Obras de Karen Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo (1937)

Obras de Karen Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo (1937)

Karen Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo (1937)

PRÓLOGO

1- SIGNIFICADO CULTURAL Y PSICOLÓGICO DE LAS NEUROSIS
2- FUNDAMENTOS DE LA «PERSONALIDAD NEURÓTICA DE NUESTRO TIEMPO»
3- LA ANGUSTIA
4- ANGUSTIA Y HOSTILIDAD
5- ESTRUCTURA BÁSICA DE LAS NEUROSIS
6- LA NECESIDAD NEURÓTICA DE AFECTO
7- OTRAS CARACTERÍSTICAS DE LA NECESIDAD NEURÓTICA DE AFECTO
8- MANERAS DE LOGRAR EL AFECTO Y SENSIBILIDAD AL DESPRECIO
9- PAPEL DE LA SEXUALIDAD EN LA NECESIDAD NEURÓTICA DE AFECTO
10- EL AFÁN DE PODERÍO, FAMA Y POSESIÓN
11- EL AFÁN NEURÓTICO DE COMPETENCIA
12- EL ABANDONO DE LA COMPETENCIA
13- SENTIMIENTOS NEURÓTICOS DE CULPABILIDAD
14- EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO NEURÓTICO
15- CULTURA Y NEUROSIS

Introducción
Freud previó en varias ocasiones que el psicoanálisis hallaría su
verdadera tierra de promisión en Norteamérica. La buena acogida que se
le dispensó en 1909 en la Universidad de Worcester, en contraste con la
hostilidad crónica que en Viena se cernía hacia su persona y su obra,
está en el origen de esta apreciación. Mas, a pesar de ello, Freud insistió
en que la lucha por el psicoanálisis tenía que decidirse en los viejos
centros de cultura, en la vieja Europa que tanta resistencia le oponía a sus teorías.
Históricamente, la predicción de Freud se ha cumplido en parte. Hoy en
día, Estados Unidos es el país donde mayor implantación tiene el
psicoanálisis. Pero la lucha por el psicoanálisis se ha desplazado. Ésta
no se centra ya en la necesidad de conquistar «los viejos centros de
cultura» -por oposición a unos nuevos en los que sería fácil arraigar por
la falta de resistencias-, sino en la dirección que pueda tomar en el futuro
el movimiento psicoanalítico en virtud de las distintas, y a veces
contrapuestas, tendencias que habitan en su seno. Una de las más
importantes, y con toda seguridad la más popular, es la que en
Norteamérica ha tomado la denominación de «escuela cultural», y que
tiene en Karen Horney a uno de sus más genuinos representantes.
Al lado de personalidades como Erich Fromm y Harry Stack SuIlivan,
Karen Horney ha encabezado esta corriente psicoanalítica de orientación
cultural, también conocida por neofreudianismo, debido a las posiciones
revisionistas que ha mantenido con respecto a la doctrina ortodoxa del
fundador del psicoanálisis. Antes de señalar algunas de las
características centrales del revisionismo de Karen Horney, es preciso
destacar el origen alemán de esta autora, activa en Berlín hasta 1932 y
psicoanalizada por personalidades tan próximas al círculo de Freud
como Karl Abraham y Hans Sachs. Surgida, pues, de los viejos centros
de cultura europeos, Horney sufrió el impacto de un nuevo medio, el
norteamericano, en el que muchas de las premisas de los conflictos
neuróticos estudiados en Europa simplemente dejaban de tener validez.
Esta experiencia personal fue de enorme importancia en la evolución de
su pensamiento, que ya en sus primeras manifestaciones presentó
matices disidentes en relación con la ortodoxia freudiana. Miembro
destacado en los años veinte del Instituto Psicoanalítico de Berlín,
Horney se interesó por el estudio de la psicología femenina en sus
primeros trabajos, partiendo de la base de que «el psicoanálisis es la
creación de un genio del sexo masculino», que «casi todos los que han
desarrollado sus ideas» en el campo de la investigación psicoanalítica
han sido hombres, y que, por tanto, es lógico y razonable que a éstos
«tes fuera más fácil elaborar una psicología masculina y que entendieran
más del desarrollo de los hombres que del de las mujeres».
La labor de Horney en esta su primera época como psicoanalista se
dirigió, en consecuencia, a una reelaboración de algunos aspectos de la
teoría freudiana que estaban determinados por una concepción
masculina de la psicología. En «Sobre la génesis del complejo de castración
en la mujer», así como en otros trabajos similares, impugnó el
carácter central otorgado a la envidia del pene en la constitución de la
mujer, al tiempo que puso de relieve una específica envidia’ masculina,
no detectada por Freud, hacia aspectos singularmente femeninos como el embarazo y la maternidad.
Esta posición crítica hacia algunos puntos del psicoanálisis freudiano, no
hizo sino aumentar más tarde, cuando ya en Norteamérica, Karen
Horney vivió, como se ha dicho, el impacto de un medio sociocultural, en
el que los datos clínicos sobre los que construir la cura de los conflictos
neuróticos eran sencillamente otros que los aparecidos en las
sociedades europeas del período de entreguerras.
La situación que constató entonces Karen Horney se asemeja a la
diagnosticada actualmente por el sociólogo norteamericano Richard
Sennet en Narcisismo y cultura moderna. La sintomatología clásica de
las enfermedades neuróticas, esencialmente tangible, ha ido remitiendo
en las sociedades de capitalismo avanzado, por lo que, afirma Sennet,
«todo el esquema médico de signos enfermizos se enfrenta ahora al
desafío que supone el aumento incesante de personas que no
evidencian síntomas concretos y reveladores de dolencia, sino que más
bien expresan un malestar endémico de sus estados de carácter: una
incapacidad de sentirse estimulados o de llegar a estarlo; un sentido
persistente de ilegitimidad que es más fuerte cuando se le reconoce a
uno como legítimo; una sensación «de estar muerto para el mundo».
Esta relación entre cultura y neurosis en la que se apoya el diagnóstico
de Sennet constituye el verdadero punto de partida de las teorías de
Karen Horney y el eje frontal en el que se articula su «revisión» de las
doctrinas freudianas. Tomando como referencia las investigaciones de
antropólogos como Margaret Mead, Ruth Benedict, Abram Kardiner,
Ralph Linton y otros, Horney sostiene qué el concepto de neurosis es
incomprensible si no se lo relaciona con el concepto de cultura. Las
neurosis han de estudiarse siempre de acuerdo con el patrón de
normalidad imperante en una cultura -tal es la primera afirmación que se
contiene en La personalidad neurótica de nuestro tiempo-. Pero, dado
que este criterio, como lo ha demostrado la antropología, es cambiante
según de qué cultura se trate, no hay posibilidad de fundamentar una
«psicología normal», válida para toda la humanidad, o, lo que es lo
mismo, no es lícito esperar que un nuevo hallazgo psicológico revele una
tendencia universal inherente a la naturaleza humana.
En La personalidad neurótica de nuestro tiempo, que es uno de los libros
más importantes de Karen Horney y uno de los más populares en el
campo de la literatura psicoanalítica, se definen las neurosis como
«desviaciones del patrón normal de conducta». Característico de la
personalidad neurótica es el de presentar cierta rigidez en las
reacciones, así como una abierta discrepancia entre las capacidades y
las realizaciones. El neurótico es una persona que siempre sufre, y ello
es producto de un rasgo común a todo tipo de conflicto neurótico, y que
es el de la angustia y las consiguientes defensas que se erigen contra
ella. Por último, otra característica de la personalidad neurótica es la de
su escisión en tendencias antitéticas, lo cual origina un permanente
conflicto, casi siempre inconsciente, y para el que nunca se halla solución satisfactoria.
Este conjunto de rasgos, que Horney analiza en el presente libro
detalladamente, hace que se pueda hablar de una auténtica «personalidad
neurótica de nuestro tiempo», es decir, de una personalidad
enferma que, más allá de las singularidades de su conflicto personal, es
homologable en virtud de unas «similitudes básicas». Estas, indudablemente,
vienen producidas por las peculiares dificultades de nuestra época y de nuestra cultura.
La relación fundamental entre neurosis y cultura que Karen Horney
sostiene ha entrañado, como se decía más arriba, una «revisión» de las
teorías de Freud en algunos aspectos de gran importancia. Al enfatizar el
carácter cultural y, en consecuencia, actual de las neurosis, Horney ha
cercenado la orientación biológica del psicoanálisis freudiano, basado,
como es sabido, en el principio del placer y en la idea de que la psique
humana se halla gobernada por ocultos mecanismos de tipo inconsciente.
De idéntica manera se desprende de las teorías de Horney un rechazo
de la teoría freudiana de la libido, fundamentada en una consideración
genética que otorga una importancia trascendental al papel de la
sexualidad infantil en la posterior conformación de una neurosis, así
como una concepción del inconsciente que pierde su primacía en
beneficio del yo. Así, para Horney, más que de un fondo de impulsos
destructivos, cabe hablar de un bloqueo. del desarrollo de la
personalidad, por el cual se generan en ésta instancias destruc• toras.
En fin, Karen Horney no acepta la idea de Freud de una naturaleza
humana biológicamente determinada, ni tampoco el carácter
teóricamente inalterable de constelaciones como la del complejo de
Edipo. Lo fundamental, para esta psicoanalista norteamericana de origen
alemán, es la plasticidad de, la psique humana, y el hecho de que está
sujeta a un proceso incesante de interacción con el medio ambiente sociocultural.
Es más. Las concepciones biologistas de Freud, producto de los hábitos
científicos del siglo XIX, han conducido al psicoanálisis, piensa esta
autora, a un auténtico callejón sin salida. De ahí que en El nuevo
psicoanálisis, publicado en 1939, declarara sin ambages que «el
psicoanálisis debería evadirse de las limitaciones que le impone el hecho
de ser una psicología «instintivista» y genética».
Las tesis mantenidas por Karen Horney y, en general, por los
revisionistas neofreudianos han sido blanco de innumerables críticas.
Basta aquí citar la de Herbert Marcuse en Eros y civilización, en donde
habla de que «la profunda dimensión del conflicto entre el individuo y su
sociedad, entre la estructura instintiva y el campo de la conciencia fue
allanada» por los neofreudianos, que han reorientado el psicoanálisis
«hacia la tradicional psicología consciente de textura prefreudiana». O la
de Theodor W. Adorno, el cual critica el optimismo de Karen Horney y los
neofreudianos, pues el hablar «del costado luminoso del individuo y de la
sociedad, y no del sombrío, es exactamente la ideología oficialmente
admitida y respetable», mientras que Freud, con su biologismo y su
pesimismo, «apunta a la verdad sobre unas relaciones de las que nada se dice».
Críticas aparte, debe decirse que la obra de Karen Horney está
enraizada en una de las dicotomías originales del psicoanálisis: la de que
éste, siendo por una parte una teoría crítica del individuo y de la
sociedad, es, por otra, una terapia individual cuya función es adaptadora.
La misión del psicoanálisis como terapia es la de restituir al individuo,
alienado por su neurosis, a la sociedad. Y Karen Horney, que más que
una teórica, quiso ser y fue una excelente terapeuta, enfatizó el lado
clínico del psicoanálisis: aquel cuyo objetivo consiste en sanar al individuo neurótico.