Obras de S. Freud – Carta 69
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Carta 69 (21 de setiembre de 1897)
[ … ] Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi «neurótica». Claro que esto no se comprendería sin una explicación: tú mismo hallaste creíble cuanto pude contarte. Por eso he de presentarte históricamente los motivos de mi descreimiento. Las continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación efectiva, la deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora del éxito pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos parciales de otro modo, de la manera habitual: he ahí el primer grupo {de motivos}. Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto. (La perversión tendría que ser inconmensurablemente más frecuente que la histeria, pues la enfermedad sólo sobreviene cuando los sucesos se han acumulado y se suma un factor que debilita a la defensa.) En tercer lugar, la intelección cierta de que en lo inconciente no existe un signo de realidad (Véase, sobre esta expresión, el «Proyecto»), de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto. (Según esto, quedaría una solución: la fantasía sexual se adueña casi siempre del tema de los padres.) En cuarto lugar, la reflexión de que en las psicosis más profundas el recuerdo inconciente no se abre paso, de suerte que el secreto de las vivencias infantiles no se trasluce ni en el delirio {Delirium} más confundido. Y viendo así que lo inconsciente nunca supera la resistencia de lo consciente, se hunde también la expectativa de que en la cura se podría ir en sentido inverso hasta el completo domeñamiento … de lo inconsciente por lo consciente.
Todo ello me predispuso para una doble renuncia: a la solución cabal de una neurosis y al conocimiento cierto de su etiología en la infancia. Ahora no sé dónde estoy, pues no he alcanzado la inteligencia teórica de la represión y su juego de fuerzas. Parece de nuevo discutible que sólo vivencias posteriores den el envión a fantasías que se remontan a la infancia; con ello el factor de una predisposición hereditaria recobra una jurisdicción de la que yo me había propuesto desalojarlo {verdrängen} en interés del total esclarecimiento de la neurosis.
Si yo estuviera desazonado, confuso, desfalleciente, dudas así podrían interpretarse como fenómenos de cansancio. Pero como mi estado es el opuesto, tengo que admitirlas como el resultado de un trabajo intelectual honesto y vigoroso, y enorgullecerme por ser capaz de una crítica así luego de semejante profundización. ¿Y sí estas dudas no fuesen sino un episodio en el progreso hacia un conocimiento ulterior?
Cosa notable es también que falte todo sentimiento de bochorno, para el cual podría haber ocasión. Sin duda no lo contaré en Dan, ni hablaré de ello en Ascalón, en la tierra de los filisteos; pero, ante ti y ante mí mismo tengo, en verdad, más el sentimiento de un triunfo que el de una derrota (lo cual, empero, no es correcto). [En esta carta, Freud anuncia por primera vez (aparte de una insinuación en la Carta 67) sus dudas acerca de la teoría de la etiología traumática de las neurosis, teoría que había sostenido durante los cinco años anteriores, como mínimo (cf su carta a Breuer (1941a) del 29 de junio de 1892). Cuando más adelante, en su Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, pág, 32, se refirió a su descubrimiento de este error, señaló que «pronto se habría vuelto funesto para toda mi labor». Trascurrirían en verdad ocho años antes de que lo divulgase por las calles de Ascalón -en el segundo de los Tres ensayos de teoría sexual (1950d), AE, 7, pág. 173-, demora tal vez atribuible en parte a que sus dudas no habían desaparecido. Sea como fuere, hay motivos para suponer que estuvo lejos de abandonar por completo la teoría traumática en los meses posteriores a la redacción de esta carta; véase la Carta 75, del 14 d noviembre de 1897, así como la Carta 84, del 10 de marzo del año siguiente, y «La sexualidad en la etiología de las neurosis» (1898a), AE, 3, pág. 273. Es probable que sus incertidumbres sólo se disiparan con el cabal hallazgo de la índole dinámica de las mociones pulsionales sexuales presentes en la infancia, y con la comprobación plena de que las fantasías pueden obrar con toda la fuerza de las vivencias reales. Hago un amplio comentario sobre todo este tema en una nota al pie de la 33º de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, pág. 112. Esa nota corresponde a un pasaje en el que Freud retoma la etiología traumática, aunque bajo una forma muy diferente.]