Obras Sigmund Freud, El primer sueño (contin.)

Obras Sigmund Freud, El primer sueño

Esta última condición es el punto en que se inserta una eventual curación de la histeria por el matrimonio y el comercio sexual normal. Si la satisfacción en el matrimonio vuelve a interrumpirse, por ejemplo a raíz del coitus interruptus, en la enajenación psíquica, etc., la libido busca otra vez su viejo cauce y se exterioriza en síntomas histéricos. Me gustaría agregar una información cierta acerca del momento en que la masturbación de Dora se interrumpió, así como del factor particular que produjo ese efecto. Pero el carácter incompleto del análisis me fuerza a presentar aquí un material lagunoso. Sabemos que se mojó en la cama casi hasta el momento en que tuvo su primera disnea. Y bien; lo único que sabía indicar para el esclarecimiento de ese primer estado era que en esa época su papá había salido de viaje por primera vez después de su mejoría. Esta partícula de recuerdo que se había conservado no podía sino apuntar a la etiología de la disnea. Ahora bien, las acciones sintomáticas y otros indicios me proporcionaron buenas razones para suponer que la niña, cuyo dormitorio se encontraba contiguo al de sus padres, espió con las orejas {belauschen} una visita nocturna del padre a su mujer y lo oyó jadear en el coito (de por sí, respiraba habitualmente con dificultad). En tales casos, los niños vislumbran lo sexual en el ruido ominoso {unheimlicb}. Los mo vimientos expresivos de la excitación sexual ya están preparados en ellos como unos mecanismos innatos. Hace ya años he puntualizado que la disnea y las palpitaciones de la histeria y de la neurosis de angustia son sólo unos fragmentos desprendidos de la acción del coito. Y en muchos casos, entre ellos el de Dora, pude reconducir el síntoma de la disnea, del asma nerviosa, al mismo ocasionamiento: el espiar con las orejas el comercio sexual de personas adultas. Bajo la influencia de la coexcitación que le sobrevino esa vez, muy bien pudo producirse el ímpetu subvirtiente en la sexualidad de la pequeña, quien sustituyó la inclinación a masturbarse por la inclinación a la angustia. Tiempo después, estando el padre ausente y añorándolo la niña enamorada, aquella impresión {impronta} se le repitió como ataque de asma. A partir de la ocasión para contraer esta enfermedad, ocasión conservada en el recuerdo, puede colegirse todavía la ilación angustiada de pensamientos que acompañó al ataque. Lo tuvo por primera vez tras haberse fatigado en una excursión a la montaña, durante la cual probablemente sintió en alguna medida una falta de aliento real. A esto se sumó la idea de que el padre tenía prohibido trepar montañas, pues no podía fatigarse a causa de su hipopnea; después, el recuerdo de cuánto se había esforzado por la noche con la mamá (¿no le habría hecho daño?); además, la preocupación de que ella misma se hubiera esforzado en demasía por la masturbación, que igualmente llevaba al orgasmo con algo de disnea, y, por último, el retorno reforzado de esta disnea como síntoma. Una parte de este material pude tomarla del análisis, pero a la otra debí completarla por mí mismo. A raíz de la comprobación de la masturbación pudimos ver ya que el material para un determinado tema sólo se reúne fragmento por fragmento en diferentes épocas y contextos. Ahora se plantean una serie de cuestiones, y de las más importantes, sobre la etiología de la histeria: ¿Es lícito considerar típico el caso Dora en cuanto a la etiología? ¿Representa el único tipo de causación?, etc. Pero creo correcto diferir la respuesta hasta comunicar una serie más vasta de casos analizados de manera parecida. Por lo demás, debería empezar por rectificar el planteo. En lugar de pronunciarme por un «sí» o un «no» cuando se me pregunta si la etiología de este caso patológico ha de buscarse en la masturbación infantil, tendría que elucidar primero el concepto de la etiología de las psiconeurosis. El punto de vista desde el cual podría responder resultaría sustancialmente desplazado respecto de aquel desde el cual se me formula la pregunta. Con relación a nuestro caso, es suficiente que nos convenzamos de que puede pesquisarse una masturbación infantil, y de que ella no es nada contingente ni indiferente para la conformación del cuadro patológico. Vislumbramos una comprensión más amplia de los síntomas de Dora si consideramos el fluor albus confesado por ella. La palabra «catarro» con que aprendió a designar su afección cuando un padecimiento similar forzó a su madre a visitar Franzensbad no es sino otro «cambio de vía» a través del cual toda la serie de pensamientos referidos a la culpa de su papá en la enfermedad encontró abierto el acceso hacia su manifestación en el síntoma de la tos. Esta tos, sin duda surgida originariamente de un ínfimo catarro real, era además una imitación de su padre, aquejado de una afección pulmonar, y pudo expresar su compasión y su cuidado por él. Pero también proclamaba al mundo, por así decir, algo que quizás a ella todavía no le había devenido conciente: «Soy la hija de papá. Tengo un catarro como él. El me ha enfermado, como enfermó a mi mamá. De él tengo las malas pasiones que se expían por la enfermedad». Ahora podemos intentar reunir las diversas determinaciones (determinismos} que hemos hallado para los ataques de tos y de afonía. Debajo de todo en la estratificación cabe suponer un estímulo de tos real, orgánicamente condicionado, vale decir, el grano de arena en torno del cual el molusco forma la perla. Este estímulo es susceptible de fijación porque afecta a una región del cuerpo que conservó en alto grado en la muchacha la significación de una zona erógena. Por tanto, es apto para dar expresión a la libido excitada. Quedó fijado por lo que probablemente fue el primer revestimiento {Umkleidung} psíquico -la imitación compasiva del padre enfermo- y, después, por los autorreproches a raíz del «catarro». Este mismo grupo de síntomas se muestra además susceptible de figurar las relaciones con el señor K., de lamentar su ausencia y expresar el deseo de ser para él una mejor esposa. Después que una parte de la libido se volcó de nuevo al padre, el síntoma cobra el que quizás es su último significado: la figuración del comercio sexual con el padre en la identificación con la señora K. Quiero consignar, empero, que esta serie en manera alguna es completa. El carácter incompleto del análisis no permite, desdichadamente, seguir la cronología de los cambios de vía del significado, ni aclarar la sucesión y la coexistencia de diversos significados. Sólo es lícito plantear tales exigencias a un análisis completo. No puedo dejar de ahondar en ulteriores nexos entre el catarro genital y los síntomas histéricos de Dora. En tiempos en que se estaba todavía lejos de alcanzar un esclarecimiento psíquico de la histeria, escuché de labios de colegas mayores, más experimentados, la aseveración de que en el caso de las pacientes histéricas con fluor un empeoramiento del catarro tenía por consecuencia regularmente una agudización de los achaques histéricos, en particular la desgana para comer y los vómitos. Nadie tenía en claro los nexos, pero yo creo que se tendía a adherir a la opinión de los ginecólogos, quienes, como es sabido, suponen una muy vasta y directa influencia, orgánicamente perturbadora, de las afecciones genitales sobre las funciones nerviosas; no obstante. el examen terapéutico que corre por nuestra cuenta es casi siempre infructuoso. Dado el estado actual de nuestros conocimientos, tampoco es posible excluir esa influencia directa y orgánica. Pero en todos los casos su revestimiento psíquico es más fácil de pesquisar. En nuestras mujeres, el orgullo por la conformación de sus genitales es una parte muy especial de su vanidad; y las afecciones de estos, consideradas capaces de inspirar repugnancia o aun asco, operan increíblemente a modo de afrentas: disminuyen el sentimiento de sí, provocan un estado de irritabilidad, susceptibilidad y desconfianza. Se considera que la secreción anormal de la mucosa de la vagina provoca asco. Recordemos que a Dora, tras el beso del señor K., le sobrevino una viva sensación de asco, y que hallamos razones para completar el relato que nos hizo de esta escena conjeturando que en el abrazo sintió la presión del miembro erecto contra su vientre. Averiguamos, además, que la misma gobernanta a quien ella hizo echar a causa de su infidelidad le había dicho, basándose en su propia experiencia, que todos los hombres eran frívolos e inconstantes. Para Dora esto debió de significar que todos los hombres eran como su papá. Ahora bien, ella consideraba que su padre sufría una enfermedad venérea, y creía que se la había contagiado a ella y a su madre. Pudo imaginarse entonces que todos los hombres sufrían de enfermedades venéreas, y el concepto que sobre estas se había formado derivaba, desde luego, de su propia experiencia personal. Por tanto, padecer esa enfermedad significaba para ella estar aquejada por un asqueroso flujo. ¿No habrá sido esto otra motivación del asco que sintió en el momento del abrazo? Este asco, trasferido al contacto con el hombre, sería entonces un asco referido en última instancia a su propio fluor y proyectado según el mencionado mecanismo primitivo. Conjeturo que están en juego aquí unas ilaciones inconcientes de pensamiento urdidas sobre una trama orgánica prefigurada, como lo está la guirnalda sobre el armazón de alambre, de manera que en otro caso podemos hallar intercalada otra vía de pensamientos entre los mismos puntos de partida y de llegada. Pero el conocimiento de las conexiones de pensamiento que han adquirido eficacia en el individuo es de valor insustituible para la solución de los síntomas. El hecho de que en el caso de Dora tengamos que valernos de conjeturas y completamientos se debe únicamente a la prematura interrupción del análisis. Lo que yo presento para llenar las lagunas se apuntala por entero en otros casos, analizados a fondo. El sueño mediante cuyo análisis obtuvimos las anteriores informaciones corresponde, según vimos, a un designio que Dora retomó durmiendo. Por eso se repitió todas las noches hasta que el designio fue cumplido, y reapareció años más tarde al presentarse una ocasión para que ella formara un designio análogo. El designio podría formularse concientemente del siguiente modo: «Alejarme de esta casa en la cual, según he visto, mi virginidad corre peligro; partiré con papá y por la mañana, al hacerme la toilette, tomaré mis precauciones para no ser sorprendida». Estos pensamientos hallan nítida expresión en el sueño; pertenecen a una corriente que en la vida de vigilia alcanzó la conciencia y se volvió dominante. Tras ellos puede colegirse un itinerario de pensamientos de subrogación más oscura que corresponde a la corriente contraria y por eso cayó bajo la sofocación. Culmina en la tentación de entregarse al hombre en agradecimiento por el amor y la ternura que él le había demostrado en los últimos años, y convoca quizás el recuerdo del único beso que hasta entonces había recibido de él. Ahora bien, de acuerdo con la teoría desarrollada en mi libro La interpretación de los sueños, estos elementos no bastan para formar un sueño. Un sueño no es un designio que se figure como ejecutado, sino un deseo que se figura como cumplido, y en lo posible, además, un deseo que proviene de la vida infantil. Tenemos la obligación de examinar si esta tesis no es contradicha por nuestro sueño. El sueño contiene, de hecho, un material infantil que no guarda relación alguna, discernible a primera vista, con el designio de escapar tanto de la casa del señor K. como de la tentación que emana de él. ¿A raíz de qué emerge el recuerdo de cuando se mojaba de niña en la cama y del trabajo que entonces se tomaba el padre para habituarla a la limpieza? Puede responderse: sólo con ayuda de este itinerario de pensamientos era posible sofocar los intensos pensamientos de tentación y hacer que prevaleciera el designio formado contra ellos. La niña se resuelve a huir con su padre; en realidad, huye a refugiarse en su padre por angustia frente al hombre que la asedia; convoca una inclinación infantil hacia el padre destinada a protegerla de su inclinación reciente hacia el extraño. Del peligro presente, el padre mismo es culpable, pues llevado por sus propios intereses amorosos la ha ofrecido al extraño. Cuánto más lindo sería que ese mismo padre no quisiera a nadie más que a ella, y se empeñara en salvarla de los peligros que en esa época la amenazaban. El deseo infantil, hoy inconciente, de poner al padre en el lugar del extraño es un poder-ser {PotenzJ formador de sueños, Si existió una situación parecida a una del presente, aunque diversa de ella por esta subrogación de personas, pasará a ser la situación principal del sueño. Y esa situación existe; justamente como la víspera lo estuvo el señor K., una vez su padre estaba frente a su cama y la despertó tal vez con un beso, como quizás el señor K. se proponía hacerlo. El designio de huir de la casa no es, pues, en sí y por sí soñable; se convierte en tal. asociado con otro designio que se apoya en un deseo infantil. El deseo de sustituir al señor K. por el padre presta la fuerza impulsora {pulsional} para el sueño. Recuerdo aquí la interpretación a que me obligó el itinerario de pensamientos reforzado, referido a la relación del padre con la señora K.: se había despertado, evocado, una inclinación infantil hacia el padre a fin de poder mantener en la represión {esfuerzo de desalojo} el amor reprimido hacia el señor K. Este ímpetu subvirtiente en la vida anímica de Dora es el que el sueño refleja. Acerca de la relación entre los pensamientos de vigilia que se prosiguen mientras se duerme -los restos diurnos- y el deseo inconciente formador del sueño, he consignado en La interpretación de los sueños algunas observaciones que cito aquí inmodificadas, pues nada tengo que agregarles, y el análisis de este sueño de Dora vuelve a probar que las cosas no son de otro modo: «Concedo que existe toda una clase de sueños cuya incitación proviene de manera predominante, y. hasta exclusiva, de los restos de la vida diurna, y opino que aun mi deseo de llegar a ser por fin professor extraordinarius habría podido dejarme dormir en paz aquella noche si el cuidado por la salud de mí amigo no se hubiera conservado activo desde el día. Pero ese cuidado no habría producido ningún sueño; la fuerza impulsora que le hacia falta a este tenía que ser aportada por un deseo; incumbía a la preocupación el procurarse tal deseo como fuerza impulsora. Para decirlo con un símil: Es muy posible que un pensamiento onírico desempeñe para el sueño el papel del empresario; pero el empresario que, como suele decirse, tiene la idea y el empuje para ponerla en práctica, nada puede hacer sin capital; necesita de un capitalista que le costee el gasto, y este capitalista, que aporta el gasto psíquico para el sueño, es en todos los casos e inevitablemente, cualquiera que sea el pensamiento diurno, un deseo que procede del inconciente». Quien haya aprendido a conocer la fina estructura de esos productos que son los sueños no se sorprenderá si halla que el deseo de que el padre sustituyera al hombre tentador no trajo el recuerdo de un material infantil cualquiera, sino justamente de aquel que mantiene también las relaciones más íntimas con la sofocación de esta tentación. En efecto, si Dora se siente incapaz de ceder al amor por ese hombre, si llega a reprimirlo en vez de entregársele, con ningún otro factor se entrama esta decisión de manera más íntima que con su prematuro goce sexual y sus consecuencias, el mojarse en la cama, el catarro y el asco. Una prehistoria así puede, según cuál sea la sumatoria de las condiciones constitucionales, ser el fundamento de dos tipos de conducta hacia el reclamo de amor en la edad madura: o bien la plena entrega a la sexualidad, sin resistencia alguna y lindante con lo perverso, o bien, por reacción, su desautorización y la contracción de una neurosis. La constitución de nuestra paciente y el nivel de su educación intelectual y moral habían dado el envión para esto último. Quiero señalar todavía, en particular, que a partir del análisis de este sueño hemos tenido acceso a detalles de las vivencias de eficacia patógena que de otro modo no habrían sido asequibles al recuerdo, o al menos a la reproducción. Según se vio, el recuerdo de la mojadura en la cama durante la niñez ya había sido reprimido. En cuanto a los detalles del asedio por parte del señor K., Dora nunca los había mencionado, no se le habían ocurrido. Haré algunas observaciones más sobre la síntesis de este sueño. El trabajo del sueño comienza la siesta del segundo día tras la escena en el bosque, después que notó que ya no podía cerrar más con llave su habitación. Entonces se dijo: «Aquí corro serio peligro», y se formó el designio de no permanecer sola en la casa, de partir con su papá. Este designio devino susceptible de formar un sueño porque pudo continuarse en el inconciente. Ahí tuvo su correspondiente: convocó al amor infantil por el padre como protección contra la tentación actual. La vuelta {revolución} que así se consuma en ella se fija y la lleva hasta la postura subrogada por su ilación hipervalente de pensamiento (celos por la señora K. a causa del padre, como si estuviera enamorada de él), Luchan en ella la tentación de ceder al hombre que la corteja y la renuencia compuesta a hacerlo. Esta última está compuesta por motivos de decoro y prudencia, por mociones hostiles como resultado de la revelación de la gobernanta (celos, orgullo herido) y por un elemento neurótico, la repugnancia sexual a que estaba predispuesta y que tenía raíces en su historia infantil. El amor hacia el padre, llamado para protegerla de la tentación, proviene de esa historia infantil. El sueño muda el designio de refugiarse en el padre, ahincado en el inconciente, en una situación que muestra cumplido el deseo de que el padre la salve del peligro. Para ello es preciso hacer a un lado un pensamiento que estorba, pues es el padre quien la ha expuesto a ese peligro. De la moción hostil hacia el padre (inclinación a la venganza), aquí sofocada, tomaremos conocimiento como uno de los motores del segundo sueño. De acuerdo con las condiciones en que se forman los sueños, la situación fantaseada se escoge de suerte que repita una situación infantil. Es un triunfo singular que se logre mudar una situación reciente, justamente la que ocasionó el sueño, en una situación infantil. En nuestro caso, ello se consigue gracias a una pura contingencia del material. Tal como el señor K. apareció ante su sofá y la despertó, a menudo solía hacerlo su padre en la niñez. Toda la vuelta puede simbolizarse certeramente sustituyendo en esa situación al señor K. por el padre. Pero el padre, en aquel tiempo, la despertaba para que ella no se mojase en la cama. Este «mojar» pasa a ser determinante respecto del resto del contenido onírico, en el cual, empero, sólo está subrogado por una alusión distante, y por su opuesto. El opuesto de «mojadura», de «agua», fácilmente puede ser «fuego», «quemar». La contingencia de que el padre, al llegar a aquel lugar, expresara angustia frente al peligro de fuego contribuye a decidir que el peligro del cual el padre la salva sea un incendio. En esta contingencia y en el opuesto a «mojadura» se apoya la situación escogida de la imagen onírica: Hay un incendio, el padre está frente a su cama para despertarla. La proferencia casual del padre no habría conquistado esta importancia en el contenido del sueño si no armonizara tan excelentemente con la corriente afectiva que triunfó, la que a toda costa se empeña en que aquel sea el auxiliador y el salvador. ¡El vislumbró el peligro no bien llegó, y tenía razón! (En realidad, había expuesto a la muchacha a ese peligro.) En los pensamientos oníricos, la «mojadura» recibe, por vinculaciones fácilmente discernibles, el papel de un punto nodal para varios círculos de representaciones. «Mojadura» no pertenece sólo al mojarse en la cama, sino al círculo de los pensamientos de tentación sexual que, sofocados, están presentes tras este contenido onírico. Ella sabe que hay también un mojarse a raíz del comercio sexual, que en el coito el hombre regala a la mujer algo líquido en forma de gotas. Ella sabe que el peligro reside justamente en eso, que es asunto de ella precaverse de que los genitales le sean mojados. Con «mojadura» y «gotas» se abre al mismo tiempo el otro círculo asociativo, el del asqueroso catarro, que en sus años más maduros tiene sin duda el mismo significado vergonzoso que el mojarse en la cama en la niñez. «Mojado» tiene aquí el mismo significado que «ensuciado». Los genitales, que deben mantenerse limpios, ya han sido ensuciados por el catarro; por lo demás, lo mismo le ocurrió a su mamá. Parece comprender que la manía de limpieza de su mamá es la reacción contra este ensuciamiento. Ambos círculos coinciden en uno: La mamá ha recibido las dos cosas del papá, la mojadura sexual y el fluor, que ensucia. Los celos hacia la mamá son inseparables del círculo de pensamientos del amor hacia el padre, llamado aquí como protector. Pero este material no es todavía susceptible de figuración. Ahora bien, si se halla un recuerdo que mantenga con los dos círculos de la «mojadura» una relación parecidamente buena, pero evite lo chocante, ese será el que podrá tomar sobre sí la subrogación en el contenido del sueño. Tal recuerdo se encuentra en el episodio de las «gotas», que la mamá deseaba como alhaja. En apariencia, el enlace de esta reminiscencia con los dos círculos, el de la mojadura sexual y el del ensuciamiento, es exterior, superficial, mediado por las palabras, pues «gotas» se usa como «cambio de vía», como palabra de doble sentido, y «alhaja» en lugar de «limpio» es un opuesto algo forzado a «ensuciado». En realidad, pueden pesquisarse los más sólidos enlaces en cuanto al contenido. El recuerdo proviene del material de los celos hacia la mamá, celos de raíz infantil, pero proseguidos hasta mucho después. A través de ambos puentes verbales, todo el significado que adhiere a las representaciones del comercio sexual entre los padres, de la contracción del fluor y de la martirizadora manía de limpieza de la mamá puede ser trasferido a una única reminiscencia, la de las «gotas-alhaja». No obstante, hace falta todavía otro desplazamiento para que todo ello pueda entrar en el contenido del sueño. En este no se recogió «gotas», más cercano al originario «mojadura», sino «alhaja», más alejado. Por tanto, al insertarse este elemento en la situación onírica ya fijada antes, pudo decirse: «Mamá quiere todavía salvar sus alhajas». Ahora bien, en la nueva modificación, «alhajero» (Schmuckkästchen}, se hace valer la influencia de elementos que provienen del círculo subyacente de la tentación por el señor K. Este no le ha obsequiado alhajas {Schmuck}, pero sí una cajita {Kästchen} para ellas: el subrogado de todas las distinciones y ternezas a cambio de las cuales ella debería ahora mostrarse agradecida. Y el compuesto «alhajero» que ahora se engendra tiene todavía un particular valor subrogador. ¿No es «alhajero» una imagen usual para los genitales femeninos intactos e impolutos? ¿Y no es, por otra parte, una palabra inocente, y entonces apropiadísima para ocultar los pensamientos sexuales que hay tras el sueño y para aludir al mismo tiempo a ellos? Así, en el contenido del sueño se dice en dos lugares: «alhajero de la mamá», y este elemento sustituye a la mención de los celos infantiles, de las gotas; por lo tanto, de la mojadura sexual, del ensuciamiento por el fluor y, por otra parte, de los pensamientos de tentación actuales y contemporáneos que presionan a retribuir el amor contrario {Gegenlíebe} y pintan la situación sexual inminente -anhelada y amenazadora-. El elemento «alhajero» es, como ningún otro, un resultado de la condensación y el desplazamiento y un compromiso entre corrientes opuestas. Su múltiple origen -en fuentes tanto infantiles como actuales- es atestiguado por su doble aparición en el contenido del sueño. El sueño es la reacción frente a una vivencia fresca, de efecto excitador, que necesariamente despierta el recuerdo de la única vivencia análoga que ella tuvo años antes. Fue la escena del beso en la tienda, a raíz del cual surgió el asco. Ahora bien, puede llegarse a esta escena asociativamente desde otras direcciones: desde el círculo de pensamientos del catarro y desde el de la tentación actual. Por tanto, hace una contribución propia al contenido del sueño, la que tiene que adaptarse a la situación preformada. Hay un incendio … el beso supo a humo {tabaco} y por eso en el contenido del sueño se huele a humo, y se lo sigue oliendo tras el despertar. Desdichadamente, por inadvertencia dejé una laguna en el análisis de este sueño. Se atribuye al padre este dicho: «No quiero que mis dos hijos, etc. (partiendo de los pensamientos oníricos hay que agregar aquí, sin duda: a consecuencia de la masturbación) perezcan». Por regla general, tales dichos oníricos están compuestos por fragmentos de dichos reales, pronunciados u oídos. Yo habría debido inquirir por el origen real de este dicho. El resultado de esta averiguación habría complicado más el edificio del sueño pero también habría permitido conocerlo con mayor trasparencia. ¿Debe suponerse que este sueño tuvo en L. exactamente el mismo contenido que en su repetición durante la cura? No parece necesario. La experiencia enseña que los seres humanos suelen afirmar que ya han tenido el mismo sueño, mientras que en verdad las manifestaciones singulares del sueño recurrente se diferencian por numerosos detalles y otras importantes variaciones. Así, una de mis pacientes me informa que hoy ha tenido de nuevo, y de igual manera, su sueño preferido recurrente: nadaba en el mar azul, hendía gozosa las olas, cte. Después se vio, en un estudio más atento, que sobre la base común se agregaba ora tal detalle, ora tal otro; en una ocasión nadaba en el mar congelado en medio de unos témpanos. Otros sueños que ella no procuraba presentar como idénticos resultaron íntimamente enlazados con el recurrente. Por ejemplo, ve en una fotografía de tamaño natural al mismo tiempo la parte superior y la inferior de la isla de Helgoland; en el mar, un barco dónde se encuentran dos personas a quienes conoció en su juventud, etc. Es seguro que el sueño de Dora sobrevenido durante la cura cobró un nuevo significado actual -quizá sir. modificar su contenido manifiesto- Entre sus pensamientos oníricos incluyó una referencia a mi tratamiento; correspondía a una renovación del designio de entonces, el de escapar a un peligro. Si su recuerdo de que ya en L. había percibido el humo tras el despertar no era un espejismo, se admitirá que mi proverbio «Donde hay humo, hay fuego» fue introducido muy diestramente en la forma acabada del sueño, donde parece usado para sobredeterminar el último elemento. Fue innegablemente una casualidad el hecho de que su última ocasión actual, el cierre del comedor por parte de la madre, a raíz de lo cual el hermano quedaba encerrado en su dormitorio, le aportara un anudamiento con el asedio del señor K. en L., donde maduró aquella decisión cuando no pudo ya encerrarse con llave en el dormitorio. Quizás el hermano no apareciera en los sueños de entonces, de manera que el dicho «mis dos hijos» llegó al contenido del sueño sólo tras la última ocasión.