ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE «LA ORESTIADA» (1963): Melanie Klein contin.1

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE "LA ORESTIADA"
(1963)
: Melanie Klein contin.1

(El hecho de que Apolo sea promiscuo no es incompatible con su complejo
edípico invertido.) En cambio ensalza a Atena, quien prácticamente carece
de atributos femeninos y está totalmente identificada con el padre. Al mismo
tiempo, la admiración que siente por su hermana mayor también puede
indicar la existencia de una actitud positiva hacia la figura materna, o sea que
encontramos también algunos signos de un complejo edípico directo.
La bondadosa y servicial Atena -que nunca tuvo madre, pues brotó
del cerebro de Zeus- no exhibe hostilidad alguna hacia las mujeres, pero yo
me inclinaría a pensar que dicha falta de rivalidad y de odio tiene alguna
relación con el hecho de haberse ella adueñado del padre, el cual
correspondió a su afecto haciéndola ocupar un lugar de privilegio entre
todos los demás dioses y convirtiéndola en su favorita. Su total sumisión y
dedicación a Zeus puede tomarse como expresión de su complejo edípico,
y tal vez la aparente ausencia de conflictos que encontramos en ella se deba
al hecho de haber volcado todo su afecto en un único objeto.
También el complejo edípico de Orestes se manifiesta en diversos
pasajes de la Trilogía. Reprocha a su madre el haberlo abandonado y
expresa su resentimiento contra ella. Sin embargo, hay algunos indicios de
que su relación con la madre no fue enteramente negativa. Es evidente que
Orestes atribuye valor a las libaciones que Clitemnestra ofrece a Agamenón
porque está convencido de que son una forma de revivir al padre. Cuando
su madre le recuerda cómo lo amaba y lo amamantaba cuando era bebé, él
siente que su decisión de matarla comienza a flaquear y debe recurre a su
amigo Pílades para que lo aconseje. También hay señales de que siente
celos, lo cual indica una relación edípica positiva: el desconsuelo de
Clitemnestra por la muerte de Egisto y el amor que le profesa enfurecen a
Orestes. Es bastante frecuente durante la situación edípica que el odio al
padre sea desviado hacia otras persona, tal como puede advertirse, por
ejemplo, en el odio que siente Hamlet hacia su tío5. Orestes ha idealizado a
su padre, y suele ser más fácil reprimir la rivalidad y el odio hacia un padre
muerto que hacia uno que aún vive. Su idealización con respecto a la
grandeza de Agamenón -que Electra comparte- lo impulsa a negar que aquél
hubiera sacrificado a Ifigenia y demostrado una insensibilidad absoluta para
con los sufrimientos de los troyanos. Al admirar a Agamenón, Orestes se
identifica también con el padre idealizado, y es así como muchos hijos
logran superar su rivalidad con la grandeza del padre y su envidia hacia él.
Estas actit udes, reforzadas por el abandono de la madre, así como por el
hecho de que ésta hubiera asesinado a Agamenón, forman parte del
complejo edípico invertido de Orestes.
Ya señalé anteriormente que Orestes estaba relativamente exento de
hubris y, pese a su identificación con el padre, era más propenso a los
sentimientos de culpa. Su congoja luego del asesinato de Clitemnestra
representa, en mi opinión, la ansiedad persecutoria y los sentimientos de
culpa que forman parte de la posición depresiva. Parecería que se impone la
interpretación de que Orestes padecía una enfermedad maníaco-depresiva –
Gilbert Murray la denomina locura- a causa de sus excesivos sentimientos
de culpa (encarnados por las Furias). Por otra parte, cabe también suponer
que Esquilo no hace sino mostrarnos, como a través de una lente de
aumento, un aspecto del desarrollo normal, ya que ciertos rasgos
fundamentales de la enfermedad maníaco-depresiva no parecen ser
demasiado operativos en Orestes. A mi juicio, éste exhibe un estado mental
que considero característico de la transición entre la posición esquizoparanoide
y la depresiva, periodo en el que la culpa se vive
fundamentalmente como persecución. Cuando la posición depresiva se
alcanza y se elabora -lo cual está simbolizado en la Trilogía por el cambio
de actitud de Orestes frente al Areópago-, predomina la culpa y la
persecución se debilita.
5 Véase Ernest Jones, Hamlet and Oedipus (1949)
La obra me sugiere que Orestes es capaz de superar sus ansiedades
persecutorias y elaborar la posición depresiva porque jamás renuncia a la
imperiosa necesidad de purificarse de su crimen y de regresar a su pueblo al
que, presumiblemente, desea gobernar en forma benévola. Estas intenciones
señalan el impulso a reparar, que es característico de la conquista de la
posición depresiva. Su relación con Electra, la cual moviliza su compasión
y su amor; el hecho de que su esperanza se mantenga incólume pese a las
aflicciones; y toda su actitud frente a los dioses, en particular su gratitud
hacia Atena; todo esto indica que se ha logrado una internalización
relativamente estable del objeto bueno, y se han echado las bases para su
desarrollo normal. Cabe conjeturar que, en la fase más temprana, dichos
sentimientos existían de alguna manera en la relación con su madre, porque
cuando Clitemnestra le recuerda:
"Detente, ¡oh hijo! Respeta, hijo de mis entrañas, este pecho sobre el
cual tantas veces te quedaste dormido, mientras mamaban tus labios la leche
que te crió…",
Orestes depone la espada y vacila. El amor que la nodriza le profesa
sugiere que existió, durante su infancia, un intercambio de afecto. Tal vez
fuera un sustituto materno, pero es posible que, hasta determinado
momento, esta relación afectuosa se diera también con la madre. El
padecimiento físico y mental que significó para Orestes el tener que huir de
un rincón al otro de la tierra nos proporciona una imagen viva de los
sufrimientos que se experimentan cuando la culpa y la persecución están en
su apogeo. Las Furias que lo persiguen y lo acosan son la personificación
de la conciencia culpable, y no aceptan por excusa el hecho de que el
crimen fuera cometido obedeciendo una orden. He sugerido previamente
que, cuando Apolo le impuso ese mandato, estaba encarnando la crueldad
del propio Orestes y, desde este punto de vista, comprendemos por qué las
Furias hacen caso omiso del hecho de que Apolo le había ordenado que
cometiera el asesinato, puesto que es propio del superyó implacable no
perdonar la destructividad.
La naturaleza inexorable del superyó y las ansiedades persecutorias
que provoca se expresan, a mi juicio, en el mito helénico de que el poder de
las Furias perdura incluso después de la muerte. Esto es considerado como
una forma de castigar al pecador, y constituye un elemento común a la
mayoría de las religiones. En Las Euménides, Atena dice:
"… Mucho puede, en verdad, la venerada Erina con los dioses del
cielo y con los que habitan las mansiones infernales…"
Las Furias también alegan que
"A aquellos mortales insensatos que se hacen reos y autores de
crimen, yo les he de servir de cortejo hasta que desciendan a las mansiones
infernales, y todavía no se han de ver libres de mí ni con la muerte".
Otro aspecto que es propio de las creencias helénicas es la necesidad
de vengar a los muertos cuando su muerte ha sido violenta. Yo me inclinaría
a sugerir que dicho reclamo de venganza es fruto de tempranas ansiedades
persecutorias, las cuales se ven reforzadas por los deseos de muerte que el
bebé experimenta hacia los padres, y socavan su seguridad y su
satisfacción. Así, el enemigo que ataca se convierte en personificación de
todos los males que el bebé supone se abatirán sobre él como retaliación
por sus impulsos destructivos.
En otro trabajo6 me he ocupado del excesivo temor a la muerte en
personas que la viven como una persecución de enemigos externos e
internos, y también como una amenaza para el objeto bueno internalizado.
Si este temor es particularmente intenso puede ampliar su radio de acción e
incluir terrores que amenazan aun más allá de la muerte. En Hades, la
venganza del daño que precedió a la muerte constituye un requisito esencial
para poder alcanzar la paz después de la muerte. Tanto Orestes como
Electra están convencidos de que la venganza que traman cuenta con el
beneplácito de su padre, y Orestes, al describir su conflicto ante el
Areópago, destaca que Apolo le vaticinó tremendos castigos si no vengaba
a su padre. El fantasma de Clitemnestra, al incitar a las Erinias a reiniciar la
persecución de Orestes, se lamenta del desprecio de que es objeto en
Hades porque su asesino no ha sido castigado. Es obvio que ella actúa
acuciada por un odio pertinaz hacia Orestes, y tal vez podría sacarse en
conclusión que el odio que subsiste más allá de la tumba subyace a la
necesidad de venganza después de la muerte. También es posible que el
sentimiento atribuido a los muertos, en el sentido de que son despreciados
mientras su asesino permanezca impune, se origine en la sospecha de que
sus descendientes no se preocupan suficientemente por ellos.
Otra razón por la cual los muertos reclaman venganza se insinúa en la
"Introducción", en la que Gilbert Murray menciona la creencia de que la
Madre Tierra se contamina con la sangre que sobre ella se vierte, y de que
ella y los clonianos (los muertos) que guarda en su interior claman pidiendo
venganza. Yo me inclinaría a interpretar que los clonianos representan a los
6 "Sobre la identificación" (1955b).
bebés no nacidos que están dentro del vientre materno y a quienes el niño
cree haber destruido con sus fantasías llenas de celos y hostilidad. Un
abundante material psicoanalítico revela los profundos sentimientos de
culpa que despierta un aborto espontáneo de la madre o el hecho de que
ésta no tuviera ningún otro hijo7, así como también el temor a la retaliación
de esta madre dañada. Sin embargo, Gilbert Murray también se refiere a la
Madre Tierra como un ser que otorga vida y fecundidad al inocente. En este
aspecto, ella representa a la madre buena, amante y nutricia. Durante
muchos años he considerado que la disociación de la madre en una buena y
otra mala constituye uno de los procesos más tempranos en relación con
aquélla.
El concepto helénico de que los muertos no desaparecen sino que
continúan teniendo una suerte de existencia oscura en Hades y ejercen su
influencia sobre los vivos, nos recuerda la creencia en fantasmas que se ven
forzados a perseguir a los vivos porque no tendrán paz hasta que sean
vengados. También podemos asociar esta creencia en seres muertos que
manejan y controlan a los vivos con el concepto de que subsisten como
objetos internalizados, que son vividos simultáneamente como muertos y
activos en el interior del sí-mismo, y cuya influencia se vive como buena o
mala. La relación con el objeto interno bueno -en primer lugar la madre
buena- implica que se lo viva como útil y rector. Particularmente en la
aflicción y en el proceso del duelo, el individuo lucha para preservar la
buena relación que existía previamente, y para que esta compañía interna le
proporcione fortaleza y consuelo. Cuando el duelo fracasa -y pueden existir
muchas razones para ello-, es porque dicha internalización no se logra y las
identificaciones provechosas se ven interferidas. La exhortación que Electra
y Orestes hacen a su padre muerto junto a su tumba, para que los apoye y
los aliente, corresponde al deseo de unirse al objeto bueno que se ha
perdido externamente a causa de la muerte y es preciso establecer
internamente. Este objeto bueno cuya ayuda se implora es una parte del
superyó, en sus aspectos colaboradores y rectores. Esta buena relación con
el objeto internalizado constituye la base para una identificación que, según
se ha comprobado, es de enorme importancia para la estabilidad del
individuo.
El convencimiento de que las libaciones pueden "abrir los labios
resecos" de los muertos proviene, creo, del sentimiento básico de que la
leche que la madre da al bebé constituye una forma de mantener vivo no
sólo al bebé, sino también a su objeto interno. Puesto que la madre
internalizada (en primer lugar el pecho) se convierte en parte del yo del
7 Véase Relato del psicoanálisis de un niño (1961).
bebé, y éste intuye que su propia vida está ligada a la vida de su madre,
entonces la leche, el amor y el cuidado que la madre externa brinda al bebé
son vividos, en cierto sentido, como algo que es también beneficioso para
la madre interna. Lo mismo se aplica a otros objetos internalizados. Las
libaciones que Clitemnestra ofrece en la obra son tomadas por Electra y
Orestes como señal de que, al alimentar al padre internalizado, ella lo revive,
pese a ser además una madre mala.
Mediante el psicoanálisis descubrimos la vivencia de que el objeto
interno participa de todos los placeres que experimenta el individuo, lo cual
es también una manera de resucitar al objeto amado muerto. La fantasía de
que cuando se ama al objeto internalizado muerto éste conserva una vida
propia -como colaborador, consolador, rector- concuerda con la
convicción de Orestes y Electra de que su padre muerto revivido los
ayudará.
Sugerí anteriormente que los muertos que no han sido vengados
representan a los objetos muertos internalizados y se convierten en figuras
internalizadas amenazadoras que se lamentan del daño que el sujeto les ha
infligido con su odio. En las personas enfermas, estas figuras terroríficas
forman parte del superyó y están estrechamente ligadas a la creencia en un
destino que impulsa al mal y luego castiga al malhechor.
‘Wer……………………
………………………..
Der kennt euch nich, ihr himmlischen Mächte!
Ihr führt in’s Leben uns hinein,
Ihr lasst den Armen schuldig werden,
Dann überlasst ihr ihn der Pein:
Denn alle Schuld rächt sich auf Erden’.
(Goethe, Mignon)
Estas figuras persecutorias están también personificadas por las
Erinias. En la vida mental temprana, incluso si ésta es normal, la escisión
nunca llega a ser total y, por ende, los objetos internos terroríficos siguen
siendo, hasta cierto punto, operativos; es decir, el niño experimenta
ansiedades psicopáticas, cuya intensidad varía en cada individuo. Según el
principio taliónico, basado en la proyección, el bebé se tortura con el temor
de que se le llegue a hacer lo mismo que él, en su fantasía, hizo a sus
padres, y tal vez ello estimule y refuerce sus impulsos crueles. Debido a que
él se siente perseguido interna y externamente, se ve obligado a proyectar
hacia afuera el castigo y, al hacerlo, verifica a través de la realidad externa
sus ansiedades y temores internos de un castigo real. Cuanto más culpable
y perseguido se siente un bebé -es decir, cuanto más enfermo está-, tanto
más agresivo es posible que se muestre. Cabe suponer que en los
delincuentes o criminales operan procesos similares a éstos.
Debido a que los impulsos destructivos están dirigidos primariamente
contra los padres, se considera que el pecado más grave de todos es el
asesinato de los padres. Esto está expresado con toda claridad en Las
Euménides cuando, después de la intervención de Atena, las Erinias
describen el caos que sobrevendría si dejaran de ser figuras terroríficas que
hacen vacilar a los matricidas y parricidas en potencia y los castigan si han
consumado su crimen.
"¡Qué de golpes, no imaginarios, sino verdaderos, esperan en
adelante a los padres de manos de sus hijos!"
Ya he señalado que los impulsos crueles y destructivos del bebé
engendran al primitivo y terrorífico superyó. Encontramos diversas
alusiones respecto de la manera en que las Erinias llevan a cabo sus ataques:
"Fuerza es, pues, que sufras la pena de tu delito; que yo chupe toda
la sangre de tus miembros; que yo me cebe en esa roja bebida, que nadie
sino yo osara beber, y que después de haberte consumido en vida, te
arrastre a los infiernos"8. Las torturas con que las Erinias amenazan a
Orestes son de una naturaleza sádico-anal y oral de lo más primitiva. Se nos
dice que "sus ronquidos despiden ponzoñoso aliento, que no deja
acercárseles" y que de sus cuerpos emana un vaho letal. Algunas de las
armas más tempranas de destrucción que el bebé utiliza en su mente son los
ataques por medio de flatos y heces, merced a los cuales él cree envenenar
a su madre, así como también quemarla con su orina (el fuego). En
consecuencia, el temprano superyó lo amenaza con idéntica destrucción.
Cuando las Erinias temen que Atena las despoje de su poder, expresan su
aprensión y su furia con las siguientes palabras: "Pero yo, la miserable, la
despreciada, encendida en cólera arrojaré sobre este suelo en desagravio de
mi afrenta todo el veneno que gotea mi corazón. ¡Vaya silo arrojaré! Y este
veneno se derramará por la tierra, y su ponzoña secará hojas y flores, y
matará a todo ser viviente y no perdonará a los hombres". Esto nos
recuerda de qué manera el resentimiento del bebé por la frustración y el
dolor que ésta le causa incrementa sus impulsos destructivos y lo lleva a
intensificar sus fantasías agresivas.
8 Esta descripción del proceso de chuparle la sangre a la víctima nos recuerda la hipótesis de Abraham
(1924b), en el sentido de que también la crueldad forma parte del estadio oral de succión; él se refirió a "la
succión vampiresca".
Pero las crueles Erinias también están asociadas a aquel aspecto del
superyó que se basa en figuras dañadas y quejosas. Leemos que sus ojos y
sus labios destilan sangre, lo cual revela que también ellas padecen torturas.
El bebé vive a estas figuras dañadas internalizadas como vengativas y
terroríficas e intenta escindirías y apartarías. Sin embargo, ellas se
incorporan a sus tempranas ansiedades y pesadillas e intervienen en todas
sus fobias. Debido a que Orestes ha dañado y matado a su madre, ésta se
ha convertido en uno de esos objetos dañados cuya venganza teme el bebé.
Orestes llama a las Erinias las "perras furiosas" de su madre.
Parecería que Clitemnestra no sufre la persecución del superyó, puesto que
las Erinias no la acosan. No obstante, poco después del triunfante y
exaltado discurso que pronuncia a continuación del asesinato de Agamenón
exhibe señales de depresión y de culpa; de allí sus palabras: "Basta ya de
muertes, no más ensangrentarnos". También experimenta una ansiedad
persecutoria que se pone de manifiesto con toda claridad en el sueño que
tiene acerca del monstruo que alimenta en su pecho, el cual muerde con tal
violencia que le arranca leche mezclada con sangre. Como resultado de la
ansiedad expresada a través de este sueño, ella envía libaciones a la tumba
de Agamenón. Por lo tanto, si bien no sufre la persecución de las Erinias,
no está exenta de ansiedad persecutoria ni de culpa.
Otro aspecto de las Erinias es que se aferran a su propia madre, la
Noche, como su única protectora, y repetidamente apelan a ella para que las
defienda de Apolo, el dios Sol, enemigo de la noche, que quiere despojarlas
de su poder y por quien se sienten perseguidas. Desde este punto de vista,
se nos aclara el papel que desempeña el complejo edípico invertido incluso
en el caso de las Erinias. Yo diría que, en cierta medida, los impulsos
destructivos hacia la madre son desplazados al padre -a los hombres en
general- y que la idealización de la madre y el complejo edípico invertido de
las Erinias se mantienen únicamente en virtud de ese desplazamiento. Lo
que les incumbe principalmente es cualquier tipo de daño infligido a una
madre, y al parecer, el único pecado que castigan es el matricidio; ésta es la
razón por la que no persiguen a Clitemnestra, que ha asesinado a su marido.
Las Erinias alegan que, puesto que Agamenón no llevaba la misma sangre
que ella, su crimen no era tan grave como para que la persiguieran. Opino
que este argumento encierra una considerable dosis de negación. Lo que se
niega es que, en última instancia, todo crimen es producto de los
sentimientos destructivos contra los padres, y que ningún crimen es lícito.
Resulta significativo que sea la intervención de una mujer, Atena, la
que provoca el cambio que se opera en las Erinias: de un odio implacable a
sentimientos más benignos. Pero, por otra parte, no debemos olvidar que
ellas no tuvieron padre o, más bien, que Zeus, que podría haber
representado el papel de padre, se había vuelto contra ellas. Afirman que
debido al terror que esparcen "y al odio del mundo del que son
depositarias, Dios nos ha arrojado de su Casa". Apolo, lleno de desdén, les
dice que jamás dios u hombre alguno osó besarlas.
Yo diría que el complejo edípico invertido de las Erinias se vio
acrecentado por la falta de padre, o bien por el odio o el abandono de éste.
Atena les promete que serán honradas y veneradas por los atenienses, esto
es, tanto por los hombres como por las mujeres. El Areópago, formado por
hombres, las escolta hasta el lugar que será su morada en Atenas. Mi teoría
es que Atena, al personificar aquí a la madre y compartir ahora con las hijas
el amor de los hombres, es decir, de las figuras paternas, provoca un
cambio en sus sentimientos e impulsos y en la totalidad de su carácter.
Tomando a la Trilogía en su totalidad, encontramos que el superyó
está encarnado por una serie de figuras diferentes. Por ejemplo, Agamenón,
percibido como un padre vuelto a la vida que apoya a sus hijos, es un
aspecto del superyó que se funda en el amor y la admiración por el padre.
Se describe a las Erinias como seres que pertenecen a la era de los antiguos
dioses, los Titanes, cuyo reinado fue bárbaro y violento, pero, a mi juicio,
se las puede asociar con el superyó más temprano e implacable,
representando así las figuras terroríficas que son principalmente el resultado
de la proyección que el bebé hace de sus fantasías destructivas en sus
objetos. Con todo, se ven neutralizadas -aunque de una manera escindida y
apartada- por la relación con el objeto bueno o el objeto idealizado. Ya he
sugerido que la relación que la madre tiene con el bebé -y en gran medida, la
relación que el padre tiene con él- repercute sobre el desarrollo del superyó
porque afecta la internalización de los padres. En Orestes, la internalización
del padre, fundada en la admiración y el amor, demuestra ser de una
importancia trascendental para su conducta posterior, ya que el padre
muerto constituye una parte muy importante del superyó de Orestes.
Cuando originalmente formulé el concepto de posición depresiva,
señalé que los objetos dañados internalizados se lamentan y contribuyen
con ello a despertar sentimientos de culpa y, por consiguiente, a la creación
del superyó. Según conceptos que desarrollé posteriormente, tales
sentimientos -aun cuando son fugaces y no configuran todavía la posición
depresiva- son, en alguna medida; operativos durante la posición esquizoparanoide.
Observamos que hay bebés que se abstienen de morder el pecho
e incluso llegan a destetarse a los cuatro o cinco meses, sin que exista
ninguna razón externa para ello, mientras que otros, al dañar el pecho,
impiden que la madre los siga alimentando. Dicha abstención indica, en mi
opinión, que el bebé percibe inconscientemente el deseo de dañar a su
madre con su voracidad. En consecuencia, cree que la madre ha quedado
lesionada y vaciada por la voracidad con la que él la ha succionado o
mordido y, por lo tanto, la madre o el pecho de ésta quedan, en la mente del
bebé, en un estado lesionado. Contamos con muchas pruebas, obtenidas
retrospectivamente a través del psicoanálisis de niños o incluso de adultos,
de que ya desde muy temprano se vive a la madre como un objeto dañado,
internalizado y externo9. Yo diría que este objeto dañado y quejoso es una
parte del superyó.
La relación con este objeto amado y dañado incluye no sólo culpa
sino también compasión, y es la fuente esencial de toda conmiseración
hacia los demás y consideración para con ellos. En la Trilogía, este aspecto
del superyó está representado por la infortunada Casandra. Agamenón, que
la ha deshonrado y la entrega ahora a Clitemnestra en calidad de esclava,
siente compasión y exhorta a su esposa a que se apiade de ella. (Esta es la
única ocasión en que Agamenón exhibe un sentimiento de esta naturaleza.)
El papel de Casandra como parte dañada del superyó se suma al hecho de
que es una conocida profetisa, cuya principal tarea es anunciar presagios. El
Coro de Ancianos se siente conmovido por su triste destino y trata de
consolarla, al tiempo que se muestra temeroso y reverente frente a las
profecías que escucha de sus labios.
Como superyó, Casandra profetisa grandes males y anuncia que ello
atraerá el castigo y el desconsuelo. Conoce por anticipado tanto el destino
que le espera a ella como el infortunio general que se abatirá sobre
Agamenón y su familia; pero nadie presta oídos a sus advertencias, y esta
incredulidad es atribuida a la maldición de Apolo. Los Ancianos, que
sienten una enorme compasión hacia Casandra, en parte le creen, no
obstante lo cual, y pese a que advierten la validez de los peligros que ella
vaticina con respecto a Agamenón, ella misma y los nativos de Argos,
niegan sus profecías. Su resistencia a aceptar lo que a la vez ya saben,
expresa la tendencia universal a la negación. La negación constituye una
poderosa defensa contra la ansiedad persecutoria y la culpa, las cuales
nacen del hecho de no poder jamás controlar por completo los impulsos
destructivos. La negación, que siempre está ligada a la ansiedad
persecutoria, puede llegar a sofocar los sentimientos de amor y de culpa,
socavar la compasión y la consideración, tanto hacia los objetos externos
como a los internos, y perturbar la capacidad de discernimiento y el sentido
de realidad.
Como todos sabemos, la negación es un mecanismo omnipresente
que también se usa mucho para justificar la destructividad. Clitemnestra
justifica el asesinato de su marido con el hecho de que éste había matado a
9 Véase El psicoanálisis de niños, cap. 8.
la hija de ambos, y niega haber tenido otros motivos para cometer el crimen.
Agamenón, que al destruir Troya no respetó siquiera los templos de los
dioses, siente que su crueldad está justificada por el hecho de que su
hermano hubiera perdido a su esposa. Orestes cree tener sobrado derecho
de matar, no sólo al usurpador Egisto, sino también a su madre. La
justificación a la que me he referido forma parte de una poderosa negación
de la culpa y los impulsos destructivos. Quienes tienen una mayor
comprensión de sus procesos internos, y en consecuencia no necesitan
negar tanto, están mucho menos expuestos a ceder a sus impulsos
destructivos y, como resultado, son también más tolerantes con los demás.
Existe otra perspectiva interesante para examinar el rol del superyó
encarnado por Casandra. En el Agamenón, ella aparece en escena en un
estado casi de trance, y al principio no logra volver en sí; por último
consigue salir de ese estado y expresa entonces con toda claridad lo que
previamente había tratado de comunicar de una manera tan confusa.
Podemos asumir que la parte inconsciente del superyó se ha hecho
consciente, lo cual constituye un paso esencial antes de que se lo pueda
percibir como conciencia moral.
Otro aspecto del superyó está representado por Apolo, quien, como
ya señalé, simboliza los impulsos destructivos de Orestes proyectados en el
superyó. Esta parte del superyó impulsa a Orestes a la violencia y amenaza
con castigarlo si no asesina a su madre. Y puesto que Agamenón se sentiría
profundamente agraviado si no se vengara su muerte, tanto Apolo como el
padre representan al superyó cruel.