Freud dice que el narcisismo vendría a ser «el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación». Y para ilustrar esto menciona toda una serie de fenómenos tales como la autoestima, la conducta que adoptamos en la enfermedad, en el dolor, el fenómeno del enamoramiento, el acto de dormir y el duelo. Se trata de una serie de situaciones normales, cotidianas, pero que pueden ser el modelo de ciertas patologías.
Nos introduce bruscamente la problemática del yo en la teoría y en la clínica.
Freud lo anuncia con toda claridad y solemnidad al comienzo de la segunda parte del artículo; dice más o menos: hasta ahora el psicoanálisis se ha centrado solamente en el estudio de las neurosis de transferencia, y de ahí el acento en la teoría sexual; en lo sucesivo se ocupará también de otras afecciones como las psicosis y las perversiones, cuyo estudio habrá de arrojar luz sobre el yo, sobre la psicología del yo. Se trata, en síntesis, de los dos polos del conflicto: yo —sexualidad. Hasta ahora habíamos visto la sexualidad, la teoría de la libido, ahora nos vamos a centrar en «la psicología del yo».
Lo que Freud llama aquí «la psicología del yo», término que más adelante sustituirá por análisis del
yo (recordemos Psicología de las masas y análisis del yo), anuncia muy claramente un giro en su investigación que se va a prolongar hasta el final de su vida. Dicho en pocas palabras, el yo es destronado del estatuto de representante de la censura que había ostentado en la primera tópica, deja de ser instancia de interdicción de la sexualidad y pasa a estar investido libidinalmente, a ser objeto de amor para la propia libido. El conflicto ya no está planteado entre yo y libido, sino que pasa a ser concebido como un equilibrio distributivo entre libido yoica y libido objetal.
El yo pasa a ser considerado como un «ser fronterizo», sometido a múltiples vasallajes,
que acabará escindido en diferentes corrientes. Y es que cuando Freud habla de «psicología del yo», hay que entender que se está refiriendo más bien a una «psicopatología del yo».
«El yo, para que podamos concertar con él un pacto así, tiene que ser un yo normal. Pero ese yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal. El yo anormal, inutilizable para nuestros propósitos, no es por desdicha una ficción.
Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor» (Freud, 1937, p.237). Es evidente que esta referencia inaugural a lo que algunos autores posteriores llamarán la «parte psicótica» del yo entra dentro del conjunto de fenómenos que le llevaron a escribir Introducción del narcisismo y a dirigir su atención a la «psicología del yo».
Quien habla del yo, habla de objeto total y de la relación entre ambos, la relación de objeto. Freud
no utilizó esta expresión que se ha hecho indispensable y habitual en el posfreudismo, pero sí
que habló de elección de objeto. Advertimos que el narcisismo revolucionó y amplió el concepto de
objeto. De ser el objeto de la pulsión, que había sido para la primera tópica, pasará a ser objeto en
relación al yo y, por consiguiente, objeto de identificación para el yo. A partir de esto, aún
admitirá una nueva dimensión como objeto interno, matriz de las instancias de la segunda tópica.
En este punto, el centrar toda la teoría en torno al objeto y su relación con el yo, la relación de objeto, implicaba indefectiblemente una serie de consecuencias que se tradujeron en diversas líneas teóricas que Freud prosiguió hasta el final de su vida, y cuya investigación ulterior nos dejó en herencia.
La primera consecuencia la encontramos ya en Duelo y melancolía (Freud, 1917e [1915]), donde aparece todo el tema de la pérdida de objeto y con ella el duelo y sus vicisitudes. Como no podía ser de otra manera, el tema de la pérdida del objeto amado (concebida como una herida narcisista, como un trauma) se generalizó inmediatamente en la teoría, lo que llevó a Freud a comprender que el trabajo de duelo, el trabajo de elaboración que dicha pérdida comporta, constituye una experiencia universal e insoslayable para la estructuración del psiquismo y el advenimiento de la subjetividad. Y esta nueva perspectiva, asumida prácticamente por todas las escuelas desde Klein hasta Lacan, ha venido a revolucionar completamente el modo de concebir la teoría y la clínica en psicoanálisis.
La segunda consecuencia la tenemos en Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños (Freud, 1917d [1915]), donde aparece el concepto de narcisismo primario absoluto; una concepción del narcisismo diferente a la que había desarrollado hasta entonces, y que, entre otras cosas, le permite a Freud anticipar lo que será la introducción de la pulsión de muerte y las relaciones entre ésta y el narcisismo; es decir, lo que se ha llamado el narcisismo tanático, el narcisismo de muerte de Green (1983). El narcisismo primario absoluto, en el sentido en que Freud lo introduce en Complemento metapsicológico, es sinónimo de principio de inercia, desinvestidura, desobjetalización, tendencia al cero; en suma, de pulsión de muerte. Esta regresión narcisista tanática —leemos en el texto— sólo puede ser frenada por la necesidad orgánica de la autoconservación y por el deseo inconsciente reprimido, es decir, por lo que unos años después denominará Eros.
La tercera consecuencia, muy vinculada a la anterior, es el reflotamiento de la teoría traumática, ahora concebida como herida narcisista.
En Inhibición, síntoma y angustia (Freud, 1926), donde asistimos a una redefinición de la angustia, en relación justamente con la vivencia de peligro de pérdida de objeto. Hay una circunstancia constitutivamente traumática para el ser humano que es la situación de desamparo. El desamparo del recién nacido, en efecto, es una vivencia de auténtico peligro vital, porque una necesidad puede presentarse y no ser atendida, si no está disponible el objeto. En la base de la vivencia de desamparo está el factor de inmadurez congénita del recién nacido humano. «Ello refuerza—dice Freud— el influjo del mundo exterior real […], eleva la significatividad de los peligros del mundo exterior e incrementa enormemente el valor del único objeto que puede proteger de estos peligros y sustituir la vida intrauterina perdida. Así, este factor biológico produce la primera situación de peligro y crea la necesidad de ser amado, de la que el hombre no se librará jamás» (Freud, 1926, p.145). Tenemos así definida, pues, la angustia de separación como contrapuesta a la de castración, y con ello el germen de los desarrollos actuales sobre trauma temprano.
Cuarta consecuencia. Es justamente esta recuperación creciente del elemento traumático lo que condujo a Freud a consolidar la desmentida como mecanismo de defensa ante una realidad traumática. La desmentida o renegación, la Verleugnung, es introducida por Freud oficialmente en 1927, en el artículo dedicado al fetichismo.
Es un mecanismo de defensa primitivo, que trata de preservar el yo ideal, el yo-placer purificado ante ciertas percepciones traumáticas. ¿Cuáles? La más fundamental y conocida es la de la castración, la diferencia de los sexos, pero también hay otras realidades traumáticas que pueden ser objeto de desmentida, tales como la muerte o la pérdida del ideal paterno. La desmentida es un mecanismo de defensa que cuando se instaura ocasiona inevitablemente una esisión del yo. Una parte del yo desmiente y preserva el yo ideal, el yo de placer, mientras la otra acepta la realidad. Esta forma de funcionamiento, dice Freud, le permite al yo ahorrarse represiones. Por lo tanto la
desmentida se articula con la escisión del yo. Aunque este artículo sobre la escisión del yo es de
redacción muy tardía (1938), sabemos que la idea de un yo escindido había comenzado a gestarse en los mismos años que el narcisismo, y concretamente a partir de la temática del doble.
Fuente: Luis Sales ¨ El Narcisismo en la obra de Freud ¨.