Winnicott: Sobre los elementos masculino y femenino escindidos (1966)

Sobre los elementos masculino y femenino escindidos (1966)

El 2 de febrero de 1966, Winnicott leyó en la Reunión Científica de la Sociedad Psicoanalítica Británica un trabajo titulado «Los elementos masculinos y femeninos escindidos que se encuentran en hombres y mujeres en la clínica: inferencias teóricas». Posteriormente lo incluyó como una sección del capítulo 5 en su libro Playing and Reality (1971). El presente capítulo comienza con una reproducción de dicho trabajo (sección I). En la sección II se reúnen tres fragmentos de material clínico, el primero escrito en 1959 y los dos restantes en 1963, que se hallaron dactilografiados en el archivo de Winnicott rotulado «Ideas». Todos ellos se refieren al mismo tema que el trabajo que acabamos de mencionar, y es probable que Winnicott los utilizara en sus cursos, así como en sus reflexiones previas sobre el tema de la disociación entre los elementos masculino y femenino. Se encontrará más material clínico sobre este paciente en los capítulos 10 y 15 del presente libro. La sección III agrupa la parte principal de la respuesta de Winnicott a comentarios efectuados con motivo de su trabajo, que preparó para Psychoanalytic Forum. Los comentarios pertenecían a Margaret Mead, Masud Khan, Richard Sterba, Herbert Rosenfeld y Decio Soares de Souza. Aunque tanto estos comentarios como las respuestas de Winnicott datan de 1968-69, aparecieron en Psychoanalytic Forum, junto con el trabajo original, en 1972.

I. Los elementos masculino y femenino escindidos que se encuentran en hombres y mujeres Trabajo leído en la Sociedad Psicoanalítica Británica el 2 de febrero de 1966 La idea de que los hombres y las mujeres tienen «predisposición a la bisexualidad» no es nada novedosa, dentro o fuera del psicoanálisis. Aquí trato de utilizarlo que aprendí sobre la bisexualidad en análisis que avanzaron, paso a paso, hasta cierto punto y se concentraron en un detalle. No se hará intento alguno de rastrear los pasos gracias a los cuales un análisis obtiene ese tipo de materiales. Puede decirse que, en general, hace falta trabajar mucho, antes de que ese tipo de material adquiera significación y exija prioridad. Resulta difícil ver cómo se podría evitar esa labor preliminar. La lentitud del proceso analítico es una manifestación de una defensa que el analista debe respetar, como respetamos todas las defensas. Si bien el paciente es quien constantemente enseña al analista, éste debería conocer teóricamente los aspectos referentes a los rasgos más profundos o centrales de la personalidad, pues de lo contrario no podrá reconocer las nuevas exigencias impuestas a su comprensión y técnica -y hacerles frente- cuando, a la larga, el paciente logra llevar temas profundamente enterrados al contenido de la transferencia, con lo cual ofrece oportunidad para una interpretación mutativa. Al interpretar, el analista muestra cuánto o cuán poco es capaz de recibir de la comunicación del paciente. Como base para la idea que deseo ofrecer en este capítulo, sugiero que la creatividad es uno de los denominadores comunes de hombres y mujeres. No obstante, en otro lenguaje, la creatividad es prerrogativa de las mujeres, y en un tercero es una característica masculina. En los párrafos que siguen me ocuparé del último de los tres. Datos clínicos Caso ilustrativo Me propongo empezar por un ejemplo clínico. Se refiere al tratamiento de un hombre de mediana edad, casado, padre de familia; profesional de éxito. El análisis se desarrolló según los lineamientos clásicos. El hombre ha tenido un prolongado análisis; y yo no soy en modo alguno su primer psicoterapeuta. El y cada uno de nosotros, terapeutas y analistas, trabajamos mucho, y se produjeron muchos cambios en su personalidad. Pero sigue habiendo algo que, según afirma, hace que no pueda detenerse pues sabe que no ha llegado a lo que buscaba. Si se malogra el sacrificio será demasiado grande. En la fase actual del presente análisis se ha llegado a algo que es nuevo para mí. Tiene que ver con la forma en que enfoco el elemento no masculino de su personalidad. Un viernes el paciente llegó e informó más o menos lo acostumbrado. Lo que me llamó la atención ese día fue que habló sobre la envidia del pene. Uso la expresión adrede, y debo pedir que se acepte que era adecuada en ese caso, en vista del material y de su presentación. Es evidente que la expresión envidia del pene no se aplica por lo común a la descripción de un hombre. El cambio, correspondiente a esta fase en especial, aparece en la forma en que la manejé. En esta oportunidad le dije: «Estoy escuchando a una niña. Sé muy bien que usted es un hombre, pero yo escucho a una niña, y estoy hablando con una niña. Y a esa niña le digo: `estás hablando de la envidia del pene’». Deseo destacar que esto nada tiene que ver con la homosexualidad. (Se me ha señalado que mi interpretación, en cada una de sus dos partes, podría considerarse vinculada con el jugar, y estaría tan alejada como es posible de la interpretación autoritaria, que es lo más próximo al adoctrinamiento.) El profundo efecto dé esta interpretación me hizo ver con claridad que en cierta forma mi observación era oportuna, y en verdad no estaría relatando ese incidente en este contexto si no fuese porque el trabajo que comenzó ese viernes rompía un círculo vicioso. Me había acostumbrado a una rutina de buen trabajo, buenas interpretaciones, buenos resultados inmediatos, y a la destrucción y desilusión que aparecían en cada oportunidad debido al reconocimiento gradual, por el paciente, de que algo fundamental había sin ser tocado: el factor desconocido que hacía que ese hombre se dedicara a analizarse desde hacía un cuarto de siglo. ¿Su trabajo conmigo correría el mismo destino que el realizado con otros analistas? En esta oportunidad se produjo un efecto inmediato en forma de aceptación intelectual y alivio, y luego hubo efectos más distantes. Al cabo de una pausa el paciente dijo: «Si le hablase a alguien sobre esa nena, me diría que estoy loco». Las cosas habrían podido quedar así, pero en vista de los sucesos posteriores me alegro de haber ido más lejos. Mi observación siguiente me sorprendió, y decidió la cuestión: «No se trata de que usted le haya contado eso a nadie -continué diciéndole-; soy yo quien ve una niña y oye hablar a una niña, cuando lo cierto es que en mi diván hay un hombre. Soy yo quien está loco». No tuve que seguir desarrollando este punto, porque, dio en la tecla. El paciente declaró entonces que en ese momento se sentía sano. en un ambiente loco. En otros términos, había sido liberado de un dilema. A continuación expresó: «Nunca pude decir (sabiendo que soy un hombre): `Soy una niña’. Mi locura no es ésa. Pero usted lo dijo, y al hacerlo les habló a mis dos partes». Esa locura mía le permitía verse desde mi posición como una niña. El sabe que es un hombre, y jamás ha dudado de eso. ¿Resulta obvio la que ocurría ahí? Por mi parte, he tenido que pasar por una profunda experiencia personal para llegar a la comprensión que estoy seguro de haber alcanzado ahora. Este complejo estado de cosas posee una realidad especial para este hombre porque él y yo llegamos a la conclusión (aunque no lardamos demostrarla) de que su madre (que ya no vive) vio a una niñita cuando lo vio a él, recién nacido, antes de poder pensar que era un varón. En otras palabras, el hombre tuvo que adaptarse a la idea que se había formado su madre, de que su bebé era y seguiría siendo una nena: (Mi paciente era el segundo hijo; el primero había sido un varón.) Tenemos muy buenas pruebas, por el análisis, de que en la primera etapa de su crianza la madre lo sostenía y manejaba en todo tipo de maniobras físicas como si no viese que era un varón. Sobre la base de esa pauta, el armó más tarde sus defensas, pero era la «locura» de su madre la que veía a una niña donde había- un varón, y eso fue traído al presente cuando dije «Soy yo quien está loco». Ese viernes-se fue profundamente conmovido, sintiendo que ése era el primer cambio significativo en el análisis desde hacía mucho tiempo (si bien, como dije, hubo continuos progresos, en el sentido de que realizaba un buen trabajo). Querría dar más detalles en relación con ese incidente del viernes. Cuando volvió, el lunes siguiente, me dijo que- estar enfermo. Me resultó muy claro que tenía una infección, y le recordé que su esposa la tendría al día siguiente, cosa que sucedió. Ello no obstante, estaba invitándome a que interpretase su enfermedad, que había comenzado el sábado, como si fuese psicosomática. Trataba de decirme que el viernes por la noche había tenido relaciones sexuales satisfactorias con su esposa, de modo que el sábado habría debido sentirse mejor, a pesar de lo cual enfermó y se sintió mal. Yo conseguí dejar a un lado la dolencia física y hablar de la incongruencia de que se sintiera mal después de las relaciones sexuales que, según sentía, habrían debido constituir una experiencia curativa. (En verdad habría podido decir: «Tengo gripe, pero a pesar de eso me siento mejor interiormente».) Mi interpretación continuó según los lineamientos del viernes. «Usted piensa -dije- que debería sentirse complacido de que una interpretación mía haya liberado una conducta masculina. Pero la niño de la que hablé no quiere que el hombre se libere, y en verdad ese hombre no le interesa. Desea que la reconozcan en toda su plenitud, a ella y a sus derechos sobre el cuerpo de usted. Su envidia del pene incluye en especial la envidia que le tiene a usted como hombre. Y seguí diciendo: -El sentirse mal es una protesta proveniente de su self femenino, de esa nena, porque ésta siempre esperó que el análisis descubriese que usted era, y en realidad siempre había sido, una mujer (y `estar enfermo’ es un embarazo pregenital). Para esa niña, la única terminación del análisis en que puede confiar es el descubrimiento de que usted es en verdad una nena.» A partir de esto, uno podía empezar a entender el motivo del convencimiento de este paciente en cuanto a que el análisis jamás podría terminar. En las semanas posteriores surgieron muchos materiales que confirmaron la validez de mi interpretación y mi actitud, y el paciente sintió que ahora podía entender que su análisis había dejado de ser inevitablemente interminable. Más tarde advertí que la resistencia del paciente se había convertido en una negación de la importancia de mi frase: «Soy yo quien está loco». Trató de dar por entendido que era mi forma de decir algo, una figura retórica que era dable olvidar. Pero descubrí que era uno de esos ejemplos de transferencia delirante, que desconciertan a pacientes y analistas por igual; y la médula del problema del manejo se encuentra precisamente en esa interpretación -que, lo confieso, estuve a punto de no permitirme hacer. Cuando me concedí tiempo para pensar en lo que había ocurrido, me sentí confundido. No había en esto ningún concepto teórico nuevo, ningún nuevo principio de técnica. En rigor, mi paciente y yo habíamos recorrido antes el mismo terreno. Y sin embargo había algo nuevo, en mi actitud y en la capacidad de él de usar mi trabajo interpretativo. Decidí rendirme a lo que eso pudiese significar para mí mismo, y el resultado se encontrará en este trabajo que presento. Disociación Lo primero que advertí fue que hasta entonces nunca había aceptado del todo la disociación total entre el hombre (o la mujer) y el aspecto de la personalidad que tiene el sexo opuesto. En el caso de este paciente la disociación era casi completa. Me encontraba, pues, ante un arma antigua dotada de un nuevo filo, y me pregunté hasta qué punto eso podría afectar, o ya había afectado, el trabajo que realizaba con otros pacientes, hombres y mujeres, o muchachos y chicas. Resolví, por consiguiente, estudiar ese tipo de disociación dejando a un lado, pero sin olvidarlos, todos los otros tipos de escisión. Los elementos masculino y femenino en hombres y mujeres. En este caso había una disociación que estaba, a punto de derrumbarse. La disociación, como defensa; dejaba paso a una aceptación de la bisexualidad como atributo de la unidad o self total. Me di cuenta de que me encontraba ante lo que se podría denominar un elemento femenino puro. Al principio me sorprendió que sólo hubiese podido llegar a él mediante la observación del material presentado por un paciente masculino. A este caso le corresponde otra observación clínica. Parte del alivio que siguió a nuestra llegada a la nueva plataforma de nuestro trabajo juntos provenía de que ahora podíamos explicar por qué mis interpretaciones, de buenos fundamentos, respecto del uso de objetos de las satisfacciones eróticas orales en la transferencia, de las ideas sádicas en relación con el interés del patente por el analista como objeto parcial o como persona con pechos o pene; por qué mis interpretaciones, repito, jamás eran mutativas. Se las aceptaba, sí, pero… ¿y después qué? Al llegar a la nueva situación, el paciente experimentó un muy vívido sentimiento de relación conmigo. Tenía que ver con la identidad. El elemento-femenino separado, puro, encontraba una unidad primaria conmigo como analista, y ello le otorgaba el sentimiento de que empezaba a vivir. Este detalle me afectó, como se verá en mi aplicación de lo que descubrí en este caso a la teoría. Agregado a la sección clínica Resulta gratificante revisar los materiales clínicos actuales teniendo en cuenta este ejemplo de disociación, el elemento niña escindido en un paciente masculino.

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