El vocabulario de Michel Foucault: LETRA H. Hombre

El vocabulario de Michel Foucault: LETRA H

Hombre
(Homme). Les Mots et les choses se abre y se cierra con el anuncio de la inminente muerte del hombre. “Alivio, sin embargo, y profundo apaciguamiento, el de pensar que el hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber, y que desaparecerá a partir del momento en que éste encuentre una forma nueva” (MC, 15). Con el término “hombre” Foucault se refiere aquí a dos figuras de la disposición de la episteme moderna: la analítica de la finitud y las ciencias humanas. Éstas se formaron hace apenas dos siglos, cuando se comenzó a pensar lo finito a partir de lo finito (MC, 329), cuando desapareció la metafísica de lo infinito. La muerte del hombre es, en definitiva, la desaparición del sujeto moderno, tal como lo han concebido la filosofía (particularmente las diferentes formas de la fenomenología) y las ciencias humanas, la desaparición de la figura que “la demiurgia del saber fabricó con sus manos” (MC, 319). “Una cosa, en todo caso, es cierta: el hombre no es el problema más viejo ni el más constante que se haya planteado al saber humano. […] El hombre es una invención de la que la arqueología de nuestro pensamiento muestra fácilmente la fecha reciente. Y, quizás, el fin próximo” (MC, 398). Foucault sostiene que la figura del hombre se formó a partir de la desaparición del discurso clásico (véase: Discurso), en los intersticios de un lenguaje en fragmentos. La reaparición del lenguaje en la literatura, en la lingüística, en el psicoanálisis, en la etnología, nos anuncia que la figura del hombre está por descomponerse. Nos hemos ocupado de esta incompatibilidad fundamental entre el ser del lenguaje y el ser del hombre en el artículo Lenguaje. Nos centraremos ahora en la disposición epistémica de la modernidad (siglo XIX) y en el lugar que ocupan en ella las ciencias humanas. Analítica de la finitud. Con la aparición de la biología, la economía y la filología y, consiguientemente, con la desaparición del discurso clásico (lugar de encuentro del ser y la representación) aparece el hombre, pero en una posición ambigua: objeto del saber y sujeto que conoce. Objeto finito y sujeto finito. Por un lado, la finitud del hombre se manifiesta en la positividad de los saberes. El hombre está dominado por la vida, el trabajo y el lenguaje; éstos son anteriores y más antiguos que él. La anatomía del cerebro, los mecanismos de los costos de producción o el sistema de la conjugación indoeuropea nos muestran, con los límites que le imponen al hombre, que éste es finito, aunque –es necesario precisarlo– esta finitud se presenta bajo la forma de lo indefinido. La evolución de la especie no está concluida, los mecanismos de producción no cesan de modificarse, nada prueba que no se descubrirán sistemas simbólicos capaces de disipar la opacidad histórica de las lenguas. Por otro lado, cada una de estas formas exteriores que le marcan al hombre su finitud no puede ser aprehendida sino a partir de su propia finitud. Tengo acceso al modo de ser de la vida, fundamentalmente, a través de mi propio cuerpo; a las determinaciones de la producción, a través de mi deseo; a la historicidad de las lenguas, mediante el instante en que las pronuncio. Surge así la necesidad de remontarnos de la finitud de las empiricidades (la finitud de la vida, del trabajo, de las lenguas) hacia esa finitud, más fundamental (del cuerpo, del deseo y del habla) a través de la cual nos es dada la primera. La analítica de la finitud designa este movimiento de una finitud a otra. La primera característica de esta analítica, el modo en que marca el ser del hombre, será la repetición entre lo positivo y lo fundamental: “[…] la muerte que gasta anónimamente la existencia cotidiana del viviente es la misma que aquélla fundamental a partir de la cual se me da mi vida empírica; el deseo, que liga y separa a los hombres en la neutralidad del proceso económico es el mismo a partir del cual todo es para mí deseable; el tiempo que lleva los lenguajes, se aloja en ellos y acaba por gastarlos es este tiempo que estira mi discurso aun antes de que yo lo haya pronunciado en una sucesión que nadie puede dominar” (MC, 326). Si bien es cierto, como afirma Foucault, que no era necesario esperar al siglo XIX para descubrir la finitud, hasta entonces la finitud había sido pensada en relación con lo infinito, en su seno. La analítica de la finitud, en cambio, piensa lo finito a partir de lo finito. En este sentido afirma Foucault: “[…] el fin de la metafísica [pensar lo finito en relación con lo infinito] es sólo la cara negativa de un acontecimiento mucho más complejo. Este acontecimiento es la aparición del hombre [de la analítica de la finitud]” (MC, 328). • Foucault describirá tres grandes formas que ha tomado la analítica de la finitud (la oscilación entre lo positivo y lo fundamental): lo empírico y lo trascendental, el cogito y lo impensado, el retroceso y el retorno del origen. 1) Lo empírico y lo trascendental. En el ser del hombre se tomará conocimiento de lo que hace posible todo conocimiento. Por un lado, las formas de análisis que se dirigen al cuerpo (estudios de la percepción, de los mecanismos sensoriales, de los esquemas neuromotores) dan lugar a una especie de estética trascendental; nos muestran que el conocimiento tiene una naturaleza. Por otro lado, las formas de análisis que se dirigen a la historia (estudios de las condiciones históricas, sociales y económicas del conocimiento) dan lugar a una especie de dialéctica trascendental. Ahora bien, ninguno de estos análisis se piensa como un mero conocimiento empírico: suponen una cierta crítica, entendida como determinación de divisiones y separaciones. Entre éstas, la fundamental es la división a propósito de la verdad. Se distinguirá, por ello, una verdad del orden del objeto, de la naturaleza, que se esboza a través del cuerpo, y otra que se bosqueja, en cambio, a través de la historia, con el disiparse de las ilusiones. Existe también una verdad que es del orden del discurso, una verdad que permite tener un discurso verdadero sobre la historia y la naturaleza del conocimiento. Pero el estatuto de este discurso es ambiguo: o bien encuentra su fundamento en la verdad empírica que se esboza en la naturaleza y en la historia del conocimiento, o bien el discurso anticipa la verdad que se esboza (la verdad del discurso filosófico constituye la verdad en formación). En el primer caso, tenemos un análisis de tipo positivista; en el segundo, un análisis escatológico. A fin de evitar esta ambigüedad, el pensamiento filosófico ha
buscado dar lugar a una especie de analítica, a un discurso que no sea ni reducción ni promesa. Ésta ha sido la pretensión del análisis de las vivencias (vécu). “[El análisis de las vivencias] trata de articular la objetividad posible de un conocimiento de la naturaleza en la experiencia originaria que se esboza a través del cuerpo, y de articular la historia posible de una cultura en el espesor semántico que a la vez se oculta y se muestra en la experiencia vivida” (MC, 332). 2) El cogito y lo impensado. En el modo de ser del hombre se funda esta dimensión siempre abierta que va de una parte de sí mismo que no se refleja en el cogito al acto de pensamiento mediante el cual el cogito retoma lo impensado e, inversamente, de esta recuperación pura a la pesadez empírica. La reactivación del tema del cogito tiene lugar, según Foucault, a partir de un cuádruple desplazamiento de la problemática kantiana: no se trata de la verdad, sino del ser (retomar en el cogito lo impensado del ser del hombre); no se trata de la naturaleza, sino del hombre; no se trata de la posibilidad de un conocimiento, sino de un desconocimiento primero; no se trata del carácter infundado de las teorías filosóficas respecto de las científicas, sino de retomar en una conciencia filosófica todo el dominio de las experiencias infundadas en las que el hombre no se reconoce. A diferencia del de Descartes, por otro lado, el cogito moderno (de la analítica de la finitud) no se preocupa por hacer del pensamiento la forma general de todo pensamiento (aun del error, de la ilusión). En el cogito moderno se hace valer la distancia que separa y liga el pensamiento como presencia a sí mismo, a lo impensado. En este espacio, que va del cogito a lo impensado y de lo impensado al cogito, se sitúa la fenomenología de Husserl. “Para nosotros, el proyecto fenomenológico no cesa de disgregarse en una descripción de las vivencias, que es empírica a pesar de sí, y una ontología de lo impensado que deja la primacía del ‘yo pienso’ fuera de circulación” (MC, 337). Lo impensado ha sido el An-sich de la fenomenología hegeliana, el Unbewusste de Schopenhauer, el hombre alienado de Marx, lo implícito, lo inactual, lo sedimentado de Husserl. La tarea del pensamiento moderno será recuperar lo impensado, como toma de conciencia, como elucidación de lo silencioso, como el esfuerzo por sacar a la luz la parte de sombra que retira el hombre a sí mismo. Esta tarea constituye en la modernidad el contenido y la forma de toda ética. “Desde la superficie se puede decir que el conocimiento del hombre, a diferencia de las ciencias de la naturaleza, está siempre ligado, aun en sus formas más indecisas, a éticas o a políticas; más fundamentalmente, el pensamiento moderno avanza en esta dirección en la que lo Otro del hombre debe convertirse en lo Mismo que él” (MC, 339). 3) El retroceso y el retorno del origen. En el pensamiento clásico, la cuestión del origen se presentaba como el origen de la representación: el origen de la economía a partir del trueque (en el que se representaban dos deseos), el origen de la naturaleza en la casi-identidad de los seres representados en el “cuadro de la naturaleza”, el origen del lenguaje en las formas elementales en las que
el sonido (en forma de grito) y el gesto (en forma de mímica) comenzaban a representar las cosas. En el pensamiento moderno, en cambio, el trabajo, la vida y el lenguaje han adquirido una historicidad que les es propia. No es más aquélla que comienza con el primer instante de la representación. “Ya no es el origen el que da lugar a la historicidad, sino la historicidad la que, en su propia trama, deja perfilarse la necesidad de un origen que sería a la vez interno y extraño […]” (MC, 340). El hombre se descubre, así, en una historicidad ya hecha: la de una vida que comenzó mucho antes que él, la de un trabajo cuyas formas ya han sido institucionalizadas, la de un lenguaje en el que nunca encuentra la palabra primera a partir de la cual se ha desarrollado. “El origen es, más bien, la manera en que el hombre se articula sobre lo ya comenzado del trabajo, de la vida y del lenguaje […]” (MC, 341). Lo originario para el hombre es este plegarse hacia las historicidades ya constituidas, esta delgada capa de contacto entre su ser y el de la vida, el trabajo y el lenguaje. Pero esta capa no tiene la inmediatez de un nacimiento; está poblada de mediaciones. Por un lado, como vemos, el origen de las cosas se sustrae siempre al ser del hombre; por otro, es sólo a partir de aquél que el tiempo puede reconstruirse, que puede brotar la duración y, de este modo, plantearse la cuestión del origen a partir de la posibilidad misma del tiempo. En este movimiento que va de la sustracción del origen al retorno de su cuestionamiento a partir del ser del hombre encontraremos tanto los esfuerzos positivistas por articular el tiempo del hombre en la cronología de las cosas cuanto los esfuerzos contrarios por articular, ahora, en la cronología del hombre la experiencia de las cosas. En el pensamiento moderno, nos encontraremos con todos aquellos esfuerzos en los que el pensamiento va en búsqueda de su origen, se curva sobre sí mismo hasta desaparecer allí de donde había partido (Hegel, Marx, Spengler), y también con aquellos otros en los que no hay cumplimiento, sino desgarramiento (Hölderlin, Nietzsche, Heidegger). Ciencias humanas. Lo que Foucault denomina el triedro de saberes de la episteme moderna está formado por las ciencias llamadas exactas (cuyo ideal es la concatenación deductiva y lineal de las proposiciones evidentes a partir de axiomas), las ciencias empíricas (la economía, la biología y la lingüística, que para cada uno de sus respectivos objetos –el trabajo, la vida y el lenguaje– procuran establecer las leyes constantes de sus fenómenos) y la analítica de la finitud. Cada una de estas tres dimensiones está en contacto con las otras dos. Por un lado, entre las ciencias exactas y las ciencias empíricas existe un espacio común definido por la aplicación de los modelos matemáticos a los fenómenos cualitativos. Surgen de este modo los modelos matemáticos, lingüísticos, biológicos y económicos. Por otro lado, entre la analítica de la finitud y la matemática encontramos todos los esfuerzos del formalismo, y entre la analítica de la finitud y las ciencias empíricas encontramos las filosofías que tematizan los objetos de éstas como a priori objetivos: las filosofías de la vida, de la alienación y
de las formas simbólicas, por ejemplo. Las ciencias humanas –la psicología, la sociología, las teorías de la literatura y de los mitos– no se ubican en ninguno de estos tres dominios, sino en el espacio definido por las relaciones que mantienen con cada uno de ellos. Algunos de sus procedimientos y varios de sus resultados pueden ser formalizados siguiendo el modelo matemático, pero las relaciones entre la matemática y las ciencias humanas son las menos importantes por dos razones. Por una parte, la problemática de la matematización del orden cualitativo no es una cuestión que afecte exclusivamente a las ciencias humanas; más bien es común a éstas y a las ciencias empíricas; por otra parte, como surge del análisis de la episteme clásica, la aparición de las ciencias modernas no es, con excepción de las ciencias físicas, correlativa de una extensión progresiva de la matemática, sino de una especie de desmatematización o, más propiamente, de una regresión del ideal taxonómico (MC, 360-361). Lo que según nuestro autor define a las ciencias humanas es la manera en que éstas se sitúan, por un lado, en relación con las ciencias empíricas y, por otro lado, en relación con la analítica de la finitud. Su espacio está delimitado por el análisis de cuanto en el hombre hay de positivo (el trabajo, la vida y el lenguaje) y lo que posibilita al hombre saber qué es la vida, el trabajo y el lenguaje. Las ciencias humanas se ubican así en el dominio que va de la positividad del hombre a la representación de esta positividad, de las empiricidades a la analítica de la finitud. Ocupan la distancia que va de la economía, de la biología y de la filología a lo que las hace posibles a partir del ser mismo del hombre (MC, 365). Cuanto acabamos de decir plantea dos problemas específicos: el primero, respecto de la positividad propia de las ciencias humanas, respecto de las categorías en torno a las cuales y a partir de las cuales este saber es posible; el segundo, respecto de las relaciones entre las ciencias humanas y la representación. Estos dos problemas deben aclarar en qué sentido las ciencias humanas deben ser consideradas como una duplicación de las ciencias empíricas y, al mismo tiempo, como una explicitación y como un desarrollo de la analítica de la finitud. En cuanto a la primera cuestión, Foucault distingue entre los modelos secundarios y los modelos constitutivos de una ciencia. Por modelos secundarios debemos entender la transposición de conceptos que, en razón de su eficacia en determinados dominios del saber, pueden ser aplicados y de hecho son utilizados en otros dominios, pero que no desempeñan sino un papel accesorio, dando origen a imágenes y a metáforas. Los modelos constitutivos, en cambio, son las categorías a partir de las cuales es posible construir como objetos un grupo de fenómenos. Foucault establece tres pares de modelos constitutivos para las ciencias humanas: a partir de la biología, las categorías de función y de norma; a partir de la economía, las categorías de conflicto y de regla; y a partir de la filología, las categorías de significación y de sistema. Estos tres modelos estructuran, construyéndolos, los fenómenos que son el objeto propio de las ciencias humanas: los
dominios de la psicología, la sociología y el análisis de la literatura y de los mitos. Dos precisiones son necesarias para entender correctamente la posición de Foucault. En primer lugar, que la psicología duplique la biología desde el momento en que el ser viviente se ofrece a la representación y que las categorías de función y de norma procedan de la biología no significa que éstas sean una propiedad exclusiva del dominio psicológico. Lo mismo debemos decir a propósito de las relaciones entre sociología y economía y de las categorías de conflicto y regla, y a propósito de las relaciones entre el análisis de los mitos y el análisis de la literatura y de las categorías de significación y sistema. En el campo de las ciencias humanas, los modelos constitutivos gozan de una movilidad tal que no se los puede encerrar en un dominio determinado, aun cuando ciertamente lo caractericen. En segundo lugar, se podría escribir la historia de las ciencias humanas siguiendo la primacía de cada uno de estos tres modelos constitutivos; así pasaríamos de la primacía del modelo biológico a la primacía del modelo económico y a la primacía del modelo filológico. Volviendo al problema de la relación de las ciencias humanas con la representación, ¿en qué sentido las ciencias humanas desarrollan y explicitan la analítica de la finitud en la dirección de la exterioridad? Estos modelos dobles aseguran la representabilidad de cada uno de los objetos de las ciencias empíricas, es decir, la forma en que pueden ser pensados y, al mismo tiempo, la forma en que aquello que es pensado se sustrae a la conciencia bajo la forma de lo impensado. La categoría de significación muestra cómo el lenguaje, este objeto que la filología estudia de manera objetiva y empírica, puede ofrecerse a la conciencia, y la categoría de sistema muestra cómo la significación es sólo una realidad secundaria y derivada. La categoría de conflicto muestra cómo las necesidades y los deseos de los individuos pueden ser representados en la conciencia de un individuo, y la categoría complementaria de regla muestra cómo el deseo y las necesidades responden a una estructuración que no es consciente para los individuos que los experimentan. La categoría de función asegura la forma en que la vida puede ser representada, y la categoría de norma asegura la forma en que las funciones se dan sus propias reglas, las cuales no son conscientes (MC, 373-374). Esta posición intermedia entre las ciencias empíricas y la filosofía, esta estructura, o, más propiamente, la función que cumplen las categorías estructurantes tomadas de las ciencias empíricas, hace que las ciencias humanas no sean, estrictamente hablando, ciencias; pero esto no significa que se las deba considerar como una creación imaginaria o artística desprovista de una conformación racional. Foucault las compara con la situación en la que durante la época clásica se encontraban la gramática general, el análisis de las riquezas y la historia natural. Tal como éstas, las ciencias humanas se ubican en una región metaepistémológica (MC, 366). Contra-ciencias humanas. El psicoanálisis, la etnología y la lingüística ocupan una posición diferente de la de las ciencias humanas; nuestro
autor las denomina, en relación con estas últimas, contra-ciencias. Hemos visto que lo que para Foucault define a las ciencias humanas es este espacio intermedio entre las ciencias empíricas y la analítica de la finitud, en el cual las ciencias humanas hacen pasar por el elemento de la representabilidad a los objetos de las ciencias empíricas –el lenguaje, la vida y el trabajo– y, al mismo tiempo, refieren lo empírico de las ciencias empíricas a lo que las hace posibles en la analítica de la finitud. La etnología y el psicoanálisis no se sitúan en este espacio de oscilación entre lo empírico y lo fundamental, sino que, por el contrario, se sitúan en los límites de uno y de otro. Por un lado, el psicoanálisis se ocupará de las figuras de la analítica de la finitud –aquí nuestro autor realiza un paralelo entre la Muerte y el doble empírico-trascendental, entre el Deseo y el doble cogito-impensado, y entre la Ley-Lenguaje y el doble retorno-sustracción del origen– (MC, 386). Por otro lado, la etnología, situándose en el punto de discontinuidad entre la naturaleza y la cultura, se dirige hacia la región en la que las ciencias humanas se articulan en la biología, en la economía y en la filología. Se trata del punto de intersección de una etnología (que, en lugar de asimilar los mecanismos sociales a la presión o a la represión de los fantasmas colectivos, define el conjunto de las estructuras formales que vuelven significantes los discursos míticos, las reglas que rigen los intercambios y las funciones de la vida como un sistema inconsciente) y de un psicoanálisis (que, en vez de instaurar una psicología cultural como manifestación sociológica de los fenómenos individuales, descubre que el inconsciente posee o es una estructura formal). Aparece de este modo el tema y la necesidad de una teoría pura del lenguaje que ofrezca a ambos, etnología y psicoanálisis, un modelo formal, es decir: la lingüística, la tercera contra-ciencia (véase: Lenguaje). Humanismo. La “desaparición del hombre en el momento mismo en el que se lo buscaba en su raíz no hace que las ciencias humanas vayan a desaparecer; yo nunca dije esto, sino que las ciencias humanas van a desplegarse ahora en un horizonte que ya no está más cerrado o definido por este humanismo. El hombre desaparece en la filosofía, no como objeto de saber, sino como sujeto de libertad y de existencia. Ahora bien, el hombre sujeto de su propia conciencia y de su propia libertad es, en el fondo, una especie de imagen correlativa de Dios” (DE1, 664).
Homme [3150]: AN, 3, 4, 7, 14, 16-18, 21, 23, 25, 35, 52-53, 58-63, 70-71, 73, 78, 84-85, 87, 90, 92-93, 95, 97, 123, 126, 132, 144, 148, 169, 183-184, 203, 223, 225, 231, 244, 270, 274, 283, 307. AS, 22, 24, 43, 80, 108, 172, 255, 266, 275. DE1, 65-67, 69, 73, 81, 83-85, 87-94, 96-97, 100, 104, 109, 118-122, 124-126, 128, 132, 135-137, 151-154, 157-158, 160, 162-163, 165-166, 170-173, 178, 181-182, 186, 189, 193-194, 202, 205, 209, 216, 219, 221, 227, 230-232, 234, 242, 246, 248-250, 256-257, 271, 277, 283, 286, 290, 292-293, 315, 327, 334-335, 338, 342-345, 347-349, 352, 354, 358, 361, 364,
366, 369-371, 374-375, 389, 400, 402, 404, 412-415, 420, 424, 428, 432, 436, 439, 441, 445-448, 452, 456, 459, 463, 472, 473, 480-482, 484-486, 489-492, 496, 501-505, 515-518, 522, 526-527, 536, 538-544, 552-553, 555-556, 567-569, 578, 580, 596, 599, 604, 607-608, 615-619, 622, 625-627, 629, 645, 651, 654, 656, 658-661, 663-664, 666, 693-695, 709, 720, 735, 738, 756, 762-763, 767, 773-776, 779, 781, 788, 792, 796, 812-813, 816-818, 832, 834, 835-836, 840. DE2, 17-18, 24, 40-41, 51, 62, 66, 77, 96, 99-100, 102-103, 113, 125, 130, 138-139, 142, 147, 151, 153, 155-156, 166, 180-181, 190, 192, 198-201, 210, 216, 219, 223, 226-227, 230-232, 238, 247-249, 261, 275, 280, 286-287, 290, 295, 302, 304, 350, 375-376, 378, 386-387, 390, 395, 405, 413, 424-425, 431, 434, 470, 474, 481, 483, 488-489, 491-492, 498, 511, 535-536, 539, 541-542, 545-546, 551-552, 558, 562, 564, 567-570, 579, 607, 621-622, 625-627, 629, 631, 634, 647, 653, 657, 685, 691-692, 700-701, 733, 737, 778-779, 789, 799, 802, 817, 822-823, 827. DE3, 9-13, 28, 31, 36-37, 41, 46, 48, 53-54, 70, 81-82, 84, 88, 107-108, 110-111, 117, 125-126, 144, 156, 180, 184, 197, 201, 222, 232, 249, 261, 270, 278, 281, 284-286, 288-289, 315-316, 324, 332, 336-339, 354-356, 361-362, 370, 381, 399, 406-407, 413, 415, 429, 440-441, 443, 447, 454-455, 464, 466, 470, 474-475, 503, 507, 513, 515, 524, 541, 545, 550, 562, 570, 586, 607, 611, 619, 623, 625, 658-662, 669, 671-673, 675, 679, 681-682, 686, 689-692, 698, 702, 705, 712, 715-716, 741, 749, 752, 756, 759, 770, 773-774, 780, 782, 788-791, 793-794, 796, 812. DE4, 19, 28, 35, 47, 49, 52, 54-58, 62, 74-75, 88-89, 103, 106, 111, 118, 120-122, 124, 131, 141, 143, 152, 155, 157, 160, 164, 166, 174-176, 200-201, 208, 218, 223, 231, 238, 244-246, 249-250, 254, 258, 260, 286-287, 291, 305, 313-316, 319, 322-323, 328-330, 332, 337, 349-350, 356-358, 373, 387-388, 398-399, 406, 423, 433, 441, 465, 469, 475, 478-482, 485-486, 504-505, 522-523, 532, 536, 540-542, 546, 550-551, 554-555, 565-566, 569-571, 573, 575, 582, 612-613, 619, 622, 626, 646, 648-649, 657, 661, 665-667, 684, 707, 710, 714-716, 720-721, 732, 753, 763, 773-774, 777, 781-782, 787, 789, 792, 794, 797, 803, 807, 813, 817-818, 822, 826, 828. HF, 24-27, 30-31, 35-43, 45-54, 58, 62-63, 69-70, 80, 83, 95-96, 99-101, 107, 112-113, 125, 130-131, 136, 138-141, 145-147, 157, 172-180, 183-186, 189-190, 193, 195-209, 225, 231, 234, 236, 240, 245, 253, 256, 271, 280, 287-288, 292, 294-298, 300, 306-307, 310-314, 343-346, 365, 372, 378, 380, 382, 389-390, 396, 403, 406-409, 411, 418-419, 422-426, 436, 439-440, 443, 451, 453-455, 457-458, 459-460, 462-473, 475-476, 486, 494, 496, 510-512, 514, 516, 518-521, 526-527, 533, 534, 536-538, 544, 547-548, 551-552, 554-555, 557, 559-563, 565-569, 574-575, 579, 582-584, 587-588, 590-592, 594-597, 600-603, 607, 610-611, 615, 624, 637-644, 646, 648-649, 651-659, 677, 679, 683-685. HS, 3, 10, 23, 35, 39, 55, 60, 74, 84, 86-88, 97-98, 100, 102, 106, 115, 123-124, 132, 136, 141-142, 146-147, 150, 166, 171, 179-180, 187-189, 191-194, 196, 214-215, 218, 221-224, 226, 228, 230, 235, 254, 257, 264, 279, 283, 285, 293, 313, 327-330, 342, 349, 352, 364, 371, 373, 382-383, 385, 410, 421, 423, 426-428, 431-433, 438, 446-447, 448,
450, 453, 457, 469. HS1, 28, 31-33, 80, 103, 158, 187-191, 201-202, 207. HS2, 11-13, 18-19, 24, 26, 30, 45, 53-54, 56-57, 64, 69, 71, 76-77, 80, 82-84, 89-99, 101, 104, 107, 111, 116, 118, 122, 124-126, 131, 136, 138, 141, 143-145, 147, 149, 152, 155, 159-160, 162-165, 167, 170-181, 183-189, 194-198, 200-202, 207-208, 210, 212, 214, 216, 218, 220, 222, 224, 226, 228, 230, 232, 234, 238, 240, 242, 244, 246, 248, 251-255, 265-266, 268-269, 274, 276-277, 282. HS3, 19, 25, 33-34, 36-37, 41, 43, 46, 48, 60, 62, 68, 72, 76, 92-95, 97, 99-100, 110, 112, 122, 129-130, 137, 139, 141, 143-144, 150, 155, 158, 160, 173, 175, 177-178, 180-181, 183, 187-189, 191, 194-197, 199-203, 205-206, 208, 211, 213, 215-216, 227-230, 232, 236, 238, 240, 245, 248-249, 251-254, 256-257, 259, 262, 266, 283. IDS, 20, 26, 30, 41, 54, 80, 119, 156-157, 173-176, 187, 213, 216, 220, 226. MC, 11, 15-16, 26-27, 32-38, 41-43, 47, 60, 62-63, 68, 75-76, 84-86, 99, 107, 109-110, 118, 120-122, 160, 164-165, 169, 174, 184-185, 189, 191, 207, 210, 212, 234, 237-238, 254, 269, 271-273, 275, 283, 287, 299, 311, 314, 317, 319-334, 336-339, 341-376, 378-394, 396-398. MMPE, 2, 16, 26, 29, 31, 36, 45, 53, 65, 68, 71-72, 74, 76-80, 83, 84, 86-87, 89, 102, 104, 107, 110. MMPS, 2, 16, 26, 29, 31, 36, 45, 53, 65, 68, 71-72, 74, 88-89, 92, 94, 96, 98-101, 103-104. NC, XI, 1, 7, 12, 28, 33-36, 43, 50, 54, 64, 66, 72, 84-85, 96, 101, 120, 158, 164, 176, 193, 200-203, 206-207, 211. OD, 30. PP, 10-11, 31, 41, 58-60, 74-75, 80-81, 84, 88, 93, 102, 121, 129, 139, 141, 144-145, 147, 149, 157, 168, 170, 202, 205, 219-220, 226, 245, 255, 283, 294, 298, 327, 332-335. RR, 18, 45, 52, 58, 66, 77, 80, 107-108, 112-113, 121-122, 136, 141, 145, 152-153, 179, 199, 210. SP, 11, 28, 34, 41, 58, 64, 72, 76, 91, 94, 101, 104, 106-107, 111, 116, 119, 124, 137-138, 141-142, 143, 157, 160, 166, 171, 173, 193, 195, 205, 227, 238-239, 241-242, 243, 258, 263-264, 270-272, 284, 288, 293, 311-312.

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