Diccionario de Psicología, letra H, Historia del psicoanálisis
En 1992, en un libro colectivo, Peter Kutter enumeró cuarenta y un países en los que el psicoanálisis ha influido (mucho o poco) desde principios de siglo: Alemania, Argentina, Australia, Austria (Viena), Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, Chile, China, Colombia, Corea (del Sur), Croacia, España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Hungría, India, Israel, Italia, Japón, Lituania, México, Holanda, Países escandinavos (Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia), Perú, Polonia, Portugal, República Checa, Rumania, Rusia, Serbia, Eslovenia, Suiza, Uruguay, Venezuela. La International Psychoanalytical Association (IPA), por su lado, afirma estar implantada en treinta y dos países. La diferencia se debe a que la IPA no ha integrado aún a todos los grupos en vías de formación en los países donde el comunismo se derrumbó después de 1989. Sea como fuere, todos los estudios demuestran que el psicoanálisis se implantó en cuatro de los cinco continentes, con un fuerte predominio en Europa y América (del Norte y del Sur). Ligado a la industrialización y al debilitamiento de las creencias religiosas y del patriarcado tradicional, el psicoanálisis es en todas partes un fenómeno urbano. El freudismo dispensa su enseñanza, erige sus institutos y sus asociaciones en grandes ciudades, cuyos habitantes están en general desarraigados, replegados en un núcleo familiar restringido, e inmersos en el anonimato o el cosmopolitismo. ¿Es esta soledad propicia a la exploración del inconsciente? En África, solamente un pionero, Wulf Sachs, emigrado de Rusia, logró formar un grupo que posteriormente se deshizo. A fines del siglo XX está en vías de constitución un grupo nuevo (en Sudáfrica, desde la finalización del apartheid). En lo que concierne al continente asiático, el psicoanálisis se implantó en la India gracias a un pionero, Girindrashekhar Bose, y por la vía de la colonización inglesa, pero sin tomar la forma de un verdadero movimiento. En Japón, en cambio, existe una fuerte corriente de psiquiatría dinámica y un pequeño movimiento psicoanalítico, compuesto por varias tendencias (lacanismo, freudismo, kleinismo). Éste se extendió a algunos grupos coreanos a partir de 1930, esencialmente en torno a los trabajos de la escuela inglesa (Melanie Klein, Donald Woods Winnicott, etcétera). En Israel, fueron Max Eitingon y Moshe WuIff quienes fundaron (en Palestina) una sociedad psicoanalítica, mientras que en el Líbano, libaneses y franceses de origen libanés crearon en 1980 la Sociedad Libanesa de Psicoanálisis (SLP). En China, después de un movimiento de higiene mental y reforma del asilo signado por la introducción de la terminología de Emil Kraepelin y las tesis de Adolf Meyer, el régimen comunista ha impedido desde 1949 cualquier implantación del psicoanálisis. No obstante, varias obras de Freud han sido traducidas, y son leídas por intelectuales o terapeutas: La interpretación de los sueños, Tres ensayos de teoría sexual, Tótem y tabú, El malestar en la cultura. Sólo en el área llamada de la civilización occidental el psicoanálisis floreció como movimiento de masas, con diferencias considerables entre país y país. En Europa, tales diferencias están vinculadas con la evolución de las naciones y los Estados entre 1900 y 1990. A principios de siglo, el psicoanálisis se desarrolló en un espacio dominado por cuatro potencias centrales: al norte, el Imperio Prusiano autoritario; en el centro, el Imperio Austro-Húngaro en decadencia; al este, el Imperio Ruso en vísperas de una revolución, y al sur, el Imperio Otomano en vías de desalojo. En los dos primeros imperios (y una parte del tercero) había diseminadas comunidades judías atravesadas por varias corrientes ideológicas, entre ellas la Ilustración (Haskalah); de este grupo provenían la casi totalidad de los freudianos. Fueran alemanes, vieneses, húngaros, checos, croatas, eslovacos, polacos o rusos, estos judíos eran todos de lengua y cultura alemana (incluso cuando estaban «magiarizados», como en Hungría). En estos imperios se constituyó desde fines del siglo XVIII un movimiento de reforma del saber psiquiátrico que transformó el tratamiento de la locura y de las enfermedades psíquicas. En el sur, cinco Estados habían instaurado nuevas monarquías, mientras seguían sometidas al Imperio Otomano: Bulgaria, Rumania, Serbia, Grecia y Montenegro. En estos países de fronteras inciertas, las minorías judías eran importantes, pero no había ningún movimiento de reforma capaz de favorecer la implantación del saber psiquiátrico y la afirmación de una nueva mirada sobre la locura. En consecuencia, el psicoanálisis siguió siendo un fenómeno marginal, vinculado a algunos pioneros abiertos a la cultura occidental. En los demás países de Europa (Francia, Gran Bretaña, Italia, Suiza, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca) se habían constituido democracias modernas: monarquías constitucionales o democracias parlamentarias. Fue allí donde el psicoanálisis se desarrolló a partir de 1913, transformándose radicalmente a medida que se derrumbaban los antiguos imperios centrales en los que habían nacido. Con una excepción: la Península Ibérica (España, Portugal). A principios de siglo, ésa era la única parte del oeste de Europa que había conservado regímenes monárquicos tradicionales, aunque en notoria declinación. Ésa no fue una tierra que acogiera al psicoanálisis, y sus partidarios emigraron a América latina en el momento de la guerra civil (1936-1939). Después, el franquismo obstaculizó la implantación del freudismo. De modo que, nacido en el corazón del Imperio Austro-Húngaro, el psicoanálisis sedujo a una primera generación de pioneros de lengua alemana, llegados de todos los lugares de la Mitteleuropa y provenientes en general de un ambiente de comerciantes o intelectuales judíos. Entre 1902 y 1913 conquistó tres «tierras prometidas» (o Estados democráticos) donde se habían desarrollado, según el ideal de la época protestante, los grandes principios de la psiquiatría dinámica: Suiza, Gran Bretaña y los Estados Unidos. A partir de 1913, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, progresó en dos países «latinos» (Francia e Italia), y después en los países nórdicos (Suecia, Dinamarca, Holanda, Noruega, Finlandia), donde tropezó con resistencias específicas, vinculadas con las crisis políticas de la IPA. La derrota de los grandes imperios y los tratados de Versailles, Trianón y Saint-Germain trastornaron el mapa de Europa, retrazando las fronteras y generando la emergencia de nuevos Estados (Polonia, Chescoslovaquia, Yugoslavia), que no tuvieron tiempo de estructurarse antes de la llegada del nacionalsocialismo. La victoria del estalinismo en Rusia y el nazismo en Alemania modificó las modalidades de implantación y organización del psicoanálisis en Europa. Entre 1933 y 1941, en olas sucesivas abandonaron Europa los freudianos de la primera y segunda generación: rusos y húngaros refugiados en Alemania y Francia desde 1920, alemanes perseguidos por el nazismo, italianos y españoles acosados por el fascismo y el franquismo, austríacos de la Austria ocupada por las tropas alemanas. A partir de 1939, los suizos instalados en Francia volvieron a su país, algunos franceses salieron del territorio (Marie Bonaparte), y otros se ocultaron o interrumpieron toda actividad pública. El movimiento migratorio volcó una cuarta parte de la comunidad freudiana continental en Gran Bretaña, las tres cuartas partes en los Estados Unidos, y una ínfima minoría en Sudamérica (Argentina, Brasil). La emigración tuvo tres consecuencias: el refuerzo del poder burocrático de la IPA , el estallido del freudismo clásico en varias corrientes (con las escisiones), y el fin de la supremacía de la lengua alemana, reemplazada por el inglés. Esta distribución geográfica demuestra que la aceptación o el rechazo del psicoanálisis no pueden explicarse en primer lugar por los obstáculos mentales o culturales, sino por el contexto histórico, por un lado, y por la situación política, por el. otro. Para la implantación de las ideas freudianas y la formación de un movimiento psicoanalítico deben cumplirse dos condiciones. Primero, la constitución de un saber psiquiátrico, es decir, una mirada sobre la locura capaz de conceptualizar la noción de enfermedad mental en detrimento de la idea de posesión divina, sagrada o demoníaca. Y, en segundo término, la existencia de un Estado de derecho capaz de garantizar el libre ejercicio de una enseñanza freudiana. Un Estado de derecho se caracteriza por los límites que pone a su poder sobre la sociedad y los ciudadanos, y por la conciencia de que tiene límites. Sin él, el psicoanálisis no puede ejercerse libremente, transmitirse por la cura o enseñarse en instituciones específicas. En otras palabras, toda implantación del psicoanálisis pasa por el reconocimiento consciente de la existencia del inconsciente, así como la asociación libre, como la técnica de la cura, pasa por el principio político de la libertad de asociación. En general, la ausencia de uno de estos elementos (o de los dos a la vez) explica la no-implantación o la desaparición del freudismo en los países con dictadura, así como en las regiones del mundo marcadas por el Islam o por una organización comunitaria todavía tribal. Observemos que las dictaduras militares no han impedido la expansión del psicoanálisis en América latina (sobre todo en Brasil y la Argentina ). Esto se debe a su naturaleza, diferente de los otros sistemas (estalinismo, nazismo) que lo destruyeron en Europa. Los regímenes de tipo caudillista no pusieron en práctica un plan de eliminación del freudismo como «ciencia judía» (éste fue el caso en Alemania entre 1933 y 1944), ni como «ciencia burguesa» (enfoque de la Unión Soviética entre 1945 y 1989). Las condiciones de existencia de psicoanálisis parecen responder a una concepción de la libertad humana que está en contradicción con la teoría freudiana del inconsciente. En efecto, ésta demuestra que el hombre no es el amo en su casa, en tanto su libertad está sometida a determinaciones que él no conoce. Pero para que un sujeto pueda hacer la experiencia de esa «herida narcisista» es necesario que la sociedad en la que vive reconozca conscientemente el inconsciente. Así como el ejercicio de la libertad supone ese reconocimiento, también la historia del psicoanálisis está vinculada con la constitución de la noción de sujeto en la historia de la filosofía occidental. En la historia de las revisiones sucesivas de la doctrina freudiana y de su modelo biológico, sólo Jacques Lacan ha tratado de dar consistencia a este vínculo entre el psicoanálisis y la filosofía del sujeto. A fines del siglo XX, el freudismo retrocede en las sociedades occidentales, en las que durante cien años se reunieron todas las condiciones necesarias para una implantación exitosa del psicoanálisis. Este debilitamiento resulta de una expansión de un nuevo tipo de comunitarismo, en el que el sujeto, reducido a sus raíces, a su grupo o a su individualidad, opta más gustosamente por formas primitivas de psicoterapia (el cuerpo, el grito, el grupo, el juego, la relajación, la hipnosis, la magia, etcétera); se debe también a la pujanza de un nuevo organicismo, que tiende a presentar todos los comportamientos mentales como resultado de un proceso cognitivo articulado a un sustrato genético o biológico.