Diccionario de Psicología, letra M, Mirada

Diccionario de Psicología, letra M, Mirada

El interés analítico por la visión surgió en primer lugar de la preocupación de proporcionar una base a la explicación, en rigor a la presentación, de dos formas socialmente intolerables de perversión, el voyeurismo y el exhibicionismo, ampliamente estudiados por Krafft-Ebing en Psychopathia Sexualis. En efecto, en tal carácter los menciona Fenichel en 1946, en su teoría psicoanalítica de las neurosis y las psicosis: «la escoptofilia, la sexualización de las sensaciones visuales, es análoga al erotismo táctil. Los estímulos sensoriales normalmente iniciadores de la excitación y agentes de placer preliminar, si son demasiado intensos o reprimidos, pueden resistir ulteriormente a su subordinación a la primacía genital. Si los órganos sensoriales son sexualizados, vuelven a observarse todos los rasgos descritos como característicos de la percepción primitiva: actividad de los órganos perceptivos, motilidad indisociable de la percepción, «incorporación» de lo percibido con cambio resultante de yo, siguiendo el trazado de lo que ha sido percibido. La observación de un niño que mira con metas libidinales muestra claramente cuáles son los rasgos o las condiciones de una mirada que procura placer. Él desea mirar un objeto a fin de «sentirse con él». Esto es especialmente claro en el análisis de los voyeurs perversos. Quienes desean observar parejas se identifican siempre a sí mismos, en la imaginación, con uno de los dos partenaires, o incluso con ambos». Así, durante la repetición de una escena traumática, «la significación inconsciente de la escoptofilia se advierte particularmente en los casos en que la gratificación sólo se obtiene si la escena sexual de la que el paciente anhela ser testigo cumple ciertas condiciones bien definidas. Estas condiciones representan entonces la repetición de aquellas que estaban presentes en la experiencia importante de la infancia, o bien una desmentida [dèni] de esas condiciones efectivas, o de su naturaleza peligrosa. Abraham ha informado sobre el caso de un perverso que no obtenía gratificación a menos que un hombre y una mujer copularan en una habitación contigua. El paciente comenzaba por llorar. La mujer tenía entonces que abandonar a su compañero y precipitarse hacia el paciente. Sin duda, esto representaba el anhelo insatisfecho en el momento de la experiencia infantil de la escena primitiva. Por su lado, Sabina Spierlrein ha descrito una perversión inquisitiva (a peeping perversion) en la que el paciente trataba de superar una represión precoz de la erogeneidad genital y manual, represión provocada por un intenso miedo a la castración». Estos desarrollos se inspiran directamente en los primeros elementos teóricos formulados por Freud en 1905 en Tres ensayos de teoría sexual. En primer lugar, en el capítulo de las aberraciones sexuales: «En las neurosis obsesivas, impresiona sobre todo la importancia de los movimientos que llevan a la creación de nuevas metas sexuales, que parecen independientes de las zonas erógenas. No obstante, en los casos de voyeurismo, es el ojo el que desempeña el papel de zona erógena, mientras que, cuando entran en juego el dolor y la crueldad, es la piel la que funciona en tal carácter; la epidermis que, en ciertas partes del cuerpo, se diferencia para constituir los órganos sensoriales y se modifica hasta formar las mucosas; es por lo tanto una zona erógena por excelencia». En segundo lugar, en el marco global de las transformaciones de la pubertad: «Lo relacionado con el problema del placer y el displacer toca uno de los puntos sensibles de la psicología moderna. Nosotros nos limitaremos a extraer de este estudio las enseñanzas que puede proporcionarnos y evitaremos encarar el conjunto del problema. Comencemos por echar una mirada a la manera en que las zonas erógenas se someten al orden nuevo. Les corresponde un rol importante en el estadio inicial de la excitación sexual. El ojo, la zona erógena más alejada del objeto sexual, desempeña un papel particularmente importante en las condiciones en que se realizará la conquista de ese objeto, al transmitir la calidad especial de excitación que emana de la belleza. A las cualidades del objeto sexual las llamamos estímulos o encantos. Esta excitación determina, por una parte, un aumento de la excitación sexual, o bien la provoca si aún falta. Si a esta primera excitación se añade otra, proveniente de una zona erógena diferente, por ejemplo de tocamientos manuales, el efecto es el mismo: sentimiento de placer, pronto reforzado por un placer nuevo, que proviene de las modificaciones preparatorias, y una nueva elevación de la tensión sexual, que pronto adquirirá un carácter de displacer de lo más acentuado si no se le permite conducir al placer ulterior. El caso aparece quizá con una claridad aun mayor cuando, en una persona que no está excitada sexualmente, se estimula una zona erógena particular (por ejemplo, la epidermis del seno en la mujer). Este tocamiento basta para suscitar una sensación de placer, al mismo tiempo que es más propio que cualquier otro para despertar la excitación sexual, que a su vez demanda un aumento de placer. ¿Cómo sucede que, al experimentar placer, se solicite un placer más grande? He ahí el problema. Una segunda línea de elaboración converge con estos primeros aportes: proviene de progreso de la investigación propiamente psicoanalítica de la fobia y de la neurosis obsesiva, la primera ilustrada por el análisis de la fobia de Juanito, y la segunda por el caso del Hombre de las ratas.