Artículo sobre «Psicoanálisis y Sexualidad: Los avatares de Freud y sus huellas sobre los Queerpos Sexuados»

Psicoanálisis y Sexualidad: Los avatares de Freud y sus huellas sobre los Queerpos Sexuados

Por Nelson Ruiz – Publicado en Agosto 2011

Introducción

Freud en 1905, en su obra “Tres Ensayos sobre una Teoría sexual”, señaló cómo las primeras impresiones sexuales de nuestro desarrollo, dejan las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasan a ser determinantes de nuestro desarrollo sexual posterior, y que la desaparición real de tales impresiones infantiles obedece a un mero apartamiento de la conciencia (represión). Esta suerte de amnesia de vivencias sexuales infantiles, conduce al hombre a esforzarse por dilucidar el misterio de su sexualidad, recurriendo a intuiciones y conocimientos preconceptuales para intentar darle sentido a su experiencia sexual subjetiva (Jaida, 2001).

Este ensayo pretende hacer una revisión del material bibliográfico referido al tema del origen de la configuración de la sexualidad desde una mirada psicoanalítica, y con ello promover en el lector una reflexión crítica de los postulados y axiomas propuestos por Freud para dar explicación al modo en que se constituye la sexualidad humana. Los supuestos enunciados por Freud sin duda han sesgado la práctica e intervención de profesionales de la Salud y de las Ciencias Sociales, y al mismo tiempo el modo que tenemos de concebir el origen, desarrollo y evolución de nuestra sexualidad.

Sexualidad

De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (2006), el término sexualidad se refiere a una dimensión fundamental del ser humano, basada en el sexo, incluye al género, las identidades de sexo y género, la orientación sexual, el erotismo, la vinculación afectiva, el amor y la reproducción. Se experimenta o se expresa en forma de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades, prácticas, roles y relaciones. La sexualidad es el resultado de la interacción de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y religiosos o espirituales (Lyra, 2006).

Es indudable que la sexualidad está marcada por la institución del género; las propias prácticas y discursos tienen distintas connotaciones y son ejercidas diferencial e inequitativamente por los hombres y las mujeres. La sexualidad no es aceptada ni practicada de la misma manera por unos y otras y las diferencias conllevan jerarquías y valoraciones que hacen aceptables algunas acciones e inaceptables otras en tanto son hombres o mujeres quienes las ejercen (Rivas, 2004).

En este sentido, el género a estado tradicionalmente caracterizado por una diferenciación jerárquica, donde lo masculino es el modelo, lo dominante, mientras que lo femenino lo dominado (Sandoval, 1998). El género es entonces un organizador social que como la clase, la raza y la edad, interviene de manera fundamental en la constitución de los distintos planos de la vida cultural, simbólica, institucional y personal puesto que entraña relaciones significativas de poder históricamente desbalanceados entre los universos femeninos y masculinos (Scott ,1990; cp. Rivas, 2004).

De este modo, como lo afirma Torres (1998), la feminidad y la masculinidad pertenecen a un orden imaginario y simbólico, a las representaciones; siendo el cuerpo, un espacio representado como femenino o masculino; de acuerdo a esta autora, un sujeto es producto de una construcción imaginaria y simbólica que se genera a lo largo del tiempo, por medio del proceso de subjetivización al cuál es sometido, termina adquiriendo características asociadas a lo masculino o femenino.

Así, la categoría género se refiere a una construcción cultural, social e histórica, acerca de la diferencia de los sexos. A partir de la anatomía, los seres humanos son introducidos, a través del lenguaje y de la crianza de las figuras parentales, en un complejo sistema de deseos, expectativas y funciones que definen su ser femenino o masculino.

Psicoanálisis y Sexualidad

De acuerdo a Rausseo (2006), el psicoanálisis y los estudios de género tienen en común su objeto de estudio relacionado a la formación de la sexualidad humana. El psicoanálisis por su parte, valiéndose de la exploración del inconsciente y de la clínica, intenta dar cuenta de cómo las experiencias tempranas son determinantes en la estructuración de la masculinidad y feminidad. Los estudios de género, a partir de métodos de investigación pertenecientes a las ciencias sociales, como entrevistas, pequeños grupos, entre otros, se interesan en los aspectos socio-históricos que influyen en la construcción de la identidad sexual.

Ahora bien, para el psicoanálisis, no se puede pensar en la constitución de la sexualidad sin antes tener un conocimiento claro de las relaciones que establece el sujeto con el otro a lo largo de su historia de vida. Asimismo, Freud, desde sus primeras teorizaciones, ubicó en un lugar central al inconsciente para entender la sexualidad de hombres y mujeres; señaló que para formar parte de una sociedad renunciamos bajo ciertas circunstancias a nuestros deseos sexuales más primitivos; constituyendo el deseo sexual uno de los polos del conflicto psíquico más comunes observados en hombres y mujeres. El bloqueo de tales deseos sexuales se traducen mas tarde en síntomas, una serie de procesos anímicos investidos de afecto y de aspiraciones concretas que se les ha denegado el acceso a su tramitación en una actividad susceptible de conciencia por consecuencia de la represión (Freud, 1905); los síntomas ocurren entonces cuando el deseo y el impulso sexual compiten con una desautorización sexual simultánea.

Freud, planteo que escenas de experiencia sexual prematura, son determinantes en la configuración de la sexualidad posterior del individuo. Propuso que los niños muy tempranamente son enfrentados pasivamente a una irrupción de la sexualidad adulta. El niño sirve como objeto de seducción por parte de un adulto perverso, desviante en cuanto al objeto porque es pedofílico, y en cuanto a la meta porque busca satisfacer sus necesidades con ese niño (Freud, 1905; cp, Laplanche, 1987).

Estas experiencias de seducción infantil, fue lo que denominó “seducción originaria”, y explica la respuesta del niño o adolescente frente a una segunda experiencia de seducción, donde se reactualiza el recuerdo difuso de la escena primaria, desencadenándose un trauma difícil de elaborar. Es precisamente la emoción que se genera con la reactivación de este recuerdo lo que se reprime y desencadena luego el síntoma (Freud, 1905; cp, Laplanche, 1987). El histérico surge por consecuencia de una seducción precoz por parte de un adulto perverso, el obsesivo por su participación en la transgresión que parte del adulto, no obstante, la actividad encontrada en la infancia del obsesivo se esboza siempre sobre el fondo de una experiencia pasiva más antigua.

El termino narcisismo, fue introducido por Freud para dar cuenta a ese movimiento que se genera cuando el objeto (niño) se transforma en sujeto a través de las vicisitudes pulsionales sexuales y su devenir identificatorio con el mundo (Hornstein, 2000). En el encuentro con el entorno, el niño se confronta con un adulto que le provee mensajes a los que intenta dar sentido y respuesta. Su supervivencia, depende del cuidado que proviene de la madre, quien tiene la difícil tarea de estimular su actividad pulsional y de contenerla, de ofrecerse y de rehusarse como objeto de placer.

De este modo, tenemos que la configuración de la sexualidad se establece sobre la base de ligazones entre sistemas de representaciones preexistentes, es ese juego de afectación que se produce entre la madre y el niño, lo que sirve de base para estimular las raíces sexuales del bebé.

Freud (1905), planteó que los gérmenes de mociones sexuales que trae consigo el neonato presentan cambios a lo largo desarrollo; desde la fase pregenital, cuando la vida infantil es esencialmente autoerótica, y las pulsiones parciales (ver, exhibir, crueldad) aspiran conseguir placer cada una por su cuenta; hasta la fase genital, cuando la consecución del placer está al servicio de la “función de reproducción”, y las pulsiones parciales se subordinan a una única zona erógena, formando así una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.

Ahora bien, el deseo sexual es excéntrico con respecto a la conciencia y con respecto a la autoconservación, dicho en otras palabras, no siempre el fin del deseo sexual consiste en garantizar la conservación de la especia humana a través de la reproducción sexual; esto se ve evidenciado en exteriorizaciones de la sexualidad infantil, cuando el chupeteo y el autoerotismo, no cumplen la función de obtener gratificación del alimento sino la necesidad de repetir la satisfacción sexual, al descargar la pulsión en el propio cuerpo, encontrando zonas erógenas de menor valor en comparación a las que se conseguirán posteriormente en un objeto externo (los labios del otro por ejemplo).

La meta sexual infantil y adulta consiste entonces en sustituir la sensación proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancele al provocar la sensación de satisfacción. Si bien existen zonas erógenas predestinadas (boca, ano, genitales), cualquier otro sector de la piel o de mucosa puede prestar los servicios de zona erógena. Vale acotar que para la producción de

una sensación placentera, la cualidad y naturaleza del estimulo es más importante que la parte del cuerpo afectada.

Existen tres momentos del desarrollo de la sexualidad que dan lugar a la activación de estas zonas erógenas, el primero, corresponde al período de lactancia; el segundo al florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida, y el tercero, responde al onanismo (masturbación) de la pubertad (Freud, 1905).

En este punto, es importante hacer un especial detenimiento en el segundo momento de activación de la corriente de excitación sexual (libido). El niño luego de haber pasado por el período oral, donde la meta sexual era la incorporación del objeto, y el sádico – anal, en la que la meta era apoderarse del otro o dejar ser controlado por el otro; con el resurgimiento de la actividad sexual, el varón asume que la mujer ha sido castrada, y se produce el complejo de castración, el temor de ser burlado como sujeto. Es el miedo o temor a la castración lo que moviliza la actividad del varón, y la envidia del pene la que moviliza la de la hembra (Freud, 1905). De este modo se desarrolla el complejo de Edipo, colocar como objeto de deseo al progenitor del sexo opuesto, y entender al del mismo sexo como rival.

Es en este momento del desarrollo de la organización sexual, donde se fundan las bases del género, las identidades de género y la orientación sexual de ese niño o niña. La inclinación sexual, se deriva de procesos identificatorios que se generan entre el niño y el padre, y la niña y la madre. De este modo, se determina el objeto de deseo erótico y/o amoroso que brindará gratificación sexual. Así, dependiendo de cómo haya sido resuelto el conflicto edipico, el objeto de deseo será del sexo opuesto (heterosexual), del mismo sexo (homosexual) o de ambos sexos (bisexual).

De esta manera, vemos como desde el psicoanálisis se propone que las relaciones erógenas con la madre y el padre como lugar tercero en la organización edipica, permiten el acceso a la diferencia en la historia de la sexualidad del sujeto y en consecuencia, a la formación de su identidad sexual y con ello a la práctica de su sexualidad.

La teoría del complejo de Edipo, si bien fue propuesta inicialmente para dar cuenta del desarrollo psicosexual del niño, constituye un eje a partir del cual se pueden comprender diferentes fenómenos socioculturales, en el sentido de que permite entender como ese “Yo” del sujeto se constituye en relación con el otro (Neumann, 2007). Existe una creciente controversia entre las Ciencias Sociales y del Comportamiento Humano por determinar las fuerzas que modelan y estructuran la experiencia de la vida sexual: ¿es la sexualidad humana un resultado de la interacción entre lo biológico y psicológico?, ¿O más bien los sistemas culturales y sociales modelan nuestra constitución y herencia dando lugar a una disposición en el modo de responder del sujeto?.

Con relación a este punto Freud propuso que si bien existe una corriente de excitación sexual que afecta a determinados órganos del cuerpo y que busca la descarga y gratificación, existen también fuerzas inhibitorias que se contraponen a esa pulsión sexual, y que los gérmenes de mociones sexuales que trae consigo el neonato sufren una progresiva sofocación por consecuencia de poderes anímicos como el asco, la vergüenza, la estética y la moral, que parecen desarrollarse con relativa independencia de la educación formal.

Ahora bien, la actividad sexual viene a ser una expresión de un “Yo” que se construye en función de la realidad, el “Yo” del sujeto se nutre con significaciones sexuales compartidas en el imaginario social. La sexualidad, no es entonces una propiedad de individuos atomizados o aislados, sino de sujetos sociales integrados dentro de un contexto de distintas y diversas culturas sexuales preexistentes.

En síntesis, el Psicoanálisis, se convirtió en una Institución que ha orientado la práctica y teorización de muchos profesionales, distorsionándose en algunos casos los postulados originales propuestos por el mismo Freud. Desde los años 50 se asumió como una especie de práctica médica con la que se intentó promover la idea de la sexualidad llamada “normal”; la estigmatización del homosexual como “perverso”, el uso del término de” inversión”, la referencia a un desarrollo “normal” o “anormal” de la sexualidad, el olvido de la bisexualidad original a causa de teorizaciones heterocentradas, constituyen sólo ejemplos de cómo se utilizó el Psicoanálisis para “normalizar” el funcionamiento sexual de hombres y mujeres; dejando de lado la intención inicial de Freud de separar la pulsión sexual de cualquier determinismo natural o biológico. En palabras de Seaz (2004), Freud no concibió las pulsiones sexuales en términos reproductivos, como lograron institucionalizar distintos profesionales psicoanalistas conservadores (avatares) a lo largo de la historia, sino que más bien descubrió que las pulsiones sexuales pueden dirigirse a cualquier objeto, sin que su dinámica tenga nada que ver con la necesidad.

El poder que le ha otorgado el Psicoanálisis a muchos profesionales de la salud (psiquiatras, psicólogos, sexólogos, etc) y de las Ciencias Sociales (Literarios, Antropólogos, Sociólogos, Historiadores, etc), ha ejercido influencia sobre el modo en que suponemos debemos practicar nuestra sexualidad, invadiendo nuestra esfera privada al dictar lo que es esperado y permitido sexualmente.

La importancia de distinguir “sexo” y “género”, no constituye una pretenciosidad intelectual, representa más bien un esfuerzo por establecer una discontinuidad radical entre el binarismo hombre /mujer instalado en el occidente (Cuerpos sexuados) y la diversidad de géneros social y culturalmente construidos que se resisten simbólica y políticamente a lo normado (Queerpos sexuados).

Además del papel que pueda ejercer eventualmente el Inconsciente sobre el repertorio sexual de hombres y mujeres, sin duda, las influencias históricas – sociales impactan de manera preponderante el modo en que interpretamos y comprendemos nuestra experiencia sexual subjetiva. Las significaciones colectivas asociadas con la sexualidad en diferentes situaciones sociales y culturales, moldean nuestro “Yo” a través de procesos identificatorios con el otro. De este modo, nuestra sexualidad, identidad de género y orientación sexual, están moldeados por afectaciones que nos impactan desde muy temprano en nuestro devenir histórico como sujetos, impulsándonos hacia la vida, con un desempeño sexual integrado, coherente y no fragmentado, o hacia la muerte, con un repertorio sexual inestable e informe.

Referencias Bibliográficas

    Freud, S. (1905) Tres ensayos de Teoría Sexual. Vol VII. Editorial Amorrortu, Buenos Aires.

    Freud, S (1921) Psicología de las masas y análisis del yo, Obras completas, T. XVIII, Editorial Amorrortu, Buenos

    Freud, S (1929) El malestar en la cultura, O.C., T. XXI, Editorial Amorrortu, Buenos.

    Hornstein, L. (2000) Autoestima, Identidad y Alteridad. Editorial Paidos. Buenos Aires.

    Jaida, I (2001). Imágenes míticas de la sexualidad. Sexualidad: símbolos, imágenes y discursos. México D-F.

    Laplanche, J (1987). Nuevos Fundamentos para el Psicoanálisis: La seducción originaria. Amorrortu Editores, Buenos Aires.

    Lyra, P (2006) Campañas contra la homofobia en Argentina, Brasil, Colombia y México. Organización Panamericana de la Salud. Recuperado en Octubre 18, 2008

    Rausseo, N (2006) Psicoanálisis y Género. Trabajo de investigación no publicado de Universidad Católica Andrés Bello. Caracas- Venezuela.

    Rivas, M (2004) Sexualidad, género y subjetividad femenina. Anuario de Investigaciones 2004. México D-F.

    Neumann, E. (2007). Complejo de Edipo: Red Simbólica de Parentesco y Conformación del Sujeto.

    Ruiz, M (2001). Psicosis, sexualidad y delirio. Publicado en el libro: Sexualidad: símbolos, imágenes y discursos. México D-F.

    Sandoval, M. (1998). El Género como categoría diagnóstica. En Torres, A. et al. (Eds.), Trópicos. Revista de Psicoanálisis. Psicoanálisis y género (Vol. 1, pp. 72-79). Caracas: Fondo Editorial Sociedad Psicoanalítica de Caracas.

    Sáez, J (2004). Teoría Queer y psicoanálisis. Editorial Síntesis

    Torres, A. (1998). La Construcción del sujeto femenino. En Torres, A. et al. (Eds.), Trópicos. Revista de Psicoanálisis. Psicoanálisis y género (Vol. 1, pp. 82-98). Caracas: Fondo Editorial Sociedad Psicoanalítica de Caracas.