Comunicaciones. LIBROS, CUERPOS Y MASS MEDIA: UNA HIPÓTESIS DE LECTURA SOBRE LA SAGA CREPÚSCULO DE STEPHENIE MEYER

COMUNICACIONES.

LIBROS, CUERPOS Y MASS MEDIA: UNA HIPÓTESIS DE LECTURA SOBRE LA SAGA CREPÚSCULO DE STEPHENIE MEYER.
Denise León
CONICET- Universidad Nacional de Tucumán

Resumen
La comunicación literaria implica una convergencia de lo fisiológico, lo material y lo tecnológico: tres elementos que irán relacionándose en la trama de este trabajo. Sabemos que el modo en que la gente lee -incluso la experiencia misma de la lectura- depende de las tecnologías utilizadas para registrar la palabra escrita. Es en relación con la masificación de la información (generada a partir de innovaciones tecnológicas) que me interesa pensar el fenómeno comercial multimediático originado por la saga Crepúsculo de la escritora norteamericana Stephenie Meyer y su relación con los consumidores.
Estas relaciones entre medios y consumidores nos señalan que las mismas no se limitan a la adquisición de conocimientos, sabiduría y comprensión ni a la recepción de significados. El estudio del consumo y la recepción de la literatura dentro del marco de las culturas materiales nos permites reflexionar sobre los modos en que la tecnología moldea la sensibilidad y el pensamiento mismo.
Muchas veces, quienes trabajamos con teoría literaria y con teoría cultural tendemos a hablar y a pensar en los lectores y en los textos como abstracciones. Hemos olvidado la voracidad con la que leíamos en los ómnibus, en los autos, caminando o debajo de la cama. Hemos olvidado que la lectura es un acto corporal concreto, un encuentro entre dos cuerpos deseantes: el cuerpo del libro y el cuerpo del lector. Y como el texto es un objeto material, su materialidad y su organización física condicionan nuestra lectura, la maquinaria de nuestro placer.
El grueso de las teorías sobre la lectura del siglo XX que tienen como eje al lector se ocupan sobre todo de cómo hacen los lectores para comprender un texto (Culler, Fish, Iser, Jauss, Gadamer), de cómo esos intentos se ven frustrados por los textos (De Man, Miller, Hartman, Bloom, Derrida) o de cómo los lectores se resisten a los significados de ciertos textos. Pero ya sea que la figura de lector se conciba como una abstracción ideal o como una entidad socialmente situada y atravesada por el género, las preferencias sexuales, la clase o lo que fuera, aparece más bien como un espíritu descarnado, que como un ser con tripas, sentado en la punta de la silla, con el pulso acelerado y un hormigueo por la espalda.
Las teorías contemporáneas de la lectura no se ocupan de las sensaciones del lector. La lectura parece ser un complejo proceso que transcurre únicamente en la mente de los lectores. La lectura es sinónimo de comprensión, de status, de alta cultura, de educación pero ya no se lee para experimentar sensaciones. Este modo de entender la lectura implica olvidar lo que Nietzsche definió y celebró como “el riesgo fisiológico del arte”: mirar una película o leer una novela con pathos implica dejarse afectar, es decir, recibir y, por ende, olvidarse del yo y de la razón. Esa es la experiencia de lo sublime. Nietzsche nos recuerda así que el objetivo de la obra de arte fue inseparable alguna vez del desborde de las grandes pasiones y que el fin de la crítica fue durante mucho tiempo enseñarle al artista a suscitar esas emociones en el receptor. A tal punto, que Platón expulsó a los poetas de su República perfecta, porque a diferencia de la filosofía, la poesía riega y alimenta las pasiones, estorbando y corrompiendo la facultad racional.
Pienso que este brevísimo relato sobre borramiento y la disolución de la teoría de los afectos como una categoría cultural y estética válida para pensar los productos culturales ilumina de otro modo el objeto de reflexión de este ensayo: me refiero al fenómeno comercial multimediático originado por la saga que comienza con Crepúsculo (Twiligth) la primera novela de una escritora de religión mormona residente en Arizona llamada Stephenie Meyer.

El gran mordisco
Sabemos que el vampiro ha simbolizado tradicionalmente la sangre, la peste, la plaga, el sexo, la noche, el exceso, la muerte; es la inmortalidad del cuerpo (no del alma, atención), la seducción, la decadencia, la juventud, la belleza que se vuelve horror, el desafío al orden, a la moral, a la religión. En cada época su aparición sirvió como metáfora, como espejo social que reflejaba o distorsionaba modos de ser e hipocresías: aparecieron como epidemia en el siglo XVIII, casi al mismo tiempo que se lanzaba la Enciclopedia en Francia, dejando ver que ese mundo ilustrado seguía guardando un vientre infestado de superstición; es desde hace más de 100 años un personaje central de la cultura popular gracias al Drácula de Bram Stoker, que cuando se publicó en 1897, le hablaba a la Inglaterra victoriana de la represión sexual, de la aristocracia explotadora y del autoritarismo del imperio.
El vampiro siguió sufriendo transformaciones. La masa zombi y contagiosa de Soy Leyenda (1954) de Richard Matheson. La increíble anticipación del SIDA en la era de la liberación gay en Entrevista con el Vampiro (1976) de Anne Rice: Lestat y Louis, los atractivos vampiros de Nueva Orleans, adoptan y hacen vampira a la niña Claudia, formando una nueva familia. En las últimas décadas hubo vampiros por todas partes, y en algunos casos también se convirtieron en grandes fenómenos populares como Buffy, la cazavampiros, una creación para TV de Josh Whedon o los vampiros adolescentes de Lost Souls (dela escritora sureña Poppy Z Brite). Pero fue recién en 2005 cuando los vampiros volvieron al centro de la escena con enorme fuerza, y cuando hablamos de fuerza hablamos de dinero y popularidad. Fue con la edición de Crepúsculo (Twiligth), como dijimos, la primer novela de Stephenie Meyer, a quien se acusa de haber inventado un tipo insólito de vampiro, muy desconcertante y por completo alejado del mito, pero sumamente exitoso: el vampiro abstinente.
Crepúsculo es la historia de Bella, una solitaria chica de secundaria que se muda a vivir con su padre a un brumoso y deprimente pueblo. Allí se enamora del chico más hermoso y misterioso de la escuela: Edward Cullen, quien resulta ser integrante de una familia de vampiros muy particular: no cazan humanos, no beben sangre humana sino animal y quieren participar de la vida de los vivos (el vampiro mayor es médico). El joven Edward se debate entre besar a Bella y morderla. La relación, como podrán imaginarse es bastante tortuosa, no sólo porque Edward debe abstenerse de beber la sangre de Bella, de quien está enamorado, sino porque casualmente ella exuda un olor que lo enloquece de deseo. Amor y muerte, van de la mano. La tensión sexual crece de libro en libro ya que no pueden concretar de ninguna manera. Ni sexo ni mordida (la mordida suele entenderse como la metáfora del coito) porque él es demasiado fuerte y mataría a la chica. Así que los dos se la aguantan. Por lo menos hasta el final de la saga, cuando tienen una hija, pero eso sí, dentro del sagrado matrimonio.
La estaca apocalíptica
Desde una mirada apocalíptica, quienes atacan y condenan el fenómeno suscitado por Mayer y sus consumidores (principalmente mujeres jóvenes de entre 13 y 18 años) parecen encontrar al menos dos hipótesis para explicar cómo cuatro libros de una saga romántica con vampiros abstinentes y moralmente conservadores (Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer, editados aquí por Alfaguara juvenil) estuvieran 143 semanas en las listas de best Sellers del New York Times; y que cuando se lanzó Eclipse lograra lo que parecía imposible: bajar del podio al imbatible Harry Potter y las reliquias de la muerte apenas tres semanas después de su lanzamiento.
La primera de estas hipótesis ataca la ideología conservadora de la autora plasmada a lo largo de toda la saga y reproducida por las películas:
Estos vampiros se unen de por vida, son heterosexuales y viven en un mundo seguro, heteronormativo y aburrido. Es decir, viven en un mundo que no existe pero que es la gran fantasía de amplios sectores conservadores en todo el mundo y en diferentes culturas”. Sucede que el vampiro siempre fue la tentación, no el intento de evitarla. Pero qué sabe Meyer: no leyó Drácula y no vio siquiera la película Entrevista con el vampiro porque la sangre le parece “asquerosa”. En algo es franca: “No creo ser una escritora. Soy una contadora de historias. Las palabras no son siempre perfectas”. El éxito de Crepúsculo es tal que pocos se atreven a cuestionar las novelas, un poco por corrección política –nadie quiere parecer intolerante con la fe mormona–, otro poco porque nadie quiere parecer un viejecito que no comprende lo que les gusta a los adolescentes, y otro poco para no ponerse demasiado serio, ni leer demasiado profundo en lo que, se supone, es un entretenimiento pasatista para chicos.
(Enriquez, Mariana, 2008, http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4831-2008-09-21.html)
La segunda hipótesis, que suele aparecer vinculada a la primera, se concentra sobre todo en el aspecto mercantil del fenómeno, denunciando el funcionamiento perverso, alienante y masificador de la industria cultural, potenciado por los medios y las nuevas tecnologías. Así, se presentan las prácticas lectoras y de consumo de los jóvenes seguidores de la saga como totalmente ajustadas a lo esperado por los promotores del mercado cuyo único fin consiste en vender. Está hipótesis se vincula a lo que Paula Storni analiza como “discurso hegemónico de la lectura”:
Desde este discurso se afirma que los jóvenes ya no leen o que los mismos han sustituido las prácticas de lectura por otras vinculadas con el uso de las nuevas tecnologías. Desde una mirada apocalíptica se culpabiliza a estas de la disminución de la lectura en un sentido cuantitativo (se leen menos textos) y cualitativo en cuando se afirma que las nuevas tecnologías han llevado a una vulgarización de las lecturas canónicas o a inculcar preferencias consideradas como no legítimas desde esta posición. (Storni, 2008)
Asimismo, como señala Storni, este discurso naturaliza una serie de presupuestos ideológicos como la reducción de la actividad lectora al encuentro con el libro, desestimando la compleja red de acciones con que este acto puede articularse; la vinculación de la lectura con la alta cultura, estableciendo distinciones entre lecturas “positivas” y lecturas “vulgares o nocivas”, etc; o el criterio de valoración cuantitativo de lecturas. En las líneas críticas que citábamos con anterioridad está implícita la convicción de que este tipo de libros o de películas son más para entretenerse que para instruirse, y eso, es claramente negativo.
Podemos remontar estas líneas discursivas a fines del siglo XVIII cuando ante la fiebre lectora desatada por los folletines lagrimosos, aterradores y apasionados, los críticos comienzan a hablar de “un hábito pernicioso de leer”, de la lectura como un vicio, relacionada al desenfreno de la bebida y la comida. Esta tipo de lectura, turbulento, agitado, compulsivo y fugaz aparece como profundamente ligado al cuerpo, a sus debilidades y a sus placeres, y alejado de las medidas de la razón y el entendimiento. Así como existe un tipo de comida “sana” y “nutritiva” para el cuerpo, existen lecturas “sanas” y aconsejables para el espíritu, en contraposición a estas donde el lector se pierde y se deja llevar por los sentidos.
Me interesa dejar claro el siguiente punto: si bien un análisis del uso que le dan los jóvenes a sus consumos culturales que subraye únicamente su carácter transgresor sería apresurado e ingenuo, me interesa aquí tomar distancia de una perspectiva que los condene o los presente como totalmente unificados y domesticados por el discurso hegemónico del mercado. La idea es tomar distancia de la posición que reduce el consumo cultural a la reproducción automática y también de que exagera la recepción como un acto liberador ya que no hay dudas de que los jóvenes están expuestos a las influencias y los productos del mercado.
Lo que me interesa aquí es reflexionar sobre un producto que se abalanza sobre todos los sentidos con todos los medios posibles, como es Crepúsculo, del mismo modo en que los relatos góticos, los de horror y la ficción sensacionalista vienen acelerando el correr de la sangre y el latido del corazón de los lectores desde hace siglos. Y me apoyo en el supuesto de que leer palabras en la página o imágenes en la pantalla, no implica solamente comprender sino experimentar sensaciones. Ni leer ni mirar películas implican únicamente actos de interpretación.

Ojos hambrientos en el hiperespacio
Sabemos que las nuevas tecnologías no sólo han cambiado nuestra relación con la escritura y la lectura sino también nuestra percepción del mundo e, incluso la percepción misma. La generación actual de adolescentes está acostumbrada al multiformato y lo demanda. Pero a través de esta variedad de recursos los jóvenes no sólo consumen más sino que también conocen, aprenden y ensayan recursos y destrezas que les permitirán ingresar al complejo mundo de las relaciones con otros sujetos.
Otra de las condiciones a tener en cuenta es que, en el caso de los jóvenes, el consumo de los sentidos que circulan en estas novelas se realiza en forma colectiva. En las webs encuentran noticias, los fans entran en contacto, organizan encuentros y se recomiendan títulos. Así, los materiales culturales se van convirtiendo en un saber compartido, que es discutido, cotejado, ejemplificado en cada encuentro, en cada conversación.
Podemos afirmar que la autora de Crepúsculo acude a una receta clásica pero infalible: una mezcla de suspenso, amores imposibles y tensión sexual. En este sentido apela a la “sed de escandalosos estímulos” que Wordsworth criticaba en su época. Y su popularidad indica que los guardianes del gusto pierden el control de la producción literaria en manos del público lector, situación preocupante para algunos. La novela puede pensarse dentro del género del romance paranormal que tan bien sabe hablar del taquillero tema de los amores imposibles. Más atractivos y menos terroríficos, los vampiros de Meyer son criaturas con sentimientos que conviven con los humanos, van con ellos al colegio e intercambian miradas en los boliches. Si bien es cierto que como la crítica señala, se trata de vampiros abstinentes, eso no quiere decir que la sensualidad vinculada tradicionalmente a la figura del vampiro no esté presente en estos textos porque de hecho, lo está y funciona como un poderoso mecanismo que conduce la lectura.
Justamente, la tensión sexual funciona como uno de los “ganchos” más poderosos de la trama. Sabemos, como bien señaló Bataille que no existe sociedad humana donde la actividad sexual sea aceptada sin reacción, como la aceptan los animales: en todas partes es objeto de alguna prohibición. El erotismo juega con la prohibición sin suprimirla. Allí se esconde su secreto: mantiene la prohibición, pero la mantiene para gozar de ella. Y en este sentido, religiosidad y erotismo parecen acercarse ya tanto la experiencia erótica como la religiosa le exigen a quien la experimente una sensibilidad equivalente tanto ante la angustia que funda la prohibición como ante el deseo que lleva a infringirla. Es la sensibilidad religiosa que asocia siempre estrechamente el deseo y el horror, el placer intenso y la angustia.
Por otro lado, podemos acordar que en nuestras sociedades latinoamericanas contemporáneas, aún cuando podamos pensarlos como discursos residuales vinculados a ciertos sectores sociales y religiosos, las ideas sobre la abstención sexual previa al matrimonio y el rechazo al aborto continúan circulando activamente y condicionando las prácticas de muchos jóvenes.
Si como afirma La Rochefoucauld: “ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente”, aparentemente en nuestras sociedades, el erotismo tampoco. Sobre todo cuando abordamos el dominio de la actividad sexual del hombre estamos en las antípodas de la naturaleza. En ese dominio no hay ningún aspecto que no haya adquirido un sentido de una extraña riqueza, donde se mezclan los terrores y las audacias, los deseos y las repulsiones de todas las épocas. La crueldad y la ternura se desgarran mutuamente: la muerte está presente en el erotismo y en él se libera la exhuberancia de la vida. La historia de Meyers, sobre todo en el primer libro, trabaja con esta tensión: el amor puede traer aparejada la muerte en la medida que Bella está en contante peligro frente a Edward y, sin embargo, avanza extática hacia él. La sexualidad y el erotismo implican de por sí un juego con la muerte y se unen en un mismo movimiento con la crisis de la unidad., alguna cosa es destruida, algo se convierte en nada en el acto amoroso. El zángano que en la ceguera del vuelo nupcial muere por haberse acercado a la reina no ha dejado de suministrarle a la fantasía del erotismo una forma donde la anulación del ser como objeto es el símbolo de todo el juego. La profundidad dulce y horrible de la disolución erótica. El erotismo es equívoco: la fusión nunca es conseguida. El abrazo amoroso siempre es ambiguo.
Por otra parte, considero que la saga capta ciertas problemáticas que tienen que ver con las fantasías y los padecimientos de la adolescencia, al menos con la mía. Bella se siente sola, se siente torpe y se siente distinta, en un colegio y un pueblo que son desconocidos. Por algún motivo incomprensible, y casi mágico, el chico más hermoso y misterioso de la escuela se enamora de ella. ¿Qué importa que sea distinto, que sea peligroso, que sea vampiro comparado con todas las sensaciones y sentimientos que despierta en ella? El recorrido que propone la novela lleva al lector a discurrir por una serie de representaciones sobre las relaciones amorosas que son, de algún modo, socialmente familiares y las combina con un entorno moderno y contemporáneo. Enumero al azar: la historia de Cenicienta, Romeo y Julieta, la novela romántica del siglo XVIII del tipo de Cumbres Borrascosas, etc.

Algunas conclusiones provisorias
El vampiro no es una simple creencia sino un sistema de creencias, un resumen de todos los terrores, define Pablo de Santis. Y debe tener razón porque por algo proliferan miles de historias alrededor de esta figura enigmática que necesita sangre humana para sobrevivir. Desde luego, como seres pensantes que somos, sabemos distinguir entre ficción y realidad porque nadie quiere terminar como el Quijote o Madame Bovary. Y sin embargo… sin embargo…Suspender por un momento la incredulidad es una precondición para lectura. ¿De qué otro modo más que suspendiendo el juicio nos daría la ficción el placer del terror, de la pasión, de la empatía, de la compasión? Dejarse llevar por los afectos implica una disolución del yo en cuanto sujeto autónomo porque los afectos nos transportan más allá de nosotros.
Muchos textos actuales no dejan que el lector olvide que está leyendo porque piensan sus procedimientos de estilo y construcción para romper la ilusión y toda posibilidad de identificación. Este tipo de escritura exige al lector, cuenta con una serie de habilidades y destrezas. Pero existe otro tipo de textos donde nos deslizamos más fácilmente. Cuando Barthes vinculó el realismo clásico con los textos “para lectores” y el modernismo como los textos “para escritores”, lo hizo para distinguir dos modos de escribir y de leer: el texto para lectores se ofrece para ser consumido y el texto para escritores exige una participación activa y crítica del lector en la construcción del significado.
Uno de los supuestos de los que parte este trabajo, es que las teorías literarias contemporáneas y el discurso hegemónico de la lectura que sostienen las líneas críticas mencionadas, dejan al margen, excluyen o pasan por alto el cuerpo del lector y el placer de la lectura. Mi trabajo, tal vez demasiado abarcador, supone el hecho físico de leer, es decir, que tanto el texto como el lector tienen un cuerpo que no puede ser dejado de lado a la hora de pensar en la lectura. No podemos pedirle a la literatura que sea políticamente correcta o moralmente edificante. Porque la verdad es que leemos para procurarnos placer o estremecimientos, para emocionarnos o asombrarnos o para jugar con lo que más tememos. ¿Por qué los vampiros están tan de moda? Debe ser porque nos han mordido y no nos dimos cuenta.

Bibliografía
Bataille, G. (2008). La felicidad, el erotismo y la literatura. Ensayos 1944-1961, Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
Enriquez, M. (2008): “Vampiros de latex”, en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4831-2008-09-21.html
Littau, K. (2008): Teorías de la lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía, Buenos Aires: Manantial.
Maestrutti, S. (2010): “Eclipse. Triángulo de amor con un vampiro”, en http://es-es.facebook.com/note.php?note_id=132048793494050
Margulis, Mario (ed). 2008. La juventud es más que una palabra. Ensayos sobre cultura y juventud, Buenos Aires: Biblos.
Marino, Silvina. 2011. “¿Querés se un vampiro real?, en http://www.si.clarin.com/Queres-vampiro-real_0_446355372.html
Storni, Paula. 2009. “Los jóvenes y la lectura: la construcción de nuevas formas de sociabilidad desde las prácticas lectoras”, en Actas de las III Jornadas de Jóvenes Investigadores, Tucumán: CIUNT-Universidad Nacional de Tucumán.
—————. (2009): “Las lecturas de “los que no leen”: redefiniciones de las prácticas lectoras juveniles”, en publicación online de ponencias del 1º Encuentro de Juventud, Medios de comunicación e Industrias culturales (JUMIC) Univ. Nacional de La Plata http://www.perio.unlp.edu.ar/observatoriodejovenes/archivos/ponencias/morandi/storini.pdf
—————. (2008): “Otros modos de leer, otras clasificaciones: la articulación de lo culto, lo masivo y lo popular en las prácticas de lectura de los jóvenes”, en Actas de las Jornadas del Norte Argentino de Estudios Literarios y Lingüísticos, Jujuy: Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Jujuy.

Fuente: Sujetos, miradas, prácticas y discursos. Segundo Encuentro sobre Juventud, Medios e
Industrias Culturales
coordinado por María Gabriela Palazzo y Pedro Arturo Gómez. – 1a ed. – Tucumán : Universidad Nacional de Tucumán. Facultad de Filosofía y Letras. Inst. de Investigaciones Lingüísticas y Literarias. , 2013. E-Book.