Formación de la ciencia moderna, psicología científica

La crítica kantiana, a fines del siglo XIX se desplegaron diversas tradiciones de investigación que intentaron fundar una psicología científica.

La ciencia moderna. La formación de la ciencia moderna forma parte de una crisis profunda que ha transformado el pensamiento y la conciencia europeas. Es la condición que hace posible no sólo el nacimiento del sujeto de la ciencia sino de los diversos proyectos que toman al hombre mismo como objeto de conocimiento. De la problemática de la constitución de la ciencia moderna importa destacar aquello que constituye una verdadera revolución del pensamiento, en los términos de Alexandre Koyre.
Los cambios producidos por la revolución galileana-newtoniana significan un reordenamiento del mundo, el pasaje de la concepción de un mundo cerrado y finito, jerárquico, ordenado y armónico, a un mundo que es un espacio infinito; básicamente concebido bajo la forma del espacio geométrico. En ese espacio reducido a términos matemáticos, homogéneos, pueden ser formuladas las leyes del movimiento. Hay un cambio radical respecto de la física aristotélica; para la física antigua algunos cuerpos, como los cuerpos celestes, se moverían con movimientos circulares y otros, los cuerpos terrestres, lo harían en cambio de modo rectilíneo; de modo que ese espacio no podía ser geometrizable, porque no era homogéneo. La reducción del espacio a la geometría requiere como condición que todos los cuerpos sean, como cuerpos geométricos, equivalentes y sometidos a leyes uniformes.
Esto suponía vencer resistencias afincadas en los propios sujetos y en el modo de percibir la realidad. Por ejemplo, durante siglos se pensó que los planetas se movían en círculos, porque la concepción de que el círculo era la forma más perfecta operaba como una suerte de obstáculo imaginario, que impedía arribar a las conclusiones que la observación reglada y sistemática permitía. Lo mismo puede decirse del obstáculo que colocaba a la Tierra en el centro del Universo y al sol girando en torno a ella. Esa transformación del pensamiento y el nacimiento de la ciencia moderna se hizo posible en dos ciencias fundamentales que son la astronomía y la física. La ciencia que va de Copérnico a Newton abrió la posibilidad de construir leyes que dieran cuenta en términos uniformes de los fenómenos físicos y de los fenómenos astronómicos; se constituye así un paradigma científico uniforme para fenómenos que no aparecían así unificados en la ciencia antigua. En el nuevo paradigma las mismas leyes que dan cuenta de la caída de los cuerpos, como problema de la física, dan cuenta del movimiento de los astros.
A partir de la empresa de la investigación y del conocimiento científico cambia el modo en que el mundo es concebido como objeto de conocimiento. Abordar este cambio implica tratar una cuestión que no se agotó en la constitución de la ciencia moderna, que es el papel de ciertas resistencias al descubrimiento de lo nuevo. En ese sentido, podemos tomar como ejemplo el proceso a Galileo. ¿Qué es lo que estaba en juego en el "proceso a Galileo"?  Galileo desarrolla lo que ya había afirmado Copérnico y sostiene que no es el sol el que se mueve alrededor de la Tierra, sino que es la Tierra la que se mueve alrededor del sol, por lo tanto hay un reemplazo del sistema geocéntrico por el sistema heliocéntrico. Esta postura es cuestionada por un lado por cuestiones teológicas, porque se sostiene que si la Biblia dice que Dios detuvo el movimiento del sol, está diciendo que el sol se mueve; por lo tanto es herético decir que el sol no se mueve. Pero además, la proposición de que el sol no se mueve contradice la experiencia de la percepción sensible: vemos que el sol se mueve a través del firmamento desde el alba hasta el atardecer. Por lo tanto no se trata solamente de las resistencias desde el dogma o la autoridad de la Iglesia, también hay resistencias desde el sentido común que efectivamente contradice las teorías de Galileo. En ese sentido, interesa destacar que la empresa de la nueva ciencia tiene que vencer obstáculos; por un lado, de las instituciones, fundamentalmente a la Iglesia que había monopolizado el saber y lo había constituido en un recurso de legitimación de su posición de poder en la sociedad. Pero, además, y esto nos interesa porque de alguna manera nos involucra más directamente, la empresa científica se enfrenta al sentido común. Naturalmente tendemos a ser más aristotélicos que galileanos: el principio de inercia no surge de la observación natural. Y la empresa de la ciencia moderna es una empresa que va contra el sentido común.
El cambio que trae aparejado la constitución del nuevo paradigma científico es algo más que la suma de descubrimientos o la constitución de nuevas disciplinas científicas, que se muestran más capaces que antes de dar cuenta de sus problemas y sus objetos. Se trata de un verdadero giro civilizatorio, una fractura en la manera de plantear una condición de conocimiento que ya no puede fundarse en la experiencia sensible, sino que debe construir, por así decir, a la vez su objeto de indagación y el camino para abordarlo; de allí la importancia del método, como un orden racional de conocimiento. Allí se sitúa la innovación de Descartes. Por supuesto, habrá debates sobre el modo en que se construye ese orden de razón, debates epistemológicos y filosóficos. Pero todos desconfían de la experiencia sensible y deben construir un camino para el entendimiento que sea capaz de alcanzar un conocimiento válido a partir de estas apariencias primeras que nunca tienen en si mismas un fundamento de validez. Interesa destacar dos cuestiones, a partir de esta caracterización inspirada en Koyré, de la ciencia moderna como revolución del pensamiento y de la revolución del pensamiento como verdadera fractura en orden a la relación con el mundo. Esta revolución del pensamiento supone un cambio del estatuto de ciertos términos y de ciertos problemas: la dimensión de la verdad, la concepción de la naturaleza y, sobre todo, la cuestión del sujeto.