Seminario 2: Clase 17, Preguntas al que enseña, 12 de Mayo de 1955

El discurso común. La realización de deseo. El deseo de dormir. El verbo y las tripas. La cuestión del realismo.

Hoy estamos a punto de llegar a lo alto de esa cuesta, por momentos algo difícil, que este año hemos ido escalando. Nos acercamos a una cima. Pero nada nos indica que una vez en lo alto dispondremos de una vista realmente panorámica de lo que hemos recorrido.

Como anuncié la última vez, intentaré anudar la función de la palabra y la de la muerte, no diría de la muerte como tal, pues esto no quiere decir nada, sino de la muerte en la medida en que es aquello a lo que la vida se resiste.

El más allá del principio del placer está expresado con el término Wiederbolungszwang, incorrectamente traducido al francés por automatisme de répétition [automatismo de repetición]; creo ofrecerles un equivalente mejor con la noción de insistencia, insistencia repetitiva, insistencia significativa. Esta función está en la propia raíz del lenguaje en tanto aporta una dimensión nueva, no diría al mundo, pues ella es, precisamente, la dimensión que vuelve posible un mundo, en la medida en que un mundo es un universo sometido al lenguaje.

Pues bien, ¿cuál es la relación de esta función con la noción a la que su meditación, también ella insistente, conduce a Freud: a saber, la función de la muerte? Porque en el mundo humano se lleva a cabo una conjunción entre la palabra que domina el destino del hombre, y la muerte, a la que no sabemos cómo situar en el pensamiento de Freud: ¿está a nivel de lo real, de lo imaginario o de lo simbólico?

Pero antes de anudar estos dos términos de modo que una vez más puedan ustedes entender, y espero aún mejor, cuál es la significación del descubrimiento freudiano y la de nuestra experiencia, en cuanto nos permite asistir al sujeto en la revelación que de él se hace a sí mismo, me detendré un momento.

Me he hecho una reflexión que, por severa que sea, nada tiene de desencantada. He pensado que la enseñanza es algo muy problemático, y que a partir del momento en que uno es llevado a tomar el lugar que ocupo detrás de esta masita, no hay ejemplo de que sea apto para ello, al menos en apariencia. En otras palabras, como bien hizo notar un gran poeta americano, nunca se vio a un profesor fallar por ignorancia. Siempre sabemos lo bastante como para ocupar los minutos durante los cuales nos colocamos en la posición del que sabe. Nunca se vio a nadie quedarse cortado, desde el momento en que asume la posición de ser el que enseña.

Esto me lleva a pensar que la única enseñanza verdadera es aquella que consigue despertar en los que escuchan una insistencia, ese deseo de conocer que sólo puede surgir cuando ellos mismos han evaluado la ignorancia como tal-en cuanto ella es, como tal, fecunda-y también del lado del que enseña.

Por lo tanto, antes de añadir las pocas palabras que para quienes se sostienen del aparato formal de las cosas aparentarán ser conclusivas, pero que para los otros serán una apertura más, me gustaría que todos y cada uno de ustedes me planteara hoy una pregunta que podríamos definir así como la mía.

Dicho de otro modo, quisiera que cada uno, a su manera, me diga como entiende lo que pretendo alcanzar. Que me diga, después de todo lo que este año he relatado, cómo se esboza o se cierra para él, o se concluye, o cómo resiste, la pregunta tal como yo la planteo.

Este es sólo un punto de mira, y respecto de este punto ideal cada cual puede mantener la distancia que quiera. Me parece que lógicamente tiene que constituir el punto de convergencia de las preguntas que puedan surgir en vuestras mentes, pero nada les obliga a enfocarlo. Cualquiera de las preguntas que tengan que hacerme, aunque en apariencia sea parcial, local y hasta indefinida, debe tener sin embargo una cierta relación con ese punto de mira.

De igual modo, si les pareció que algo fue eludido, pueden manifestarlo ahora. Será también una manera de evocar la continuidad con que hayan podido encontrarse en el camino que les hice recorrer hasta hoy.

Les pido encarecidamente que lo hagan. Así es, hoy no admitiré que se ocupe la hora del seminario con otra cosa que no sea esta mismísima experiencia.

Nos serviremos de la apelación a la buena voluntad. Esta prueba es lo mínimo que les puedo pedir: exponerse ante los demás. Si no son capaces de hacerlo en tanto que analistas, ¿de qué son ustedes capaces?

Quienes se sientan listos para formular algo que tienen ya en la punta de la lengua, manifiéstenlo de inmediato. Esto dará tiempo a los demás para serenarse.

Srta. RAMNOUX:—Después de leer el capítulo de Freud, había logrado concebir al yo como una función-defensa que habría que situar en la superficie y no en profundidad, y que se ejercería en dos frentes, contra los traumas que vienen del exterior y al mismo tiempo contra los impulsos que vienen del interior. Después de sus conferencias ya no me lo puedo representar asé. Y me pregunto cuál es la mejor definición. Pienso que lo sería decir que se trata de un fragmento de un discurso común.

¿Es eso? Una pregunta más. También había logrado comprender por qué Freud llamaba instinto de muerte a aquello de donde salen los síntomas repetitivos. Había logrado comprenderlo porque dicha repetición presenta una especie de inercia, y la inercia es retorno a un estado inorgánico, es decir, al pasado más lejano. Así me explicaba yo por qué Freud podía asimilar esto al instinto de muerte. Pero tras haber reflexionado sobre su última conferencia, comprobé que esas compulsiones salían de una especie de deseo infinito, multiforme, sin objeto, de un deseo de nada. Lo entiendo perfectamente, pero entonces es la muerte lo que ya no entiendo.

Es indudable que todo lo que les enseño está destinado a cuestionar la situación del yo en la tópica, tal como habitualmente nos la imaginamos. Instalar al yo en el centro de la perspectiva, como lo hace la orientación presente del análisis, no es más que una de esas vueltas atrás a las que está expuesto todo cuestionamiento de la posición del hombre. Nos cuesta hacernos una idea de lo que sucedió cada vez que hubo una revisión del discurso sobre el hombre, porque lo propio de cada una de dichas revisiones siempre se amortigua con el transcurso del tiempo, se atenúa, de forma tal que hoy en día, y siempre fue así, la palabra humanismo es una bolsa donde silenciosamente se pudren, amontonados unos sobre otros, los cadáveres de esos sucesivos brotes de un punto de vista revolucionario sobre el hombre. Y eso es lo que está pasando a nivel del psicoanálisis.

Esto me recuerda la lectura, en el periódico de esta mañana, de una de esas exhibiciones con las que en nuestro tiempo nos topamos regularmente, cada vez que a propósito de un crimen, así fuese mínimamente inmotivado, se menciona la cuestión de la responsabilidad. Presenciamos el miedo pánico al psiquiatra, a quien se recurre alocadamente, y con un aferramiento horrorizado ante la idea de que si no subraya la responsabilidad del personaje podría estarle reabriendo las puertas a la masacre general. El personaje ha hecho a todas luces algo que no se acostumbra ver, aunque a cada instante surja su posibilidad: despachurrar sencillamente al borde del camino y coser a cuchillazos a la persona con quien le unen los más tiernos vínculos. El psiquiatra se ve repentinamente puesto ante esa abertura, esa hiancia, y es conminado a tomar partido. Esta vez ha sucedido algo, a la manera en que suceden las cosas improbables, que revela la posibilidad de que la suerte estuviese echada. El psiquiatra, que aquí tendría que explicarle a la gente que para zanjar la cosa no basta con decir que el tipo es plenamente responsable, se escabulle. Puede oírse entonces un curioso discurso donde el sujeto contrae los labios a medida que va enunciando sus palabras, para decir, a la vez, que el susodicho criminal presenta todos los trastornos posibles de la emotividad, que es alguien que no se comunica, un ser abominable, pero que no por ello lo que hizo deja de corresponder, por supuesto, al discurso común, y debe caer bajo el rigor de las leyes.

En psicoanálisis asistimos a algo semejante. El retorno al yo como centro y común medida no está implicado en absoluto en el discurso de Freud. Incluso es lo contrario: cuanto más avanza su discurso, cuanto más lo seguimos en la tercera etapa de su obra, más nos muestra al yo como un espejismo, como una suma de identificaciones. El yo se sitúa, indudablemente, en el muy pobre punto de síntesis al que el sujeto es reducido cuando se presenta a sí mismo; pero también es otra cosa, se encuentra también en otra parte, viene de otra parte, exactamente de ese punto del más allá del principio del placer en que podemos preguntarnos: ¿qué es lo àpresado en esa trama simbólica, en esa frase fundamental que insiste más allá de todo lo que podemos captar acerca de las motivaciones del sujeto?

Es indudable que hay discurso y, como usted dice, discurso común. Cuando les hablé de La carta robada dije, de una manera que pudo ser enigmática, que esa carta, por un tiempo, y en el límite de la pequeña escena, de la Schauplatz como dice Freud, del pequeño guiñol que Poe nos muestra, era el inconsciente de los diferentes sujetos que se suceden como sus poseedores. Su inconsciente es la carta misma, esa frase inscrita en un trozo de papel, en tanto que se pasea. Esto es evidente, tras mi demostración del color que cobran sucesivamente esos sujetos a medida que el reflejo de la carta va pasando sobre su rostro y su estatura.

Quizá sigan sin entender. Pero no olviden que el inconsciente de Edipo es cabalmente ese discurso fundamental por obra del cual desde hace mucho tiempo, desde siempre, la historia de Edipo está ahí, escrita, la conocemos, y Edipo la ignora por completo, aunque ella juegue con él desde el principio. Esto se remonta muy atrás: recuerden que el oráculo espanta a sus padres y que Edipo es abandonado, rechazado. Todo va sucediendo en función del oráculo y debido a que él es realmente otro que aquello que realiza como su historia: es hijo de Tocasta y de Layo, y parte a la vida sin saberlo. Toda la pulsación del drama de su destino, de un extremo al otro, del principio al fin, procede de ese velamiento del discurso, que es la realidad sin que él lo sepa.

Cuando volvamos a hablar de la muerte quizás intentaré explicarles el final del drama de Edipo tal como nos lo muestran los grandes trágicos. Para la próxima conferencia tendrían que leer Edipo en Colona. Verán que la última palabra de la relación del hombre con ese discurso que no conoce, es la muerte. En efecto, hay que llegar hasta la expresión poética para descubrir con qué intensidad puede cumplirse la identificación entre esa preteridad velada y la muerte como tal, en su aspecto más horrible. Revelación que no implica instante más allá y extingue toda palabra. Si la tragedia de Edipo rey es una obra ejemplar, los analistas también deben conocer ese más allá del drama que realiza por la tragedia de Edipo en Colona.

¿Cómo situar al yo en relación con el discurso común y con el más allá del principio del placer? Esta es la pregunta que abre su intervención, y la encuentro muy sugestiva. A fin de cuentas, entre el sujeto-individuo y el sujeto descentrado, el sujeto más allá del sujeto, el sujeto del inconsciente, hay una especie de relación en espejo.

El yo mismo es uno de los elementos significativos del discurso común, que es el discurso inconsciente.
En cuanto tal, en cuanto imagen, está àpresado en la cadena de los símbolos. Es un elemento indispensable de la inserción de la realidad simbólica en la realidad del sujeto, está ligado a la hiancia primitiva del sujeto. Por esto, en su sentido original, en la vida psicológica del sujeto humano es la aparición más cercana, más íntima, más accesible, de la muerte.

La relación del yo con la muerte es sumamente estrecha, porque el yo es un punto de intersección entre el discurso común, en el cual el sujeto está àpresado, alienado y su realidad psicológica.

La relación imaginaria, en el hombre, está desviada, por cuanto en ella se produce la hiancia por donde la muerte se presentifica. El mundo del símbolo, cuyo fundamento mismo es el fenómeno de la insistencia repetitiva, es alienante para el sujeto o, más exactamente, es causa de que el sujeto se realice siempre en otro lugar, y de que su verdad le esté siempre en alguna parte velada. El yo está en la intersección de uno y otro.

Hay en el simbolismo fundamental una inflexión hacia lo que forma imagen, hacia algo que se asemeja al mundo o a la naturaleza y hace pensar que allí está lo arquetípico. No es necesario, por otra parte, decir arque: es simplemente típico. Pero no hay duda de que para nada se trata de ese algo sustancializado que la teoría junguiana nos presenta bajo el nombre de arquetipo. Esos arquetipos mismos están siempre simbolizados, àpresados en lo que usted llamó el discurso común, fragmento de ese discurso. Estoy de acuerdo: se trata de una bella definición, y haré uso del término pues está íntimamente enlazado la definición del yo.

En cuanto a su segunda pregunta, creo que la vez pasada les hice sentir la diferencia existente entre insistencia e inercia.

¿A qué corresponde la resistencia en el tratamiento analítico ? A una inercia. Como tal, tiene la propiedad de no tener en sí misma ninguna especie de resistencia. A la resistencia, en el sentido de Widerstand, obstáculo, obstáculo a un esfuerzo, no hay que buscarla en otra parte que en nosotros mismos. Quien aplica una fuerza provoca una resistencia. A nivel de la inercia no hay, en ninguna parte, resistencia. La dimensión de todo lo que concierne a la transferencia es de un registro muy diferente: es del orden de una insistencia.

También entendió usted perfectamente lo que quise decir cuando evoqué la vez pasada el deseo, el deseo en cuanto revelado por Freud, a nivel del inconsciente, como deseo de nada.

Escuchó exponer anoche la ilusión, nada rara entre los lectores de Freud, de que siempre reaparece el mismo significado, significado de muy escaso alcance, como si el deseo del sueño que Freud nos designa en la Traumdeutung se resumiera al final bajo la forma de la lista, realmente corta, de las pulsiones.

Nada de eso. Les pido que lean la Traumdeutum  de una vez por todas y de un tirón, para convencerse de lo contrario. Aún cuando Freud aborde allí las mil formas empíricas que puede cobrar este deseo, no hay un sólo análisis que culmine en la formulación de un deseo. Finalmente, el deseo allí nunca está revelado. Todo transcurre en los peldaños, en las etapas, en los diferentes escalones de la revelación de ese deseo. Incluso en cierto momento Freud se ríe de la ilusión de quienes, tras haber leído su Traumdeutung, acaban creyendo que la realidad del sueño es la serie de sus pensamientos latentes. El propio Freud dice que si sólo fuese esto, dicha realidad no ofrecería ningún interés. Lo interesante son las etapas de la elaboración del sueño, porque ahí es donde se revela lo que buscamos en la interpretación del sueño, esa x que, al fin y al cabo, es deseo de nada. Los desafío a traerme un sólo pasaje de la Traumdeutung que concluya: el sujeto desea esto.

Objeción: ¿ Y los sueños de los niños? Este es el único punto de la Traumdeuntug que se preste al malentendido. Volveré sobre él y les mostraré que tal punto de confusión se debe a la propensión de Freud, y es lo más caduco de su obra, a recurrir con frecuencia al enfoque genético. La objeción se refuta. Fundamentalmente, cuando Freud habla del deseo como resorte de las formaciones simbólicas, del sueño al chiste pasando por todos los hechos de la psicopatología de la vida cotidiana, siempre se trata del momento en que lo que llega a la existencia por medio del símbolo no es todavía, y por lo tanto no puede en forma alguna ser nombrado.

Dicho de otro modo, detrás de lo que es nombrado, lo que hay es innombrable. Por ser innombrable, con todas las resonancias que a ese nombre le puedan dar, está emparentado con lo innombrable por excelencia, es decir, con la muerte.

Relean la Traumdentung y lo comprobarán a cada paso. Todo lo que se revela como nombrable está siempre a nivel de la elaboración del sueño. Esta elaboración es una simbolización, con todas sus leyes, que son las de la significación. De esto les hablé ayer cuando mencioné la partición significativa, la polivalencia, la condensación y todos los términos que Freud emplea. Siempre es del orden de la sobredeterminación, e incluso del orden de la motivación significativa. A partir del momento en que el deseo ya entró ahí, está capturado de cabo a rabo en la dialéctica de la alienación y ya no se expresa sino en el deseo de reconocimiento y en el reconocimiento del deseo, ¿cómo alcanzar lo que todavía no era?

¿Por qué se trataría de la muerte? Dejo esto en el límite de su pregunta, que me prueba que entendió lo que he dicho.

Sr. VALABREGA:— A propósito de lo que acaba de decir usted sobre el sueño. Sin embargo, los dos son ciertos. Creo que por un lado tiene razón al poner el acento en la elaboración del sueño.

Freud dice formalmente que en el sueño esto es lo único importante.

Sr. VALABREGA:—Sin embargo no es lo único, ya que también dice que en el sueño hay realización del deseo. Creo que usted tiene razón cuando pone el acento en la elaboración, porque es en la elaboración donde se puede encontrar la significación del sueño. De lo contrario existirían claves de los sueños, idea que Freud refutó suficientemente. Sin embargo, la realización del deseo no debe ser descuidada. Podemos encontrar un ejemplo no sólo en los sueños de los niños sino también en los sueños alucinatorios.

Es la misma cuestión. ¿Acaso puede usted quedarse ahí?

VALABREGA:—No, por supuesto, cuando el sueño llegó a la alucinación no hay que quedarse ahí: esto remite a toda la elaboración, y debemos hablar como lo hace usted. Pero está también la consideración del deseo de dormir, por el cual se manifiesta hoy un rebrote de interés. Este deseo es, al mismo tiempo, uno de los motivos primeros y uno de los motivos últimos del sueño. Freud no habla de elaboración secundaria, sólo hay elaboración en el sueño que está presente y que se está contando. Y después, de manera terminal, está el deseo de dormir, que es una de las significaciónes terminales del sueño. Por consiguiente, realización del deseo en una punta y deseo de dormir en la otra. Creo que las interpretaciones más modernas, que en la Traumdeutung están únicamente indicadas, o en otros textos posteriores la interpretación del deseo de dormir como deseo narcisista, siguen esta dirección. Hay dos realidades en el sueño, la realización del deseo, que usted parece disolver un poco, y la elaboración significante.

Habla usted de realización del deseo de dormir. Me referiré ante todo al primero de estos términos.

¿Qué querrá significar el término realización del deseo? Usted parece no haberse percatado de que realización implica realidad, y de que, por consiguiente, aquí sólo puede haber realización metafórica, ilusoria. Al igual que en toda satisfacción alucinatoria, en este punto sólo podemos situar la función del deseo de forma sumamente problemática. ¿Qué es el deseo, desde el momento en que constituye resorte de la alucinación, de la ilusión, y por lo tanto de una satisfacción que es lo contrario de una satisfacción? Si damos al término deseo una definición funcional, si para nosotros es la tensión puesta en juego por un ciclo de realización comportamental, cualquiera que sea, si lo inscribimos en un ciclo biológico, el deseo se dirige a la satisfacción real. Si se dirige a una satisfacción alucinatoria, hay entonces aquí un registro diferente. El deseo se satisface en otra parte y no en una satisfacción efectiva. Es la fuente, la introducción fundamental del fantasma como tal. Hay aquí otro orden, que no se encamina hacia ninguna objetividad sino que por sí mismo define las preguntas planteadas por el registro de lo imaginario.

Sr. VALABREGA:—Por eso Freud recurre al concepto de disfraz, y por eso, inmediatamente después de la primera proposición, el sueño es la realización del deseo, recurre al concepto de deseo como realización disfrazada. De todos modos se trata de una realización real, pero realizada en forma disfrazada.

La palabra disfraz es sólo una metáfora, que deja intacto el problema de qué es lo que se satisface en una satisfacción simbólica. En efecto, hay deseos que jamás hallarán otra satisfacción que por el hecho de ser reconocidos, es decir, confesados. En el pájaro que acaba por ceder su sitio junto a su pareja como resultado de las maniobras de un adversario, se puede ver surgir bruscamente un prolijo alisado de plumas, que es una ectopía de la parada sexual. Ahí se hablará de un embrague sobre otro circuito, que puede culminar en un ciclo de resoluciones que dan la imagen de una satisfacción sustitutiva. ¿La satisfacción simbólica es del mismo orden? Todo está aquí. La noción de disfraz no nos permite captarlo en modo alguno.

En cuanto al otro término que abordó usted hace un momento, el deseo de dormir es, desde luego, sumamente importante. Freud lo vinculó especialmente a la elaboración secundaria, en el último capítulo de la parte sobre la elaboración del sueño, que concierne a la intervención del ego como tal en el sueño.

Creo que además hay aquí ddos cosas que es preciso sabe distinguir. Está la necesidad de mantener el reposo un cierto tiempo, necesidad que se supone subyacente a la duración del descanso, a despecho de todas las excitaciones exteriores o interiores que podrían venir a perturbarlo. ¿Aparece esta necesidad en el yo, participa de la vigilancia que éste ejerce para proteger el estado de reposo? Esta es, en efecto, una de las emergencias de la presencia del yo en el sueño, pero está lejos de ser la única. Si recuerda usted el capítulo de marras, en él aparece por vez primera en el pensamiento freudiano la noción de fantasma inconsciente. Todo lo que es del registro del yo en tanto instancia vigilante se produce a nivel de la elaboración secundaria, pero Freud no puede separarlo de la función fantasmante en la que el yo está integrado.

Hay ahí una serie muy matizada de puestas en relación, para distinguir fantasma, sueño y ensoñación, y conforme a una especie de relación en espejo, en determinado momento los roles se intercambien. La ensoñación, tal como aparece a nivel del yo, es satisfacción imaginaria, ilusoria, del deseo, tiene una función muy localizada, como dijo hace un momento la señorita Ramnoux, en la superficie. ¿Cuál es la relación entre esa ensoñación del yo y otra, situada en otra parte, en la tensión? Esta es la primera vez que aparece en la obra de Freud la noción de fantasma inconsciente. Esto les expresa la complejidad del deseo de mantener el reposo.

Es quizás en este nivel donde el juego de escondite del yo se demuestra al máximo, y que averiguar dónde está nos pone en grandes dificultades. A fin de cuentas, únicamente a nivel del yo vemos aparecer la función de la ensoñación en la estructuración del sueño. Y también es sólo a partir del yo que extrapolamos, para pensar que en algún sitio existe una ensoñación sin yo, que hay fantasmas inconscientes. Paradójicamente, la noción de fantasía inconsciente, de actividad fantasmática, sólo es promovida por el rodeo del yo.

Sra. C. AUDRY:—Mi pregunta está muy próxima a la de Clémence Ramnoux, pues también se refiere al yo. Si el yo es un fragmento de discurso común, esto se da en el análisis. Previamente al análisis, no es más que puro espejismo imaginario. En consecuencia, el análisis equivale a una demistificación de ese imaginario previo. Concluimos en lo siguiente: cumplida la demistificación, nos hallamos en presencia de la muerte. Sólo queda esperar y contemplar la muerte. Mi pregunta puede parecer demasiado positiva o utilitaria, pero es así.

¿Por qué no? En Edipo en Colona, Edipo dice esto: ¿Acaso es ahora, cuando nada soy, que me convierto en hombre? Es el final del psicoanálisis de Edipo: el psicoanálisis de Edipo termina en Colona, en el momento en que destroza su rostro. Es el momento esencial que da sentido a su historia y, desde el punto de vista de Edipo, un acting-out, y él lo dice: Así y todo, estaba en cólera.

Sra. C. AUDRY:—¿Aquello que puede sustituir a un humanismo, debe pasar entre No soy nada y la muerte?

Exactamente. Ese algo que difiere a través de las edades y hace a la palabra humanismo tan difícil de manejar.

Sr. DURANDIN:— Quisiera formular una pregunta, pero no es muy legítimo que lo haga pues no he asistido a sus seminarios con regularidad.

Por mi parte, voy a pedirle explicaciones sobre su desverbalización de ayer.

Sr. DURANDIN: —Mi historia de la desverbalización no es nada del otro mundo. Se inscribe un poco en los datos inmediatos de la conciencia. El lenguaje no es solamente expresión de algo que ya se conoce, también es modo de comunicación. Es el instrumento conforme al cual se forma elpensamiento del niño. Debido a que el niño vive en sociedad, su recorte del mundo se hace por intermedio del lenguaje, y de allí el realismo verbal. Ahí donde hay una palabra se cree que hay algo, y si no hay palabra no se cree que existe algo, y no se toma uno el trabajo de buscar.

Déle entonces un cuerpo a lo que acaba de producir. Aludió usted ayer a este tipo de pregunta: ¿ he dado eso por gEnerosidad o por cobardía?

DURANDIN:—Son preguntas que suele hacerme mi enfermo. No sería posible responderle, porque las dos cosas entre las que vacila son huecas, no corresponden a la realidad. Necesita etiquetar lo que experimenta y piensa, y aunque ello fuera menos hueco, la necesidad de instalar las cosas y de etiquetarías es, sin embargo, algo coagulado, medio muerto. En la mayoría de los casos son pensamientos estereotipados. Y en la medida en que se obliga a un sujeto a tomar contacto, en que se le responde de manera evasiva, para alentarlo a continuar…

¿ Considera usted que basta con quitarle su ropa pret-a-porter para que tenga un traje a medida?

DURANDIN:—no basta. Pero hay que alentarlo a mirarse desnudo, a tomar conciencia de esto. Lo cual no suprime la importancia de la palabra que vendrá después. El término «desverbalización» quizá no era afortunado. Lo que me pareció importante es que el lenguaje es el molde en el cual se forman nuestro pensamiento, nuestros conceptos, nuestra utilización del mundo.

Lo que usted dice parece suponer que hay dos especies de pensamiento, el que usted llama estereotipado y el que no lo sería. Y que lo propio de los pensamientos que no son estereotipados, es el no ser totalmente pensamientos, sino pensamientos desverbalizados. Tomó usted un ejemplo que es sensible en nuestra experiencia, esas preguntas que el sujeto se plantea en el registro de la psicología de La Rochefoucauld: lo que hago de bueno, ¿lo hago por mi propia gloria o bien en un más allá?

DURANDIN:—Es precisamente ese registro.

Pero ¿por qué piensa que hay ahí algo que usted pudiera ligar a una palabra hueca o vacía? ¿No cree que la pregunta sigue siendo perfectamente auténtica? Se coloca usted en el registro en que lo hace La Rochefoucauld, y no es casual que en esa época el yo se convirtiese en una cuestión tan importante. Haga lo que haga, cualquiera que sea la forma en que usted maneje el pensamiento, es decir, no se enoje, siempre bajo una forma hablada, la pregunta conservará todo su valor. Porque, en la medida en que el sujeto se coloca en el registro del yo, todo está, en efecto, dominado por la relación narcisista. ¿No aludimos a esto cuando decimos, por ejemplo, que en toda especie de don hay una dimensión narcisista ineliminable? ¿Cree usted que el sujeto acabará por encontrar su camino abandonando la pregunta? ¿De qué modo?

DURANDIN:—Reformulándola y tomando conciencia de ello.

¿Pero en qué forma? ¿Qué idea se hace usted sobre la manera en que el sujeto puede reformular la pregunta?

DURANDIN:—Si él se plantea la pregunta en términos de gEnerosidad o de cobardía, es probablemente porque toma el concepto en serio, como cosas.

Puede tomarlos en serio sin tomarlos como cosas.

Sr. DURANDIN:—No es cómodo.

Lo que usted dice es exacto. Hay una tendencia a la cosificación.

Sr. DURANDIN:— un ejercicio de lenguaje puede ser un ejercicio de reformulación delpensamiento. ¿ Y a partir de qué? A partir de la experiencia del hecho de que entonces se cae en cosas algo misteriosas e inefables. Es, a fin de cuentas, la realidad. De la realidad se toma conciencia recortándola, articulándola. Pero sin embargo, ella es algo antes de ser nombrada.

Es innombrable.

Sr. DURANDIN:—que pasa en las tripas es innombrable,,,pero acaba por nombrarse.

Pero todo lo que usted siente, y hasta en sus tripas, como dice con toda razón, ni siquiera puede continuarse en reacciónes vagosimpáticas sino en función de la cadena de preguntas que haya usted introducido. Esto es lo que hace de usted un hombre. Todas las particularidades, las rarezas, el ritmo mismo de sus reacciónes vagosimpáticas, se deben a la manera en que las preguntas se han introducido en su historia historizada-historizante, desde que usted sabe hablar. Esto va mucho más allá de la formación de adiestramiento.
Recordando un tema que suele estar presente en Freud, sólo en función del carácter significativo con el cual se habrá presentado por vez primera el hecho de que usted se haya hecho en sus calzones, podrá ocurrir que después, a una edad en la que esto ya no sucede de ninguna manera, usted vuelva a empezar. Esta pérdida de control fue interpretada como signo de que usted perdió prestigio o bien que estaba ligada a una emoción erótica: relea el Hombre de los lobos. Ha cobrado un valor en la frase, un valor histórico, un valor de símbolo, que seguirá teniendo o no. Pero en todo caso, a partir del valor que su reacción gripal adquirió la primera vez, tendrá lugar una diferenciación a nivel de sus tripas y de su tubo digestivo, y la cadena de efectos y causas será distinta para siempre. Si no es esto lo que el psicoanálisis nos enseña, no nos enseña nada.

Al fin y al cabo, el razonamiento que supone el término desverbalización es el siguiente: todas las palabras del sujeto sólo establecen falsos problemas. ¿Acaso es posible imaginar que esta idea pueda dar solución a lo que yace en la pregunta que el sujeto se formula? ¿No se trata, por el contrario, de hacerle comprender hasta dónde esa dialéctica de amor propio, en este caso, ha formado parte hasta entonces de su discurso? ¿que él plantea su pregunta auténticamente, en la medida en que su yo cumple ese papel en sus relaciones humanas, y ello en razón de su historia, que es preciso hacerle restituir completa?

En la posición del obsesivo, por ejemplo, todo lo que pertenece al orden del don está àpresado en esa red narcisista de la que no puede salir. ¿ No hay que agotar hasta el último extremo la dialéctica del narcisismo para que encuentre la salida de esa red? ¿Es preciso hacerlo batir en retirada de tal forma que nunca más articule una palabra? ¿o bien, por el contrario, hay que impulsar el discurso hasta su último término, de manera tal que arrastre consigo toda la historia? La historia fundamental del obsesivo es que está enteramente alienado en un amo cuya muerte espera, sin saber que ya está muerto, de suerte que no puede dar un paso. ¿No es haciéndole percatarse de que está en verdad prisionero y esclavo, del amo muerto, como puede usted esperar la solución? Sólo incitándolo a proseguir su discurso hasta el último grado de su rigor dialéctico, y no impulsándolo a abandonarlo, podrá hacerle comprender cómo siempre está frustrado por anticipado de todo. Cuantas más cosas se concede, más es al otro, a ese muerto, a quien las concede, y se ve eternamente privado de toda especie de goce de la cosa. Si el obsesivo no comprende este paso, no hay ninguna posibilidad de que salga usted airoso del asunto.

Usted le dice que es un fino recorte. ¿Y después? ¿Cree usted que esta filosofía posee en sí misma un valor catártico ? Por cierto que no. Cualquiera que sea su menosprecio por la pregunta, será imposible que no la vea reproducirse eternamente. No hay ninguna razón para que el sujeto acabe no teniendo yo, salvo en una posición extrema tal como la de Edipo al final de su existencia.

Nadie estudió nunca los últimos momentos de un obsesivo. Valdría la pena. Quizá se produce entonces una revelación. Si quiere usted obtener una revelación algo más precoz, no lo logrará ciertamente mediante el abandono de la palabra.

Sr. LEFÉBRE-PONTALIS:—Siento cierto malestar. Aquí se habla mucho de lo simbólico y de lo imaginario, pero ya no se habla bastante de lo real. Y las últimas preguntas muestran que a lo real se lo ha perdido un poco. Es llamativo lo que decía Colette Audry: menos mal que Edipo no supo demasiado pronto lo que su-pu sólo al final, porque igual fue preciso que llenara su vida. Está muy bien advertir que un montón de cosas que primeramente se tomaban por lo real están en una red, en un sistema de varias entradas, en el cual yo (je) representa un lugar. ¿Dónde se sitúa la realidad sino en un movimiento entre todas estas dimensiones? Dicho de otro modo, es preciso que el reconocimiento del deseo pase por cierto número de mediaciones, avatares, formaciones imaginarias, ignorancias o desconocimientos de orden simbólico. Finalmente, les esto lo que usted llamaría realidad

Sin duda alguna. Eso es lo que todo el mundo llama realidad.

Sr. LEFEBVRE-PONTAEIS:—Sin embargo en la realidad hay, no como cosa sino como categoría, como norma, algo más que en los otros órdenes. La realidad no es el conjunto del símbolo.

Voy a hacerle una pregunta. ¿Se ha dado usted cuenta de hasta qué punto es raro que un amor naufrague por las cualidades o defectos reales de la persona amada?

LEFEBVRE-PONTALIS:—No estoy seguro de poder contestar que no. No estoy seguro de que sea una ilusión retrospectiva.

Dije que era raro. Y de hecho, cuando sucede, parece ser más bien del orden de los pretextos. Uno quiere creer que esa realidad fue alcanzada.

Sr. LEFEBVRE-PONTALIS:—Más aún. Eso equivale a decir que nunca hay concepción verdadera, que sólo vamos de correctivos en correctivos, de espejismos en espejismos.

Creo, en efecto, que esto es lo que ocurre en el registro de la intersubjetividad donde se sitúa toda nuestra experiencia ¿Acaso alguna vez alcanzamos un real tan simple como esos límites de la capacidad individual a que intentan llegar las psicologías ?

Por otra parte, esto no es fácil de alcanzar, porque el dominio de la medida halla muy difícilmente sus hitos, en el orden de las cualidades individuales, tan pronto como se las coloca en un nivel suficientemente elevado y se procura hallar un cierto número de constancias, eso que llaman constituciones, temperamentos, con los cuales se intenta calificar las diferencias individuales como tales. A pesar de todo, no le diré que la psicología espontánea esté afectada de una impotencia fundamental, ya que cada uno, en tanto que psicólogo, pone notas a sus contemporáneos, y la experiencia prueba que es perfectamente capaz de ello. Se consigue por cierto algo interrogando a una colectividad sobre un individuo determinado, y pidiendo a cada uno que le ponga una nota por una determinada cualidad o defecto supuestos.

No estoy tachando, pues, de caducidad fundamental el enfoque de lo real en la Intersubjetividad. Pero, en fin, el drama humano se sitúa como tal fuera del campo de estas apreciaciones. El drama de cada cual, aquello con lo que cada cual tiene que vérsela y que produce ciertos efectos, patológicos llegado el caso, o simplemente alienantes, pertenece a un orden muy diferente al de tales apreciaciones de lo real, que tienen su utilidad.

No pongo en cuestión, por lo tanto, la existencia de lo real. Hay toda clase de limitaciones reales. Es absolutamente cierto que no puedo alzar esta mesa con una sola mano, hay un montón de cosas mensurables.

Sr. LEFEBVRE-PONTALIS:— Usted sólo ve lo real en su aspecto de adversidad, como lo que resiste, lo que es molesto.

No poder levantar esta mesa no es algo que me moleste, me obliga a dar un rodeo, es evidente, pero no me molesta dar un rodeo: no creo que sea éste el sentido de lo que les enseño cuando distingo lo simbólico, lo imaginario y lo real.

La parte esencial de la experiencia humana, aquella que es, hablando con propiedad, experiencia del sujeto, aquella que hace que el sujeto exista, se sitúa a nivel del surgimiento del símbolo. Para emplear un término que tiene resonancias en la formación del pensamiento científico, resonancias baconianas, las tablas de presencia en eso nunca se piensa-suponen el surgimiento de una dimensión completamente diferente a la de lo real. Lo que usted connota como presencia lo instala sobre el fondo de su inexistencia posible. La idea que aquí sostengo la presento bajo una forma sensible, puesto que le estoy respondiendo a alguien que me plantea la cuestión del realismo y que no tiene nada de idealista. En modo alguno se trata de decir que lo real no existía antes. Pero nada surge de lo real que sea eficaz en el campo del sujeto. La realidad esencial del sujeto, en tanto que existe, que se mantiene en la existencia y plantea la pregunta sobre su existencia, del sujeto con quien usted dialoga en el análisis y al que cura mediante el arte de la palabra, estriba en la articulación de la realidad con la aparición de las tablas de presencia. Esto no significa que sea él quien las crea a todas. Lo que me desvivo por decirle es que, justamente, ya están hechas. El juego ya está Jugado, la suerte ya está echada. Ya está echada, sin perjuicio de que podemos volver a tomar los dados y tirarlos de nuevo. La partida empezó hace mucho tiempo. Todo lo que les señalo forma parte ya de una historia sobre la cual se pueden pronunciar todos los oráculos posibles e imaginables. Por eso los augures no pueden mirarse sin reír. Y no porque se digan: Eres un farsante. Si Tiresias se encuentra en presencia de otro Tiresias, ríe. Pero justamente, Tiresias no puede encontrarse en presencia de otro, porque es ciego, y con razón. ¿No siente usted que hay algo nimio y risible en el hecho de que la suerte ya esté echada?

LEFEBVRE-PONTALIS:—Eso no responde a mi pregunta.

Volveremos a ella. Pero lo llamativo es hasta qué punto una vacilación_aparente, porque esto deja las cosas, por el contrario, en una notable estabilidad, en otra parte y no ahí donde acostumbra usted buscarlas-, una cierta vacilación en las relaciones ordinarias del símbolo con lo real puede sumirlo en cierto desasosiego. Para decirlo todo, si yo tuviera que carácterizarlono estoy hablando de usted personalmente, sino de la gente de su apoca_diría que lo que me sorprende es la cantidad de cosas en las que creen.

Encontré para usted una curiosa ordenanza de 1277. En esos tiempos de tinieblas y fe, se estaba obligado a reprimir a la gente que, en los bancos de la escuela, en la Sorbona y otros sitios, blasfemaban abiertamente durante la misa contra el nombre de Jesús y de María. Ustedes ya no hacen estas cosas: no se les ocurriría blasfemar contra los nombres de Jesús y de María. Por mi parte, conocí personas encarnizadamente surrealistas que se habrían hecho meter presas antes que publicar un poema blasfematorio contra la Virgen, pues creían que podía sucederles algo.

Los más severos castigos se dictaban contra los que jugaban a los dados sobre el altar durante el santo sacrificio. Estas cosas me parecen sugerir la existencia de una dimensión de eficacia que en nuestra época falta ostensiblemente.

No es casual que les hable de los dados y los haga jugar al juego de par o impar. Tiene sin duda algo de escandaloso introducir un juego de dados sobre la mesa del altar, y más aún durante el santo sacrificio. Pero creo que el hecho de que esto sea posible nos restituye la idea de una capacidad mucho más obliterada de lo que se piensa en el medio en que participamos. Se llama, simplemente, posibilidad crítica.