EDUCACIÓN INFANTIL: El desarrollo infantil en el primer año de vida

5.- EL DESARROLLO INFANTIL EN EL PRIMER AÑO DE VIDA.
5.1. El desarrollo físico y neurobiológico.
5.1.1. . El desarrollo físico
Durante el primer año de vida el neonato experimenta un crecimiento físico rápido,
acompañado de la modificación de las proporciones de las distintas partes de su
cuerpo. A pesar de constatar cambios generales importantes en todos los niños, cabe
señalar que existe un grado importante de variabilidad entre ellos. Estas variaciones
interindividuales relativas al crecimiento se producen por razones de tipo genético,
así como por las diferencias basadas en la alimentación y el tipo de vida.
5.1.2. Desarrollo neurobiológico.
Al nacer, el bebé dispone de una serie de reflejos arcaicos, como son:
– El reflejo de succión: entra en funcionamiento cuando un objeto, como la tetina del
biberón o el pezón del pecho de la madre, se pone en contacto con los labios del
niño.
– El reflejo del grasping (aferramiento): cuando un objeto roza la palma de la mano
del niño, éste la cierra con fuerza y el objeto queda atrapado en su mano.
– El reflejo de moro: consiste en abrir los brazos y volverlos a cerrar cuando la
cabeza se echa hacia atrás.
– El reflejo de la marcha: si se sujeta al niño por debajo de las axilas, sobre un plano
recto, éste empieza a flexionar y a estirar las piernas alternativamente como si
quisiera caminar.
Los reflejos constituyen un índice del desarrollo, ya que su presencia en el momento
de nacer prueba la madurez neurológica del recién nacido, medida con el test de
Apgar en el momento del nacimiento y, a la vez, su presencia desfasada más allá de
un determinado período, de los cuatro a los seis meses de edad, indican un retraso
del desarrollo y son, por tanto, un signo patológico.
Si bien la mayoría de los reflejos desaparecen durante los primeros meses de vida,
como consecuencia de un proceso de maduración normal, algunos de ellos adquieren
un valor funcional y entran a formar parte de la dotación del sujeto de forma
permanente, como es el caso del reflejo de succión, de deglucción, de cerrar los
ojos.
Aproximadamente a los doce meses se da una maduración importante en áreas del
cerebro que tienen que ver con el desarrollo del lenguaje, debido a los avances que
se producen en la conducta lingüística en esos meses.
5.2. Desarrollo psicomotor.
A partir del nacimiento, el desarrollo motor va evolucionando desde la presencia de
unos reflejos generales hacia movimientos cada vez más diferenciados. El
denominado sistema motórico grueso regula los movimientos de la cabeza, el
cuerpo, los brazos y las piernas; mientras que el sistema motórico fino controla el
movimiento de las manos, los pies, los dedos de manos y pies, los ojos y los labios. A
medida que los bebés crecen, ejercen un control cada vez mayor, tanto sobre las
habilidades motóricas gruesas como las finas.
Los aspectos más importantes del desarrollo motor son: el desarrollo del tono
muscular, el desarrollo postural y la prensión.
5.2.1. Desarrollo del tono muscular.
La evolución del tono es muy rápida y, a las cuatro semanas, el bebé presenta unas
características muy diferentes. Los músculos del cuerpo adquieren más tonicidad, se
contraen cuando alguien lo levanta, la cabeza ya no se balancea. En conjunto, el
bebé parece más sólido, más organizado.
Durante los dos primeros meses de vida existe una hipertonicidad muy marcada de
los miembros, tanto de los inferiores como de los superiores. Wallon denomina este.
período como «estadio de la impulsividad motriz», ya que se caracteriza por
descargas tónicas (movimientos bruscos y no coordinados) en los miembros
inferiores y en el tronco del bebé.
5.2.2. Desarrollo postural.
Gracias a los progresos madurativos y a los estímulos que el niño va recibiendo por
parte de quienes le rodean, se va produciendo un control postural que, aunque con
variaciones entre unos niños y otros, sigue los siguientes pasos:
– control de la cabeza: los niños tienen desde el principio un cierto control de los
movimientos de su cabeza, que pueden girar hacia un lado u otro cuando están
tumbados boca arriba, y, que pueden levantar un poco, cuando están tumbados
boca abajo. La sustentación de la cabeza en línea de prolongación con el tronco, se
da en torno a los tres/cuatro meses.
– coordinación ojo-mano: desde el nacimiento existe cierta coordinación que se pone
de manifiesto en los movimientos poco afinados dirigidos a objetos que entran en el
campo visual del niño y que le resultan atractivos. La coordinación óculo-manual va
mejorando posteriormente, estando bien establecida en torno a los tres/cuatro
meses.
– la posición sentada: a los 4-5 meses se mantienen sentados con apoyo, hacia los 6-
7 sin él.
– gateo: los bebés se desplazan de un sitio a otro antes de ser capaces de andar.
Estando sentados utilizan las manos como remos y deslizan sobre el suelo las
extremidades inferiores; también se desplazan a través del gateo, apoyándose en
manos, rodillas y pies. Estos movimientos y desplazamientos se dan sobre los ocho
meses.
– sostenerse de pié y caminar: en torno a los nueve/diez meses, el niño es capaz de
sostenerse de pié, apoyándose en algo, y, sin apoyo, alrededor de los doce meses.
Camina con ayuda y dos puntos de apoyo (por ejemplo, sostenido por los dos
brazos) sobre los diez/once meses y anda sólo en torno a los doce/ catorce meses.
5.2.3. La prensión.
La posibilidad de asir o coger un objeto es una habilidad de capital importancia para
su conocimiento y manejo y, por lo tanto, para el desarrollo intelectual.
En el momento de nacer, el bebé posee el reflejo del grasping que causa un doble
efecto. Por un lado, provoca que se cierre la mano del niño cuando se le estimula
tactilmente la palma y, por otro, que los flexores se mantengan en tensión debido al
cierre de la mano. Si bien, el primer efecto desaparece alrededor de los dos meses,
con lo cual ya es posible la prensión voluntaria, el segundo efecto persiste hasta los
diez/doce meses,. lo que impide la apertura voluntaria de la mano. A pesar de ello,
los bebés son capaces de soltar un objeto alrededor de los cinco/seis meses,
golpeándolo contra una superficie dura.
Sobre los cinco meses de edad empiezan a extender los brazos hacia el objeto
deseado y a asirlo de forma vacilante e insegura. Sin embargo, continúan ejecutando
actos no intencionados en los que intervienen fundamentalmente la articulación del
hombro con el brazo, mientras que la mano no cumple una función especial. A los
seis meses ya son capaces de sujetar un objeto con toda la palma de la mano, con
ayuda de los dedos, a excepción del dedo pulgar. Hasta los nueve meses de edad es
incapaz de coordinar simultáneamente el dedo pulgar y el índice y ejecutar lo que se
denomina «pinza».
5.3. Desarrollo sensorial.
El gusto y el olfato. Tanto el gusto como el olfato son funcionales desde el
nacimiento.
Puede afirmarse que el niño adquiere su primer conocimiento del mundo a través de
su órgano bucal. Su sentido del gusto posee, además, desde un principio, cierta
especialización, pues está capacitado para distinguir los sabores ácido y dulce (lo que
le permite establecer un primer sistema de referencias) y mostrar predilección por
este último.
El recién nacido es también capaz de discriminar ciertos olores; el olor del cuerpo de
la madre es, sin duda, uno de los. más significativos para él. Parece ser, incluso, que
las sensaciones olfativas tienen mayor importancia en el bebé que en el adulto.
El tacto. Las reacciones al tacto aparecen desde el nacimiento, aunque hay también
constancia de sensibilidad tactil en la vida intrauterina. Inicialmente, tiene un
carácter pasivo, no hay exploración activa, pero sí reacciona de manera diversa
según la parte del cuerpo que se le toca (las palmas de las manos, las plantas de los
pies y la cara son zonas particularmente sensibles) y el estímulo que recibe. De
hecho, el recién nacido percibe el dolor con mucha nitidez y reacciona ante él con
reflejos innatos característicos (defensa, flexión, etc.) y las sensaciones placenteras
(calor, caricias etc.).
La vista. Desde el punto de vista fisiológico, se puede afirmar que el sistema receptor
visual no está acabado en el nacimiento. Así, por ejemplo, el globo ocular del recién
nacido tiene una forma distinta a la del adulto, ya que no es todavía esférico.
Como consecuencia, de entre todos los sentidos, la vista es el menos desarrollado en
el neonato. Hasta la segunda o tercera semana de vida, dado que los músculos
oculares no han establecido todavía ninguna relación firme con el sistema nervioso
central, no es infrecuente que aparezcan posiciones estrábicas.
A pesar de la inmadurez biológica, el sistema receptor reacciona en su conjunto a los
estímulos visuales. Así, el recién nacido no sólo reacciona ante estímulos luminosos,
sino también ante estímulos de movimiento. Cuando se desplaza lentamente una
mano abriéndose y cerrándose, la seguirá con su mirada.
El oído. El órgano receptor está prácticamente completo al nacer, aunque,
evidentemente, debe finalizarse todavía el proceso de mielinización del nervio
acústico. Las diferencias entre la recepción de estímulos auditivos entre el adulto y el
recién nacido son pues menos significativas que las de la visión. De hecho, es sabido
que hay incluso constancia de audición en la vida intrauterina.
Al nacer, el bebé presenta conductas claras de orientación hacia la fuente sonora. A
partir del tercer mes, la respuesta frente a los estímulos auditivos ya es selectiva.
5.4. Desarrollo intelectual.
A partir del segundo o tercer mes, aparecen conductas que o no son directamente
reflejas, tales como la succión del pulgar, o se trata de conductas que prolongan los
ejercicios funcionales, pero incorporando elementos nuevos exteriores a los
mecanismos reflejos. Por ejemplo, las modificaciones de los primeros gritos reflejos
con modulaciones nuevas, los gestos de volver la cabeza en dirección a un ruido, etc.
Estas primeras adaptaciones adquiridas son ejemplo de las primeras reacciones
circulares que, tal como las define Piaget, poseen este doble aspecto de ejercicio de
la actividad y de nueva adquisición.
A partir, aproximadamente, del cuarto mes, se producen los primeros cambios
importantes en el desarrollo de la inteligencia sensoriomotriz. En este estadio, las
reacciones son secundarias en la medida en que hay una primera diferenciación de la
acción y su resultado, siendo ésta lo que realmente interesa al bebé.
Hacia finales del octavo mes comienza un estadio que marca un salto importante en
el desarrollo de la inteligencia. Así, los esquemas de acción, fruto de las reacciones
circulares secundarias, se coordinan entre ellos con una clara elección entre los que
servirán para la finalidad de la acción y los que servirán a los medios. Por ejemplo, si
el niño está interesado por un objeto alejado, pero que se halla sobre una tela cuyo
extremo si que está a su alcance, sabrá, en determinadas circunstancias, coordinar el
esquema conocido de tirar de la tela con otro esquema de acción que es coger, y
secuenciarlos en el tiempo en función del resultado perseguido.
5.5. Desarrollo del lenguaje.
A partir del primer mes de vida, los bebés empiezan a emitir sonidos de carácter
vocálico que se producen con los órganos de la fonación relajados. Estos sonidos
producidos rítmicamente son la respuesta a estímulos visuales, viscerales, táctiles o
acústicos. Son ejercicios de tipo motórico que sirven para que el bebé utilice los
distintos músculos que componen el aparato buco-fonador con el cual produce los
sonidos. Más adelante, los sonidos producidos se parecen a consonantes de tipo
velar y labial.
Inicialmente, estas emisiones no tienen en sí mismas una finalidad comunicativa. Sin
embargo, el adulto suele interpretarlas como un mensaje e interviene, ya sea
repitiendo las vocalizaciones del bebé, ya sea introduciendo vocalizaciones nuevas.
En otras ocasiones se observa que son los sonidos producidos por el propio bebé los
que desencadenan una nueva producción.
Entre los seis y los ocho meses los bebés emiten balbuceos de forma repetitiva.
Estas emisiones suelen aparecer cuando el bebé se encuentra a gusto, después de
dormir, cuando está en brazos de su madre, etc. El balbuceo pone en
funcionamiento los órganos de la fonación, de manera que el bebé pueda realizar
una serie de juegos articulatorios con sus órganos fonatorios, lo que le ayuda en el
proceso de adquisición de los sonidos que constituyen el sistema fonético de su
lengua materna.
Los nueve meses constituyen una edad crítica en el desarrollo de la capacidad de
producir sonidos, puesto que es el inicio de la reorganización de los mecanismos de
la fonación, de la articulación y de la audición. En ese momento ya se puede
empezar a hablar de imitación. En efecto, aunque el bebé todavía no puede imitar
correctamente la articulación de los adultos, ya está en condiciones de imitar la
entonación, la curva melódica del habla adulta con bastante precisión: aparecen
entonces los fenómenos de ecolalia (repetición). Los sonidos producidos por el bebé
son respuestas imitativas específicas a estímulos acústicos específicos. Antes de
finalizar el primer año de vida, a los nueve o los diez meses de edad, los niños
empiezan a emitir producciones verbales que son consideradas como palabras por
los adultos de su entorno.
5.6. Desarrollo afectivo y social.
Durante los primeros meses de vida los bebés reaccionan frente a los
acontecimientos externos con manifestaciones afectivas y emociones. En la medida
en que dichas manifestaciones proporcionan información al adulto, la madre u otra
persona, sobre el estado emocional del bebé, sirven, así pues, para establecer las
bases de la comunicación y de la relación con los demás.
Desde el momento del nacimiento, los niños pequeños son capaces de percibir
algunas expresiones emocionales de los demás y tener experiencia vicaria de ellas.
En efecto, niños de pocos días se contagian de las expresiones emocionales de los
demás a través de la visión (la observación de un rostro triste provoca en ellos una
imitación expresiva de este rostro) o de la audición (lloran más cuando oyen llorar).
Además, en los primeros días de vida aprenden algunas señales o indicios sociales.
Determinadas posturas que se repiten (como la del amamantamiento), la voz de las
personas más familiares, etc., son reconocidas y seguidas de determinadas pautas
de conducta.
Sin embargo, el reconocimiento de algunas emociones e indicios sociales no significa
que los niños reconozcan a las personas como tales, pues esto no se da hasta los
tres o cuatro meses. A partir de ese momento, los niños ponen de manifiesto
numerosas conductas diferentes (lloro, sonrisa, contacto corporal, mirada, etc.),
según la persona con quien interactúen. Así, por ejemplo, buscan más el contacto
con las personas que conocen que con aquellas que les son desconocidas.
Discriminan entre las personas, prefiriendo claramente a unas sobre otras, aunque
no rechacen a los desconocidos.
Durante el segundo semestre del primer año de vida, frecuentemente en el octavo
mes, los niños no sólo ponen de manifiesto conductas de preferencia por
determinadas personas, sino que ante los desconocidos reaccionan con cautela,
recelo, miedo o, incluso, claro rechazo.

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