Carta 125 (9 de diciembre de 1899)
Quizás haya logrado, no hace mucho, una primera visión de una cosa nueva. Se me enfrenta como problema el de la «elección de neurosis». ¿Cuándo un ser humano se vuelve histérico en lugar de paranoico? Un primer y burdo intento, de la época en que yo quería conquistar la ciudadela por la fuerza, rezaba: Ello depende de la edad en que ocurrieron los traumas sexuales, de la edad que se tenía al vivenciar. Hace tiempo he abandonado esto, y luego permanecí sin vislumbre alguna hasta hace pocos días, cuando se me reveló un nexo con la teoría sexual. Entre los estratos de lo sexual, el inferior es el autoerotismo, que renuncia a una meta psicosexual y sólo reclama la sensación localmente satisfactoria. Es relevado luego por el aloerotismo (homo y heteroerotismo), pero por cierto que persiste como una corriente particular.
La histeria (y su variedad, la neurosis obsesiva) es aloerótica, su vía principal es la identificación con la persona amada. La paranoia vuelve a disolver la identificación, restablece a todas las personas amadas de la infancia que habían sido abandonadas (véanse mis elucidaciones sobre los sueños de exhibición) y resuelve al yo mismo en unas personas ajenas. Así, he dado en considerar la paranoia como un asalto de la corriente autoerótica, como un retroceso al punto de vista de entonces. La perversión que le corresponde sería la llamada «insanía idiopática». Los particulares vínculos del autoerotismo con el «yo» originario iluminarían bien el carácter de esta neurosis. En este punto vuelven a perderse los hilos.