Seminario 13: Clase 10, del 9 de Febrero de 1966

Como sucede que doy al principio de una mis lecciónes algunas referencias de lo que, en la esfera de mi enseñanza, pasa en otra parte, evocaré hoy al principio, algo cuya pertinencia, por supuesto firme, no aparecerá sino para aquellos que hayan asistido a una sesión de ayer a la noche de nuestra Escuela Freudiana, pero que, sin embargo, para todos los otros representará una introducción a la puesta en foco, —en el sentido fotográfico del término—, que va a constituir mi discurso de hoy, por donde alcanzaré, espero, lo que tengo que decir de La apuesta de Pascal, en cuanto a lo que condiciona de esencial.

Relaciones comprometidas en el psicoanálisis, es desde donde partiré, pues, como un preámbulo que, al mismo tiempo paréntesis, es de una aceptación muy resumida, forzosamente concerniente a este fantasma que se llama y que está en cuestión bajo el nombre de masoquismo femenino. Que se entienda si enuncio que el masoquismo femenino es, en último término, el perfil del goce reservado a quien entraría en modo del Otro, en tanto que este Otro sería el Otro femenino, es decir, la verdad.

Ahora bien, la mujer, si se puede hablar así, la mujer que se intentaba ayer a la noche poner en suspenso en una típica esencia, —que sería la de la femineidad, empresa fácil—, la mujer, digamos, en la medida en que como Freud lo desarrolla y lo anuncia, un punto de partida distinto del hombre en este juego en que se compromete, donde se trata de su deseo. La mujer no está más en este mundo que el hombre. Sin duda, sucede que ella se lo representa a él bajo la forma del objeto a . Pero, —es necesario decirlo—, lo que ella se rehusa enérgicamente a hacer, ya que su fin es ser i(a) como todo ser humano. Que la mujer es narcisista, como todo ser humano, que es en esta distancia, este desgarrón que se instala, de lo que ella quiere ser, a lo que se pone en ella, que se instaura esta dimensión que se presenta en la relación del amor como engaño. Agreguemos que este narcisismo es el callejón sin salida, el gran callejón sin salida del amor, llamado cortés, que al ponerla en la posición de la I, del ideal del yo, en el campo del Otro, desde el punto de localización, por organizarse este estatuto del amor, este narcisismo, no se puede sino exaltarla, es decir, acentuar la diferencia. En estos pocos términos se localiza el callejón sin salida que hay que intentar definir como una función que se aislaría, la feminidad. Nada aquí pues se localiza, sino en este término, que es un polo femenino de la relación a La Cosa y que femenino es este término de la verdad. Femenino es radicalmente engañador bajo todas las formas en que se presenta.

Esto nos servirá como punto de partida para localizar las tres distancias desde donde acomodarse, este campo de la búsqueda que siempre la ambición de los filósofos señaló como búsqueda de la verdad. El peligro que asume el analista tomando el lugar de guía en este camino es el que el mito de Acteón señala como la imposibilidad del sorprender el movimiento en que se dibuja nuestro destino como aquel que comandan las tres parcas: Cloto, Láquesis y Atropo, forma unitaria del Dios fundamental, arcaico, ancestral, aquel del que nos separa la otra revelación, de la que tendremos enseguida que retomar la ubicación a través de La apuesta de Pascal, que acomoda sobre la función del Padre lo que nos contiene en una gran interdicción determinada respecto al goce último. Es ya el enunciado inaugural del pensamiento de Freud el que nos señala la importancia de su suspensión, de la suspensión de todo pensamiento alrededor de este interdicto del padre, del que veremos aparecer enseguida bajo otra forma, la fórmula.

Si en los años que precedieron, es sobre el cogito cartesiano que les enseñe a detenerse para que se representen cómo se dibuja la esquicia, la Entzweiung, la división radical donde se instituye el sujeto a reconocer en la fórmula del yo pienso mismo, el punto donde se capta la ruptura del yo pienso no afirma sino en un punto de duda, es para aproximar de una manera más segura esta formulación más pura que la misma función del sujeto, esta vez radicalmente, en función del deseo, que nos da La apuesta de Pascal. Porque seguramente, lo que ya en el cogito cartesiano basta para fundar el ser del sujeto, en tanto el significante lo determina como no captándose sino en el punto en que alrededor de la afirmación del yo pienso se redujo a este punto de duda de ser, ya no tiene ningún sentido sino para abrir las comillas de la conclusión, que le da toda su sustancia, el luego, soy como contenido puesto en la medida en que rechaza a una retroposición, el soy de ser de este yo pienso, yo soy aquel que piensa: luego soy.

Ahora bien si reencontramos la vía de Freud de considerar que en esta duda, que está toda la sustancia del objeto central que decida así al ser del yo pienso mismo, en la medida en que esta duda, Freud en su praxis, nos hace reconocer el punto de emergencia de esta falla del sujeto que lo divide y que se llama la conciencia. El punto de sutura, el punto de cierre, inadvertido en el pienso, luego existo, es ahí que debemos reconstruir toda la parte elidida de lo que se abre, que reabrimos esta hiancia y que no puede, bajo toda forma del discurso, que es el discurso humano, aparecer sino bajo la forma de tropiezo, de la interferencia, del obstáculo, en este discurso que se quiere coherente. No obstante, lo que hay que funda este discurso no es, mediante esto, captado en absoluto. Discurso del deseo, se nos dice. Pero, ¿qué hay que haga que podamos decir que aquello mediante lo cual podemos suplirlo es el lugarteniente de representación?. Ustedes entienden bien que esto es indicar el lugar donde funciona lo que sostiene como dividido todo lo que se realiza del sujeto en el discurso, que está ahí el lugar donde debemos buscar la función del objeto a. La duda de Pascal es aún en este pasaje de una operación de balanza, —tute dubo dubito—, que es el hábito. Me dedico a hacer oscilar estos platillos de la balanza. Es alrededor de una puesta a prueba del saber respecto de la verdad de lo que respecta o no al verdadero saber. Por supuesto, Heidegger tiene una buena parte que representar, lo que está abandonado de fondo, irremediablemente reprimido, de la Aletheia, la Urvendrängung, —sino es así que la nombra, es así que podemos definirla. Pero, esta evocación es frágil, por no representar sino un retorno a un movimiento sin salida, conforme al empleado en el origen del pensamiento griego. Es del Ethos que se trata, de la ética. Descartes instala al tiempo que revela, sin saberlo, la división del sujeto alrededor de la operación de puesta a prueba, operación negativa, —imposible de reconocer cómo cuelgan los platillos alrededor del verdadero saber—, no extrae sino la certidumbre de la prueba operada y que es en esta duda del sujeto que se instala la certidumbre.

Para retomar y dar un paso más será necesario que vuelva a traer el argumento antiguo por donde él imprime en el orden de nuestro pensamiento la idea de perfección. Debe garantizar el camino de nuestra búsqueda. Seguramente se puede apuntar y dibujar ya acá la distancia que hay respecto del argumento ontológico, del que ustedes reconocerán, no obstante aquí la forma y que por haber tenido su precio en la exploración en el campo del ser, y no merece para nosotros ser retomado bajo esta forma que ahí aparecerá cierta a quien su reflexión había mostrado suficientemente que la idea perfección no se esboza ni se forma sino sobre el modelo de la competición del animal de concurso y que su sustancia no es otra que aquella con la que el cerdo puede soñar en cuanto a la obesidad de su castrador. No amo la blasfemia vana y se debe saber que lo que apunto así no es, ciertamente, el objetivo de algunos, de un cierto desvío concerniente a la interrogación sobre el ser divino, sino a aquel donde un cierto detalle filosófico se obstina en permanecer encallado. Si bien es necesario remarcar que el camino de Descartes sale del paso con el sujeto respecto del Dios, supuesto engañador ya que al volverse hacia el otro Dios para entregarle la cara entera a su arbitrio, se fundan las verdades eternas. La cuestión es importante para nosotros, es saber si en este juego, —pues ya se las he arreglado—, es el sujeto el que duda y que, incluso el Dios engañador no podría retirarle este privilegio. Aquel, incluso perfecto, hacia el cual se gira no es, entonces, y lo digo seguro de que Pascal lo pensó antes que yo, no es, desde entonces, un Dios engañado. Este punto sensible es importante para nosotros y en nuestra búsqueda, en la medida en que es en la trampa de la forma ideal como, de alguna manera, preformada, antepuesta al camino donde debemos guiar la búsqueda del sujeto, que es propiamente aquella donde el ideal de perfección debe engañarse, aquello con la que tiene que ver concerniente al acto del médico, dice propiamente Platón. Es esta imagen que tiene el médico en el alma. No es decir la importancia exacta que hay, la representación que debemos hacer, hacernos de la naturaleza de lo que se pone en juego cuando se trata del orden de la relación a la verdad única, accesible y definida por las condiciones donde comprometemos la experiencia, donde se limita la tesis, donde el sujeto está formado en la dependencia del significante como tal. Esto es lo que pudo la estructura de La apuesta de Pascal. En algún lugar, en uno de estos numerosos puntos, donde se prefigura en estos diálogos, que están muy lejos, por supuesto de entregarnos una doctrina, de alguna manera, unilateral, relación de todo lo que es, todo lo que es idea en este Ethos del que hablaba recién, quien daría la esencia de todo lo que en el ser subsiste. Muy lejos de eso encontraremos referencias hechas para orientarnos y fundamentalmente ésta: entre el ser eterno que no existe y lo que nace y muere, pero que no es. El signo, la piedra de toque nos debe ser dada en que si el primero subsiste, debe soportarse en un discurso invencible. Es, incluso, lo que buscamos, poco más o menos, que este discurso es el que debe poder permitirnos reconocer en este campo, que es el nuestro, de un existencia cernida entre el nacimiento y la muerte, de lo que este discurso ahí puede tener que sea de este orden invencible. Y esto es lo que nos introduce el discurso de Pascal. Nada sorprende que parta de esta referencia al más allá de la vida y la muerte. Pero no es, yo no diría como parece, sino completamente como todo el mundo se da cuenta y se escandaliza de esto. Todo estos señores de la ideología espiritualista se enderezan, y hacer remilgos, cómo hablar de lo que es una tan alta dignidad en términos de estos que son la escoria de nuestra sociedad.

En tiempos de Víctor Cousin, únicamente los burgueses tienen derecho de entregarse al agio y aquellos a los que será dada en la sociedad la carga de pensar en lo que sucede, podrían advertir al pueblo de aquello de lo que se trata, efectivamente en lo que se llama la marca del progreso. Se les pide volver a entrar en este orden de decencia al cual quiere dar recién, bajo una forma escandalosa, su tremenda insignia, aquella del cerdo castrado. Dicho de otro modo, permanecer en los límites de decencia del pensamiento, que se llama el eclecticismo. ¿No notaron ustedes que en esta apuesta concerniente al más allá, Pascal no nos habla, —nadie nunca vio eso— de la vida eterna?. Él habla de una infinidad de vidas infinitamente dichosas. ¡Esas son un montón de vidas!. Y al fin de cuentas, al llamarlas así, les conserva su horizonte de vida y la prueba es que comienza por decir: ¿no apostaría usted solamente para que haya otra?. Aquel que llamé hace un rato, quiero decir, la última vez, el buen Lachelier, es muy gentil, se detiene ahí. Dice de todos modos: —¿qué apostará para tener solamente una segunda vida?. Reencuentren el pasaje. Yo lo busqué frenéticamente recién. Ustedes lo reencontrarán fácilmente. Es que yo no les reprocho esta falta de imaginación; ¿pero no es cierto que al pasar, sin pena ni gloria, como escrutador de las chances en juego en La apuesta, nos invita a plantearnos verdaderamente la cuestión?, ¿qué sucede efectivamente?, ¿y no valdría la pena comprometer una apuesta solamente con algunas chances, en cuanto a esta vida entre el nacimiento y la muerte, esta vida que es la nuestra, para tener, quizás, una segunda?.

Dejémonos detener un instante alrededor de este juego, quizá un poco más armado que otros, para captar lo que aportará de irreductible diferencia, franqueamiento, que pudiéramos pensar así porque es necesario, que esas dos vías estén, cada una entre el nacimiento y la muerte. Pero, es necesario también que sea el mismo sujeto. Todo lo que se haya jugado, precisamente, en la primera sabremos que podremos jugarlo de otro modo en la segunda. Pero no sabremos siempre en la misma medida cuál es la puesta en juego. Este objeto desconocido que nos divide entre el saber y la verdad. ¿Cómo no esperar que la segunda nos de un punto de vista sobre la primera, que para un sujeto el significante no será lo que represente en el infinito para otro significante sino para el otro sujeto que seremos también?, ¿cómo de este sujeto, no esperar el privilegio de que sea la verdad del primero?. En otros términos, ¿no vemos aquí, en esta imaginación, fantasma del fantasma, aclararse lo que bajo el nombre de fantasma juega en el secreto de esta vida que es tal que no tenemos sino una y que hasta el fin lo que se pone en juego puede sernos escondido?.

Esta suposición implícita en las parcas, tal como lo leemos, si lo leemos a la vela de la irreflexión, donde se suspende toda nuestra suerte, esta suposición de que después de la muerte tendremos la última palabra de esto, a saber, que la verdad será patente si sí o no, estará ahí para sostenerla el Dios de la promesa. ¿Quién no puede ver que esta suposición implícita en todo el asunto es ella la que la pone verdaderamente en suspenso?. ¿Por qué después de la muerte, si algo perdura ahí, no erraríamos aún en la misma perplejedad?. El juego pascaliano concerniente a esta infinidad de vidas multiplicadas por la infinidad de una dicha, que debe tener algunas relaciones con lo que se sustrae a la nuestra no puede sino tener otro sentido que no tiene nada que ver con la retribución de nuestros esfuerzos ciegos, y es por eso que es coherente que el hombre cuya fe estaba totalmente suspendida de este algo del que no podemos incluso, hablar ya, que se llama la gracia, está en una suposición coherente cuando desarrollan sus pensamientos concernientes a la puesta en juego que es la de la dicha, a saber que todo lo que causa lo perecedero y lo fracasado de nuestro deseo, que esta puesta en juego de la dicha debe, por naturaleza, buscarse sobre el fondo de La apuesta. Este objeto a , que vemos surgir en este más allá imaginable, ya de manera totalmente próxima a solamente imaginar una segunda vida, no es algo que el pensamiento religioso no haya ya sondeado. Esto se llama la comunión de los santos. Ninguno de aquellos que viven en el interior de una comunidad de fe, que tienen algunas relaciones con este fundamento de la dicha, deja de estar interesado en que en alguna parte esta dicha sea conquistada por otros ignorados por nosotros. Esta concepción es coherente con que cada una de nuestras vidas, nosotros del común, no es otra cosa que la incursión suspendida al mérito de algunos desconocidos, y lo que se expresa tradicionalmente en este tema, aprovechado por todo un teatro, que va más lejos en la dignidad de lo que ustedes pueden sondearlo en principio, si piensan que el teatro de Shakespeare mismo destaca esto cuyo tema es que la vida es un sueño. Respecto a esta perspectiva, La apuesta de Pascal significa el despertar. La estrechez misma de la relación al otro concierne a esta doctrina de la predestinación y de la gracia, de lo que desde mi Informe de Roma indicaba que en lugar de mil otras ocupaciones fútiles, los psicoanalistas dirigen sus miradas ahí, tal es ya dibujado ahí el punto de impacto donde podemos, así como al final de un artículo titulado Observaciones sobre un cierto discurso, al cual les ruego remitirse, marcaba que el punto donde, de entraba deseaba dirigirlos, en relación a la función de esta apuesta. Porque ahora podemos ver lo que significa esta apuesta única en esto de que lo que se pone en juego ahí es la existencia del partenaire.

Si Pascal puede poner en la balanza ese algo que no es, en absoluto, el todo, sino el infinito que se abre para solamente saber reconocerlo en este punto en que prendimos el año pasado a designar sustancialmente: la función de la falta, el número donde lo indefinido, no es sino la máscara del verdadero infinito, que se disimula ahí y que es, justamente, aquel abierto por la dimensión de la falta para ponerlo en la balanza, con lo que se designa en el campo del sujeto como objeto causa del deseo, que se señala por no ser nada aparente. Y de esta confrontación misma del balanceo, llevado más allá en el campo del Otro, de este campo, donde para nosotros se dibuja toda la puesta en forma significante de la cual Pascal nos dice: ustedes no pueden escapar, ustedes están ya embarcados. Es esto que el significante soporta, lo que aprendemos como sujeto. Estamos en La apuesta y es a esta a quien pertenecerá, como le fue dado a Pascal reconocer las formas puras, las más vecinas a esta función de la falta. Es ahí. Alrededor de esta oscilación, que sorprende al otro y lo pone entre esta cuestión ya que formulé y me permito recordar porque algunos acá lo recuerdan, esta cuestión del nada quizás y este mensaje del quizás nada, que las respuestas vengan a la primera: no seguramente nada; a la segunda, en la medida en que La apuesta en juego para un Pascal es, justamente aquella de esta nada fundada en el afecto sobre nosotros del deseo: seguramente, no nada.

Quiero aclarar bien la topología de lo que se designa acá. Encontré, había muchas otras vías para hacerlas surgir, pero me gustaría tomar la vía neutra, un lógico de la gramática tanto peor. Hay cosas excelentes, entre otras más mediocres, en un libro de Willard Orman Quine que se llama: Word and object, encontrarán titulado: Referential vagaris, intraducible, fluctuación… algunas observaciones. Ellas parten de esto que es la posición fregeana, a la cual nuestros ejercicios del año pasado nos acostumbraron, concernientes a la diferencia de lo que es Sinn y de lo que es Bedeutung, de lo que hace sentido, de donde les mostré el aviso en el ejemplo: Green Colourless Ideas, y de lo que concierne al referente.

Desde el momento en que este paréntesis que constituye La apuesta de Pascal en la continuación de mi topología, en el momento en que habiéndola presentada en el Cross-cap, la superficie donde podemos discernir que se conjugan los dos elementos del fantasma aquellos que no funcionan  sino a partir del momento en que el corte hace que uno de estos elementos, el objeto a, se encuentre en posición de ser la causa de una invisible, inasible, indiscernible, división del Otro, el sujeto; cuestión soportada por nosotros en este modelo de La apuesta, de concebir no lo que es este fantasma sino cómo podemos representárnoslo. Es muy claro que en su inmanencia es inabordable y que se trata de explicar porque el análisis permite hacernos caer en la mano del pequeño   del que se trata, Es en la medida en que otra forma, aquella que todavía no traje en absoluto este año, aquella que topológicamente, contingentemente, si puede decir, nos entrega la botella de Klein. La función del Otro en este Erscheinung posible, que no podría ser representación del objeto a. He aquí lo que las últimas explicaciones, sobre las cuales, sin duda, se detendrá mi discurso de hoy, van a intentar aclarar.

Vamos inmediatamente a aquello de lo que se trata, a saber, la creencia. Cuando les hablé recién de esta segunda vida, podría aparecer esta reflexión: exposición, disyunción del fantasma. ¿No se hicieron nunca la reflexión de que sería ahí dar a nuestra existencia ese juego, en las escotaduras, lo que permitiría aflojar un poco su seriedad?. No hay sino una desdicha. Es que esta segunda vida, que no existe y que intenté un instante, en el interior de La apuesta de Pascal hacer vivir para ustedes, y bien, creamos en ella. No apostamos, pero justamente, si lo miran de cerca verán que viven como si creyeran en eso. Eso que se llama este doblez que hace las delicias de los psicólogos y que se llama, en este campo, el nivel de la espiración. Nadie se las arregla tan bien como los psicólogos para dar estatuto a todas las inmundicias con las que nuestra suerte está pervertida. Eso se llama nuestra vida ideal, aquella, precisamente, aquella en la que pasamos nuestro tiempo soñando muellemente. El señor Willard Van Orman Quine, con algunas astucias, a propósito de un pequeño ejemplo, que no veo en absoluto por qué yo lo cambiaría, lo que sucede en lo que se llama las funciones proposicionales que tienen como modelo ésta —dejo los nombres—: Tom cree que Cicerón denunció a Catalina. La cosa toma su interés. Es que en razón de una información limitada, Tom cree que aquel que en las tragedias del siglo XVI se habría también degradado mediante este nombre afrancesado, no Tullius, sino Tulle, a saber, para nosotros, que, por supuesto somos eruditos, es el mismo Cicerón. Tom cree que Tulle es verdaderamente incapaz de haber hecho una cosa semejante. De ahí en más, ¿qué hay de la referencia del significante Cicerón en cuanto al enunciado?. ¿Tom cree que Cicerón ha denunciado a Catalina si mantiene que Tulle —él no sabe que es el mismo— no ha hecho nada?. Es alrededor de esta suspensión que un gramático aporta precisiones muy interesantes sobre la manera en la que conviene medir con la vara de la lógica tal o cual forma de gramática, porque se torna interesante notar que si en la misma forma ustedes sustituyen en la nominación una forma indefinida, lo que parecería, pues, ver opacificar la referencia aún más, muy por el contrario, la referential vagaris, a saber la opacidad que introduce la función proposicional, Tom cree. Es aquí como podría tratarse de decir que la referencia se vuelve vaga a partir del momento en que ustedes dicen que Tom cree que alguien denunció a Catalina. Seguramente, podemos ir más lejos y darnos cuenta de que no es lo mismo creer que alguien denunció a Catalina o decir que existe alguien que Tom cree que denunció a Catalina.

Pero, ustedes ven que comenzamos a entrar en un sistema de doble entrada que, quizás, nos llevaría un poco lejos. Pero para retrotraerlos a la cuestión de la existencia de Dios, este les hará captar la diferencia que hay entre decir: él cree que Dios existe, sobre todo si la encontramos en el texto de alguien que nos dirá que se puede pensar la naturaleza de Dios.

Ahora bien, Pascal nos dice que ella es, propiamente hablando, no solamente incognoscible, sino impensable. Y, entonces, que hay un mundo entre creer que Dios existe, en lo que contrariamente a lo que opinan los representantes del argumento ontológico, no hay ningún referente de Dios, y que en contradicción, concerniente a lo indeterminado que deviene Dios en: apuesto que Dios existe, es decir, algo totalmente distinto porque esto implica, por debajo de la barra, Dios no existe. En otros términos, decir: apuesto a que Dios existe o… —es necesario agregar el o…—, es introducir ese referente en el cual se constituye el Otro, el Otro como marcado por la barra que lo reduce a esta alternativa de la existencia o no, y a nada más.

Ahora bien, es lo que es reconocible en el mensaje original donde aparece en la historia aquel que cambia, a la vez, las relaciones del hombre a la verdad, del hombre a su destino. Si es verdad —como se puede decir que yo se los machaco desde hace algún tiempo— que el advenimiento de la Ciencia, de la Ciencia con C mayúscula, —y como no soy el único en pensarlo, esto que Koyré articuló tan poderosamente— este advenimiento de la Ciencia sería incognoscible sin el mensaje del Dios de los judíos, mensaje perfectamente legible en esto: visto que cuando aquel, aún mal librado de sus funciones de mago, en relación con la verdad, porque estuvieron en comunicación con la verdad —no hay necesidad de delatarse con las diez plagas de Egipto para saberlo. Si tuvieran ojos abiertos, verán que el menor de esos cacharros, que son inexplicablemente para nosotros el legado de las edades antiguas, respira la magia. Es por eso que los nuestros no se le parecen. Si pongo, de tal modo, en primer plano, algunos pequeños apólogos como aquel del pote de mostaza, no es por el simple placer de parodiar las historias de alfarero. Pero, cuando Moisés demanda al mensajero, en la zarza ardiente, que le revele este nombre secreto que debe actuar en al campo de la verdad, él no responde sino esto: eye asher eye, lo que como ustedes saben, —al menos aquellos que me oyen desde hace algún tiempo— no deja de proponer dificultades de traducción, de las cuales la peor, seguramente, por estar formalmente acentuada en el sentido de la ontología, sería: yo soy aquel que soy: asher. Jamás quiso decir nada semejante, Asher es el lo que. Y si ustedes quieren traducirlo en griego… yo soy lo que soy, lo que quiere decir: tú no sabrás nada en cuanto a mi verdad, entre este yo soy, propuesto y aquel que debe venir, la opacidad, la raya, subsiste de este lo que, que queda como tal irremediablemente cerrado. Rayo sobre la A mayúscula esta barra: . Esto en lo que está en la abertura que veníamos a golpear para que caiga lo que desde entonces, en La apuesta de Pascal, no se concibe como nada representable, sino como lo real visto por transparencia, en relación a esta bruma subjetiva de lo que se perfila de borroso y de incoherente, de sueño, de sueño sobre el campo de Otro en lo que nos solicita al despertar, a saber, de esta pequeña, es verdad que es real y no representada, que es ahí captable, de alguna manera, por transparencia, según que nosotros mismos hallamos podido organizar, más o menos, en el rigor significante del campo del Otro. Esta pequeña a que conocemos bien por lo que tendré que explicarles y solamente ahora su relación al superyó, en cuanto está más allá de la aparente sombra representada por este Otro, suspendido alrededor de la pura interrogación sobre su existencia, que el despertar es ahí lo que permite hacerlo caer más, post-puesto, pero antepuesto en relación a este campo opaco del sueño y de la creencia, y que la relación del analista respecto de este Otro, cuya definición al fin del año pasado ya se las di, es ahí que la posición del analista debe definirse. El partenaire, el respondiente, aquel a partir del cual se insegura la posibilidad de la entrada en el mundo del orden del oro, que no está en absoluto sometido al eterno señuelo de las falsas capturas del ser, depende de la realización de que este otro, de que este partenaire, aquel que no es aquel del que tenemos el lugar, sino con el cual tenemos que comprometer la partida de tres con el analizado, incluso con un cuarto, el otro sabe que no es nada.