Diccionario de Psicología, letra N, Nombre del padre II

Nombre-del-Padre.
s. m. Producto de la metáfora paterna que, designando en primer lugar lo que la religión nos ha enseñado a invocar, atribuye la función paterna al efecto simbólico de un puro significarite, y que, en un segundo tiempo, designa aquello que rige toda la dinámica subjetiva inscribiendo el deseo en el registro de la deuda simbólica.
El padre es una verdad sagrada de la cual por lo tanto nada en la realidad vivida indica su función ni su dominancia, pues sigue siendo ante todo una verdad inconciente. Por eso su
función ha emergido en el psicoanálisis necesariamente a través de una elaboración mítica, y
atraviesa toda la obra de S. Freud hasta su último libro, Moisés y la religión monoteísta, donde
se desarrolla su eficacia inconciente como la del padre muerto en tanto término reprimido. Freud
ya había situado muy temprano las figuras parentales con relación a las nociones de destino y
de providencia. Se sabe, por otra parte, dado el gran número de tratados de la antigüedad sobre
el tema, que el destino fue una de las preocupaciones rectoras de los filósofos y moralistas.
Pero, si el Nombre-del-Padre es un concepto fundamental en el psicoanálisis, se debe al hecho de que el paciente viene a buscar en la cura el tropo bajo el que está la figura de su destino, es decir, aquello del orden de la figura retórica que viene a comandar su devenir. A este título, Edipo y Hamlet siguen siendo ejemplares. ¿Quiere esto decir que el psicoanálisis invitaría a un dominio de este destino? Todo va contra esta idea, en la medida en que el Nombre-del-Padre consiste principalmente en la puesta en regla del sujeto con su deseo, respecto del juego de los
significantes que lo animan y constituyen su ley.
Para explicitar este hecho, nos conviene volver a la formalización de J. Lacan de la metáfora
paterna, formalización que, debe observarse, consiste únicamente en un juego de sustitución en
la cadena significante y organiza dos tiempos distintos que pueden, por lo demás, trazar el
trayecto de una cura en su conjunto.
Formalización en dos tiempos. El primero realiza la elisión del deseo de la madre para sustituirlo
por la función del padre, en tanto esta conduce, a través del llamamiento de su nombre, a la
identificación con el padre (según la primera descripción de Freud) y a la extracción del sujeto
fuera del campo del deseo de la madre. Este primer tiempo, decisivo, regula, con todas las
dificultades atinentes a una historia particular, el porvenir de la dialéctica edípica. Condiciona lo
que se ha convenido en llamar «la normalidad fálica», o sea, la estructura neurótica que resulta
de la inscripción de un sujeto bajo el impacto de la represión originaria. En el segundo tiempo, el
Nombre-del-Padre como significante viene a duplicar el lugar del Otro inconciente. Dramatiza en
su justo lugar la relación con el significante fálico originariamente reprimido e instituye la palabra
bajo los efectos de la represión y de la castración simbólica, condición sin la cual un sujeto no
podría asumir válidamente su deseo en el orden de su sexo.
Correlación entre el Nombre del Padre y el deseo. De aquí se desprenden varias consecuencias:
siendo la metáfora la creación de un sentido nuevo, el Nombre-del-Padre toma entonces una
significación diferente. Si el nombre inscribe en primer lugar al sujeto como eslabón intermediario
en la secuencia de las generaciones, en tanto significante intraducible, este nombre soporta y
trasmite la represión y la castración simbólica. En efecto, el Nombre-del-Padre, al venir en el
lugar del Otro inconciente a simbolizar el falo (originariamente reprimido), redobla en
consecuencia la marca de la falta en el Otro (que es también la del sujeto: su rasgo unario) y,
por medio de los efectos metonímicos ligados al lenguaje, instituye un objeto causa del deseo. Se
establece así entre Nombre-del-Padre y objeto causa del deseo una correlación que se traduce
en la obligación, para un sujeto, de inscribir su deseo de acuerdo con el orden de su sexo,
reuniéndose bajo este Nombre, el Nombre-del-Padre, al mismo tiempo la instancia del deseo y la
Ley que lo ordena bajo el modo de un deber por cumplir. Este dispositivo se distingue
radicalmente de la simple nominación, porque el Nombre-del-Padre significa aquí que el sujeto asume su deseo como consintiendo en la ley del padre (la castración simbólica) y en las leyes del lenguaje (bajo el efecto de la represión originaria). La eventual deficiencia de esta última operación se traduce clínicamente en la inhibición o en una imposibilidad de satisfacer el deseo en sus consecuencias afectivas, intelectuales, profesionales o sociales.
Cuando J. Lacan recuerda que el deseo del hombre es el deseo del Otro (en genitivo objetivo y subjetivo), debe entenderse con ello que este deseo es prescrito por el Otro, forma reconocida de la deuda simbólica y de la alienación, y que, en cierto modo, su objeto también le es arrancado al Otro. De esta manera, el Nombre-del-Padre resume la obligación de un objeto de deseo hasta en el automatismo de repetición,
El nacimiento de la religión como síntoma. Por otra parte, Moisés y la religión monoteísta
demuestra que la represión del asesinato del padre engendra una doble prescripción simbólica:
en primer lugar, la de venerar al padre muerto; en segundo lugar, la de tener que suscitar un
objeto de deseo que permita reconocerse entre los elegidos. Tal proceso sitúa entonces al
Nombre-del-Padre en el registro del síntoma. De tal suerte que lo «necesario del
Nombre-del-Padre», en tanto necesario para fundamentar la normalidad fálica, vuelve bajo la
forma de la cuestión de lo necesario del síntoma» en la estructura. Esto no es una simple petición
de principio puesto que, si la metáfora crea un sentido nuevo, su traducción será un síntoma
original del sujeto. Esta es sin duda la razón por la que Lacan pudo afirmar que hay
«Nombres-del-Padre», lo que la cura puede confirmar. Una paradoja sin embargo subsiste: si el
Nombre-del-Padre significa que el sujeto toma en cuenta el deseo en todas sus consecuencias,
también funda esencialmente la religión y humaniza el deseo. La cuestión en la cura es, por lo
tanto, la posibilidad de levantar en parte la hipoteca de lo «necesario» en la estructura. Porque
en la palabra del sujeto la Interrogación recae siempre sobre «¿quién habla más allá del Otro?»,
siendo la respuesta tradicional: el Nombre-del-Padre. Así Lacan creyó necesario sugerir que, si la cura permitía la ubicación del Nombre-del-Padre, su función era llevar al sujeto a poder
pasárselas sin él. El lector puede remitirse a Lacan: Las estructuras freudianas de las psicosis
(Seminario, 1955-56, publicado bajo el título Las psicosis, 1981), Las relaciones de objeto
(Seminario, 1956-57, inédito), Las formaciones del inconciente (Seminario, 1957-58, inédito), De
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis (Seminario, 1955-56; publicado
en Ecrits, 1966).

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