Diccionario de psicología, letra P, Principio de realidad

Principio de realidad
Al.: Realitätsprinzip.
Fr.: principc de réalité.
Ing.: principle of reality.
It.: principio ùi realtà.
Por.: princípio de realidade.
Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental. Forma un par con el
principio del placer, al cual modifica: en la medida en que logra imponerse como principio
regulador, la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos, sino
mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones Impuestas por el mundo
exterior.
Considerado desde el punto de vista económico, el principio de realidad corresponde a una
transformación de la energía libre en energía ligada; desde el punto de vista tópico, caracteriza
esencialmente el sistema preconsciente-consciente; desde el punto de vista dinámico, el
psicoanálisis Intenta basar el principio de realidad sobre cierto tipo de energía pulsional que se
bailaría más especialmente al servicio del yo (véase: Pulsiones del yo).
Implícito desde las primeras elaboraciones metapsicológicas de Freud, el principio de realidad es
enunciado como tal en 1911 en Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento
psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens); desde un
punto de vista genético, se relaciona con el principio de placer, al que sucede. El lactante
intentaría primeramente encontrar, en forma alucinatoria, una posibilidad de descargar de un
modo inmediato la tensión pulsional (véase: Experiencia de satisfacción): «[…] sólo la ausencia
persistente de la satisfacción esperada, la decepción, ha conducido a abandonar esta tentativa
de satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a
representar el estado real del mundo exterior y a buscar una modificación real. Se introduce así
un nuevo principio de la actividad psíquica: lo que se representa no es más lo agradable, sino lo
real, incluso aunque sea desagradable». El principio de realidad, principio regulador del
funcionamiento psíquico, aparece secundariamente como una modificación del principio de
placer, que en los comienzos es el que domina; su instauración corresponde a una serie de
adaptaciones que debe experimentar el aparato psíquico: desarrollo de las funciones
conscientes, atención, juicio, memoria; sustitución de la descarga motriz por una acción
encaminada a lograr una transformación apropiada de la realidad; nacimiento del pensamiento, el
cual se define como una «actividad de prueba» en la que se desplazan pequeñas cantidades de
catexis, lo que supone una transformación de la energía libre, que tiende a circular sin trabas de
una representación a otra, en energía ligada (véase: Identidad de percepciónIdentidad de
pensamiento). El paso del principio de placer al principio de realidad no suprime, sin embargo, el
primero. Por una parte, el principio de realidad asegura la obtención de las satisfacciones en lo
real; por otra parte, el principio de placer continúa imperando en todo un campo de actividades
psíquicas, especie de territorio reservado, entregado al fantasma y que funciona según las
leyes del proceso primario: el inconsciente.
Tal es el modelo más general elaborado por Freud en el marco de lo que él mismo denominó
«psicología genética». Freud indica que este esquema se aplica de distinta forma según que se
considere la evolución de las pulsiones sexuales o la de las pulsiones de autoconservación. Así
como éstas, en su desarrollo, llegan progresivamente a reconocer de un modo pleno el dominio
del principio de realidad, las pulsiones sexuales se «educarían» con retraso y siempre en forma
imperfecta. De ello resultaría, secundariamente, que las pulsiones sexuales seguirían siendo el
dominio preferente del principio de placer, mientras que las pulsiones de autoconservación
representarían rápidamente, dentro del aparato psíquico, las exigencias de la realidad. En
definitiva, el conflicto psíquico entre el yo y lo reprimido tendría su raíz en el dualismo pulsional,
correspondiendo éste al dualismo de los principios.
A pesar de su aparente simplicidad, esta concepción plantea dificultades sobre las que ya
llaman la atención numerosas indicaciones dadas en su obra por el mismo Freud.
1.ª En lo que respecta a las pulsiones, resulta poco satisfactoria la idea de que pulsiones
sexuales y pulsiones de autoconservación evolucionan según un mismo esquema. Es difícil ver
cuál sería para las pulsiones de autoconservación esta primera etapa regulada únicamente por
el principio de placer: ¿no se hallan orientados desde un principio hacia el objeto real
satisfactorio, como el propio Freud indicó para diferenciarlas de las pulsiones sexuales?. Y a la
inversa, el nexo entre la sexualidad y la fantasía es tan fundamental que la idea de un
aprendizaje progresivo de la realidad resulta aquí muy discutible, como atestigua, por lo demás,
la experiencia analítica.
A menudo se ha planteado la cuestión de cómo el niño, si es capaz de satisfacerse a voluntad
en forma alucinatoria, ha de recurrir alguna vez a buscar un objeto real. Este difícil problema se
esclarece mediante la concepción que hace surgir la pulsión sexual de la pulsión de
autoconservación en una relación doble de apoyo y de separación. Esquemáticamente, las
funciones de autoconservación ponen en marcha dispositivos de comportamiento, esquemas
perceptivos que desde un principio apuntan, aunque sea en forma torpe, hacia un objeto real
adecuado (el pecho, el alimento). La pulsión sexual nace de forma marginal durante la realización
de esta función natural; sólo se vuelve verdaderamente autónoma en el movimiento que lo
separa de la función y del objeto, repitiendo el placer en forma de autoerotismo y apuntando en
lo sucesivo a las representaciones electivas que se organizan en forma de fantasía. Desde este
punto de vista, como puede apreciarse, la ligazón entre los dos tipos de pulsiones consideradas
y los dos principios, no constituye en modo alguno una adquisición secundaria: desde el
comienzo existe un íntimo nexo entre autoconservación y realidad; y a la inversa, el momento en
que emerge la sexualidad coincide con el de la fantasía y la realización alucinatoria del deseo.
2.ª A menudo se ha atribuido a Freud, y se ha criticado, la idea de que el ser humano debería
salir de un hipotético estado en el que realizaría una especie de sistema cerrado consagrado
sólo al placer «narcisista», para llegar, no se sabe por qué camino, a la realidad. Esta suposición
es desmentida por varias formulaciones freudianas: desde un principio existe, por lo menos en
ciertos sectores, especialmente el de la percepción, un acceso a lo real. ¿Esta contradicción no
tiene su origen en el hecho de que, en el campo de la investigación psicoanalítica, la problemática
de lo real se plantea en términos totalmente distintos de los de una psicología que tiene por objeto
el análisis del comportamiento del niño? Lo que Freud establecería indebidamente como una
generalidad válida para el conjunto de la génesis del sujeto humano, recobraría su valor al nivel,
desde un principio arreal, del deseo inconsciente. En la evolución de la sexualidad humana, en
su estructuración por el complejo de Edipo, Freud busca las condiciones del acceso a lo que él denomina «pleno amor de objeto». Difícilmente puede captarse la significación de un principio de realidad capaz de modificar el curso del deseo sexual aparte de esta referencia a la dialéctica del Edipo y a las identificaciones correlativas de éste (véase: Objeto).
3.ª Freud atribuye un papel importante a la noción de prueba de realidad, aunque no elaboró nunca una teoría coherente de ella ni mostró bien su relación con el principio de realidad. En el  empleo de este concepto se ve todavía de un modo más manifiesto cómo puede abarcar dos
direcciones muy distintas de pensamiento: una teoría genética del aprendizaje de la realidad, de
un sometimiento de la pulsión a la prueba de la realidad (como si aquél procediera por «ensayos
y errores») y una teoría casi trascendental que trata de la constitución del objeto a través de
toda una serie de oposiciones: interior-exterior, placentero-displacentero,
introyección-proyección. (Para la discusión de este problema, véase: Prueba de realidad y
Yo-placer, Yo-realidad.)
4.ª En la medida en que Freud, con su última tópica, define el yo como una diferenciación del elle
que resultaría del contacto directo con la realidad exterior, hace de él la instancia cuya misión
sería garantizar el imperio del principio de realidad. El yo «[…] intercala, entre la reivindicación
pulsional y la acción que procura la satisfacción, la actividad de pensamiento, que, orientada en
el presente y utilizando las experiencias anteriores, intenta adivinar, mediante acciones de
prueba, el resultado de los proyectos considerados. De este modo el yo llega a descubrir si la
tentativa de obtener la satisfacción debe efectuarse o aplazarse, o si la exigencia pulsional no
debe ser simplemente suprimida como peligrosa (principio de realidad)». Esta formulación
representa la expresión más franca de la tentativa de Freud de hacer depender del yo las
funciones adaptativas del individuo (véase: Yo, comentario VI). Esta concepción despierta dos
tipos de reservas: por una parte, no es seguro que el aprendizaje de las exigencias de la
realidad deba atribuirse enteramente a una instancia de la personalidad psíquica cuya génesis y
función se hallan también marcadas por identificaciones y conflictos; por otra, en el campo
propio del psicoanálisis, la noción de realidad ¿no ha sido profundamente renovada por
descubrimientos tan fundamentales como la del complejo de Edipo y la de una constitución
progresiva del objeto libidinal? Lo que en psicoanálisis se entiende por «acceso a la realidad» no
puede reducirse a la idea de un poder de discriminación entre lo irreal y lo real ni a la de una
puesta a prueba de los fantasmas y deseos inconscientes al contacto con un mundo exterior
que, en definitiva, sería el único soberano.