Trauma (Trauma de guerra – Neurosis de guerra): Estructura y Fenómeno. Freud y Lacan. Estructura y fenómenos

EL TRAUMA Y SUS SECUELAS

Disertación psicoanalítica sobre el trauma en el campo de batalla y el estado psíquico
que a partir de él se desencadena.

Autores: Andrea Paola Martínez Mora. Laura Natalia Pérez Pérez. Gloria Elena Gómez Botero (Directora de tesis.)
Facultad de Psicología, Pontificia Universidad Javeriana
Enero de 2005

Capítulo 5. Estructura y Fenómeno: Freud y Lacan.

Estructura y fenómenos
Este apartado nos ocupa en la discusión que desde el psicoanálisis lacaniano se plantea
a las comprensiones de la enfermedad. Se dialogará con la psiquiatría y con la
denominación Freudiana de neurosis de guerra, para llegar a disertar sobre las opciones
actuales para el tratamiento del cuadro traumático en los hospitales. De igual manera, se
intentará describir a brevedad lo que se ha logrado atrapar como fenómenos, complementando la nosología clásica con los aportes que el psicoanálisis tiene para hacer en su propia caracterización de estos.
¿Neurosis de guerra? Se llega en este punto a una discusión bastante intrincada en lo
que se refiere a la estructura y los fenómenos. Hay en este sentido todo un debate en
torno a la agrupación nosológica del cuadro que deviene después de un evento
traumático bajo el nombre de “neurosis de guerra”. Las posibilidades para esta
enmarcación se examinarán a continuación.
Freud, que aun no llegaba a la inclusión de la estructura en sus taxonomías, podía
desde la observación clínica fenomenológica precisar en los excombatientes una
neurosis, situación que en el marco del desarrollo psicoanalítico lacaniano sería
contradictorio. En el presente trabajo hemos tomado la opción por la visión estructural, y
es por eso que nos vemos avocadas a la discusión nosológica.
A decir de Lacan hay tres estructuras de personalidad: la neurosis, la psicosis y la
perversión. Cada estructura está referida a una manera específica de gozar, a la
utilización de mecanismos determinados para el enfrentamiento con la realidad dolorosa,
y por consiguiente a ciertas características inconscientes arraigadas al sujeto y evidentes
en su manera de moverse dentro del mundo. Como se registró en el grueso del presente
trabajo, la ubicación de cada sujeto en una de las estructuras se debe a la manera como la
Castración tenga lugar en él. Es así que el atravezamiento del sujeto por el significante
Falo, la Metáfora Paterna y la ubicación el en Edipo, se jugarán como organizadoras de
la sexualidad y subjetividad en general.
Enfrentarse a la Castración primordial le implica al sujeto la asunción de una falta
constitucional que tendrá asentamiento en él de diversas maneras según el mecanismo
que se utilice para hacerle frente. El sujeto que la forcluye devendrá psicótico, el que la reniega perverso y el que proyecta o reprime, neurótico. En adelante estos mecanismos
operarán en cada sujeto para el encaramiento de las situaciones penosas a lo largo de
toda su vida, pues la estructura primitivamente constituida permanecerá incambiable.
Siendo estas tres las estructuras raíz, el hablar de la neurosis de guerra implicaría una
necesidad de atrapar los mecanismos que están a la base de la producción
fenomenológica, de aprehender la subjetividad que se esconde detrás del síntoma para
poder precisar si finalmente la reacción al trauma en el campo de batalla puede asumirse
como una nosología propia de alguna de ellas. Es decir, si es neurosis lo que está en
juego, o si es posible que un cuadro como el presentado por los combatientes sea
igualmente ubicable desde la psicosis y la perversión (6).
Habría una primera mirada en torno a esta cuestión. Teniendo en cuenta que lo real es
el material del trauma, y lo real es irreductible, es propio de la vida, no habría manera de
que algún sujeto se escapara a su influjo. Si el espectro de los sujetos se mueve al
interior de las tres estructuras, sería contradictorio afirmar que cuando un trauma ha
tocado cualquier sujeto sólo puede generarse en él una neurosis traumática, pues no todo sujeto es neurótico por estructura, y tampoco se puede convertir en tal gracias a un trauma.
Siendo la estructura tan determinante, sólo se podría salir de esta encrucijada diciendo
que tras la vivencia traumática aparecería bien una neurosis traumática, una psicosis
traumática o una perversión traumática de acuerdo al sujeto. Pero tal vez estas
denominaciones traigan confusión, pues bien se sabe que cada estructura tiene un
mecanismo para hacerle frente a la realidad y por tanto lo que aparece luego de un
encuentro doloroso no es igual. La fenomenología en cada estructura, por supuesto,
también ha de variar, de tal forma que una denominación nosográfica sería bastante
imprecisa y terminaría por no “clasificar” nada en realidad.
No obstante, es posible reconocer algunos fenómenos que caracterizan la enfermedad
y que se presentan trans- estructuralmente, ¿no sería útil crearles un cuadro nosográfico
específico que los agrupara?, ¿sería posible hablar de un tratamiento para el
padecimiento psíquico desprendido del trauma independientemente de la estructura?
¿cómo compaginar la necesidad nosográfica con las nociones de estructura subjetiva?.
Estas preguntas resultan difíciles de responder, pues amistar los términos enfermedad
y estructura es tremendamente complicado. Probablemente un estudio de caso
comparativo donde se tuviera la oportunidad de tratar con sujetos de cada estructura que
hubiesen desarrollado un cuadro sintomático tras un encuentro traumático, pudiera dar
muchas luces a este respecto. Sin embargo, desde la teoría psicoanalítica lacaniana
habría que argumentar que el trauma sólo remueve los puntos débiles en estructuras ya conformadas.
Desde este punto de vista, el trauma llega a afectar la estructura enlazándose a los
elementos que le son propios, logrando justamente a razón de esto que la fuerza para derrumbar al sujeto (el evento de guerra en sí mismo no encarna el traumatismo, si así
fuera las diferencias interindividuales no tendrían cabida frente a él). El traumatismo es,
entonces, múltiple, en tanto no refiere a un único trauma sino a varios que han
transcurrido a lo largo de la vida del sujeto y cuya tramitación inadecuada ha dado el
terreno para la anidación del nuevo trauma en batalla.
Noticia de esto es que si bien la fenomenología que sucede al traumatismo está
visiblemente teñida por lo vivido en el campo de batalla, un examen más profundo sobre
las manifestaciones sintomáticas permitirá ver hasta qué punto la subjetividad está
comprometida y la manera como los fenómenos están también constituidos por material
anterior al evento traumático –incluso infantil-.
De tal manera, sólo se podría concluir que la “enfermedad” ocasionada por el trauma,
es en su totalidad relativa a la estructura que lo recibe. Se resalta entonces, de nuevo, la
singularidad en la asunción del trauma. Lo que resulta traumático para un sujeto puede
perfectamente pasarle inadvertido a otro, de la misma manera en que el desarrollo del
cuadro en cada individuo tendrá fuertes variaciones según la estructura en la que haya
irrumpido. Se puede decir por consiguiente que el trauma no es más que el gatillo que
dispara una condición para la cual había una predisposición en el sujeto y a la cual el
trauma penetra y quebranta.
En conclusión, hablaremos de un cuadro desencadenado por el trauma en batalla. No
le daremos un nombre específico a este, pues para ello sería necesario estudiar qué pasa
con el trauma en las tres estructuras. Se hablará pues del cuadro del traumatismo. En el
último apartado se lo describirá brevemente.
Cabría en este punto la pregunta por la susceptibilidad del sujeto a este nuevo
despertar, por los soportes estructurales y por la pobre elaboración que determinados sucesos hayan podido tener el sujeto. Se piensa que es posible que en dichos puntos
cruciales de la formación del Yo, el sujeto no haya logrado poner más que
reaseguramientos débiles fáciles de derrumbar.
La repercusión de la visión estructural en la milicia y la clínica. En relación con lo
anteriormente argumentado, es necesario hacerse la pregunta por la manera en que
realiza la selección de los sujetos que han de participar en la guerra, y por el trato que se
le da al cuadro desencadenado por el trauma en el ámbito psiquiátrico.
Habiendo logrado discernir que es una estructura vulnerable la que se encuentra a la
base del desencadenamiento de una fenomenología a partir del trauma en la guerra, se
hace imprescindible reflexionar sobre los criterios de selección que adoptan el Ejército
Nacional, la insurgencia y el parmilitarismo. La guerra, por su naturaleza íntimamente
pulsional, por ser fuente de fuertes encuentros con lo real, con la muerte, con lo
ominoso, es en esencia una actividad para la cual ningún sujeto está preparado.
Probablemente la permanencia en el campo de batalla sea la experiencia más traumática
que un sujeto pueda vivir. La crudeza de las escenas y la exposición a la muerte allí
vividas deberían ser suficientes para que cualquier individuo renunciara a la guerra, no
obstante, su estabilidad a lo largo de la historia declara lo contrario.
Germen del goce, en Colombia (y en el mundo, actualmente tan bélico) la guerra cada
vez más recluta hombres, mujeres y niños en sus filas. Las noticias sobre la situación del
conflicto armado dan referencia de niños de edades muy pequeñas que han sido
involucrados por los grupos armados al margen de la ley:
(…) en el transcurso de los últimos diez años el número de menores de edad afectados
por las contiendas guerreras en el mundo, como víctimas o como victimarios, no deja de ser preocupante: dos millones de niños han fallecido directamente como
consecuencia de los conflictos armados, 12 millones quedaron sin hogar, cinco
millones resultaron físicamente impedidos, etc.(…) Para el caso colombiano, según el
Ejército Nacional, serían 8.000 los menores que habrían alcanzado la mayoría de edad
en los grupos armados irregulares durante los últimos 15 años (EJERCITO NACIONAL 2000). (Alvarez y Aguirre, 2002, p.24)
Igualmente, los periódicos han hecho conocer la diversidad de casos que han surgido
en donde la salud mental de los miembros de las fuerzas armadas se ha visto altamente
afectada por la guerra llevándolos a cometer asesinato de civiles o compañeros, o
suicidio:
Algo muy extraño está ocurriendo con la salud mental de los miembros de las Fuerzas
Armadas. Una noche de diciembre un suboficial del Batallón Guardia Presidencial, en
Bogotá, se justifica que por error roció con ácido a dos soldados que dormían; en otra
ocasión un coronel responsable de una de las unidades más importantes del país, en
Arauca, vuelve del desayuno y se suicida; y el viernes de la semana pasada, en el
Batallón Boyacá de Pasto, un soldado se levanta, toma su arma de dotación y da
muerte a cinco soldados y deja heridos a cinco más (Semana, 2005,
http://semana2.terra.com.co/archivo/articulosView.jsp?id=84186).
Evidentemente hay un tamiz mal logrado para la escogencia de los sujetos que van a
la batalla. Actualmente, debido a la algidez de la guerra, el criterio para la elección de
miembros que conformarán los ejércitos se ha flexibilizado al punto de considerar la
vinculación de personas poco idóneas, reticentes a la participación o menores de edad.
Como resultado de este afán de reclutamiento, se encuentra una fuerte afectación en el
psiquismo de los sujetos, evidenciado en la cantidad de sujetos internados en clínicas psiquiátricas a causa de vivencias en el campo de batalla (eso, sin contar con todos
aquellos combatientes que por pertenecer a fuerzas ajenas al estado no tienen posibilidad
de recibir atención psiquiátrica). Muchos combatientes no desarrollan nunca una
sintomatología relativa a la guerra, pero en algunos casos ocurre que el sujeto que ha
sido enviado al frente tenía una estructura vulnerable incapaz de mantener su estado de
conciencia tras el choque con lo real o con recursos limitados para la movilización
psíquica que le permitiera una elaboración del trauma diferente al síntoma.
Por esta razón se cree que sería altamente provechoso en términos de prevención en
salud mental, alentar los esfuerzos que diferentes organismos están adelantando para la
abolición de la vinculación de menores de edad en la guerra, a la vez que impulsar a un
refinamiento de los criterios con los cuales se considera a un sujeto apto para la guerra
en las entidades tanto estatales como marginales. Si la selección se realiza teniendo en
cuenta una búsqueda de los puntos de premorbilidad o comorbilidad en la estructura,
será mucho más fácil hacer prevención.
Como segunda consecuencia de una mirada estructural sobre el trauma, se debe tener
en cuenta el trato psiquiátrico para los pacientes que padecen a raíz de él. Siendo el
TEPT una categoría diagnóstica en el ambiente médico, el tratamiento de los sujetos
exime su singularidad y se enfoca en los fenómenos que presentan como parte de su cuadro.
La medicación, como se mencionó en el primer capítulo de la presente disertación,
inhibe o reactiva ciertos procesos químicos relacionados con la producción de los
síntomas: agresividad, alucinación, depresión en el ánimo, etc. Evidentemente la
paliación de los síntomas tiene un efecto muy positivo en los pacientes, tan
profundamente angustiados por la repetición; no obstante, atendiendo a los criterios psicoanalíticos, sería pertinente que el tratamiento farmacológico estuviera acompañado
por terapia psicológica (psicoanalíticamente orientada) que permita tanto la contención
del paciente como la evacuación por vía de la palabra de eso traumático que con tanta
fuerza puja por ser tramitado.
Se piensa que el tratamiento psiquiátrico en solitario puede tener efectos perjudiciales
en la condición de los sujetos en tanto los medicamentos tienen por principal acción la
coartacíon de la manifestación sintomática, que para el caso de estos pacientes no es más
que el estallido de la pulsión que había yacido reprimida o forcluída y que requiere una
satisfacción, una exteriorización. Para el caso de la agresividad, por ejemplo, los ataques
violentos hacia objetos, personas, etc., pueden ser ubicados como una expresión vía la
musculatura de la pulsión de muerte que se apodera del sujeto por estar magnificada a
condición del trauma.
Se sugiere, entonces, desde la comprensión que desde aquí se hace de los fenómenos,
que la descarga de la pulsión en tanto fundamental, debería evitar ser cortada. En vez de
coartación, la mirada psicoanalítica impulsaría a la elaboración y el intento de
simbolización. En este sentido, se asume que la intervención en sujetos en estado de
internación que han sufrido un evento traumático, debe combinar las herramientas
psiquiátricas y psicológicas para poder dar al paciente una alivio.
En esta misma vía es importante no sólo tener en cuenta la manera como se manejan
los fenómenos, sino la diversidad con que estos acontecen dependiendo de la estructura
que los enmarque. Como se ha mencionado, la guerra en tanto condición traumática
puede penetrar en estructuras psicóticas, neuróticas y perversas. Lo que a partir de
vivencias traumáticas en batalla se desencadena es singular a cada una de estas
estructuras, y requiere de una mirada muy fina para precisar realmente a cual atañe.
Fenómenos como la alucinación y la incapacidad desmedida para el control de
impulsos se han referido usualmente a la psicosis como patología, lo cual ha redundado
en que los sujetos que presenten alteraciones de percepción sean tratados con
antipsicóticos o incluso antidepresivos. Si se entiende la psicosis como una estructura y
no como una patología, fácilmente se entenderá que es el mecanismo y no los
fenómenos los que son esenciales a ella, y por consiguiente se desistirá de la idea de
aludir a la alucinación como una manifestación exclusiva de la psicosis y de tratarla con
medicamentos que no diferencian entre una alucinación producida desde una estructura
neurótica y los fenómenos elementales (ambos fenomenológicamente muy diferentes).
Este es un ejemplo aplicable a cada uno de los fenómenos que se presentan en los
cuadros de excombatientes. Estructuras neuróticas pueden haberse visto tan penetradas y
trasgredidas por las vivencias traumáticas, que pueden manifestar su quebrantamiento
mediante síntomas muy terribles.
Se consolida entonces a este respecto una disensión con la psiquiatría que, confusa, ha
tratado de encontrar el “quid” para tratar los casos de “Trastorno por Estrés
Postraumático”, no reconociendo allí una particularidad inatrapable: que todos han de
ser diferentes. Lo único en común es que han vivido acontecimientos traumáticos en un
campo de batalla, y por eso la repetición de material similar hace pensar que sus cuadros
son homologables. Cada sujeto tendrá sus propias manifestaciones, y desde la psicosis,
la neurosis o la perversión, encontrará la salida para su trauma, exhibiendo siempre la
repetición que arrastra material intimo y singular.
Se piensa en este sentido que el tratamiento farmacológico, si bien como se mencionó
anteriormente puede ser de gran utilidad para los sujetos traumatizados, es necesario que
se sitúe desde la singularidad, desde la aprehensión de la estructura, para que en coherencia con esta se logre una intervención exitosa. Se propone en esta medida que el
tratamiento de estos sujetos no esté encaminado a encontrar “la respuesta indicada” para
el cuadro, sino que sean asistidos en cuanto a individuos, cada uno con sus demandas específicas.
Enfermedad y responsabilidad. Haciendo caso a la mirada estructural, habría aún otra
situación que señalar: la responsabilidad que esta significa sobre el estado de
padecimiento.
En los contextos hospitalarios, por su tendencia positivista y biologisista, el cuadro
del traumatismo es explicado (aún imprecisamente) por un desajuste neurológico. El
cerebro, la amígdala, etc, son afectados, no el sujeto. Evidentemente esto tiene sus
repercusiones en las representaciones que el paciente puede hacerse sobre su
padecimiento. Dejándose a merced del saber, del discurso de amo, el sujeto que pregunta
genuinamente (el neurótico) termina por inclinarse hacia la respuesta reduccionista
según la cual él como tal no está afectado, no es su integridad, ni su subjetividad, ni su
ser los que han sido tocados por el trauma. No son estos sino uno de sus órganos.
Tal como si se tratase de una pierna rota o una afección pulmonar, el sujeto se separa
de su padecimiento dejándole la cura a los fármacos. Romperse una pierna no
compromete al sujeto, la pierna no es él (se la nombra como mi pierna, no como yo) de
manera que su lesión no puede ser un efecto de algo propio y constitucional sino, más
probablemente, del azar o el devenir. Tomando la condición mental de la misma manera,
como si lo que se afectara no fuera yo, sino mi cerebro, las implicaciones de la historia
personal, de la manera como se han tejido las relaciones familiares, la vida en general, se
desvinculan de la condición de sufrimiento. Bajo la premisa de que su causación es
orgánica, no psíquica, la enfermedad mental es ahora un herida de guerra más.
Tal como se encuentra el mundo de las disciplinas hoy en día, entrelazado y con
límites cada vez más difusos, sería bastante complicado asumir una posición purista a
favor del enfoque biológico o psicoanalítico. Posiblemente haya una afección orgánica
que acompañe al cuadro del traumatismo, pero se cree que esta dista mucho de ser una
explicación absoluta para la producción de este en un sujeto. Volviendo a la mirada
estructural, sería bastante válido afirmar el poder que el inconsciente logra tener sobre el
organismo, llegando a cambiar altamente su funcionamiento. Coexistirían entonces un
fenómeno orgánico, con una condición de cataclismo estructural que no podría ser echa
aparte ni desvalorada.
La perspectiva estructural implica mirar los fenómenos del cuadro del traumatismo
como el resultado de la suma de un evento de guerra más una posición subjetiva
(estructura), no como efecto exclusivo del trauma. Esto significa de entrada que el sujeto
sí tiene una implicación en lo que le ocurre y, por consiguiente, que puede tener un papel
activo frente a su tratamiento. Devolverle la responsabilidad al paciente sobre el trauma
y sus efectos es equivalente a desinfantilizarlo, empoderándolo. Se cree que esta es la
vía por al que se debería conducir el tratamiento, ayudando al sujeto a conducirse vía la
independencia y la adultez.
Esto, por su puesto, ha de tener sus repercusiones en el tratamiento tanto
psiquiátrico como psicológico, pues en la medida en que las comprensiones sobre los
fenómenos se transformen, también la manera de enfrentarlos ha de hacerlo. En
consecuencia, la utilización de medicamentos tales como los antipsicóticos serán
utilizados para el tratamiento de estos pacientes con mucha mayor precaución que si
simplemente se atiende a su diagnostico nosológico a partir de lo visible. Probablemente
los sujetos en que se hallen estructuras neuróticas tengan mayor posibilidad de ser eximidos de los fuertes cocteles farmacológicos, y tengan un pronóstico más prometedor.
Con toda seguridad la introducción de una intervención más interdisciplinaria y una
reintegración de los saberes psicoanalíticos en los contextos hospitalarios, tendría un
excelente efecto en los pacientes que exhiben cuadros de traumatismo.
Ya habiendo disertado en torno a la estructura, la enorme distancia que tiene con los
fenómenos y las consecuencias que esto ha de tener en la concepción de la enfermedad y
en las organizaciones que con esta tienen que lidiar, se dará paso a una breve
aprehensión de lo que se denomina como cuadro del traumatismo. 
El cuadro del traumatismo. Se ha advertido que la sintomatología ha de ser bastante
variable a razón de las particularidades individuales sustentadas por la noción de la
estructura subjetiva. No obstante, se han logrado distinguir los siguientes fenómenos por
reconocerse como los más típicos del cuadro. Se recalca sin embargo, que su sentido y
ubicación deben revisarse individualmente.
Se ha logrado englobar cuatro tipos distintos de síntomas: los de repetición, los que se
dan por inhibición, los que muestran un intento de represión masivo y los regresivos.
Los tres primeros tipos, se explican según las alteraciones económicas en el psiquismo, y
el cuarto por la regresión ocasionada a raíz el trauma.
Los síntomas por repetición (de los múltiples traumas) más típicos son los sueños
traumáticos, los fenómenos motores de repetición, la cavilación obsesiva, las
alucinaciones y los delirios. La repetición es un tipo de control arcaico del Yo, por lo
tanto es considerada como una regresión cuya finalidad es la descarga del gran monto
catéxico que se ha generado a partir del trauma actual, independientemente del dolor que
implique por tratarse de la rexperimentación de aquello que fue tan impactante y causó tanto sufrimiento inicialmente, y que ha ganado fuerza gracias otros eventos pasados
igualmente atormentadores.
Se puede notar aquí una ambigüedad: se obtiene placer con la descarga energética,
que sin embargo, devuelve al sujeto el terror del trauma causándole malestar. Hay cierto
placer a consta de un gran displacer: no todo lo que es amable para una instancia
psíquica lo es para otra, así que la conciencia se reciente ante los contenidos que desde el
inconsciente afloran y la atropellan.
Si hubiera oportunidad de observar esto en posteriores estudios de caso, sería
interesante encontrar si con la repetición se va logrando que el monto catéxico represado
disminuya. Teóricamente hablando, la repetición debería permitir elaborar el trauma, y
en consecuencia, después de un tiempo debería comenzar a menguar su intensidad , su
fuerza, haciendo que el elemento más impetuoso del cuadro, se desvanezca.
Probablemente en un contexto psiquiátrico tradicional hacer una observación de este tipo
resulte complicado debido a la tendencia la coartación de las manifestaciones
sintomáticas de la que se habló anteriormente, no obstante, si fuese posible dejar que los
mecanismos del sujeto actuaran, tal vez se podría constatar lo que a nivel de la teoría se
promulga.
En cuanto a los síntomas por inhibición, se notan los bloqueos mentales y motrices.
Estos encuentran su explicación desde varios lugares. Tras el momento del trauma actual
en el que no fue posible un apronte angustiado, la angustia permanece como regente en
el cuadro, una angustia, como se la describió en apartados anteriores, exacerbada,
omnipresente y avasalladora al punto de poder mover al sujeto de la acción a la
inhibición. La sobrecarga de angustia puede invadir al sujeto dejándolo sin posibilidad
de utilización de sus recursos de pensamiento o motilidad. Esto, se relaciona con un intento del aparato anímico de restablecer su equilibrio alterando su economía: se
conforma una contrainvestidura que toma energía de diferentes sistemas psíquicos, a
consecuencia de lo cual, la actividad en estos sistemas queda altamente reducida. La
libido se pone al servicio del control de la conmoción dejada en el sujeto por el trauma.
De igual manera, algunos síntomas de inhibición, tales como los que afectan la
recordación de ciertos eventos, pueden ser explicados por el uso de mecanismos como la
represión o la forclusión en pos de mantener los contenidos del trauma alejados de la
conciencia. Pueden ser susceptibles de olvido o borramiento situaciones en las que el Yo
parasitario toma control del sujeto poniéndolo de cara a la inconciliación de este con su
Súper-yo original, o contenidos propios del trauma (en forma de repetición o en el
momento original) que han lastimado altamente el psiquismo, entre otros.
Por otro lado, se encuentran los síntomas por regresión que son generados por el
arrastre que ocasiona el trauma hacia fases anteriores del desarrollo donde hay
debilidades. Entre estos se cuentan las ideas de omnipotencia y minusvalía, la
dependencia pasiva, la protección paternal y todos aquellos causados por la regresión a
etapas tempranas donde se despiertan angustias y actitudes específicas del Yo.
Junto a los tres anteriormente mencionados, aparecen síntomas histéricos. En los
sujetos afectados por el traumatismo es muy frecuente la conflictiva con el cuerpo, no
solamente por las heridas y otras múltiples afecciones propias de la guerra que lo
erogenizan, sino por el simple hecho de estar en combate, portando un arma, haciendo
parte de un ejercito con sus representaciones particulares de masculinidad y de cuerpo en
general. Siendo así, en los casos de sujetos que han sufrido un trauma en batalla, los
fenómenos conversivos no son extraños.
Esto se debe en parte al compromiso que la guerra implica para la completud del
cuerpo y la manera como afecta su representación, por un lado, y por otro, a la búsqueda
de vías de escape a lo real del trauma vía la conversión. Para un sujeto que viene de la
guerra, una herida, una incapacidad orgánica es mucho más factible de asumir que una
imposibilidad psíquica, de manera que la conversión es un recurso neurótico que con
facilidad cumple con su cometido de alejar el contenido del trauma de la conciencia del
combatiente, pues le muestra un organismo afectado en vez del sujeto derrumbado,
perforado, que le subyace.
Finalmente, se halla otro punto importante de anotar en cuanto a la fenomenología del
cuadro, este es que la mayoría de los síntomas aparecen acompañados por intensos
sentimientos de angustia, terror, miedo y rabia, los cuales, como se había expuesto,
tienen su origen tempranamente y se han enlazado al trauma actual. Dada la regresión
que se ha identificado como fundamental a efecto del trauma en batalla, los sentimientos
más primitivos tendrán un papel fundamental. La aparición de angustia se debe al
acercamiento de los contenidos inconscientes a la conciencia, que enfrentan al sujeto con
la cosa. Por su parte la rabia y la agresividad, son intentos arcaicos para descargar la
energía represada que, ya se ha discernido, es predominantemente tanática.
Se tiene pues un cuadro del traumatismo en el que la angustia la regresión y la
repetición son característicos, complementados por los síntomas por inhibición y la
incapacidad para controlar la rabia y al agresividad. Los fenómenos histéricos han de
considerarse aislados, sin embargo habría que estudiar clínicamente el papel de la
comorbilidad entre estos y el traumatismo propiamente dicho, así como la regularidad
con que hacen parte del cuadro.
Para próximas investigaciones que puedan tener acceso a casuística queda la pregunta
por la manifestación de estos fenómenos en cada una de las estructuras, y la diversidad
de elementos que nutren los síntomas rebasando al evento traumático en sí mismo.

Notas:
6- Hablar de una afección a causa de la guerra en una estructura perversa es bastante difícil de precisar. Por su condición de perversos (con un goce y un Super-yo tan particulares), los sujetos enmarcados en esta estructura tendrían el perfil idóneo para el combate, y no se verían tan expuestos a los conflictos que el neurótico enfrenta, o a lo real que jalona el estallido de la psicosis. No obstante, se piensa que si bien el perverso tiene más cualidades para permanecer en el campo de batalla y gozar nocivamente con lo que este le presenta sin que esto represente para él mayor complicación, no debe descartarse la ruptura que en sujeto ejerce el encuentro con la muerte, lo real del cuerpo, el exceso de goce, etc. Tendría que verse esto en el campo clínico. A consecuencia de este dilema, la perversión será tenida menos en cuenta que las estructuras neuróticas y psicóticas para la generación de un cuadro de traumatismo, sin embargo, se deja abierta la posibilidad de que el trauma de guerra aparezca en estructuras perversas.