El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño
No obstante, es indudable que su influencia, como la de los otros tres, se exterioriza predominantemente en la selección que aplica a un material psíquico ya formado, incluido en los pensamientos oníricos, así como en el privilegiar ciertas partes de él. Ahora bien, hay un caso en que el trabajo de construirle al sueño una fachada, digamos, le es ahorrado en buena medida por el hecho de que dentro del material de los pensamientos oníricos se encuentra, ya listo, un producto así, que no espera sino que se lo use. A ese elemento de los pensamientos oníricos a que aludo suelo designarlo como «fantasía»; quizá despeje posibles malentendidos si enseguida lo llamo sueño diurno (Tagtraum}, por ser lo análogo al sueño que encontramos en la vida de vigilia. El papel que cumple este elemento dentro de nuestra vida anímica no ha sido aún reconocido ni develado exhaustivamente por los psiquiatras; M. Benedíkt ha iniciado en su apreciación un abordaje que creo promisorio. La importancia del sueño diurno no ha escapado a la penetrante y certera mirada del literato; es de todos conocida la descripción que hace Daudet, en Le Nabab, de los sueños diurnos de uno de los personajes secundarios de ese cuento. El estudio de las psiconeurosis nos depara un sorprendente hallazgo: estas fantasías o sueños diurnos son las etapas previas más inmediatas de los síntomas histéricos -al menos de toda una serie de ellos-; no de los recuerdos mismos, sino de las fantasías construidas sobre la base de ellos, dependen sobre todo los síntomas histéricos. La frecuente emergencia de fantasías diurnas concientes nos pone en conocimiento de estas formaciones; pero así como las hay concientes, son abundantísimas las fantasías inconcientes que tienen que permanecer tales a causa de su contenido y por provenir de material reprimido. Una mayor profundización en los caracteres de estas fantasías diurnas nos enseña que con todo derecho conviene a estas formaciones el mismo nombre que llenan nuestras producciones mentales nocturnas: el nombre de sueños. Tienen en común con los sueños -nocturnos una parte esencial de sus propiedades; su estudio habría podido abrirnos, en verdad, el más directo y mejor acceso para la inteligencia de estos. Como los sueños, ellas son cumplimientos de deseo; como los sueños, se basan en buena parte en las impresiones de vivencias infantiles; y como ellos, gozan de cierto relajamiento de la censura respecto de sus creaciones. Si pesquisamos su construcción, advertimos cómo el motivo de deseo que se afirma en su producción ha descompaginado, reordenado y compuesto en una totalidad nueva el material de que están construidas. Mantienen con las reminiscencias infantiles, a las que se remontan, la misma relación que muchos palacios barrocos de Roma con las ruinas antiguas, cuyos sillares y columnas han proporcionado el material para un edificio de formas modernas. En la «elaboración secundaria», que hemos computado como el cuarto de los factores formativos en relación con el contenido del sueño, reencontramos la misma actividad que en la creación de los sueños diurnos puede exteriorizarse sin la inhibición de otras influencias. Podríamos decir sin vacilaciones que este cuarto factor busca configurar, con el material que se le ofrece, algo semejante a un sueño diurno. Ahora bien, en los casos en que un tal sueño diurno ya se encuentra formado dentro de la trama de los pensamientos oníricos, este factor del trabajo del sueño se apropiará de él con preferencia y hará que llegue al contenido. Hay sueños así, que no consisten sino en la repetición de una fantasía diurna, de una fantasía que quizá permaneció inconciente. Por ejemplo, el del niño que viaja en el carro de combate con los héroes de la guerra de Troya. En mi sueño «Autodidasker» al menos el segundo fragmento es la repetición fiel de una fantasía diurna, en sí inofensiva, sobre mi trato con el profesor N. A la complejidad de las condiciones que el sueño debe satisfacer en su génesis se debe -el que con harta frecuencia la fantasía preexistente constituya sólo un fragmento del sueño, o sólo un fragmento de ella irrumpa en el contenido onírico. En total, la fantasía será tratada después como cualquier otro de los componentes del material latente; pero a menudo es todavía reconocible como un todo en el sueño. En mis sueños suelen presentarse partes que se destacan de las otras por Ja diferente impresión que hacen. Me parecen como fluidas, mejor compaginadas y al mismo tiempo más fugitivas que otros fragmentos del mismo sueño; yo sé que esas son fantasías inconcientes que han llegado al sueño dentro de su trama, pero nunca he logrado fijar una de ellas. Por lo demás, estas fantasías, como todos los otros componentes de los pensamientos oníricos, son comprimidas, condensadas, superpuestas unas con otras, etc.; pero existen gradaciones desde el caso en que se les permite constituir, casi intactas, el contenido del sueño, o al menos su fachada, hasta el caso opuesto en que sólo uno de sus elementos o una alusión remota a uno de ellos están subrogados en el contenido. Evidentemente, también para el destino de las fantasías incluidas en los pensamientos oníricos lo decisivo son las ventajas que puedan ofrecer respecto de las exigencias de la censura y de la compulsión a la condensación. En mi selección de ejemplos para la interpretación de sueños esquivé en lo posible aquellos en que fantasías inconcientes desempeñaban un papel destacado, pues la introducción de este elemento psíquico habría exigido extensas elucidaciones sobre la psicología del pensamiento inconciente. Pero en el presente contexto no puedo omitir del todo a la «fantasía», pues ella con frecuencia llega íntegra al sueño, y con mayor frecuencia todavía este la deja traslucir con nitidez. Por eso quiero citar un sueño que parece compuesto por dos fantasías diferentes, contrapuestas, y que en determinados lugares se cubren una a la otra; de ellas, una es la superficial, y la otra se convierte, por así decir, en la interpretación de la primera. El sueño (es el único del que no poseo anotaciones cuidadosas) reza más o menos así: El soñante -un joven soltero- está sentado en su cervecería, mejor dicho, en aquella donde hace tertulia; entonces aparecen muchas personas que vienen a buscarlo, y entre ellas una que quiere arrestarlo. Dice él a sus camaradas de mesa: «Después pago, enseguida vuelvo». Pero ellos se le mofan: «A esa canción la conocemos, todos dicen lo mismo». Y cuando ya sale, uno de los parroquianos lo despide todavía: «¡Ahí se vuela otro!». Después lo conducen a un local estrecho donde encuentra a una mujer con un niño en los brazos. Uno de sus acompañantes dice: «Es el señor Müller». Un comisario, o algún otro funcionario, revisa un fajo de fichas o de papeles y al hacerlo repite: «Müller, Müller, Müller». Por fin le hace una pregunta, que él responde con un «Sí». Después se vuelve para mirar a la mujer y observa que a ella le ha salido una gran barba. Aquí es fácil separar los dos componentes. El superficial es una fantasía de arresto, y nos parece creación nueva del trabajo onírico. Tras él, empero, es visible un material que ha sufrido una ligera remodelación por el trabajo onírico, la fantasía del casamiento, y los rasgos que pueden ser comunes a ambas se destacan con particular nitidez como en una de esas fotografías mixtas de Galton. La promesa del mozo hasta entonces soltero de que volvería a ocupar su lugar en la tertulia; la incredulidad de sus camaradas, chasqueados ya por muchas experiencias; la despedida: «¡Ahí se vuela (se casa) otro!», son rasgos que con facilidad se entienden en el sentido de la otra interpretación. Lo mismo la palabra «Sí» dada al funcionario. El revisar en una pila de papeles repitiendo el mismo nombre corresponde a un detalle menor, pero bien conocido, de la celebración de los esponsales: la lectura en alta voz de los telegramas de felicitación apilados en montón, y en todos los cuales se dicen los mismos nombres. Con la aparición de la novia en persona en el sueño, la fantasía de casamiento prevaleció sobre la fantasía de arresto que la encubría. Y al hecho de que esta novia, al final, deje ver una barba pude explicarlo por una información -no se llegó a hacer un análisis-: El día anterior el soñante iba caminando por la calle con un amigo, tan reacio al matrimonio como él; en eso llamó su atención sobre una beldad morena que venía hacía ellos, pero el amigo observó: «¡Bah! ¡Si no fuera porque a estas mujeres les salen con los años unas barbas como las de su padre! ». Desde luego, tampoco en este sueño faltan elementos en que la desfiguración onírica ha ejecutado un trabajo más profundo. Así, el dicho «Después pago» puede apuntar a un comportamiento que el soñante teme que adopte su suegro con relación a la dote. Es manifiesto que toda suerte de reparos le impiden entregarse con todo gusto a la fantasía de casamiento. Uno de ellos, que con el casamiento se pierde la libertad, se encarnó en la trasmudación en una escena de arresto. Si ahora atendemos de nuevo al hecho de que el trabajo del sueño se sirve de buen grado de una fantasía que encuentra ya lista, en lugar de componerla a partir del material de los pensamientos oníricos, quizá podamos resolver con esta intelección uno de los enigmas más interesantes del sueño. En [4] relaté el sueño de Maury, quien, alcanzado en la nuca por una varilla, despertó con un largo sueño, una novela completa del tiempo de la Gran Revolución. Puesto que ese sueño nos es presentado como coherente y explicado todo él por el estímulo despertador que sobrevino sin que el durmiente pudiera saberlo, no parece quedarnos sino una hipótesis: que todo este complejo sueño se compuso y tuvo que producirse en el breve lapso que media entre la caída de la varilla sobre las vértebras cervicales de Maury y su despertar, forzado por ese golpe. No nos atreveríamos a atribuir semejante rapidez al trabajo del pensamiento en la vigilia, y así llegaríamos a conceder al trabajo del 6ueño el privilegio de una notable aceleración en su discurrir. En contra de esta conclusión, que muy pronto se hizo popular, nuevos autores (Le Lorrain, 1894 y 1895; Egger, 1895, entre otros) han levantado la más viva objeción. En parte ponen en entredicho la exactitud del informe que Maury da del sueño, y en parte intentan mostrar que la rapidez de nuestro pensamiento de vigilia no le va en zaga a la que puede concederse sin exageración a la operación onírica. La discusión envuelve cuestiones de principio cuya solución no me parece próxima. Pero debo confesar que, por ejemplo, la argumentación de Egger justamente sobre este sueño de Maury, el de la guillotina, no me sonó para nada convincente. Yo propondría la siguiente explicación: ¿Acaso sería tan improbable que el sueño de Maury figurase una fantasía que él conservaba en su memoria ya lista desde hacía años, y que fue evocada -me gustaría decir alu dida- en el momento en que tomó conocimiento del estímulo despertador? De ser así se disiparía en primer lugar toda la dificultad que supone -el que una historia tan larga haya podido componerse, con todos sus detalles, en el brevísimo lapso de que el soñante disponía; ya estaba compuesta. Si esa madera del dosel le hubiera caído a Maury en la nuca estando despierto, quizás habría dado lugar a este pensamiento: «Es justamente como si me guillotinaran». Pero como fue alcanzado por la varilla mientras dormía, el trabajo del sueño aprovechó rápidamente el estímulo que se le ofrecía para producir un cumplimiento de deseo, como si pensara (esto ha de tomarse por entero en el sentido figurado): «Ahora se me presenta una buena oportunidad para hacer verdadera la fantasía de deseo que yo me formé en tal o cual época a raíz de mis lecturas». Me parece indiscutible que la novela soñada se asemeja precisamente a las que suelen formar los jóvenes a raíz de impresiones que les provocan fuerte excitación. ¿Quién no se sentiría cautivado -y tanto más un francés, e historiador de la cultura- por esas descripciones de la época del Terror en que la nobleza, sus hombres y sus mujeres, la flor de la Nación, mostraban cómo se podía morir con ánimo sereno, y aun frente a la cita fatal conservaban la frescura de su espíritu y la finura de sus maneras? ¡Cuán tentador verse en la fantasía en medio de ellos, como uno de esos jóvenes que se despedían de las damas con un besamanos en el momento de subir impertérritos al cadalso! O, si el motivo principal del fantasear fue la ambición, encarnarse en una de aquellas potentes individualidades que por la sola fuerza de sus ideas y de su oratoria llameante dominaban la ciudad en la cual en ese tiempo palpitaba convulsivamente el corazón de la humanidad toda, ellos, los que por convicción enviaban a la muerte a millares de hombres y emprendían la remodelación de Europa, aunque su cabeza no estaba segura y un día caían bajo el filo de la guillotina. ¿No es tentador ponerse en los papeles de los girondinos o del héroe Danton? Que la fantasía de Maury fue de esa índole, una fantasía de ambición, parece indicarlo el rasgo «en presencia de una enorme multitud», conservado en el recuerdo. Ahora bien, a esta fantasía íntegra, lista desde hacía tiempo, no necesitó Maury repasarla mientras dormía; bastó con que, por así decir, ella fuese «tocada». Entiendo lo siguiente: Cuando se atacan un par de compases y alguien, como en el Don Juan, dice: «Son de las Bodas de Fígaro, de Mozart», en mí bulle al unísono un tropel de recuerdos, ninguno de los cuales puede un instante después elevarse a la conciencia. Esa clave actúa como la avanzada desde la cual una totalidad se pone en movimiento a un mismo tiempo. No hace falta que ocurra de otro modo en el pensamiento inconciente. Por el estímulo despertador es excitada esa avanzada psíquica que abre el acceso a la fantasía íntegra de la guillotina. Pero esta no se repasa todavía durmiendo, sino sólo en el recuerdo del que despertó. Despierto, se recuerda ahora en sus detalles la fantasía que se agitó en el sueño como una totalidad. Y no hay medio alguno para asegurarse de que se recuerda realmente algo soñado. Esta explicación, a saber, que se trata de fantasías ya listas que son excitadas como un todo por el estímulo despertador, es aplicable también a otros sueños, sobrevenidos frente a un estímulo así. Por ejemplo, el sueño del cañoneo, que Napole6n tuvo ante la explosión de la máquina infernal. Entre los sueños reunidos por Justine Tobowolska en su tesis sobre las ilusiones de tiempo en el sueño, el más probatorio me parece el que un autor teatral, Casimir Bonjour, relató a Macario ( 1857, pág. 46). . Este hombre quiso asistir una tarde al estreno de una de sus piezas teatrales, pero estaba tan fatigado que se adormeció en su asiento tras bambalinas justo en el momento en que se levantaba el telón. Y dormido repasó los cinco actos íntegros de su pieza, y observó todos los diversos signos de emoción que exteriorizaron los espectadores ante cada una de las escenas. Terminada la representación, se sintió dichoso oyendo aclamar su nombre entre fortísimas salvas de aplausos. De pronto despertó. No quería dar crédito a sus ojos ni a sus oídos: la representación no había pasado de los primeros versos de la primera escena; habría estado dormido a lo sumo dos minutos. No es demasiada osadía sostener, respecto de este sueño, que el repaso de los cinco actos de la pieza teatral y la observación de la conducta del público frente a cada uno de sus pasajes no necesita provenir de una producción nueva que el soñante hizo dormido, sino que puede repetir un trabajo de la fantasía ya consumado en el sentido que indicamos. Como carácter común a los sueños que exhiben un discurrir acelerado de las representaciones, Tobowolska y otros autores destacan que parecen particularmente coherentes, disímiles de otros sueños, y que el recuerdo que se tiene de ellos es más sumario que detallado. Pero serían estas, justamente, las características que convendrían a esas fantasías ya listas, tocadas por el trabajo del sueño -conclusión que, sin embargo, los autores no extraen-. No quiero afirmar que todos los sueños de despertar admitan esta explicación ni que el problema del decurso acelerado de las representaciones en el sueño quede así resuelto por completo. Es inevitable que nos ocupemos aquí del vínculo entre esta elaboración secundaria del contenido onírico y los [restantes] factores del trabajo del sueño. ¿Ocurren las cosas de suerte que los factores que plasman al sueño el afán de condensación, la compulsión a escapar de la censura y el miramiento por la figurabilidad dentro de los recursos psíquicos del sueño forman primero, a partir del material, un contenido onírico provisional, y este es remodelado con posterioridad hasta satisfacer en todo lo posible los requisitos de una segunda instancia? Es harto improbable. Más bien hemos de suponer que los requerimientos de esa [segunda] instancia establecen desde el comienzo mismo una de las condiciones que el sueño está obligado a satisfacer, y que esta condición, junto con las otras, que son la condensación, la censura de la resistencia y la figurabilidad, influye al mismo tiempo sobre el material en bruto de los pensamientos oníricos por vía de inducción y de selección. Ahora bien, entre esas cuatro condiciones de la formación del sueño, la que hemos averiguado en último término aparece como la de requerimientos menos compulsivos para el sueño. Esta función psíquica que emprende la llamada elaboración secundaria del contenido onírico parece idéntica al pensamiento de vigilia. Es lo que resulta, con mucha probabilidad, de la siguiente consideración: Nuestro pensamiento despierto (preconciente) se comporta hacia un material perceptivo cualquiera de idéntico modo que lo hace esta función hacia el contenido onírico. Le compete, desde luego, poner orden en ese material, establecer relaciones y adecuarlo a la expectativa de una trama inteligible. Más bien nos excedemos en ello; los trucos del prestidigitador nos engañan porque se apoyan en este hábito intelectual nuestro. En el afán de componer de manera inteligible las impresiones sensoriales que se nos ofrecen, a menudo incurrimos en los más extraños errores o aun falseamos la verdad del material que nos es presentado. Las pruebas que vienen al caso son demasiado conocidas por todos como para que se requiera exponerlas por extenso. En la lectura saltamos los errores de imprenta que alteran el sentido creándonos la ilusión de que el texto es el correcto. Dicen que el jefe de redacción de un diario francés muy leído hizo esta apuesta: en todas las frases de un largo artículo haría intercalar al tipógrafo un «delante» o un «detrás» sin que ninguno de los lectores lo notase. Y ganó la apuesta. Un ejemplo cómico de falsa conexión se me ofreció hace algunos años leyendo una gaceta. Después de aquella sesión del Parlamento francés en que Dupuy disipó con las animosas palabras «La séance continue» el pánico que había sembrado en la sala la bomba arrojada por un anarquista, los que asistían a la barra fueron citados como testigos para que depusiesen sus impresiones sobre el atentado. Entre ellos había dos personas de provincia; una contó que al terminar un discurso él había percibido bien una detonación, pero creyó que en el Parlamento era costumbre, cada vez que un orador dejaba el uso de la palabra, disparar un tiro. El otro sujeto, que probablemente ya había oído varios discursos, coincidió en el mismo juicio, pero con esta variante: el tiro era una señal de aprobación, y sólo se disparaba después de discursos particularmente logrados. No es, por tanto, otra instancia psíquica, sino nuestro pensamiento normal el que aborda el contenido onírico con la exigencia de que sea inteligible, lo somete a una primera interpretación y por esa vía origina el total malentendido del mismo. Queda para nuestra interpretación el siguiente precepto: a esa coherencia aparente del sueño hemos de desdeñarla, en todos los casos, como de origen sospechoso y emprender, así respecto de lo claro como de lo confuso, idéntico camino de retroceso hasta el material onírico. Y con esto averiguamos aquello de lo cual depende esencialmente la escala de cualidades de los sueños, ya referida en [4], y que va desde la confusión hasta la claridad. Claras nos aparecen aquellas partes del sueño en que la elaboración secundaria consiguió algo, y confusas aquellas otras donde fracasó el poder de esta operación. Y puesto que las partes confusas del sueño son asimismo, con harta frecuencia, las menos vívidamente perfiladas, tenemos derecho a inferir que el trabajo secundario del sueño aporta algo también a la intensidad plástica de los diversos productos de este. Obligado a buscar en alguna parte un término de comparación para la plasmación definitiva del sueño, tal como resulta después que cooperó en ella el pensamiento normal, no se me ofrece otro que aquellas inscripciones enigmáticas con que la Fliegende Blätter ha entretenido por tanto tiempo a sus lectores. Sobre cierta frase, tomada de un dialecto para mayor contraste, y del significado más chusco posible, se propone despertar la expectativa de que contiene una inscripción latina. Para ese fin los elementos de las palabras, las letras, son separados de su articulación en sílabas y ordenados de nuevo. Aquí y allí aparece una genuina palabra latina, en otros lugares creemos estar frente a abreviaturas de ellas, y en otros todavía, llevados por la ilusión de unas partes que habrían sido obliteradas o unas lagunas en la inscripción, nos dejamos engañar por la falta de sentido de las letras así aisladas. Si no queremos caer en el lazo, tenemos que hacer a un lado todos los requisitos de una inscripción, considerar las letras mismas y, despreocupándonos del ordenamiento ofrecido, componerlas en palabras de nuestra lengua materna. La elaboración secundaria es el factor del trabajo del sueño en que repararon la mayoría de los autores, justipreciando su importancia. Con amena plasticidad describe Havelock Ellis su modo de operar (1911a, «Introducción»): «Podemos imaginar de hecho que la conciencia dormida se dice entre sí: «Aquí viene nuestro amo, la conciencia de vigilia, que atribuye un valor enorme a la razón, la lógica, etc. ¡Rápido! Acomoda las cosas, ponlas en orden -cualquier orden servirá- . . . antes que ella entre para tomar posesión»». La identidad de este modo de trabajo con el del pensamiento de vigilia es afirmada en términos particularmente claros por Delacroix ( 1904, pág. 926): «Cette fonction d’interprétation n’est pas particulère au rêve; c’est te même travail de coordination logique que nous faisons sur nos sensations pendant la veille». J. Sully [1893, págs. 355-6] sostiene la misma concepción. También Tobowolska (1900, pág. 93): «Sur ces successions incohérentes d’hallucinations, l’esprit s’eIforce de faire le même travail de coordination logique qu’il fait pendant la veille sur les sens ations. Il relie entre elles par un lien imaginaire toutes ces images décousues et bouche les êcarts trop grands qui se trauvaient entre elles». Otros autores dicen que esta actividad ordenadora e interpretadora comienza cuando todavía se sueña y es proseguida en la vigilia. Así, Paulhan (1894, pág. 546): «Cependant j’ai souvent pensé qu’il pouvait y avoir une certaine déformation, ou plutôt reformation, du rêve dans le souvenir. ( … ) La tendence systématisante de l’imagination pourrait fort bien achever après le réveil ce qu’elle a ébauché pendant le sommeil. De la sorte, la rapidité réelle de la pensée serait augmentée en apparence par les perfectionnements dus à l’imagination éveillée». Bernard-Leroy y Tobowolska (1901, pág. 592): «Dans le rêve, au contraire, Vinterprétation et la coordínation se font non seulement à l’aide des données du réve, mais encore à l’aide de celles de la veille …». Era ineludible entonces que se sobrestimase la importancia de este factor de la formación del sueño, el único reconocido, y que se le atribuyese toda la operación de crear el sueño. Esta creación se cumpliría en el momento del despertar, según supusieron Goblot (1896 [págs. 288-91) y, de manera más decidida, Foucault (1906), quienes adscriben al pensamiento de vigilia la capacidad de formar el sueño a partir de los pensamientos que emergieron mientras se dormía. Bernard-Leroy y Tobowolska ( 1901 ) dicen acerca de esta concepción: «On a cru pouvoir placer le rêve au moment du réveil, et íls ont attribué à la pensée de la veille la fonction de construire le rêve avec les images présentes dans la pensée du sommeil». Luego de esta apreciación de la elaboración secundaria, pasaré a considerar un nuevo elemento que contribuye al trabajo del sueño, señalado por las finas observaciones de H. Silberer. Como ya mencioné en otro lugar, Silberer ha sorprendido por así decir en flagrante la trasposición de los pensamientos en imágenes, forzándose a desarrollar una actividad mental en estados de fatiga y somnolencia. En tales circunstancias ese pensamiento así elaborado se le escapaba, y en su lugar se instalaba una visión que resultaba ser el sustituto de ese pensamiento las más de las veces abstracto. (Véanse los ejemplos de las páginas citadas.) Ahora bien, en estos experimentos sucedía que la imagen emergente, equiparable a un elemento onírico, figuraba algo diverso del pensamiento en espera de elaboración, a saber: la fatiga misma, la dificultad o el displacer frente a ese trabajo; por tanto, el estado subjetivo y el modo de funcionamiento de la persona que se afana, en lugar del objeto de su empeño. Silberer llamó a este caso, que a él le sobrevenía con mucha frecuencia, el «fenómeno funcional», por contraste con el «fenómeno material» que sería de esperar. Por ejemplo: «Después de almorzar estoy echado, en extremo somnoliento, en mi sofá, pero me fuerzo a reflexionar sobre un problema filosófico. Procuro comparar las opiniones de Kant acerca del tiempo con las de Schopenhauer. No logro, por mi estado de somnolencia, retener una junto a la otra las dos líneas de pensamiento, lo cual es indispensable para la comparación. Después de muchos intentos vanos, me grabo otra vez con toda la fuerza de mi voluntad la deducción de Kant, a fin de aplicarla después al planteo de Schopenhauer. Acto seguido dirijo toda mi atención a este último; y ahora, cuando quiero volver a Kant, encuentro que se me ha escapado de nuevo, y en vano me empeño por recobrarlo. Este vano empeño por reencontrar ahora los legajos de Kant, traspapelados en algún lugar de mi mente, me es figurado de pronto, teniendo yo cerrados los ojos, como símbolo plástico- intuible, semejante a una imagen onírica: Pido una información a un secretario gruñón que, inclinado sobre un escritorio, hace oídos sordos a mi insistencia. Incorporándose a medias, me mira enfadado y me la rehúsa». (Silberer, 1909, págs. 513-4. [Las bastardillas son de Freud. 1 ) Otros ejemplos referidos a la oscilación entre el dormir y el estar despierto: «»Ejemplo nº 2. Condiciones: Es de mañana, a la hora de despertar. En un cierto estado de adormecimiento (estado crepuscular), reflexionando sobre un sueño anterior, y por así decir resoñándolo o retornándolo, siento que ya se me acerca la conciencia de vigilia, pero yo quiero permanecer todavía en el estado crepuscular. »»Escena: Doy un paso metiendo un pie en un arroyo, pero lo retiro enseguida, y me propongo quedarme de este lado»». (Silberer, 1912, pág. 625.) «»Ejemplo nº 6. Condiciones similares a las del ejemplo nº 4. (Quiero permanecer acostado otro poco, sin dormirme hasta tarde.) Quiero entregarme todavía otro poco al sueño. »»Escena: Me despido de alguien y concierto con él (o con ella) volver a encontrarnos enseguida»». El «fenómeno funcional», la «figuración del mundo de los estados en vez del mundo de las cosas», fue observado por Silberer en lo esencial bajo las dos condiciones del adormecerse y del recobrar el sentido. Es fácil comprender que respecto de la interpretación de los sueños sólo interesa el segundo caso.