Actualidad: Deshoras, tiempos inoportunos.

Cuando Freud escribió, en 1908, “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, el padecimiento neurótico era el correlato indeseado de las restricciones y renuncias impuestas a los individuos, en el campo de la satisfacción sexual.  No hay cultura sin esa renuncia pero, por eso mismo, el malestar y el síntoma son inherentes a ella. Años después, en El malestar en la cultura, Freud desarrolla las raíces pulsionales de la figura del Superyó y su mandato de renuncia. La instancia psíquica, que subroga en lo íntimo la prohibición del incesto ordenando el campo sexual para el sujeto, es también ese lugar éxtimo desde donde parte una exigencia de renuncia, que encierra en sí misma una satisfacción mortífera y paradójica anudada a la pulsión de muerte. El malestar contemporáneo poco tiene que ver con la renuncia, pero sí con el Superyó como ley insensata que ordena gozar y martiriza a los sujetos por no gozar lo suficiente y aún más. El dispositivo y la ética analítica tienen como brújula la idea de que “no hay en lo humano objeto adecuado para la satisfacción sexual”: una forma posible de enunciar la castración como falta estructural. Fundamento a la vez de la satisfacción sexual como no-toda, y de sus recubrimientos y suplencias en el campo del deseo y del amor. En lo contemporáneo, cierta dimensión de la perversión abordada por Lacan se articula al imperio del discurso capitalista y la ciencia, produciendo un rechazo de la castración y del amor. Da cuenta de ello  el empuje actual, superyoico, al encierro autoerótico del sujeto con los objetos ofrecidos en el mercado como “solución para todos” al agujero en la existencia. También algo de la clínica actual lo testimonia: más cerca de la inhibición, el pánico como nombre de la angustia traumática y las perturbaciones a nivel del acto. Lacan retoma la distinción freudiana entre el síntoma, la inhibición y la angustia, y en su última enseñanza, hace pie allí para arribar con los nudos a la conceptualización del sinthome. No voy a adentrarme en esto, que excede las posibilidades y el interés de este trabajo. Pero sí quisiera ubicar que en la elaboración freudiana de 1926, el síntoma queda ubicado como solución a la irrupción siempre traumática de la pulsión en el hablante. Solución y sentido que, anudándose a la realidad psíquica fantasmática, constituye una defensa frente a lo fuera de sentido.

Pequeño caleidoscopio de la vida cotidiana y de una clínica actual

Comparto con ustedes algunas inquietudes y preguntas surgidas de la práctica en la época en los últimos años…

Detengo la mirada en el crecimiento de las consultas por los niños: cada vez a más corta edad, con diagnósticos e indicaciones terapéuticas ya pautadas por un pediatra o un neurólogo. Niños inhibidos o demasiado agitados. Rechazando el lazo con el otro o instalados en la tiranía de la demanda sin límites. Niños aburridos o hipnóticamente entretenidos con la pantalla. Bombardeados de información pero empobrecidos en su curiosidad de saber.

En otra cara del prisma me sorprende la transformación de la escuela, institución tradicionalmente productora de infancia y subjetividad. Una paciente, dedicada a los seguros en el campo de la educación, me comenta con felicidad el éxito, entre docentes y directivos de las instituciones escolares, de los seminarios dictados por su compañía sobre “accidentología”. Me anticipa además, como primicia, el próximo lanzamiento de un seguro contra “bullyng”, ante el marcado crecimiento de las demandas civiles de los padres hacia las escuelas. Docentes y padres preocupados por los accidentes y la violencia en tanto riesgos calculables,  evitables y mensurables económicamente.

Frente a la tendencia a reducir al niño y sus manifestaciones a un riesgo, un trastorno, un factor de la economía de mercado y un elemento de las políticas públicas para la prevención del delito (como  muestra el documental francés La infancia bajo control), me pregunto: ¿qué lugar queda para el niño en su valor libidinal como objeto en el malentendido de los goces de quienes le dieron origen? ¿De qué manera puede un niño hoy enredarse en las marcas de la lengua y trenzarlas como destino novelado? En esta época de paternidad reglada y evaluada, ¿cómo se las arregla un niño para inventarse un padre que en tanto función le permita acceder al goce en una versión propia?

Del déficit y el retraso a una decisión: Un niño de 4 años es derivado por el pediatra con indicación de terapia cognitivo conductual y diagnóstico de Déficit atencional y retraso en el lenguaje. En la entrevista inicial con los padres, queda clara la permanente “tensión” y pelea entre ellos y la escasa “atención” que el niño logra convocar en la escena. En los encuentros con él surge algo inesperado cuando una intervención sanciona su demora en hablar como un “no querer hablar”. El lazo transferencial se inaugura entonces con un pedido de que le lea un libro titulado “Palabrerío”, y a partir de allí la escena del juego se despliega…

De lo ilimitado de la angustia a algún invento: Los padres de N., de 6 años, consultan preocupados por el miedo a dormir solo y los enojos que el niño presenta. Ubican que en el último año y medio coinciden una mudanza, el nacimiento de una hermana y el inicio de la escolaridad primaria en un nuevo colegio. Mientras la madre sugiere la posibilidad de que “algo” (del orden del abuso sexual) haya sucedido dentro de la escuela, el padre solicita algunos “tips” para manejar la cuestión de los límites. N. pide siempre “uno más” (de lo que sea) y ellos consideran que deben darle todo lo que puedan (en términos de objetos). Cuando pregunto sobre esto, el padre me interpela: “Ah, vos sos partidaria de la mano dura”, y luego pregunta si es “normal” que un niño de 6 años pida ser abrazado y busque el contacto corporal.

N. plantea que viene porque sus padres “no saben qué hacer con él”. Y él, no sabe cómo hacer con lo que ve, piensa y sueña. Una serie de dibujos sobre sus sueños irá ordenando el campo de lo visible y lo angustiante que allí se presenta, al localizar a partir de la oscuridad el miedo a un “monstruo enojado adentro”. Este primer giro le permitirá empezar a formular sus propios enojos. Y en un segundo movimiento, el monstruo dejará su lugar a las “cucarachas” como objeto del miedo, y esbozo del remiendo fóbico del padre…

Entonces… aún el Psicoanálisis

Lejos de todo pesimismo melancólico y de toda fascinación por el progreso, el psicoanálisis sigue sosteniendo una ética que, orientada por el desarreglo estructural inherente a la condición sexuada del hablante, recupera la dignidad de los arreglos que cada uno puede producir para remendar ese agujero en el ser y habitar la vida.

*Este trabajo fue presentado en las II Jornadas Nacionales de Salud Mental, Mar del Plata, 12 y 13 de septiembre de 2014.

Referencias bibliográficas

ARAMBURU, J. (2004). El deseo del analista. Buenos Aires: Editorial Tres Haches.

ASSEF, J. (2013). La subjetividad hipermoderna. Buenos Aires: Grama.

BAUMAN, Z. y DESSAL, G. (2014) El retorno del péndulo. Sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido. Madrid: FCE.

FREUD, S. (1908) La Moral Sexual ‘Cultural’ y la Nerviosidad Moderna. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.

FREUD, S. (1930) El Malestar en la Cultura. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.

FREUD, S.: (1926) Inhibición, Síntoma y Angustia. Amorrortu, Bs. Aires, 1986.

ONS, S. (2009) Violencia/s. Buenos Aires: Paidós.

TORRES, M. y otros (2013). Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación. Buenos Aires: Grama.

Notas

[1] Aramburu, J. (2000). El deseo del analista. Editorial Tres Haches, pág. 310.

** Gabriela Cuomo. Lic. en Psicología (UBA). Docente de las cátedras Psicoanálisis Freud I y Construcción de los Conceptos Psicoanalíticos (UBA). Integrante de la Subcomisión Científica del Colegio de Psicólogos de la provincia de Buenos Aires.

Fuente: Revista INTERSECCIONES PSI – Año 4º, Edición 12