LACAN, SEMINARIO 19. Clase 9: 10 de Mayo de 1972

LACAN, SEMINARIO 19. Clase 9: 10 de Mayo de 1972

Me resulta difícil, me resulta tan difícil franquearles la vía en un discurso que no les

interesa a todos. Quiero decir como pas-tous e incluso agrego: sino como pas-tous. Una

cosa es evidente, es el carácter clave en el pensamiento de Freud del «Todos». La noción

de masa que él hereda de ese imbécil que se llamaba Gustave Lebon le sirve para

entificar ese todo. No es asombroso que haya descubierto ahí la necesidad de un «il

existe»; del cual, en esta ocasión, no ve sino el aspecto que él traduce como el trazo

unario: «der einziger Zug». El trazo unario no tiene nada que hacer con «l’y a de l’un» que yo

trato este año de estrechar bajo el título de que no hay mejor manera de hacerlo, lo que yo

expreso por medio de «…ou pire», entonces no es por nada que dije el dicho

adverbialmente.

Les indico de inmediato: el trazo unario es aquél en el cual la repetición se marca como tal.

La repetición no funda ningún «todos» ni identifica nada porque tautológicamente, si se

puede decir, no puede haber en ella una primera vez. Es por esto que toda esta psicología

de algo que se traduce como «de las masas», psicología de las masas, fracasa, falla

aquello que se trataría de ver con un poco más de suerte: la naturaleza del «paus-tous»

que la funda, naturaleza que es justamente aquella de «la mujer»- a ser puesto entre

comillas- que para el padre Freud ha constituído el problema hasta el fin, el problema de lo

que ella quiere, ya les he hablado de esto.

Pero volvamos a lo que yo trato de hilar para ustedes este año. Es cierto que no importa

que puede servir para escribir l’ Un de repetición. No es que no sea nada, sino que se

escribe con cualquier cosa, aún siendo fácil repetirlo en figura. Nada más fácil de figurar

para el ser que se encuentra a cargo de hacer que en el lenguaje eso hable, nada más

fácil a figurar que aquello que está hecho para reproducir naturalmente, a saber, como se

dice, su semejante o su tipo, no es que él sepa en el origen hacer su figura, pero ella lo

marca, y eso, puede devolverle, la marca que justamente es el trazo unario. El trazo unario

es el soporte de aquello de lo que yo partí bajo el nombre de estadio del espejo, es decir de identificación imaginaria. Pero no solamente esa puntuación de un soporte típico, es

decir imaginario, la marca como tal, el trazo unario, no constituye un juicio de valor como

se dice —que yo hacía— un juicio de valor del tipo: imaginario: caca, ¡simbólico:

miam-miam!; sino todo lo que yo he dicho, escrito, inscripto en los grafos, esquematizado

en el modelo óptico en esta ocasión, donde el sujeto se refleja en el trazo unario y donde

solamente a partir de allí es que él se marca como Yo-ideal, todo esto insiste justamente

sobre el hecho de que la identificación imaginaria se opera por una marca simbólica. De

suerte que quien denuncia este maniqueísmo —el juicio de valor: ¡puaj!— en mi doctrina

demuestra solamente lo que él es; por haberme escuchado desde el comienzo de mi

discurso del cual sin embargo es contemporáneo: un cerdo por pararse sobre sus patas y

hacer de cerdo parado; no deja de ser el cerdo que era pero sólo él se imagina que

alguien se acuerda de aquello.

Para volver a Freud del cual hasta aquí no he hecho otra cosa que comentar la función

que él introdujo bajo el nombre de narcisismo, es del error que cometió ligando el yo sin

pasaje a su «Massen-Psychologie» de donde releva lo increíble de la institución en que él

ha proyectado lo que él llama la economía del psiquismo, es a saber la organización a la

cual él ha creído debe confiar el relanzamiento de su doctrina. El la ha querido así; ¿por

qué? Para constituir la custodia de un núcleo de verdad. Es así como lo ha pensado

Freud. Y es así también que aquellos que manifiestan ser los frutos de esta concepción se

expresan por lo mismo y llaman la atención sobre él, aunque declaran modesto este

núcleo, lo que, desde el punto en que están las cosas ahora en la opinión, es cómico. Es

suficiente para hacerlo desaparecer, indicar lo que implica esta especie de garante: una

escuela de sabiduría. He aquí como se habría llamado a esto desde siempre. ¿Es así? La

sabiduría, como aparece en el mismo libro de la paciencia, de la sapiencia que es el

Eclesiastés, ¿es qué? Es como está dicho claramente: es el saber del goce. Todo lo que

se plantea como tal se carácteriza como esotérico y se puede decir que no hay religión,

fuera de la cristiana, que no se adorne (s’en pare/s’ empare(17)) con ello, con los dos

sentidos de la palabra. En todas las religiones, la budista y también la mahometana, sin

contar las otras, hay este adorno, este modo de adornarse, quiero decir de marcar el lugar

de ese saber del goce. ¿Tengo necesidad de evocar los tantras para una de esas

religiones, y los sufíes para la otra? Es esto con lo cual se autorizan también los filósofos

presocráticos y es esto aquello con lo que Sócrates rompe substituyéndolo, llamándolo por

su nombre, por la relación con el objeto a que no es otra cosa que eso que él llama alma.

Esta operación se ilustra suficientemente con el partenaire que le es dado en el

«Banquete» bajo la especie perfectamente histórica de Alcibíades, o dicho de otro modo del

frenesí sexual, en cual desemboco normalmente el discurso del Amo, si puedo decirlo,

absoluto, es decir que él no produce otra cosa que la castración simbólica, recuerdo la

mutilación de los Hermes, yo lo hice en su tiempo cuando, me serví de ese «Banquete»

para articular la transferencia(18). El saber del goce, a partir de Sócrates, no sobrevivirá

sino al margen de la civilización, por supuesto sin que ella sienta eso que Freud llama

púdicamente su malestar. Un loco cada tanto muge que él se encuentra en el hilo de esa

subversión, esto no marca un momento decisivo sino en que sea capaz de hacerla oír en

el discurso mismo que ha producido ese saber: el discurso cristiano, para poner los puntos

sobre las íes, ya que no dudemos de ellos, es el heredero del discurso socrático, es el

discurso del Amo up to date, del Amo último modelo, y de sus nietas modelo-modelo que

son su progenitura.

Me aseguran que en este género, lo que yo llamo modelo-modelo, que ahora se adorna de

iniciales diversas, pero que comienzan siempre por M, vienen aquí en gran cantidad. Lo sé

porque me lo dicen. Porque, yo, de donde estoy, no me es suficiente para verlos, mirarlos

a Ustedes, porque justamente desde el vamos, ellas no son «pas-toutes» modelo-modelo.

Sí, remarquémoslo, esto produce efecto evidentemente cuando, esta observación, que ha

habido subversión- y he dicho que marca un momento decisivo, hace época- es un

Nietzsche el que la profiere. Yo simplemente marco, que no puede proferirla, quiero decir

hacerse oír, sino articulándola dentro del único discurso audible, es decir aquél que

determina el Amo up-to-date como su descendencia. Todo ese bello mundo se regodea en

ello naturalmente, pero eso no cambia nada. Todo lo que se produjo es parte desde el

comienzo y, por supuesto, las mismas iniciales de las cuales se trataba hace un rato, están

también desde el comienzo, esto no se descubre sino «nachtráglich».

Creo que no es inútil marcar aquí que el «pas-tous» se ha deslizado, como es natural, al

«pas-toutes», está hecho para eso, todo el bla-bla-bla del cual yo produzco hoy que no se

puede puntear algún movimiento en la emergencia del discurso sino para marcar que el

sentido del mismo sigue siendo problemático, particularmente lo que no se debe oír en lo

que yo acabo de decir, a saber un sentido de la historia, ya que, como cualquier otro

sentido, no se aclara sino de lo que sucede, y lo que sucede no depende sino de la

fortuna. Sin embargo, esto no quiere decir que no sea calculable. ¿A partir de qué? De l’Un

que se encuentra. Sólo que no hay que equivocarse en lo que se encuentra de Un. No es

nunca aquél que se busca. Es por eso, como yo lo dije después de otro que está en mi

caso- «Yo no busco», dijo «yo encuentro» —el modo, el único modo de no equivocarse, es a

partir del hallazgo interrogarse sobre qué era lo que había, si se hubiera querido, para

buscar. ¿Qué es la fórmula de la cual, un día, yo he articulado la transferencia, ese luego

famoso «sujeto-supuesto-saber»? Mis artefactos de escritura demuestran en ella un

pleonasmo: hay que escribir sujeto de $, lo que recuerda que un sujeto no es jamás más

que un supuesto: (escritura en griego). No uso la redundancia sino a partir de la sordera de

el Otro. Está claro que es el saber el que es supuesto, y nadie se ha equivocado nunca en

esto. ¿Supuesto a quién? Ciertamente no al analista sino a su posición. Sobre esto se

puede consultar mis seminarios, ya que es esto lo que sorprende al releerlos, nada de

fallas. A diferencia de mis Escritos. Sí. Es así. Porque yo escribo rápido. No me lo había

dicho nunca, pero lo descubrí porque me sucedió hablando recientemente con alguien.

Fue después de la última vez en que algunos de ustedes. me oyeron en Sainte Anne.

Avancé algunas cosas a partir de la teoría de los conjuntos aquí evocada, para cuestionar

este Uno del cual hablaba recién, hace un instante. Yo arriesgo siempre , y no se puede

decir que esta vez no lo haya hecho con todo el humor necesario.

Dos elevado a la Aleph(19), índice cero menos Uno, creo haberles señalado

suficientemente la diferencia que hay entre el índice cero y la función cero cuando es

utilizada en una escala exponencial. Por supuesto, esto no quiere decir que no haya

cosquilleado aquí la insensibilidad de los matemáticos que podrían encontrarse aquí esta

noche entre mi auditorio. Lo que yo quería decir es que, sustraído el Uno, todo este edificio

de números debería, entendiéndolo como producto de una operación lógica, nominalmente

aquella que procede de la posición del cero y la definición del sucesor, deshacerse en toda

la cadena hasta volver a su punto de partida. Es curioso que me haya sido necesario

convocar a alguien expresamente para que, de su boca, reencuentre lo bien fundado de lo que enuncié la última vez, a saber que esto no comporta solamente el Uno que se produce

del cero, sino un otro que como tal he marcado señalable en la cadena del pasaje de un

número al otro cuando se trata de contar su parte. Es aquí donde yo espero concluir, pero

desde ahora me contento con notar que la persona que así me confirmaba, es ella la que

en una dedicatoria que me hizo el honor de hacerme a propósito de un pequeño artículo

en el cual ella misma enunciaba que yo escribía rápido. Esto no se me ocurrió porque lo

que yo escribo, lo rehago diez veces. Pero es cierto que la décima vez, lo escribo muy

rápido y es por esos que quedan en ello imperfecciónes: porque es un texto. Un texto,

como su nombre lo indica, no puede tejerse sino haciendo nudos. Cuando se hacen

nudos, hay algo que resta y pende. Pido disculpas. Nunca he escrito sino para que me

entendieran las personas sensatas. Y cuando, por excepción escribía primero, el relato de

un congreso por ejemplo, no hice nunca sino dar un discurso sobre mi propio relato.

Consulten sino lo que yo dije en Roma para el congreso así llamado: hice el informe escrito

que se sabe, y esto ha sido publicado en su momento, lo que yo dije; no lo he retomado en

mi escrito, pero estaremos más cómodos seguramente en él que en el informe mismo.

Aquellos para quienes, en suma, yo hice este trabajo de retoma lógica, este trabajo que

parte del discurso de Roma, desde que ellos abandonan la línea crítica que de él resulta,

de ese trabajo, para volver a los seres de los cuales yo demuestro precisamente que este

discurso debe abstenerse, para volver a esos seres, y hacer de ellos el soporte del

discurso del analizando, no hacen más que volver al parloteo. He aquí por qué los mismos

que han tomado el ancho de este discurso, tan pronto dicho, tan pronto hecho, han

perdido completamente el sentido del mismo. He aquí por qué, a propósito de mi

«sujeto-supuesto-saber», ocurre que lo emiten, más aún, que imprimen negro sobre blanco

—lo que es más fuerte—, justamente al apercibirse despegados de donde yo los conducía,

de la línea en que yo los mantenía, que ellos no sabían más nada. A partir de lo cual, lo

repito, llegaron a decir que suponerlo, ese saber, a la posición del analista, es muy malo

porque quiere decir que el analista hace apariencia. No hay en esto más que una pequeña

paja que yo ya he puntualizado recién, y es que el analista no hace apariencia: ocupa

—¿ocupa con qué? es lo que dejo a retomar— ocupa la posición del aparente (semblant).

Lo ocupa legítimamente porque, en relación al goce, al goce tal como ellos deben

aprehenderlo en los dichos de aquel que a título de analizante ellos resguardan en su

enunciación de sujeto, no hay otra posición sostenible, que no hay sino aquí que se

apercibe hasta dónde el goce, el goce de esta enunciación autorizada, puede conducirse

sin estragos demasiado notables. Pero el que hace apariencia (semblant) no se nutre del

goce del cual se mofaría según el decir de aquellos que vuelven al discurso del carril. Este

que hace apariencia (semblant) da a otra cosa que el mismo su portavoz, y justamente al

mostrarse con máscara que (yo digo) abiertamente llevada, como en la escena griega: el

goce apariencia no tiene efecto sino por ser manifiesto. Cuando el actor lleva su máscara,

su cara no gesticula, no es realista, el phatos está reservado al coro que se da a él —es el

caso de decirlo— lo pasa en grande, y, ¿por qué?. Para que el espectador, digo aquel de

la escena antigua, encuentre su plus de gozar comunitario en él. Es lo que para nosotros

es el costo del cine, en él la máscara es otra cosa: es lo irreal de la proyección.

Pero volvamos a nosotros, es para darle voz a algo que el analista puede demostrar que

esta referencia a la escena griega, es oportuna, porque. ¿qué es lo que él hace, al ocupar

como tal esta posición de aparente?. Nada más que demostrar justamente que el poder,

demostrar que el terror experimentado del deseo sobre el cual se organiza la neurosis —lo que se llama defensa— no es a la vista de lo que se produce de trabajo de pura pérdida

más que conjura para provocar compasión. Encontrarán en las dos puntas de esta frase lo

que Aristóteles designa como efecto de la tragedia sobre el auditor. ¿Y dónde dije yo que

el saber del cual procede esta voz sea del aparente? ¿Debe ella misma parecerlo, tomar

un tono inspirado? Nada parecido: ni el aire, ni la canción del aparente le convienen al

analista. Solamente he aquí, que está claro que ese saber no es lo esotérico del goce, ni

solamente la habilidad de la mueca; es necesario resolverse a hablar de la verdad como

posición fundamental, incluso si de esta verdad no se sabe todo ya que yo la definí por su

medio decir, por el hecho de que ella no puede más que medio-decirse. Pero, ¿qué es

entonces el saber que se asegura de la verdad?. No es otra cosa que lo que proviene de

la notación que resulta del hecho de plantearla a partir del significante, actitud bastante

ruda de sostener, pero que se confirma al proveer un saber no iniciático porque

procediendo, mal que le pese a alguien, del sujeto, que un discurso somete como tal a la

producción, ese sujeto que califican de creativo, y precisar que es de sujeto de lo que se

trata, lo que se recorta de lo que el sujeto —en mi lógica— se extenúa por producirse

como efecto del significante, por supuesto, manteniéndose tan distinto de él como un

número real de una serie cuya convergencia está asegurada racionalmente.

Decir saber no iniciático, es decir saber que se enseña por otras vías que las directas del

goce, las cuales están todas condicionadas por el fracaso fundador del goce sexual,

quiero decir de aquél por el cual el goce constitutivo del ser parlante se demarca del goce

sexual, separación y demarcación de las cuales ciertamente la eflorescencia es corta y

limitada. Y es por esto que no se ha podido hacer sino el catálogo precisamente a partir

del discurso analítico en la lista perfectamente finita de las pulsiones. Su finitud es conexa

con la imposibilidad que se demuestra en el verdadero cuestionamiento de la relación

sexual como tal. Exactamente, es en la práctica misma de la relación sexual dónde se

afirma el lazo que promovemos. Nosotros, como seres parlantes, dispersamos por todas

partes lo imposible y lo real, a saber que lo Real no tiene otro testimonio: toda realidad es

supuesta ser, no imaginaria, como me lo imputan, porque en realidad es bastante patente

que lo Imaginario tal como surge de la etología animal es una articulación de lo Real. Lo

que nosotros debemos suponer de toda realidad, es que ella sea fantasmática y lo que

permite escapar de ella, es que una imposibilidad en la fórmula simbólica que nos está

permitido extraer de ella demuestra lo real del cual no por nada aquí para designar lo

simbólico en cuestión nos serviremos de la palabra término.

El amor, después de todo podría ser tomado como objeto de una fenomenología: la

expresión literaria de lo que se emite es bastante profusa para que se pueda presumir que

se podría sacar de ella algo. De cualquier modo es curioso que, poniendo a parte ciertos

autores como Stendhal, Baudelaire y dejando caer la fenomenología amorosa del

surrealismo cuyo moralismo me deja impotente —es el caso de decirlo— es curioso que la

expresión literaria sea tan corta como para que no pueda incluso aparecer la única cosa

que nos interesaría: es la extrañeza, y que si esto es suficiente para designar todo lo que

se inscribe en la novela del siglo XIX, para todo lo que está antes, es lo contrario: es

—remítanse a la «Astrea» que, para los contemporáneos, no era nada— en que nosotros

comprendemos tan poco lo que ella podía ser, justamente para los contemporáneos, que

no sentimos por ella más que fastidio. De suerte que esta fenomenología, no es muy difícil

de hacerla y que al retomar lo que haría inventario de ella, no pueda deducir en ello otra

cosa que la miseria de aquello sobre lo cual ella se apoya.

El psicoanálisis mismo ha caído allí dentro en total inocencia. Por supuesto, no es muy

alegre lo que ha encontrado primero. Hay que reconocer que no se ha limitado a ello: pero

lo que le resta y lo que ella abre de ejemplar primeramente, es ese modelo de amor en

tanto que está dado por los cuidados dados por la madre al hijo, a aquello que se inscribe

aún en el carácter chino: HAO, lo que quiere decir el bien o lo que está bien. No es otra

cosa que esto:….( carácteres chinos…..) que figura el hijo Tseu y eso que quiere decir la

mujer. Extendiendo esto, de la hija acariciando al padre senil e incluso a eso a lo cual yo

hago alusión al final de mi: La Subversión del sujeto, a saber al minero que su mujer

friccióna antes que él la bese, no es esto lo que nos aclarará mucho la relación sexual.

El saber sobre la verdad es útil al analista en tanto le permita ensanchar un poco su

relación a esos efectos del sujeto justamente de los cuales yo he intentado decir que él

resguarda dejando el campo libre al discurso del analizando. Que el analista debe

comprender el discurso del analizando, parece en efecto preferible. Pero saber de donde,

es una cuestión que no parece imponerse a los ojos de la sola notación de lo que él debe

ser en el discurso al ocupar la posición del semblant. Es necesario, por supuesto, acentuar

que es en tanto que a que él ocupa esta posición del semblant. El analista no puede

comprender nada sino a título de lo que dice el analizando; a saber, de verse, no como

causa, sino como efecto de ese discurso, lo que no le impide el derecho de reconocerse

en él. Y es por esto que vale más que haya pasado por allí, en el análisis didáctico, quien

no puede estar seguro más que por haber estado involucrado de esta manera.

Hay una face (o faz) del saber sobre la Verdad que toma su fuerza de descuidar

totalmente el contenido de ella, de asestar que la articulación significante es su lugar y su

tiempo de tal modo que cualquier cosa que no es más que esta articulación cuya

mostración al sentido pasivo se encuentra en tomar un sentido activo e imponerse como

demostración al ser, al ser parlante que no puede en esta ocasión no reconocer, para el

significante, no solamente habitarlos sino no ser más que la marca de él. Porque la libertad

de elegir sus axiomas, es decir al comienzo elegido para esta demostración no consiste

más que en sufrir como sujeto las consecuencias que, ellas mismas no son libres, a partir

solamente de que la Verdad puede construirse solamente a partir de 0 y de 1, lo que se

hizo no solamente al comienzo del último siglo, en algún lugar entre Boole y De Morgan,

con la emergencia de la lógica matemática, donde no se debe creer que 0 y 1 aquí anotan

la oposición de la Verdad y el error.

Es la revelación, que no toma su valor sino «nachtraglich», por Fege y Cantor de lo que ese

0 dice del error, que obstruía a los estoicos para quienes era esto y esto conducía esta

graciosa locura de la implicancia material, la cual no por nada era rechazada por algunos

de eso que ella plantea, que la implicación es verdadera lo que hace resultar la verdad

formulada, el error implicando la verdad es una implicación verdadera. No hay nada

parecido en la posición de esto con la lógica matemática: que 0 implique 1 es una

implicación notable de 1, es decir verdaderamente.

0 (cero) tiene tanto valor verídico como 1, porque 0 no es la negación de la verdad 1, sino

la verdad de la falta que consiste en que a 2 le falta 1, lo que quiere decir, en el único

plano de la verdad, que la Verdad no podría hablar sino afirmándose en la ocasión, como

se ha hecho durante siglos, ser la doble verdad, pero jamás la verdad, completa.

0 no es la negación de alguna cosa, particularmente de ninguna multiplicidad. El juega su

rol en la edificación del número. Es completamente arreglable como cada uno sabe: si no

hubiera más que 0, ¡que vida tranquila tendríamos! Pero lo que esto indica es que, cuando

haría falta que hubiera 2, no los hay jamás y esta es una verdad.

0 (cero) implica 1, el todo implicando 1, se debe tomar, no como lo falso implicando lo

verdadero, sino como dos verdaderos, el uno implicando al otro, pero también afirmar que

lo verdadero no sea nunca sino al faltarle a su partenaire. La única cosa a la cual él o se

opone, pero resueltamente, es a tener una relación con el 1 tal que el 2 puede resultar de

ella. No es cierto que (0 –> 1) –> 1, es lo que yo marco con la barra que conviene, que 0

implicando 1 implica 2.

¿Como aprehender entonces lo que es de ese 2, sin lo cual está claro que no se puede

construir ningún número? Yo no he hablado de numerarlos, sino de construirlos. Es por

eso que la última vez, los llevé hasta el Aleph, fue para, al pasar, hacerles sentir que en la

generación de un número cardinal al otro, en el conteo de los subconjuntos, algo en

alguna parte se cuenta tal que es otro 1, esos que marqué en el triángulo de Pascal

haciendo remarcar que cada cifra que se encuentra a la derecha remarcando el número de

partes se hace de la adición de lo que en ella corresponde como parte en el conjunto

precedente.

LACAN, SEMINARIO 19. Clase 9: 10 de Mayo de 1972

Es ese 1, ese 1 que he carácterizado cuando se trata del 3 por ejemplo, a saber el ab

opuesto al c y del ba que viene igual. Para lo que corresponde al 4, es necesario que al

ab, al ba,

LACAN, SEMINARIO 19. Clase 9: 10 de Mayo de 1972, figura 2

al ac, haya a.b.c. el a.b.c., la yuxtaposición de los elementos del conjunto precedente, su

yuxtaposición como tal que viene a cuenta al sólo título de 1. Es lo que yo he llamado «la mismidad de la diferencia», porque es en tanto que nada en su propiedad es más que ser

diferencia de los elementos que vienen aquí a soportar a los subconjuntos; que esos

elementos son contados —ellos mismos— en la generación de las partes que van a

continuar. Insisto. Lo que se cuestiona es, aquello de lo que se trata en cuanto a lo

enumerado, es el uno en más en tanto y en cuanto se cuenta como tal en lo enumerado

en el Aleph de sus partes en cada pasaje de un número a su sucesor. Es de contarse

como tal, de la diferencia como propiedad, que la multiplicación que se expresa en el

exponencial 2n-1 , de las partes del conjunto superior, de su bipartición, que se comprueba

en el Aleph, ¿qué? A ser puesta a prueba de lo enumerable. Que es lo que aquí se revela

en tanto que de un Uno, del Uno del cual se trata, es de otro que se trata: que aquello que

se constituye a partir del 1 y del 0 como inaccesibilidad del 2, no se libra sino al nivel del

Aleph(20)0 es decir del infinito actual.

Para terminar, se los voy a hacer sentir y bajo una forma completamente simple que és

ésta: de lo que se puede decir en cuanto a lo que es en los enteros, concerniendo una

propiedad que sería la de la accesibilidad. Definámosla así: un número es accesible de

poder ser producido, sea como suma, sea como exponenciación de números que son más

pequeños que él. Bajo este tratamiento, el comienzo de los números se confirma no ser

accesible y más precisamente hasta el 2. La cosa nos interesa muy especialmente en

cuanto a ese 2, ya que de la relación del 1 al 0, he señalado suficientemente que el 1 se

engendra de aquello que el 0 marca como falta. Con 0 y 1, que Uds. adicionan, o ponen

uno junto al otro, véase al 1 mismo en una relación exponencial, jamás se llega al 2. El

número 2, en el sentido en que yo acabo de plantearlo, que se puede de una suma o de

una exponenciación engendrarse de números más pequeños, este test se demuestra

negativo: no hay 2 que se engendre por medio del 1 o del 0.

Una observación de Gödel es aquí esclarecedora, y es precisamente que el Aleph0 (4), a

saber el infinito actual, es lo que se revela realizar el mismo caso, en tanto que para todo

lo que corresponde a los números enteros a partir de 2 —comiencen por 3: 3 se hace con

1 y 2, 4 puede hacerse de un 2 puesto en su propia exponenciación, y así el resto— no

hay un número que no pueda realizarse por una de esas dos operaciones a partir de

números más pequeños que él. Es esto precisamente lo que falta y es lo que, al nivel del

Aleph 0 (cero) reproduce esta falla que yo llamo de la inaccesibilidad.

No hay ningún número propiamente que, sirviéndose de él para hacer la adición indefinida

con todos, incluso con todos su sucesores, ni tampoco llevándolo a un exponente tan

grande como Uds. deseen, que haya accedido jamás al Aleph.

Es singular —y esto es lo que hoy debo dejar de lado, a riesgo de tener que retomarlo: si

esto interesa a algunos en un círculo más estrecho— es muy llamativo que, de la

construcción de Cantor, resulta que no hay Aleph que a partir del Aleph o no pueda ser

tenido como por accesible. No es menos cierto que, desde la opinión de aquellos que han

hecho progresar esta dificultad de la Teoría de los Conjuntos, es solamente de la

suposición que, en esos Alephs, hay algo de inaccesible, que puede reintroducirse, en lo

que es números enteros, lo que yo llamaría la consistencia, dicho de otro modo que, sin

esta suposición de lo inaccesible reproduciéndose en alguna parte en los Alephs, esto de

los que se trata, y esto de lo que yo partí y esto que está hecho para sugerirles la utilidad

de que haya Uno para que Uds, sea capaces de oír lo que es esta bipartición fugitiva a cada instante, esta bipartición del hombre y la mujer: todo lo que no es hombre es mujer;

tenderíamos a admitirlo, pero ya que la mujer es «no toda» (pas-toute), ¿por qué todo

aquello que no es mujer debiera ser hombre? Esta bipartición, esta imposibilidad de

aplicar, en esta materia del género, algo que sea el principio de contradicción, que no deba

nada menos que admitir la inaccesibilidad de algo más allá del Aleph para que la

no-contradicción sea consistente, que sea fundado decir que lo que no es 1 sea 0 y que lo

que no es 0 sea 1; es esto lo que yo les indico como siendo lo que debe permitir el

analista escuchar, un poco más lejos que a través de los cristales de los anteojos del

objeto a, lo que aquí se produce, lo que de efecto se produce, lo que se crea de Uno por

un discurso que no reposa sino sobre el fundamento del significante.

Volver a «Seminarios de J. Lacan«