Los escritos técnicos de Freud contin.12

Los escritos técnicos de Freud contin.12

Roberto era ahora capaz de recibir, y capaz de dar. Me dio su caca sin temor de ser
castrado por ese don.
Llegamos entonces a un nivel del tratamiento que puede resumirse así: el contenido de su
cuerpo ya no es destructor, malo; Roberto es capaz de expresar su agresividad haciendo
pipí de pie, y sin que la existencia e integridad del continente, es decir del cuerpo, sean
cuestionadas.
El Q.D. del Gessell pasó de 43 a 89, y en el Terman Merrill tiene un C.I. de 75. El cuadro
clínico cambió, las perturbaciones motoras han desaparecido, el prognatismo también. Se
ha vuelto amistoso con los otros niños, a menudo protector de los más pequeños. Se
puede empezar a integrarlo en actividades grupales. Sólo el lenguaje permanece
rudimentario: Roberto nunca estructura frases, sólo emplea las palabras esenciales.
Me fui luego de vacaciones. Estuve ausente dos meses.
A mi regreso, Roberto monta una escena que muestra la coexistencia en él de los patterns
del pasado y de la construcción presente.
Durante mi ausencia su comportamiento siguió siendo idéntico; expresaba en su antiguo
modo, pero en forma muy rica a causa de lo adquirido, lo que la separación representaba
para él: su temor de perderme.
Cuando regresé, vació como para destruirlos, la leche, su pipí, su caca, después se quitó
el delantal y lo tiró al agua. Destruyó así su antiguo contenido y su antiguo continente,
vueltos a encontrar a través del traumatismo de mi ausencia.
Al día siguiente, desbordado por su reacción psicológica, Roberto se expresaba en el
plano somático: diarrea profusa, vómitos, síncope. Se vaciaba completamente de su
imagen pasada. Sólo mi permanencia podía constituir el enlace con una nueva imagen de
sí mismo, como un nuevo nacimiento.
En ese momento, adquirió una nueva imagen de sí mismo. Lo vemos en sesión volver a
poner en escena antiguos traumatismos que ignorábamos. Roberto bebe el biberón, pone
la tetina en su oreja, y rompe luego, con gran violencia, el biberón.
Sin embargo, fue capaz de hacerlo sin que la integridad de su cuerpo sufriera por ello. Se
separó de su símbolo del biberón y pudo expresarse a través de él en tanto que objeto.
Esta sesión que repitió dos veces, fue tan impresionante que investigué cómo se había
desarrollado la antrotomía sufrida a los cinco meses. Supimos entonces que, en el servicio
de O.R.L. donde fue operado, no le anestesiaron y que, durante la dolorosa operación le
mantuvieron por la fuerza un biberón de agua azucarada en la boca
Este episodio traumático esclareció la imagen que Roberto había construido de una madre
que hambreaba, violenta, paranoica, peligrosa, que seguramente le atacaba. Después de
la separación, un biberón mantenido por la fuerza, haciéndole tragar sus gritos. La
alimentación con sonda, veinticinco cambios sucesivos. Tuve la impresión de que el drama
de Roberto era que todos sus fantasmas oral-sádicos se habian realizado en sus
condiciones de existencia. Sus fantasmas se habían convertido en realidad.
Por último, debí confrontarlo con una realidad. Estuve ausente durante un año, y volví
encinta de ocho meses. Me vio encinta. Comenzó poniendo en escena fantasmas de
destrucción de ese niño.
Desaparecí a causa del parto. Durante mi ausencia, mi marido lo tomó en tratamiento, y
Roberto puso en escena la destrucción del niño. Cuando regresé me vio sin vientre y sin
niño. Estaba pues convencido que sus fantasmas se habían hecho realidad, que había
matado al niño, y que por lo tanto yo iba a matarlo.
Estuvo sumamente agitado esos últimos quince días, hasta el día en que pudo decírmelo.
Entonces, lo confronté con la realidad. Le traje a mi hija, para que pudiese ahora hacer la
ruptura. Su estado de agitación cesó de golpe, y cuando lo volví a ver, al día siguiente,
empezó, por fin, a expresarme sentimientos de celos. Se aferraba a algo vivo y no a la
muerte.
Este niño había permanecido siempre en el estadio en el que los fantasmas eran realidad.
Esto explica que sus fantasmas de construcción intrauterina hayan sido realidad en el
tratamiento, y que haya podido hacer una asombrosa construcción. Si hubiese estado más
allá de ese estadio, yo no hubiera podido obtener esa construcción de sí mismo.
Como decía ayer, tuve la impresión de que este niño había caído bajo el efecto de lo real,
que al comienzo no había en él función simbólica alguna, y menos aún función imaginaria.
Tenía al menos dos palabras.
SR. HYPPOLITE: Quisiera plantear una pregunta sobre la palabra El lobo. ¿De dónde salió
El lobo?
SRA. LEFORT: En las instituciones infantiles, a menudo las enfermeras asustan a los
niños con el lobo. En la institución donde lo tomé en tratamiento, los niños fueron
encerrados-un día que estaban insoportables-en la sala de juegos, y una enfermera salió e
imitó el grito del lobo para que se portaran bien.
SR. HYPPOLITE: Quedaría por explicar por qué el miedo al lobo se fijó en él, como en
muchos otros niños.
SRA. LEFORT: El lobo era evidentemente, en parte, la madre devorante.
SR. HYPPOLITE: ¿ Cree usted que el lobo es siempre la madre devorante?
SRA. LEFORT: En las historias infantiles siempre se dice que el lobo va a comer. En el
estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su madre, y piensa que su madre va a
comerle. Su madre se convierte en lobo. Creo que aquí está, probablemente, pero no
estoy segura, la génesis. Hay en la historia de este niño muchas cosas ignoradas, que no
he podido saber. Cuando quería ser agresivo conmigo no se ponía en cuatro patas, ni
ladraba. Ahora lo hace. Ahora sabe que es un ser humano, pero de vez en cuando
necesita identificarse a un animal, como lo hace un niño de dieciocho meses. Y cuando
quiere ser agresivo, se pone en cuatro patas, y hace uuh, uuh, sin la menor angustia.
Después se incorpora y sigue el curso de la sesión. Sólo puede expresar su agresividad en
ese estadio.
SR. HYPPOLITE: Sí, entre zwingen y bezwingen. Se trata de la diferencia que existe entre
la palabra en que hay coerción, y aquella en la que no la hay. La compulsión, Zwang, es el
lobo el que le produce angustia, y la angustia superada, Bezwingung, es el momento en
que juega al lobo.
SRA. LEFORT: Sí, estoy de acuerdo.
Naturalmente, el lobo plantea todos los problemas del simbolismo: no es una función
delimitable, ya que debemos buscar su origen en una simbolización general.
¿Por qué el lobo? No es un personaje demasiado familiar en nuestras comarcas. El hecho
de que el lobo haya sido elegido para producir estos efectos nos remite, directamente, a
una función más amplia en el plano mítico, folklórico, religioso, primitivo. El lobo se vincula
con una filiación a través de la cual llegamos a las sociedades secretas, con lo que las
mismas suponen de iniciático, ora en la adopción de un tótem, ora en la identificación con
un personaje.
Es difícil efectuar estas distinciones a propósito de un fenómeno tan elemental, pero yo
quisiera llamarles la atención sobre la diferencia entre el superyó, en el determinismo de la
represión, y el ideal del yo.
No sé si han advertido aún lo siguiente: existen dos concepciones que, apenas
introducidas en una dialéctica cualquiera para explicar un comportamiento enfermo,
parecen dirigirse exactamente en sentido contrario. El superyó es coercitivo y el ideal del
yo exaltante.
Son estas cosas que tendemos a eliminar, al pasar de un término al otro cual si ambos
fueran sinónimos. Se trata de una cuestión que valdrá la pena plantear a propósito de la
relación transferencial. Cuando se busca el fundamento de la acción terapéutica, suele
decirse que el sujeto identifica al analista con su ideal del yo, o por el contrario, con su
superyó y, en el mismo texto, un término sustituye al otro según el capricho del desarrollo
de la demostraclón, sin que se explique claramente la diferencia.
Me veré obligado, indudablemente, a examinar el problema del superyó.
Por de pronto diré que-si nos limitamos a un empleo ciego, mítico, de este término, palabra
clave, ídolo-el superyó se sitúa esencialmente en el plano simbólico de la palabra, a
diferencia del ideal del yo.
El superyó es un imperativo. Como lo indican el sentido común el uso que de él se hace, el
superyó es coherente con el registro y la noción de ley, es decir con el conjunto del
sistema del lenguaje, en tanto define la situación del hombre como tal, es decir, en tanto
que éste no sólo es individuo biológico. Por otra parte, es preciso acentuar también, y en
sentido contrario su carácter insensato, ciego, de puro imperativo, de simple tirahía. ¿En
qué dirección puede hacerse la síntesis de estas nociones?
El superyó tiene relación con la ley, pero es a la vez una ley insensata, que llega a ser el
desconocimiento de la ley. Así es como actúa siempre el superyó en el neurótico. ¿No es
debido acaso a que la moral del neurótico es una moral insensata, destructiva, puramente
opresora, casi siempre antilegal, que fue necesario elaborar la función del superyó en el
análisis?
El superyó es, simultáneamente, la ley y su destrucción. En esto es la palabra misma, el
mandamiento de la ley, puesto que sólo queda su raíz. La totalidad de la ley se reduce a
algo que ni siquiera puedes expresarse, como el Tú debes, que es una palabra privada de
todo sentido. En este sentido, el superyó acaba por identificarse sólo a lo más devastador,
a lo más fascinante de las primitivas experiencias del sujeto. Acaba por identificaré se a lo
que llamo la figura feroz, a las figuras que podemos vincular con los traumatismos
primitivos, sean cuales fueren, que el niño ha sufrido.
Percibimos encarnada, en este caso privilegiado, esta función del lenguaje, la palpamos
en su forma más reducida, reducida a una palabra-cuyo sentido y alcance para el niño ni
siquiera somos capaces de definir-pero que, sin embargo, lo enlaza a la comunidad
humana. Como lo indicó con toda pertinencia Rosine Lefort, no se trata de un niño-lobo
que habría vivido en un simple salvajismo, sino de un niño hablante; ha sido gracias a ese
¡El lobo! que ella tuvo desde el comienzo la posibilidad de instaurar el diálogo.
Lo admirable en esta observación es el momento en que, después de una escena que
usted ha descrito, desaparece el uso de la palabra ¡El lobo! Es en torno a este pivote del
lenguaje, a la relación con esa palabra, que para Roberto resume una ley, donde se
produce el giro de la primera a la segunda fase. Comienza luego esa elaboración
extraordinaria que culmina en el conmovedor auto-bautismo, cuando pronuncia su propio
nombre. Palpamos aquí en su forma más reducida, la relación fundamental del hombre
con el lenguaje. Es extraordinariamente conmovedor.
¿Qué otras preguntas quieren plantear?
SRA. LEFORT: ¿Qué diagnóstico?
Bien, hay quienes ya tomaron posición al respecto. Lang, me dijeron que dijo usted algo
anoche que me pareció interesante. Pienso que su diagnóstico es sólo analógico.
Refiriéndose al cuadro que existe en la nosografía, usted pronunció la palabra…
DR. LANG: Delirio alucinatorio. Siempre se puede intentar buscar una analogía entre
trastornos profundos del comportamiento de los niños y lo que conocemos en los adultos.
Casi siempre se habla de esquizofrenia infantil cuando no se comprende bien lo que
ocurre. Para que pueda hablarse de esquizofrenia falta aquí un elemento esencial: la
disociación. No hay disociación, porque apenas hay construcción. Me pareció que esto
recuerda ciertas formas de organización del delirio alucinatorio. Anoche formulé grandes
reservas pues falta franquear un paso entre la observación directa de un niño de esta edad
y lo que conocemos de la nosografía habitual. Habría en este caso que explicitar muchas
cosas.
Sí. Así comprendí lo que usted dilo cuando me lo contaron.
Un delirio alucinatorio-en el sentido en que usted lo entiende, el de una psicosis
alucinatoria crónica-sólo tiene un punto en común con lo que sucede en este sujeto: esa
dimensión, que observó sutilmente la Sra. Lefort, según la cual este niño sólo vive lo real.
Si la palabra alucinación significa algo, es ese sentimiento de realidad. En la alucinación,
hay algo que el paciente asume, verdaderamente, como real.
Saben ustedes cuán problemático sigue siendo esto, incluso en una psicosis alucinatoria.
En la psicosis alucinatoria crónica del adulto hay una síntesis de lo imaginario y lo real; en
esto radica el problema de la psicosis. Encontramos aquí una elaboración imaginaria
secundaria, que la Sra. Lefort destacó, que es literalmente la no-inexistencia en estado
naciente.
Hacía tiempo que no examinaba este caso. Sin embargo, la última vez que nos
encontramos les hice el gran esquema del florero y las flores, en el que las flores son
imaginarias, virtuales, ilusorias, y el florero real o inversamente, pues se puede disponer el
aparato en sentido contrario.
Ahora tan sólo puedo hacerles notar la pertinencia de este modelo, construido en base a la
relación entre las florescontenido y el florerocontinente. Vemos aquí jugar plenamente, y al
desnudo, el sistema continente-contenido que ya coloqué en un primer plano de la
significación que doy al estadio del espejo. Vemos cómo el niño actúa con la función, más
o menos mítica, del continente, y cómo podrá soportarlo vacío-como señaló la Sra.
Lefort-sólo al final. Poder soportar su vacuidad es identificarlo finalmente como un objeto
propiamente humano; es decir, un instrumento, capaz de ser separado de su función. Esto
es esencial, ya que en el mundo no sólo existe lo útil sino también el utensilio; es decir,
instrumentos que existen como cosas independientes.
SR. HYPPOLITE: Universales.
DR. LANG: El paso de la posición vertical del lobo a la posición horizontal es muy
interesante. Me parece justamente que el lobo del comienzo es vivenciado.
Al comienzo, no es ni él ni ningún otro.
DR. LANG: Es la realidad.
No, creo que es esencialmente la palabra reducida a su médula. No es ni él, ni nadie, es,
evidentemente, ¡El lobo! en tanto que él dice esta palabra. Pero ¡El lobo! es cualquier cosa
en tanto que puede ser nombrada. Ven aquí ustedes el estado nodal de la palabra. El yo
es aquí completamente caótico, la palabra está detenida. Pero sólo a partir de ¡El lobo!
podrá ocupar su lugar y construirse.
DR. BARGUES: Yo había señalado que, en cierto momento, cuando el niño jugaba con
sus excrementos, había un cambio. El dio, cambió y cogió arena y agua. Pienso que
comenzaba a construir y a manifestar lo imaginario. Pudo tomar ya una mayor distancia
con el objeto, con sus excrementos, y luego avanzar cada vez más. No creo que podamos
hablar de símbolo, en el sentido en que usted lo entiende. Sin embargo, ayer, tuve la
impresión de que la Sra; Lefort hablaba de ellos como símbolos.
Es ésta una cuestión difícil. Es la que aquí tratamos, en la medida en que puede ser la
clave de lo que designamos como yo. ¿Qué es el yo? No son instancias homogéneas.
Unas son realidades, otras imagenes, funciones imaginarias. El mismo yo es una de ellas.
Quisiera detenerme en este punto antes de terminar. No hay que omitir lo que usted nos
describió, al comienzo, de modo tan apasionante: el comportamiento motor de este niño.
Este niño parece no tener lesión alguna en sus aparatos. ¿Cómo es actualmente su
comportamiento motor? ¿Cómo son sus gestos de prehensión?
SRA. LEFORT: Desde luego, ya no está como al principio.
Al comienzo, tal como usted lo describió, cuando quería alcanzar un objeto no podía asirlo
más que con un único gesto. Si ese gesto fallaba, debía volver a empezar desde el
principio. Por lo tanto controla la adaptación visual, pero sufre perturbaciones de la noción
de distancia. Este niño salvaje siempre puede-como un animalito bien organizado-atrapar
lo que desea. Pero si hay fallo o lapsus del acto, sólo puede corregir volviendo a empezar
todo. En consecuencia, podemos decir que en este niño no parece haber ni un déficit ni un
retraso ligado al sistema piramidal, nos hallamos ante manifestaciones de las fallas de las
funciones de síntesis del yo, en el sentido en que entendemos el yo en la teoría analítica.
La ausencia de atención, la agitación-inarticulada, que usted también notó al comienzo,
deben igualmente ser referidas a desfallecimientos de las funciones del yo. Es además
preciso observar que, en ciertos aspectos, la teoría analítica llega a hacer de la función del
dormir una función del yo.
SRA. LEFORT: Este niño ni dormía ni soñaba, desde el famoso día en que me encerró
disminuyeron sus trastornos motores, empezó a soñar por la noche, y a llamar en sueños a
su madre.
A esto quería llegar. No dejo de vincular directamente la atipla de su dormir con el carácter
anómalo de su desarrollo, cuyo retraso se sitúa precisamente en el plano de lo imaginario,
en el plano del yo como función imaginaria. Esta observación nos muestra que, a partir de
un tal retraso del desarrollo imaginario, aparecen perturbaciones de ciertas funciones,
aparentemente inferiores a lo que podemos llamar el nivel superestructural.
En la relación entre la maduración estrictamente sensoriomotriz y las funciones del dominio
imaginario en el sujeto radica el enorme interés de este caso. Todo el problema reside ahí.
Se trata de saber en qué medida esta articulación es la que está en juego en la
esquizofrenia.
Según nuestra inclinación, y en función de cómo cada uno de nosotros concibe la
esquizofrenia, su mecanismo, su resort esencial, podremos o no situar este caso en el
marco de una afección esquizofrénica.
Ciertamente no se trata de una esquizofrenia en el sentido de un estado, en la medida en
que usted nos muestra su significación y movilidad. Pero hay allí una estructura
esquizofrénica de relación con el mundo, y un conjunto de fenómenos que, eventualmente,
podríamos vincular con la serie catatónica. No hay ningún síntoma de ello en sentido
estricto, sólo podemos pues situar el caso en este cuadro-como lo hace Lang-para situarlo
de modo aproximativo. Pero ciertas deficiencias, ciertas carencias de adaptación humana,
abren hacia algo que, más tarde, analógicamente, se presentará como una esquizofrenia.
Creo que no podemos decir nada más, salvo quizá que se trata de lo que llamamos un
caso de demostración. Después de todo, no tenemos ninguna razón para pensar que los
cuadros nosológicos están delimitados y esperándonos desde la eternidad. Como decía
Péguy, los tornillitos siempre entran en los agujeritos, pero existen situaciones anormales
donde los tornillitos no corresponden ya a los agujeritos. Que se trata de fenómenos de
orden psicótico, o más exactamente de fenómenos que pueden culminar en una psicosis,
no me cabe duda.
Leclaire, le pido especialmente a usted que, la próxima vez, nos traiga algo sobre
Introducción al narcisismo, que se encuentra en el tomo IV de los Collected Papers, o en el
tomo X de las obras completas. Verá que se plantean problemas que corresponden al
registro de lo imaginario que aquí estamos estudiando.