El papel de la psiquiatría en el mundo actual, Menninger: El Mundo Actual

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William C. Menninger

El Mundo Actual
Resulta difícil, sino imposible, clasificar la acción humana en la guerra en términos psiquiátricos. Tal efusión patológica de agresión y destructividad bien podría ser vista como una psicosis. Han terminado las manifestaciones francas de la matanza causada por esta clase de guerra, pero se necesitaría el máximo optimismo para considerar la presente situación del mundo como una fase de recuperación. A nivel nacional e internacional nuestras relaciones están marcadas por la tensión, la desconfianza, las suspicacias y el egoísmo. No podemos desconocer el sufrimiento físico y emocional que afecta a la mayoría de las personas en el mundo actual, aún cuando ese sufrimiento ocurra a miles de millas de nosotros. Los avances en la ciencia física – como el que representan la bomba atómica o la televisión- han progresado mucho más allá que nuestros avances en materia social, al punto que nuestra propia existencia está peligrosamente amenazada. Hemos aprendido cómo eliminar espacio y aniquilar vidas pero todavía estamos muy retrasados en el aprendizaje de la vida en común.
Durante la guerra, tuvimos frecuentes ocasiones de contrastar la labor del psiquiatra en la vida civil con su labor en combate. En la vida civil, el psiquiatra procura comprender y tratar reacciones anormales frente a situaciones normales. En la vida militar, procura comprender y tratar reacciones normales frente a situaciones anormales. Uno podría preguntar seriamente si la condición de nuestro mundo no coloca ahora a muchos de nosotros, constantemente, en situaciones anormales frente a las cuales estamos respondiendo con reacciones normales, aún cuando éstas son, de acuerdo a todos los criterios anteriores, patológicas. Frente a un mundo tan turbulento uno podría legítimamente preguntarse ¿qué es una reacción normal?
Si se acerca el microscopio al mundo cercano al hogar encontramos evidencias de diferentes formas de inadaptación humana. Empecemos por la familia. Es evidente que grandes cambios están teniendo lugar en su organización y en su estructura. La tremenda cantidad de rechazos para el servicio militar y la gran cantidad de bajas psiquiátricas del ejército, nos hicieron sentir que algo debía estar radicalmente mal en las experiencias tempranas y en el desarrollo de un gran sector de la juventud norteamericana. El estado actual de la familia ha sido descrito como en crisis, y a menos que la tendencia se revierta, se ha pronosticado que la familia, tal como la conocemos, se desintegrará para el fin de siglo. Como evidencia de esto, se presenta el hecho de que el 44 % de nuestras familias no tiene hijos y un 22 % más tiene sólo un hijo.  En 1945 se registró un divorcio por cada dos matrimonios en áreas urbanas y un divorcio por cada tres matrimonios en todo el país. En cifras, el divorcio aumentó de aproximadamente 250.000 casos en 1937 a más de 500.000 casos en 1945.  Antes de la guerra, aproximadamente once millones de mujeres trabajaban fuera de sus hogares; dos millones y medio más deseaban o necesitaban trabajar. En marzo de 1944 había más de dieciséis millones de mujeres trabajando fuera su hogar, siete millones de las cuales estaban casadas.
Habría total acuerdo entre los psiquiatras en afirmar que el desarrollo saludable del niño depende de que las tempranas experiencias familiares provean afecto, buenos ejemplos y seguridad. Las cifras antes expuestas muestran que los hogares, cada vez más, no logran proveer tales condiciones. Estas cifras no incluyen la cantidad de millones, aún desconocida, de separaciones temporales y de ruptura de hogares que la guerra produjo en Estados Unidos y en el mundo. La institución familiar debe ser tomada seriamente como objeto de estudio por parte de aquellos que se dicen interesados en la salud mental.
Podemos alejar nuestro microscopio de la familia hacia muchas otras áreas de la inadaptación humana. Se estima que el costo del delito en Estados Unidos es de entre diez y dieciocho billones de dólares al año.  Esto es seis veces más de lo que gastamos en educación pública. Nuestros superpoblados penales, reformatorios y cárceles nos cuestan más de $ 100.000.000 por año. La Federal Bureau of Investigation [FBI, Agencia Federal de Investigaciones] informó   que el índice de crímenes en 1946 batió todos los records de la última década, más de un millón y medio fueron cometidos durante ese año. Aproximadamente 120.000 menores pasaron por las cortes en 1945 . Que el comportamiento implicado en el crimen y la delincuencia es evidencia de inadaptación es otro punto sobre el que habría casi un total acuerdo entre los psiquiatras.
Uno se ve forzado a asumir que la mayoría de nuestros ciudadanos, incluidos los psiquiatras, desconocemos totalmente las atroces condiciones en las que se encuentran nuestros penales, reformatorios y cárceles. Esto sucede a pesar de que muchos de nosotros pensamos que debería haber poca diferencia entre el hospital psiquiátrico y el reformatorio. Ambos deberían ser instituciones para el examen, tratamiento -y en algunas instancias detención permanente- de individuos con ineptitudes comportamentales, trastornos de la personalidad, inadaptación social y mentes enfermas.
Además de la delincuencia y el crimen, hay todavía otras evidencias de la inadaptación de las masas. Los usos y costumbres están cambiando. No hay duda de que las relaciones sexuales extra-maritales han aumentado significativamente. Sobre este punto nos faltan estadísticas vitales pero sabemos que los casos de enfermedades venéreas, informados por primera vez en el sector continental de los Estados Unidos, indicaron que el número de casos de gonorrea se duplicó entre 1941 y 1946 de 191.000 a 370.000.  Alguien ha sido lo suficientemente valiente como para estimar que el alcoholismo cuesta anualmente $750.000.000 y está en constante crecimiento . Difícilmente podamos estar orgullosos en Estados Unidos del hecho de que el 4,5 % de todos los hombres examinados en la conscripción eran deficientes mentales. Cerca del 4% de nuestra población en 1940 no estaba escolarizado y el 10 % tenía menos de 4 años de escolarización.
Muy al margen de estas evidencias directas de inadaptación, hay una lista igualmente larga de situaciones, actitudes y prácticas que están produciendo gran estrés e infelicidad a millones de norteamericanos. En teoría, los psiquiatras pueden limitarse al diagnóstico y tratamiento de pacientes en consultorios y hospitales, aislados de la vida de la comunidad. Pueden -y algunos lo hacen- ignorar los problemas sociales que llevan a los pacientes a consultarlos. Algunos actúan así porque ya están sobrecargados con la cantidad de pacientes que atienden. Otros lo hacen porque se sienten impotentes para realizar cualquier cambio o no saben como abordar estos problemas de más largo alcance. Probablemente estos problemas se pueden resolver y, formando un frente unido, la psiquiatría podría estudiar y ofrecer algunas soluciones constructivas. Éstas podrían no ser efectivas, podría suceder incluso que no sean aceptadas. Sin embargo, algunos de nosotros sentiríamos que por fin habríamos aceptado la responsabilidad de atacar activamente las llamadas neurosis sociales que son una verdadera amenaza para nuestros pacientes, nuestras familias y para nosotros mismos.
Actualmente, en EEUU, el primer lugar entre todas las neurosis sociales lo ocupa el fenómeno muy extendido de los prejuicios y la discriminación hacia las personas por su color o por su religión. El fanatismo y la intolerancia, la tesis de la «supremacía blanca”, los prejuicios antisemitas, las prácticas discriminatorias y las actitudes hostiles entre católicos y protestantes, están presentes en diversos grados en todos los sectores de EEUU. Los canadienses están bien al tanto del carácter potencialmente explosivo del problema franco-canadiense. Como psiquiatras no sólo somos conscientes de estos prejuicios y resentimientos, en tantos los vemos en nuestros pacientes, sino que tenemos además la oportunidad de aprender mucho acerca de su dinámica y por lo tanto de su significación. Como grupo ¿no podemos recomendar ningún paso constructivo para la reducción de este problema?
Indudablemente, sabemos, como psiquiatras, del efecto que el desempleo causa sobre la salud mental. Se estima con algún margen de variación que del 60% al 80% de las personas desempleadas manifiestan signos definitivos de enfermedad mental. En la mayoría de esos casos el padre aparece como un fracasado ante a los ojos de su esposa, sus hijos, sus amigos, su comunidad e incluso ante sí mismo. Más trágico es el efecto en los niños. El desempleo se vuelve entonces un problema de la salud mental que afecta, siempre, a dos generaciones. Los psiquiatras han prestado poca atención a los problemas de desempleo, excepto en los casos aislados de pacientes atendidos de forma gratuita. Nuestros trabajadores sociales psiquiátricos están mucho más familiarizados con los efectos de la enfermedad mental en el grupo familiar ¿No es ésta otra área en la deberíamos poder ofrecer consejos calificados, con la esperanza de que el Estado y la autoridades federales podrían llegar a prestarnos atención?
Ninguno de nosotros puede desconocer la infelicidad y aflicción causada por la falta de viviendas que hace imposible tener un hogar o hallar una vivienda adecuada a muchos veteranos y antiguos trabajadores de la época de la guerra. En 1946 hemos construido 500.000 hogares pero necesitábamos 3.200.000.  El desarreglo resultante, el hacinamiento y la fricción familiar unidos comportan un enorme costo emocional.
La lista podría continuar casi indefinidamente – huelgas y sus concomitantes pérdidas económicas tanto para las familias como para la comunidad; 350.000 personas que cada año resultan incapacitadas de forma permanente a causa de accidentes;  nuestro sistema de chanchullos políticos y de mafias privadas, presentes en tantos estados y comunidades. Last but not least, ninguna persona razonable puede desconocer la ansiedad e inseguridad causadas por nuestras muy endebles relaciones internacionales.
Uno podría preguntarse ¿qué tiene que ver todo esto con la psiquiatría? Como grupo de científicos expertos que se interesan y preocupan por la manera en que los hombres piensan, sienten y se comportan, es lógico suponer que estas enfermedades sociales deberían hallarse entre nuestras principales preocupaciones.