Construcción de la subjetividad del niño

Construcción de la subjetividad del niño

Construcción de la subjetividad del niño.

Algunas pautas para organizar una perspectiva. i

Maren Ulriksen de Viñar (Miembro Titular Asociación Psicoanalítica del Uruguay)

Participar durante los años 1995-96 en el anteproyecto del Código de la Niñez y Adolescencia ii, de acuerdo al marco conceptual que fija la Convención sobre de los Derechos del Niño (CDN), nos ha incitado a reflexionar acerca del posicionamiento del psicoanálisis y del psicoanalista ante un postulado básico de la CDN, el concepto de “niño- sujeto de derechos”.

En las antípodas de un supuesto que concibe al derecho humano como “natural”, la CDN ordena en una nueva semiótica el universo de la vida en sociedad, tanto pública como privada, del grupo humano menor de 18 años, y de su interrelación con los mayores. Al dejar sentadas garantías de protección globales, el Código consagra normas para el niño y el adolescente, cualquiera fuere su condición social, su origen, su educación, su situación jurídica, alcanzando su jurisdicción a toda la población de ese grupo de edad, siendo cada uno y todos reconocidos como sujetos de derechos inherentes a su condición humana.

La Convención formula una nueva filosofía, una nueva inteligibilidad relativa a los niños y adolescentes, en el amplio reconocimiento de sus derechos, obligaciones y garantías, promoviendo la integración a la sociedad como sujetos activos, participativos y creativos, con capacidad progresiva para ejercerlos y transformar su propio medio personal y social.

La CDN y el Código incorporan un nuevo paradigma para el niño y el adolescente, la doctrina de la Protección Integral. En el texto de la nueva ley cada niño es un sujeto de derechos a ser considerado y protegido en su individualidad y singularidad. El concepto de “protección integral” coloca en el centro la garantía del derecho, volviendo caduca la noción de “necesidad”, eje de la vieja Doctrina Tutelar. La nueva doctrina cambia el objeto de nuestra mirada, por lo tanto las respuestas son muy diferentes; en un caso el niño “necesita” educación, “necesita” corrección por una infracción, por trabajo informal, por dormir en la calle o consumir droga; se recurre a la denuncia policial del “menor en situación irregular”. En la perspectiva de la doctrina de la protección integral, son las políticas sociales de protección de los derechos las que están en omisión y en situación irregular, ya que no garantizan el conjunto de condiciones que constituyen sus derechos.

Trabajar con el concepto de niño-sujeto de derechos, significa reconocer el lugar fundamental de la construcción de la subjetividad del niño, antecesora de la personalidad que se manifestará en la adolescencia y la vida adulta.

Por mucho tiempo, las condiciones de inmadurez biológica, de desamparo y dependencia del recién nacido, del niño pequeño, se han incorporado a la valoración del niño, considerándolo propiedad del adulto que lo cuida, objeto de sus intereses, sus deseos y sus proyectos, en el supuesto de que es “por su bien” ya que “necesita” cuidados adecuados para su supervivencia. En esta postura se ignora la capacidad creciente del niño de producir pensamiento propio, creativo, participativo, apareciendo muchas veces su singularidad a través del trastorno o la queja cuando este no se adapta a las reglas que ha instaurado arbitrariamente el adulto. Es decir, el estatuto del niño como ser dependiente, vulnerable, que debe ser protegido, puede llevar a desconocer su lugar como sujeto activo en los procesos interactivos con el adulto desde el inicio de la vida. El proceso de desarrollo positivo de un niño permite la adquisición de capacidades de pensamiento inteligente, creativo, autónomo, integrado al mundo social que lo rodea, proceso que sólo es posible cuando él puede interiorizar los aportes cognitivos y afectivos de los primeros vínculos, y afirmarse en ellos para transformar el desamparo inicial y la dependencia extrema en capacidad de separarse, de estar sólo, de crear, de pensar, de conocer, de disfrutar.

El psicoanálisis ha recorrido un largo camino clínico y teórico para representar y conceptuar la transformación del estado de desamparo inicial del cachorro humano, el infans, en sujeto hablante, gradualmente capaz de autonomía, capaz de manifestarse como único y singular, un otro, y a la vez, uno entre los otros.

Eligiendo algunas líneas de trabajo de psicoanalistas, intentaré el ejercicio de pensar los aportes a la teoría y al posicionamiento del psicoanalista, quien al ofrecer la especificidad de su encuadre y de su escucha, abre un campo donde el niño puede expresarse como sujeto de derechos.

Lejos de objetivar los datos del análisis o de la observación, intentamos subrayar procesos de gran complejidad, de un diálogo corporal y afectivo marcado por la actualización del deseo, del infans y de la madre, en un campo de interlocución, campo del lenguaje, instancia del tercero social, cultural.

Algunas condiciones para alcanzar la estructuración del psiquismo del niño, que conjugan sus capacidades nacientes y el funcionamiento del “entorno humano”, pueden orientarnos, en el análisis y la búsqueda de sentido de los efectos de diversos y frecuentes acontecimientos e incidentes, cruces, obstáculos, cortes, muchas veces traumáticos, que marcan un curso no lineal sino complejo, multicausal y enigmático de la historia del infans y sus padres, y del desarrollo infantil.

Pensar en algunas particularidades necesarias para el desarrollo de los primeros encuentros del niño con el entorno humano en estrecha relación con él, nos ayudará, por contraste, a considerar las fallas y carencias tempranas en el curso del desarrollo.

El niño nace en un estado de desamparo y dependencia absolutas Hilflösigkeit (Viñar, 1988), no se hablará de niño sin incluir al otro de quien depende totalmente, representado en el comienzo por la madre. Sin embargo este niño completamente dependiente «posee» un núcleo propio de autonomía e independencia. Para Winnicott el niño es este núcleo, a condición de que sea protegido contra la intrusión, el abuso, la usurpación.

Estas características implican varias paradojas. La impotencia total del recién nacido, su gran fragilidad, le otorgan una posición central que obliga al entorno a su alrededor a transformarse para suplir lo que el bebe no puede hacer por sí mismo y le es vitalmente indispensable. La madre es transformada y se transforma de sujeto en objeto. Ella renuncia a su autonomía para volverse aquello que el niño necesita. El infans que depende totalmente, se vuelve «his majesty the baby».

Winnicott deduce otra paradoja: la experiencia autorreferida del bebe de ser todo y lo único, desconociendo su dependencia absoluta. Estos momentos de satisfacción, de suficiente omnipotencia, consolidan la experiencia de un estado unitario del «yo» precoz, en su convicción de ser el único. Estas vivencias de completud y perfección en las primeras relaciones al «pecho» sostendrían la experiencia alucinatoria de ser el creador del objeto, fantasía fundadora del narcisismo primario: «Yo soy el pecho, por lo tanto yo soy». Siendo ser una abreviación de «ser amado». Existe en tanto es objeto de amor.

La discriminación yo – no yo, la noción de tú y yo, que está en la cultura y en el lenguaje, marca la presencia de una instancia tercera, que irá siendo reconocida con la adquisición del lenguaje. Ser capaz de decir «yo soy» y «yo estoy solo» son grandes éxitos del desarrollo.

La lógica de la parentalidad, anticipada y prefigurada en la fantasía de los padres, entra en juego desde antes del nacimiento. La familia habla de anhelos y de proyectos, del nombre, de los parecidos esperados o temidos.

Desde el inicio la madre le habla al bebe, lo nombra, lo califica, le adjudica sentidos, valores, cualidades, afectos. Esta relación madre-niño está presente en el discurso del padre, de la familia, lo que sugiere que el tercero simbólico y social ya está presente y vendrá a obstaculizar esta relación a dos. En los primeros vínculos el tercero tiende a ser excluido. La “evolución de las relaciones madre-niño es una evolución de esta exclusión inicial” (Bergès. 1999, p. 276).

Jean Bergès (1999) señala que el punto de partida de la relación con el hijo es el desborde de la madre en cuanto al control de su cuerpo. La cuestión para la madre se juega entre quedar atrapada en un sistema de dominio y poder hacia el niño, o dejarle un margen, no ser «todo» para él, no saturar la relación.

Las relaciones tempranas y el despliegue de la estructuración psíquica del niño estarán marcadas por la posibilidad de la madre de tomar conocimiento de que es el niño quien desde el nacimiento y después – durante su desarrollo -, la desborda haciendo fracasar su omnipotencia.

Bergès (1999, p.277) destaca que en esa estrecha relación del cuerpo de la madre y el cuerpo del niño, la madre puede considerar a su hijo como una prolongación imaginaria de su cuerpo, formulada en imágenes, fantasías y palabras, cargadas de temores y deseos que se construyen en el encuentro de su historia subjetiva y familiar con las particularidades de ese hijo, donde el hijo podrá crear sus propias formas a partir del encuentro con la madre. Por el contrario, la madre puede suponer, creer, que el niño forma parte de su cuerpo, viviéndolo como posesión, como cosa – objeto, con el que tendría relaciones de control y cargadas de miedos. El síndrome de Münchausen by proxy sería un ejemplo extremo de esta forma de posesión y dominio del hijo.

El desamparo físico y psíquico del pequeño requiere del manejo (handling) de la situación por la madre, pero al mismo tiempo es necesario que acepte un margen donde el hijo, niña o niño, escapa a su control y pueda excederla.

El niño desborda la capacidad de la madre de atender todos sus intereses. La disponibilidad de la madre de soltar al bebe y permitirle que vaya ampliando su espacio de intercambio con el entorno humano, es esencial, desde los primeros momentos de vida del niño. Desplazamiento, desequilibrio, posibilidad de sustitución, pertenecen a la dinámica propia de lo sexual, condición de posibilidades de cambio psíquico. (André, 1999, p.17)

Winnicott califica como «madre suficientemente buena » al surgimiento de la «preocupación materna primaria» que le permite cumplir satisfactoriamente sus funciones. André (1999) señala que Winnicott escribe “good enough”, madre buena que marca un límite – “enough”, un “basta”, necesario para no perpetuar el vínculo fusional, límite necesario para el desprendimiento.

En los primeros tiempos del encuentro madre- bebe se construye un sistema a dos, dual; apuntalado en los cuidados corporales y la atención a las necesidades fisiológicas del niño, son también esenciales la voz y la mirada de la madre en el intercambio sensorial y afectivo con el bebe.

En la mirada se juega la capacidad de desaparecer y reaparecer de la madre, que no satura la relación con su presencia, anticipando en la alternancia presencia-ausencia el despliegue de la temporalidad, de los ritmos, y de la presencia del tercero.

Por otro lado, el bebe manifiesta muy precozmente después de nacer, una capacidad de anticipación viso-auditiva (Bergès, 1999): el bebe vuelve la cabeza y la mirada no sólo hacia la fuente de sonido, sino, cuando la madre se calla, gira la cabeza orientando la mirada hacia el lugar donde estaba la fuente del sonido. Se puede interpretar la búsqueda visual y motora como una anticipación, como un primer índice de conocimiento de la ausencia de la voz de la madre por el bebe.

Cuando solicita a su madre con el grito, es la respuesta de la madre -su presencia- la que estimula el balbuceo del bebe, creándose un movimiento interactivo donde el niño se satisface no sólo al encontrar y reencontrar al objeto-madre, sino a través de su actividad propia de producción de sonidos.

En esta interacción se conjugan los dos movimientos, de presencia y solicitación de la madre al bebe, que responde a través de sus capacidades nacientes, y, en otro momento, es el bebe quien llama con la mirada, los movimientos corporales, el balbuceo o los gritos a la madre silenciosa o ausente.

Esta alternancia en la solicitación de uno al otro lleva a la repetición de una serie de conductas más o menos ritualizadas, y a compartir las variaciones del estado afectivo que las acompaña, es decir encontrar una significación compartida.

La regularidad y la repetición en los rituales del cuidado materno, como ha sido señalado por diferentes autores, organiza el tiempo, base de la función de pensar.

Daniel Marcelli (2000) señala que no es la ausencia la que permite «pensar», sino la sucesión regular de la ausencia y de la presencia que permite al lactante creer en que lo que ha experimentado va a volver. Los movimientos anticipatorios del bebe solicitan la respuesta de la madre, suponen que su llamado va a ser respondido. La previsibilidad, podríamos decir de otro modo, la confianza, son factores esenciales en la organización del pensamiento.

Estos movimientos anticipatorios del bebe suponen que su llamado va a ser respondido.

La disposición mimética iii, aptitud a imitar al otro humano, es también fuente de los primeros aprendizajes y de los primeros conocimientos relacionados con el placer en la representación. (Lichlenstein, J. Decultot, E., 2004). La mimesis de la Poética de Aristóteles, se llamaría hoy ficción, «entendida como la construcción de un relato que imita acciones humanas» (Costa, 2002).

Cuando la madre se compromete en un juego interactivo, los gestos de su rostro despiertan en el niño movimientos de imitación muy precoces del rostro, mejillas, lengua, boca, cuello. El impulso que la madre comunica a la relación, por medio de su cuerpo o de su cara, anticipa las posturas que el niño va a ir encontrando progresivamente en acuerdo, en sintonía y sincronía con los movimientos de la madre.

Pero este juego mimético interrumpe la repetición y es transformado por las variaciones temporales y espaciales que introduce la madre: pequeños engaños, cosquillas, sorpresas que rompen la regularidad del ritmo, abriendo el abanico de la variabilidad y la creación, la dimensión de la sorpresa, de lo nuevo y desconocido (Marcelli, 2000).

Lo esencial entonces, es la invención de lo imprevisto, la anticipación previsible, y la capacidad de la madre de asignarle, de atribuirle al niño la posibilidad de manifestar una hipótesis (Bergès, 1999). Lo que importa, es el crédito que la madre le otorga al niño, ya que al hablarle por ejemplo de modo interrogativo, supone que él puede responder, supone que dispone de una capacidad, de un potencial que su pregunta va a movilizar, confía y le adjudica contenidos mentales, pensamientos.

La capacidad de anticipación de la madre, que deja un lugar vacío, de espera y de confianza en que el niño va a responder desde un lugar singular y único, expresándose como otro, como un ser diferente, constituye uno de los pilares del advenimiento del sujeto.

Pero, algunas madres sólo pueden hablar de un modo asertivo, afirmativo; no pueden suponer ni descubrir en el niño pequeño su capacidad de respuesta propia, respuestas preverbales, movimientos, gestos, miradas, balbuceos.

La madre vulnerable, o más aún, vulnerada, deprimida, traumatizada, está ella en situación de desamparo, con poca disponibilidad para reconocer en el recién nacido una capacidad de respuesta y de intencionalidad. En estas situaciones se organizarán las patologías más graves en el niño (trastornos profundos del desarrollo, apatía, retraimiento o inquietud).

Cuando además, en el cuerpo del niño se inscribe visiblemente un daño, un defecto, una malformación, se puede perder esta vertiente de disponibilidad imaginaria de reconocer un bebe pensante, capaz de sintonizar, de responder y de anticipar. El defecto en el cuerpo tiñe, condiciona y limita las representaciones imaginarias del bebe en la mente de la madre, fijando una única imagen dañada de su condición humana.

A partir de los 6 meses, lo que hemos descrito anteriormente, se vuelve más complejo por la jerarquía que toma el «estadio del espejo», donde el niño encuentra en la mirada o en el cuerpo de la madre una imagen que le permite reconocer su naciente unidad a pesar de su prematurez motriz. Cuando se mira en el espejo y mueve sus brazos con satisfacción, vuelve la mirada hacia su madre, tomándola como referencia que confirme la imagen que él ve en el espejo. Solicita la aptitud de su madre para hacer presente a ese otro, tercero, que lo reconoce.

Se describen dos operaciones lógicas a partir del vínculo dual especular y fundacional: La alienación, que implica que una madre pueda tolerar su propia enajenación en la unión con el bebe, soportarla sin que signifique encierro y sin llenarla totalmente con su presencia. Es condición de una separación hacia la autonomía.

La madre-objeto puede reconquistar su autonomía, su subjetividad, a través del «regalo» del desarrollo del niño. El uso por el niño de un espacio transicional, de ilusión, donde otros objetos como el juguete, el peluche, están disponibles para ser manipulados en el lugar de la madre, en tanto objeto transicional, constituye un procedimiento de auxilio para transitar el camino de pasaje de la fusión a la separación.

La separación. En los primeros tiempos la función de la madre es esencial, ella tiene sus propias condiciones para preservar su integridad psíquica, puesta a prueba en los momentos del parto y en los primeros tiempos del bebe. Puede no tener la capacidad para soportar la separación y la pérdida que implica el cambio de lugar simbólico en las generaciones: nace un niño y nace una madre. Este salto de lugar en la línea de las generaciones implica hacer un duelo, pierde el lugar de hija para ocupar el lugar de madre. Un psiquismo suficientemente dúctil de la madre permite soportar la modificación de este cambio de lugar. Pero necesita a su vez un espacio para ello. Espacio donde también estén presentes los otros que la reconocen en su nuevo estatuto de madre.

Cuando el niño se encuentra en dificultad de entrar en relación con la postura de la madre, hay ruidos, acuerdos y desacuerdos de ritmos, pero ella le habla a su bebe, tiene cosas para decirle, es a través de las palabras que introduce la ley del lenguaje, respetando la sintaxis, ordenando las palabras y formulando preguntas: ¿tienes hambre?, ¿tienes sed?, suponiendo que pueda comprenderlas. Cuando el niño se queja, llora, reclama, la madre le da de beber, de comer, respondiendo así a la frustración con un objeto que lo satisface. Pero cuando el niño se dirige a la madre no sólo le comunica una necesidad; le pide una mirada, una palabra, una recepción atenta. Es decir, el llamado que él envía, desorganizado, que aún no forma un mensaje articulado, que es simplemente sonido, ruido que es capaz de emitir, no corresponde meramente a una necesidad, sino a la demanda de una atención. El orden que trae la palabra es el no ser un objeto de necesidad.

Esta disyuntiva aparece como fundamental en la organización de tempranas «adicciones» que luego se expresarán como problemas alimentarios, bulimia, anorexia, o conductas de exigencia de golosinas y más tarde de juguetes, figuritas, etc. Más tarde estos síntomas constituirán el amplio capítulo de los trastornos por dependencia, de gran importancia en la adolescencia. La madre que no dispone más que de objetos materiales para complacer a su hijo, muestra que ella no ha introyectado el valor pleno de la palabra, de una mirada que calma.

La madre que queda prendida a sus funciones de puericultora, no permitirá que el niño haga valer su propio funcionamiento, tan importante para el proceso de crecimiento. Cuando el adulto confunde las conductas de su hijo con las propias, muestra el dominio que ejerce sobre los objetos que fabrica el niño, trátese de sus materias, su orina, su transpiración, como si no formaran parte de ese otro cuerpo, y no pertenecieran al propio cuerpo del niño (Ulriksen de Viñar, 1988). Muy diferente es una madre capaz de interrogar: ¿Qué te pasó? ¿te enfriaste?, abriendo con la pregunta un lugar para el funcionamiento propio del niño, como lugar enigmático del cual ella no posee ni el saber ni el dominio.

Esta forma posesiva de relación de la madre con el niño, conduce rápidamente a un impasse: ella queda capturada en la distribución de objetos de necesidad que reemplazan los objetos de amor. Hoy vivimos en una sociedad de consumo donde intentamos satisfacer las necesidades con objetos de intercambio. El niño no le pide a la madre que sea un supermercado, le pide aquello que sólo ella tiene el poder de dar.

Si respondemos al niño con el objeto puntual que solicita, una galleta por ejemplo, él va a reiterar su pedido 10, 20 veces, simplemente porque no es de eso que se trata. La peripecia de esta relación de la madre con el niño a través de objetos es esencial.

En el primer tiempo de la postura, de la mirada, es la madre el objeto que aparece y desaparece; es en esta dialéctica de ausencia y presencia que surge la palabra, que re-presenta al objeto ausente, y festeja su reaparición. Esta perspectiva supone que lo que no está ahí, puede volver a estarlo.

En un tiempo ulterior, cuando la madre distribuye objetos, es decir responde a las demandas, la madre puede ser simbólica porque distribuye objetos simbólicos de los que el niño se apropia. Entonces puede ausentarse porque el niño puede colocar en su lugar la palabra y el juego, como formas de simbolización.

Pero si ella queda atrapada en el intercambio de objetos, de objetos de necesidad, fracasa porque la madre pasa a formar parte de los objetos no simbolizables. Es decir el niño no puede sustituir la ausencia de la madre por una palabra, por su imagen, por una representación, sino que la necesita a ella en tanto objeto real, o a un sustituto concreto. En los niños obesos, que pueden ser muy inteligentes, las fallas en la simbolización se sitúan justamente en una demanda insaciable de objetos comestibles o no, no metaforizables, demanda que deja el cuerpo del niño anclado en una organización pulsional alienada en la del objeto concreto.

La madre que tolera la frustración inevitable a la demanda va abriendo una brecha en la relación de apego fusional, brecha que marca el desencuentro, la disparidad, la resistencia, la negativa y que abren al espacio potencial.

El surgimiento de la angustia en situaciones cotidianas de crianza correspondería a la fantasía de amenaza, de «mal potencial o severidad», a una idea que se proyecta en el incidente actual. Winnicott postula que cuando el bebé no ha hecho la experiencia de tramitación de la interdicción, de la prohibición, las fantasías de aprensión y desconfianza quedan ligadas a sus deseos de destrucción del objeto y al recuerdo de la cólera de la madre (Winnicott, 1941, pág. 277-278).

Las posibilidades de desarrollo de la estructura están articuladas a la importancia de la negación (Verneinung) en el lenguaje, desde antes del nacimiento, cuando el niño es hablado. El niño precozmente mostrará su oposición a las acciones y acercamientos de su madre, a través de sus movimientos, su postura, su rabia, su negativa, que Freud (1925) postula como un «arrojar de sí todo lo malo», poner afuera lo displacentero, guardando en el interior lo que es placentero. La negación aparece como una necesidad lógica para oponerse a la violencia, a la coacción de la madre.

Este primer símbolo de negación, viene a oponerse al forzamiento de la madre, señalando también los comienzos de la discriminación yo- no yo, de la constitución del sujeto psíquico, en la separación del cuerpo de la madre, colocado al exterior y representado por la vía simbólica. La objetalización de la madre abre el funcionamiento del circuito pulsional.

La evolución de la relación se ordenará alrededor del eje de la presencia de un tercero, el padre. No sólo el padre carnal, sino el padre en tanto representante de la ley en la palabra de la madre, que hace irrupción en el vínculo dando la matriz para ordenar la experiencia. La palabra de la madre impulsa el surgimiento de la palabra del niño que a partir de ahí tiene necesidad de ser escuchado.

Una madre deprimida, no habla, ya sea porque cursa un duelo, – de su propia madre, de un hijo -, porque pierde sus ilusiones con el nacimiento de su bebe, en particular porque ya no es más hija, sino madre, dura prueba para todas las mujeres. Es frecuente que esté rodeada de personas que no hablan, la abuela, la niñera. El niño hablará poco o nada. La figura traumática extrema de los efectos de la depresión materna la describió André Green en “La madre muerta” con sus efectos de desecación del mundo interno del niño (1983).

Una evolución favorable de las relaciones entre madre y niño, ocurre cuando la madre permite que el niño sea escuchado por su padre. La madre ayuda al padre a escuchar a su hijo, le deja el lugar, se ausenta, abandona la posición de dominio.

La palabra, el lenguaje, es una adquisición, un logro de un trabajo psíquico complejo, que lleva a la instauración de la función simbólica, es decir a la pérdida, la muerte de la cosa. La palabra toma el lugar de una pérdida, de una distancia, de una renuncia al objeto: la simbolización.

Es a partir del desamparo original, originario, que el infans (sin lenguaje) se puede constituir como sujeto. Desamparado implica siempre que alguien tiene el poder de ampararlo.

El otro está siempre desde el comienzo. La estructuración humana se da siempre que exista el otro hablante.

Pero no alcanza con esto. Las condiciones de la subjetivación, están en el campo del otro: el otro que recibe al infans, lo introduce en el lenguaje y luego lo suelta, lo separa, completando el bucle de la operación de simbolización, eminentemente humana.

El padre en su función de tercero corta, separa, a la madre del hijo, destrona la omnipotencia infantil y materna, y a la vez que reconoce, prohíbe (el incesto), y suelta al hijo, lo ubica en su lugar generacional, permitiendo el despliegue del sujeto singular, inicio del camino a la exogamia.

– Resumen

Notas:

i El término subjetividad es una de las acepciones del término sujeto, que ha tenido y tiene desarrollos complejos y contradictorios en la filosofía occidental, desde los clásicos griegos. La subjetividad implica al sujeto como la antinomia de objeto, cuando delimita la esfera de lo psíquico o mental, en relación al término de objetividad. En inglés será «thinking subject».

Pero en el uso en psicoanálisis (como en filosofía) del término sujeto tiene también la acepción de sujeción, con la idea de dependencia, de subordinación. ( inglés «subject»: súbdito)

La estructuración psíquica del niño sería este pasaje, transformación, de sujeto dependiente a una subjetividad con un margen siempre relativo de autonomía y libertad. (Balibar, Cassin, de Libera. 2004)

ii La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) fue aprobada en el año 1989 por Naciones Unidas. Uruguay ratifica la CDN el 28 de septiembre de 1990. En el marco del Ministerio de Cultura y Educación, en julio 1995, se constituyó una comisión multidisciplinaria para redactar el anteproyecto del Código de la Niñez y la Adolescencia. El anteproyecto fue presentado ante el Parlamento en Octubre 1996. Recién en diciembre del 2001 el proyecto de ley, con numerosas modificaciones, es aprobado por la Cámara de Diputados; recientemente, en diciembre 2004, el Senado vota la ley.

iii La mimesis poética, en términos de Aristóteles (Poética) tiene un doble sentido: la aproximación de la poesía a la historia a través de la mimesis de acción representada en el teatro por los personajes, y la mimesis de caracteres, en relación a la pintura, plantea la cuestión del parecido,  el retrato, es decir de la imitación. 

A pesar de la ambigüedad semántica del concepto en la filosofía griega, a diferencia de Platón, Aristóteles a través de la referencia al modelo teatral le da el sentido de «representación» a la mimesis, inscribiéndola en la naturaleza humana, asignándole una función cognitiva al placer que trae la actividad mimética. (Lichlenstein, Decultot. 2004)