fue impresa con caracteres destacados a partir de la edición de 1919.

11- Nota agregada en 1914. ¿Es la única función que podemos atribuir al sueño? No conozco otra. Es verdad que A. Maeder [1912] ha hecho el intento de reclamar para el sueño otras funciones, «secundarias». Parte de la observación correcta de que muchos sueños contienen ensayos de solucionar conflictos, los cuales más tarde se ejecutan de hecho, y por tanto se comportan como ejercitaciones de actividades de la vigilia. Por eso Maeder establece un paralelo entre el soñar y los juegos de los animales y de los niños, que han de concebirse como la ejercitación de instintos innatos y la preparación para la actividad seria ‘posterior, y afirma que el soñar cumple una Jonction ludique. Poco antes que Maeder, también A. Adler [1911, pág. 215n.] destacó que el sueño tiene la función de «anticipar en el pensamiento». (En un análisis que publiqué en 1905 [«Fragmento de análisis de un caso de histeria (1905e), parte III, un sueño que debía entenderse como un designio se repitió todas las noches hasta que fue ejecutado.
Pero una breve reflexión nos enseña que esta función «secundaria» del sueño no merece ser admitida en el marco de una interpretación de los sueños. La anticipación en el pensamiento, la formación de designios, el proyecto de soluciones que después pueden realizarse en la vida de vigilia, todo ello y muchas otras cosas más son operaciones de la actividad inconciente y preconciente del espíritu que, en calidad de «restos diurnos», se prosiguen en el estado del dormir y después pueden conjugarse con un deseo inconciente para formar un sueño. Por tanto, esa función del sueño como anticipador en el pensamiento es más bien una función del pensamiento preconciente de la vigilia, cuyo resultado puede sernos revelado por el análisis de los sueños o el de otros fenómenos, Después de haber equiparado durante tanto tiempo al sueño con su contenido manifiesto, hay que guardarse ahora de c9nfundirlo, con los pensamientos oníricos latentes.

12- j[Nota agregada en 1919:] «Un segundo factor, mucho más importante y que cala más hondo, descuidado igualmente por los legos, es el siguiente. Un cumplimiento de deseo tendría sin duda que brindar placer, pero también cabe preguntar: ¿a quién? Desde luego, a quien tiene el deseo. Ahora bien, sabemos que el soñante mantiene con sus deseos una relación sumamente particular. Los desestima, los censura; en suma, no le gustan. Por tanto, un cumplimiento, de ellos no puede brindarle placer alguno, sino lo contrario . La experiencia muestra entonces que eso contrario, que hemos de explicar todavía, entra en escena en la forma de la angustia. Por consiguiente, en su relación con sus deseos oníricos, el soñante sólo puede ser equiparado a una sumación de dos personas, que, empero, están ligadas por una fuerte comunidad. En lugar de toda una serie de ulteriores puntualizaciones, les ofrezco un conocido cuento en que reencontrarán idénticas relaciones. Un hada buena promete a una pareja pobre, marido y mujer, el cumplimiento de los tres primeros deseos que se les ocurran. Eso los llena de dicha y se proponen escoger con cuidado los tres deseos. Pero la mujer se deja seducir por el aroma de unas salchichas que cocinan en la choza vecina, y desea para sí un par de salchichas como esas. Y volando están ellas ahí; es el primer cumplimiento de deseo. Entonces el marido se enoja y en su ira desea que las salchichas le queden a su mujer colgadas de la nariz. También esto se consuma, y las salchichas no pueden removerse de su nuevo lugar; he ahí el segundo cumplimiento de deseo, pero el deseo fue del hombre: a la mujer no le gusta nada ese cumplimiento de deseo. Ya saben cómo sigue el cuento. Puesto que los dos en el fondo son uno, marido y mujer, el tercer deseo tiene que ser que las salchichas se aparten de la nariz de la mujer. Podremos aplicar este cuento muchas veces en otros contextos; aquí nos sirve sólo como ilustración de la posibilidad de que el cumplimiento de deseo de uno pueda significar displacer para el otro cuando los dos no están de acuerdo entre sí». (Conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1916-17) FAE, 15, págs. 197-81.)

13- En 1911 se agregó en este punto la siguiente frase, que se suprimió a partir de 1925: «La angustia en los súeños, permítaseme insistir, es un problema de angustia y no un problema del sueño».