Abuso, sujeto y sociedad

Abuso, sujeto y sociedad

Por Yago Franco

El abuso como mercancía

El llamado abuso circula como noticia, como tema, generando en el público una atracción irrenunciable. Abundan las noticias, los artículos y notas de ―especialistas‖ referidos al abuso en las escuelas, en el trabajo, en los hogares… Transformado en mercancía massmediática, es decir, en objeto de consumo, circula en nuestra cultura también como objeto de precisiones y definiciones jurídicas. Siendo un tema para nada ajeno al psicoanálisis – como veremos más adelante – es indudable que debemos saludar el hecho de que el abuso sexual, el abuso en general (como el relativo a la temática de la violencia, incluyendo la de género), se haya instalado como tema y sea ya un capítulo cada vez más relevante en los códigos jurídicos, y merezca tratamiento cotidiano y reconocimiento social, dándole así amparo sobre todo a niños y mujeres, que carecieron del mismo durante mucho tiempo. Y esperamos que en breve otros abusos denunciados desde hace años, y otros muy evidentes pero que circulan bajo la ―vista gorda‖ del poder y por qué no, de buena parte de los habitantes de nuestras sociedades, sean también tomados en consideración y evitados. Pero para que esto último se produzca, nuestras sociedades deberían alterarse al punto de dejar de ser lo que son, para devenir en algo muy diferente. La explotación de una clase social a manos de otra, la sumisión en la pobreza e indigencia, y ahora la directa expulsión hacia las márgenes (exclusión) de muchos ciudadanos, y las implicancias de la llamada ―flexibilización laboral‖, son una clara muestra de un abuso que se pasea ante nosotros día tras día; ni que hablar del abuso al que son sometidos inmigrantes tomados como mano de obra esclava, sometidos a servidumbre. La trata de niños y mujeres (que ocupa cada vez más espacio en los mass media) parece ser la versión actual del tráfico de esclavos.

La circulación del tema del abuso como una mercancía mediática más puede hacerle perder precisión y ahogar preguntas y alejar dudas que sería beneficioso mantener. La pregunta de por qué atrae tanto la temática del abuso, y por qué este está tan presente (al incluir sobre todo las diversas formas que hemos citado), tiene dos niveles de respuesta posibles. Uno es tomando en consideración la situación de origen del sujeto, y el otro referido al modo de ser de la sociedad actual.

Infancia, asimetría y abuso

El psicoanálisis inicia su recorrido con un descubrimiento: detrás de los ataques histéricos se hallaban escenas de abuso sexual infantil que el sujeto había reprimido. El recuerdo de éstos hacía desaparecer la sintomatología. Pero otro descubrimiento, el del papel de la fantasía, le dará una nueva dimensión, ya que se tratará de la aparición de la producción de recuerdos encubridores y fantasmas diversos, en medio de la realización de una tragedia de la subjetividad humana, que tomará el nombre de complejo de Edipo. Pero esto hizo olvidar a muchos psicoanalistas que la consideración del fantasma no implicaba abolir la idea de realidad histórica. Todo se hizo entonces más complejo: tanto que la práctica analítica oscila muchas veces entre la reconstrucción de hechos ocurridos en la infancia del sujeto – reprimidos – hechos de abuso sexual, moral, violencia en general ejercida contra el sujeto; y aquellos casos que Freud descubriera cuando dijo que ya no podía creer en su neurótica: escenas de seducción y/o maltrato que se correspondían en realidad con fantasmas creados en el caldero de las pasiones edípicas.

Recordemos nuevamente que el humano nace en una situación de desamparo que lo hace depender absolutamente de la asistencia ajena. Es una relación asimétrica (P. Aulagnier) – y será el prototipo de toda relación de asimetría – en la que talla no solamente la dependencia respecto del otro en relación a lo autoconservativo, sino también la dependencia respecto del deseo de ese otro; un deseo que se vehiculiza a través del abrigo, el alimento, el buen trato, el miramiento, estableciendo así un dispositivo socializador por excelencia: la ternura (F. Ulloa), en el cual el mundo pulsional materno se sublima. Pero –agreguemos- sin impedir que una parte de lo pulsional se haga presente, disrumpiendo, generando un excedente de excitación inmetabolizable en principio, y dando origen a la extraña sexualidad humana. Sexualidad desfuncionalizada, que no conoce de objetos precisos y fijos, sexualidad que se desplaza y se liga a zonas (erógenas), creadas en ese estado de encuentro. Algo quedará girando, locamente, en la psique del infante. Este desorden pulsional se ordenará mediante la represión originaria: lo que a su vez depende en buena medida de que los objetos primordiales hayan sido alcanzados por la misma y por las del final del Edipo.

La peste del psicoanálisis

Convengamos en que el psicoanálisis ha sido siempre una suerte de mensajero de mensajes escandalosos: que nuestra psique tiene otra escena plenamente activa y en buena medida determinante de nuestra vida cotidiana; que nos habitan deseos parricidas, filicidas, fratricidas; que nuestra sexualidad es perversa y polimorfa – por lo menos en la infancia – y se dirige también a los integrantes del grupo familiar; y esto último va de la mano de lo que Freud sostiene en Tres ensayos para una teoría sexual: los padres son los primeros seductores. Si el infante es un perverso polimorfo, lo es en buena medida a consecuencia del encuentro con la sexualidad paterna. Entonces, quien asiste al infante lo baña en un campo de significaciones y lo intrusa con su sexualidad (entendemos que una sexualidad que ha atravesado la represión, pero que envía mensajes que escapan al propio emisor), pero también le debe ofrecer modelos de metabolización de la misma: esa capacidad identificada con la cual el sujeto hallará modos sublimatorios (L. Hornstein).

Esta situación de desamparo será la que se reactualice ante una situación de abuso, en la cual el sujeto queda a merced de otro. Y también puede ser tomada como causa de la fascinación, rechazo e interés que produce: reactivación de una marca de origen. Finalmente, este desamparo estructural da lugar a estrategias de poder, de un sujeto sobre otro, o del poder instituido sobre el colectivo social.

Así, desde el psicoanálisis se puede sostener que el abuso consiste en que el infans ha devenido en objeto de goce (sexual, pero también agresivo) de otro que se aprovecha de una relación de asimetría. Pero ya fuera del momento de la infancia, hablaremos de abuso allí cuando favorecido por una situación de poder el sujeto sea sometido por el otro que aprovecha de su indefensión. También puede ser sometido por una de las expresiones del Otro: el poder instituido. Tal como ocurre – entre otros casos – en el totalitarismo y en el terrorismo de estado

En todos estos casos se produce en una situación que Fernando Ulloa denomina encerrona trágica: desamparo que se produce al depender el sujeto de otro, y sin la presencia de un tercero de apelación.

Así es que el espacio socio-cultural puede incidir sobre esa marca que la asimetría estructurante de origen ha dejado, produciendo dispositivos de sometimiento que hallen anclaje en la misma.

Abuso y sociedad. La cuestión de la alteridad

Como sabemos, el espacio socio-cultural debe proveer de modelos identificatorios y de objetos obligados de la sublimación (C. Castoriadis), que a su vez transmiten las significaciones que hacen al ordenamiento de dicho espacio. Formando parte del magma de significaciones que ofrece la sociedad, están las referidas al lugar del otro, las que señalan aquellos tipos de lazos que la sociedad inviste como ideales, y también los que son rechazados. Tienen que ver con la ética que rige los lazos, ética instituida social e históricamente. En este punto es necesario realizar una advertencia: esto está en manos del colectivo en tanto anónimo, y es un campo de luchas y hegemonías. Hay modelos que triunfan, significaciones contrarias, que plantean incoherencia, conflicto, etc. en el campo de lo social.

Recordemos que Freud sostiene que el otro siempre está integrado a la vida psíquica, sea como modelo, objeto, rival o ayudante, y el modo de relación puede además seguir el modelo anaclítico o narcisista: si bien, finalmente se trata de predominancias, de formas mixtas y variables en cada sujeto, dependiendo además de momentos de su vida, de acontecimientos, etc.; y resaltemos que además esto está enlazado con los modelos que la sociedad propone, y, como veíamos, con los ideales de ésta. Así, es necesario preguntarse qué modelo de lazo don el otro predomina en una cultura. Breve digresión: en la clínica nunca es superflua la interrogación sobre qué lugar le es dado al otro por quien consulta, o en qué lugar tiende este a ubicarse en relación a los otros.

Superación de la exterioridad recíproca y alteridad

Es importante resaltar lo siguiente: la humana es la única especie que ha conseguido superar la exterioridad recíproca (C. Castoriadis) por compartir un mundo de significaciones, lo que permite la ―comunicación‖: aquello que hace posible establecer un lazo (aunque siempre en el límite de lo fallido, lo que a su vez es exigencia de trabajo para el lazo, para sostenerlo). Esta superación de la exterioridad recíproca es la base que permite el reconocimiento de la alteridad, largo proceso que necesita de significaciones sociales, que podrán reforzar o no el narcisismo. El abuso es la abolición de la superación de dicha exterioridad: es rechazada la diferencia en tanto amenaza para la identidad del sujeto, y el otro debe ser sojuzgado, sometido, suprimido. Es evidente la existencia de significaciones que podrán reforzar o no el rechazo o la aceptación. Pero es necesario resaltar que la dimensión del otro deviene plena cuando ya no se trata de la llamada aceptación de la diferencia – como viene machacando el discurso “políticamente correcto” – sino de algo más radicalmente profundo: la aceptación de que el propio sujeto es también diferente, que es la diferencia lo que nos caracteriza. Yo soy el diferente del otro, aseveración que debe coexistir con soy el semejante. Coexistencia imposible sobre la que pivotea de modo inestable el lazo humano. Porque, en el discurso políticamente correcto, siempre las diferencias que hay que aceptar son las del otro. Sería risible esta posición, abonada de ―buenas intenciones», si no enmascarara una profunda descalificación del otro en tanto otro, sostenida mediante formaciones reactivas.

Digamos entonces, que el abuso es la abolición del otro, su degradación a la calidad de objeto, de objeto de la pulsión: intercambiable, parcializable, manipulable, etc. Y es en este punto que nos encontramos con una cultura que entre sus significaciones contiene la del consumo como ideal. Ingenuos seríamos si pensáramos que esto no formatea de alguna manera los lazos.