Diccionario de psicología, letra A, Abstinencia (regla de la, principio de la)

Abstinencia (regla de la, principio de la)

Abstinencia (regla de la, principio de la)

Al: Abstinenz (Grundsatz der).
Fr.: abstinence (règle d’).
Ing.: abstinence (rule of).
It.: astinenza (regola di).
Por.: abstinéncia (regra de).
Principio según el cual la cura analítica debe ser dirigida de tal forma que el paciente encuentre el mínimo posible de satisfacciones substitutivas de sus síntomas. Para el analista, ello implica la norma de no satisfacer las demandas del paciente ni desempeñar los papeles que éste tiende a
imponerle. El principio de la abstinencia puede, en algunos casos y en ciertos momentos de la cura, concretarse en consignas relativas a los comportamientos repetitivos del paciente que entorpecen la labor de rememoración y elaboración.
La justificación de este principio es de tipo fundamentalmente económico. El analista debe evitar que las cantidades de libido liberadas por la cura se recatecticen de modo inmediato sobre objetos externos; en lo posible deben ser transferidas a la situación analítica. La energía libidinal se encuentra ligada por la transferencia, y se rechaza toda posibilidad de descarga distinta a la expresión verbal.
Desde el punto de vista dinámico, el poder de la cura se basa en la existencia de un sufrimiento por frustración; pero este último tiende a disminuir a medida que los síntomas ceden su puesto a comportamientos substitutivos más satisfactorios. Por consiguiente, resulta importante mantener o restablecer la frustración para evitar la paralización de la cura.
La noción de abstinencia se halla implícitamente ligada al principio mismo del método analítico, en tanto que éste convierte en acto fundamental la interpretación, en lugar de satisfacer las exigencias libidinales del paciente. Por ello, no debe sorprender que sea a propósito de una demanda particularmente imperiosa, la inherente al amor de transferencia, que Freud aborda con claridad, en 1915, la cuestión de la abstinencia: «Debo establecer el principio de que es preciso, en los enfermos, mantener las necesidades y aspiraciones como fuerzas que impulsan al trabajo y al cambio, y evitar que sean acalladas por substitutivos».
Con Ferenczi, los problemas técnicos planteados por la observancia del principio de la abstinencia pasaron al primer plano de las discusiones analíticas. Ferenczi preconizaba en ciertos casos medidas encaminadas a hostigar las satisfacciones substitutivas halladas por el paciente en la cura o aparte de ésta. Freud, en su alocución final al Congreso de Budapest (1918) aprobó, en principio, estas medidas y dio una justificación teórica de las mismas: «Por cruel que ello pueda parecer, hemos de procurar que el sufrimiento del paciente no desaparezca prematuramente en forma marcada. Cuando, por haberse disipado y perdido su valor los síntomas, se ha atenuado este sufrimiento estamos obligados a recrearlo en otro punto en forma de una privación penosa».
Para esclarecer la discusión, siempre actual, en torno al concepto de abstinencia, parece interesante distinguir claramente entre, por una parte, la abstinencia como principio y regla del analista (simple consecuencia de su neutralidad) y, por otra, las medidas activas por medio de las cuales se pide al paciente que él mismo se mantenga en un cierto estado de abstinencia.
Tales medidas abarcan desde las interpretaciones cuyo carácter insistente puede equivaler a una orden, hasta las prohibiciones formales. Éstas, si bien no se dirigen a prohibir al paciente toda relación sexual, afectan por lo general a ciertas actividades sexuales (perversiones) o a ciertas actuaciones de carácter repetitivo que parecen paralizar la labor analítica. Pero la mayor parte de los analistas se muestran muy reservados en cuanto a recurrir a tales medidas activas, subrayando especialmente el hecho de que el analista corre entonces el peligro de justificar su asimilación a una autoridad represora.
La regla de abstinencia prescribe al analista que incite al paciente a vedarse las satisfacciones sustitutivas posibles en el curso del tratamiento como paliativo de sus frustraciones. La reseña histórica del tema ha sido presentada por Ferenczi en su artículo «Prolongaciones de la técnica activa en psicoanálisis» (1920).
Al principio del texto alude Ferenczi a una sugerencia oral de Freud (hacia 1918), a propósito de la histeria de angustia. «Los pacientes, a pesar de una observancia rigurosa de la «regla fundamental» y una visión profunda de sus complejos inconscientes, no llegaban a superar ciertos puntos muertos del análisis hasta que se los incitaba a atreverse a abandonar el retiro seguro constituido por su fobia y exponerse, a título de ensayo, a la situación de la que habían huido con angustia en razón de su carácter penoso.»
Ahora bien, subraya Ferenczi, «al exponerse a ese afecto, los pacientes superan la resistencia contra una parte del material inconsciente hasta entonces reprimido, que desde entonces se vuelve accesible al análisis bajo la forma de ideas y recuerdos».
«Éste es el procedimiento que decidí designar con la expresión «técnica activa», que en consecuencia no significaba tanto una intervención activa por parte del médico como por parte del paciente, al cual se le imponía ahora, además de la observancia de la regla fundamental, una tarea particular. En los casos de fobia, esa tarea consistía en realizar ciertas acciones desagradables. Pronto tuve la oportunidad de imponer a una paciente tareas que consistían en lo siguiente: tenía que renunciar a ciertas opciones agradables hasta entonces inadvertidas
(excitación masturbatoria de las partes genitales, estereotipias y tics, o excitaciones de otras partes del cuerpo), dominar su impulso a realizar esos actos. El resultado fue el siguiente: se volvió accesible un nuevo material mnémico, y el curso del análisis se aceleró de modo manifiesto.»
«El profesor Freud -dice Ferenczi- ha extraído la consecuencia de estas experiencias y otras similares en su informe al congreso de Budapest; incluso estuvo en condiciones de generalizar la enseñanza extraída de estas observaciones y plantea reglas: la cura debe efectuarse en general en la situación de la abstinencia.»
Pero Freud agrega: «No creo haber agotado el tema de la actividad requerida al médico diciendo que, durante el tratamiento, él debe mantener la privación».
De modo que entre estos dos aspectos de la abstinencia existe una conjunción que hay que precisar: por una parte, ella se presenta como una «privación», en el sentido de una situación resultante de la prohibición; por otra parte, esa prohibición es una exigencia de la situación transferencial.
Por lo tanto, la regla de abstinencia podrá intervenir según este doble punto de vista que pone en obra dos concepciones del principio de realidad. En términos de Freud, su formulación traduce el principio de una despersonalización del analista ilustrada en El porvenir de una ilusión (asimilación del terapeuta al dios benefactor), y que en definitiva subordina la estrategia analítica a la pulsión de muerte. Hay implícita en esto una desautorización de la preocupación junguiana por la formación «moral» del paciente, desautorización prolongada por el seminario de Lacan l’Éthique de la psychanalyse, en su crítica de una ideología de la buena voluntad.
Corolario de la regla fundamental, la regla de abstinencia designa el conjunto de los medios y actitudes puestos en obra por el analista para que el analizante no pueda recurrir a formas de satisfacción sustitutivas, capaces de ahorrarle los sufrimientos que constituyen el motor del trabajo analítico.
Sigmund Freud habló por primera vez de la regla de abstinencia en 1915, al interrogarse sobre cuál debía ser la actitud del psicoanalista ante las manifestaciones de la transferencia amorosa.
Precisó entonces que no se refiere sólo a la abstinencia física del analista ante la demanda amorosa de la paciente, sino a la que debe ser la actitud del analista para que en el analizante subsistan las necesidades y los deseos insatisfechos que constituyen el motor del análisis.
A fin de ilustrar el carácter de engaño que tendría un análisis en el cual el analista respondiera a las demandas de sus pacientes, Freud evoca la anécdota del sacerdote llamado a dar la extremaunción a un agente de seguros no creyente: al término de la entrevista en la habitación del moribundo, sucede que el ateo no se ha convertido, pero el sacerdote ha suscrito una póliza de seguros.
Dice Freud que no sólo «…le está prohibido al analista ceder», sino que debe llevar al paciente a derrotar el principio de placer y a renunciar a las satisfacciones inmediatas, en favor de otra, más lejana, de la cual sin embargo precisa que «puede ser también menos segura».
Freud volvió sobre el tema en el marco del V Congreso de Psicoanálisis (realizado en Budapest en 1918), a continuación de una intervención de Sandor Ferenczi centrada en la actividad del analista y en los medios a los cuales debe recurrir para perseguir y vedar todas las formas de satisfacción sustitutiva que el paciente puede buscar en el marco de la cura, y también fuera de ese encuadre. En lo esencial, Freud señaló su acuerdo con Ferenczi, subrayando que el tratamiento psicoanalítico debe «efectuarse en la medida de lo posible en un estado de frustración y abstinencia«. Puntualiza sin embargo que no se trata de prohibirle todo al paciente, y que la abstinencia debe articularse con la dinámica específica de la cura.
Esta última precisión se fue perdiendo progresivamente de vista, así como se olvidó el acento que había puesto Freud en el carácter incierto de la satisfacción en el largo plazo. El surgimiento de una concepción pedagógica y ortopédica de la cura psicoanalítica contribuyó a la transformación de la regla de abstinencia en un conjunto de medidas activas y represivas que apuntaban a dar una representación de la posición del analista en términos de autoridad y poder.
En su seminario de 1959-1960, dedicado a la ética del psicoanálisis, así como en textos anteriores sobre las posibles variantes de la «cura tipo» y la dirección de la cura, Jacques Lacan volvió sobre la noción de la neutralidad analítica, que él ubica en una , perspectiva ética. Freud se había mostrado prudente en cuanto a la posible obtención por el paciente de una satisfacción ulterior, fruto de su renuncia a un placer inmediato: Lacan quiso ser más radical, cuestionando el
fantasma de un «bien soberano» cuya realización marcaría el fin del análisis.
Principio según el cual el trabajo de la cura no puede ser llevado a buen término a menos que excluya todo aquello que pudiera paliar en lo inmediato las dificultades neuróticas del sujeto, especialmente las satisfacciones que pudiera encontrar en respuesta al amor de trasferencia.
S. Freud estima que la energía psíquica sólo puede estar verdaderamente disponible para la cura si no es reinvestida inmediatamente en objetos exteriores al trabajo mismo. Por eso desaconseja a los pacientes tomar decisiones importantes para su vida durante la cura. De igual modo, recomienda al analista que evite gratificar al sujeto con satisfacciones afectivas que pudieran serle suficientes y, por consiguiente, hacerle menos necesario el trabajo que conduce al cambio.
Evaluar actualmente el principio de abstinencia es delicado. Los psicoanalistas han renunciado, en general, a prohibir toda decisión importante durante el trascurrir de las curas. Pero, históricamente, el principio de abstinencia fue valioso al menos porque llevó a replantear la representación de una neutralidad total del analista: esto aparece nítidamente en la «técnica activa» de S. Ferenczi, que proscribe en especial ciertas prácticas repetitivas que paralizan el
trabajo analítico.