El aparato psíquico en el juego de la causalidad eficiente

El aparato psíquico en el juego de la causalidad eficiente

La psicología es ciencia de la naturaleza. Freud lo enuncia en la primera frase del «Proyecto de psicología» y lo repite en uno de sus últimos escritos, «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis». Se representa a la psique o alma como un Apparat, un aparato, o un «instrumento» que realiza trabajo (Arbeit). Las Leistungen son las manifestaciones de ese trabajo. Veamos el término: la analogía implícita es la de una máquina y sus «operaciones» (así lo traducimos; es usual en la biología de la época, aun la vitalista, con la salvedad de que para esta última la máquina es su propio ingeniero). Es categoría de discernimiento descriptivo. Un ejemplo, tomado de La interpretación de los sueños: «Tales analogías no persiguen otro propósito que servirnos de apoyo en el intento de hacernos comprensible la complejidad de la operación psíquica descomponiéndola y atribuyendo a componentes singulares del aparato cada operación singular» (GW, 2-3, pág. 541). Hay, pues, una «operación» genérica de la psique, que analíticamente se descompone en «operaciones» distintas. La expresión alemana contiene otra denotación, la de «rendimiento», y así nos vimos llevados a verterla en algún caso, como, por ejemplo, al comienzo de La interpretación de los sueños, cuando Freud se pregunta si el soñar es un «rendimiento» disminuido del alma, que no trabajaría con su plena capacidad. También, en la frase recurrente en que Freud advierte en el neurótico una incapacidad de goce y de rendimiento; en este último sentido, hemos vertido a veces por la expresión más espontánea «productividad».

El término interesa sobre todo por vía negativa: para que no se confunda «operación» con «función», como sucede a veces en la Standard Edition. «Función» (Funktion) tiene valor biológico preciso. El sueño es una operación del alma, pero sólo tras una prolija investigación llega Freud a la conclusión de que tiene una «función», la de preservar el dormir.

También corresponde establecer diferencias entre «operación» y «acto» (Akt). Tanto en Psicapatología de la vida cotidiana como en las Conferencias de introducción al psicoanálisis, la versión de López-Ballesteros ha impuesto la expresión «acto fallido», tan difundida actualmente en nuestra lengua, que hemos debido respetarla en el título de los capítulos pertinentes, mas no así en el texto mismo. En efecto, configura un concepto bastante híbrido, pues traduce tanto Fehileistung (operación fallida) como Fehlhandlung (acción fallida), y aun, a veces, Vergreifen (trastrocar las cosas confundido). Los deslices en el habla, en la escritura, los olvidos, etc., son «operaciones fallidas». Si nos referimos a las Conferencias de introducción al psicoanálisis, sólo en la cuarta Freud establece que son «actos» psíquicos de pleno derecho; es que tales «operaciones» podrían situarse en otro nivel, el fisiológico por ejemplo. En cuanto a «operación» y «acción» fallidas, en la Standard Edition aparecen traducidas indistintamente por parapraxes. No obstante, algún pasaje sugiere que no denotan lo mismo. Y en todo caso, hemos preferido que el juego mismo de los textos establezca su eventual sinonimia.

La direccionalidad del aparato psíquico

Un término de traducción difícil es Besetzung, que hemos vertido por «investidura». El Vocabulaire de la psychanalyse de Laplanche y Pontalis registra, para el castellano, «carga». Como se sabe, esa obra carece de intención normativa; más bien se propone establecer un léxico uniforme, compartido, con miras a la labor científica. En el caso de los idiomas que no son el francés (castellano, portugués, italiano e inglés) se limita a recoger los vocablos en uso. Ahora bien, «carga» se dice en alemán, más propiamente, Ladung. En «Las neuropsicosis de defensa» leemos que en las funciones psíquicas hay algo (monto de afecto, suma de excitación) susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga, «y que se difunde por las huellas mnémicas de las representaciones como lo haría una elektrische Ladung {una carga eléctrica} por la superficie de los cuerpos» (GW, 1, pág. 74). Vemos que el símil se refiere a «monto de afecto». En sus cartas a Fliess, contemporáneas a la redacción de «Las neuropsicosis de defensa», Freud distingue dos componentes en la representación (Vorstellung): su contenido (Inhalt) y su monto de afecto. El distingo es equivalente al que establecerá después, en «La represión», entre los dos componentes del «representante» (Repräsentant) o «agencia representante» (Reprásentanz; ambos términos provienen del derecho público) de pulsión, discernidos ahora como la representación y el monto de afecto. Pues bien: no parece que pueda asimilarse, sin más, «investidura» a «monto de afecto». Nos referimos a una asimilación categorial, no a las cosas mismas. «Investidura» parece apuntar a otro nivel de análisis, el de la forma específica de comportamiento de la energía en el interior del aparato psíquico y entre sus elementos.

Prescindiendo del aspecto idiomático del problema (enseguida lo abordaremos), es probable que la dificultad de traducción del término se deba a su fluctuación conceptual: en Moisés y la religión monoteísta, una de sus últimas obras, Freud dice que hablamos de «investiduras» y «contrainvestiduras» pero no sabemos bien qué son. En el «Proyecto de psicología», la expresión atañe al juego de «neuronas» y «cantidad» (la energía específica del sistema nervioso). Ahora bien, las neuronas poseen una dirección: la corriente (Strommung) va de las prolongaciones celulares hacia el cilindroeje. Además, poseen lo que se diría una «posición» recíproca. El eje de todo el análisis de esta última obra es la neurona investida. La expresión Beseizung significa «ocupación» de un territorio, de un puesto, de una línea telegráfica. Y «ocupar» no es lo mismo que «cargar». La ocupación militar implica cierta asignación de «valores» a un territorio: se controlan ciertos lugares importantes, se concentran tropas en ciertos puntos; para ello se requiere «cantidad» (pertrechos y soldados), pero también una «estrategia posicional». Recuérdese que investidura más facilitación (Babnung, disminución de la resistencia al pasaje de la energía) constituyen la complejidad intrapsíquica, correlato de la cantidad que afluye al sistema. Y por otra parte, investidura es a facilitación como lo actual a lo potencial o virtual. «Carga» no daría estos matices, y volvería incomprensibles ciertos deslizamientos del término, que más adelante veremos. Debe recordarse, también, que el mecanicismo de Freud se refiere a la causalidad eficiente, y no es reduccionista en el sentido de que negaría especificidad al orden biológico o al orden psíquico. Las neuronas son seres vivos, y su proceso excitatorio es heredero de la estimulabilidad del protoplasma de la célula viva. La expresión «carga» se aplicaría mejor a la materia inerte.

Strachey traduce Besetzung por cathexis, y el verbo besetzen por to cathect. Son derivados del verbo griego katejo, que tiene significados parcialmente coincidentes con el alemán; en particular, «llenar» (de ruido, de gritos), «invadir», «ocupar» (p. ej., una ciudadela). En castellano ha empezado a difundirse el uso de «catexis» y «catectizar». No nos pareció aconsejable adherir a él: además de ser de muy difícil manejo sintáctico en el fluir de los textos, es, en nuestro idioma, término carente de todo contenido intuitivo. Nos dirigimos, en busca de auxilio, no al griego, sino al latín; investire tiene significados muy próximos a besetzen; de ellos, «envestir», en el sentido de revestir, ha caído en desuso; «investir» se emplea en el sentido de conferir un poder, en tanto la acepción militar del verbo latino ha quedado como un resto en «embestir», que entró al castellano por la vía del italiano. Escogimos, pues, «investidura», «contrainvestidura» «investir» y sus derivados. Ya existe un antecedente en este sentido, el de la versión castellana de «Lo inconciente» por Armando Suárez (México: Siglo XXI). La acepción de «habilitar», «conferir un poder», no traiciona lo esencial del concepto Freudiano, y se presta mejor a incluir connotaciones como «mensaje» o «activación», con las cuales Freud asimila su «investidura» en ciertos textos. Mensaje (Nachricht): con metáfora telegráfica, la activación de una línea, posicionalmente determinada dentro de una red de lugares, mediante una cierta cantidad de energía.

Pasemos ahora a los deslizamientos a que nos referimos antes. En las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis Freud señala que en el aparato psíquico existe una energía libre que opera desplazamientos y condensaciones prescindiendo de la cualidad de lo investido (Besetzt); y agrega refiriéndose a eso investido que en el yo lo llamaríamos representación (Vorstellung) (GW, 15, pág. 81). Aquí «investir» tiene cierta resonancia fichteana, trae a la memoria el «poner» (setzen), como en la frase «el yo pone un no-yo». Y cuando Freud habla de «posiciones» (Positíonen), parece difícil determinar si lo hace pensando en enclaves militares, como sugiere Strachey en nota de pie de página, o retraduciendo a expresión latina aquella expresión de raigambre filosófica, suerte de «creación», «estatución», «inauguración del ser». Y es sugerente el uso de setzen en los textos. En La interpretación de los sueños menciona un drenaje de la excitación puesta (gesetz) por la necesidad interior (GW, 2-3, pág. 571). En otros escritos, el yo «pone» ciertas metas. Y en algún otro, las pulsiones son «puestas» en el nuevo ser. Pareciera que en el movimiento de lo orgánico hacia lo psíquico, y desde el yo constituido hacia las cosas del mundo, la actividad se dijera «posición», y que investidura, «posición-hacia» (besetzen; el prefijo be señala direccionalidad), valiese para el interior del aparato, el cual, como la célula nerviosa, tiene una orientación para el decurso (Ablaul) de la excitación. Consideremos otro término con igual prefijo, Bestimmung, que hemos vertido por «comando» (p. ej., los comandos nerviosos de la actividad del lenguaje) o «destinación». Es un «dar voces-hacia». Veamos los ejemplos que siguen. En «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (el caso «Dora»): « … ese estado de enfermedad es obra de un propósito {Absicbt}. Los estados patológicos se hallan en general destinados a cierta persona … » (GW, 5, pág. 204). En el libro sobre los sueños Freud menciona su sueño acerca de un tío, por quien sintió gran ternura; y «la destinación de la ternura era ocultar la verdadera interpretación» (GW, 2-3, pág. 146). Es así como Freud dice que los síntomas están «hiperdestinados» o «hipercomandados», en un sentido muy próximo a «sobre-determinados» (überdeterminiert); vale decir, son de determinismo múltiple. Hemos traducido diferenciadamente esas expresiones; de acuerdo con nuestro método de trabajo, preferimos que el texto mismo fije su eventual sinonimia.

Examinemos un segundo deslizamiento de «investidura». En «Neurosis y psicosis» leemos que en la amentia (psicosis alucinatoria) no sólo se rehusa la admisión de percepciones nuevas, sino que también «se sustrae significatividad (investidura) al mundo interior, que hasta entonces había subrogado {vertreten) al mundo exterior, como su copia» (GW, 13, pág. 389). Significatividad traduce Bedeutung, que tiene también la acepción de «significado»; be-deuten, indicar -hacia. Si tomamos las acepciones extremas de Beseizung y Bedeutung, acaso nos sorprenda esa asimilación entre un llenado energético y un significado que creeríamos restringido al terreno del lenguaje. Pero es el juego mismo de los textos el que ha ido acercando esos dos términos. Un puente es el ya señalado: la necesidad de entender «investidura», en ciertos lugares, como «mensaje». Otro es el que ahora consideraremos a fin de justificar el tratamiento dado a Bedeutung. En el «Proyecto de psicología», una y otra vez se pregunta Freud por el «valor» (Wert) biológico de algunos dispositivos del aparato psíquico. Y en un pasaje perfectamente asimilable, inquiere por su Bedeutung, su significatividad biológica. Podríamos decir ahí «intencionalidad», entendiéndola en un sentido inmanente, según lo expusimos antes respecto del «finalismo», la adecuación a fines. Numerosos trabajos sugieren, por otra parte, que Bedeutung es intercambiable con «valor psíquico». Y por su parte, la Besetzung, la «investidura» de ciertos contenidos, implica una valorización, se trasunta en cierto valor eficaz de ellos. Ejemplifiquemos. En La interpretación de los sueños se lee: «El carácter de ser fresca, como tal, presta a una impresión un cierto valor {Wert} psíquico para la formación del sueño, equivalente a la valencia {Wertigkeit} de los recuerdos o las ilaciones de pensamientos sobre los que recae un acento afectivo» (GW, 2-3, pág. 187). Valor y valencia se usan aquí para lo que en otros textos se diría investidura. Y en otro pasaje de la misma obra: «En la vida anímica normal { … } también { … } tenemos representaciones que en calidad de puntos nodales o de resultados finales de cadenas íntegras de pensamientos poseen una gran significatividad {Bedeutung} psíquica, pero esta valencia {Wertigkeit} . . . » (GW, 2-3, pág. 601). Asimilación manifiesta. El término de tránsito entre investidura y significatividad es «valor», que se presta maravillosamente a ello por su carácter de algo cuantitativo que puede marcar acentos en un campo o indicar la dirección de una actividad y, así, convertirse en cualitativo. ¿Y no es la psique el lugar de la cualidad? ¿No es el ser humano lo más móvil y libre en la naturaleza, justamente en virtud de su conciencia, que no recibe ni aloja cantidades, sino que, por así decir, registra la pulsación interior de la materia? Hemos traducido unívocamente Besetzung por «investidura», pero, en cuanto a Bedeutung, recurrimos a un abanico de términos: significado, significatividad, valor, intencionalidad; procuramos consignar el término original cuando parecía necesario en nuestra versión, o bien pusimos de manifiesto su polisemia escogiendo un término e incluyendo otro entre llaves.

¿Pulsiones o instintos?

En ¿Pueden los legos ejercer el análisis? se lee: «Suponemos que las fuerzas {Kraft} que pulsionan a la actividad {zur Tátigkeit treíben} al aparato anímico son producidas por los órganos del cuerpo como expresión de las grandes necesidades corporales. Llamamos pulsiones {Trieb} a estas necesidades corporales en la medida en que constituyen estimulaciones {Anreiz} para la actividad anímica. Trieb: una palabra que muchas lenguas modernas nos envidian» (GW, 14, pág. 227). Bien lo advertimos: Freud es conciente de la especificidad del término que emplea. En los últimos años, siguiendo tal vez a la Standard Edition, se lo ha empezado a traducir sistemáticamente al castellano por «instinto». Pero sucede que las palabras no son inocentes. Traen siempre adherida, por así decir, como una sombra, como un destello de la realidad intuida. Strachey sostiene que, después de todo, el término se llenará de contenido en la lectura misma (SE, 1, págs. xxiv-ví). No parece así; se llenará de contenido, pero desde un contenido que ya tiene. Si leemos «instinto», nos orientaremos hacia cierto ámbito de las teorías biológicas. Y Freud usa la expresión Instinkt en su acepción moderna: una conducta preformada, heredada; así, se refiere al instinto de los animales. En cuanto a la existencia de instintos en el ser humano, he ahí algo que constituye un problema no resuelto para él. Sugiere que puede haberlos, que ciertas formas de comportamiento acaso se han incorporado al patrimonio de la humanidad por vía de la herencia de los caracteres adquiridos. Véanse, entre otros textos, las últimas páginas de su obra «De la historia de una neurosis infantil» (el caso del «Hombre de los Lobos»).

La expresión Trieb es de linaje filosófico en la tradición alemana. Téngase en cuenta que el especialismo no había avanzado tanto a fines del siglo xviii y principios del xix, y Kant es tanto un filósofo como un científico. En páginas anteriores creemos haber probado que Freud se situaba dentro de una corriente científica que no desmentía sus orígenes en la filosofía de la naturaleza. Y él mismo nos invita a buscar por ese lado con sus referencias a Empédocles. Se analizarán más adelante, y se podrá ver que no son un mero adorno dentro de su exposición.

En esta sección, aun a sabiendas de que temas filosóficos no pueden tratarse de pasada, intentaremos fundamentar nuestra opción terminológica («pulsión») mostrando que el término se aloja mejor dentro de la filosofía clásica alemana. Escogemos para ello Los principios de la doctrina de la ciencia (1794-95), de Fichte. El lector advertido «oirá» ciertos temas que Freud desarrolla en «Pulsiones y destinos de pulsión», y acaso obtenga la ganancia suplementaria de situar mejor los conceptos de «compulsión» (Zwang) y «sentimiento» (Gefühl).

En el parágrafo 8 de su obra, Fichte defíne la Trieb: la pulsión es una fuerza interna que se determina ella misma a la causalidad; un querer-alcanzar (Streben) que se produce a sí mismo, y que es un algo en cuanto es mantenido tal como es, en cuanto es determinado. Mantenerse en su ser: ninguna cosa natural conservaría su forma determinada si no tuviera una fuerza interna, centrípeta, que se define como inercia (Tragheit). Lo contrario a la inercia es la movilidad, Regsamkeit. Pero esa inercia no es mera ausencia de movimiento, sino, por sí misma, una fuerza: actividad centrípeta. Mejor dicho: si a la cosa se le aplica una fuerza opuesta, su inercia se convertirá en actividad, a causa de esa relación suya con la actividad opuesta. ¿No estaremos sobre el rastro de la pulsión de muerte del último Freud? Es muy probable que la inercia neuronal, uno de los supuestos básicos del modelo de aparato psíquico desarrollado en el «Proyecto de psicología», deba considerarse en este sentido fichteano. Y el propio Fichte relacionaba la inercia con el mal radical, de Kant, quien lo determinaba, no como ausencia de bien, sino como un mal positivo. Acaso sea un solo hilo categorial el que lleva de la inercia del «Proyecto de psicología» al trastorno hacia lo contrario de «Pulsiones y destinos de pulsión», y de ahí a la «pulsión de muerte» de Más allá del principio de placer.

Ahora bien, si parece cierto que, como dice Jones, la mente de Freud está recorrida por dualidades y oposiciones, buscaríamos el opuesto de «inercia». ¿No será, según lo dicho antes, Regung, que hemos traducido sistemáticamente por «moción»? Empleamos este término, anticuado, para evitar las anfibologías a que pudiera dar lugar «movimiento». Digamos que «moción» aparece para designar, en su máxima generalidad, un «movimiento» de la psique. Así, Freud dirá «moción pulsional» (Triebregung) si le interesa marcar que un movimiento psíquico proviene de la pulsión. Y hablará de «moción de deseo» para indicar que el movimiento cobró la forma de un «deseo» (Wunsch).

Seguimos con La doctrina de la ciencia. La pulsión, entonces, se funda en la interioridad del ser al que se atribuye; es producida por la causalidad de ese ser sobre sí mismo, por el acto de autoposición de ese ser. Pulsiona hacia algo que está fuera de ella misma, y no puede alcanzarlo, puesto que es sólo eso: pulsión, tendencia. En este punto (Fichte «deduce» aquí el yo práctico) no se ha separado todavía un «interior» de un «exterior». El yo pulsiona para llenar la infinitud (¿el «sentimiento oceánico» de Freud?); al mismo tiempo, tiene la ley y la tendencia a reflexionar sobre sí mismo. Pero no puede hacerlo sin estar limitado, y sólo puede estarlo con respecto a la pulsión. Pongamos la pulsión como limitada en el punto C. Ahí, la pulsión a la reflexión se satisface; pero desde la óptica de la actividad real, la tendencia queda limitada, no satisfecha. De tal suerte, el yo se limita a sí mismo y es puesto en relación de acción recíproca consigo mismo, a saber, porque la pulsión no halla satisfacción. Es esforzado más allá de él mismo por la pulsión, y es retenido y se retiene a sí mismo por la reflexión. La reunión de estos dos aspectos nos da la exteriorización de una compulsión (Zwang), de un no-poder. Esa compulsión o no-poder se caracteriza por la persistencia en el querer-alcanzar, por la limitación de la actividad efectiva y por el hecho de que lo que la limita no se encuentra en mí, sino fuera de mí. Pues bien: la exteriorización del no-poder en el yo se llama sentimiento (Gefühl). Y en el sentimiento se ligan estrechamente la actividad (yo siento, yo soy sintiente; y esta actividad es la de la reflexión) y el ser-limitado (Beschránkung; yo siento, soy pasividad, hay una compulsión). Este ser-limitado presupone una pulsión a ir más lejos. El yo debe poner un fundamento a esta limitación, y debe ponerlo fuera de sí mismo. Y no puede poner la pulsión como limitada si no es mediante algo que le sea totalmente opuesto; lo que debe ser puesto, en calidad de objeto (Objekt), queda comprendido dentro de la pulsión. A partir de esto, la pulsión misma es sentida en la medida en que una actividad ideal se dirige al objeto de ella, y ello no puede suceder si la actividad real no es limitada, a saber, por una contra-fuerza. Y el sentimiento de fuerza es lo que distingue a la vida de lo muerto, que también puede tener pulsiones.

Ahora bien, se pasa de la mera vida al ser inteligente cuando el sintiente se pone como un yo en la misma medida en que experimenta en sí mismo el sentimiento de sí (Selbstge- fühl) y de su propia fuerza. Ahora el yo es sintiente-sentido.

Como tal, es activo-pasivo respecto del no-yo. Este es sentido, y a eso se debe que se preste creencia (Glauben) a su realidad u objetividad: es que la creencia pertenece al orden del sentimiento. En la medida en que su querer-alcanzar mediante una actividad real es limitado, el yo es puesto como una fuerza interna, encerrada en ella misma, determinada y determinante: materia intensiva. Un acto de reflexión se efectúa sobre la materia intensiva en cuanto tal, y a partir de ahí ella es, por oposición, proyectada al exterior; de esta manera, lo que era originariamente subjetivo se trasforma en un ser objetivo juzgamos que en su aridez conceptual esos desarrollos de Fichte arrojan luz sobre la inquietud categorial del pensamiento Freudiano. Dijimos que no era nuestra intención buscarle antepasados a este último; pero traemos a cuento el idealismo clásico alemán porque había penetrado toda la labor cultural, y Freud no podía planear en el vacío. Aducimos esos textos como un para-texto, como un texto virtual, y ni siquiera nos parece interesante averiguar si Freud los leyó. Creemos que él articula una sustancia cultural dada a través de innumerables caminos, la pone a prueba en la observación, la repiensa creadoramente frente a los datos de la clínica.

Pero es en el último Freud donde se vuelve más evidente el grave malentendido que supondría traducir Trieb por instinto. En Esquema del psicoanálisis nos dice que las pulsiones son fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del ello. Son la causa última de toda actividad. Las pulsiones primordiales son dos, Eros y pulsión de muerte. Su acción eficaz conjunta o contraria (Mít und Gegenein-anderwirken) determina toda la variedad de los fenómenos vitales. Establece la analogía con atracción y repulsión, las dos fuerzas básicas de la mecánica clásica, y cita a Empédocles (GW, 17, págs. 70-1). La mención del filósofo griego se sigue mejor en otro trabajo, «Análisis terminable e interminable», de 1937 (GW, 16, págs. 90 y sigs.). Freud ha explicado que la inclinación al conflicto, como tal, parece algo particular, algo nuevo que se añade a la situación psíquica independientemente de la cantidad de libido; el conflicto se reconduce a la presencia de agresión libre, y esta, a una pulsión de muerte. Y se regocija por haber encontrado su teoría (Theorie, en el sentido indicado en el capítulo anterior) de la pulsión de muerte en uno de los grandes pensadores de la Antigüedad, Empédocles, quien explicaba las diferencias entre las cosas del mundo por obra de mezclas entre cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Es cierto que la del griego era una fantasía cósmica, mientras que la teoría de las pulsiones pretende validez biológica. Pero esa diferencia -apunta Freud- pierde gran parte de su valor por la circunstancia de que Empédocles consideraba animado al universo mismo. Había un alma del mundo. Recuérdese la «psicomitología» de Freud: en el mito o en la fantasía cosmológica, es el alma quien se siente oscuramente a sí misma; de ahí su contenido de verdad. Pues bien: el universo es regido por dos principios opuestos, el amor y la discordia. Y Freud cita el libro de Capelle Los presocráticos, clásico en esa disciplina: « … son fuerzas naturales que operan a modo de pulsiones {triebhaft}, en modo alguno inteligencias concientes de sus fines». Vale decir, amor y discordia son causas eficientes, no causas finales en el sentido que hemos indicado antes. Por ende, la cosmología de Empédocles es «mecanicista» en la acepción ya dicha. El proceso del cosmos es la alternancia (Abwechslung) de períodos en que el amor triunfa sobre la discordia, y a la inversa. El amor quiere aglomerarlo todo (zusammenballen); tenemos así el sfairos, reunido por él; pero poco a poco se insinúa la discordia, que lo va desagregando todo; en el proceso de desagregación nacen las cosas singulares y sus formas, fruto de la lucha entre ambas fuerzas, hasta que se llega a la dispersión total; y el ciclo recomienza, por la obra del amor, en sentido contrario. Nótese bien que la discordia, poder aniquilador, la muerte misma, es una nada positiva, activa, no ausencia de ser. Y Freud cierra sus consideraciones sobre Empédocles diciendo que si la pulsión de muerte es el esfuerzo por llevar lo vivo a la condición de inerte, ello no significa que no haya existido desde antes de la aparición de la vida. ¡Qué dislate sería traducir aquí «instinto», un instinto de muerte de la materia inanimada! Claro; podría argüirse que Freud en sus últimos años se volcó a una especulación desmesurada, y atribuyó instintos al cosmos. Pero creemos haber mostrado que, ya en los artículos conocidos como «Metapsicología», «pulsión» se entendía mejor en una referencia al pensamiento clásico alemán. La exposición del desarrollo del yo, en «Pulsiones y destinos de pulsión», presenta analogías con el juego de posiciones y contraposiciones de la Doctrina de la ciencia, de Fichte; acaso por el empleo de un mismo arsenal categorial. Y aun el abordaje económico de «Introducción del narcisismo» y «Duelo y melancolía» trae a la memoria la ya mencionada concepción schellinguiana de sujeto y objeto como magnitudes cuantitativas; entonces, dentro de esa tradición, el solo análisis de una situación psíquica en términos de sujeto y objeto remite a una consideración «económica»: el yo del yo se empobrece cuando se enriquecen los objetos del yo, y a la inversa.

Cosa curiosa; en el pasaje antes citado de «Análisis terminable e interminable», Freud menciona una posible criptomnesia en cuanto a su tesis de la pulsión de muerte; acaso sus lecturas de joven … Y si en Esquema del psicoanálisis se nos dice que las pulsiones son causa productora, constitutiva, de lo psíquico y de lo vital, y por otro lado Capelle señala que en Empédocles no son fuerzas concientes, no son causas finales, sino eficientes, nos vemos remitidos otra vez a la Antropogenia de Haeckel, publicada, en verdad, durante la juventud de Freud:

«No conocemos ninguna materia que no posea fuerzas, y a la inversa, no conocemos fuerzas que no estén ligadas a materias. Cuando las fuerzas se manifiestan como movimientos, las llamamos fuerzas vivas (activas) o fuerzas en acción; en cambio, cuando se encuentran en estado de reposo o de equilibrio, las llamamos fuerzas latentes o fuerzas de tensión. Esto vale tanto para los cuerpos naturales orgánicos como para los inorgánicos. El imán que atrae a la limadura de hierro, la pólvora que explota, el vapor de agua que impulsa a la locomotora son anórganos vivientes; actúan por fuerza viva tanto como la mimosa sensitiva que al tacto repliega sus hojas, como el venerable amphioxus que se entierra en la arena marina, como el hombre que piensa. Sólo que en estos últimos casos las combinaciones de diversas fuerzas que se manifiestan como «movimiento» son mucho más complicadas y más difíciles de conocer que en los primeros. Nuestra antropogenia nos ha conducido al resultado de que en toda la historia de la evolución humana, en la ontogénesis como en la filogénesis, no operan tampoco otras fuerzas que las actuantes en el resto de la naturaleza, orgánica e inorgánica. En definitiva, todas las fuerzas que actúan aquí las podemos reconducir al acrecimiento, a esa función fundamental de la evolución por la cual nacen tanto las formas de los seres inorgánicos como la de los organismos { … }. Pero si consideramos más a fondo esta «ley de acrecimiento», hallamos que en definitiva se puede siempre reconducir a aquella atracción y repulsión de los átomos animados que ya Empédocles designaba como «amor y discordia» de los elementos» (Haeckel, Antropogenia, págs. 617-8 de la versión italiana de 1895).

En ese pasaje del Esquema del psicoanálisis Freud decía que más allá del reino de lo vivo, en lo inorgánico, el par de opuestos atracción y repulsión era lo análogo a las dos pulsiones fundamentales. Tomemos ahora dos textos que constituyen casi puntos temporales extremos en el desarrollo del pensamiento Freudiano. En el «Proyecto de psicología» (AdA, pág. 406), el estado de deseo (Wzínsch; a diferencia de «apetito», Begierde) determina una atracción hacia cierto objeto o su huella mnémica; en cambio, la vivencia de dolor provoca una repulsión a mantener investida la imagen mnémica hostil. Es el juego de fuerzas de la represión. Y en «La negación», de 1925, se lee que la afirmación en el juicio pertenece al Eros, en tanto la negación pertenece a la pulsión de destrucción. Ahora bien, el juicio, como operación, las supone a ambas, no es posible antes de la creación del «no», el símbolo de la negación. Y sí esa contradicción que constituye la base de todo discurso humano es retoño de la otra, la que se operó en la represión, es al mismo tiempo lo que permite un primer grado de independencia respecto de las consecuencias de la represión. La repulsión, que pertenece a la pulsión de muerte, aparece así como fundadora del pensamiento humano. De una serie a otra, de un orden del ser a otro, pueden producirse vuelcos en las posiciones respectivas de atracción y repulsión, de Eros y pulsión de muerte. Y además, toda atracción es repulsión y viceversa. Leemos en «La represión»: «Se comete un error cuando se destaca con exclusividad la repulsión que se ejerce desde lo conciente sobre lo que ha de reprimirse. En igual medida debe tenerse en cuenta la atracción que lo reprimido primordial ejerce sobre todo aquello con lo cual puede ponerse en conexión» (GW, 10, págs. 250-1). Retomaremos estos problemas en el último capítulo, pero desde ahora parece probable que la tradición de Haeckel y de la filosofía de la naturaleza es el obligado contexto del texto Freudiano.

El esforzar de las pulsiones

En «Pulsiones y destinos de pulsión» Freud explica que la pulsión no actúa como una fuerza (Kraft) de choque momentánea, sino como una fuerza constante, y, también, que la huida frente a los -estímulos pulsionales es inútil, pues conservan su konstant drángenden Charakter, su carácter de esfuerzo constante. En el mismo texto, la pulsión se define por su fuente, que es un proceso somático; por su objeto (Objekt), aquello en o por lo cual la pulsión puede alcanzar su meta; por esta última, que es la descarga de satisfacción, canceladora del estado de tensión en la fuente pulsional; el cuarto término asociado con el concepto de pulsión es Drang. Para este, el Vocabulaire de la psychanalyse consigna, como versión al castellano, «presión». Strachey traduce pressure, y a veces urge. López-Ballesteros, « perentoriedad ».

Una indagación terminológica: En el primero de los pasajes que acabamos de citar vemos que el verbo drangen se presenta asociado con el sustantivo Kraft, fuerza. Ahora bien, este último no tiene, en alemán, un verbo de su misma raíz que signifique «ejercer una fuerza». ¿No hará drángen sus veces? Se traduciría entonces por «esforzar», y Drang, por esfuerzo. En efecto, Freud define Drang como la suma de fuerza (Kraft) o medida de la exigencia de trabajo (Arbeit) que la pulsión representa. Parece bien, por ello, decir «esfuerzo» en castellano. Y no es el único trabajo en que ambos conceptos aparecen asociados. Veamos otro ejemplo, esta vez de Psicología de las masas y análisis del yo: «… la indagación psicoanalítica nos ha enseñado que todas esas aspiraciones son la expresión de las mismas mociones pulsionales que entre los sexos esfuerzan en el sentido {hindrángen} de la unión sexual; en otras constelaciones, es verdad, son esforzadas a apartarse {abdrángen} de esa meta … » (GW, 13, pág. 98). Pocas líneas más adelante habrá de mencionar una Liebeskralt, una fuerza de amor.

Volvamos ahora a una consideración conceptual: los términos que Freud explica con respecto a la pulsión podrían agruparse de a dos. Fuente y esfuerzo, por un lado, y objeto y meta, por el otro. ¿No se parece esto al esquema aristotélico de las cuatro causas: material, eficiente, formal y final? ¿Y agrupadas de a dos no corresponderían a materia y forma? Acaso los textos nos ayuden a hallar la respuesta.

En «Pulsiones y destinos de pulsión», a propósito del «trastorno hacia lo contrario» -que consideraremos en el próximo capítulo-, Freud dice que se descompone en dos procesos: una vuelta de la actividad hacia la pasividad, y el trastorno en cuanto al contenido. La primera atañe a la meta de la pulsión. El segundo, sólo se conoce en un caso, la trasposición del amor en odio; y páginas más adelante lo redefine como mudanza de una pulsión en su contrario material (materiell). Si el primer trastorno tiene que ver con la meta, este segundo se refiere a la fuente o a la fuerza portadora del proceso. Ahora bien, siguiendo a Fichte pudimos ver que la «pulsión» incluía su «objeto» por intermedio de una actividad ideal del yo. Así se enlazaba lo real con lo ideal. Y en Freud, la pulsión es un concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico. Entonces, si el yo es el mediador entre la pulsión y su satisfacción (su meta), el medio de que a su vez se vale es el objeto. Ya se vio que «objeto», en Freud, puede significar «cosa del mundo» (Ding), pero también una representación, una síntesis de lo dado en la percepción. Por tanto, en este último sentido, el objeto es «forma». Así, parece que el esquema aristotélico nos ayuda a entender el difícil desarrollo donde se expone, en ese mismo trabajo, el tránsito del sadismo al masoquismo. La vuelta de la agresión hacia la persona propia sería un cambio de forma; mejor dicho, la persona cobraría la forma del objeto, y ello necesariamente implica un trastorno de la meta (por el nexo particular que une causa final y causa formal, la casa pensada por el arquitecto y la forma de una casa en general). Sí el trastorno amorodio lo es material el trastorno de metas sería formal. Y el paso del sadismo al masoquismo documentaría una subversión específicamente humana del objeto, del término medio que era «un medio», y ahora se sitúa en ambos extremos, «objetifica» al yo

La analogía de los vínculos humanos con un silogismo no es extraña a Freud, quien la usó en alguna carta a Fliess. Parece que ese silogismo podría trastornarse dentro de una «comunidad de acción recíproca», y que el lugar del trastorno sería la unión de la serie real con la ideal: la pulsión misma, que opera esa juntura, y en la medida misma en que el finalismo inherente a lo vivo dentro del momento «adaptación» (a diferencia de lo hereditario en la serie filogenética) pasa a través de una conciencia y adquiere una cualidad nueva. Comoquiera que fuere, la consideración conceptual nos refirma en nuestra opción terminológica, pues «esfuerzo» y «esforzar» son buenas traducciones para denotar el aspecto de causalidad eficiente de la pulsión.

Hemos reservado «presión», término más mecánico y limitado, para traducir Druck, como puede verse, por ejemplo, en «La represión»: «Lo reprimido ejerce una presión continua en dirección a lo conciente, a raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse por medio de una contrapresión (Gegendruck) incesante» (GW, 10, pág. 253).

Ahora bien, nuestra opción trae sus consecuencias. Si en La interpretación de los sueños vemos «que la censura esfuerza a las exteriorizaciones de la crítica del niño a no devenir concientes» (GW, 2-3, pág. 437), se podrá entender que la censura realiza un cierto gasto de trabajo, cuya energía le viene desde la pulsión. No se tratará de una simple «presión». «Esfuerzo» convoca fuerza y convoca trabajo. Si en Psicología de las masas y análisis del yo nos enteramos de que en ciertos casos al paciente, en la sesión de análisis, no se le ocurre nada, y fracasan todas las impulsiones (Antrieb) usuales para poner en marcha su proceso asociativo, no obstante lo cual el analista puede «esforzarlo» (GW, 13, pág. 141n.), de inmediato imaginaremos una acción de fuerzas de raíz pulsional, no un mero «urgir». Quizás esto mismo se observe mejor en un pasaje de Más allá del principio de placer: «Y aun podría decirse que el sadismo esforzado a salir {herausdrüngen} del yo ha enseñado el camino a los componentes libidinosos de la pulsión sexual, que, en pos de él, se esfuerzan en dar caza (nachdrángen} al objeto» (GW, 13, pág. 58). Líneas antes definía al sadismo como «una pulsión de muerte que fue apartada del yo por el esfuerzo {abdrángen} y la influencia de la libido narcisista… ». Hay ahí una lucha, como una gigantomaquia de las pulsiones primordiales. Y ahora puntualizamos: por eso preferimos «pulsión» a «tendencia» para traducir Trieb. Es intuitiva en castellano la idea de esfuerzo y empuje, adherida a aquel término.

Adrede hemos citado, en un capítulo anterior, inducidos por el propio Freud, la Teogonía de Hesíodo. Los titanes, domeñados por Zeus, desalojados del cosmos, habitan en el Tártaro, próximos a las raíces del universo, y son mantenidos ahí por la fuerza del padre de los dioses. Recordemos la psicomitología de Freud. La gigantomaquia parece uno de los motivos de lo que se llama el romanticismo alemán. Y en los textos Freudianos puede pesquisarse cierta inclinación hacia el aspecto nocturnal de la existencia: sin duda, para incorporarlo al saber científico. La psique, se nos dice muchas veces, es un enigma (Rätsel) a desentrañar.

Se lee en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: «Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación » (GW, 15, pág. 101). Y más adelante: «en el camino que va de la fuente a la meta la pulsión adquiere eficacia psíquica». Nos la representamos como un monto de energía que esfuerza en determinada dirección. A este esforzar debe su nombre: pulsión.

Habíamos dicho que Schelling subvirtió la relación fichteana entre yo y no-yo. En su período de Munich, bajo la influencia del pensamiento teológico de Baader y Böhme, imprimió a su propio pensamiento un giro que lo llevó a concebir el núcleo último de lo real como abismo de fuego, todo esfuerzo y pasión. El esforzar de las pulsiones (Drángen der Triebe) se le reveló como algo eminentemente dinámico, un poder de lo eruptivo, fundamento de la naturaleza misma, como el encrespado oleaje de la materia caótica que Platón describe en su diálogo cosmológico, el Timeo. Parece, pues, que junto al análisis idiomático y al conceptual, esta tercera línea de argumentación, la del contexto cultural, nos autoriza a traducir Drang por «esfuerzo».

El esfuerzo de desalojo y suplantación

En esta sección nos consagraremos a una tarea paradójica.

En castellano ha alcanzado notable difusión, a partir de la traducción de López-Ballesteros, la idea Freudiana de «represión». El término alemán es Verdrängung. La versión no es muy afortunada, y puede originar malentendidos, pero se ha integrado hasta tal punto en el vocabulario corriente que no parece aconsejable sustituirla, sobre todo si se tiene en cuenta que no hay un término que adhiera al campo semántico del vocablo alemán. La paradoja está en que no podemos dejar de abordar el problema, al par que estamos obligados a traducir «represión». Nos limitamos a incluir en los textos, entre llaves, a continuación del término, las expresiones «desalojo», «esfuerzo de desalojo» o «esfuerzo de suplantación», según los casos. Es lo que a continuación se habrá de justificar.

Para comenzar: ya se colegirá que en un autor como Freud, tan atento a lo verbal, a los términos en que plasma su conceptuación, la acepción de drángen que creímos dilucidar en la sección anterior no dejará de tener sus consecuencias.

En un trabajo temprano, «Las neuropsicosis de defensa», describe el proceso de la represión. La persona era sana hasta que se produjo un caso de inconciliabilidad. Tuvo una vivencia tan penosa que resolvió olvidarla. Muchos se acuerdan de su empeño por «ahuyentar» (fortschieben) la cosa, por no pensar en ella, por sofocarla (unterdrücken). Y prosigue: «No puedo afirmar que el voluntario empeño por esforzar fuera {zu drángen aus} de sus pensamientos algo de esa índole constituya un acto patológico» (GW, 1, págs. 61-2). Y son numerosos los textos posteriores que sugieren un esfuerzo de desalojo o suplantación (dos acepciones posibles de Verdrängung), un esfuerzo constante que en el trabajo del análisis debe ser cancelado (aufheben: «cancelar», en el sentido de una compensación económica de cuentas.). Así, Verdrängung, «represión», nos remite, por convocación, al esforzar de las pulsiones.

Decíamos que «represión» era un término mal empleado. Es que se aplicaría mejor a lo descriptivo y fenoménico, ese «ahuyentar» del pasaje citado. Es significativo que en la 19º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, cuando introduce el concepto de la represión, Freud emplee al comienzo el término zurückdrüngen, que hemos traducido por «refrenar». También en las operaciones fallidas había dos propósitos encontrados, y uno de ellos, por cuya presencia larvada se producía la falla, era refrenado. Ese es el término idiomáticamente más próximo al castellano «represión», como en «reprimir» las lágrimas, un grito, etc.: hacerlo con conciencia. A la inversa de «represión», «refrenamiento» es más fenomenológico que explicativo; así, no nos extraña que aparezca en un texto que se propone, pedagógicamente, remontarse de la vivencia inmediata a la explicación psicológica.

La tendencia de Freud a emplear un lenguaje «de raíces» se evidencia en la citada conferencia, cuando dice que la Verdrängung, el desalojo, es el proceso por el cual es «esforzado hacia atrás» (zurückgedrüngt) algo que «esforzaba hacia adelante» (vordrángen). Esto, y los pasajes de Más allá del principio de placer en que se hacían jugar derivados de drángen, nos muestra otra vez que el núcleo de significación ha de situarse, justamente, en esta noción del «esfuerzo» pulsional.

Abundemos algo más sobre ese aspecto terminológico. En el artículo «Psicoanálisis» del Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora (Buenos Aires: Sudamericana, 2,1 págs. 503-5), leemos «desalojo» en los lugares donde el uso ha consagrado «represión». En La interpretación de los sueños hay un pasaje decisivo que abona esa traducción, la más espontánea, idiomáticamente, del término alemán, y que no figura en López-Ballesteros: «El extrañamiento {Abwendung} respecto del recuerdo, que no hace sino repetir {Wiederholung} el primitivo intento de huida frente a la percepción, es facilitado también por el hecho de que el recuerdo, a diferencia de la percepción, no posee cualidad suficiente para excitar a la conciencia y atraer de ese modo sobre sí una investidura nueva. Este extrañamiento { … } nos proporciona el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica {esfuerzo de desalojo psíquico}» (GW, 2-3, pág. 606). Y páginas más adelante se refiere a las «intuiciones que pudieron nacer por un malentendido mientras teníamos en vista los dos sistemas,’ en el sentido más inmediato y grosero, como dos localidades situadas en el interior del aparato anímico; esas intuiciones han dejado su impronta en las expresiones «reprimir» {verdrángen} e «irrumpir» {durchdringen}. { … } Cuando decimos que un pensamiento preconciente es reprimido {desalojado} y entonces el inconciente lo recibe, esta imagen, tomada del círculo de representaciones de la lucha por un terreno, podría inducirnos a suponer que realmente cierto ordenamiento es disuelto dentro de una localidad psíquica y reemplazado por otro que se sitúa en una localidad diferente» (GW, 2-3, pág. 615). Lo movible no es el producto psíquico, sino su inervación. Como imagen de la lucha por un terreno, es evidente que «desalojo» resulta más adecuado que represión. Lo mismo en aquel otro símil que Freud usó cierta vez, el de un perturbador dentro de una sala de conferencias que es «desalojado». Mejor: hay ahí un esfuerzo de desalojo, pues los desalojadores se apoyan con fuerza contra la puerta cerrada para que aquel no irrumpa.

Dijimos que Verdrängung podría traducirse también por «esfuerzo de suplantación». Dora «suplantó» a su madre en el afecto de su padre; o, en el libro sobre los sueños, determinada persona quería suplantar a otra en su puesto. Esta otra connotación nos pone sobre la pista de algo que está incluido en el proceso completo de la represión: la aparición de un sustituto (Ersaiz) de lo suplantado. Casi se diría que el término mismo convoca la idea de un proceso de sustitución.

En cuanto al rastreo contextual de la expresión, en Fichte la hallamos en el análisis de la causalidad o del cambio. Formalmente, cuando algo cambia, un elemento A perece, se corrompe (vergehen), y se asiste a la génesis (Entstehung) de otro elemento, B. o bien, se diría que algo ingresa (Eintreten) y por ese mismo acto algo es suplantado (Verdrängung). Esta relación de suplantación lo es de una oposición esencial: los contrarios se suplantan recíprocamente. Parece, entonces, que la expresión connota «cambio». En un texto de Herder sobre los orígenes del lenguaje, leemos que el lenguaje articulado «suplanta» al lenguaje expresivo de la mera exclamación. Idéntica connotación, pues. También en el uso de Schelling podríamos mostrar lo mismo. Consideraremos ahora, sucesivamente, el aspecto «esfuerzo pulsional» y el aspecto «suplantación» en un proceso de cambio (de evolución o desarrollo biológico y psicológico en Freud).

La especificidad conceptual de la represión: el conflicto

El texto decisivo se encuentra en «La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis» (GW, 8, págs. 94-7). Allí Freud se diferencia de la psiquiatría francesa clásica, y lo hace en torno del concepto de represión. Aquella corriente procura explicar las perturbaciones psicógenas de la visión: 1 ) por la presencia de ideas (Ideen) hiperpotentes (übermáchtig); 2) por el distingo entre procesos anímicos concientes e inconcientes, y 3) por la hipótesis de una disociación anímica. El psicoanálisis acepta los supuestos de la disociación y de lo inconciente, pero los inserta dentro de otro marco de referencia: una concepción dinámica que reconduce (zurückfübren) la vida anímica a un juego de fuerzas que se promueven y se inhiben unas a otras. Cuando en determinado caso cierto grupo de representaciones permanece en lo inconciente, el psicoanálisis no infiere la existencia de una incapacidad constitucional para la síntesis, que se manifestaría en esa disociación. Asevera que una renuencia activa (aktives Stráuben) de otros grupos de representaciones ha causado (verursachen) el aislamiento y la condición de inconciente (Unbewusstheít) de aquel grupo. El proceso que provocó ese destino para el primer grupo es llamado por el psicoanálisis «esfuerzo de desalojo» (Verdrängung), y en él discierne algo análogo a lo que en el ámbito lógico es la desestimación por el juicio (Urteitsverwerfung).

Retengamos tres aspectos: 1 ) la noción de represión proviene de una concepción dinámica; 2) se la conoce por analogía con un proceso empíricamente registrable, la desestimación por el juicio, pero ella misma es empírico-metaempírica por cuanto se sitúa en un nivel causal explicativo, y 3) es lo que distingue la concepción Freudiana respecto de la psiquiatría anterior, que no sabía nada del conflicto psíquico (vom psychischen Konflikt). Es que las oposiciones entre representaciones no son sino la expresión de las luchas entre las pulsiones singulares. Cada pulsión procura hacerse valer reanimando (durch Belebung) las representaciones que convienen a sus metas. Allí radica el secreto de la persistencia de Freud en el concepto de represión. Lo nuclear de él es esa noción de «esfuerzo», que viene de las pulsiones. El conflicto se desarrolla entre estas fuerzas elementales. Y ese esfuerzo lo es de «desalojo», con la bienvenida ambigüedad de este término: desalojo de las representaciones penosas, desalojo de la energía de ellas, y desalojo del yo de una determinada posición perceptiva.

Palingénesis y cenogénesis

Suplantar un texto, según la acepción registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, es mutilarlo, desfigurarlo. Un notable pasaje de «Análisis terminable e interminable» nos trae esa analogía. Hoy -expresa Freud- la censura confiscaría y aniquilaría un texto indeseable. Antes podía optar entre uno de tres procedimientos: 1) el copista tachaba los pasajes objetables; 2) no los trascribía, de suerte que el resultado era un texto lagunoso y, en algunas partes, incomprensible, y 3) podía evitar toda referencia a la mutilación del texto, desfigurarlo, omitir palabras o sustituirlas, intercalar nuevas frases (GW, 16, págs. 81-2). Pues bien: la represión es a los otros métodos de defensa como la omisión es a la desfiguración del texto. La represión equivale a una tachadura o a una omisión. Los otros métodos, de defensa, que desembocan en una «alteración del yo» (Ichveradnderung), desfiguran activamente el texto, lo falsean, con el fin de no dejar huellas de su mutilación. Recuérdese que, en este trabajo, Freud ha vuelto a conceder particular importancia a la noción de «defensa» (Abwehr), a raíz de lo cual la «represión», como método particular de la defensa, adquiere una especificidad mayor.

Ahora bien; la idea misma de comparar los mecanismos de defensa con los diversos modos de falseamiento, alteración y mutilación de un texto nos remite de nuevo a la Antropogenia de HaeckeI. Es justamente la analogía que utiliza este autor para introducir su noción de la «cenogénesis». Recordemos que según la ley biogenética fundamental el desarrollo del nuevo ser recapitulaba la evolución de la vida misma, no sólo la de su especie. Entonces sería muy fácil reconstruir la evolución si tal palingénesis se reprodujera inalterada, Pero la dialéctica de la vida se despliega entre dos momentos, herencia y adaptación. Esta última, la adaptación del embrión al ambiente, ha introducido falsificaciones, alteraciones en su génesis. Es lo que Haeckel llama «cenogénesis», para lo cual introduce la mencionada analogía: el texto que tenemos frente a nosotros no es el original, ha sido mutilado. La cenogénesis consiste en «desplazamientos» tanto en el tiempo como tópicos. Recuérdese que filogenéticamente el sistema nervioso es más reciente que los órganos sexuales. Pues bien: un ejemplo de desplazamiento o descentramiento cenogenético en el ser humano es el hecho del retardo de la maduración sexual, y la aceleración en el desarrollo del cerebro y los órganos de la sensibilidad. ¿Y no es este desplazamiento relativo entre el desarrollo sexual y el desarrollo yoico el lugar donde irrumpe para Freud el conflicto que lleva a la represión?

La idea de una «suplantación orgánica» es desarrollada, según se sabe, en una nota del capítulo IV de El malestar en la cultura. Pero ya Freud la había formulado en una carta a Fliess: «A menudo he vislumbrado que en la represión coopera algo orgánico» (AdA, pág. 246). Eso sería la suplantación de lo olfatorio: la represión equivaldría a extrañarse de lo que huele mal, a dar vuelta la nariz. Y en la mencionada nota la «suplantación o represión orgánica» se sitúa en el paso a la cultura, en el momento en que el ser humano se yergue, adopta la posición erecta y se exilia de la tierra. Aquí parece preciso aclarar algo que después retomaremos: todo el proceso evolutivo parece amenazado en la concepción Freudiana. No es la expansión gozosa de un orden armónico del mundo, sino que siempre amenaza la recaída, lo inferior parece dispuesto, como los Dioses Titanes en las raíces del universo, a aniquilar las formas superiores. De ahí la necesidad de una defensa (Abwehr) para lo nuevo.

El uso de Verdrängung en Fichte, dentro de la conceptuación de la causalidad, nos había preparado para enterarnos que connota, por referencia al contexto cultural, un proceso de cambio. Lo tenemos aquí, en la represión orgánica. Como resultado de ella se desvaloriza todo lo relativo a los estímulos olfatorios, la atracción sexual del macho hacia la hembra deja de ser ocasional y movida por aquellos; la importancia acordada a lo visual trae por consecuencia la continuidad de la excitación sexual, ahora es la hembra misma la que se aísla durante el período (tabú de la menstruación), y así están dadas las bases para la fundación de la familia. Estamos -dice Freud- en los umbrales de la cultura humana. Es todo el erotismo anal el que sucumbe, y de esta forma deja paso al desarrollo cultural. Suplantación orgánica: téngase en cuenta que filogenéticamente lo olfatorio es anterior a lo visual. Y nacimiento de la cultura: estamos frente a la reformulación Freudiana de un tema que había venido ocupando al pensamiento clásico alemán.

Represión y cultura

Un texto de Kant sobre este tema, «Conjeturas sobre los comienzos de la historia humana», nos servirá de cañamazo conceptual-terminológico sobre el cual se perfile mejor el pensamiento Freudiano. Lo tomamos de Sámmtliche Werke, (1867, 4, págs. 317 y sigs.). Es un comentario interpretativo sobre el Génesis. En los comienzos de la humanidad, el instinto (Instinct), esa voz de Dios que todos los animales obedecen, tiene que haber guiado a la criatura. Era lo que la llevaba a tomar ciertos alimentos, y le prohibía otros. Acaso se trataba meramente del sentido del olfato (der Sinn des Geruchs) y de su afinidad con el órgano del gusto, por la notoria simpatía de este con los instrumentos de la digestión. Acaso este sentido no era más intenso en la humanidad primitiva, pero es bien notoria la diferencia que media, en el saber de percepción, entre quien se ocupa meramente de sus sentidos y quien lo hace, al mismo tiempo, de sus pensamientos, pero por eso mismo se ha extrañado de sus sensaciones (dadurch von ihren Empfindungen abgewandten Menschen). El sentido del olfato, pues, presidió la vida edénica. El nuevo desarrollo, la caída, se debió quizás al influjo de un sentido, el de la vista (Sinn des Gesichts), que no depende del instinto. Hacia la misma época, Fichte decía que el tacto sólo da la idea de superficies; tiene que asociarse a la vista, entonces, y a la capacidad de imaginar, a la fantasía, para concebir un «dentro» de las cosas. Pues bien: nos dice Kant que es una propiedad de la razón poder fingirse artificiosamente apetitos (Begierden) con la ayuda de la facultad de imaginar, y ello no solamente sin que una pulsión natural (Naturtríeb) lo oriente, sino contra ella. La imaginación crea inclinaciones desacordes con la naturaleza (naturwidriger Neigungen). El ocasionamiento (Veranlassung) para renegar de las pulsiones naturales pudo ser ínfimo; acaso el ser humano vio a un animal comer de cierto fruto que le era de provecho, y quiso hacer lo mismo, aunque así contrariase su instinto y el fruto le resultase perjudicial. De esta forma se hizo sabedor, conciente (bewusstwerden), de su propia razón, en tanto era una capacidad de sobrepasar las barreras impuestas a los animales. El hombre empezó a hacerle chicanas (chicanieren) a la voz de la naturaleza, y nació la sensualidad. Y no sólo para el instinto de nutrición, por el cual la naturaleza conserva a cada individuo, sino también para el instinto sexual, merced al cual ella provee a la conservación de la especie. Este último, en los animales, es una impulsión (Antríebe) pasajera; en el hombre se hizo permanente por el hecho mismo de que el objeto apetecido empezó a sustraerse a los sentidos: la ocultación del cuerpo, la «hoja de parra», marca el nacimiento de la cultura. Y el hecho de que una inclinación se haga más interior y duradera sustrayendo su objeto de los sentidos es testimonio de que ya se tiene la conciencia de cierto imperio de la razón sobre las impulsiones. El rehusamiento (Weigerung) fue el artificio que permitió pasar de los estímulos meramente sentidos a los estímulos ideales, de los apetitos puramente animales al amor, y, con este último, del sentimiento de lo meramente agradable al gusto por la belleza. De ese modo, el ser humano abre los ojos, empieza a tener vislumbre del tiempo, prevé un futuro que es para él terrible. Y el terror lo lleva a refugiarse en la constitución de una familia y en el trabajo de la cultura. Ha nacido la razón, y no se puede volver atrás: ella es una pulsión inexorable hacia el perfeccionamiento.

Tales son, para Kant, los umbrales de la cultura. Habíamos mencionado un posible malentendido en el uso de la palabra «represión». La historia de la naturaleza comienza por el bien -dice Kant-, pues es la obra de Dios; la historia de la libertad empieza por el mal, por la perturbación del orden natural. Y Kant inserta en este punto una reflexión sobre Rousseau. El hombre es por naturaleza bueno, es la civilización la que sofocó esa bondad originaria. Hay una contradicción entre la humanidad como especie física y la humanidad como especie moral. Pero Rousseau no proponía la vuelta a los bosques, sino el rescate de la humanidad desde la civilización misma. Y Kant, señalando el mal y el vicio introducidos por la razón en el pasaje de la paz paradisíaca al mundo del trabajo y de la discordia, cree discernir la reconciliación futura entre naturaleza y razón en los progresos del arte, que, llegado a su perfección, devendrá de nuevo naturaleza. Ahora bien, si es cierto que el psicoanálisis se propone deshacer las represiones, no puede serlo que postule desandar el largo peregrinaje que ha llevado hasta el desarrollo cultural. Ahí está el malentendido posible, por las connotaciones que el vocablo «represión» tiene en castellano. Por eso nos propusimos mostrar que la reflexión de Freud en El malestar en la cultura se anuda con el pensamiento clásico. En el uso corriente en nuestra lengua, acaso «represión» se asocia con el ejercicio de una violencia dictatorial. Verdrängung contiene la idea de un desalojo esforzante, de un arrebato, de una suplantación que opera como una fuerza natural; pero menos unilateralmente que «represión» en castellano, y es ese matiz, por delgado que sea, el que hemos querido marcar en los textos incluyendo entre llaves «esfuerzo de desalojo» o «esfuerzo de suplantación». Parece importante, pues es el pensamiento mismo de Freud sobre los destinos de la cultura lo que está en juego.

En un próximo capítulo analizaremos otro problema terminológico, el del trastorno hacia lo contrario, que tiene mucho que ver con esta concepción de la cultura como infracción de un orden natural, aunque primeramente consideraremos la noción de «desestimación» que, según vimos por el texto sobre las perturbaciones psicógenas de la visión, era el análogo de la represión.

Debemos consignar, antes, que hemos traducido Urverdrüngung por «represión primordial», de acuerdo con lo dicho acerca del prefijo Ur-, y Nachdrängen por «esfuerzo de dar caza». Todo esfuerzo de desalojo es, en verdad -dice Freud-, un «esfuerzo de dar caza», puesto que -sigue la línea trazada por una represión primordial. Nachdrángen tiene en alemán el sentido indicado, y preferimos traducirlo así, y no por «pospresión», como se ha propuesto, porque ello nos permite realzar el concepto siempre que aparece, como en el pasaje citado de Más allá del principio de placer.