El trastrabarse
Si el material corriente de nuestro decir en la lengua materna parece a salvo de olvidos, tanto más frecuente es que su uso experimente otra perturbación, conocida como «trastrabarse». El trastrabarse observado en el hombre normal impresiona como el grado previo de las llamadas «parafasias», que sobrevienen bajo condiciones patológicas.
En este caso, por excepción, puedo apreciar un trabajo anterior al mío. En 1895, Meringer y C.
Mayer publicaron un estudio sobre «deslices en el habla y la escritura» cuyos puntos de vista se encuentran muy distantes de los míos. En efecto, uno de los autores, el que lleva la voz cantante en el texto, es lingüista, y lo movió a esa indagación el interés lingüístico de pesquisar las reglas que rigen el trastrabarse. Esperaba poder inferir de esas reglas la existencia de «un cierto mecanismo mental, dentro del cual los sonidos de una palabra, de una frase, y aun las palabras unas en relación con otras, se conecten y se enlacen de peculiarísima manera».
Los autores agrupan primero según puntos de vista puramente descriptivos los ejemplos de «trastrabarse» por ellos recopilados: permutaciones (p. ej., «la Milo de Venus» en lugar de «la Venus de Milo»), anticipaciones del sonido (p. ej., «Es war mir auf der Schwest … auf der Brust so schwer») , posposiciones del sonido (p. ej., «Ich fordere Sie auf, auf das Wohl unseres Chefs aufzustossen», en lugar de «anzustossen»), contaminaciones (p. ej., «Er setu sich auf den Hinterkopf», de «Er setzt sich einen Kopf auf» y «Er stellt sich auf die Hinterbeine»), sustituciones (p. ej., «Ich gebe die Präparate in den Briefkasten», en lugar de «Br ütkasten»); a estas categorías principales se agregan todavía algunas otras menos importantes (o menos significativas para nuestros fines). Para esta clasificación no entraña diferencia alguna que la trasposición, desfiguración, fusión, etc., recaigan sobre sonidos de una palabra, sobre sílabas o sobre palabras enteras de la frase intentada.
Para explicar las variedades observadas de trastrabarse, Meringer sostiene que los sonidos de la lengua tienen diversas valencias psíquicas. Cuando inervamos el primer sonido de una palabra o la primera palabra de una oración, el proceso excitatorio apunta a los sonidos posteriores, a las palabras que siguen, y puesto que esas inervaciones son simultáneas unas junto con las otras, pueden llegar a ejercer un recíproco influjo modificador. La excitación del sonido de mayor intensidad psíquica lo hace resonar antes o lo prolonga, y así perturba el proceso inervatorio de valencia menor. Es preciso determinar, entonces, cuáles son los sonidos de mayor valencia en una palabra. Meringer sostiene: «Si se quiere saber a cuál sonido de una palabra corresponde la intensidad máxima, es preciso observarse uno mismo cuando busca una palabra olvidada, un nombre por ejemplo. Lo que primero regresa a la conciencia tuvo sin duda la mayor intensidad antes del olvido». «Los sonidos de mayor valencia son, pues, el sonido inicial de la sílaba radical y el inicial de la palabra, y la o las vocales acentuadas».
No puedo dejar de contradecir aquí al autor. Pertenezca o no el sonido inicial del nombre a los elementos de mayor valencia de la palabra, es sin duda incorrecto que sea lo primero en volver a la conciencia en caso de olvido; por tanto, es inaplicable la regla antes formulada. Cuando uno se observa a sí mismo en busca de un nombre olvidado, bastante a menudo tiene que manifestar el convencimiento de que aquel empieza con una determinada letra. Y este convencimiento se revela infundado o fundado, con igual frecuencia. Más aún: yo afirmaría que en la mayoría de los casos uno anuncia un falso sonido inicial. En nuestro ejemplo de «Signorelli», los nombres sustitutivos habían perdido el sonido inicial y las sílabas esenciales; justamente el par de sílabas de menor valencia, «elli», retornó al recuerdo en el nombre sustitutivo «Botticelli».
El siguiente caso puede enseñarnos cuán poco respetan los nombres sustitutivos el sonido inicial del nombre que se ha pasado de la memoria:
Un día me es imposible recordar el nombre del pequeño país cuya capital es Montecarlo. He aquí sus nombres sustitutivos: Piamonte, Albania, Montevideo, Colico. Pronto Albania es remplazado por Montenegro, y entonces se me impone que la sílaba «mont» (pronunciada «mon») aparece en todos los nombres sustitutivos, salvo en el último. Ello me facilita descubrir, desde el nombre del príncipe Alberto [su monarca], el Mónaco olvidado. Colico imita aproximadamente la serie silábica y el ritmo del nombre olvidado.
Admitiendo la conjetura de que también en los fenómenos del trastrabarse puede participar un mecanismo semejante al que hemos demostrado para el olvido de nombres, uno se verá conducido a apreciar con más hondo fundamento los casos de trastrabarse. La perturbación del dicho, que se manifiesta como trastrabarse, puede ser causada, en primer lugar, por el influjo de otro componente del mismo dicho, o sea, por anticipación o prolongación del sonido; Igualmente, por una segunda versión dentro de la oración o del texto que uno intenta declarar -aquí se incluyen todos los ejemplos que hemos tomado de Meringer y Mayer-; en segundo lugar, la perturbación podría producirse de manera análoga a la del caso de «Signorelli», por unos influjos que vinieran de fuera de aquella palabra, aquella oración o aquel texto: de unos elementos que no se intentaba declarar y de cuya excitación sólo se tiene noticia por la perturbación misma. Entre estas dos variedades de la génesis del trastrabarse, el rasgo común residiría en la simultaneidad de la excitación, y el rasgo diferenciador, en situarse lo perturbador dentro o fuera de la misma oración o texto. A primera vista, la diferencia no parece tan grande, en lo tocante a ciertas consecuencias que surgen de la sintomatología del trastrabarse. Resulta claro, sin embargo, que sólo en el primer caso hay perspectivas de inferir de los fenómenos del trastrabarse un mecanismo que enlace sonidos y palabras, de suerte que se influyeran recíprocamente en su articulación -o sea, unas conclusiones como las que el lingüista esperaba obtener del estudio del trastrabarse-. Por consiguiente, en el caso de perturbación por unos influjos situados fuera de la oración o del texto del dicho, se trataría ante todo de llegar a conocer los elementos perturbadores, y luego habría que averiguar si también el mecanismo de esta perturbación puede exhibir las presuntas leyes de formación lingüística.
Sería injusto afirmar que Meringer y Mayer descuidaron la posibilidad de una perturbación del habla producida por «influjos psíquicos complicados», por unos elementos situados fuera de la palabra, oración o secuencia del habla como tales. No pudieron menos que notar, en efecto, que la teoría de la diferente valencia psíquica de los sonidos sólo alcanzaba, en rigor, para esclarecer las perturbaciones de sonido, así anticipaciones como posposiciones. Para los casos en que las perturbaciones de palabra no se dejan reducir a perturbaciones de sonido (p. ej., en las sustituciones y contaminaciones de palabras), no tuvieron reparo en buscar la causa del trastrabarse fuera del texto intentado, ni en probar tal estado de cosas con muy buenos ejemplos. Cito los siguientes pasajes:
«Ru. cuenta sobre unos sucesos que en su fuero interno él tilda de «Schweinereien» {«porquerías»}. Pero busca una forma más suave y empieza: «Pero entonces ciertos hechos salieron a Vorschwein. . . » {palabra inexistente, en lugar de «Vorschein», «a la luz»}. Mayer y yo estábamos presentes y Ru. confirmó que había pensado en «Schweinereien». Que esta palabra pensada se trasluciese en «Vorschwein» y de pronto adquiriese eficacia, halla suficiente explicación en la semejanza entre las palabras».
«En las sustituciones, lo mismo que en las contaminaciones, aunque probablemente en grado mucho más alto, desempeñan considerable papel las imágenes lingüísticas «flotantes» o «vagantes». Están bajo el umbral de la conciencia, aunque se sitúan en una proximidad eficaz; es fácil que sean atraídas por una semejanza del complejo que se ha de decir, y entonces producen un descarrilamiento o cruzan el tren de palabras. Las imágenes lingüísticas «Votantes» o «vagantes» son a menudo, según hemos dicho, los furgones de cola de procesos de lenguaje que acaban de discurrir (posposiciones de sonido».
«Un descarrilamiento también es posible por semejanza, a saber, cuando por debajo del umbral de la conciencia, pero próxima a este, yace otra palabra semejante que no estaba destinada a ser dicha. Es lo que sucede en las sustituciones. -Yo espero, pues, que mis reglas habrán de corroborarse en ulteriores pruebas. Pero para ello se precisa que uno (cuando es otro quien habla) esté en claro sobre todo cuanto ha pa sado por la mente del hablante. He aquí un caso instructivo. Li., un director de escuela, dijo, en plática con nosotros: «La señora würde mir Furcht einlagen». Quedé perplejo, pues la l me parecía inexplicable. Me permití llamar la atención del hablante sobre su error de decir «einlagen» en vez de lleinjagen», a lo cual él respondió enseguida: «Sí, se debe a que yo pensé ‘Ich wäre nicht in der Lage’ ».
«Otro caso. Pregunto a R. von Schid, por el estado de su caballo enfermo. Respondió: «Y …draut {palabra inexistente} … dauert {durará} quizás un mes». Ese «draut» con una r me pareció ininteligible, pues era imposible que la r de «dauert» produjera ese efecto. Llamé la atención de Von Schid. sobre ello, y me explicó que había pensado: «Era una historia traurige {triste}». Por consiguiente, el hablante tuvo en la mente dos respuestas, y estas se le mesturaron».
Bien se advierte cuánto se aproxima a las constelaciones de nuestros «análisis» esta decisión de tomar en cuenta las imágenes lingüísticas «vagantes», situadas bajo el umbral de la conciencia, y el requisito de averiguar todo lo que pasó por la mente del hablante. También nosotros pesquisamos un material inconciente, y por el mismo camino además. Sólo que nos vemos precisados a recorrer uno más largo, a través de una serie asociativa compleja, desde las ocurrencias del indagado hasta el hallazgo del elemento perturbador.
He de demorarme aún en otra interesante conducta de la que dan testimonio los ejemplos de Meringer. Según lo intelige este mismo autor, es alguna semejanza entre una palabra de la frase intentada y otra no intentada lo que habilita a esta última para imponerse a la conciencia causando una desfiguración, una formación mixta, una formación de compromiso (contaminación):
jagen, dauert, Vorschein
lagen, traurig, …schwein.
Ahora bien, en mi libro La interpretación de los sueños he puesto de relieve el papel que desempeña el trabajo de condensación en la génesis del llamado contenido manifiesto del sueño a partir de los pensamientos oníricos latentes. En efecto, una semejanza cualquiera entre las cosas o las representaciones-palabra de dos elementos del material inconciente es tomada como ocasión para crear un tercer elemento, una representación mixta o de compromiso que en el contenido del sueño subrogará a sus dos componentes y que a raíz de ese origen suyo hartas veces estará dotada de determinaciones contradictorias entre sí. La formación de sustituciones y contaminaciones en el trastrabarse es, pues, un esbozo de aquel trabajo condensador al que hallamos como diligente constructor del sueño.
En un breve ensayo destinado a un círculo más amplio de lectores, Meringer ha sostenido que ciertos casos de permutaciones de palabras -aquellos en los cuales una palabra se sustituye por su contraria en el orden del sentido- tienen una particular significatividad práctica.
«Bien se recuerda el modo en que no hace mucho tiempo abrió las sesiones el presidente de la Cámara de Diputados austríaca: «Compruebo la presencia en el recinto de un número suficiente de señores diputados; y por tanto declaro cerrada la sesión». Sólo la hilaridad general le hizo notar su error y enmendarlo. En este caso, la explicación sin duda es que el presidente deseaba poder ya cerrar esa sesión de la cual nada bueno cabía esperar, y entonces -fenómeno frecuente- el pensamiento colateral se le impuso, al menos parcialmente, y el resultado fue «cerrada» en lugar de «abierta», o sea lo contrario de aquello que tenía el propósito de decir. Ahora bien, numerosas observaciones me han enseñado que es muy común permutar entre sí palabras opuestas; en efecto, ellas están asociadas en nuestra propia conciencia lingüística, yacen muy próximas una a la otra y es fácil que se las convoque por error».
No en todos los casos de permutación por lo opuesto resultará tan. simple como en este ejemplo del presidente abonar la conjetura de que el trastrabarse acontece por una contradicción que, en la interioridad del hablante, se eleva contra la frase exteriorizada. Hemos hallado el mecanismo análogo en el ejemplo de «aliquis» ; en este, la contradicción interior se exteriorizó en el olvido de una palabra, y no en su sustitución por lo contrario. Sin embargo, para allanar la diferencia, notemos que la palabrita «aliquis» no es en verdad susceptible de un opuesto, como sucede con «cerrar» y «abrir», y que esta última expresión no puede caer en el olvido por ser patrimonio del léxico usual.
Los últimos ejemplos de Meringer y Mayer nos mostraron que la perturbación del decir puede nacer tanto por un influjo de anticipaciones y posposiciones de sonidos y palabras de la misma oración, destinados a declararse, como por la injerencia de palabras ajenas a la frase intentada, cuya excitación no se habría delatado de otro modo. Debemos averiguar entonces, en primer término, si es lícito separar de manera neta estas dos clases de trastrabarse y cómo se podría distinguir un ejemplo de una de ellas de un caso de la otra. Y bien: en este punto de la elucidación es preciso considerar las manifestaciones de Wundt, quien en su vasta elaboración de las leyes evolutivas del lenguaje se ocupa también de los fenómenos del trastrabarse.
Continúa en ¨El trastrabarse (segunda parte)¨