Blanchot y la filosofía: La pregunta más profunda

La pasión de la pregunta. Blanchot y la filosofía

Sergio Espinosa Proa
Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas
Universidad Autónoma de Zacatecas

La pregunta más profunda
Lo otro transparece en el hombre. Pero precisamente porque no se deja descubrir ni por la potencia del sujeto ni ante el poder de lo impersonal. Lo otro, lo neutro, no pasa por los conceptos de “todo” y de “ser”. Es necesario atravesar esa última costra para quedar expuestos a “la pregunta más profunda”. ¿Porqué “llega a ser problema” lo neutro? ¿Por cuál desvío llega a ser un problema?
Lo otro que deja su huella en el hombre hace de este sujeto una entidad inaccesible y lejana. Lo otro —como la noche, como la muerte— no puede nunca ser próximo. Pero lo otro “habla”. ¿Qué clase de habla podría ser esta que interrumpe toda relación —y toda comunidad— y que establece la desmesura que es ese “movimiento infinito de morir”? ¿Cuál es el enigma de la escritura? Justamente, la revelación de la falta que se pone en juego para que exista y sea posible cualquier revelación. Blanchot sugiere que “lo neutro” que la escritura hace presentir escapa a la dialéctica de la afirmación y de la negación del ser. Es la posibilidad de decir sin decir el ser — y tampoco sin negarlo. Es una relación de ausencia de relación: dice la discontinuidad. De hecho, el Ego y lo Otro no son términos de una presunta relación. La relación con lo otro es extraña, infinitamente extraña: designa no la relación entre la presencia —que se afirma a sí misma— y la ausencia —que se niega o se sustrae a ella—, sino una doble ausencia infinita. Lo otro no está ni en lo uno ni en lo otro, sino en el (infinito) salto que hay entre uno y otro.
Pero, al mismo tiempo, semejante infinitud aparece en el hombre — cuando lo humano es el escapar
a toda identificación (científico-policíaca), a toda mediación (dialéctico-histórica), a toda fusión (místicoerótica); cuando el Afuera in-visible aparece en el habla. Cuando la presencia es presencia de la ausencia, proximidad de lo lejano, accesibilidad de lo inaccesible. Pensar esto no es dialéctico, porque es una contradicción no absorbida en y por el movimiento de la aufhebung; es pensar lo otro bajo una doble contradicción: primero como la distorsión de un campo continuo y como la dislocación de la discontinuidad, y luego como lo infinito de una relación sin términos y como el infinito acabamiento de un término sin relación.
¿Es “impensable” esta dificultad?
¿Cómo habla lo neutro? Lo neutro no es un “tipo” de discurso. Eso que habla es lo neutro. No es el sujeto, no es el rumor impersonal, no es “alguien” que habla como por detrás de lo dicho, anticipándose a él y dominándolo con su mirada. Es la distancia misma que el lenguaje recibe de su propia falta como su límite: “distancia desde luego enteramente exterior, que sin embargo lo habita y en cierto modo lo constituye, distancia infinita que hace que mantenerse en el lenguaje sea ya estar fuera, y tal que, si fuera posible acogerla, ‘relatarla’ en el sentido que le es propio, se podría entonces hablar de límite, es decir, llevar hasta la palabra una experiencia de los límites y una experiencia-límite” (64). Hablar, contar, cantar es misterioso. Lo hablado, lo contado, lo cantado, prescinden del sujeto-autor. Lo creado por el lenguaje es algo irreal que subsiste por sí mismo, algo que está en el mundo fuera del mundo, algo que, en lugar de “expresar” una subjetividad, no hace más que recusarla e impugnarla.
Lo neutro es la (infinita) fisura entre yo y mí.
Por lo mismo, no puede, en rigor, contarse (o pensarse), pero es aquello que necesariamente entra en juego en todo acto de contar (o pensar). No es la simple distancia entre el sujeto narrador y los acontecimientos o seres en y con los que vive, sino una distancia interna, un incesante descentramiento, una alteración y una dispersión sin fin de la palabra. El espacio de la escritura es un plegamiento, una suerte de interiorización de la lejanía. Mas una interiorización que descentra y remueve toda interioridad autofundante. En la escritura, el yo panóptico es “sacudido sutilmente” sin llegar del todo a desaparecer (65). Lo neutro es carencia excesiva, destitución del sujeto y del objeto, presente sin memoria, olvido primitivo “que precede, funda y estropea” cualquier memoria (66). Lo neutro es lo otro sin mayúsculas: no es lo englobante, sino el vacío que está en obra en la obra, que no dice ni agrega ni sabe nada, que no se oye ni existe propiamente, que habla pero no habla de ninguna parte, que viene del exterior pero no puede encarnarse. Lo neutro “es la diferenciaindiferente que altera la voz personal” (67) su espectro.
Una vez más: lo neutro no es Dios — es, en todo caso, su imposibilidad. La imposibilidad de un centro, la imposibilidad de un todo.

Continúa en ¨Fuera de la luz — y de la sombra¨

Notas:
64- M. Blanchot, “La voz narrativa. (El ‘él’, el neutro)”, en De Kafka a Kafka, o. c., p. 225
65- Ibíd., p. 234
66- Según advertíamos en un parágrafo anterior, contar es el “tormento” del lenguaje, la búsqueda de su infinitud, la “alusión al rodeo inicial que porta la escritura, que la deporta y que hace que, escribiendo, nos entreguemos a una especie de desviación perpetua”, ibíd., p. 235-236
67- Ibíd., p. 238