Diccionario de Psicología, letra H, Herencia – Degeneración
Proveniente del darwinismo social, el término herencia-degeneración invadió a fines del siglo XIX todos los dominios del saber, desde la psiquiatría hasta la biología, pasando por la literatura, la filosofía y la criminología. Se encuentran sus huellas principales en la teoría de la sexualidad de Richard von Krafft-Ebing, en la nosografía de Emil Kraepelin, en las tesis de Cesare Lombroso (1835-1909) sobre el «criminal nato», en las de Gustave Le Bon (1841-1931) sobre la psicología de las multitudes, y en las de Georges Vacher de Lapouge sobre el eugenismo, pero también en las obras de Hippolyte Taine (1828-1893) sobre la Revolución Francesa , en la novela de Karl Huysmans (1848-1907) titulada A rebours, aparecida en 1884, en la de Émile Zola (1840-1902) Le Docteur Pascal, publicada en 1893, y sobre todo, el mismo año, en el libro célebre de Max Nordau (1849-1923) Dégénérescence, que impregnó a toda la generación de los judíos vieneses obsesionados por la cuestión del «auto-odio judío» y la bisexualidad. La emergencia de esta configuración fue perfectamente descrita en 1976 por Michel Foucault (1926-1984). Era la etapa final de la creencia en el privilegio social, que favorecía la afirmación de un ideal «biológico» en el que el culto de las «buenas» razas se basaba en el antisemitismo, las desigualdades, el odio a las multitudes (criminales, histéricos, marginales, etcétera), para proponer una teoría general de las relaciones entre el cuerpo social, el cuerpo individual y el dominio de lo mental, concebidos como entidades orgánicas y descritos en términos de norma y patología. La doctrina de la herencia-degeneración subordinaba así el análisis de los fenómenos llamados patológicos (locura, neurosis, crímenes, enfermedades sexuales, anomalías diversas) a la observación de estigmas o huellas que revelaban las taras (sociales o individuales), las cuales tenían la consecuencia de hundir al hombre en la degradación, y a la nación en la decadencia. A partir de ese tronco se perfilaban dos vías antagónicas. Una tomaba la degeneración al pie de la letra, y anunciaba la caída final de la humanidad, víctima de sus instintos. Desembocó lógicamente en el eugenismo y el genocidio. Contra el mal radical, el remedio tenía que ser radical: por un lado la selección para preservar la «buena raza», y por el otro la eliminación para hacer desaparecer a la «raza mala». La otra vía era higienista y progresista. Creía en la curación del hombre por el hombre. Se propuso entonces combatir las taras y la patología mediante la profilaxis, la pedagogía, la reeducación de las almas y los cuerpos. Contra la idea de la caída, desarrolló la idea de la redención del hombre por la ciencia. De tal modo restableció la tradición de la filosofía de la Ilustración, de la cual provenía la psiquiatría dinámica. En virtud de su ruptura radical con las teorías hereditaristas del inconsciente y la sexualidad, Sigmund Freud inscribió el psicoanálisis en esa tradición progresista e higienista, aunque como heredero del romanticismo su conciencia oscilaba entre crítica y trágica, entre el discurso «racional» de la ciencia y el apego a lo «irracional» de la pulsión, la locura, el sueño. La doctrina de la herencia-degeneración tuvo en Francia un destino particular en la historia de la implantación del freudismo, por la eclosión del affaire Dreyfus en 1894, la irrupción de una fuerte corriente germanófoba, y la constitución de un modo de resistencia al psicoanálisis, chovinista, xenófobo y antisemita, a través de diversas teorías psicológicas, sobre todo la de Pierre Janet. De allí el intento de la primera generación psicoanalítica francesa de elaborar un freudismo—nacional-desembarazado de la supuesta «barbarie alemana».