Los escritos técnicos de Freud contin.14

Los escritos técnicos de Freud

Lo de hoy es sólo un comienzo. Pero tratándose de cosas tan importantes nunca el comienzo será demasiado lento. No hago sino introducir-como por otra parte lo expresa el título mismo del artículo-algunos problemas hasta ahora nunca formulados. Tendrán así tiempo para meditar este asunto y trabajar un poco hasta la próxima vez.
La próxima vez quisiera contar, para el comentario de este texto, con la colaboración, todo lo eficaz posible, de nuestro amigo Leclaire. No me disgustaría tampoco asociar a este trabajo a Granoff, que parece tener una tendencia especial a interesarse en el artículo de Freud sobre el amor de transferencia; introducir este artículo podría ser, para él, una
oportunidad para intervenir. Me gustaría confiar a alguien un tercer artículo para una próxima intervención. Se trata de un texto incluido en la metapsicología de la misma época, que está estrechamente relacionado con nuestro objeto: Adición metapsicológica a la teoría de los sueños traducido al francés como Teoría de los sueños. Se lo ofrezco a quien quiera encargarse de él; por ejemplo a nuestro estimado Perrier, quien tendrá así oportunidad de trabajar el tema de los esquizofrénicos.
Los dos narcisismos 24 de Marzo de 1954
La noción de pulsión. Lo imaginario en el animal y en el hombre. Los comportamientos sexuales son especialmente engañosos. El Ur-lch.
Introducción al narcisismo data del comienzo de la guerra de 1914, resulta conmovedor pensar que, en esa época, Freud proseguía semejante elaboración. Todo lo que clasificamos bajo la rúbrica de metapsicología se desarrolla entre 1914 y 1918, tras la aparición, en 1912, del trabajo de Jung traducido al francés con el título de Metamorfosis y símbolos de la libido.
Jung abordó las enfermedades mentales desde un ángulo totalmente diferente al de Freud, pues su experiencia se centró en la gama de las esquizofrenias, mientras Freud se dedicaba a las neurosis. Su trabajo de 1912 presenta una grandiosa concepción unitaria de la energía psíquica, fundamentalmente diferente en su inspiración, e incluso en su definición, a la noción elaborada por Freud con el nombre de libido.
Sin embargo, resulta aún harto difícil establecer la diferencia teórica, y Freud enfrenta dificultades que pueden percibirse a lo largo de todo este artículo.
Para Freud se trata de mantener un uso bien delimitado -hoy diríamos operativo-de la noción de libido que es esencial a la preservación de su descubrimiento. ¿Sobre qué se funda, en suma, el descubrimiento Freudiano? Sobre la aprehensión fundamental de que los síntomas del neurótico revelan una forma desviada de satisfacción sexual. Freud demostró la función sexual de los síntomas en los neuróticos de modo muy concreto, a
través de una serie de equivalencias, siendo la última de ellas una sanción terapéutica.
Sobre esta base sostuvo siempre que no aportaba una nueva filosofía totalizadora del
mundo, sino una teoría bien definida, fundada en un campo perfectamente delimitado,
pero enteramente nuevo, que implicaba cierto número de realidades humanas,
particularmente psicopatológicas: los fenómenos subnormales, es decir aquellos que la
psicología normal no estudia, los sueños, los lapsus, los fallos que perturban ciertas
funciones llamadas superiores.
El problema que se le plantea a Freud en esta época es el de la estructura de las psicosis.
¿Cómo elaborar la estructura de las psicosis en el interior del marco de la teoría general de
la libido?
Jung ofrece la siguiente solución: la profunda transformación de la realidad que se
manifiesta en las psicosis es el resultado de una metamorfosis de la libido, análoga a la
que Freud vislumbró a propósito de las neurosis. Sólo que, en el psicótico -dice Jung-la
libido está introvertida en el mundo interior del sujeto, noción que permanece en la mayor
vaguedad ontológica. A causa de esta introversión la realidad se hunde para él en un
crepúsculo. El mecanismo de las psicosis está pues en perfecta continuidad con el de las
neurosis.
Freud, muy apegado a elaborar, a partir de la experiencia, mecanismos sumamente
precisos, siempre preocupado por su referencia empírica, percibe que la teoría analítica se
transforma, en Jung, en un vasto panteísmo psíquico, en una serie de esferas imaginarias
que se envuelven unas a otras, y que conduce a una clasificación general de los
contenidos, los acontecimientos, la Erlebnis de la vida individual y, por último, a lo que
Jung llama los arquetipos. Una elaboración clínica, psiquiatrica, de los objetos de
investigación no puede desarrollarse por esta vía. En consecuencia, Freud intenta
establecer en ese momento la relación que puede existir entre lles pulsiones sexuales, a
las que otorgó tanta importancia pues estaban ocultas y su análisis las revelaba, y las
pulsiones del yo que no había colocado hasta entonces en primer plano. ¿Puede o no
decirse que unas son la sombra de las otras? ¿Está la realidad constituida por esa
proyección libidinal universal que está en el fondo de la teoria Jungiana? ¿O bien existe,
por el contrario, una relación de oposición, una relación conflictiva, entre pulsiones del yo y
pulsiones libidinales?
Con su honestidad habitual, Freud precisa que su insistencia en mantener esta distinción
se basa en su experiencia de las neurosis, y que, después de todo, sólo se trata de una
experiencia limitada. Afirma entonces, no menos netamente, que puede suponerse, en un
estadio primitivo, anterior al que la investigación psicoanalítica nos permite acceder, la
existencia de un estado de narcisismo en el que resulta imposible discernir entre las dos
tendencias fundamentales: la Sexualibido y las IchTrieive. En esta etapa, ambas están
inextricablemente mezcladas, beisammen, confundidas y no son
diferentes-unterscheibar-para nuestro grosero análisis. No obstante, Freud explica por qué
intenta mantener la distinción.
En primer lugar, está la experiencia de las neurosis. Después, el hecho de que la distinción
entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales sólo es imputable quizás a que las pulsiones
son para nuestra teoría el punto último de referencia. La teoría de las pulsiones no se halla
en la base de nuestra construcción sino en su cúspide. Es eminentemente abstracta, y
Freud la llamará más tarde nuestra mitología. Es por esto que, apuntando siempre a lo
concreto, colocando siempre en su lugar las elaboraciones especulativas que fueron las
suyas, subraya su valor limitado. Refiere la noción de pulsión a las nociones más elevadas
de la física-materia, fuerza, atracción-que sólo se elaboraron en el transcurso de la
evolución histórica de la ciencia, y cuya primera forma fue incierta, confusa incluso, antes
de que fueran purificadas y luego aplicadas.
No seguimos a Freud, lo acompañamos. Que una noción figure en alguna parte de la obra
de Freud, no nos asegura por ello que se la maneje de acuerdo con el espíritu de la
investigación Freudiana. Por nuestra parte, intentamos obedecer al espíritu, a la consigna,
al estilo de esta investigación.
Freud adosa su teoría de la libido a lo que le indica la biología de su tiempo. La teoría de
los instintos no puede dejar de tener en cuenta una bipartición fundamental entre las
finalidades de preservación del individuo y las de continuidad de la especie. Lo que se
encuentra en el trasfondo, no es más que la teoría de Weissmann, a quien seguramente,
gracias a sus clases de filosofía, recordarán. Esta teoría, que no está definitivamente
probada, plantea la existencia de una sustancia inmortal en las células sexuales. Ellas
constituirían un linaje sexual único por reproducción continua. El plasma germinal sería lo
que perpetúa la especie, y lo que perdura de un individuo a otro. Por el contrario, el
plasma somático sería algo así como un parásito individual que, desde el punto de vista de
la reproducción de la especie, habría brotado lateralmente con el fin único de vehiculizar el
plasma germinal eterno. Freud precisa inmediatamente que su propia construcción no
pretende ser una teoría biológica. Sea cual fuere el valor que Freud da a esta
referencia-sobre la que decide apoyarse hasta nueva orden y a beneficio de inventario-no
vacilaría en abandonarla, si el examen de los hechos en el propio terreno de la
investigación analítica, la tornara inútil y perjudicial.
Pero ésta no es razón, dice, para sumergir la Sexualenergie en el campo aún inexplorado
de los hechos psíquicos. No se trata de encontrar para la libido un parentesco universal
con todas las manifestaciones psíquicas. Hacerlo, dice Freud, sería como si en un asunto
de herencia, para probar sus derechos, alguien invocara ante el notario, el parentesco
universal que, según la hipótesis monogenética, vincula entre sí a todos los hombres.
Quisiera introducir aquí un comentario que tal vez parezca contrastar con los que hago
habitualmente. Pero verán que nos ayudará en nuestra tarea, que es clarificar la discusión
que lleva a cabo Freud, y cuyas oscuridades y callejones sin salida no están disimulados
en absoluto, como ya pueden percibir a partir del comentario de las primeras páginas de
este artículo. Freud no aporta una solución, más bien abre una serie de interrogantes, en
los cuales debemos intentar insertarnos.
En la época en que Freud escribe, no hay, como nos dice en alguna parte, una teoría de
los instintos ready-made, lista para llevar. Tampoco hoy está acabada, pero los progresos
realizados desde los trabajos de Lorenz hasta los de Tinbergen, justifican las
observaciones, quizás algo especulativas, que les presentaré hoy.
¿Qué pasa si aceptamos la noción de Weissmann de la inmortalidad del germen? ¿Si el
individuo que se desarrolla es radicalmente distinto a la sustancia viviente
fundamental-imperecedera-que constituye el germen, si lo individual es parasitario, cuál es
entonces su función en la propagación de la vida? Ninguna. Desde el punto de vista de la
especie, los individuos están-si cabe decirlo así-ya muertos. Un individuo no es nada
comparado con la sustancia inmortal oculta en su seno, que es sustancialmente, lo que
existe como vida.
Preciso mi pensamiento. Desde el punto de vista psicológico, ¿el individuo es conducido
por el famoso instinto sexual a fin de propagar qué?: la sustancia inmortal incluida en el
plasma germinal, en los órganos genitales, representada a nivel de los vertebrados por los
espermatozoides y los óvulos. ¿Es esto todo? Seguro que no, ya que lo que se propaga
es, efectivamente, un individuo. Sólo que éste no se reproduce como individuo sino como
tipo. No hace más que reproducir el tipo ya realizado por el linaje de sus antepasados. Al
respecto, no sólo es mortal, sino que ya está muerto, puesto que, estrictamente hablando,
no tiene porvenir. El no es tal o cual caballo, sino el soporte, la encarnación de algo que es
el caballo. Si el concepto de especie está fundado, si la historia natural existe, es porque
no sólo hay caballos, sino el caballo.
A esto nos conduce la teoría de los instintos. ¿Cuál es en efecto el soporte del instinto
sexual en el plano psicológico?
¿Cuál es el resorte concreto que determina la puesta en funcionamiento de la inmensa
máquina sexual? ¿Cuál es su desencadenante, tal como se expresa Tinbergen después
de Lorenz? No es la realidad del compañero sexual, la particularidad de un individuo, sino
algo que tiene una estrecha relación con lo que acabo de llamar el tipo: a saber, una
imagen.
Los etólogos demuestran cómo existe, en el funcionamiento de los mecanismos de
apareo, el predominio de una imagen que aparece en forma de fenotipo transitorio, por
modificaciones de su aspecto exterior, cuya aparición sirve como señal -como señal
construida, es decir como Gestalt-y pone en marcha los comportamientos de la
reproducción. El embrague mecánico del instinto sexual está cristalizado entonces,
esencialmente, en base a una relación de imagenes, en base a una relación-llego aquí al
término que esperan-imaginaria. Este es el marco de referencia en el cual debemos
articular las Libido-Triebe y las Ich-Triebe.
La pulsión libidinal está centrada en la función de lo imaginario.
Esto no quiere decir, como una transposición idealista y moralizante de la doctrina analítica
quiso hacerlo creer, que el sujeto progresa en lo imaginario hacia un estado ideal de
genitalidad que sería la sanción, y el resorte último del establecimiento de lo real.
Debemos pues ahora precisar las relaciones de la libido con lo imaginario y lo real, y
resolver el problema de la función real que desempeña el ego en la economía psíquica.
O. MANNONI:-¿Se puede pedir la palabra? Desde hace algún tiempo me incomoda un
problema que me parece que a la vez complica y simplifica las cosas. La carga de los
objetos por la libido es, en el fondo, una metáfora realista, ya que la libido, sólo carga la
imagen de los objetos. En cambio la carga del yo puede ser un fenómeno intrapsiquico,
donde lo catectizado es la realidad ontológica del yo. Si la libido se ha convertido en libido
de objeto sólo puede cargar algo simétrico a la imagen del yo. Tendremos así dos
narcisismos, uno en el que una libido carga intrapsíquicamente el yo ontológico, y otro
donde una libido objetar carga algo que quizá sea el ideal del yo, en todo caso, una
imagen del yo. Tendremos entonces una distinción, bien fundamentada, entre el
narcisismo primario y el narcisismo secundario.
Usted se da cuenta adecuadamente, que paso a paso, deseo conducirlos a algún lado. No
vamos totalmente a la ventura, aunque estoy dispuesto a aceptar los descubrimientos que
haremos en el camino. Me alegra ver que nuestro amigo Mannoni hace un jump elegante
en el tema-hay que hacerlos de vez en cuando-sin embargo, antes, prefiero volver a mi
último paso.
¿Hacia dónde apunto? A coincidir con esa experiencia fundamental que nos aporta la
elaboración actual de la teoría de los instintos acerca del ciclo del comportamiento sexual,
que muestra que, en él, el sujeto es esencialmente engañadizo.
Por ejemplo, es preciso que el pichón macho adquiera bellos colores, en el vientre o en la
espalda, para que comience la danza de la copulación con la hembra. Pero podemos muy
bien hacer una figura que, aunque poco pulida, tenga exactamente el mismo efecto sobre
la hembra, a condición de que lleve ciertas marcas: Merkzeichen. Los comportamientos
sexuales son especialmente engañadizos. Es ésta una enseñanza importante para
elaborar, nosotros, la estructura de las perversiones y las neurosis.
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Puesto que hemos llegado hasta aquí, voy a introducir un complemento en el esquema
que les presenté en el cursillo sobre la tópica de lo imaginario.
Les indiqué que este modelo está en la línea misma de los deseos de Freud. Freud explica
en varios sitios, especialmente en la Traumdeutung y el Abriss que las instancias psíquicas
fundamentales deben concebirse en su mayor parte, como representantes de lo que
sucede en un aparato fotográfico: es decir, como las imagenes, virtuales o reales,
producidas por su funcionamiento. El aparato orgánico representa el mecanismo del
aparato, y lo que aprehendemos son imagenes. Sus funciones no son homogéneas, ya
que una imagen real y una imagen virtual son diferentes. Las instancias que Freud elabora
no deben considerarse como sustanciales, epifenoménicas, respecto a la modificación del
aparato mismo. Las instancias deben pues interpretarse mediante un esquema óptico.
Concepción que Freud indicó muchas veces, pero que nunca llegó a materializar.
Vean ustedes, a la izquierda, el espejo cóncavo gracias al cual se produce el fenómeno
del ramillete invertido; aquí, por comodidad, lo he transformado en florero invertido. El
florero está en la caja y el ramillete encima.
El florero será reproducido por el juego de reflexión de los rayos por una imagen real, no
virtual, que el ojo puede enfocar. Si el ojo se acomoda a nivel de las flores que hemos
dispuesto, verá la imagen real del florero rodeando el ramillete, confiriéndole estilo y
unidad; reflejo de la unidad del cuerpo.
Para que la imagen tenga cierta consistencia, es necesario que sea verdaderamente una
imagen. ¿Cuál es la definición de imagen en óptica? A cada punto del objeto le
corresponde un punto de la imagen, y todos los rayos provenientes de un punto deben
cruzarse en un punto único en algún lado. Un aparato óptico sólo se define por la
convergencia unívoca o biunívoca de los rayos; como se dice en axiomática.
Si el aparato cóncavo está aquí, donde estoy yo, y el pequeño montaje de prestidigitador
está más allá de la mesa, la imagen no se podrá ver con suficiente nitidez como para
producir una ilusión de realidad, una ilusión real. Es preciso que ustedes se encuentren
ubicados en cierto ángulo. Podríamos distinguir, sin duda, a partir de las diferentes
posiciones del ojo que mira, cierto número de casos que tal vez nos permitirían
comprender las diferentes posiciones del sujeto en relación a la realidad.
Es cierto que un sujeto no es un ojo, ya lo he dicho. Pero, como estamos en lo imaginario,
donde el ojo tiene mucha importancia, este modelo puede aplicarse.
Alguien introdujo la cuestión de dos narcisismos. Se dan cuenta de que, en efecto, de eso
se trata: de la relación entre la constitución de la realidad y la forma del cuerpo, que de un
modo más o menos apropiado, Mannoni ha llamado antológica.
Volvamos primero al espejo cóncavo, podríamos proyectar sobre él probablemente todo
tipo de cosas, ya se los indiqué, de sentido orgánico y, en particular, el córtex.
Pero no sustancialicemos tan rápido, pues no se trata aquí, lo verán enseguida, de una
pura y simple elaboración del hombrecito-que-está-enel-hombre. Si yo aún estuviera
haciendo el-hombrecito-queestá-en-el-hombre, no veo por qué razón estaría siempre
criticándolo. Y si lo admito, es por alguna razón.
Pasemos al ojo, ese ojo hipotético del que les he hablado, pongámoslo en algún sitio entre
el espejo cóncavo y el objeto.
Para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido, es decir, para que lo
vea en óptimas condiciones, como si estuviera en el fondo de la sala, hace falta y basta
una sola cosa: que hubiera, más o menos en la mitad de la sala, un espejo plano.
En otros términos, si colocamos en la mitad de la sala un espejo, al adosarme al espejo
cóncavo veré la imagen del florero tan nítidamente como si estuviese en el fondo de la
sala, aunque no la vea directamente. ¿Qué veré en el espejo? Primero, mi propia cara, ahí
donde ella no está. En segundo lugar, en un punto simétrico al punto donde está la imagen
real, veré aparecer esa imagen real como imagen virtual. ¿Se dan cuenta? No es difícil
entenderlo, al volver a sus casas colóquense ante un espejo, pongan una mano ante
ustedes…
Este pequeño esquema no es más que una elaboración muy simple de lo que desde hace
años intento explicarles con el estadio del espejo.
Hace un momento, Mannoni hablaba de dos narcisismos. En efecto, existe en primer lugar
un narcisismo en relación a la imagen corporal. Esta imagen es idéntica para el conjunto
de los mecanismos del sujeto y confiere su forma a su Umwelt, en tanto es hombre y no
caballo. Ella hace la unidad del sujeto, la vemos proyectarse de mil maneras, hasta en lo
que podemos llamar la fuente imaginaria del simbolismo, que es aquello a través de lo cual
el simbolismo se enlaza con el sentimiento, con el Selbstgefühl que el ser humano, el
mensch, tiene de su propio cuerpo.
Este primer narcisismo se sitúa, si quieren, a nivel de la imagen real de mi esquema, en
tanto esta imagen permite organizar el conjunto de la realidad en cierto número de marcos
preformados.
Desde luego, este funcionamiento es completamente diferente en el hombre y en el
animal, este último está adaptado a un Umwelt uniforme. Hay en él ciertas
correspondencias preestablecidas entre su estructura imaginaria y lo que le interesa en su
Umwelt; es decir, lo que es importante para la perpetuación de los individuos, ellos mismos
función de la perpetuación típica de la especie. En el hombre, por el contrario, la reflexión
en el espejo manifiesta una posibilidad poética original, e introduce un segundo
narcisismo. Su pattern fundamental es de inmediato la relación con el otro.
El otro tiene para el hombre un valor cautivador, dada la anticipación que representa la
imagen unitaria tal como ella es percibida en el espejo, o bien en la realidad toda del
semejante.
El otro, el alter ego, se confunde en mayor o menor grado, según las etapas de la vida,
con el Ich-Ideal, ese ideal del yo constantemente invocado en el artículo de Freud. La
identificación narcisista-la palabra identificación, indiferenciada, es inutilizable-la del
segundo narcisismo es la identificación al otro que, en el caso normal, permite al hombre
situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el mundo en general. Esto es lo
que le permite ver en su lugar, y estructurar su ser en función de ese lugar y de su mundo.
Mannoni dijo ontológico hace un rato, ¿por qué no? Yo diría exactamente: su ser libidinal.
El sujeto ve su ser en una reflexión en relación al otro, es decir en relación al Ich-Ideal.
Observen ustedes que es preciso diferenciar las funciones del yo-por una parte
desempeñan para el hombre, como para todos los demás seres vivos, un papel
fundamental en la estructuración de la realidad-por otra, debe pasar en el hombre por esa
alienación fundamental que constituye la imagen reflejada de sí mismo que es el Ur-Ich;
forma originaria tanto del IchIdeal como de la relación con el otro.
¿Resulta esto suficientemente claro? Ya les había dado un primer elemento del esquema,
hoy les proporciono otro: la relación reflexiva con el otro. Enseguida verán para qué sirve
este esquema. Piensen que no lo traje por el puro placer de hacer construcciónes
divertidas. Será extremadamente útil, pues permitirá situar casi todas las cuestiones
clínicas, concretas, que plantea la función de lo imaginario, y en particular esas cargas
libidinales que, cuando se las maneja, se termina por no comprender ya qué quieren decir.
Respuesta a una intervención del Dr. Granoff sobre la aplicación posible del esquema
óptico a la teoría del estado amoroso.
La estricta equivalencia entre objeto e ideal del yo en la relación amorosa, es una de las
nociones más fundamentales de la obra de Freud: la encontramos a cada paso, una y otra
vez. En la carga amorosa el objeto amado equivale, estrictamente, debido a la captación
del sujeto que opera, al ideal del yo. Por esta razón existe en la sugestión, en la hipnosis,
esa función económica tan importante que es el estado de dependencia, verdadera
perversión de la realidad por fascinación ante el objeto amado y su sobreestimación.
Conocen ustedes esa psicología de la vida amorosa tan sutilmente desarrollada ya por
Freud. Nos topamos aquí con un punto importante y tan amplio que, como ven, apenas si
logramos asirlo actualmente. Pero hay para todos los gustos en el tema que Freud
denomina la elección del objeto.
Pues bien, no pueden dejar de percibir la contradicción existente entre esta noción del
amor y ciertas concepciones míticas de la ascesis libidinal del psicoanálisis. Estas
plantean, como culminación de la maduración afectiva, no sé qué fusión, qué comunión,
entre la genialidad y la constitución de lo real. No digo que no haya allí algo esencial para
la constitución de la realidad, pero es necesario aún comprender cómo funciona. Porque, o
uno o lo otro: o el amor es lo que Freud describe, función imaginaria en su fundamento, o
bien es el fundamento y la base del mundo. Así como hay dos narcisismos debe haber dos
amores, Eros y Agape.
Respuesta a una pregunta del Dr. Leclaire solare los equivocas entre Ich-Ideal e Ideal-Ich
en el texto de Freud.
Aquí estamos en un seminario, no profesamos una enseñanza excátedra. Intentamos
orientarnos y extraer el máximo provecho de un texto y, sobre todo, de un pensamiento en
desarrollo.
Sabe Dios cómo otros-incluso entre los mejores, como Abraham y Ferenczi-, intentaron
arreglárselas con el desarrollo del ego y sus relaciones con el desarrollo de la libido. Este
problema es objeto del último artículo salido de la escuela de Nueva York, pero
quedémonos a nivel de Ferenczi y Abraham.
Freud se apoya en el artículo de Ferenczi-publicado en 1913-sobre el sentido de la
realidad(25). Es muy pobre. Fue Ferenczi quien comenzó a meterle en la cabeza a todo el
mundo los famosos estadios. Freud se refiere a ellos. En esa época estamos solamente
en las primeras tentativas teóricas de articular la constitución de lo real y, para Freud, oír
una respuesta fue de gran ayuda. Ferenczi le aportó algo, y Freud se sirvió de ello.
Este artículo de Ferenczi ejerció una influencia decisiva. Sucede con él como con las
cosas reprimidas, su importancia es mayor cuanto menos se las conoce. Igualmente,
cuando alguien escribe una insigne tontería, porque nadie la lea no deja de producir
efectos. Porque, sin haberla leído, todo el mundo la repite. Hay así muchas tonterías que
circulan y juegan con la mezcla de diversos planos que la gente no advierte. Así, la primera
teoría analítica de la constitución de lo real está impregnada de las ideas dominantes en
esa época, expresada en términos más o menos míticos, sobre las etapas de la evolución
del espíritu humano. Por todas partes, también en Jung, circula la idea de que el espíritu
humano habría realizado últimamente progresos decisivos, y que antes nos
encontrábamos en una confusión prelógica; como si no estuviese claro que no hay
ninguna diferencia estructural entre el pensamiento del señor Aristóteles y el de algunos
otros. Estas ideas conllevan su poder de desorden y difunden su veneno. Esto puede
verse bien en el malestar que el mismo Freud muestra al referirse al artículo de Ferenczi.
Cuando se habla de los primitivos, de los supuestos primitivos, y de los enfermos
mentales, la cosa funciona. Pero donde el punto de vista evolutivo se complica es con los
niños. En este punto, Freud se ve obligado a afirmar que el desarrollo está lejos de ser tan
transparente.
Quizá sería mejor, en efecto, no referirse aquí a nociones falsamente evolucionistas. No es
aquí, sin duda, donde la idea, fecunda, de evolución encuentra su lugar. Se trata, más
bien, de elucidar mecanismos estructurales que funcionan en nuestra experiencia analítica,
la cual gira en torno a los adultos. Retroactivamente, podrá aclararse lo que puede suceder
en los niños, de modo hipotético y más o menos controlable.
Nos encontramos en la línea de pensamiento de Freud al seguir este punto de vista
estructural, porque es en él donde Freud culmina. El último desarrollo de su teoría se alejó
de los viajes analógicos, evolutivos, basados en un empleo superficial de ciertas
consignas. En realidad, Freud siempre insiste exactamente en lo contrario; a saber, en la
conservación, en todos los niveles, de lo que puede considerarse como diferentes etapas.
Trataremos de avanzar la próxima vez un paso más. Consideren todo esto tan sólo como
esbozos. Ya verán su estrecha relación con el fenómeno de la transferencia imaginaria.