Obras de Winnicott: Comentarios al «Informe del Comité sobre los castigos en cárceles y correccionales [Borstals]» 1961

Comentarios al «Informe del Comité sobre los castigos en cárceles y correccionales [Borstals]» 1961

Este informe, que me parece muy valioso, da la impresión de haber sido redactado tras una investigación a fondo del tema. He leído con especial agrado el comentario franco sobre el tráfico de tabaco que formuló un preso, cuya transcripción con todos sus errores gramaticales le da visos de veracidad. Deseo hacer cinco observaciones con respecto al informe, la primera de ellas de carácter general: 1) En otro escrito he llamado la atención acerca del peligro real que encierra la tendencia moderna a caer en el sentimentalismo, toda vez que se consideran los castigos a aplicar a los delincuentes. Como psicoanalista me siento inclinado a ver en cada delincuente a una persona enferma y acongojada, aunque su congoja no siempre es evidente. Desde este punto de vista, podría decirse que es ilógico castigar a un delincuente, pues lo que necesita es un tratamiento o un manejo reparador. Pero lo cierto es que ese individuo ha cometido un delito y la comunidad tiene que reaccionar, de un modo u otro, ante la suma total de delitos cometidos contra ella en un lapso dado. Una cosa es ser un psicoanalista que investiga por qué se roba y otra, muy distinta, es ser la persona a quien le han robado la bicicleta en un momento crítico. De hecho hay un segundo punto de vista: el psicoanalista es también un miembro de la sociedad y, como tal, participa de la necesidad de manejar las reacciones naturales de la persona perjudicada por el acto antisocial. No podemos apartarnos del principio de que la función primordial de la ley es expresar la venganza inconsciente de la sociedad. Es muy posible que un delincuente en particular sea perdonado y, sin embargo, exista un acervo de venganza y miedo que no podemos permitirnos pasar por alto. No podemos pensar únicamente en el tratamiento individual de los criminales, olvidando que la sociedad también necesita un tratamiento para los agravios o daños recibidos. En la actualidad, somos muchos los que nos sentimos inclinados a ampliar cuanto sea posible la gama de delitos que se tratan como enfermedades. La esperanza en tal ampliación me induce a afirmar de plano que la ley no puede renunciar de pronto al castigo de todos los malhechores. Si los sentimientos de venganza de la sociedad fueran plenamente conscientes, ella podría tolerar que se los tratase como enfermos, pero la parte inconsciente de esos sentimientos es tan grande, que en todo momento debemos posibilitar que se mantenga (hasta cierto punto) la necesidad de castigo, aun cuando éste no sea útil para el tratamiento del delincuente. Aquí hay un conflicto que no podemos eludir simulando que no existe. Tenemos que ser capaces de percibirlo como algo esencial en cualquier examen serio del tema del castigo. Es importante que mantengamos constantemente estas cuestiones en primer plano, pues de otro modo la sociedad reaccionará contra la idea de tratar al delincuente como enfermo aunque se puedan demostrar las bondades de este procedimiento, como sucede en el caso de la delincuencia infantil. Hoy en día se tiende a hacer todo lo posible por el niño delincuente o antisocial, en vez de vengarse de él. Los adolescentes y adultos jóvenes también entran en esta categoría, salvo que hayan cometido crímenes realmente graves. Tal vez, con el tiempo, otros sectores de la comunidad antisocial podrán tratarse como enfermos, más que como individuos sujetos a castigo. El informe que nos ocupa menciona que la mayoría de los médicos considerarían casos psiquiátricos (y, en especial, maníaco-depresivos) por lo menos al 5% de la población carcelaria actual. En suma, quienes nos esforzamos por difundir el principio de que es preferible tratar al delincuente, antes que castigarlo, no debemos cerrar los ojos al gran peligro de provocar la reacción de la sociedad al pasar por alto su necesidad de ser vengada, no por un crimen en particular, sino por la criminalidad en general. El informe describe con mayor claridad la necesidad de protección que experimenta el público y el miedo de la sociedad, que el acervo inconsciente de venganza. Me doy cuenta perfectamente de que este punto de vista es muy impopular en la actualidad. Cada vez que lo postulo, sé que me comprenderán mal y creerán que pido el castigo de esos enfermos -los antisociales- más que su tratamiento. 2) Como ya he dicho, lo más valioso del informe es quizá la declaración del preso acerca del tabaco que, según creo, da pie a un comentario sobre la necesidad de fumar. No hace falta ser psicoanalista para saber que no se fuma por mero placer. Fumar es un acto muy importante en la vida de muchas personas, al que no se puede renunciar sin sustituirlo por otra cosa. Puede tener una importancia vital para los individuos, sobre todo en una comunidad en la que reina la desesperanza. El psicoanalista está en condiciones de observar de cerca el consumo de tabaco y, en verdad, hay mucho por investigar al respecto antes de que se lo pueda comprender clara y adecuadamente. No obstante, ya es dable afirmar que es uno de los medios de que se valen los individuos para aferrarse a duras penas a la cordura en circunstancias en que, si dejaran de fumar, perderían el sentido de la realidad y su personalidad tendería a desintegrarse. (Esto se aplica en especial a quienes se abstienen de ingerir alcohol u otras drogas.) Por supuesto, el hecho de fumar implica mucho más que esto, pero pienso que quienes manejan el tema del consumo de tabaco en las cárceles deberían tener en cuenta que la persistencia de un gran tráfico de tabaco, pese a todas las reglamentaciones y a cuanto hagan las autoridades por restringirlo, confirma una teoría: los criminales en general padecen un gran desasosiego y un miedo constante a volverse locos. La investigación superficial no revelará estas cosas, sino tan sólo la euforia que acompaña la adquisición de tabaco, y la habilidad y astucia con que actúa toda la pandilla de traficantes. Sin embargo, no hace falta calar muy hondo para descubrir el miedo a la locura. Aunque nunca he investigado a presos adultos, el estudio minucioso de muchos niños que, con el tiempo engrosarán la población carcelaria, me ha enseñado que el miedo a la locura está siempre presente y que la predisposición antisocial, tomada en su totalidad, es un complejo mecanismo de defensa contra los delirios de persecución, las alucinaciones y la desintegración sin esperanza de recuperarse. Hablo de algo peor que la desdicha; en general, deberíamos sentirnos complacidos cuando un niño o un adulto antisocial llega hasta la etapa de infelicidad, porque en ella hay esperanza y la posibilidad de prestarle ayuda. El antisocial empedernido tiene que defenderse hasta de la esperanza, porque sabe por experiencia que el dolor de perderla una y otra vez es insoportable. De un modo u otro, el tabaco le suministra algo que le permite ir tirando y posponer la vida para más adelante, cuando el hecho de vivir vuelva a tener sentido. De esto se infiere una sugerencia práctica. El informe da a entender que debería aumentarse el salario de los presos, aduciendo que ha habido un alza real en el precio del tabaco, en tanto que los salarios se han mantenido estacionarios. Empero, el incremento propuesto en el salario individual no posibilitará el consumo de 30 gramos de tabaco por semana. Hay una cantidad mínima (que podría determinarse) que haría la vida soportable para el preso; en mi opinión, hay mucho que decir en favor de una acción que le posibilite a cada preso disponer, por lo menos, de esta cantidad mínima. Ante la posible existencia de algunos no fumadores, parecería más sensato permitir la venta franca del tabaco igual que en la Marina, que aumentar los salarios. En teoría, una mayor paga colocaría inevitablemente al no fumador en condiciones muy favorables para convertirse en un «magnate del tabaco» porque sería un hombre rico dentro de la comunidad carcelaria. Quienes no han experimentado el miedo a la locura -y son muchos- no logran imaginarse lo que puede significar para un individuo verse privado de una ocupación digna por un largo período de su vida y estar siempre al borde del delirio, las alucinaciones, la desintegración de la personalidad, los sentimientos de irrealidad, la pérdida del sentido de que el cuerpo de uno sea de uno, etc. Si nadie propone la venta franca del tabaco en las cárceles es, tal vez, porque el público podría creer que de ahí en adelante los presos vivirán estupendamente bien y, por lo expresado en el primer punto, es obvio que me doy cuenta de que el público debe saber que no se los mima. Aun así, debería intentarse esta solución en la medida en que se pueda educar al público. Creo que si se le señala este hecho, la mayoría de la gente comprenderá que, para el individuo condenado a largos años de prisión, el hábito de fumar hace que la vida le resulte simplemente soportable, en vez de convertirse en una tortura mental constante. 3) Cuando llegó el momento de inspeccionar los correccionales, el comité visitador quedó evidentemente horrorizado por el estado en que encontró a algunos muchachos. Al parecer, tenían el cabello revuelto y no se cuadraban inmediatamente cuando algún superior pasaba a su lado. Quizás el público exija de veras la observancia de una disciplina militar en los correccionales, pero no lo sabemos con certeza e intuyo que esta parte del informe puede causar mucho daño. El comité expresa en forma inequívoca que no pide una disciplina militar pero, probablemente, sólo haya dos alternativas: a) una disciplina militar más bien al estilo nazi, que hará reinar la paz y el orden, pues mantendrá tan ocupados a los muchachos que no les quedará tiempo para pensar o crecer; b) una posición extrema, bastante horripilante, que posibilitará el acceso de los adolescentes a lo más profundo de su desesperanza, o sea, al fondo de su enfermedad, pero que podrá ser el inicio de su crecimiento. Si esta segunda alternativa no puede ser explicada en términos comprensibles para el público, habrá que implantar una disciplina militar… aunque el propósito en que se basa toda la formación del personal de los correccionales es, precisamente, evitar ese tipo de disciplina. Como lo señala el comité, dirigir un correccional es una tarea tremenda, que sólo puede ser emprendida por alguien imbuido de una vocación misional. En verdad, el comité no criticó en absoluto a los directores de los correccionales, ni retaceó su reconocimiento de las dificultades de su labor. No obstante, si un director ha de temer que un miembro de una comisión se presente de improviso y vea a un muchacho con el cabello revuelto, se verá obligado a implantar una disciplina casi militar. En la segunda alternativa -y estas dos son las únicas- siempre habrá algunos muchachos que sólo se sentirán sinceros y decentes si están desaliñados como vagabundos. Cuando llegan a esta etapa, su futuro no es totalmente lóbrego y su pronóstico encierra cierta esperanza. En cambio, la disciplina militar convierte a todos los menores internados en casos desahuciados, porque en esa atmósfera ningún joven puede desarrollar su personalidad y su responsabilidad individual. En mi opinión, las autoridades responsables de los correccionales deberían confiar plenamente en los directores y dejarles obrar según su criterio. Si un director no les merece confianza deberán apartarlo del cargo pero, en tanto lo ocupe, corresponde que le den libertad para experimentar, buscar a tientas su propio camino y probar la segunda alternativa. Durante este proceso exploratorio descubrirá a algunos muchachos inadaptables a todo trato, salvo la disciplina militar o la cárcel; y sus superiores deberían quitárselos de encima por algún medio. El comité menciona este punto y señala la necesidad de fundar, sin pérdida de tiempo, un correccional experimental para esa minoría que arruina el trabajo emprendido en favor de la mayoría de los internados en los correccionales corrientes. Sería una necesidad apremiante, pues si no se la atiende enseguida, el plan iniciado en los correccionales fracasará por completo y la disciplina sustituirá a la terapia de manejo. 4) El informe trata el tema de las «escapadas» [absconding] y señala que es un término más adecuado que «evasión» [escaping], por cuanto los correccionales son establecimientos de puertas abiertas. Sin embargo, echo de menos una investigación de las causas de esas escapadas. El informe no deja muy en claro si los miembros del comité saben o no que se han estudiado bastante los aspectos psicológicos de las escapadas. Durante la guerra se efectuaron muchos estudios al respecto en los albergues para niños evacuados, aunque tal vez no todos se publicaron. Los menores no se escapan por mera cobardía o porque su manejo se rige por un sistema equivocado. El hecho de escaparse tiene a menudo rasgos positivos y representa la confianza creciente del niño en que ha encontrado un lugar donde sería bien recibido si volviese a él después de haberse ido. A mi entender, el procedimiento descrito en el informe para tratar a los menores escapados que vuelven al correccional deja poca libertad de criterio al personal especializado del establecimiento, que quizá, basándose en su estudio del caso, sabe muy bien que ese niño o muchacho sólo necesita ser recibido con un abrazo, o bien, si este recibimiento es demasiado efusivo, que se le permita reintegrarse a la rutina del correccional sin alharacas… y con un suspiro de alivio. A veces, los muchachos se escapan impelidos por la convicción de que su madre ha sido atropellada por un vehículo, que su hermana está hospitalizada con difteria, o algo por el estilo. Desde el punto de vista del observador, tienen la idea absurda de que podrán averiguar la verdad. En la práctica, cuando logran acercarse a su objetivo ya han perdido su propósito principal, por lo que a menudo sólo se ve a un muchacho fugitivo que se enreda con malas compañías y roba dinero para comprarse comida. Entre los niños anormales que integran cualquier grupo antisocial siempre abundan los que desarrollan ideas sorprendentes acerca de cómo es su hogar, cuando han pasado cierto tiempo lejos de él. Es un hecho muy conocido, pero que vale la pena repetir. Al cabo de algunos meses de internación en un albergue u otra institución, un muchacho o una chica que han sido rescatados del hogar más sórdido (p. ej., un subsuelo espantoso, habitado por unos padres crueles y ebrios) pueden pensar con tal intensidad que el hogar es la suma de todo lo bueno, que llegue a parecerles estúpido no escapar hacia él. En tales casos, basta que el niño o adolescente llegue hasta su hogar; luego, se lo podrá conducir cordialmente de regreso al internado, triste, desilusionado y muy necesitado de un poquito de afecto. El manejo de estos menores una vez que han vuelto al lugar de internación, sea cual fuere, siempre es un asunto muy delicado y sólo pueden encargarse de él las personas que conozcan bien al muchacho o chica. Es improbable que una comisión visitadora pueda actuar de manera óptima en tales ocasiones. 5) En un informe sobre castigos, parecería importante incluir algún tipo de reflexión teórica acerca de qué significa el castigo para el individuo que lo recibe y para la persona que lo aplica. Tal capítulo teórico quizás habría estado fuera de lugar en este informe; empero, el castigo es un tema que necesita ser estudiado e investigado como cualquier otro. En todos los casos puede decirse que el problema presenta dos aspectos: por un lado, la sociedad exige que se castigue al individuo; por el otro, ese individuo está enfermo y, por ende, no se encuentra en condiciones de beneficiarse con el castigo. En verdad, lo más probable es que tenga que contraer tendencias patológicas (masoquistas o de otro tipo) para hacer frente al castigo tal como viene. El castigo puede dar resultado en casos muy favorables. Supongamos que un padre ha estado lejos del hogar por varios años, a causa de la guerra, y que su hijo ha llegado á dudar de su existencia. El niño puede recuperar el sentido de que tiene un padre, si éste se muestra severo cuando su hijo manifiesta una conducta antisocial. Con todo, estos casos son raros y es improbable que se encuentren en un correccional. El castigo sólo tiene valor cuando da vida a una figura paternal fuerte, amada y confiable, ante un individuo que ha perdido precisamente eso. Puede decirse que todo otro castigo es una expresión ciega de la venganza inconsciente de la sociedad. Podría decirse mucho más, por cierto, acerca de la teoría del castigo. En tanto omita los fundamentos teóricos del tema, ningún informe sobre los castigos podrá expresar de-manera adecuada las tendencias progresistas de la sociedad moderna. (1) Borstal (correccional) es una designación genérica dada en Inglaterra a establecimientos penitenciarios para delincuentes juveniles, sentenciados a una pena de tiempo indeterminado. El nombre deriva de la ciudad de Borstal, del condado de Kent, donde por primera vez se instaló un correccional de esa naturaleza. Donald Winnicott, 1896-1971