Obras de S. Freud: Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo III

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Otra pregunta reza: ¿Qué demanda la niña pequeña de su madre? ¿De qué índole son sus
metas sexuales en esa época de la ligazón-madre exclusiva? La respuesta, tomada del material

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Otra pregunta reza: ¿Qué demanda la niña pequeña de su madre? ¿De qué índole son sus
metas sexuales en esa época de la ligazón-madre exclusiva? La respuesta, tomada del material
analítico, armoniza en un todo con nuestras expectativas. Las metas sexuales de la niña junto a la madre son de naturaleza tanto activa como pasiva, y están comandadas por las fases libidinales que atraviesan los niños. La relación de la actividad con la pasividad merece aquí nuestro particular interés. Es fácil observar que en todos los ámbitos del vivenciar anímico, no sólo en el de la sexualidad una impresión recibida pasivamente provoca en el niño la tendencia a una reacción activa. Intenta hacer lo mismo que antes le hicieron o que hicieron con él. He ahí una porción del trabajo que le es impuesto para dominar el mundo exterior, y hasta puede llevar a que se empeñe en repetir unas impresiones que habría tenido motivos para evitar a causa de su contenido penoso. También el juego infantil es puesto al servicio de este propósito de complementar una vivencia pasiva mediante una acción y cancelarla de ese modo, por así decir. Si el doctor hace abrir la boca al niño renuente para examinar su garganta, luego que él se aleje el niño jugará al doctor y repetirá el violento procedimiento en un hermanito tan desvalido
frente a él como él lo estuvo frente al doctor (1). En todo esto se muestra de
manera inequívoca una rebeldía contra la pasividad y una predilección por el papel activo. No en
todos los niños se da con igual regularidad y energía esa alternancia de la pasividad a la
actividad, y en muchos puede faltar. De esta conducta del niño se puede extraer una inferencia acerca de la intensidad relativa de la masculinidad y feminidad que habrá de mostrar en su sexualidad.
Las primeras vivencias sexuales y de tinte sexual del niño junto a la madre son desde luego de naturaleza pasiva. Es amamantado, alimentado, limpiado, vestido por ella, que le indica
todos sus desempeños. Una parte de la libido del niño permanece adherida a estas
experiencias y goza de las satisfacciones conexas; otra parte se ensaya en su re-vuelta
{Umwendung} a la actividad. Primero, en el pecho materno, el ser-amamantado es relevado por
el mamar activo. En los otros vínculos, el niño se contenta con la autonomía, o sea, con el
triunfo de ejecutar él mismo lo que antes le sucedió, o con la repetición activa de sus vivencias
pasivas en el juego; o bien efectivamente convierte a la madre en el objeto respecto del cual se
presenta como sujeto activo. Esto último, que se cumple en el ámbito del propio quehacer, me
pareció increíble durante mucho tiempo, hasta que la experiencia disipó toda duda.
Es raro oír que la niña pequeña lave a la madre, la vista o le indique hacer sus necesidades
excrementicias. Es verdad que le dice en ocasiones: «Ahora jugaremos a que yo soy la madre y
tú el nene», pero casi siempre cumple esos deseos activos de manera indirecta, en el juego
con la muñeca, donde ella misma figura a la madre como la muñeca al nene. La preferencia de
la niña -a diferencia del varón- por el juego de la muñeca suele concebirse como signo del
temprano despertar de la feminidad. Y no sin razón; empero, no debe pasarse por alto que lo
que aquí se exterioriza es la actividad de la feminidad, y que esta predilección de la niña tal vez
atestigüe el carácter exclusivo de la ligazón con la madre, con total prescindencia del
objeto-padre.
La actividad sexual de la niña hacia la madre, tan sorprendente, se exterioriza siguiendo la
secuencia de aspiraciones orales, sádicas y, por fin, hasta fálicas dirigidas a aquella. Es difícil
informar aquí sobre los detalles, pues a menudo se trata de mociones pulsionales oscuras que
la niña no podía asir psíquicamente en la época en que ocurrieron, por lo cual sólo han recibido
una interpretación con posterioridad {nachtrüglich} y emergen luego en el análisis con formas de
expresión que por cierto no tuvieron originariamente. A veces nos salen al paso como
trasferencias al posterior objeto-padre, de donde no son oriundas, y perturban sensiblemente la
comprensión. Hallamos los deseos agresivos orales y sádicos en la forma a que los constriñó
una represión prematura: como angustia de ser asesinada por la madre, a su vez justificatoria
del deseo de que la madre muera, cuando este deviene conciente. No sabemos indicar cuán a
menudo esta angustia frente a la madre se apuntala en una hostilidad inconciente de la madre
misma, colegida por la niña. (En cuanto a la angustia de ser devorado, hasta ahora sólo la he
hallado en varones y referida al padre; empero, es probable que sea el producto de una
mudanza de la agresión oral dirigida a la madre. Uno quiere devorar a la madre de quien se
nutrió; respecto del padre, le falta a este deseo la ocasión inmediata.)
Las personas del sexo femenino con intensa ligazón-madre en quienes pude estudiar la fase
preedípica han informado, de acuerdo con lo anterior, que opusieron la máxima resistencia a las
enemas y evacuaciones de intestino que la madre emprendió con ellas, reaccionando con
angustia y grita enfurecida. Acaso sea esta una conducta muy frecuente o aun regular de los
niños. Sólo logré inteligir los fundamentos de esta protesta particularmente violenta mediante
una puntualización de Ruth Mack Brunswick, quien de manera simultánea se ocupaba de los
mismos problemas: ella se inclinaba a comparar el estallido de furia tras la enema con el
orgasmo tras una estimulación genital. En tal caso, la angustia se comprendería como
transposición del placer de agredir, puesto en movimiento. Opino que efectivamente es así, y
que en el estadio sádico-anal la intensa estimulación pasiva de la zona intestinal es respondida
por un estallido de placer de agredir, que se da a conocer de manera directa como furia o, a
consecuencia de su sofocación, como angustia. Esta reacción parece agotarse en años
posteriores.
Entre las mociones pasivas de la fase fálica, se destaca que por regla general la niña inculpa a
la madre como seductora, ya que por fuerza debió registrar las primeras sensaciones genitales,
o al menos las más intensas, a raíz de los manejos de la limpieza y el cuidado del cuerpo
realizados por la madre (o la persona encargada de la crianza, que la subrogue). A la niña le
gustan esas sensaciones y pide a la madre las refuerce mediante repetido contacto y frote,
según me lo han comunicado a menudo las madres como observación de sus hijitas de dos a
tres años. A mi juicio, el hecho de que de ese modo la madre inevitablemente despierta en su
hija la fase fálica es el responsable de que en las fantasías de años posteriores el padre
aparezca tan tegularmente como el seductor sexual. Al tiempo que se cumple el extrañamiento
respecto de la madre, se trasfiere al padre la introducción en la vida sexual (2).
En la fase fálica sobrevienen por último intensas mociones activas de deseo dirigidas a la
madre. El quehacer sexual de esta época culmina en la masturbación en el clítoris, a raíz de la
cual es probable que sea representada la madre; empero, mi experiencia no me permite colegir si lleva a la niña a representarse una meta sexual, ni cuál sería esta. Tal meta sólo puede discernirse con claridad cuando todos los intereses de la niña reciben una nueva impulsión por la llegada de un hermanito. La niña pequeña quiere haber sido la madre de este nuevo niño, en un todo como el varón, y también es la misma su reacción frente al acontecimiento y su conducta hacia el niñito. Es verdad que esto suena bastante absurdo, pero acaso sólo por el
hecho de resultarnos tan insólito.
El extrañamiento respecto de la madre es un paso en extremo sustantivo en la vía de desarrollo
de la niña; es algo más que un meto cambio de vía del objeto. Ya hemos descrito su origen, así
como la acumulación de sus presuntas motivaciones, y ahora agregaremos que al par que
sobreviene se observa un fuerte descenso de las aspiraciones sexuales activas y un ascenso
de las pasivas. Es cierto que las aspiraciones activas fueron afectadas con mayor intensidad
por la frustración {denegación}, demostraron ser completamente inviables y por eso la libido las
abandona con mayor facilidad, pero tampoco faltaron desengaños del lado de las aspiraciones
pasivas. Con el extrañamiento respecto de la madre a menudo se suspende también la
masturbación clitorídea, y hartas veces la represión de la masculinidad anterior infiere un daño
permanente a buena parte de su querer-alcanzar sexual. El tránsito al objeto-padre se cumple
con ayuda de las aspiraciones pasivas en la medida en que estas han escapado al ímpetu
subvirtiente {Umsturz}. Ahora queda expedito para la niña el camino hacía el desarrollo de la
feminidad, en tanto no lo angosten los restos de la ligazón-madre preedípica superada.
Si se echa una mirada panorámica sobre el fragmento aquí descrito del desarrollo sexual femenino, no es posible refrenar cierto juicio acerca de la feminidad en su conjunto. Hallamos en acción las mismas fuerzas libidinosas que en el varoncito, y pudimos convencernos de que, en ambos casos, durante cierto tiempo se transita por idénticos caminos y se llega a iguales resultados.
Luego, factores biológicos desvían a esas fuerzas de sus metas iniciales y guían por las
sendas de la feminidad aun a aspiraciones activas, masculinas en todo sentido. Como no
podemos negar que la excitación sexual se reconduce al efecto de determinadas sustancias
químicas, nuestra primera expectativa sería que un día la bioquímica habrá de ofrecernos una
sustancia cuya presencia provoque la excitación sexual masculina, y otra que provoque la
femenina. Pero esta esperanza no parece menos ingenua que aquella otra, hoy por suerte
superada, de descubrir bajo el microscopio sendos excitadores de la histeria, la neurosis
obsesiva, la melancolía, etc.
Es que también en el quimismo sexual (3) las cosas han de ser un poco más complicadas.
Ahora bien, para la psicología es indiferente que en el cuerpo exista una única sustancia que
produzca excitación sexual, o que sean dos o una multitud. El psicoanálisis nos enseña a
contar con una única libido, que a su vez conoce metas -y por tanto modalidades de
satisfacción- activas y pasivas. En esta oposición, sobre todo en la existencia de aspiraciones
libidinales de meta pasiva, está contenido el resto del problema.

Notas:
1- [Se hallará un pasaje similar en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 16-7.]
2- [Es este el último capítulo de una larga historia. Cuando en los primeros psicoanálisis que realizó Freud sus pacientes histéricas le relataron que habían sido seducidas por su padre en la infancia, él aceptó corno auténticos tales relatos y llegó a considerar esos traumas como la causa de la enfermedad. No pasó mucho tiempo antes de que admitiera su error, en una carta a Fliess del 21 de setiembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 69), AE, 1, pág. 301. Enseguida vislumbró el importante hecho de que estos recuerdos aparentemente falsos eran fantasías de deseo que indicaban la existencia del complejo de Edipo. En su Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, págs. 32-3, narra sus reacciones contemporáneas a estos descubrimientos. Sólo en el presente párrafo ofreció una explicación cabal de esos recuerdos ostensibles. Todo el episodio es examinado por él con más detalle en la 33ª de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, págs. 111-2.]
3- [Véanse las consideraciones sobre cl quimismo de los procesos sexuales agregadas en 1920 a los Tres ensayos (1905d), AE, 7, págs. 196-7, donde también se hallará (en pág. 197n.) la versión original del pasaje tal como figuraba en la primera edición del libro.]

Continúa en ¨Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo IV¨

Autor: psicopsi

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