El diálogo en la obra de Paulo Freire como referente para el diálogo intergeneracional (Parte III)

El diálogo en la obra de Paulo Freire como referente para el diálogo intergeneracional

Lorenzo Chávez, Kenia.*
El diálogo en la obra de Paulo Freire como referente para el diálogo
intergeneracional.
En publicación: Paulo Freire. Contribuciones para la pedagogía. Moacir Godotti, Margarita
Victoria Gomez, Jason Mafra, Anderson Fernandes de Alencar (compiladores).
CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. Enero 2008.

* Un acercamiento al diálogo en la obra de Paulo Freire

Recurrir a la conceptualización de Paulo Freire acerca del diálogo, más
que un ejercicio académico, constituye un momento ineludible al fundamentar
la práctica del diálogo intergeneracional. La compresión que
tiene el autor acerca de este proceso permite articular, en una experiencia
transformadora, tanto las diferencias que distinguen a los grupos generacionales
como las comunidades que comparten como contemporáneos.
Las ideas acerca del diálogo que pueden leerse en la obra de Freire
nos aproximan al tipo de encuentro dialógico deseado y verdaderamente
provechoso ante las urgencias de integración social que demandan
nuestras realidades latinoamericanas. El diálogo entre generaciones (las
que construyeron utopías, las que las vieron realizadas, las que dejaron
de creer en ellas) es un espacio a promover y gestionar en el camino
hacia esta integración necesaria.
Como centro del proceso pedagógico que Freire hilvana a lo largo
de su obra, el diálogo supone una carga de criticidad y realidad contenidas
en el lenguaje (Mariño, 1996). En cuanto a su esencia crítica, el
diálogo promueve y acepta la pregunta y el cuestionamiento; así, la interrogación
se torna afirmación del sujeto y confrontación al lenguaje de
la instrucción, basado en respuestas únicas. De igual forma, el diálogo
permite el intercambio de contenidos signados por una perspectiva real
y de otros que se construyen desde lo posible (Freire y Macedo, 1989).
Este proceso comunicativo es el espacio en el que se otorga significado
a los deseos y a las esperanzas de los involucrados.
El carácter crítico y liberador del diálogo (Freire, 1994) supone,
al mismo tiempo, más que un simple llamado a la reflexión como
ejercicio intelectual, una movilización a la acción, al compromiso de
los dialogantes con la transformación, ya sea individual, grupal o social;
de modo que el fomento de una cultura reflexiva y crítica a través
del diálogo no se agota en las producciones reflexivas, sino que supone
trascender el espacio de encuentro y realizar acciones que impacten en
la vida cotidiana. De lo contrario, la experiencia del diálogo, a pesar de
que nos confronta con disímiles realidades y nos conduce a cuestionar
la propia, se torna un acto estéril.
Este ir y venir del contexto del diálogo al contexto de pertenencia
es una interrelación que Freire visualiza como parte de las acciones
del conocimiento (Freire, 1990). El autor describe estas dos instancias
interrelacionadas: la primera se refiere al contexto del diálogo entre sujetos,
y la segunda, al contexto de la realidad social en la que los sujetos
existen. En el espacio gnoseológico del diálogo, se analizan los hechos
de la existencia de los involucrados desde una perspectiva teórica. El
auténtico diálogo implica, además, volver al contexto concreto y experimentar
nuevas formas de praxis.
La reflexión crítica acerca de la práctica, que ya fuera resultado
de escudriñar críticamente las condiciones de existencia (Freire, 1994),
es otro de los asuntos acerca de los cuales Freire deja importantes consideraciones.
En este sentido, el autor refiere que sólo este volver sobre la
acción la autentifica como práctica liberadora. Coincidimos con la idea
de la esencia mecanicista que supone un accionar acrítico, convirtiendo
a los sujetos en meros activistas de la transformación, descomprometidos
e ilegitimados en un proceso que no comprenden.
El contenido del diálogo y los propósitos de su convocatoria también
deben ser punto de mira cuando se pretende propiciar el encuentro
dialógico. Estos aspectos deben evaluarse en las condiciones contextuales
e históricas y en función de la percepción que tengan los participantes
de sus respectivas realidades. La solución no radicaría en renunciar
al diálogo porque se crea que los sujetos no pueden asumir la dinámica
de construcción conjunta que este supone, sino en facilitarlo; se trata de
acompañar, ser solidarios con nuestra participación en la emergencia
del diálogo singular que emana de los saberes y modos de interacción,
también únicos, compartidos entre los involucrados.
Sería un error, según Freire, sustituir el diálogo por el antidiálogo,
que supone esloganización y verticalidad (Freire, 1994). Esta alternativa
esconde pretensiones contrarias a la emancipación y se afilia, más
bien, a la domesticación. En tanto crecimos en medio de una pedagogía
bancaria, que embota los sentidos desde muchos sistemas de influencia
(escuela, medios de comunicación masiva, comunicación intergeneracional
en la familia), siempre existe el riesgo de que las generaciones que
encabezan los procesos sociales desconozcan el grado de comprensión
que de estos procesos tienen otros grupos generacionales. Desde esta
ignorancia, o desde este saber manipulador, las generaciones que ocupan
posiciones de poder pueden reproducir la verticalidad bancaria y
convertir a los otros en sujetos manipulables.
Entre las amenazas contenidas en las “adhesiones inauténticas
a la causa de la liberación de los hombres” (Freire, 1994: 21), el autor
menciona la desvalorización del oprimido. En el caso del diálogo
intergeneracional, hemos mencionado la manera en que la identidad
generacional se expresa en el contexto del diálogo, proyectando los
prejuicios y estereotipos que forman parte del contenido de la representación
que una generación tiene sobre la otra, sobre sí misma y
sobre la relación intergeneracional. En este sentido, corresponde a los
facilitadores del proceso de diálogo conformar las condiciones de seguridad,
de aceptación y de confianza que permitan la expresión de esa
identidad, así como legitimar la diversidad y resaltar las comunidades
que emergen del intercambio. Corresponden a los participantes, todos,
los aprendizajes de re-valorización del otro y de sí mismos que resulten
del encuentro.
El proceso de concientización acerca de las posiciones que se
asumen como parte de una generación, y los efectos que ello tiene en
nuestra mirada de otros grupos generacionales, constituyen parte del
camino del hombre en la realización de su vocación de ser más. Al abordar
este proceso, creemos necesario señalar que las generaciones están
fuertemente marcadas por los mecanismos de socialización articulados
a su actividad social y sus condiciones histórico-concretas. No obstante
es posible, a través del diálogo, la concientización acerca de las cuotas
de poder que una generación está ejerciendo sobre otra, de las posibilidades
de participación que no han vislumbrado así como de las renuncias
que se hacen a favor de otros grupos y en detrimento de los propios
intereses. Estas claridades, al tiempo que son resultado del diálogo, se
tornan premisas para profundizar la transformación que deviene de
este, así como la esencia crítica del encuentro dialógico.
La connotación ética que Freire atribuye al diálogo no se expresa
únicamente en los procesos de concientización y acción reflexiva que
el diálogo genera, sino también en un conjunto de precondiciones que
lo fertilizan (Fernández, 1999). Al entender el diálogo como el camino
mediante el cual los sujetos ganan significación en cuanto tales, Freire
lo asume como exigencia existencial y acto creador.
El reconocimiento respetuoso del otro es al mismo tiempo fundamento,
exigencia y resultado del diálogo; la posibilidad del encuentro de
los seres humanos en términos de equidad tiene sentido sólo bajo esta
condición. De ese modo, las experiencias de diálogo intergeneracional
colocan en espacios de horizontalidad a sujetos tradicionalmente relacionados
desde posiciones distintas en cuanto a poder. Allí participan
en la construcción de un conocimiento nuevo acerca de la propia generación
y de la que se sitúa como contraparte. En ese espacio emergen
responsabilidades compartidas y objetivos sociales que les son significativos
como contemporáneos.

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