Seminario 3: Clase 18, Metáfora y Metonimia (II): articulación significante y transferencia de significado, 9 de Mayo de 1956

Afasia sensorial y afasia motora. El vinculo posicional. Todo lenguaje es metalenguaje. Detalle y deseo.

Introducir aquí la oposición entre similitud y contigüidad, no quiere decir que considero que la psicosis sea en modo alguno comparable a la afasia.

Diría aún más. Lo que me interesa en los dos órdenes de trastornos que han sido distinguidos en la afasia, es que hay entre ellos la misma oposición que la que se manifiesta, ya no de modo negativo, sino positivo, entre la metáfora y la metonimia.

He sabido que esta oposición había sumido a unos cuantos en el mayor embarazo, y que unos han dicho a otros: La metáfora realmente nos mostró la importancia de la oposición, cuestionamiento y confusión.

La oposición del significante y el significado no es un mero sustituto de la famosa y no menos inextricable oposición entre la idea, o el pensamiento, y la palabra. Alguien, un gramático sensacional, hizo una obra notable en la que sólo hay una falta, su enojoso subtítulo, De las palabras al pensamiento. Esta formulación, espero, no puede ser sostenida ya por ninguno de ustedes.

1)
Palpamos la vida constante de la metáfora en esas transferencias de significado cuyo ejemplo di la vez pasada con Su gavilla no era ni avara ni odiosa.

Este es realmente un ejemplo de metáfora. Puede decirse en un sentido que la significación domina todo, que ella súbitamente Imprime al sujeto, su gavilla, ese valor que la muestra esparciéndose generosamente, cual si lo hiciese por su propia cuenta. Sólo que el significante y el significado están siempre en una relación que puede calificarse de dialéctica

No se trata de un nuevo refrito de la relación en que se apoya la noción de expresión, donde la cosa, aquello a lo que uno se refiere, es expresado por la palabra, considerada como una etiqueta. Mi discurso está hecho precisamente para esfumar esa idea.

Deben haber escuchado hablar de los afásicos, y conocen su palabra extremadamente vivaz y rápida, fácil en apariencia, hasta cierto punto al menos. Se expresan admirablemente sobre el tema sin poder decir palabra, sirviéndose de toda una articulación sintáctica extremadamente matizada apuntando a algo, cuyo nombre o indicación precisa tienen en la punta de la lengua, pero son incapaces de hacer otra cosa más que girar a su alrededor.

Cautiva aquí, la permanencia de la intencionalidad del sujeto a pesar de esa impotencia verbal localizada.

Se pretendió subrayar una suerte de déficit intelectual, de orden  pre-demencial, que sería su correlato. Es un progreso que matiza la primera noción masiva según la cual se trata de una incapacidad de captar pasivamente las imagenes verbales, y que indica que el trastorno es mucho más complejo de lo que parecía en una primera aproximación. Pero, cualesquiera sean los déficits que el sujeto muestra cuando lo colocamos ante una tarea definida, según los modos que carácterizan la posición de los tests, nada se habrá resuelto hasta tanto no sepamos su mecanismo y su origen.

Puede verse al sujeto protestar, en el momento de la lectura de la observación, respecto a tal o cual detalle histórico preciso, una fecha, una hora, un comportamiento. El sujeto suelta su discurso en ese momento, cualquiera sea su carácter perturbado y jerganofásico. Aún si se equivoca, es de todos modos en torno a un detalle histórico definido, que poseía cinco minutos antes, como comienza a entrar en el dialogo. Se capta aquí la presencia y la intensidad de la intencionalidad en el seno mismo del despliegue del discurso, el cual no logra darle alcance.

Desde el punto de vista de la fenomenología, el lenguaje de un afásico sensorial es un lenguaje de paráfrasis. Su jerganofasia—la palabra es un poco fuerte—se carácteriza por la abundancia y la facilidad de la articulación y despliegue de las frases, por parcelarias que resulten en ultimo termino.

La paráfrasis se opone directamente a la metáfrasis, si llamamos así a todo lo que es del orden de una traducción literal. Esto significa que si le piden que traduzca, de un sinónimo, que repita la misma frase, aún la que acaba de decir, será incapaz de hacerlo. Puede encadenar, sobre vuestro discurso o el suyo, pero tiene las mayores dificultades para comentar un discurso. Obtienen de él réplicas tan vivaces, tan patéticas en su deseo de hacerse entender, que lindan con lo cómico. Tiene uno que estar interesado por el propio fenómeno para no reír.

Hay por tanto en este caso un trastorno de la similitud, que consiste en que el sujeto es incapaz de la metáfrasis, y lo que dirá esta enteramente en el dominio de la paráfrasis.

Junto a la afasia sensorial, existe la que burdamente se llama motora. Comienza con los trastornos del agramatismo, bien conocidos ahora, y llega a una extrema reducción del stock verbal; en la imagen inmortalizada, es el famoso lápiz que ya no puede sacar. Esta otra dimensión del déficit afásico puede colocarse muy bien en el orden de las perturbaciones de la contigüidad.

En este caso, se degrada esencialmente de manera progresiva la articulación, la sintaxis del lenguaje, según la dimensión del caso y la evolución de ciertos sujetos, hasta el punto de hacerlos incapaces de articular en una frase compuesta lo que no obstante pueden nombrar correctamente. Conservan la capacidad nominativa, pero pierden la capacidad proposicional. No son capaces de construir la proposición.

A causa de las propiedades mismas del significante y del significado, la tentación eterna a la que sucumbe el propio lingüista, y con más razón aún quien no lo es, es considerar que lo más aparente del fenómeno da el todo.

Hasta cierto punto los lingüistas fueron víctimas de esa ilusión. El énfasis que ponen en la metáfora, por ejemplo, siempre mucho más estudiada que la metonimia, da fe de ello. En el lenguaje pleno y viviente, ella es lo más llamativo, pero también lo más problemático: ¿Cómo puede ser que el lenguaje tenga su eficacia máxima cuando logra decir algo diciendo otra cosa? Es, en efecto, cautivante, y se cree incluso alcanzar por esa vía el núcleo mismo del fenómeno del lenguaje, a contracorriente de la noción ingenua.

La noción ingenua querría que hubiese superposición, un calco entre el orden de las cosas y el orden de las palabras. Se cree haber dado un gran paso diciendo que el significado nunca alcanza su meta sino por intermedio de otro significado, remitiendo a otra significación: es sólo el primer paso, y no se ve que sea necesario dar otro. Hay que percatarse de que sin la estructuración del significante, ninguna transferencia de sentido sería posible.

Algunos de ustedes percibieron acertadamente la vez pasada que eso quería yo decir, al poner el énfasis en el papel del significante en la metáfora.

2)
El déficit, para abordar las cosas desde este ángulo tiene dos vertientes.

La primera es la disolución del vínculo de la significación intencional con el aparato del significante. El sujeto conserva dicho aspecto globalmente, pero no logra sin embargo dominarlo en función de su intención. La segunda, es la disolución del vínculo interno al significante.

Se enfatiza el hecho de que se trata de una especie de descomposición regresiva, que se explica bastante bien mediante la teoría jacksoniana según la cual una descompensación de las funciones sigue el orden inverso al de su adquisición, no en el desarrollo —el lenguaje no se reduce al lenguaje idealmente primero del niño—sino por un verdadero turning.

Por mi parte, ¿quise acaso enfatizar esto?

Digo: no. De acuerdo a una especie de ley general de ilusión concerniente a lo que se produce en el lenguaje, lo que aparece en primer plano no es lo importante. Lo importante es la oposición entre dos clases de vínculos que son ambos internos del significante.

Primero el vínculo posicional, que es el fundamento del vínculo que hace poco llamé proposicional. En una determinada lengua, instaura esa dimensión esencial que es el orden de las palabras. Para que lo comprendan basta recordarles que Pedro pega a Pablo no es equivalente a Pablo pega a Pedro

Observen, a propósito de la segunda forma de trastornos afásicos, la rigurosa coherencia que existe entre el mantenimiento de la función posicional del lenguaje, y el de un stock suficiente de términos. Fenómeno clínico absolutamente indiscutible, y que nos muestra el vínculo fundamental del significante.

Lo que aparece a nivel gramatical como carácterístico del vínculo posicional, reaparece en todos los niveles para instaurar la coexistencia sincrónica de los términos.

La locución verbal es su forma más elevada. A un nivel más bajo, está la palabra, que parece presentar una estabilidad que, como saben, ha sido puesta en duda con razón. La independencia de la palabra se manifiesta bajo ciertos ángulos, pero no puede ser considerada radical. La palabra no puede considerarse en grado alguno como unidad del lenguaje, aunque constituye una forma elemental privilegiada. En un nivel todavía inferior, encuentran las oposiciones o acoplamientos fonemáticos, que carácterizan el último elemento radical que distingue a una lengua de otra.

En francés por ejemplo boue (barro) y pou (piojo) se oponen, cualquiera sea el acento que uno tenga. Incluso cuando uno tiende, si es un poco limítrofe, a pronunciar boue como pou pronunciarán distinto pou porque el francés es una lengua en la cual esta oposición vale. En otras lenguas hay oposiciones totalmente desconocidas en francés. Este vínculo de oposición es esencial a la función del lenguaje. Debe ser distinguido del vínculo de similitud, implícito en el funcionamiento del lenguaje, que está ligado a la posibilidad indefinida de la función de sustitución, la cual sólo es concebible sobre el fundamento de la relación posicional.

En el principio de la metáfora no está la significación, supuestamente traspuesta de Booz a la gavilla. Admito perfectamente que alguien me objete que la gavilla de Booz es metonímica y no metafórica, y que, subyacente a esta magnífica poesía, nunca nombrado directamente, está el pene regio de Booz. Pero, esto no le da a la gavilla su virtud metafórica, sino su colocación en posición de sujeto en la proposición, en el lugar de Booz. Se trata de un fenómeno de significantes.

Lleguemos hasta el límite de la metáfora poética que no dudarán en calificar de surrealista, aunque no se haya esperado a los surrealistas para hacer metáforas. No puede uno decir si es algo sensato o insensato. No diré que es la mejor manera de expresar las cosas, pero, en cualquier caso, surte efecto.

Tomemos una formula de la cual no me negaran que es de verdad una metáfora. Verán si la sostiene el sentido.

El amor es un guijarro que ríe al sol.

¿Qué quiere decir esto? Es sin lugar a dudas una metáfora. Es probable que si nació es porque entraña un sentido. En cuanto a encontrarle uno… puedo dedicar a ello el seminario. Me parece una definición indiscutible del amor, y aire que no seguiré buscando otras, porque me parece indispensable Si uno quiere evitar volver a caer siempre en confusiones irremediables.

En suma, una metáfora se sostiene ante todo mediante una articulación posicional. La cosa puede demostrarse hasta en sus formas más paradójicas.

Todos ustedes, pienso, habrán oído hablar de ese ejercicio que un poeta de nuestro tiempo hizo bajo el titulo de Una palabra por otra. Es una breve comedia en un acto de Jean Tardieu. Se trata del dialogo de dos mujeres. Una es anunciada, la otra va a su encuentro y le dice:

¡Querida, queridísima, hace cuántas piedras de mar que no he tenido el gusto de azucararla!

Ay, querida, le contesta la otra, yo misma estaba muy desvidriosa, mis tres tórtolos más jóvenes, etcétera

Esto confirma que, incluso en forma paradójica, el sentido no sólo se mantiene, sino que tiende a manifestarse de modo especialmente feliz y metafórico. Puede decirse que de cierta manera es renovado. Cualquiera sea el esfuerzo del poeta para impulsar el ejercicio en el sentido de la demostración, estamos a cada instante a dos dedos de la metáfora poetice. Este registro no es diferente del que emerge como poesía natural a partir del momento en que esta involucrada una significación poderosa.

Lo importante no es que la similitud esté sostenida por el significado —todo el tiempo cometemos este error— sino que la transferencia de significado sólo es posible debido a la estructura misma del lenguaje. Todo lenguaje implica un metalenguaje, es ya metalenguaje por su propio registro. Todo lenguaje implica metáfrasis y metalengua, el lenguaje que habla del lenguaje, porque debe virtualmente traducirse. La transferencia de significado, tan esencial en la vida humana, sólo es posible debido a la estructura del significante.

Métanse bien en la cabeza que el lenguaje es un sistema de coherencia posicional. En un segundo tiempo, que este sistema se reproduce en su propio seno con extraordinaria y aterradora fecundidad.

No por nada la palabra prolijidad es la misma palabra que proliferación. Prolijidad es la palabra aterradora. Todo uso del lenguaje suscita un estremecimiento, que detiene a la gente y se traduce por el miedo a la intelectualidad. Intelectualiza demasiado, dicen. Esto sirve de coartada al temor al lenguaje. En realidad, observaran que hay verbalismo cuando se comete el error de otorgarle demasiado peso al significado, mientras que toda operación de construcción lógica adquiere su verdadero alcance avanzado en el sentido de la independencia del significante y del significado.

Al menos, respecto a los fenómenos que nos interesan, siempre se cae en el verbalismo en la medida que nos adherimos demasiado a lo que yo denomino la mitología significativa. Las matemáticas en cambio, utilizan un lenguaje de puro significante, un metalenguaje por excelencia. Reducen el lenguaje a su función sistemática sobre la cual está construido otro sistema de lenguaje, incluyendo al primero en su articulación. La eficacia de este modo de proceder no es dudosa en su registro propio.

3)
Cuando leemos a los retóricos, nos percatamos de que jamás llegan a una definición completamente satisfactoria de la metáfora y de la metonimia.

Surge así, por ejemplo, esta fórmula: la metonimia es una metáfora pobre. Cabe decir que la cosa debe tomarse exactamente en sentido contrario: la metonimia es inicial y hace posible la metáfora. Pero la metáfora es de grado distinto a la metonimia.

Estudiemos los fenómenos más primitivos, y tomemos un ejemplo especialmente vívido para nosotros, los analistas. ¿ Hay acaso algo más primitivo como expresión directa de una significación, es decir de un deseo, que lo que Freud cuenta sobre su hijita menor—la que luego adquirió un lugar tan interesante en el análisis, Anna—?

Ana Freud dormida—las cosas están, lo ven, en estado puro—habla en sueños: Grandes fresas, frambuesas, flanes, papillas.

Esto es algo que parece significado en estado puro. Y es la forma más esquematice, más fundamental, de la metonimia. Sin ninguna duda desea esas fresas, esas frambuesas. Pero no es obvio que esos objetos estén ahí todos juntos. Que estén ahí, yuxtapuestos, coordinados en la nominación articulada se debe a la función posicional que los coloca en posición de equivalencia. Este es el fenómeno esencial.

Si hay algo que muestra indiscutiblemente que no se trata de un fenómeno de pura y simple expresión, que una psicología, digamos, jungiana, haría captar como sustituto imaginario del objeto llamado, es precisamente que la frase comienza ¿con que? Con el nombre de la persona, Anna Freud. Es una niña de diecinueve meses, y estamos en el plano de la nominación, de la equivalencia, de la coordinación nominal, de la articulación significante en cuanto tal. Sólo dentro de este marco es posible la transferencia de significación.

Este es el núcleo del pensamiento freudiano. La obra comienza con el sueño, sus mecanismos de condensación y desplazamiento, de figuración, todos pertenecen al orden de la articulación metonímica, y sobre esta base puede intervenir la metáfora.

Se capta mejor aún a nivel de la erotización del lenguaje. Si hay un orden de adquisición, no es ciertamente el que permitiría decir que los niños comienzan por tal elemento del stock verbal antes que por otro. Existe la mayor diversidad. No se atrapa el lenguaje por un cabo, como algunos pintores comienzan sus cuadros por el lado izquierdo. El lenguaje, para nacer, debe siempre ya estar tomado en su conjunto. En cambio, para que pueda ser tomado en su conjunto es necesario que primero sea tomado por el lado del significante.

Se habla del carácter concreto del lenguaje del niño. Al contrario de lo que parece, esto es algo que se relacióna con la contigüidad. Alguien recientemente me confío la expresión de su hijo, un niño de dos años y medio, quien atrapo a su madre que se inclinaba para decirle buenas noches llamándola: Mi gorda muchacha llena de nalgas y músculos.

Este lenguaje, evidentemente, no es el mismo que el de Su gavilla no era ni avara ni odiosa. El niño todavía no hace eso. Tampoco dice que El amor es un guijarro que ríe al sol. Se dice que el niño comprende la poesía surrealista y abstracta, que sería un retorno a la infancia. Es una idiotez: los niños detestan la poesía surrealista y ciertas etapas de la pintura de Picasso les repugnan. ¿Por qué? Porque todavía no llegaron a la metáfora, sino a la metonimia. Cuando aprecian algo en la pintura de Picasso es porque se trata de metonimia.

La metonimia también es sensible en ciertos pasajes de la obra de Tolstoi, donde cada vez que se habla de una mujer que se acerca, vemos surgir en su lugar, procedimiento metonímico de elevado estilo, lo oscuro de un lunar, una mancha en el labio superior, etcétera. De manera general, la metonimia anima ese estilo de creación que se denomina, en oposición al estilo simbólico y al lenguaje poético, el estilo realista. La promoción del detalle que lo carácteriza no es más realista que cualquier otra cosa. Sólo vías muy precisas pueden hacer de un detalle el guía de la función deseante: no cualquier detalle puede ser promovido como equivalente del todo.

Prueba de ello es el trabajo que nos tomamos para hacer valer alguno de estos detalles, mediante una serie de transferencias significativas, en las experiencias de laberinto destinadas a poner en evidencia lo que llamamos la inteligencia de los animales. Acepto que se lo llame inteligencia: es un simple problema de definición. Se trata de la extensión del campo de lo real en la que podemos hacer entrar al animal con sus capacidades reales de discernimiento, a condición de interesarlo instintivamente, de manera libidinal.

El pretendido realismo de la descripción de lo real mediante el detalle, sólo se concibe en el registro del significante organizado, gracias al cual, por el hecho de que la madre es Mi gorda muchacha llena de nalgas y músculos, el niño evolucionara de cierta manera. Es indudable que, efectivamente, en función de sus precoces capacidades metonímicas, en determinado momento, las nalgas podrán volverse para él un equivalente materno. Que la sensibilización de tal o cual sentido en el plano vital sea concebible, no cambia en nada el problema.

Este fenómeno puede producirse en base a la articulación metonímica.
Primero es necesario que la coordinación significante sea posible para que las transferencias de significado puedan producirse. La articulación formal del significante es dominante respecto a la transferencia del significado.

¿Cómo formular ahora la pregunta acerca de la repercusión de toda perturbación de la relación con el otro en la función del lenguaje? Así como metáfora y metonimia se oponen, así se oponen las funciones fundamentales de la palabra: las palabras fundantes y las contraseñas.

¿Por qué son ambas fundamentalmente necesarias? ¿En qué se diferencian? Esto es algo que se afirma con respecto a un tercer término. Si al hombre le es tan necesario usar la palabra para encontrar o para no perderse, es en función de su propensión natural a descomponerse en presencia del otro.

¿De qué modo se compone y se recompone? Volveremos a ello en alguna de las próximas veces, pero pueden desde ya captar, en los fenómenos que presenta Schreber, el uso que podemos hacer de estas categorías.

Hablé la vez pasada de las frases interrumpidas, pero están también la pregunta y la respuesta. Esto debe comprenderse en su valor de aposición con respecto a la dimensión de la palabra fundante, en la que no se le pregunta al otro su opinión. La función de la pregunta y la respuesta, en tanto está valorizada por la iniciación verbal, en tanto es su complemento y su raíz, desnuda, en relación a lo que la palabra fundante tiene de profundamente significativo, el fundamento significante de la susodicha palabra. El fenómeno delirante, por cierto, desnuda en todos los niveles la función significante en cuanto tal.

Voy a dar otro ejemplo. Conocen esas famosas equivalencias que el delirante Schreber dice son formuladas por los pajeros del cielo, desfilando en el crepúsculo. Encontramos en ellas las asonancias: Santiago o Cartago, Chinesenthum o Jesus-Christum. ¿Es simplemente lo absurdo lo que podemos retener ahí? El hecho que impacta a Schreber es que los pajeros del cielo no tienen cerebro. Freud no tiene dudas al respecto: son jovencitas.

Pero lo importante no es la asonancia sino la correspondencia término a termino de elementos de discriminación muy cercanos, que sólo tienen alcance, para un políglota como Schreber, dentro del sistema lingüístico alemán.

Schreber, con toda su perspicacia, muestra una vez más que lo buscado es del orden del significante, es decir de la coordinación fonemática. La palabra latina Jesus-Christum sólo es aquí, lo sentimos, un equivalente de Chinesenthum en la medida en que en alemán la terminación tum tiene una sonoridad particular.

La promoción del significante en cuanto tal, la puesta en claro de esa  sub-estructura siempre oculta que es la metonimia, es la condición de toda investigación posible de los trastornos funcionales del lenguaje en la neurosis y la psicosis.