La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de neurosis (1913).
«Die Disposition zur Zwangsneurose.
Ein Beitrag zum Problem der Neurosenwahl»
Nota introductoria:
Este trabajo fue leído por Freud en el 4º Congreso Psicoanalítico Internacional, que se realizó en Munich los días 7 y 8 de setiembre de 1913; se lo publicó a fines de ese mismo año.
Se tratan aquí dos temas de especial importancia. En primer lugar, el problema de la «elección de neurosis», según reza el subtítulo, problema este que había acuciado a Freud desde antiguo. Tres extensos exámenes de él se encuentran entre los manuscritos y cartas enviados a Fliess (Freud, 1950a), todos ellos de 1896: datan del 1º de enero (Manuscrito K, AE, 1, págs. 260-1), el 30 de mayo (Carta 46, AE, 1, págs. 271-2, donde ya aparece esa expresión) y el 6 de diciembre (Carta 52, AE, 1, pág. 277). Hay referencias al tema, también de los primeros meses de 1896, en «La herencia y la etiología de las neurosis» (1896a), AE, 3, pág. 155, en «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896b), AE, 3, págs. 167-70, y en «La etiología de la histeria» (1896c), AE, 3, págs. 217-8.
En estos tempranos exámenes de la cuestión pueden diferenciarse dos soluciones, empero semejantes entre sí en cuanto a que ambas postulan para la neurosis una etiología traumática. Por un lado, la teoría de la pasividad y la actividad mencionada aquí, según la cual las experiencias sexuales pasivas de la primera infancia predisponen a la histeria, y las activas, a la neurosis obsesiva; Freud abjuró por completo de esta teoría diez años más tarde, en «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis» (1906a), AE, 7, pág. 267. Por otro lado, una segunda teoría, no plenamente deslindada de aquella, atribuía influencia decisiva a factores cronológicos. Se argumentaba que la forma adoptada por la neurosis dependía del período de la vida en que había tenido lugar la vivencia traumática, o bien (según otra versión) del período en el que se iniciaba una acción defensiva contra el reavivamiento de dicha vivencia. En una carta a Fliess del 24 de enero de 1897 (Carta 57, AE, 1, pág. 285) se lee. «A todo esto, se me vuelve más incierta una conjetura que yo sustentaba, a saber, que la elección de neurosis estaría condicionada por la época de la génesis, que más bien aparece fijada sobre la primera infancia. Empero, esa definición oscila siempre entre la época de la génesis y la época de la represión (ahora preferida)». Y unos pocos meses después, el 14 de noviembre de 1897 (Carta 75, AE, 1, pág. 313): «Ahora bien, es probable que la elección de neurosis, la decisión sobre si se genera una histeria, una neurosis obsesiva o una paranoia, dependa de la naturaleza de la oleada (es decir, de su deslinde en el tiempo) que posibilita la represión, o sea, que muda una fuente de placer interior en una de asco interior».
Pero luego de otros dos años, el 9 de diciembre de 1899 (Carta 125, AE, 1, pág. 322), nos encontramos con un pasaje que parece preanunciar los posteriores puntos de vista de Freud: «Quizás haya logrado, no hace mucho, una primera visión de una cosa nueva. Se me enfrenta como problema el de la «elección de neurosis». ¿Cuándo un ser humano se vuelve histérico en lugar de paranoico? Un primer y burdo intento, de la época en que yo quería conquistar la ciudadela por la fuerza, rezaba: Ello depende de la edad en que ocurrieron los traumas sexuales, de la edad que se tenía al vivenciar. Hace tiempo he abandonado esto, y luego permanecí sin vislumbre alguna hasta hace pocos días, cuando se me reveló un nexo con la teoría sexual.
»Entre los estratos de lo sexual, el inferior es el autoerotismo, que renuncia a una meta psicosexual y sólo reclama la sensación localmente satisfactoria. Es relevado luego por el aloerotismo (horno y heteroerotismo), pero por cierto que persiste como una corriente particular. La histeria (y su variedad, la neurosis obsesiva) es alocrótica, su vía principal es la identificación con la persona amada. La paranoia vuelve a disolver la identificación, restablece a todas las personas amadas de la infancia que habían sido abandonadas (véanse mis elucidaciones sobre los sueños de exhibición) (ver nota) y resuelve al yo mismo en unas personas ajenas. (ver nota) Así, he Ido en considerar la paranoia como un asalto de la corriente autoerótica, como un retroceso al punto de vista de entonces. La perversión que le corresponde sería la llamada «insanía idiopática». (ver nota) Los particulares vínculos del autoerotismo con el «yo» originario iluminarían bien el carácter de esta neurosis. En este punto vuelven a perderse los hilos».
Aquí, Freud se aproximaba a la posición esbozada en las páginas finales de Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 215 y sigs. El complicado proceso del desarrollo sexual le había sugerido una nueva versión de la teoría cronológica: la de una sucesión de «lugares de fijación» en que ese proceso puede quedar detenido, y hacia los cuales es posible que haya una regresión si se presentan dificultades en la vida. No obstante, pasaron varios años antes de un pronunciamiento expreso sobre el vínculo entre esta serie de lugares de fijación y la elección de neurosis; lo hallamos en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), y mucho más extensamente en el análisis de Schreber (1911c), casi contemporáneo de ese artículo. Es probable que Freud pensase en este último examen del problema cuando sostuvo aquí que «hace unos años ya» lo había abordado. En el presente trabajo lo trata en términos más generales.
Esto nos lleva al segundo tema de importancia en él, el de las «organizaciones » pregenitales de la libido. Nos sorprende averiguar que este concepto, tan familiar hoy, apareció en este lugar por vez primera; ahora bien, la sección de los Tres ensayos que se ocupa de él (AE, 7, págs. 179-81) fue agregada en 1915, dos años después de publicarse este trabajo. Por supuesto, desde mucho antes se había tomado conocimiento de la existencia de pulsiones parciales no genitales; ello es notorio en la primera edición de los Tres ensayos, y ya se lo halla implícito en la correspondencia con Ress -véase, por ejemplo, la Carta 75, del 14 de noviembre de 1897 (AE, 1, pág. 311)-. Lo nuevo es la noción de que en el desarrollo sexual hay fases regulares en la que este es la persona propia, fue expuesta por dro íntegro.
En el artículo que sigue sólo se atiende a una de esas fases, la anal-sádica. Freud ya había discernido dos etapas previas en el desarrollo sexual, aunque ellas no se caracterizaban por el predominio de ninguna pulsión parcial. La más antigua, la del autoerotismo (anterior a toda elección de objeto), aparece en la primera edición de los Tres ensayos (AE, 7, pág. 164), pero, como vimos, ya había sido consignada en la Carta 125 a Fliess, de 1899. (ver nota) La fase siguiente, primera en la cual ocurre la elección de objeto pero en que una u otra de las pulsiones parciales domina el cuadro, bajo el nombre de «narcisismo», en el análisis de Schreber. Todavía habrían de describirse dos fases de organización de la libido, una anterior y otra posterior a la anal-sádica. De estas, la fase oral -en la que se evidenciaba asimismo el predominio de una pulsión parcial- fue inauguralmente mencionada en la aludida sección de los Tres ensayos agregada en 1915 (AE, 7, pág. 180). La fase «fálica», ya no pregenital pero tampoco genital aún en sentido adulto, no surgiría en escena sino muchos años después, en «La organización genital infantil» (1923e).
Así pues, el orden de publicación de los hallazgos de Freud acerca de las sucesivas fases de organización tempranas de la pulsión sexual puede resumirse de esta manera: fase autoerótica, 1905 (ya descrita en forma privada en 1899); fase narcisista, 1911 (en forma privada, en 1909); fase anal-sádica, 1913; fase oral, 1915; fase fálica, 1923.
James Strachey
Averiguar por qué y cómo un ser humano puede contraer una neurosis es sin duda uno de esos problemas cuya respuesta debe ser dada por el psicoanálisis. Sin embargo, probablemente sólo pueda obtenérsela pasando por un problema más especial: saber por qué cierta persona habrá de contraer determinada neurosis y no otra. Es el problema de la «elección de neurosis».
¿Qué sabemos hasta ahora sobre él? En verdad, una sola proposición general está certificada. Distinguimos las causas que cuentan para las neurosis en aquellas que el ser humano trae consigo a la vida y aquellas que la vida le trae: causas constitucionales y accidentales; y la regla es que únicamente su conjugación produce la causación patológica. Pues bien, la proposición que acabamos de enunciar indica que las causas decisorias en la elección de neurosis pertenecen por entero al primer tipo, vale decir, son de la naturaleza de las predisposiciones, independientes de las vivencias de efecto patógeno. (En este trabajo, Freud parece utilizar siempre la palabra «Disposition» con el sentido de algo puramente constitucional o hereditario. En escritos posteriores le dio un contenido más amplio, abarcando con ella los efectos de las vivencias infantiles. Esto se aclara perfectamente en la 23º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17). {Allí emplea «Anlage», «disposición», para designar lo innato, y «Disposition», «predisposición», para lo adquirido.} – La «proposición general» a la que se refiere el texto ya había sido enunciada en «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis» (1906a), AE, 7, pág. 267.)
¿Dónde buscar el origen de estas predisposiciones? Hemos reparado en que las funciones psíquicas que entran en cuenta -sobre todo la función sexual, pero también diversas e importantes funciones yoicas- tienen que recorrer un largo y complejo desarrollo hasta alcanzar el estado característico para la persona normal. Pues bien; suponemos que tales desarrollos no siempre se consuman de manera tan impecable que el conjunto de la función experimente la progresiva alteración {Veränderung, «devenir otro»}. Toda vez que un fragmento de ella se quede en el estadio anterior se produce uno de los llamados «lugares de fijación», a los cuales la función puede regresar en caso de que se contraiga enfermedad por una perturbación exterior.
Nuestras predisposiciones son, pues, inhibiciones del desarrollo. La analogía con los hechos de la patología general de otras enfermedades nos reafirma en esta concepción. Pero ante la búsqueda de los factores capaces de provocar esas perturbaciones del desarrollo, el trabajo psicoanalítico se detiene y entrega este problema a la investigación biológica. (nota: Después que los trabajos de Wilhelm. Fliess han revelado la significatividad de ciertos períodos temporales para la biología, se ha vuelto concebible que una perturbación del desarrollo se reconduzca a una modificación temporal de oleadas de desarrollo.)
Con ayuda de estas premisas, nos atrevimos, hace unos años ya, a abordar el problema de la elección de neurosis. Nuestra orientación de trabajo, que supone colegir las constelaciones normales a partir de sus perturbaciones, nos ha llevado a escoger un punto de abordaje muy particular e inesperado. El orden en que suelen citarse las formas principales de las psiconeurosis -histeria, neurosis obsesiva, paranoia, dementia praecox- corresponde (aunque no con total exactitud) a la secuencia temporal con que tales afecciones irrumpen en la vida. Las formas patológicas histéricas pueden observarse ya en la primera infancia; la neurosis obsesiva manifiesta sus primeros síntomas, por lo común, en el segundo período de la infancia (de los seis a los ocho años); las otras dos psiconeurosis, reunidas por mí bajo el rótulo de «parafrenia» (En la primera edición se leía aquí: «que yo he denominado «parafrenia» y «paranoia»». Véase una nota mía en «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia» (Freud, 1911c)), sólo aparecen después de la pubertad y en la madurez. Ahora bien, estas afecciones que afloran últimas han resultado las primeras asequibles a nuestra búsqueda de las predisposiciones que desembocan en la elección de neurosis. Los caracteres, que ambas comparten, de la manía de grandeza, el extrañamiento del mundo de los objetos y la dificultad de la trasferencia nos han constreñido a inferir que la fijación que predispone a ellas ha de buscarse en un estadio del desarrollo libidinal anterior al establecimiento de la elección de objeto, vale decir, en la fase del autoerotismo y del narcisismo. Por tanto, estas formas de contraer enfermedad, de tan tardía emergencia, se remontan a inhibiciones y fijaciones muy tempranas.
De acuerdo con ello, nos veríamos llevados a conjeturar que la predisposición a la histeria y la neurosis obsesiva, las dos neurosis de trasferencia propiamente dichas, de más temprana formación de síntoma, se situarían en las fases posteriores del desarrollo libidinal. Pero, ¿dónde hallar aquí la inhibición del desarrollo y, sobre todo, cuál sería la diferencia de fase que fundara la predisposición a la neurosis obsesiva por oposición a la histeria? Durante largo tiempo no se averiguó nada sobre esto; y los ensayos que yo emprendí antes para colegir ambas predisposiciones -p. ej., que la histeria estaría condicionada por una pasividad, y la neurosis obsesiva por una actividad, en el vivenciar infantil- debieron rechazarse pronto por erróneos.
Me resitúo ahora en el terreno de la observación de casos clínicos. Durante mucho tiempo estudié a una enferma cuya neurosis había pasado por una insólita mudanza. Tras una vivencia traumática, empezó como una histeria de angustia pura y simple, y conservó este carácter por algunos años. Pero un buen día se mudó de pronto en una neurosis obsesiva de las más graves. Un caso así tenía que volverse sustantivo en más de un sentido. Por un lado, quizá pudiera reclamar el valor de un documento bilingüe y mostrar cómo un contenido idéntico es expresado por las dos neurosis en lenguas diferentes. Por otra parte, amenazaba contradecir toda nuestra teoría de la predisposición por inhibición del desarrollo, si uno no quería adoptar. El supuesto de que una persona pudiera traer consigo más de un lugar endeble en su desarrollo libidinal. Me dije que no había ningún motivo para rechazar esta última posibilidad, pero la inteligencia del caso me tenía muy intrigado.
Cuando ello sucedió en el curso del análisis, no pude menos que ver que la situación era muy diversa a como yo me la había representado. La neurosis obsesiva no era una ulterior reacción frente al mismo trauma, inicial provocador de la histeria de angustia, sino frente a una segunda vivencia que había desvalorizado por completo a la primera. Vale decir, una excepción -es cierto que todavía discutible- a nuestra proposición que declara a la elección de neurosis independiente del vivenciar.)
Desdichadamente -por motivos notorios- no puedo adentrarme en el historial clínico con la profundidad que yo querría, sino que debo limitarme a las comunicaciones que siguen. Hasta contraer la enfermedad, la paciente había sido una esposa feliz, satisfecha casi plenamente. Su deseo de tener hijos respondía a motivos de una fijación de deseo infantil, y enfermó cuando supo que no podría dárselos el hombre a quien amaba con exclusividad. La histeria de angustia con la cual reaccionó a esa frustración correspondía, como pronto hubo de comprenderlo ella misma, al rechazo de unas fantasías de tentación por cuyo intermedio se abría paso el no abandonado deseo de tener un hijo . Lo hacía todo para no dejar entrever a su marido que ella había enfermado a consecuencia de la frustración por él determinada. Pero no sin buenas razones yo he sostenido que todo hombre posee en su inconciente propio un instrumento con el que es capaz de interpretar las exteriorizaciones de lo inconciente en otro; el marido comprendió, sin que mediara confesión ni declaración, qué significaba la angustia de su esposa, se mortificó por ello sin demostrarlo y a su vez reaccionó neuróticamente denegándose -por vez primera- al comercio conyugal. Enseguida, de esto partió de viaje; la mujer lo creyó aquejado de impotencia permanente y produjo los primeros síntomas obsesivos la víspera de su esperado regreso.
El contenido de su neurosis obsesiva era una penosa compulsión a lavarse y a la limpieza, y eran también unas medidas protectoras, de extrema energía, frente a dañinas influencias que otros tendrían que temer de ella. Vale decir, consistía en formaciones reactivas contra unas mociones anal-eróticas y sádicas. En tales formas se veía precisada a exteriorizarse su necesidad sexual después que su vida genital hubo experimentado una desvalorización total por la impotencia del hombre que era para ella el único.
A este punto se ha anudado mi pequeño fragmento de teoría, de reciente creación, que desde luego sólo en apariencia descansa sobre esta sola observación; en realidad, es la síntesis de una gran suma de impresiones anteriores, que, empero, únicamente después de esta última experiencia fueron capaces de producir una intelección. Me dije que mi esquema del desarrollo de la función libidinosa necesitaba de una nueva interpolación. Al comienzo sólo había distinguido la fase del autoerotismo, en la cual las pulsiones parciales singulares, cada una por sí, buscan su satisfacción de placer en el cuerpo propio, y luego la síntesis de todas las pulsiones parciales en la elección de objeto, bajo el primado de los genitales y al servicio de la reproducción. Como es sabido, el análisis de las parafrenias nos constriñó a intercalar en medio un estadio de narcisismo en que la elección de objeto ya se ha consumado, pero el objeto coincide todavía con el yo propio. Y ahora inteligimos la necesidad de estatuir un ulterior estadio previo a la plasmación final: en él, las pulsiones parciales ya se han reunido en la elección de objeto; además, el objeto ya se contrapone a la persona propia como un objeto ajeno, pero todavía no está instituido el primado de las zonas genitales. Las pulsiones parciales que gobiernan esta organización pregenital de la vida sexual son, más bien, las anal-eróticas y las sádicas.
Yo sé que cada una de estas formulaciones suena extraña al comienzo. Sólo se vuelven familiares cuando se ponen en descubierto sus vínculos con nuestro saber hasta el presente, y al final, asaz a menudo, su destino es que se las discierna como unas novedades de poca monta, vislumbradas desde mucho tiempo atrás. Con esas expectativas, pues, pasemos al examen del «orden sexual pregenital».
a. Ya muchos observadores han notado, y últimamente Ernest Jones (1913b) lo ha puesto de relieve con particular resalto, el extraordinario papel que odio y erotismo anal desempeñan en la sintomatología de la neurosis obsesiva. Y bien, esto se deduce de manera directa de nuestra formulación toda vez que sean estas pulsiones parciales las que asuman en la neurosis la subrogación de las pulsiones genitales, cuyas predecesoras fueron en el desarrollo.
Y en este punto calza bien la pieza del historial clínico de nuestro caso que nos habíamos reservado. La vida sexual de la paciente comenzó en la más tierna infancia con unas fantasías sádicas de paliza. Tras su sofocación, se le instaló un período de latencia de duración insólita, en que la muchacha pasó por un desarrollo moral de alto vuelo sin despertar al sentir sexual femenino. Con su casamiento, en su juventud, empezó una etapa de quehacer sexual normal como esposa feliz, quehacer que se mantuvo durante una serie de años hasta que la primera gran frustración {Versagung, «denegación»} le trajo la neurosis histérica. Con la subsiguiente desvalorización de la vida genital, según señalamos, su vida sexual recayó en el estadio infantil del sadismo.
No es difícil precisar el carácter por el cual este caso de neurosis obsesiva se distingue de los otros, más frecuentes, que empiezan a edad más temprana y desde entonces presentan una trayectoria crónica con exacerbaciones más o menos llamativas. Y es que en estos otros casos la organización sexual que contiene la predisposición a la neurosis obsesiva nunca vuelve a ser superada del todo una vez que se estableció; en cambio, en nuestro caso es relevada primero por el estadio de desarrollo más alto, y luego, desde este, es activada de nuevo por regresión.
b. Si desde nuestra formulación buscamos el entronque con nexos biológicos, no debemos olvidar que la oposición entre masculino y femenino, introducida por la función de reproducción, no puede estar presente aún en el estadio de la elección pregenital de objeto. En vez de ella, hallamos la oposición entre aspiraciones de meta activa y de meta pasiva, que más tarde se suelda con la oposición entre los sexos. La actividad es sufragada por la pulsión ordinaria de apoderamiento, que llamamos «sadismo», justamente, cuando la hallamos al servicio de la función sexual; por otra parte, aun en la vida sexual normal plenamente desarrollada tiene importantes desempeños que cumplir como auxiliar. La corriente pasiva es alimentada por el erotismo anal, cuya zona erógena corresponde a la antigua cloaca indiferenciada. Un acusado relieve de este erotismo anal en el estadio de la organización pregenital deja en el varón, cuando se alcanza el estadio siguiente de la función sexual, la del primado de los genitales, una sustantiva predisposición a la homosexualidad. La edificación de esta última fase sobre la anterior, y la refundición de las investiduras libidinales que de ella se siguen, ofrece a la investigación analítica las más interesantes tareas.
Alguien podría opinar que hay un modo de escapar a todas las dificultades y complicaciones que aquí intervienen, y sería desmentir la existencia de una organización pregenital de la vida sexual y hacer coincidir esta última, y también hacerla principiar, con la función genital y reproductora. Y entonces se enunciaría con respecto a las neurosis, atendiendo a los resultados bien entendidos de la investigación analítica> que ellas, por el proceso de la represión, son constreñidas a expresar unas aspiraciones sexuales mediante otras pulsiones no sexuales, vale decir, a sexualizar estas últimas por vía compensatoria. Pero si uno procede así, se ha salido del psicoanálisis. Se vuelve al lugar donde se estaba antes del psicoanálisis, y se debe renunciar a la inteligencia, que él nos ha proporcionado, del nexo entre salud, perversión y neurosis. El psicoanálisis requiere absolutamente admitir las pulsiones sexuales parciales, las zonas erógenas y la extensión, así ganada, del concepto de «función sexual» por oposición a la «función genital» . más estrecha. Además, la observación del desarrollo normal del niño basta por sí sola para rechazar aquella tentación.
c. En el campo del desarrollo del carácter necesariamente tropezamos con las mismas fuerzas pulsionales cuyo juego hemos descubierto en las neurosis. Sin embargo, una nítida separación teórica entre ambos campos es ofrecida por la circunstancia de que en el carácter falta lo que es peculiar del mecanismo de las neurosis, a saber, el fracaso de la represión y el retorno de lo reprimido. En el caso de la formación del carácter, la represión no entra en acción, o bien alcanza con tersura su meta de sustituir lo reprimido por unas formaciones reactivas y unas sublimaciones. Por eso tales procesos de la formación del carácter son menos trasparentes y más inasequibles al análisis que los procesos neuróticos.
Ahora bien, justamente en el campo del desarrollo del carácter tropezamos con una buena analogía respecto del caso clínico aquí descrito, a saber, una ratificación de la organización pregenital sádico-anal-erótica. Es un hecho consabido, y ha dado a los hombres mucho paño para quejas, que las mujeres, después de resignadas sus funciones genitales, a menudo alteran su carácter de curiosa manera. Se vuelven peleadoras, martirizadoras y querellonas, mezquinas y avaras, o sea, muestran típicos rasgos sádicos y anal-eróticos que no poseían antes, en la época de la feminidad. Comediógrafos y satíricos de todos los tiempos han dirigido sus invectivas contra la «vieja bruja» en que se ha convertido la dulce niña, la esposa amante, la madre tierna. Comprendemos que esta mudanza del carácter corresponde a la regresión de la vida sexual al estadio pregenital, en el cual hemos hallado la predisposición a la neurosis obsesiva. Entonces, esa mudanza no sólo sería la precursora de la fase genital, sino, harto a menudo, también su sucesora y su relevo, después que los genitales han cumplido su función.
Es muy impresionante la comparación de esa alteración del carácter con la neurosis obsesiva. En ambos casos, se trata de la obra de la regresión; no obstante, en el primero hay una regresión plena tras una represión (o sofocación) tersamente consumada; en el caso de la neurosis hay conflicto, empeño por no permitir la regresión, formaciones reactivas contra esta y formaciones de síntoma por vía de compromisos entre ambas partes, escisión de las actividades psíquicas en susceptibles de conciencia e inconcientes.
d. Nuestra postulación de una organización sexual pregenital es incompleta en dos sentidos. En primer lugar, no atiende para nada a la conducta de otras pulsiones parciales, en las que mucho habría digno de ser explorado y mencionado, y se contenta con poner de relieve el llamativo primado de sadismo y erotismo anal. (nota: La existencia de una organización pregenital anterior, caracterizada por el predominio de la zona oral, no fue señalada por Freud sino algunos años más tarde. Cf. mi «Nota introductoria») Respecto de la pulsión de saber, en particular, se obtiene con frecuencia la impresión de que podría sustituir directamente al sadismo en el mecanismo de la neurosis obsesiva. Es que ella, en el fondo, es un brote sublimado, elevado a lo intelectual, de la pulsión de apoderamiento; y su rechazo en la forma de la duda se conquista un ancho espacio en el cuadro de la neurosis obsesiva. (nota: Véase el historial clíníco del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, págs. 188-9.)
Mucho más sustantivo es un segundo defecto. Sabernos que la predisposición histórico-genética a una neurosis sólo queda completa cuando toma en cuenta la fase del desarrollo yoico en que sobreviene la fijación, a la vez que la fase del desarrollo libidinal. Y nuestra postulación sólo se refiere a esta última; o sea, no contiene el conocimiento integral que tenemos derecho a reclamar. Los estadios de desarrollo de las pulsiones yoicas nos resultan muy poco familiares hasta ahora; sólo conozco un muy promisorio intento de Ferenczi (1913c) de aproximarse a estas cuestiones. No sé si parecerá demasiado atrevido que yo declare, siguiendo las pistas existentes, el supuesto de que un apresuramiento en el tiempo del desarrollo yoico respecto del libidinal ha de anotarse en la predisposición a la neurosis obsesiva. Un apresuramiento así constreñiría una elección de objeto desde las pulsiones yoicas, mientras la pulsión sexual no ha alcanzado todavía su plasmación última; de tal suerte, deja como secuela una fijación en el estadio del orden sexual pregenital. Si se considera que los neuróticos obsesivos tienen que desarrollar una hipermoral para defender su amor de objeto contra la hostilidad que tras ese amor acecha, uno se inclinará a suponer cierto grado de esta anticipación del desarrollo yoico como típico de la naturaleza humana, y hallará fundada la aptitud para la génesis de la moral en la circunstancia de ser el odio, en la serie del desarrollo, el precursor del amor. Acaso sea este el significado de una tesis de Stekel (1911a, pág. 536), que en su momento me pareció incomprensible, según la cual el odio, y no el amor, sería el vínculo primario de sentimiento entre los seres humanos.
e. Con relación a la histeria nos resta, según lo que antecede, el vínculo íntimo con la última fase del desarrollo libidinal, que se singulariza por el primado de los genitales y la introducción de la función reproductora. En la neurosis histérica, es esta adquisición la que sucumbe a la represión, a la cual no se conecta una regresión al estadio pregenital. Aquí son más sensibles todavía que en el caso de la neurosis obsesiva las lagunas que nuestra ignorancia del desarrollo yoico nos impone en la definición de la predisposición.
No es difícil, en cambio, demostrar que también a la histeria le corresponde una regresión, diversa, a un nivel más temprano. Como sabemos, la sexualidad de la niña está bajo el imperio de un órgano rector masculino (el clítoris), y en muchos planos ella se comporta como la del varoncito. Una última oleada de desarrollo en la época de la pubertad tiene que remover esa sexualidad masculina y elevar a la vagina, derivada de la cloaca, a la condición de zona erógena dominante. Ahora bien, es muy común que en la neurosis histérica de las mujeres sobrevenga una reactivación de esta sexualidad masculina reprimida, y contra ella se dirige luego la lucha defensiva de las pulsiones acordes con el yo. No obstante, me parece prematuro internarme en este trabajo en el examen de los problemas de la predisposición histérica.