La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet (investigaciones experimentales por el hipnotismo)

La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet

Investigaciones experimentales por el hipnotismo

Las imágenes

No es nuestra intención dar aquí una teoría completa de las imágenes; es un ensayo que nos parece prematuro; en muchos respectos, la cuestión no está madura. Pero no podemos dejar de consagrar algunas páginas al estudio de estos interesantes fenómenos, porque el conocimiento de la naturaleza de las imágenes no puede menos de aclarar el problema del mecanismo del razonamiento. En suma, las imágenes constituyen, con las sensaciones, los materiales de todas nuestras operaciones intelectuales; la memoria, el razonamiento, la imaginación, son actos que consisten, en último resultado, en agrupar y coordinar imágenes, en enterarse de sus relaciones y formadas y en reunirlas en relaciones nuevas. «De igual modo que el cuerpo, es un polípero de células -ha dicho M. Taine-, el espíritu es un polípero de imágenes.» Desde no hace mucho tiempo parece que se está de acuerdo sobre la naturaleza psicológica de las imágenes. Es cierto que algunos autores antiguos habían visto ya lo que ha pasado inadvertido para muchos de nuestros contemporáneos. Aristóteles decía que no se puede pensar sin una imagen sensible. Pero a muchos espíritus ilustrados les repugnaba admitir que el pensamiento necesitase signos materiales para ejercitarse. Les parecía que esto sería hacer una concesión al materialismo. En 1865, en la época en que hubo una gran discusión sobre las alucinaciones en el seno de la Sociedad médicopsicológica, el filósofo Garnier y alienistas eminentes, como Baillarger, Sandras y otros, sostenían todavía que un abismo infranqueable separa la concepción de un objeto ausente o imaginario -en otros términos, la imagen- y la sensación real producida por un objeto presente; que estos dos fenómenos difieren, no sólo en grado, sino en naturaleza, y que se parecen, todo lo más, como «el cuerpo y la sombra». Es curioso hacer una comparación entre la opinión de estos autores y las respuestas que Galton obtuvo en otro tiempo de un gran número de sabios, cuando comenzó su vasta investigación sobre las imágenes mentales (Mental Imagery). En un cuestionario que hizo circular, preguntaba si se tenía el poder de representarse mentalmente, por una especie de visión interna, los objetos ausentes – tomaba un ejemplo muy inglés: el aspecto del almuerzo servido-, y si esta representación, enteramente subjetiva tenía caracteres comunes con la visión externa. Al paso que las personas poco instruidas y las mujeres le suministraron respuestas muy interesantes sobre la naturaleza de la visión mental, los sabios a quienes se dirigió se negaron a creer en esta facultad, que les parecía una simple figura de lenguaje. Las cosas han cambiado desde aquella época. Psicólogos y fisiólogos -MM. Taine y Galton en primera fila(5)- han trabajado para fijar la naturaleza de las imágenes, el lugar que ocupan en el cerebro, sus relaciones con las sensaciones. Han demostrado que cada imagen es una sensación que renace espontáneamente, en general más sencilla y más débil que la impresión primitiva, pero capaz de adquirir, en condiciones dadas, una intensidad tan grande que se cree continuar viendo el objeto exterior. En las obras especiales se encontrará la demostración completa de estas verdades, que en nuestros días han concluido por hacerse vulgares; ya no sirven más que para objeto de los tratados psicológicos de segundo orden. Notemos de paso que esta teoría de la imagen no tiene nada de materialista; compara la imagen con la sensación y hace de ella una sensación conservada y reproducida. Ahora, ¿qué es la sensación? No es un hecho material; es un estado de conciencia, como una emoción o un deseo. Si nos inclinamos a ver en la sensación un hecho material, es porque tiene un correlativo fisiológico muy aparente: la excitación producida por el objeto exterior en el órgano de los sentidos y transmitida al cerebro. Pero se sabe que todos los fenómenos del espíritu van acompañados, de un fenómeno fisiológico. Esta es la ley. Desde este punto de vista, la sensación y la imagen no difieren de los demás estados de conciencia. El desarrollo de las imágenes es muy variable. Varía, según Galton, con las razas. «Los franceses – dice- parecen poseer este don, como lo prueba su talento para organizar las ceremonias y las fiestas, su aptitud para la estrategia y la claridad de su lenguaje; figurez vous es una expresión que se repite con frecuencia en francés.» La edad y Al lado del tipo indiferente hay que poner el tipo visual, que es también muy común. Un gran número de personas usan casi exclusivamente imágenes visuales; por ejemplo, si piensan en un amigo, ven su cara y no oyen su voz; cuando tratan de aprenderse de memoria una página de un libro, se graban en la memoria la imagen visual de la página con sus caracteres y, al recitarla de memoria, tienen ante los ojos de su espíritu esta imagen y la leen. Cuando recuerdan un aire musical, ven claramente, por el mismo procedimiento, las notas de la partitura. Pero no sólo su memoria es visual, lo son todas sus demás facultades; cuando razonan o hacen obrar a la imaginación, se sirven únicamente de imágenes visuales. El desarrollo exclusivo del espíritu en un solo sentido, permite al visual llevar a cabo operaciones que son tours de force. Hay jugadores que, con los ojos cerrados y con la cabeza vuelta hacia la pared, siguen una partida de ajedrez. Claro es -dice M. Taine- que a cada jugada se les presenta como en un espejo interior la figura entera del tablero con el orden de las diversas piezas; sin lo cual, no podrían prever las consecuencias de la jugada que acaban de hacerles o de la que van a hacer. Dos amigos que tenían esta facultad, jugaban con frecuencia partidas de ajedrez mentales paseándose por los muelles y por las calles. Galton nos refiere que una persona conocida suya tiene el hábito de calcular con una regla de calculo imaginaria, de la que lee mentalmente la parte que necesita para cada una de sus operaciones. Muchos oradores tienen su manuscrito colocado mentalmente ante los ojos cuando hablan en público. Un hombre de Estado aseguraba que sus dificultades de palabra en la tribuna, provenían de que le perturbaba la imagen de su manuscrito con tachados y correcciones. Algunos pintores, dibujantes, escultores, después de haber considerado atentamente un modelo, pueden hacer su retrato de memoria: Horacio Vernet y Gustavo Doré poseían esta facultad. Un pintor copió un día de memoria un Martirio de San Pedro, de Rubens, con una exactitud que engañaría a los inteligentes. Un pintor inglés, citado por Wigan, pintaba un retrato entero, después de una sola sesión de modelo. Tomaba al hombre en su espíritu, le colocaba mentalmente, en la silla y siempre que miraba a la silla veía a la persona sentada. Poco a poco se verificó una confusión en su espíritu; sostenía que el modelo estaba colocado realmente, y finalmente, se volvió loco. Este es el peligro de esta hipertrofia de la imagen visual. Los que gozan de una visualización tan intensa son semi-alucinados, y se puede asegurar que llegarán un día a la alucinación completa. Agreguemos que es muy probable que los visuales estén especialmente predispuestos a las alucinaciones de la vista y, por consiguiente, a las clases de delirio cuyo síntoma son alucinaciones de la vista. Según esta teoría, un visual puro no llegará nunca a ser un perseguido, porque en el delirio de las persecuciones sólo se encuentran, en general, según la observación de Lasègue, alucinaciones del oído. El perseguido no ve a sus perseguidores, no hace más que oírlos. Más adelante veremos que existe una señal objetiva que permite reconocer si un individuo pertenece o no al tipo visual. Las personas que pertenecen al tipo visual puro, están expuestas, además, a un grave peligro; cuando por uno de esos accidentes que los patólogos estudian en estos momentos con ardor, llegan a perder su facultad de visión mental, lo pierden todo a la vez; les es imposible, o por lo menos extraordinariamente difícil, apelar a las demás imágenes que han quedado en estado rudimentario. El tipo indiferente está en una situación mucho mejor; lo que pierde por parte de la vista, por ejemplo, lo recobra por parte del oído; las diferentes clases de imágenes se complementan entre sí. M. Charcat ha referido en una de sus lecciones clínicas un caso patológico interesante, que saca a la luz la existencia del tipo visual y muestra la especie de desorden que se produce en estos individuos cuando pierden su facultad de visión mental. A continuación reproducimos, abreviándola un poco, la observación publicada por M. Bernard. (Progrès médical, 21 Julio 1883.) «M. X…, negociante de A…, es natural de Viena, muy instruido, conoce perfectamente el alemán, el español, el francés y también el latín y el griego clásico. Hasta el comienzo de la afección que le ha llevado junto al profesor M. Charcot, leía a libro abierto las odas de Homero. Sabía el primer libro de la Iliada, hasta el punto de que continuaba sin vacilar un pasaje cuyo primer verso se le hubiese dicho. »Su padre, profesor de lenguas orientales en L…, posee también una memoria de las más notables. Lo mismo ocurre con su hermano, profesor de Derecho en W…, y con una de sus hermanas, pintora distinguida; su propio hijo, de siete años de edad, conoce ya perfectamente las más insignificantes fechas históricas. »M. X… gozaba, todavía hace un año, de una memoria igualmente notable. Como la de su padre y la de su hijo, era sobre todo una memoria visual. La visión mental le daba al primer llamamiento la representación de los rasgos de las personas, la forma y el color de las cosas con tanta claridad e intensidad como la realidad misma, según asegura. »Si buscaba un hecho, o una cifra citadas en su correspondencia, voluminosa y escrita en varias lenguas, los encontraba en seguida en las cartas mismas que se le aparecían con su contenido exacto, con los menores detalles, irregularidades y correcciones de su redacción. »¿Quería recitar una lección cuando estaba en el colegio, o un trozo de un autor favorito más tarde? Dos o tres lecturas habían fijado en su memoria las páginas con sus líneas y sus letras y recitaba, leyendo mentalmente, el pasaje deseado, que al primer esfuerzo se le presentaba con una gran claridad. »M. X… ha viajado mucho. Le gustaba sacar croquis de los lugares y las perspectivas que le habían chocado. Dibujaba bastante bien. Su memoria le ofrecía, cuando quería, los panoramas más exactos. Si recordaba una conversación, una resolución o una palabra dada, el lugar de la conversación, la fisonomía del interlocutor, la escena entera, en una palabra, de la que sólo buscaba un pormenor, se le aparecía en todo su conjunto. »La memoria auditiva ha faltado constantemente a M. X…, o por lo menos nunca ha aparecido en él más que en segundo término. Entre otras cosas, nunca ha tenido ningún gusto por la música. »Le sobrevinieron preocupaciones graves hace año y medio, a propósito de créditos importantes cuyo pago le parecía inseguro. Perdió el apetito y el sueño; el final no justificó sus temores. Pero la emoción había sido tan viva, que no se calmó, como esperaba, y un día M. X… se asombró bruscamente al ver en él un cambio profundo. Lo primero fue un completo desorden: se había producido un contraste violento entre su nuevo estado y el estado antiguo. M. X… se creyó por un instante amenazado de enajenación mental, por lo nuevas y extrañas que le parecían las cosas alrededor de él. Se había hecho nervioso e irritable. En todo caso, la memoria visual de las formas y de los colores había desaparecido, como no tardó en notar, y esto le tranquilizó sobre su estado mental. Por otra parte, reconoció poco a poco que podía, por otros medios, invocando otras formas de la memoria, continuar dirigiendo bien sus negocios comerciales. Hoy ha tomado su partido sobre esta nueva situación, de la que es fácil deducir la diferencia con el estado primitivo de M. X… descrito anteriormente. »Cada vez que M. X… vuelve a A…, de donde le alejan frecuentemente sus negocios, le parece entrar en una ciudad desconocida. Contempla con asombro los monumentos, las calles, las casas, como cuando fue allí por primera vez. París, donde no ha estado menos veces, le produce el mismo efecto. Sin embargo, el recuerdo vuelve poco a poco, y en el laberinto de las calles acaba por encontrar su camino con bastante facilidad. Si se le pide que describa la plaza principal de A…, sus arcos, su estatua, dice: «Sé que eso existe; pero no puedo representármela ni decir rada de ella.» En otro tiempo ha dibujado muchas veces la rada de A…, y hoy trata en vano de reproducir sus líneas principales, que se le pierden por completo. »El recuerdo visual de su mujer y de sus hijos es imposible. Ya no los reconoce al principio, ni más ni menos que la rada y las calles de A…, y aun cuando está en presencia de ellos y ha llegado a reconocerlos, le parece ver nuevos rasgos, nuevos caracteres en su fisonomía. »Llega hasta a olvidarse de su propia fisonomía. Hace poco, en una galería pública, ha visto que le cortaba el paso una persona a quien iba a pedir sus excusas y que no era otra cosa que su propia imagen reflejada por un espejo. »Durante nuestra conversación, M. X… se lamenta vivamente en diferentes ocasiones de la pérdida visual de los colores. Parece más preocupado de esto que de lo demás: «Tengo la más completa seguridad de que mi mujer tiene el pelo negro. Para mí hay una perfecta imposibilidad de encontrar este color en mi memoria, tan completa como la de imaginarme su persona y sus facciones.» »Por lo demás, esta amnesia visual se extiende lo mismo a las cosas de la infancia que a las más recientes. M. X… no sabe ya nada visualmente de la casa paterna. En otro tiempo este recuerdo lo tenía muy presente y lo evocaba a menudo. »El examen del ojo ha sido completamente negativo. M. X… está atacado de una miopía bastante fuerte de -7 D. Este es el resultado del examen de las funciones oculares de monsieur X…, hecho con el mayor cuidado por el doctor Parinaud, en el gabinete oftalmológico de la clínica. No hay lesiones oculares ni perturbaciones funcionales que se puedan observar objetivamente, a no ser un ligero debilitamiento de la sensibilidad cromática, que interesa igualmente a todos los colores. »Añadiremos que ningún síntoma somático ha precedido, acompañado ni seguido a este decaimiento de la memoria visual observado en nuestro enfermo. »Hoy M. X…, como hace casi todo el mundo, debe registrar las copias de las cartas para encontrar los informes que desea y debe hojearlos antes de llegar al sitio que busca. »Ya sólo se acuerda de algunos primeros versos de la Iliada, y la lectura de Homero, de Virgilio, de Horacio, sólo se hace, por decirlo así, a tientas. »Pronuncia a media voz las cifras que suma y no procede más que por pequeños cálculos parciales. »Cuando evoca una conversación, cuando quiere recordar un asunto tratado ante él, conoce que a quien hay que consultar, no sin esfuerzos, es a la memoria auditiva. Las palabras, las frases que recuerda, le parece que resuenan en su oído, sensación completamente nueva para él. »Desde este gran cambio efectuado en él, M. X…, para aprender de memoria alguna cosa, una serie de frases por ejemplo, debe leer en voz alta muchas veces estas frases e impresionar así su oído, y cuando repite más tarde lo aprendido, tiene la sensación muy clara de la audición interior, que precede a la emisión de las palabras, sensación que no conocía en otro tiempo. »Un detalle interesante es el de que, en sus sueños, M. X…, no tiene ya como antes la representación visual de las cosas. Sólo le queda la representación de las palabras, y éstas pertenecen casi exclusivamente a la lengua española.» El tipo auditivo nos parece que es más raro que los tipos anteriores; se reconoce por los mismos caracteres distintivos; las personas de este tipo se representan todos sus recuerdos en el lenguaje del sonido; para recodar una lección, graban en su espíritu, no el aspecto visual de la página, sino el sonido de sus palabras. En ellos el razonamiento es auditivo, como la memoria; por ejemplo, cuando hacen una suma mental, se repiten verbalmente los nombres de las cifras y suman los sonidos, en cierto modo sin tener una representación del signo gráfico. La imaginación toma también la forma auditiva. Cuando yo escribo una escena -decía Legouvé a Scribe- oigo; usted, ve; a cada frase que escribo, impresiona mi oído la voz del personaje. En usted, que es el teatro mismo, los actores andan, se mueven ante su vista; yo soy oyente, usted espectador. -Nada más cierto dijo Scribe-; ¿sabe usted dónde estoy cuando escribo una obra? En medio de las butacas.» Citado por Bernard, De l’Aphasie, pág. 50. Claro es que como el auditivo puro sólo trata de desarrollar una de sus facultades, puede llegar, como el visual, a verdaderos tours de force de memoria; por ejemplo, Mozart escribiendo de memoria, después de dos audiciones, el Miserere de la capilla Sixtina; Beethoven, sordo, componiendo y repitiéndose interiormente sinfonías enormes. En cambio, el auditivo se expone, como el visual, a graves peligros; porque si pierde las imágenes auditivas se queda sin recursos; es una quiebra completa. Es posible que los alucinados del oído y los individuos atacados del delirio de la persecución pertenezcan al tipo auditivo y que el predominio de un orden de imágenes cree una predisposición a un orden correspondiente de alucinaciones -y quizá también de delirio. Nos queda que hablar del tipo motor, que es quizá el más interesante de todos y que es, con mucho, el menos conocido. Las persoras que pertenecen a este grupo, los motores, como se dice, usan para la memoria el razonamiento y todas las demás operaciones intelectuales, las imágenes que se derivan del movimiento. Para comprender bien este punto importante, bastará recordar que «todas nuestras percepciones, y en particular las importantes, las de la vista y el tacto, contienen, como elementos integrantes, movimientos del ojo y de los miembros y que si el movimiento es un elemento esencial cuando vemos realmente un objeto, debe representar el mismo papel cuando vemos el objeto idealmente(8).» Por ejemplo, la impresión compleja de una bola que está en nuestra mano, es la resultante de impresiones ópticas de la vista, del tacto, de adaptaciones musculares del ojo, de movimientos de los dedos y de las sensaciones musculares que resultan de ellos(9). Cuando pensamos en la bola, esta idea debe comprender las imágenes de estas sensaciones musculares, como comprende las imágenes de las sensaciores de la vista y del tacto. Esta es la imagen motora. Si no se ha reconocido antes su existencia, es porque el conocimiento del sentido muscular es relativamente moderno; no se trataba absolutamente nada de él en la psicología antigua, en que estaba reducido a cinco el número de los sentidos. Hay personas que se acuerdan mejor de un dibujo cuando han seguido sus contornos con el dedo. Lecoq de Boisbaudran se servía de este medio, en su enseñanza artística, para acostumbrar a sus alumnos a dibujar de memoria: les hacía seguir los contornos de las figuras con un lápiz en la mano a cierta distancia, obligándolos así a asociar la memoria muscular a la memoria visual. Galton refiere un hecho curioso que confirma esto: El coronel Montcraff -dice- ha observado con frecuencia en América del Norte a jóvenes indios que, al visitar por casualidad sus barrios, se interesaban mucho por los grabados que se les enseñaban. Uno de ellos siguió con cuidado el contorno de un dibujo del Illustrated News, con ayuda de su cuchillo, diciendo que, de esta manera, sabría recortarlo mejor al volver a su casa. En este caso, la imagen motora de los movimientos estaba destinada a reforzar la imagen visual; aquel salvaje era un motor. ¿No se debería generalizar este procedimiento y aplicarlo a la educación? Es probable que el niño aprendiese más pronto a leer y a escribir si se le ejercitaba en trazar los caracteres al mismo tiempo que a deletrearlos. Es un prejuicio creer que no se pueden hacer bien dos cosas a la vez. Haciendo que vayan juntas la lectura y la escritura, se obligaría a las dos memorias, visual y motora, a asociarse y a ayudarse como dos caballos enganchados al mismo coche. La imagen motora entra como elemento esencial en un gran numero de combinaciones mentales, aunque a menudo no se nota su presencia. La memoria de un movimiento tiene por base imágenes motoras; cuando se destruyen estas imágenes, se pierde el recuerdo del movimiento, y en ciertos casos lo más curioso es que se pierde la aptitud para ejecutarlo. La patología nos da muchos ejemplos de ello en la afasia motora, en la agrafía, etc. Tomemos el caso de la agrafía: un hombre instruido que sabe escribir pierde de repente, bruscamente, a consecuencia de accidentes cerebrales, la facultad de escribir; su brazo y su mano no están absolutamente nada paralizados, y, sin embargo, no puede escribir. ¿De qué proviene esta impotencia? Él mismo lo dice: de que ya no sabe. Ha olvidado cómo hay que hacer para trazar las letras; ha perdido la memoria de los movimientos que hay que ejecutar; ya no tiene las imágenes motoras que dirigían su mano cuando se ponía a escribir en otro tiempo. Gracias al hipnotismo, se pueden variar los ejemplos de estas parálisis sistemáticas que no atacan más que a una clase particular de movimientos, dejando intactos a los demás, y al brazo completamente libre. Así es como se puede hacer perder a un hipnótico por sugestión la facultad de ejecutar un acto determinado, como fumar, coser, bordar, hacer morisquetas, etc. A menudo hemos insistido sobre las ventajas que ofrece el hipnotismo, desde este punto de vista, para el estudio de la mayor parte de las perturbaciones motoras y sensitivas(10). Otros enfermos, atacados de ceguera verbal, hacen uso precisamente de estas imágenes motoras para suplir lo que les falta por otro lado. Si acumulamos todos estos ejemplos, es porque el asunto es relativamente nuevo; se nos agradecerá el haber reunido algunos hechos que están esparcidos por todos lados, y el tratar de hacer su síntesis. Un individuo atacado de ceguera verbal no puede ya leer los caracteres que se le ponen ante los ojos, aunque la visión esté intacta, o baste para permitir la lectura. Esta pérdida de la facultad de leer es a veces la única perturbación que existe en ciertos momentos; el enfermo así mutilado puede, sin embargo, llegar a leer, pero indirectamente, por medio de un rodeo ingenioso que con frecuencia encuentra él mismo; basta que dibuje los caracteres con el dedo para que llegue a comprender su sentido. ¿Qué se verifica en estas circunstancias? ¿Por qué mecanismo se puede establecer un complemento entre la vista y la mano? La clave del problema nos la da la imagen motora. Si el enfermo, puede leer, en cierto modo, con los dedos, es porque al escribir los caracteres se suministra cierto número de impresiones musculares que son las de la escritura. Para decirlo de una vez: el enfermo lee escribiendo (Charcot); ahora la imagen motora gráfica sugiere el sentido de los caracteres escritos por el mismo motivo que la imagen visual. Acabamos de ver el lugrar que ocupa la imagen motora en el orden de la vista y en el del movimiento. Su importancia no es menor en el orden del oído. Hay personas para quien la representación de un sonido en el espíritu es siempre una imagen motora de articulación. M. Stricker es de éstos; él mismo es el que primero ha hecho conocer las particularidades de este asunto. He aquí las principales pruebas de que se ha servido: «Cuando formo la imagen de la letra P -dice- se produce en mis labios la misma sensación que si fuese realmente a articularla. Si pienso en la letra R, experimento en la base de la lengua la misma sensación que si quisiera emitir formalmente esta consonante. Esta sensación, en mi opinión, constituye la esencia de la imagen del sonido.» Esta es la primera prueba; la segunda es que no se puede uno representar una letra si se da al mismo tiempo a los músculos que sirven para articularla una posición fija que no les permite entrar en acción. No se puede pensar en la letra B, que es una labial, teniendo la boca completamente abierta, posición que suprime el movimiento de los labios. Finalmente, la tercera prueba es que no se puede tener a la vez la representación de dos letras, por ejemplo, A y U, cuando son los mismos los músculos que sirven para articularla. «El que sea capaz -dice- de representarse simultáneamente, obligando a hacer a su respiración una pausa suficiente, los sonidos A y U, ese tiene el derecho de considerar nula mi teoría. Por lo demás, no necesito apelar al juicio del lector. Semejante simultaneidad es absolutamente imposible, porque los mismos músculos empleados en la formación de la imagen auditiva de A deben servir también a la de U. Ahora bien; yo no podría inervarlas simultáneamente, como sería preciso, de una manera para el sonido A y de otra para el sonido U.» Para aclarar esto por completo, hay que observar que M. Stricker no se ocupa en estos experimentos de la imagen visual de las letras, es evidente, por ejemplo, que se puede uno representar gráficamente la letra B con la boca abierta; pero no es esta la cuestión. Por representación de la letra, M. Stricker ha querido decir sólo la representación auditiva, la que constituye la palabra interior. Este autor sostiene que lo que se toma por imagen auditiva, es decir, por una repetición debilitada del sonido que se oye cuando una persona pronuncia una letra dada, no tiene nada que ver con el sentido de la audición; es una imagen motora, un comienzo de articulación que se detiene antes de llegar al término. El trabajo de M. Stricker ha promovido las objeciones de M. Paulhan, que niega absolutamente los hechos expuestos. M. Paulhan ha realizado todos los experimentum crucis planteados por M. Stricker y consigna que puede hacer un gran número de los actos que M. Stricker declara imposibles. «Encuentro -dice- que puedo, pronunciando en alta voz la letra A, representarme mentalmente la serie de las vocales y aun imaginar una frase entera, de aquí deduzco que, si en estas condiciones es decir, estando inervados los músculos que sirven para pronunciar la A, no puede producirse la imagen motora de las otras vocales, deduzco, repito, que la imagen de las otras vocales no es una imagen motora, por lo menos para mí y para los que sienten como yo.» ¿Qué prueba esta disidencia? Sencillamente que los dos observadores tienen imágenes diferentes y pertenecen a tipos diversos. Seguramente que M. Stricker es un motor; lo es hasta el punto de que ni siquiera concibe que los demás puedan estar constituídos de otro modo. Gracias a la exageración, a la enormidad que el fenómeno presenta en él, ha descubierto un hecho en que nadie se había fijado. Pero como se tienen siempre los defectos de las buenas cualidades, M. Stricker desconoce completamente el papel de la vista y del oído en el recuerdo de las palabras y atribuye todo a la imagen motora. Llega hasta a hacer esta observación asombrosa: «Todavía no he encontrado a nadie que se haya representado el contenido de un artículo de periódico con los caracteres impresos que le acompañan. Se pueden retener de memoria varios artículos, varias frases; pero con palabras que se pronuncia uno interiormente y no con imágenes gráficas de las palabras que se podrían leer en la memoria como en hojas impresas.» Se convendrá en que sería difícil escribir nada más falso. Todos los visuales, y son numerosos, hacen lo que M. Stricker declara imposible. Ahora es la ocasión de observar que, al filosofar, cada uno hace la teoría de su propia naturaleza. Por otra parte, parece bastante probable que M. Paulhan y los que sienten como él, son auditivos puros o indiferentes. Esta es la solución muy sencilla que conviene dar a este pequeño debate. La teoría de la imagen estaba en el punto en que acabamos de dejarlo, cuando M. Féré y yo hemos emprendido el estudio de este fenómeno(12); nos hemos ayudado con los experimentos de hipnotismo, que nos han permitido resolver cierto número de cuestiones que habían quedado pendientes; de estos experimentos que vamos a resumir brevemente, resulta una consecuencia importante referente al lugar de las imágenes. Hasta aquí nos hemos abstenido de definir este lugar; y todavía se podría sostener con ventaja, fundándonos en lo que antecede, que la imagen está simplemente localizada «en el alma» y posee, como se ha dicho, una existencia totalmente elísea. Pero no ocurre así; existen hechos precisos, averiguados, indiscutibles que demuestran que la imagen o más bien el proceso nervioso correspondiente tienen un lugar fijo en el cerebro, que este lugar es el mismo para la imagen y la sensación y que, finalmente, para resumir todo en una fórmula única, la imagen es un fenómeno que resulta de una excitación de los centros sensoriales corticales. Vamos, pues, a exponer lo que se podría llamar una teoría fisiológica de la imagen, o por lo menos, si la palabra es demasiado pretenciosa, una serie de experimentos que se refieren a la fisiología de la imagen. Estos experimentos se han hecho en el Laboratorio clínico de monsieur Charcot, en la Salpêtrière, en muchachas histero-epilépticas, sumidas en el gran hipnotismo por los procedimientos ordinarios tantas veces descritos.

Continuación de ¨La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet¨