ACTUALIDAD: El género ¿es innato? Reflexiones en torno del film

El género ¿es innato?

MIRTA LA TESSA Y SANTIAGO PEIDRO 

Reflexiones sobre el film “Yo nena, yo princesa. Experiencia trans de una niña de cinco años”

Reflexiones en torno del film.

El documental está narrado a través de un único plano fijo, donde sentada de espaldas a un telón oscuro se encuentra la madre de la autodenominada Luana. Ella irá respondiendo preguntas que no son sino inferidas por el espectador, ya que las mismas no aparecen explícitamente enunciadas. La historia relatada por la madre nos instruye sobre cómo ese niño que nació biológicamente de sexo masculino, va desarrollando su propia elección identitaria de género. Se relata cómo madre e hija deben desafiar y padecer socialmente la matriz que divide a hombres y mujeres de acuerdo a los genitales que portan sus cuerpos. Se enfatiza específicamente en las conflictivas que se suceden en la escuela y en la comunidad a la que pertenecen, al ir transformándose el niño (al que jamás se lo nombra con su nombre asignado al nacer) en Luana. El poder instrumental del film radica específicamente en su evidente intención pedagógica.

 

La madre relata que luego de haber dado a luz a dos mellizos de sexo anatómico masculino, uno de ellos, desde que comenzó a tomar el pecho, se mostraba ya inquieto, incómodo y claramente más sensible que su hermano. Este, al decir de su mamá, era un poco más bruto. “Uno de mis varones no tenía paz, no era feliz”, afirma la madre. Luana era percibida por su mamá desde muy pequeña como un ser triste, que se daba la cabeza contra la cuna sin saber su progenitora porqué. A medida que crecía, utilizaba distintos elementos para vestirse de modo femenino, le robaba ropa a su madre y si bien esta se lo permitía a modo de juego, el entretenimiento finalizaba momentos antes de la llegada del padre, donde al decir de la madre, Luana se hacía la tonta y se ponía su ropa de varón. A los 18 meses, siempre conforme al relato de la madre, Luana ya había empezado a hablar y fue entonces que un día afirmó: “Yo nena, yo princesa”. A partir de allí, desde la lectura que arroja el film, es que Luana se reconoció como una nena, como una princesa que exigió ser llamada Luana (tomando el nombre de una compañerita del jardín) a riesgo de no responder a otra nominación que no fuera aquella.

 

Ahora bien, tanto Judith Butler como Donna Haraway y todos aquellos que podrían vincularse a los estudios Queer, plantean la idea de que no habría una instancia pre-cultural de la existencia. La postulación de dos sexos diferentes es consecuencia de la experiencia y no condición de la misma. Esta afirmación desterraría la idea de una instancia esencialista natural de un sexo biológico o un género pre-cultural o innato que se critica no sólo desde los estudios Queer, sino también desde el psicoanálisis. Sostener entonces la hipótesis apriorística de los sexos supondría un esencialismo de masculinidad y feminidad previo a todo existente y toda cultura. Cuando Butler sostiene que el género es una actividad incesante y performada sin la propia voluntad, subraya el hecho de que el género propio no se hace en soledad, sino que siempre se está haciendo con o para otro. Que uno crea en su propio género no significa que efectivamente este le pertenezca, puesto que los términos que configuran el propio género se hallan fuera de uno mismo. Somos constituidos por un mundo social que nunca escogimos, dice Butler. Todos nosotros ingresamos a un mundo ya generizado y debemos adaptarnos como podemos a ese universo dividido binariamente. Desde esta perspectiva, “la matriz de las relaciones de género es anterior a la aparición de lo `humano´ (BUTLER 1993, 25) en tanto sujeto volitivo y podemos agregar que es a partir de la entrada en el lenguaje cómo se van configurando luego las identificaciones conforme a dicha matriz.

Volviendo al documental, tal vez lo más interesante allí sea la representación que se sostiene respecto a la elección del género. El relato traza la idea de un género innato, un sentimiento de identidad con el que se nace y merece ser respetado pues, como dice la madre, uno de los dos niños demostraba más sensibilidad que su hermano mellizo desde el nacimiento. El film excluye la problemática en la subjetivación y la asunción sexuada del deseo del Otro materno para focalizarse únicamente en la feroz segregación propuesta por el Otro social una vez que Luana no se adaptó a la matriz antes descripta.

Algunas de las críticas periodísticas realizadas sobre la película festejaban el final feliz de esta historia en la que Luana adquiere finalmente su nuevo DNI, siendo que “la transexualidad no es una opción ni una desviación, es una condición con la que se nace y es la sociedad la que inhibe esa condición” (VALENZUELA 2014). Desde esta misma perspectiva, Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Transexuales de Andalucía comenta respecto de los niños trans que “se trata de un sentimiento innato e inmutable que se estabiliza entre los dos y cinco años” (Benítez 2013). El problema está en cómo entender aquello que se concibe como sentimiento innato, porque si supusiéramos esa premisa, caeríamos en un reduccionismo esencialista. La necesidad de no patologizar, intervenir quirúrgicamente (en casos intersex) o clasificar la infancia en general y a los niños trans en particular, merece ser pensada sin retomar una justificación donde el género quede relegado a una esfera de innatismo desde la cual se descomplejiza la constitución de un sujeto sexuado, ubicando al género por encima de la sexuación y el goce.

 

Para pensar esta problemática, me interesa tomar una referencia que Lacan dio en su  último Seminario: “Disolución”, en la clase del 10/6/80 conocida con el título de “El malentendido”. Por esa época Lacan ya no se refería a sujeto, sino a ser hablante, combinación de sujeto como efecto significante y presencia de un cuerpo vivo atrapado en una economía libidinal. Allí sostuvo que “el ser humano nace malentendido” siendo que el cuerpo no hace aparición en lo real sino como malentendido. Luego continúa diciendo que el cuerpo es fruto de un linaje y buena parte de nuestras desgracias se deben a que este ya nadaba en el malentendido desde antes de haber nacido. El ser hablante en cuestión se reparte, generalmente, en dos hablantes. Dos hablantes que no hablan la misma lengua, que no se escuchan hablar, que no se entienden. Dos que se unen para la reproducción, pero de un malentendido cabal, que será vehiculizado por los cuerpos de sus descendientes. Como indica el psicoanalista brasileño Sérgio Laia, desde niños somos “actos fallidos corporificados en el farfullar de los encuentros y desencuentros entre aquellos por los cuales somos generados” (LAIA 2013, 318). Es decir, no solo los niños trans sino todos los niños, los seres humanos en general nacemos corporificando el malentendido entre aquellos que nos han concebido.

Y esto es precisamente de lo que el film no se ocupa. La narración se centra en el padecer de Luana por no poder vivir en un mundo que espera que genitales e identidad de género coincidan. Pero pasa totalmente por alto, al proponer esta idea de sentimiento de identidad innato, el modo a partir del cual desde quienes la engendraron, desearon y encarnaron las funciones materna y paterna, corporificaron y malentendieron a ese ser hablante.

Luego de que Luana le dijera a su madre por primera vez “yo nena, yo princesa”, esta última menciona dos espacios psicoterapéuticos a los que concurrió con su hija. En el primero de ellos se buscaba que la niña se identificara al género masculino, conforme a los genitales con los que había nacido. Posteriormente y al no encontrar resultados en el primer tratamiento, la madre lleva a su hija al espacio psicológico de la CHA, donde, al decir de Valeria Paván, directora del documental y tratante de la nena, “no es que un niño un día dice ‘voy a ser nena porque me convence más’, sino que es algo que la persona siente”. Podemos inferir que en este último dispositivo, se trató de alojar aquello que Lulú sentía y gracias a ello se logró la tramitación del nuevo DNI. Sin embargo, tanto en el primer caso donde se buscaba priorizar la condición anatómica, como en el último, donde preponderó el registro imaginario de los sentimientos, queda velada (al menos desde lo que el documental muestra) toda la complejidad del goce y la sexuación.

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