Esbozos para una teoría de la neurosis de angustia
Las consideraciones que siguen no reclaman más valor que el de un primer ensayo, tentativo, y el juicio que merezcan no debiera influir sobre la aceptación de los hechos contenidos en lo anterior. Por añadidura, la apreciación de esta «teoría de la neurosis de angustia» se verá dificultada a causa de que ella corresponde meramente a una parte desgajada de una exposición más amplia sobre las neurosis.
En lo expuesto hasta aquí sobre la neurosis de angustia hay ya algunos puntos de apoyo para una visión del mecanismo de esta neurosis. Primero, la conjetura de que quizá se trate de una acumulación de excitación; luego, el importantísimo hecho de que la angustia que está en la base de los fenómenos de esta neurosis no admite ninguna derivación psíquica. Se obtendría una derivación así, por ejemplo, si se hallara en la base de la neurosis de angustia un terror justificado que se sufrió una vez sola, o repetidas veces, y desde entonces proporcionó la fuente para el apronte de angustia. Pero este no es el caso; por un terror repentino se puede ciertamente adquirir una histeria o una neurosis traumática, pero nunca una neurosis de angustia. Como el coitus interruptus ocupa tan primerísimo plano entre las causas de la neurosis de angustia, al comienzo yo pensaba que la fuente de la angustia continuada podría situarse en el miedo, repetido con cada acto, de que la técnica fracasara y se produjese la concepción. Pero he descubierto que la presencia de ese estado de ánimo en la mujer o en el varón durante el coitus interruptus es indiferente para la génesis de la neurosis de angustia, pues señoras en el fondo desinteresadas de las consecuencias de una posible concepción están expuestas a esta neurosis en igual medida que las temerosas de esa posibilidad, y sólo importa cuál de las dos partes es despojada de su satisfacción por esa técnica sexual.
Otro punto de apoyo nos lo ofrece una observación que no hemos mencionado todavía: en series enteras de casos, la neurosis de angustia se conjuga con el más nítido aminoramiento de la libido sexual, del placer psíquico, a punto tal que cuando se les dice a los enfermos que su padecer se debe a una «insuficiente satisfacción», por lo común responden que eso es imposible, pues justamente ahora toda necesidad se ha extinguido en ellos. Todos estos indicios -a saber: que se trata de una acumulación de excitación; que la angustia, correspondiente probable de esa excitación acumulada, es de origen somático, con lo cual lo acumulado sería una excitación somática; y además, que esa excitación somática es de naturaleza sexual y va apareada con una mengua de la participación psíquica en los procesos sexuales-, todos estos indicios, digo, favorecen la expectativa de que el mecanismo de la neurosis de angustia haya de buscarse en ser desviada de lo psíquico la excitación sexual somática y recibir, a causa de ello, un empleo anormal.
Es posible aclararse esta representación del mecanismo de la neurosis de angustia si se acepta el siguiente abordaje del proceso sexual, referido en primer término al varón. En el organismo masculino sexualmente maduro se produce -es probable que de una manera continua- la excitación sexual somática que periódicamente deviene un estímulo para la vida psíquica. Si, para fijar mejor nuestras representaciones sobre esto, suponemos que la excitación sexual somática se exterioriza como una presión sobre la pared, provista de terminaciones nerviosas, de las vesículas seminales, entonces esta excitación visceral aumentará de una manera continua pero sólo a partir de cierta altura será capaz de vencer la resistencia {Widerstand} de la conducción interpolada hasta la corteza cerebral y exteriorizarse como estímulo psíquico. Ahora bien, en ese momento será dotado de energía el grupo de representación sexual presente en la psique, y se generará el estado psíquico de tensión libidinosa que con-lleva el esfuerzo {Drang} a cancelar esa tensión. Este alivio psíquico sólo es posible por el camino que designaré acción específica o adecuada. Tal acción adecuada consiste, para la pulsión sexual masculina, en un complicado acto reflejo espinal que tiene por consecuencia el aligeramiento de aque-llas terminaciones nerviosas, y en todos los preparativos que se deben operar en lo psíquico para desencadenar ese reflejo. Algo diverso de la acción adecuada no tendría ningún fruto, pues la excitación sexual somática, una vez a que alcanzó el valor de umbral, se traspone de continuo en excitación psíquica; imprescindiblemente tiene que ocurrir aquello que libera a las terminaciones nerviosas de la presión que sobre ellas gravita, y así cancela toda la excitación somática existente por el momento y permite a la conducción subcortical restablecer su resistencia.
Me abstendré de figurar de la misma manera casos más complicados del proceso sexual. Sólo quiero sostener que este esquema se puede trasferir en lo esencial también a la mujer, no obstante todo el retardo artificial y toda la atrofia de la pulsión sexual femenina, que embrollan el problema. También para la mujer cabe suponer una excitación sexual somática y un estado en que esta excitación deviene estímulo psíquico, libido, y provoca el esfuerzo hacia la acción específica a la que se anuda el sentimiento de voluptuosidad. Sólo que en el caso de la mujer somos incapaces de indicar qué sería lo análogo a la distensión de las vesículas seminales.
Ahora bien, dentro del marco de esta figuración del proceso sexual se puede incluir la etiología tanto de la neurastenia genuina como de la neurosis de angustia. Se genera neurastenia toda vez que el aligeramiento adecuado (la acción adecuada) es sustituido por uno menos adecuado, o sea, cuando al coito normal, realizado en las condiciones más favorables, lo remplaza una masturbación o una polución espontánea(123); en cambio, llevan a la neurosis de angustia todos los factores que estorban el procesamiento psíquico de la excitación sexual somática. Los fenómenos de la neurosis de angustia se producen cuando la excitación sexual somática desviada de la psique se gasta subcorticalmente, en reacciones de ningún modo adecuadas.
Ahora intentaré examinar las condiciones etimológicas de la neurosis de angustia antes enumeradas para averiguar si es posible discernir en ellas ese carácter común que postulo.
Como primer factor etiológico mencioné, para el varón, la abstinencia voluntaria. La abstinencia consiste en la denegación {Versagung, «frustración») de la acción específica que de ordinario sigue a la libido. Tal denegación podrá tener una de dos consecuencias: [en primer lugar] puede ocurrir que la excitación somática se acumule y luego principalmente sea desviada por otros caminos, distintos del que pasa por la psique, que le prometan un aligeramiento mayor, en cuyo caso la libido terminará por descender y la excitación se exteriorizará subcorticalmente como angustia; [en segundo lugar] si la libido no es disminuida, o la excitación somática se gasta por el atajo de unas poluciones, o realmente se agota a consecuencia del refrenamiento, se genera cualquier otra cosa, no una neurosis de angustia. De aquel modo, pues, la abstinencia lleva a la neurosis de angustia. Pero la abstinencia es también lo eficiente en el segundo grupo etiológico, el de la excitación frustránea. El tercer caso, el del coitus reservatus con miramiento por la mujer, influye perturbando el apronte psíquico para el decurso sexual, pues introduce otra tarea psíquica, una tarea distractiva, junto a la de dominar {BewäItigung} el afecto sexual. Como también en virtud de esta desviación psíquica desaparece poco a poco la libido, la ulterior trayectoria es la misma que en el caso de la abstinencia. La angustia en la senescencia (el climaterio de los varones) requiere otra explicación. Aquí la libido no cede. Pero sobreviene, como durante el climaterio de las mujeres, un acrecentamiento tal en la producción de la excitación somática que la psique prueba ser relativamente insuficiente para dominarla.
No nos depara dificultades mayores subsumir bajo el punto de vista mencionado las condiciones etiológicas en el caso de la mujer. El ejemplo de la angustia virginal es particularmente claro. Es que aquí no se han desarrollado todavía lo bastante los grupos de representación con los cuales está destinada a enlazarse la excitación sexual somática. En las recién casadas anestésicas, la angustia sólo aparece cuando los primeros coitos despiertan una medida suficiente de excitación somática; toda vez que faltan los signos locales de esa condición excitada (como una sensación de estimulación espontánea, ganas de orinar, etc.), también está ausente la angustia. Los casos de ejaculatio praecox y de coitus interruptus se explican de parecida manera que en el varón, por desaparecer poco a poco la libido para ese acto psíquicamente insatisfactorio, al par que la excitación por él despertada se gasta subcorticalmente. En la mujer se establece más rápido, y es más difícil de eliminar, la enajenación {Entfremdung} entre lo somático y lo psíquico en el decurso de la excitación sexual. Los casos de la viudez y la abstinencia voluntaria, así como el del climaterio, se tramitan en la mujer exactamente igual que en el varón; no obstante, en la abstinencia viene a sumarse por cierto la represión deliberada del círculo de representación sexual, a la cual a menudo tiene que decidirse la señora abstinente en lucha contra la tentación; y parecido efecto tendría en la época de la menopausia el horror que siente la mujer que envejece hacia la libido devenida hipertrófica.
También las dos condiciones etiológicas citadas en último término parecen subsumirse sin dificultad. En los masturbadores devenidos neurasténicos, la inclinación a la angustia se explica por la extrema facilidad con. que esas personas caen en el estado de la «abstinencia» después que arrastran de tan antiguo el hábito de procurar a cualquier cantidad pequeña de excitación somática una descarga, por deficiente que esta sea. Por fin, el último caso -la génesis de la neurosis de angustia por una enfermedad grave, surmenage, el agotador cuidado de un enfermo, etc.- admite una interpretación fácil por apuntalamiento en la modalidad de eficacia del coitus interruptus; aquí, la psique, por desviación, deviene insuficiente para dominar la excitación sexual somática, tarea que es de su continua incumbencia. Se sabe cuánto puede descender la libido en tales condiciones, y se tiene aquí un buen ejemplo de una neurosis que por cierto no tiene ninguna etiología sexual, pese a lo cual deja discernir un mecanismo sexual.
La concepción aquí desarrollada presenta los síntomas de la neurosis de angustia, en alguna medida, como unos sub rogados de la acción específica omitida que sigue a la excitación sexual. A modo de otra confirmación, apunto que también en el coito normal la excitación se gasta, colateralmente, como agitación respiratoria, palpitaciones del corazón, oleada de sudor, congestión, etc. Y en el correspondiente ataque de angustia de nuestra neurosis tenemos la disnea, las palpitaciones del corazón, etc., aislados del coito y acrecentados.
Aún se podría preguntar: ¿Por qué el sistema nervioso, bajo esas circunstancias de una insuficiencia psíquica para dominar la excitación sexual, cae en el peculiar estado afectivo de la angustia? Cabe responder, a modo de sugerencia:
La psique cae en el afecto de la angustia cuando se siente incapaz para tramitar, mediante la reacción correspondiente, una tarea (un peligro) que se avecina desde afuera; cae en la neurosis de angustia cuando se nota incapaz para reequilibrar la excitación (sexual) endógenamente generada. Se comporta entonces como si ella proyectara la excitación hacia afuera. El afecto, y la neurosis a él correspondiente, se sitúan en un estrecho vínculo recíproco; el primero es la reacción ante una excitación exógena, y la segunda, la reacción ante una excitación endógena análoga. El afecto es un estado en extremo pasajero, en tanto que la neurosis es crónica; ello se debe a que la excitación exógena actúa como un golpe único, y la endógena como una fuerza constante. El sistema nervioso reacciona en la neurosis ante una fuente interna de excitación, como en el afecto correspondiente lo hace ante una análoga fuente externa.