Obras de S. Freud: Sobre la sexualidad femenina (1931), Capítulo I

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Nota introductoria:

Aparentemente, el primer borrador de este trabajo fue escrito a fines de febrero de 1931, pero sólo se lo completó en el verano de dicho año (Jones, 1957.).

Sobre la sexualidad femenina (1931)

Nota introductoria:

Aparentemente, el primer borrador de este trabajo fue escrito a fines de febrero de 1931, pero sólo se lo completó en el verano de dicho año (Jones, 1957.).

El presente estudio es en esencia una reformulación de los hallazgos que Freud había anunciado por primera vez seis años antes, en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), trabajo respecto del cual se hallarán consideraciones en mi correspondiente «Nota introductoria» (AE, 19, pág. 261). La publicación de aquel trabajo anterior tuvo notable repercusión entre los psicoanalistas, especialmente, tal vez, en Inglaterra, y es posible que ello haya estimulado a Freud para volver a abordar el tema. La última sección del presente artículo contiene críticas a algunos trabajos ajenos -cosa muy inusual en Freud-; y, curiosamente, parece tratar a esos trabajos cual si hubieran surgido de manera espontánea, y no (como claramente ocurrió) a modo de reacción frente a su propio revolucionario trabajo de 1925 -al cual, de hecho, no se refiere aquí en absoluto-

Pero hay uno o dos aspectos en que el presente artículo amplía el anterior: hace mayor hincapié (evidentemente, sobre la base de nuevo material clínico) en la intensidad y prolongada duración de la ligazón preedípica de la niña con su madre, y lo que quizá sea aún más interesante, efectúa un extenso examen del elemento activo en la actitud de la niña hacia la madre y en la feminidad en general.

Alrededor de un año después de publicado este artículo, Freud retomó la cuestión de la sexualidad femenina en la 33ª de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), de una manera muy similar pero algo menos técnica, y añadiéndole algunas consideraciones sobre las características de las mujeres en su vida adulta.

James Strachey

I

En la fase del complejo de Edipo normal encontramos al niño tiernamente prendado del progenitor de sexo contrario, mientras que en la relación con el de igual sexo prevalece la hostilidad. No tropezamos con ninguna dificultad para deducir este resultado en el caso del varoncito. La madre fue su primer objeto de amor; luego, con el refuerzo de sus aspiraciones enamoradas, lo sigue siendo, y a raíz de la intelección más profunda del vínculo entre la madre y el padre, este último no puede menos que devenir un rival. El caso es diverso para la niña pequeña. También la madre fue, por cierto, su primer objeto; ¿cómo halla entonces el camino hasta el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desase de la madre? Hace tiempo hemos comprendido que la tarea de resignar la zona genital originariamente rectora, el clítoris, por una nueva, la vagina, complica el desarrollo de la sexualidad femenina (1). Ahora se nos aparece una segunda mudanza de esa índole, el trueque del objeto-madre originario por el padre, no menos característico y significativo para el desarrollo de la mujer. No alcanzamos a discernir todavía de qué manera ambas tareas se enlazan entre sí.

Como es sabido, es frecuente el caso de mujeres con intensa ligazón-padre; en modo alguno serán por fuerza neuróticas. En tales mujeres he realizado las observaciones de que informaré y que me han movido a adoptar cierta concepción acerca de la sexualidad femenina. Dos hechos me llamaron sobre todo la atención. He aquí el primero: toda vez que existía una ligazón-padre particularmente intensa, había sido precedida, según el testimonio del análisis, por una fase de ligazón-madre exclusiva de igual intensidad y apasionamiento. La segunda fase apenas si había aportado a la vida amorosa algún rasgo nuevo, salvo el cambio de vía {Wechsel} del objeto. El vínculo-madre primario se había edificado de manera muy rica y plutilateral.

El segundo hecho enseñaba que habíamos subestimado también la duración de esa ligazón-madre. En la mayoría de los casos llegaba hasta bien entrado el cuarto año, en algunos hasta el quinto, y por tanto abarcaba la parte más larga, con mucho, del florecimiento sexual temprano. Más aún: era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas del sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón-madre originaria y nunca produjeran una vuelta cabal hacia el varón.

Con ello, la fase preedípica de la mujer alcanzaba una significación que no le habíamos adscrito hasta entonces. Puesto que esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la génesis de las neurosis, parece necesario privar de su carácter universal al enunciado según el cual el complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis. Pero quien sienta renuencia frente a esa rectificación no está obligado a aceptarla. Por una parte, se puede dar al complejo de Edipo un contenido más lato, de suerte que abarque todos los vínculos del niño con ambos progenitores; por otro lado, también se puede dar razón de las nuevas experiencias diciendo que la mujer llega a la situación edípica normal positiva luego de superar una prehistoria gobernada por el complejo negativo (2). De hecho, en el curso de esa fase el padre no es para la niña mucho más que un rival fastidioso, aunque la hostilidad hacia él nunca alcanza la altura característica para el varoncito. Hace mucho que hemos resignado toda expectativa de hallar un paralelismo uniforme entre el desarrollo sexual masculino y el femenino.

La intelección de la prehistoria preedípica de la niña tiene el efecto de una sorpresa, semejante a la que en otro campo produjo el descubrimiento de la cultura minoicomicénica tras la griega.

En este ámbito de la primera ligazón-madre todo me parece tan difícil de asir analíticamente, tan antiguo, vagaroso, apenas reanimable, como si hubiera sucumbido a una represión particularmente despiadada. Empero, esta impresión puede venirme de que las mujeres acaso establecieron conmigo en el análisis la misma ligazón-padre en la que se habían refugiado al salir de esa prehistoria. En efecto, parece que las analistas mujeres, como Jeanne Lamplde Groot y Helene Deutsch, pudieron percibir ese estado de los hechos de manera más fácil y nítida porque en las personas que les sirvieron de testigos tuvieron el auxilio de la trasferencia sobre un adecuado sustituto de la madre. En cuanto a mí, no he logrado penetrar un caso de manera perfecta, y por eso me limito a comunicar los resultados más generales y aduzco sólo unas pocas muestras de mis nuevas intelecciones. Una de estas es que la mencionada fase de la ligazón-madre deja conjeturar un nexo particularmente íntimo con la etiología de la histeria, lo que no puede sorprender si se repara en que ambas, la fase y la neurosis, se cuentan entre los caracteres particulares de la feminidad; además, la intelección de que en esa dependencia de la madre se halla el germen de la posterior paranoia de la mujer (4). Es que muy bien parece ser ese germen la angustia, sorprendente pero de regular emergencia, de ser asesinada (¿devorada?) por la madre. Cabe suponer que esa angustia corresponda a una hostilidad que en la niña se desarrolla contra la madre a consecuencia de las múltiples limitaciones de la educación y el cuidado del cuerpo, y que el mecanismo de la proyección se vea favorecido por la prematuridad de la organización psíquica (5).

Notas:
1- [Cf. Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 201-2. Esto ya había sido sostenido por Freud, empero, en una carta a Fliess del 14 de noviembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 75), AE, 1, pág. 312.]
2- [Freud examinó los complejos de Edipo positivo y negativo en El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 34-5.]
3- En el conocido caso de delirio de celos del que informa Ruth Mack Brunswick (1928), la afección proviene directamente de la fijación preedípica (a una hermana). [Cf. también «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (Freud, 1915f).]
5- [La angustia de la niña de ser asesinada por su madre es examinada en el punto III de este trabajo.]

Continúa en ¨Sobre la sexualidad femenina (1931) Capítulo II¨

Obras de S. Freud: Tipos Libidinales (1931)

Tipos Libidinales (1931)

Nota introductoria:

Tipos Libidinales (1931)

Nota introductoria:
Este artículo, así como «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), que le sigue, fue comenzado por Freud al iniciarse el año 1931 y concluido en el verano. Es un tardío agregado al muy pequeño número de trabajos suyos sobre caracterología. Si bien el tema ya había surgido en algunos escritos (p. ej., en El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 30 y sigs.), sólo en dos se ocupó explícitamente de él: «Carácter y erotismo anal» (1908b) y «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916d). En el presente artículo el tema es examinado a la luz de su posterior concepción estructural de la psique.

James Strachey

La observación nos muestra que cada persona realiza la imagen universal del ser humano en
una diversidad casi inabarcable. Si uno cede al legítimo afán de distinguir tipos separados
dentro de esa multitud, deberá elegir de antemano los criterios y puntos de vista según los
cuales emprenderá tal separación. Para este propósito, las cualidades corporales no serán
menos utilizables que las psíquicas; las diferenciaciones más valiosas serán aquellas que
prometan obtener una conjunción regular entre los rasgos corporales y los anímicos.
Es dudoso que desde ahora nos resulte posible dilucidar tipos que reúnan esas condiciones,
como sin duda habremos de conseguirlo un día, sobre una base aún desconocida. Si uno se
limita al empeño de postular tipos meramente psicológicos, las constelaciones de la libido son las que poseen más títulos para servir de base a la clasificación. Es lícito pretender que esta última no se deduzca sólo de nuestro saber o de nuestros supuestos acerca de la libido, sino que se la pueda reencontrar con facilidad también en la experiencia y contribuya a aclararnos y hacernos aprehensibles la masa de nuestras observaciones. Cabe admitir sin más que esos tipos libidinosos no necesitan ser, ni siquiera en el campo psíquico, los únicos posibles, y que, partiendo de otras propiedades, acaso pueda postularse toda una serie de otros tipos
psicológicos. Para todos ellos tiene que valer la exigencia de que no coincidan con cuadros
clínicos. Al contrario, deben abarcar todas las variaciones que, de acuerdo con nuestra
apreciación orientada en sentido práctico, caen dentro del ámbito de lo normal. Empero, en sus
plasmaciones extremas pueden aproximarse a los cuadros patológicos y, de esa suerte,
contribuir a salvar el supuesto hiato entre lo normal y lo patológico.
Pues bien, según cuál sea la colocación predominante de la libido en las provincias del aparato anímico han de distinguirse tres tipos libidinosos principales. Su designación no es del todo fácil; apuntalándome en nuestra psicología de lo profundo, me gustaría llamarlos el tipo erótico, el narcisista y el compulsivo (1).
El tipo erótico es de caracterización sencilla. Los eróticos son personas cuyo principal interés -el monto máximo, en términos relativos, de su libido- se vuelve hacia la vida amorosa. Amar, pero en particular ser-amado, es lo más importante para ellos. Los gobierna la angustia frente a la pérdida del amor y por eso son particularmente dependientes de los otros, que pueden denegárselo. Este tipo, además, es muy frecuente en su forma pura. Variaciones de él se
producen en proporción a la contaminación con otro tipo y a la simultánea escala de agresión.
En lo social y cultural, este tipo subroga las exigencias pulsionales elementales del ello, al que
las otras instancias psíquicas han pasado a obedecer.
El segundo tipo, al cual he dado el nombre a primera vista extraño de tipo compulsivo, se
singulariza por el predominio del superyó, que se segrega del yo en medio de una elevada
tensión. No es gobernado por la angustia frente a la pérdida del amor, sino por la angustia de la
conciencia moral; muestra por así decir una dependencia interna en lugar de la externa,
despliega un alto grado de autonomía, y en lo social pasa a ser el genuino portador de la cultura,
preferentemente conservador (2).
El tercer tipo, con buen derecho llamado narcisista, ha de caracterizarse en lo esencial por
vía negativa. No hay en él ninguna tensión entre el yo y el superyó -partiendo de este tipo
difícilmente se habría llegado a postular un superyó-, ningún hiperpoder de las necesidades
eróticas; el interés principal se dirige a la autoconservación, muestra independencia y escaso
amedrentamiento. El yo dispone de una elevada medida de agresión, que se da a conocer
también en su prontitud para la actividad; en la vida amorosa se prefiere el amar al ser-amado.
Los hombres de este tipo se imponen a los otros como «personalidades», son en particular
aptos para servir de apoyo a los demás, para asumir el papel de conductores, dar nuevas
incitaciones al desarrollo cultural o menoscabar lo establecido.
Estos tipos puros apenas escaparán a la sospecha de estar deducidos de la teoría de la libido.
Empero, uno se siente sobre el terreno seguro de la experiencia si ahora se vuelve hacia los
tipos mixtos, que se presentan a la observación con mucho mayor frecuencia que los puros.
Estos nuevos tipos, el erótico-compulsivo, el erótico-narcisista y el narcisista-compulsivo,
parecen permitir de hecho una buena clasificación de las estructuras psíquicas individuales, tal
como las hemos conocido por el análisis. Si perseguimos estos tipos mixtos llegamos a
cuadros de carácter familiares desde hace mucho tiempo. En el tipo erótico-compulsivo, el
hiperpoder de la vida pulsional parece limitado por el influjo del superyó; la dependencia
simultánea de objetos humanos recientes y de los relictos de los progenitores, educadores y
modelos alcanza en esté tipo el máximo grado. El erótico narcisista es acaso aquel que debe
considerarse el más frecuente. Reúne opuestos que pueden moderarse recíprocamente en su interior; comparándolo con los otros dos tipos eróticos, uno puede aprender en él que agresión y actividad van unidas al predominio del narcisismo. Por último, el tipo narcisista-compulsivo produce la variante de mayor valía cultural, pues a la independencia externa y al respeto por los reclamos de la conciencia moral aúna la aptitud para el quehacer vigoroso, y refuerza al yo frente al superyó.
Alguien podría creer que haría una broma preguntando por qué no se menciona aquí otro tipo
mixto teóricamente posible, a saber, el erótico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esa
broma es seria: porque semejante tipo ya no sería tal, sino que significaría la norma absoluta, la
armonía ideal. Aquí uno se percata de que el fenómeno del tipo se engendra justamente porque
de las tres principales aplicaciones de la libido dentro de la economía anímica se favoreció a
una o dos a expensas de las restantes.
También puede preguntarse cuál es el nexo de esos tipos libidinosos con la patología, si algunos están particularmente dispuestos a pasar a la neurosis y, en tal caso, cuáles llevan a sendas formas. La respuesta será que la formulación de estos tipos libidinosos no arroja nueva luz sobre la génesis de las neurosis. Según el testimonio de la experiencia, todos ellos son viables sin neurosis. Los tipos puros, con la indiscutible hipergravitación de una sola instancia anímica, parecen tener la mayor perspectiva de presentarse como cuadros de carácter puros, mientras que de los tipos mixtos se podría esperar que ofrecieran un terreno más propicio a las condiciones de la neurosis. No obstante, yo opino que no se debería decidir acerca de esas constelaciones sin una cuidadosa demostración especial.
Que los tipos eróticos den por resultado una histeria en caso de enfermedad, así como los tipos
compulsivos una neurosis obsesiva, parece fácil de colegir, pero forma parte de la incerteza
recién destacada. Los tipos narcisistas, que a pesar de su independencia en los otros campos
están expuestos a la frustración por el mundo exterior, contienen una particular disposición a la
psicosis, a la vez que conllevan también condiciones esenciales de la criminalidad.
Las condiciones etiológicas de las neurosis, como es sabido, no se disciernen todavía con
certeza. Los ocasionamientos de la neurosis son frustraciones y conflictos internos, conflictos
entre las tres grandes instancias psíquicas, conflictos dentro de la economía libidinal a
consecuencia de la disposición bisexual, entre los componentes pulsionales eróticos y los
agresivos. En cuanto a qué es lo que vuelve patógenos a estos procesos que pertenecen al decurso psíquico normal, la psicología de las neurosis está empeñada en averiguarlo.

Notas:
1-  [Freud había esbozado esta clasificación en tipos en El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, pág. 83.]
2- [Cf. El porvenir de una ilusión (1927c), AE, 21, pág, 11.]

Obras de S. Freud: Premio Goethe. (1930) Apéndice. Escritos de Freud que versan predominantemente o en gran parte sobre arte, literatura o estética

Apéndice. Escritos de Freud que versan predominantemente o en gran parte sobre arte, literatura o estética

[La fecha que aparece a la izquierda es la del año de redacción; la que figura luego de cada
uno de los títulos corresponde al año de publicación y remite al ordenamiento adoptado en la

Apéndice. Escritos de Freud que versan predominantemente o en gran parte sobre arte, literatura o estética

[La fecha que aparece a la izquierda es la del año de redacción; la que figura luego de cada
uno de los títulos corresponde al año de publicación y remite al ordenamiento adoptado en la
bibliografía del final del volumen. Los trabajos que se dan entre corchetes fueron publicados
póstumamente.]
[1897 Consideraciones sobre Edipo Rey y Hamlet, en carta a Fliess del 15 de octubre de 1897
(Freud, 1950a, Carta 71).]
[1898 Consideraciones sobre «Die Richterin» (La juez), de C. F. Meyer, en carta a Fliess del
20 de junio de 1898 (Freud, 1950a, Carta 91).]
1899 La interpretación de los sueños, capítulo V, sección D (b), análisis de Edipo Rey y
Hamlet (1900a).
1905 El chiste y su relación con lo inconciente (1905c).
[1905-06 «Personajes psícopáticos en el escenarío» (1942a).]
1906 El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W. Jensen ( 1907a).
1906 Respuesta a una encuesta «Sobre la lectura y los buenos libros» (1906f).
1907 «El creador literario y el fantaseo» ( 1908e).
1910 Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910c).
1913 «El motivo de la elección del cofre» (1913f).
1913 «El interés por el psicoanálisis», parte II, sección F (1913j).
1914 «El Moisés de Miguel Angel» (1914b).
1915 «La transitoriedad» ( 1916a).
1916 «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916d).
1917 «Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad» ( 1917b).
1919 «Lo ominoso» (1919h).
1927 «Apéndice al estudio sobre el Moisés de Miguel Angel» (1927b).
1927 «El humor» (192V).
1927 «Dostoievski y el parricidio» ( 1928b).
1929 Carta a Theodor Reik sobre Dostoievski (19301).
1930 «Premio Goethe» (1930d y 1930e).
1933 Prólogo (en francés) a Marie Bonaparte, Edgar Allan Poe, étude psychanalytique (1933d).

Obras de S. Freud: Premio Goethe. (1930) Alocución en la casa de Goethe, en Francfort

Alocución en la casa de Goethe, en Francfort

El trabajo de mi vida tendió a una sola meta. Observé las más sutiles perturbaciones de la
operación anímica en sanos y enfermos, y a partir de tales indicios quise descubrir -o, si
ustedes lo prefieren, colegir- cómo está construido el aparato que sirve a esas operaciones, así

Alocución en la casa de Goethe, en Francfort

El trabajo de mi vida tendió a una sola meta. Observé las más sutiles perturbaciones de la
operación anímica en sanos y enfermos, y a partir de tales indicios quise descubrir -o, si
ustedes lo prefieren, colegir- cómo está construido el aparato que sirve a esas operaciones, así
como las fuerzas que en él producen efectos conjugados o contrarios. Lo que nosotros, yo, mis
amigos y colaboradores, pudimos aprender por ese camino nos pareció sustantivo para la
edificación de una ciencia del alma que permita comprender los procesos normales y los
patológicos como parte de un mismo acontecer natural.
De tal estrechez me sacó la distinción de ustedes, que tanto me ha sorprendido. Al convocar
la figura de la gran personalidad universal nacida en esta casa, que vivió su niñez en estas
habitaciones, uno es invitado por así decir a justificarse ante ella, a preguntarse por su reacción
en caso de que su mirada, atenta a cada innovación de la ciencia, hubiera recaído también
sobre el psicoanálisis.
Por la versatilidad de sus intereses, Goethe se pareció a Leonardo da Vinci, el maestro del
Renacimiento, artista e investigador como él. Pero las figuras humanas nunca pueden repetirse, y tampoco faltan profundas diferencias entre estos dos grandes. En la naturaleza de Leonardo, el investigador no se compadecía con el artista, lo perturbaba y acaso terminó por ahogarlo. En la vida de Goethe ambas personalidades hallaron sitio una junto a la otra, predominando alternadamente por épocas. En el caso de Leonardo parece posible ligar tal perturbación con aquella inhibición de su desarrollo que apartó su interés de todo lo erótico y, con ello, de la psicología. En este punto, la naturaleza de Goethe pudo desplegarse con mayor libertad.
Yo pienso que Goethe no habría desautorizado al psicoanálisis de manera tan inamistosa como tantos de nuestros contemporáneos. En varios aspectos se le había aproximado, por su propia intelección discernió mucho de lo que luego pudimos corroborar, y numerosas concepciones que nos han valido crítica y burlas son sustentadas por él como algo evidente. Por ejemplo, le resultaba familiar la incomparable intensidad de los primeros lazos afectivos de la criatura humana. En la «Dedicatoria» de su poema Fausto la celebró con palabras que nosotros, los analistas, podríamos repetir para cada análisis:
«De nuevo aparecéis, formas flotantes,
como ya antaño ante mis turbios ojos.
¿Debo intentar ahora reteneros?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
y cual vieja leyenda casi extinta
la amistad vuelve y el amor primero».
Se explicó la más intensa atracción amorosa que experimentó como hombre maduro
prorrumpiéndole a su amada: «¡Ah! Fuiste en tiempos pasados mi hermana o mi mujer (1)».
Con ello no ponía en entredicho que esas imperecederas inclinaciones iniciales toman por
objeto a personas del propio círculo familiar.
Goethe parafrasea el contenido de la vida onírica con las palabras tan evocativas:
«Lo no sabido por los hombres,
o aquello en lo cual no repararon,
vaga en la noche
por el laberinto del pecho».
(2)
Tras la magia de esos versos reconocemos el venerable e indiscutiblemente certero
enunciado de Aristóteles de que el soñar es la continuación de nuestra actividad anímica en el
estado del dormir, unido al reconocimiento de lo inconciente, que sólo el psicoanálisis añadió.
Únicamente el enigma de la desfiguración onírica no encuentra ahí resolución.
En Ifigenia, acaso su poema más sublime, Goethe nos presenta el conmovedor ejemplo de una expiación, de una liberación del alma sufriente de la presión de la culpa, y hace que esa catarsis se consume mediante un apasionado estallido de sentimientos bajo el benéfico influjo de una simpatía amorosa. Y aun él mismo intentó repetidas veces prestar ayuda psíquica, como a
aquel desdichado que se menciona bajo el nombre de Kraft en el epistolario, y al profesor
Plessing, de quien habla en Campaña en Francia; el procedimiento empleado iba mucho más
allá de los métodos de la confesión católica y presentaba, en sus detalles, notables puntos de
contacto con la técnica de nuestro psicoanálisis. Comunicaré ahora por extenso un ejemplo de influjo psicoterapéutico, así llamado en broma por Goethe, porque acaso sea poco conocido y, no obstante, es muy característico.
De una carta a Frau von Stein (nº 1444, del 5 de setiembre de 1785):
«Ayer por la tarde llevé a cabo un artificio psicológico. Frau Herder seguía en un estado de
tensión del tipo más hipocondríaco a causa de todas las cosas desagradables que le habían
ocurrido en CarIsbad. En particular, de parte de quien había sido su compañera en la casa. Le
hice referirme y confesarme todo, desaguisados ajenos y faltas propias, con las menores
circunstancias que las rodearon y sus consecuencias, y por último la absolví, dándole a
entender en broma, bajo esta fórmula, que tales cosas habían quedado deshechas y abismadas
en lo profundo del océano. Ello le plugo mucho y quedó realmente curada».
Goethe siempre respetó a Eros, nunca intentó empequeñecer su poder, siguió a sus
exteriorizaciones primitivas o aun traviesas con no menor atención que a las sublimadas en
extremo y, según me parece, no sostuvo con menor decisión que Platón en una época anterior
su unidad esencial a través de todas sus formas de manifestación. Y acaso sea algo más que
una casual coincidencia que en Las afinidades electivas aplicase a la vida amorosa una idea
tomada del círculo de representaciones de la química, vínculo este que atestigua el nombre
mismo del psicoanálisis.
Estoy preparado para recibir el reproche de que nosotros, los analistas, perdimos nuestro
derecho a ponernos bajo la adveración de Goethe por haberlo ofendido, haber faltado a la
veneración que le es debida intentando aplicarle el análisis, degradando al grande hombre a la
condición de objeto de la investigación analítica. Pero, en primer término, yo cuestiono que ello
se proponga o signifique una degradación.
Todos los que veneramos a Goethe aceptamos sin mayores protestas los empeños de los biógrafos por conocer su vida a partir de los informes y documentos existentes. Pero, ¿qué nos proporcionan esas biografías? Ni siquiera la mejor y más completa de ellas responde las dos preguntas que parecen las únicas dignas de interés. No esclarecería el enigma de las maravillosas dotes que hacen al artista, y no podría ayudarnos a aprehender mejor el valor y el efecto de sus obras. No obstante, es indudable que una biografía tal satisface en nosotros una intensa necesidad. Bien claro lo sentimos cuando el disfavor de la tradición histórica deniega la satisfacción de esa necesidad, por ejemplo, en el caso de Shakespeare. Es innegable que a todos nos resulta penoso no saber todavía quién fue el autor real de las comedias, tragedias y sonetos de Shakespeare, si lo fue de hecho el indocto hijo del pequeño burgués de Stratford,
que alcanzó en Londres una modesta posición como comediante, o más bien Edward. de Vere,
decimoséptimo Conde de Oxford, hereditario Lord Great Chamberlain of England, de alta cuna y
refinada cultura, apasionado y turbulento, un aristócrata en alguna medida desclasado (3). Ahora bien, ¿qué justificación tiene semejante necesidad de conocer las
circunstancias de la vida de un hombre cuando sus obras han pasado a ser tan significativas
para nosotros? Suele decirse que es el afán de obtener también una aproximación humana.
Admitámoslo; es entonces la necesidad de conseguir vínculos afectivos con tales hombres,
integrarlos en la serie de padres, maestros, modelos que hemos conocido o cuya influencia ya
hemos experimentado, con la expectativa de que su personalidad resultará tan grandiosa y
digna de admiración como las obras que de ellos poseemos.
Empero, confesemos que entra en juego otro motivo todavía. La justificación del biógrafo
contiene también una confesión. El no quiere menoscabar al héroe, sino acercárnoslo; pero ello
equivale a disminuir la distancia que nos separa de él, y por lo tanto obra en el sentido de una
degradación. Y es inevitable; si queremos averiguar más sobre la vida de un grande hombre nos
enteraremos de oportunidades en que no obró de hecho mejor que nosotros, y en que
efectivamente se nos aproximó en lo humano. A pesar de ello, creo que declararemos legítimos
los empeños de la biografía. Por lo demás, nuestra actitud hacia padres y maestros es
ambivalente, pues la veneración que les tenemos oculta en general un componente de rebelión
hostil. Es una fatalidad psicológica, no es posible modificarla sin violenta sofocación de la
verdad; y no puede menos que hacerse extensiva a nuestra relación con los grandes hombres
cuya historia pretendemos investigar (4).
Cuando el psicoanálisis se pone al servicio de la biografía tiene, desde luego, el derecho de no ser tratado con mayor dureza que ella. Puede proporcionar muchas informaciones que por otra vía no se conseguirían, y mostrar así nuevos nexos en la obra maestra del tejedor (5) que entrama las disposiciones pulsionales, las vivencias y las obras de un artista.
Puesto que es una de las funciones principales de nuestro pensar la de dominar psíquicamente
el material del mundo exterior, creo que debería agradecerse al psicoanálisis si, aplicado al
grande hombre, contribuye a la comprensión de su gran logro. Pero confieso que en el caso de Goethe no hemos conseguido mucho. Ello se debe a que no sólo fue como poeta un gran
revelador, sino, a pesar de la multitud de documentos autobiográficos, un cuidadoso ocultador.
No podemos dejar de recordar aquí las palabras de Mefistófeles:
«Lo mejor que alcanzas a saber
no puedes decirlo a los muchachos». (6)

Notas:
1-[Del poema «Warum gabst du uns die tiefen Blicke», dedicado a Charlotte von Stein.]
2- [De la versión final del poema «An den Mond», que comienza así: «Colmas nuevamente floresta y valle … ».]
3- [Freud mencionó por primera vez, en una obra publicada, su opinión acerca de la autoría de las obras de Shakespeare en un agregado de 1930 a una nota al pie de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 274. Aquí se ocupa del asunto en forma más exhaustiva. Volvió sobre él en una nota al pie agregada en 1935 a su Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, págs. 59-60, y en el Esquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, pág. 192, n. 4, donde ofrezco otras referencias.]
4- [Freud hizo algunas observaciones sobre la relación entre el psicoanálisis y la biografía en su ensayo sobre Leonardo da Vinci (1910c), AE, 11, pág. 125. La cuestión fue examinada, asimismo, en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 11 de diciembre de 1907. (Cf. Jones, 1955, pág. 383.)]
5- [Alude a un pasaje del Fausto, parte I, escena 4, que ya había sido citado por él, en conexión con la «fábrica de pensamientos» del sueño y las asociaciones a que este da lugar, en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 291.]
6- [Fausto, parte I, escena 4. Estos versos fueron citados con frecuencia por Freud; se mencionan otros lugares en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, pág. 160n.]

Obras de S. Freud: Premio Goethe. (1930). Carta al doctor Alfons Paquet

Carta al doctor Alfons Paquet

Grundlsee, 3.8.1930

Carta al doctor Alfons Paquet

Grundlsee, 3.8.1930

Mi estimado Dr. Paquet:
No he sido halagado por los honores públicos y por eso me habitué a prescindir de ellos. Pero no negaré que la adjudicación del Premio Goethe de la ciudad de Francfort me alegró mucho.
Hay algo en él que enciende la fantasía, y una de sus cláusulas disipa la humillación que suele
condicionar tales distinciones.
Debo agradecerle en particular su carta, que me ha conmovido y asombrado. Aparte de su
amable profundización en el carácter de mí obra, nunca había visto discernidos antes con tanta
claridad los secretos propósitos personales de ella, y de buena gana le preguntaría cómo llegó
usted a conocerlos.
Con pesar me he enterado, por la carta que usted dirigió a mi hija, de que no lo veré en lo
inmediato, y a mi edad toda posposición se vuelve azarosa. Desde luego, recibiré con sumo
gusto al caballero (Dr. Michel) cuya visita usted me anuncia.
Por desdicha, no puedo asistir a la celebración en Francfort; mi salud es demasiado frágil
para esa empresa. La sociedad no perderá nada con ello, pues sin duda será más agradable
ver y escuchar a mi hija Anna que a mí. Leerá algunas palabras que versan sobre las relaciones de Goethe con el psicoanálisis y defienden a los analistas del reproche de faltarle el debido respeto al grande hombre con sus intentos de hacerlo objeto del análisis. Espero se aceptará el giro que he impreso al tema propuesto -mis «íntimos vínculos como hombre e investigador con Goethe»-, y en caso contrarío tenga usted la amabilidad de hacérmelo saber.
Sinceramente suyo,
Sigmund Freud

Obras de S. Freud: Carta a M. Leroy sobre un sueño de Descartes (1929)

Carta a M. Leroy sobre un sueño de Descartes (1929)

Carta a M. Leroy sobre un sueño de Descartes (1929)

Nota introductoria:
No se cuenta con el manuscrito original de esta carta en alemán. Su versión al francés fue hecha ciertamente por Leroy.

Mientras estaba preparando su libro sobre Descartes, Maxime Leroy (1929) sometió a Freud una serie de sueños del filósofo (1) para que se los comentara. No podemos saber con exactitud qué relato de los sueños le dio Leroy a Freud, pues las ediciones alemanas no reproducen el texto de su carta sino que citan meramente la descripción contenida en el volumen publicado de Leroy -en el que también incluyó este la traducción de la respuesta de Freud-.

Aparentemente, el relato original de los sueños de Descartes y la interpretación formulada por él ocupaban las páginas iniciales de un manuscrito conocido como «Olympica», escrito probablemente en el invierno de 1619-20 y que se ha perdido. Empero, un abate del siglo xvii, Adrien Baillet, pudo verlo y publicó una paráfrasis que contenía algunas citas del original latín en su libro La vie de Monsieur Des-Cartes (169 1, 1; el relato de los sueños figura en págs. 81-5). Leroy se basó en esta versión, pero parece seguro que Freud estudió el texto completo de Baillet, ya que en su respuesta menciona el «melón de un país extranjero» (frase que aparecía en la trascripción del abate) allí donde Leroy habla simplemente del «melón».

También Leibniz tuvo acceso al manuscrito «Olympica» y tomó nota de algunos fragmentos; pero lamentablemente estas notas sólo incluyen una breve referencia a los sueños: «Somnium 1619, nov. in quo carmen 7 cujus initium: Quod vitae sectabor iter? … Auson». (2) Como Leíbniz no dice en ningún lugar que ha visto la «explicacíón» de los sueños, Leroy se inclinó a suponer que esta había sido, al menos en gran parte, fabricada por el abate Baillet, y en su libro expresa esta opinión de la cual, sin embargo, no parece haber llegado a Freud ninguna referencia (3).

La versión de los sueños publicada por Leroy (1929, 1, pág. 84), paráfrasis de la de Baillet, aparece (en francés) en una nota al pie en las ediciones alemanas. Reza así:

«Entonces, en la noche, donde todo es fiebre, huracán, pánico, unos fantasmas se elevan ante el soñante. Intenta levantarse para ahuyentarlos. Pero vuelve a caer, avergonzado de sí mismo, sintiendo que una gran debilidad lo incomoda en el costado derecho. Bruscamente se abre una ventana de su habitación. Espantado, siente que lo arrastran las ráfagas de un viento impetuoso que lo obliga a hacer piruetas girando varías veces sobre su pie izquierdo.

»Arrastrándose y titubeante, llega ante los edificios del colegio donde ha sido educado. En un desesperado esfuerzo intenta entrar en la capilla a fin de cumplir con sus plegarias. En ese momento pasan unas personas. Quiere detenerse, hablarles; nota que una de ellas lleva un melón. Pero un viento violento lo rechaza hacia la capilla.

»Abre entonces los ojos, atenaceado por un vivo dolor en el costado izquierdo. No sabe si sueña o si está despierto. A medias dormido, se dice que un genio maligno ha querido seducirlo, y entonces murmura alguna plegaria para exorcizarlo.

»Vuelve a dormirse. Un trueno lo despierta, que llena la habitación de chispas. Una vez más se pregunta si duerme o vela, si es sueño o ensoñación, abriendo y cerrando los ojos para alcanzar la certeza; luego, tranquilizado, se adormece, pues la fatiga triunfa sobre él.

»Sobreexcitado por esos rumores y esos sordos sufrimientos, Descartes abre un diccionario, luego una antología poética. Ese explorador intrépido sueña con este verso: «Quod vitae sectabor iter?». ¿Un nuevo viaje al país de los sueños? En ese momento, se presenta de pronto un hombre a quien no conoce; pretende hacerle leer un fragmento de Ausonio que comienza con estas palabras: «Est et non» (4).’ Pero ese hombre desaparece y llega otro. También el libro se desvanece y al reaparecer está adornado con retratos grabados en talla dulce. Al fin, la noche se apacigua».

La explicación de los sueños, que Leroy toma de Baillet, figura, asimismo, como nota al pie en las ediciones alemanas, y es la siguiente:

«Juzgó que el Diccionario significaba en verdad la suma de todas las ciencias, y que la antología poética intitulada Corpus poetarum designaba en particular, y expresamente, la unión de filosofía y sabiduría. [ … ] Prosiguiendo, todavía dormido, la interpretación de su sueño, Descartes conjeturó que el verso sobre la incertidumbre del género de vida que debía elegirse y que comienza con «Quod vitae sectabor iter?» representaba el buen consejo de un sabio o aun la teología moral…

»Entendió que los poetas reunidos en la antología significaban la Revelación y el Entusiasmo, con que no desesperaba de ser favorecido; y al verso «Est et non», que es el Sí y el No de Pitágoras, lo comprendió como la verdad y la falsedad en los conocimientos humanos y las ciencias profanas. Y viendo que la aplicación de todas esas cosas se conseguía tan a su placer, tuvo suficiente audacia para persuadirse de que mediante ese sueño el Espíritu de la Verdad había querido abrirle los tesoros de todas las ciencias. Y como no le quedaban por explicar sino los pequeños retratos en talla dulce que había hallado en el segundo libro, dejó de buscar la explicación luego de la visita que un pintor italiano le hizo al día siguiente.

»Este último sueño, cuyo contenido sólo había sido muy «dulce» y agradabilísimo, según él señalaba el futuro: y no se refería sino a lo que debía ocurrirle el resto de su vida. Pero tomó los dos precedentes como amenazadoras advertencias sobre su vida pasada, que acaso no había sido tan inocente ante Dios como ante los hombres. Y creyó que esa era la razón del terror y del espanto que habían acompañado a esos dos sueños. El melón que se le quiso obsequiar en el primer sueño significaba -se dijo- los encantos de la soledad, pero presentados por solicitaciones puramente humanas. El viento que lo empujaba hacia la iglesia del colegio cuando sentía un dolor en el costado derecho no era sino el Genio Maligno que trataba de arrojarlo por la fuerza a un lugar adonde él quería dirigirse voluntariamente. Fue por eso que Dios no permitió que avanzara más ni se dejara arrastrar a un lugar santo por un espíritu que él no había enviado -aunque estaba muy persuadido de que el Espíritu de Dios fue el que le había hecho dar los primeros pasos hacia esa iglesia-. A su entender, el espanto que lo abrumó en el segundo sueño figuraba su sindéresis, es decir, los remordimientos de su conciencia tocantes a los pecados que podía haber cometido en el curso de su vida hasta entonces. El rayo cuyo fragor oyó era la señal del espíritu de la verdad que descendía sobre él para poseerlo».

James Strachey

Cuando tomé conocimiento de su carta donde me pide que examine algunos sueños de Descartes, mi primer sentimiento fue una impresión de angustia, pues trabajar con sueños sin poder obtener del propio soñante indicaciones acerca de los vínculos que puedan unirlos entre sí o referirlos al mundo exterior -y es sin duda el caso cuando se trata de sueños de personajes históricos- sólo da, por regla general, un magro resultado. Pero luego mi tarea resultó más fácil de lo previsto; empero, el fruto de mis investigaciones le parecerá a usted sin duda mucho menos importante de lo que tenía derecho a esperar.
Los sueños de nuestro filósofo son los que se denomina «sueños de arriba» (Tráume von oben) (5), es decir, formaciones de ideas que habrían podido crearse durante el
estado de vigilia lo mismo que en el estado del dormir y que sólo en ciertas partes han tomado
su sustancia de estados de alma harto profundos. Por eso tales sueños presentan casi siempre
un contenido de forma abstracta, poética o simbólica.
El análisis de esta clase de sueños nos lleva comúnmente a lo siguiente: no podemos
comprender el sueño, pero el soñante -o el paciente- sabe traducirlo de manera inmediata y sin
dificultad, dado que el contenido del sueño es muy vecino a su pensamiento conciente. Sin
embargo, todavía entonces restan algunas partes del sueño con respecto a las cuales el
soñante no sabe qué decir: son, precisamente, las que pertenecen a lo inconciente, y en
muchos aspectos las de mayor interés. En el caso más favorable, uno explica eso inconciente
apoyándose en las ideas que el soñante ha aportado.
Esta manera de juzgar los «sueños de arriba» (y es preciso entender esta expresión en el sentido psicológico, no en el místico) es la que cumple observar en el caso de los sueños de Descartes.
Nuestro filósofo los interpreta por sí mismo y, ateniéndonos a todas las reglas de la
interpretación de los sueños, debemos aceptar su explicación; pero es preciso agregar que no
disponemos de una vía que nos conduzca más allá.
Confirmando su explicación, diremos que conocemos con exactitud las trabas que impiden a
Descartes moverse con libertad; es la representación, por el sueño, de un conflicto interior. El
lado izquierdo es la representación del mal y del pecado, y el viento, la del «genio maligno»
(animus).
No podemos, desde luego, identificar a las diferentes personas que se presentan en el sueño,
aunque Descartes, preguntado, no hubiera dejado de hacerlo. En cuanto a los elementos
extravagantes y casi absurdos, poco numerosos por lo demás, como por ejemplo el «melón de
un país extranjero» y los pequeños retratos, permanecen inexplicados.
Por lo que toca al melón, el soñante ha tenido la idea (original) de figurar de ese modo «los
encantos de la soledad, pero presentados por solicitaciones puramente humanas». Ello no es
ciertamente exacto, pero podría ser una asociación de ideas que pusiera sobre la pista de una
explicación exacta. Correlativamente con su estado de pecado, esta asociación podría figurar
una representación sexual que hubiera ocupado la imaginación del joven solitario.
Sobre los retratos, Descartes no nos proporciona esclarecimiento alguno.

Notas:
1- Se trataba de una serie de sueños que fueron soñados la misma noche, y no de un solo sueño, como da a entender el título en alemán, El propio Freud se refiere a ellos en plural (cf. AE, 21, pág. 201).
2- «Un sueño, noviembre 1619, en el cual la Oda VII, que comienza: ¿Qué camino seguiré en la vida? … Ausonio». Cf. Descartes, 1859-60, 1, pág. 8.
3- Este problema se examina en su totalidad en Gouhier, 1958.
4- «Es y no es». Las odas citadas son las nos 2 y 4 del libro VII.
5- [Cf. «Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños» (1923c), AE, 19, pág. 113,]